8
Paula llegaba tarde a la oficina, y no era el mejor momento si no quería ser despedida por el chico nuevo que había ido a controlarlos, valorarlos y luego echarlos a la calle. Tenía que darse más prisa, o sería lo que lograría en vez del merecido ascenso al que optaba.
Casi corría más que andaba por la planta donde estaba situada su oficina, tirándose de la falda negra por debajo de la rodilla, demasiado estrecha para hacer deporte, y que se subía con cada acelerado paso. No iba vestida para correr ni tampoco calzada: los tacones altos que llevaba se quejaban con cada paso rápido.
Apenas había tenido tiempo de llegar a casa, darse una ducha, coger una falda lisa negra de las muchas que tenía en su fondo de armario y ponerse una blusa color coral anudada a un lado del cuello para darle algo de color a su atuendo. Su melena, revuelta por la noche y la mañana de sexo inesperada, estaba tan mal que no había tenido otra opción más que recogerse el pelo en la nuca.
Llegó sin resuello y se sentó en su despacho tratando de calmarse para que nadie sospechara que no llegaba a su hora, aunque, al parecer, el chico nuevo llegaba tarde también.
No es que tuviese la obligación de ser puntual, no era inglés. Aun así, a Paula le parecía que lo correcto era llegar antes que los demás empleados.
Se arregló un poco algunos mechones que habían escapado de su improvisado recogido, ahora despeinado por la carrera, y abrió el ordenador para echar un vistazo a los correos y a la lista de tareas pendientes del día.
Dentro de unos minutos tenían una reunión para asignar los artículos que saldrían en la siguiente edición de la revista de moda. Paula se pasaría la mañana revisando textos, viendo fotos de modelos, tendencias…
En realidad, no estaba centrada; no le apetecía hablar con nadie, tan sólo recrearse en la maravillosa noche y mejor mañana que había pasado. Podría pasarse toda vida despertando de esa deliciosa manera, con él entre sus piernas.
Un escalofrío recorrió su cuerpo e, instintivamente, su sexo palpitó, anhelando ese nuevo sentimiento, ese dulce sabor de boca que quedaba tras llegar al clímax.
Pensar en eso le trajo a la mente el contrato, lo sacó del bolso y lo guardó en uno de los cajones de su mesa, en el mismo donde guardaba las cosas importantes y que cerraba con llave.
—Buenos días, Paula —la interrumpió la voz de Sasha.
—Buenos días —contestó, y siguió a lo suyo, esperando que se alejase.
—Acompáñame —pidió él autoritariamente.
—Por supuesto —suspiró ella.
Él sonrió al oír su conformismo. Estaba completamente seguro de que lo que deseaba en realidad era mandarlo a la mierda o más allá, pero no lo haría. Paula deseaba ese ascenso con toda su alma, y él se relamía al pensar en el juego. ¿Cuánto estaría dispuesta a soportar?
Sasha quería saber cuán importante era para ella, si de verdad lo daría todo a cambio de un poco más de dinero a fin de mes y tal vez algo más de relevancia en los círculos en los que se movía, un poco más de poder.
No sabía qué le sucedía, llevaba mucho tiempo sin estar interesado por ninguna mujer, para él eran simplemente un juguete con el que pasar el rato y, ahora, de repente, se sentía atraído por dos, aunque sospechaba que era un engaño de su mente, que había tramado una burda conspiración, abrumándolo, tratando de convencerlo de que esa mujer, frente a él, era la misma que había poseído esa mañana. La misma que ahora le pertenecía por treinta noches.
Era consciente de que sería una gran casualidad, como comprar el número ganador de la lotería.
Caminaba por el pasillo sintiéndola detrás mientras se dirigía al despacho de Mónica. Al llegar, abrió la puerta y la hizo pasar, esperando que lo adelantara apoyado en la puerta de la oficina que ahora ocupaba como propia.
Pudo deleitarse con su bonito contoneo bajo la falda negra. Su paso era seguro, entonces, ¿por qué se comportaba como si fuera una mujer insegura?
—¿Mónica nos acompañará? —se interesó Paula mientras sus manos jugueteaban con los accesorios sobre la mesa.
—Toma asiento —pidió él—. No, salió anoche hacia París.
—¿Se ha marchado? ¿Sin despedirse?
—La compañía la recogió en un jet privado. Supongo que en estos momentos se estará instalando en las nuevas oficinas. ¿Te entristece, Paula?
—No, pero me habría gustado despedirme.
—Lo siento —murmuró él.
—¿Qué necesitas de mí?
«Follarte hasta que las piernas no te sostengan», pensó Sasha sonriendo, pero no podía decirlo en voz alta. Una idea cruzó su mente de pronto. ¿Conseguiría que ella se uniera alguna noche?
¿Sería posible reunir a las dos mujeres en la misma habitación de hotel?
Se volvería loco, no sabría a cuál dar más placer, o acariciar primero… Sus pensamientos consiguieron que su miembro protestase, ansioso por encontrar alivio.
—Si te dijese lo que en realidad necesito —musitó—, me temo que saldrías corriendo espantada.
—Prueba. Quizá te sorprenda —fue la respuesta de Paula.
Si quería jugar, ella podía involucrase en la partida. Seguro que Sasha no se imaginaba ni de lejos lo que era capaz de llegar a hacer.
La respuesta lo complació y lo sorprendió. Paula oyó un leve gruñido escapar de su garganta y vio como sus pupilas se dilataban.
—No me tientes —murmuró él acercándose.
—Eres tú, Sasha, el que ha empezado —contestó ella.
—Si no dejas de mirarme de esa forma, voy a tener que llevarte al baño y follarte allí mismo.
—Y ¿cómo te miro? —preguntó Paula siguiendo el juego mientras acariciaba de nuevo el mechón rebelde que se negaba a quedarse en su sitio.
—Como si me desearas.
—¿Te sorprende? Eres un hombre atractivo. No es nada nuevo para ti.
—Lo sé, por eso elijo yo —contestó él.
—¿Me quieres? Pues quizá me tengas… —confesó Paula.
En realidad, no sabía con seguridad por qué había reaccionado así, nunca reaccionaba así. De hecho, la mayoría de sus relaciones habían sido un fracaso por no comportarse nunca de esa manera.
Era culpa del Herr: la había enloquecido, llenado su mente de esperanza y su cuerpo de lujuria; ahora pensaba que con cualquier hombre sentiría lo mismo. Pero no debía engañarse, que su cuerpo hubiese conocido el placer del orgasmo no significaba que ahora lo tuviese con cualquiera, algo le gritaba que sólo podía conseguirlo el Herr.
—Paula, tengo tal erección en estos momentos que creo que va a estallarme el pantalón —confesó él.
Le gustaba. Inesperadamente, Paula le había seguido el juego y eso lo había excitado de una forma abrasadora. No podía dejar de mirarla, era perfecta para él. Llevaba el pelo rubio como la miel, que formaba ondas hasta media espalda, sujeto a la nuca y, de vez en cuando, se apartaba algunos mechones que se empeñaban en ocultar su bonita cara escapando del recogido.
Sus ojos grandes y marrones, profundos, intensos como lo era ella, su boca entreabierta mostrando una media sonrisa... Podía ver a través de la abertura de su boca su lengua rosada, tierna, lista para ser saboreada.
Su pecho subía y bajaba precipitado, no era ajena a su escrutinio. Sasha sabía que gustaba a las mujeres y normalmente le aburrían ese tipo de reacciones, pero con ella era diferente. Con ella, en lo único que podía pensar era en que lo complacía que se comportara así, que no pudiera disimular que se sentía atraída hacia él.
Se levantó de la silla y dejó que Paula contemplase la erección de la que la había advertido. Podía ver cómo la humedad había traspasado la tela del pantalón gris, oscureciendo la zona.
Ella contuvo un gemido. Había ido demasiado lejos.
Tenía que hacer algo, escapar, poner alguna excusa para librarse de él; de lo contrario, se temía que no iba a cumplir con una de las cláusulas del contrato. La de no estar con nadie que no fuese el Herr.
Cada vez lo tenía más cerca; se levantó y trató de poner algo de distancia entre ellos, pero su mirada tormentosa la tenía atrapada.
¿Qué ocultaban esos ojos que gritaban que estaban colmados de secretos?
—No debemos… —susurró.
—Pero lo deseo tanto —murmuró Sasha, perdido en su aroma.
Su boca se hizo con la de Paula, un beso intenso, apasionado, que le hablaba del apetito que sentía por ella. Era tan abrumador que la hizo gemir.
Le recordó vagamente a los besos del Herr. No podía traicionarlo, no debía… Él había sido el primero que le había enseñado que el sexo era bueno, agradable, y que no tenía que ser forzado, que era una elección.
Atrás iban quedando los recuerdos de su madre, de su sumisión, del hombre que la obligaba noche tras noche a estar con él…, que la golpeaba, que la menospreciaba. Una infancia que trataba de olvidar, unos recuerdos que la hicieron creer que el sexo no era bueno, que tan sólo era un disfrute para el hombre y una obligación para la mujer…
Una lágrima resbaló por su mejilla, no entendía por qué los recuerdos se empeñaban en salir de sus tumbas ahora, pero lo hacían.
Sasha se apartó al sentir que algo no iba bien. El juego perdió interés en el momento en que la notó sollozar.
—¿Estás bien? —preguntó conmovido al verla así.
—Lo siento, no puedo… Si deseas despedirme por no satisfacerte, adelante. Pero no puedo seguir adelante.
—No voy a despedirte por no querer estar conmigo, ¿cómo piensas eso?
—Es lo que suele suceder, ¿no?
Sus palabras lo golpearon duro. Muchas teorías diferentes pasaban por su mente, pero no deseaba darles cabida de momento.
—Claro que no, quiero que desees entregarte a mí. No obligarte.
—Entonces lo siento, no puedo.
—¿Por qué?
—Porque ya tengo un dueño.
Con esas palabras, que lo sacudieron duro en el estómago al saber que no tenía posibilidades de estar con ella, Sasha se quedó impasible mientras observaba cómo ella abandonaba el despacho limpiándose las lágrimas y agradecida porque él no la hubiese forzado.
Paula se alejaba con el deseo palpitando entre las piernas y el corazón desbocado, aliviada al mismo tiempo porque había logrado seguir fiel a su contrato, a su dueño, durante un mes y, además, se había asegurado de que Sasha no tomaría represalias laborales contra ella.
Sasha no podía creer que no se le hubiese pasado por la cabeza que tal vez ella ya tuviese compañero: el hecho de que él siguiese soltero era únicamente porque él siempre iba a estar solo, pero eso no incluía al resto de la humanidad.
De repente se despertó en su cuerpo un deseo feroz de hacerla suya y un sentimiento poderoso, parecido a los celos, por el desconocido que tenía la suerte de disfrutar de Paula, de su cuerpo y, tal vez también, de poseer su alma.
Sasha la necesitaba. Junto a ella, parecía que estaba en paz y su mente dejaba de torturarlo con el cuerpo de esa mujer misteriosa que se ocultaba bajo un antifaz.