CAPÍTULO 28

os pasos del baile son secretos. Sólo lo saben los pintados y las reinas. Junto con los dibujos del suelo del escenario, éstos indican a los observadores la estación del dragón en el cielo y lo que significa día a día, mes a mes. Y el que navega alejado de la vista de tierra firme puede surcar el mar a salvo hasta avistar tierra, aunque sólo el agua y el cielo lo rodeen.

Esas indicaciones fueron trazadas hace mucho tiempo por los sabios, y se incorporaron a la danza mucho antes de que nadie apoyara una pluma sobre un papel. Las indicaciones para navegar sin peligros se transmitieron de generación a generación mediante una danza extática.

Pero ése no es el único significado del baile. Como ya dije, Dugald me había dicho que no entendería el amor completamente hasta que amara, o hasta que me encontrara en medio de la batalla. Eso también es cierto con las danzas enseñadas por los pintados. Cada reina de las casas del cielo tiene un sentido diferente. El salmón, como ya expliqué, la castidad y la fertilidad. No gozan del amor hasta que no es el momento señalado, pero luego tienen muchos hijos. El lobo es el símbolo del deber y la habilidad. Raramente fallan en eso los lobos. El jabalí indica valor precipitado y valentía absoluta. Sin embargo, no es muy astuto, pero quien valore esas cualidades por encima de las demás adoptará su danza.

Nosotros, cada uno de los miembros de los pintados, practicamos la danza que mejor se adapta a cada persona. Cada uno sigue ese camino concreto a lo largo de su vida. Yo había elegido el camino del dragón, y lo iba a emprender esa misma noche.

El dragón es la sabiduría y el poder. Por eso es tan temido y a la vez ansiado. Nada es más poderoso que el dragón, del mismo modo que nada es más puro que el salmón o más valiente que el jabalí. Y cuando pones el pie por primera vez en ese camino, esperas, ruegas que de algún modo la sabiduría esté en tu corazón y te permita manejar tu inmenso poder ajena a la vanagloria y el egoísmo. Que tu espíritu no muera como un árbol que se pudre desde su interior, convertido el don en un defecto fatal y trágico.

Esto es todo lo que puedo deciros sobre el significado de la danza, a partir de aquí debéis buscar en vuestro corazón y comprobar que Dugald tenía razón. Hay cosas que no se pueden enseñar. Al menos, no con palabras.

Maeniel sentía que ésta era la razón por la que ningún sabio escribió nunca nada. Y el motivo por el que los druidas consignaron su sabiduría únicamente a su memoria. En el análisis definitivo, los escritos siempre son inútiles, siempre dependientes de las intenciones de su intérprete. A menudo, una mentalidad demasiado literal puede conducir a los estudiosos a la más extraña de las locuras. A veces es mejor dejar que los ávidos de saber intenten descubrir las profundidades del gran misterio por sí mismos, y aceptar que aquellos que toman el mismo camino no siempre ven el mismo final.

Hay modos de contenerse, de no comprometerse en el viaje. Pero yo los desprecio e incluso ahora, tras una vida de dolor y lucha, sigo creyendo que hice la elección correcta. Nunca le pedí que me los enseñase, sino que me entregué totalmente a mi destino.

Cuando llegamos al extremo del escenario, me quité el manto y dejé que todos los reunidos me observaran. El vestido de cadenas no pretendía cubrirme. Las cadenas anilladas sobre los hombros caían hacia atrás, dejando al descubierto mi pecho. Las que se apoyaban en mis caderas no me cubrían los dos costados, y cuando empecé a bailar supe que la falda ondulante no ocultaría nada.

En ocasiones, lo que somos es más importante que quiénes somos, y lo que representamos más importante que lo que intentamos alcanzar. También me rendí ante esa verdad.

Yo era la manzana madura en la rama más alta, el trigal verde dorándose bajo el sol del otoño. La montaña y el río repleto de peces, vestida con las ropas escarlatas del deseo. La muchedumbre había enmudecido, e incluso el viento pareció cesar cuando crucé el salón hacia el centro de la pista.

Entonces oí un murmullo de aprobación entre las personas agrupadas en la ladera. Las mujeres querrían ser yo, los hombres me querrían a mí… ése era el objetivo.

Volvió a hacerse el silencio. Había superado la primera prueba.

Hacía frío. Me acuerdo de eso. Pero era joven y mi sangre era caliente y me sonrojó la piel. La armadura se alzó, una tracería verde sobre el pecho y las caderas, las partes más descubiertas, dejándome menos desnuda.

Habíamos preparado el baile, Kyra y yo. Practicamos un método que compensara el suelo desigual. Ya veis, en ningún baile dado tienen por qué tomarse todos los caminos del laberinto. Cada bailarina (o bailarín, si se da el caso) encuentra su propio camino. Así que yo sabía lo que iba a hacer. Conocía cada paso. Cada giro y vuelta se había dispuesto para mí de antemano. Podría hacerlo con los ojos cerrados.

Cuando llegué al centro, me quedé en silencio, mirando a la vasta multitud que estaba en la ladera sobre el escenario. Alcé los brazos y empezó la música. Había practicado tanto que parecía que mis pies se deslizaran con el primer movimiento repetitivo de la danza sin que yo se lo ordenara.

Empieza con el sol. Todas son así, el ascenso y el descenso del sol en verano e invierno. Así los observadores saben, según cuántos giros haya en la espiral del sol y en qué dirección, qué mapa de las estrellas se está haciendo, sobre qué constelación trata la danza. Una vez dada esta información y otras más, la bailarina tiene libertad para interpretar el viaje del dragón para el pueblo. Ellos pueden leer los intrincados pasos dentro y fuera del laberinto. Y son ellos quienes los aceptan o rechazan.

No estoy segura de cómo puedo explicar lo que sucedió luego. No estoy segura de saber cómo. Dudo que alguien supiera. Pero no bailé siguiendo los pasos que Kyra y yo habíamos preparado tan cuidadosamente.

Por el contrario, me sentí a solas con el viento de la noche, el silencio y el mar. La luz de las antorchas y la fría piedra bajo mis pies eran la única realidad. Preguntamos y volvemos a preguntar la cuestión del abismo. Nos golpeamos contra el muro de la ignorancia que se alza entre nosotros y el último significado del universo. La última verdad que crece en el corazón de la misma creación.

Buscamos, llamamos envueltos de tinieblas, y anhelamos una respuesta. Ansiamos que, de alguna forma, lo que determina el principio de todas las cosas, el amante eterno, formule una respuesta que no nos destruya.

Yo luché. Yo busqué. Yo pregunté. Y tuve una respuesta.

Las palabras no sirven. No es que no puedan llegar al final de esta experiencia fundamental, es que ni siquiera pueden alcanzar su inicio. Es como si vivieras en un mundo en el que las nubes nunca se abren y tus ojos y tu mente nunca han sentido el sol. Entonces un día el cielo se despeja un instante y la luz rompe la barrera y transforma toda la creación. Aunque dure sólo un instante, ese instante puede significar una vida de iluminación trascendente y amor.

Porque Dios es eso: luz. El pensamiento, que es la luz de la mente, y el amor, que es la luz del corazón. Y son una misma cosa y no hay lugar dentro o fuera de la creación en el que no brille esa luz.

Y durante unos preciosos segundos, minutos, fue una sola cosa conmigo, y yo fui una sola cosa con la luz. Y nada más importa. Nada.

Bailé el ansia del espíritu humano por el cumplimiento del amor eterno. Dancé el arrobamiento que supone la contemplación del amor trascendente, el sentido, la belleza; donde el que busca, el que pregunta, el que ama, el que sueña, por un instante sabe lo que una mente meramente humana no podrá saber jamás. Y la silueta y el sentido de todas las cosas de la vida cambian, sufren una transformación, y no podemos contemplar algo tan pequeño como una brizna de hierba sin sentirla como parte del único misterio, la gran incógnita, la raíz y la lógica de la creación.

No, las palabras no pueden describirlo, no pueden llegar hasta el fondo. Ni siquiera pueden tocar la superficie.

Mis amigos me contemplaban, una figura verde y dorada que resplandecía, moviéndose por el laberinto de piedra, mi cuerpo, una columna viva de luz centelleante en contraste con la piedra gris.

—No está siguiendo los pasos que preparamos —susurró Kyra a Maeniel y Dugald.

—Ya lo sé —dijo Dugald—. Pero no es la danza lo que me preocupa, sino adónde conduce.

Porque me estaba acercando al borde del acantilado.

—Retrocederá —dijo Kyra.

Pero no lo hice. Bailé suspendida en el aire, con el abismo a mis pies.

A Kyra le subía un grito por la garganta, pero Dugald lo frenó tapándole la boca con la mano.

—Quedaos callados los dos —susurró a Kyra y Maeniel.

Mientras yo seguía bailando en un arco en el que antes había estado el escenario, en el viento, sobre el embate de las olas, bajo las estrellas. Y Dugald me dijo que llevé a todos los que me contemplaban conmigo, no en el milagro de alguien que baila sobre la nada, sino a través de la búsqueda de la humanidad de lo absoluto y lo trascendente. Una búsqueda que comenzó cuando las mentes de los hombres pusieron el nombre del día mismo a lo divino, la luz. Una búsqueda que todavía no ha terminado, tal vez nunca lo haga. Una sed que nunca se apaga, un hambre que nunca se sacia.

Pero una búsqueda sin la que no seríamos más que piedras ignorantes arrastradas por los remolinos sin fin del mar hasta deshacerse y desaparecer.

—¡Puede morir! —murmuró Kyra.

—Lo que intento decirte, mujer ignorante, es que si interrumpes su concentración seguro que muere.

Así que me observaron completar el arco sobre el mar enfurecido, regresar de nuevo al acantilado y después, volver a flotar sobre el aire, con el rostro sin muestras de ser consciente. No sólo del peligro que corría, sino también de dónde estaba cuando terminaba la última espiral del sol que marcaba el lugar donde debía terminar la danza. Volví al centro del escenario y me quedé inmóvil.

No sabía lo que había hecho. Sólo recuerdo un silencio abrumador hasta que oí el primer grito, después el segundo, y por último el tercero. E increíblemente un cuarto. El primero me honraba a mí, a mi esfuerzo. El segundo confirmaba mi candidatura. El tercero me coronaba, el trono del Dragón era mío por derecho. El cuarto, pocas veces oí un cuarto, me ordenaba seguir adelante.

Alcé los brazos e hice mi promesa a cambio.

—Es obligación y júbilo de las reinas dar reyes a su pueblo. Con todo mi corazón, me comprometo a cumplir mi obligación. Os traeré el rey más grande de todos los tiempos.