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«¡Todo para el frente!»

El plan para la operación Urano, la gran contraofensiva soviética contra el VI ejército, tuvo una gestación insólitamente larga, si uno considera la desastrosa impaciencia de Stalin del anterior invierno. Pero esta vez su deseo de venganza contribuyó a controlar su impetuosidad.

La idea original se remontaba al sábado 12 de septiembre, el día en que Paulus se encontró con Hitler en Vinnitsa, y en el que Zhukov fue llamado al Kremlin después de los fallidos ataques contra el flanco norte de Paulus. Vasilevski, el jefe del estado mayor general, estaba también presente. Allí, en el despacho de Stalin, rodeado por los retratos recién colgados de Alexandr Suvorov, el azote de los turcos en el siglo XVIII, y el de Mijail Kutuzov, el empecinado adversario de Napoleón, se hizo que Zhukov explicara otra vez qué había ido mal. Él se concentró en el hecho de que los tres ejércitos con menos fuerza combativa enviados al ataque habían carecido de artillería y tanques.

Stalin exigió saber lo que era necesario. Zhukov replicó que deberían conseguir otro ejército con la fuerza combativa, apoyado por un cuerpo de tanques, tres brigadas blindadas y al menos 400 obuses, todo respaldado por un ejército de aviación. Vasilevski estuvo de acuerdo. Stalin no dijo nada. Alzó el mapa marcado con las reservas de la Stavka y comenzó a estudiarlo solo. Zhukov y Vasilevski se retiraron a un rincón del salón. Murmuraron entre sí, hablando del problema. Coincidían en que debía encontrarse otra solución.

Stalin poseía un oído más agudo del que ellos pensaban. «¿Y qué —dijo— significa "otra" solución?». Los dos generales se sorprendieron. «Vayan al estado mayor general —les dijo— y reflexionen con mucho cuidado qué debe hacerse efectivamente en el área de Stalingrado».

Zhukov y Vasilevski regresaron la noche siguiente. Stalin no perdió el tiempo. Para su sorpresa recibió a los dos generales con un apretón de manos formal.

—Bueno, ¿qué traen ustedes? —preguntó—. ¿Quién hace el informe?

—Cualquiera —replicó Vasilevski—. Somos de la misma opinión.

Los dos generales habían pasado el día en la Stavka, estudiando las posibilidades y la proyectada creación de los nuevos ejércitos y cuerpos acorazados para los dos meses venideros. Cuanto más miraban el mapa del saliente alemán, con los dos flancos vulnerables, más se convencían de que la única solución digna de considerar era una que «variara la situación estratégica en el sur de modo decisivo». La ciudad de Stalingrado, sostenía Zhukov, debería ser defendida con una batalla de desgaste, con sólo las tropas suficientes para mantener viva la defensa. No debían desperdiciarse formaciones en contraataques menores, a no ser que fueran absolutamente necesarios para impedir al enemigo que tomara todo el margen occidental del Volga. Entonces, mientras los alemanes se centraban enteramente en capturar la ciudad, la Stavka reuniría secretamente nuevos ejércitos detrás de las líneas para un gran cerco, utilizando profundas acometidas más allá de la punta del vértice.

Stalin mostró primero poco entusiasmo. Temía que pudieran perder Stalingrado y sufrir un nuevo golpe humillante, a no ser que hicieran algo enseguida. Sugirió un compromiso, situando los puntos de ataque mucho más cerca de la ciudad, pero Zhukov respondió que el grueso del VI ejército también estaría mucho más cerca y podría ser desplegado otra vez contra las fuerzas que los atacaban. Finalmente, Stalin vio la ventaja de esta operación tan ambiciosa.

La gran ventaja de Stalin frente a Hitler era su carencia de vergüenza ideológica. Después de los desastres de 1941, no tenía el menor reparo en revivir el pensamiento militar ridiculizado de los años veinte e inicios de los treinta. La teoría de las «operaciones en profundidad» con «ejércitos de choque» mecanizados para aniquilar al enemigo no tenía ya que permanecer en la clandestinidad como un culto herético. En la noche del 13 de septiembre Stalin dio a este plan de operaciones en profundidad su total respaldo. Instruyó a los dos hombres para que implantaran «un régimen de la más estricta reserva». «Nadie, fuera de nosotros tres, debe saber de esto por ahora». La ofensiva se llamaría operación Urano.

Zhukov no era sólo un gran planificador, era el mejor ejecutor de los planes. Incluso Stalin se sentía impresionado por su implacabilidad en la persecución de un objetivo. Zhukov no quería repetir los errores de inicios de septiembre con ataques al norte de Stalingrado, utilizando tropas sin entrenamiento y mal equipadas. La tarea de entrenamiento era enorme. Zhukov y Vasilevski enviaron divisiones del ejército de reserva, tan pronto como estaban formadas, a las zonas relativamente tranquilas del frente para entrenarlas bajo el fuego. Esto también tenía la involuntaria ventaja de confundir a la inteligencia militar alemana. El coronel Reinhard Gehlen, el jefe sumamente enérgico pero sobrevalorado de la Fremde Heere Ost, comenzó a sospechar que el Ejército Rojo estaba planeando una gran ofensiva de distracción contra el grupo de ejércitos del centro.

Los informes de reconocimiento y los interrogatorios de prisioneros confirmaron la sospecha original de que la operación Urano debía dirigirse a los sectores rumanos en cada flanco del VI ejército. En la tercera semana de septiembre, Zhukov hizo un viaje por el flanco norte del saliente alemán en el mayor secreto. Una noche se le ordenó a Alexandr Glichov, un teniente de la compañía de reconocimiento de la 221.ª división de fusileros, presentarse en el cuartel general de división. Allí vio dos coches Willy del estado mayor. Un coronel lo entrevistó y luego le dijo que entregara su metralleta y se pusiera en la parte delantera de uno de los coches del estado mayor. Su tarea era guiar a un alto oficial por el frente.

Glichov tuvo que esperar hasta la medianoche a que una figura fornida, no muy alta y casi empequeñecida por sus guardaespaldas, saliera del búnker del cuartel general. El alto oficial subió a la parte trasera del coche sin decir palabra. Glichov siguiendo instrucciones, guió al conductor de un puesto de mando de cada unidad a otro a lo largo del frente. Cuando volvieron poco antes del amanecer, se le devolvió su metralleta y se le dijo que volviera a su división con el mensaje de que había cumplido su tarea. Muchos años después de la guerra, supo de su antiguo oficial de mando que Zhukov era el alto oficial que había escoltado esa noche, a veces hasta 180 m dentro de las líneas alemanas. Puede que no hubiera sido necesario para el comandante supremo entrevistar a cada comandante de unidad en persona sobre el terreno y las fuerzas contrarias, «pero Zhukov era Zhukov».

Mientras Zhukov hacía esta inspección secreta a lo largo del flanco norte, Vasilevski había visitado los 64.°, 57.° y 51.° ejércitos al sur de Stalingrado. Vasilevski exigió un avance que rebasara las líneas de los lagos salados en la estepa. No dio la verdadera razón, que era establecer una zona bien protegida para la operación Urano.

El secreto y el engaño eran vitales para camuflar sus preparativos, y sin embargo el Ejército Rojo tenía dos ventajas aún más eficaces a su favor. La primera era que Hitler se negaba a creer que la Unión Soviética tuviera ejércitos de reserva, por no hablar de las grandes formaciones de tanques necesarias para las operaciones en profundidad. La segunda equivocación alemana era aún más útil, aunque Zhukov nunca lo reconoció. Todos los ineficaces ataques organizados contra el XIV cuerpo blindado en el flanco norte cerca de Stalingrado habían hecho que el Ejército Rojo pareciera incapaz de organizar una ofensiva peligrosa en la región, por no decir nada de un cerco veloz y masivo de todo el VI ejército.

Durante el verano, cuando Alemania estaba produciendo aproximadamente 500 tanques al mes, el general Halder le había dicho a Hitler que la Unión Soviética estaba produciendo 1200 al mes. El Führer dio un puñetazo en la mesa y dijo que eso era imposible. Sin embargo, esta cifra era demasiado baja. En 1942, la producción soviética de tanques se elevó de 11 000 durante el primer semestre a 13 600 en el segundo, lo que hacía un promedio de más de 2200 al mes. La producción de aviones también estaba creciendo de 9600 durante el primer semestre a 15 800 durante el segundo.

La sola insinuación de que la Unión Soviética, privada de importantes regiones industriales, pudiera producir más que el Reich, llenaba a Hitler de una furiosa incredulidad. Los caudillos nazis se habían negado siempre a reconocer la fuerza del sentimiento patriótico ruso. También subestimaron el despiadado programa de evacuación de la industria a los Urales y de militarización de los trabajadores. Más de 1500 fábricas habían sido evacuadas desde las regiones occidentales de la Unión Soviética hasta detrás del Volga, particularmente a los Urales, y reorganizadas por ejércitos de técnicos trabajando como burros durante el invierno. Pocas fábricas tenían calefacción. Muchas no tenían ventanas al comienzo o tejados adecuados. Una vez comenzada la línea de producción, nunca paraban, a no ser que hubiera un colapso, fallas eléctricas o escasez de ciertas piezas. Los trabajadores planteaban menos problemas. Las autoridades soviéticas simplemente reclutaban nuevas poblaciones de trabajadores. La burocracia soviética desperdició el tiempo y el talento de sus civiles, y despilfarró sus vidas en accidentes industriales, con tanta indiferencia por el individuo como los planificadores militares mostraban hacia sus soldados, y sin embargo el sacrificio colectivo —forzado y voluntario a la vez— representó un logro aterradoramente impresionante.

En un momento en que Hitler todavía rehusaba contemplar la idea de mujeres alemanas en las fábricas, la producción soviética dependía de la movilización masiva de madres e hijas. Decenas de miles de mujeres trabajadoras —«combatientes en monos»— balanceando torretas de tanques desde los montacargas hasta las líneas de producción, o dobladas sobre tornos, creían apasionadamente en lo que estaban haciendo para ayudar a los hombres. Los carteles no cesaban de reconocerles su papel: «¿Cuál es tu contribución al frente?».

Cheliabinsk, el gran centro de las industrias de guerra en los Urales, se hizo conocido como Tankogrado. Pronto, se crearon escuelas para entrenar tanquistas cerca de las fábricas. El Partido organizó vínculos entre trabajadores y regimientos, mientras las fábricas hacían colectas para pagar más tanques. Un artillero de tanques llamado Minakov compuso un rima que cautivó el gusto de las líneas de producción de los Urales:

¡Para acabar con el enemigo

Para alegrar al amigo

No hay mejor máquina

que el T-34!

Algunos sugirieron después que los trabajadores de la línea de producción debían formar el primer regimiento de tanques voluntarios de los Urales. Los organizadores afirmaron haber recibido, a las treinta y seis horas de haber colgado el primer cartel, «4363 solicitudes para unirse al regimiento de tanques, de las cuales 1253 eran de mujeres».

Incluso los campos de trabajadores esclavos dedicados a la producción de munición lograron un nivel bastante más alto que sus homólogos en Alemania. Había también muchos menos casos de sabotaje. Los prisioneros del Gulag todavía creían en la derrota del invasor.

La ayuda de los aliados es rara vez mencionada en los relatos soviéticos, por razones de propaganda, pero su contribución para mantener al Ejército Rojo luchando en el otoño de 1942 no debería pasarse por alto. Stalin se quejó a Zhukov de la calidad de los cazas Hurricane ofrecidos por Churchill, y los tanques que los británicos y estadounidenses proporcionaron no se podían comparar con el T-34. Las consignaciones de municiones, botas y sobretodos británicos eran igualmente impopulares entre los soldados soviéticos, por su inutilidad para la guerra invernal. Pero los vehículos estadounidenses —especialmente los camiones y todoterrenos Ford, Willy y Studebaker— y la comida (fueran los millones de toneladas de trigo en sacos blancos estampados con el águila americana o las latas de Spam, carne de cerdo en conserva, o de carne de vaca de Chicago), significaron una enorme diferencia, aunque no reconocida, en la capacidad de la Unión Soviética de resistir.

Zhukov sabía la importancia de tener los comandantes apropiados para la guerra mecanizada. A fines de septiembre, persuadió a Stalin para que nombrase al general Konstantin Rokossovski, una antigua víctima de la NKVD de Beria, comandante del frente del Don, que se extendía desde el extremo norte de Stalingrado hacia el oeste, hasta Kletskaya, un poco más allá del gran meandro del Don. Al mismo tiempo el teniente general Nikolai Vatutin fue puesto al mando del nuevo frente sudoeste en el flanco derecho de Rokossovski, delante del 3.er ejército rumano.

El 17 de octubre, el cuartel general del frente del Don dio la orden de que todos los civiles «comprendidos en 25 km de la línea del frente» debían estar evacuados para el 29 de octubre. Aparte de las consideraciones de seguridad, las autoridades militares deseaban poder ocultar a las tropas en las aldeas de día, durante la marcha de aproximación. Era una operación considerable, pues los evacuados debían llevar «su propio ganado, ovejas, cerdos, gallinas y alimento para un mes». Las vacas debían servir como animales de acarreo, y todos los tractores de las granjas colectivas, cosechadoras y otras máquinas valiosas debían ser retiradas. Varios miles de civiles fueron reclutados en cuerpos de construcción de más de 100 000 personas para reparar los caminos y puentes en la ruta de Saratov-Kamishin-Stalingrado y todas las demás vías que iban hacia el frente.

Desde el nuevo ferrocarril Saratov-Astracán, las líneas se derivaban a estaciones terminales en la estepa donde las reservas de la Stavka se apearían, muy a la retaguardia, antes de seguir hacia las áreas de concentración tras el frente. El esfuerzo del sistema ferrocarrilero soviético, movilizando 1300 vagones al día para los tres frentes, era inmenso. La confusión era inevitable. Una división fue dejada en los trenes de tropas durante casi dos meses y medio en los apartaderos de Uzbekistán.

El plan de la operación Urano era simple, aunque audazmente ambicioso en su enfoque. El principal asalto, a más de 160 km. al oeste de Stalingrado, sería lanzado hacia el sudeste desde la cabeza de puente de Serafimovich, un tramo de 65 km al sur del Don que el 3.er ejército rumano no había podido ocupar. Este punto de ataque estaba tan lejos en la retaguardia del VI ejército que las fuerzas motorizadas alemanas alrededor de Stalingrado no podrían reaccionar a tiempo para alterar el resultado. Entre tanto, un ataque interior proyectado desde otra cabeza de puente al sur del Don, en Kletskaia, tras atacar la retaguardia del XI cuerpo del ejército de Strecker, se extendería a través de los meandros mayores y menores del Don. Finalmente, desde el sur de Stalingrado, otra ofensiva acorazada atacaría hacia el noroeste para coincidir con el principal ataque alrededor de Kalach. Esto marcaría el cerco del VI ejército de Paulus y parte del 4.° ejército blindado de Hoth. En conjunto un 60 por ciento del total de las fuerzas de tanques del Ejército Rojo estaba dedicado a la operación Urano.

La seguridad soviética resultó mejor de lo que se podría haber esperado, considerando el numero de prisioneros y desertores del Ejército Rojo que pasaban a manos de la Wehrmacht. La inteligencia alemana no pudo identificar durante el verano de 1942 la creación de cinco nuevos ejércitos de tanques (cada uno equivalente aproximadamente a un cuerpo blindado) y de quince cuerpos de tanques (cada uno de ellos equivalente a una división blindada fuerte). A medida que se acercaba el momento del castigo, el Ejército Rojo prestaba mucha atención a maskirovka, un término que englobaba el engaño, el camuflaje y la seguridad operativa, reduciendo la cantidad de intercambios por radio. Las órdenes eran dadas en persona y no por escrito. Las medidas de engaño activo incluían acelerar la actividad en torno a Moscú. Los alemanes identificaron el ángulo saliente de Rzhev como el área más probable para una ofensiva soviética en noviembre. Mientras tanto, en el sur, a las divisiones en la línea del frente en todos los sectores vitales para la operación Urano se les ordenó construir líneas defensivas, puramente para provecho del reconocimiento aéreo alemán, mientras el frente de Voronezh, que no estaba implicado, recibía órdenes de preparar equipos para puentes y barcos, como para una ofensiva.

La actividad de las tropas en otros sectores se escondía con la construcción de defensas, que daban la impresión opuesta de los planes para una ofensiva. Las marchas de acercamiento de formaciones para la operación Urano se hacían de noche, y las tropas se ocultaban durante el día, una tarea difícil en la desnuda estepa, pero las técnicas de camuflaje del Ejército Rojo eran notoriamente eficaces. Se construyeron no menos de diecisiete falsos puentes sobre el Don para distraer la atención de la Luftwaffe de los cinco verdaderos, por los cuales cruzaron el 5.° ejército de tanques, el 4.° cuerpo de tanques, dos cuerpos de caballería y numerosas divisiones de fusileros.

Al sur de Stalingrado, el 13.° cuerpo mecanizado, el 4.° cuerpo mecanizado, el 4.° cuerpo de caballería y las formaciones de apoyo (en conjunto más de 160 000 hombres, 430 tanques, 550 cañones, 14 000 vehículos y más de 10 000 caballos), fueron traídos en tandas por el bajo Volga durante la noche; una operación difícil y peligrosa, ya que por el río bajaban témpanos de hielo. Tenían que ser camuflados al amanecer. El Ejército Rojo desde luego no podía esperar ocultar la operación que preparaba, pero, como dijo un historiador, su «hazaña más grande fue encubrir la magnitud de la ofensiva».

A inicios de otoño de 1942, la mayoría de los generales alemanes, aunque no compartían el convencimiento de Hitler de que el Ejército Rojo estaba acabado, seguramente lo consideraban al borde del agotamiento. Los oficiales del estado mayor, por otra parte, tendían a adoptar una opinión más escéptica. Cuando el capitán Winrich Behr, un oficial muchas veces condecorado del Afrika Korps, se unió al cuartel general del VI ejército, el teniente coronel Niemeyer, jefe de inteligencia, le dio la bienvenida con una valoración mucho más sombría de la que había esperado. «Mi querido amigo —dijo—, venga y vea el mapa de la situación. Mire todas las marcas rojas. Los rusos están comenzando a concentrarse en el norte aquí, y en el sur aquí». Niemeyer percibió que los altos oficiales, aunque preocupados por la amenaza a sus líneas de comunicación, no tomaban el peligro del cerco seriamente.

Paulus y Schmidt, que vieron todos los informes de Niemeyer, pensaron que su preocupación era exagerada. Ambos generales esperaban ataques bastante duros de la artillería y los tanques, pero no una gran ofensiva en profundidad en su retaguardia, utilizando la propia táctica alemana Schwerpunkt. (Después del suceso, Paulus parece haber caído en el error muy humano de convencerse de que había visto el verdadero peligro todo el tiempo. Schmidt, no obstante, fue bastante franco al admitir que habían subestimado gravemente al enemigo). El general Hoth, por otra parte, parece haber tenido una visión mucho más clara de la amenaza planteada por un ataque desde el sur de Stalingrado.

La mayoría de los generales en Alemania estaban convencidos de que la Unión Soviética era incapaz de dos ofensivas, y la valoración del coronel Gehlen, aunque deliberadamente ambigua para cubrir toda posibilidad, continuaba señalando un ataque contra el grupo de ejércitos del centro como la zona más probable para una gran ofensiva en el invierno. Su organización no fue capaz de identificar la presencia del 5.° ejército de tanques en el frente del Don, delante de los rumanos. Sólo una señal interceptada poco antes de la ofensiva indicaba su participación.

El aspecto más sorprendente en este período fue la evidente presunción de Paulus y Schmidt de que, una vez que el estado mayor del VI ejército había enviado sus informes, nada más podía hacerse puesto que los sectores amenazados caían fuera de su zona de responsabilidad. Esta pasividad era totalmente contraria a la tradición prusiana, que consideraba que la inactividad, el esperar las órdenes y el dejar de pensar por sí mismos eran imperdonables en un comandante. Hitler, por supuesto, se había propuesto aplastar esa independencia en sus generales, y Paulus, que por carácter era más un oficial de estado mayor que un comandante de campaña, había accedido.

Paulus ha sido responsabilizado muchas veces por no haber desobedecido a Hitler luego, una vez que la dimensión del desastre era evidente, pero su verdadero error como comandante fue no prepararse para enfrentar la amenaza. Era su propio ejército el que estaba amenazado. Todo lo que necesitaba hacer era retirar la mayor parte de sus blindados de la inútil batalla en la ciudad para preparar una sólida fuerza motorizada lista para reaccionar rápidamente. Debería haber reorganizado los depósitos de suministros y municiones para asegurar que sus vehículos se mantendrían listos para movilizarse de inmediato. Este grado comparativamente reducido de preparación —y la desobediencia al cuartel general del Führer— habría dejado al VI ejército en posición de defenderse efectivamente en el momento crítico.

Hitler había decretado en una instrucción del Führer del 30 de junio que las formaciones no debían tener contacto con sus vecinos. Con todo, los miembros del estado mayor del cuartel general persuadieron al general Schmidt de ignorar esta orden. Un oficial del VI ejército con un aparato inalámbrico fue adscrito a los rumanos del noroeste. Este era el teniente Gerhard Stock, que había ganado una medalla de oro en el lanzamiento de jabalina en las olimpiadas de Berlín de 1936. El general Strecker hizo también arreglos para enviar un oficial de enlace del XI cuerpo.

La primera advertencia de un fortalecimiento en el flanco del Don había llegado a fines de octubre. El general Dumitrescu, el comandante en jefe del 3.er ejército rumano, había sostenido desde hace tiempo que su sector sólo podía ser defendido si es que su ejército ocupaba todo el margen del Don, utilizando el mismo río como el principal obstáculo antitanque. Dumitrescu había recomendado tomar el resto del margen meridional a fines de septiembre, pero el grupo de ejércitos B, aunque aceptaba su argumento, explicó que todas las tropas sobrantes debían ser concentradas en Stalingrado, cuya captura todavía se suponía inminente.

Una vez que los rumanos comenzaron a notar el fortalecimiento del enemigo, comenzaron a estar cada vez más ansiosos. Cada una de sus divisiones, sólo siete batallones de hombres, tenía que cubrir un frente de 20 km Su mayor defecto era la falta de armas antitanques efectivas. Tenían sólo unos cañones antitanque Pak de 37 mm tirados por caballos, que los rusos apodaron «el que llama a la puerta» porque sus balas no podían penetrar la coraza de los T-34. Las baterías de la artillería rumana estaban también muy escasas de munición, porque la prioridad había sido el VI ejército.

El estado mayor de Dumitrescu informó de su preocupación al cuartel general del grupo de ejércitos el 29 de octubre, y el mariscal Antonescu también llamó la atención de Hitler hacia la peligrosa situación en que se encontraban sus tropas, pero Hitler, que todavía estaba a la espera de noticias de la conquista final de Stalingrado casi de un día para otro, también estaba distraído por otros acontecimientos decisivos. La retirada de Rommel de la batalla de El Alamein fue seguida pronto por advertencias de que una flota angloamericana se aproximaba para invadir el norte de África. El desembarco de la operación Antorcha también puso su atención en Francia. La entrada de fuerzas alemanas en la zona no ocupada tuvo lugar el 11 de noviembre, día en que Paulus lanzó su ataque final contra Stalingrado.

Para entonces las advertencias de una ofensiva soviética contra el saliente se habían comenzado a acumular rápidamente. El oficial de enlace informó el 7 de noviembre de que «el 3.er ejército rumano está a la espera de un fuerte ataque enemigo con tanques el 8 de noviembre en el sector Kletskaia-Raspopinskaia». El único problema era que los rumanos continuamente esperaban que la ofensiva rusa comenzara en las próximas veinticuatro horas, y cuando nada pasaba, especialmente después de que el vigésimo quinto aniversario de la revolución transcurriera sin novedad, esto comenzó a tener el efecto del pastorcito que gritaba que venía el lobo.

El general von Richthofen, por otra parte, estaba cada vez más convencido por los datos de sus escuadrones de reconocimiento aéreo. Incluso durante el ataque de Paulus el 11 de noviembre, desvió parte del VIII cuerpo aéreo para atacar las concentraciones rusas delante del 3.er ejército rumano. El día siguiente escribió en el diario: «En el Don, los rusos están realizando resueltamente preparativos para una ofensiva contra los rumanos. El VIII cuerpo aéreo, el conjunto de la 4.ª flota aérea y la fuerza aérea rumana siguen atacándolos continuamente. Sus reservas se han concentrado ahora. ¿Cuándo, me pregunto, vendrá el ataque?».

El 14 de noviembre, escribió: «El clima está cada vez peor, con nieblas que hacen que las alas se congelen y tormentas de lluvia helada. En el frente de Stalingrado está todo tranquilo. Nuestros bombarderos han llevado a cabo ataques exitosos contra los ferrocarriles al Este de Stalingrado, dislocando el flujo de refuerzos y suministros. Los cazas y los cazabombarderos han estado concentrándose en aplastar la marcha rusa hacia el Don».

Los bombardeos rasantes de los aviones alemanes sobre las áreas de la retaguardia soviética atraparon a parte del 5.° ejército de tanques y estuvieron a punto de causar dos bajas importantes. La aviación alemana sorprendió a Jruschov y Yeremenko en Svetli-Yar, donde estaban recibiendo a una delegación de Uzbekistán que traía treinta y siete vagones de tren con presentes para los defensores de Stalingrado, consistentes en vino, cigarrillos, melón seco, arroz, manzanas, peras y carne.

La reacción a la amenaza de los diversos niveles de mando (el cuartel general del Führer, el del grupo de ejércitos B y el del VI ejército) no sólo tuvo el inconveniente de haber sido demasiado limitada y tardía. Las contagiosas ilusiones de Hitler también desempeñaron un papel. Se escudó dando órdenes para que se reforzara a los rumanos con tropas alemanas y campos minados, pero se negó a aceptar que no hubiera recursos ni suficientes formaciones disponibles.

Todo lo que quedaba para fortalecer el amenazado flanco norte era el XLVIII cuerpo blindado, dirigido por el teniente general Ferdinand Heim, ex jefe del estado mayor de Paulus. En el papel esta formación parecía poderosa, con la 14.ª división blindada, la 22.ª división blindada y la 1.ª división blindada rumana, así como con un batallón antitanque y un batallón motorizado de artillería, pero con un examen más detallado resultaba mucho menos impresionante. Todo el cuerpo blindado sumaba menos de cien tanques modernos útiles entre las tres divisiones.

La 14.ª división blindada, que había sido destruida en la lucha por Stalingrado, no había tenido oportunidad de rehacerse. El contingente rumano estaba equipado con tanques ligeros Skoda de Checoslovaquia, que no tenían la menor oportunidad ante los T-34 rusos. La 22.ª división blindada, como formación de reserva, había padecido una aguda escasez de combustible, y durante su largo período de inmovilidad, los ratones se habían refugiado del duro clima en los cascos de los carros. Habían roído el aislamiento de los cables eléctricos y no había repuestos disponibles de inmediato. Entre tanto, otros regimientos de la división eran continuamente segmentados, y enviados de aquí para allá en respuesta a las demandas de ayuda de las unidades rumanas. Para calmar a los rumanos, se mandaban destacamentos tan mínimos como los formados por dos tanques y un par de cañones antitanques en «una búsqueda inútil» de un sector a otro, como si se tratara de un ejército teatral cada vez menos convincente. El ayudante del Führer en la Luftwaffe, Nicolaus von Below, aseguraba que «Hitler estaba mal informado de la calidad de este cuerpo blindado», pero incluso aunque eso fuera exacto, él era quién había creado la atmósfera en donde el estado mayor de su cuartel general evitaba las verdades incómodas.

Al sur de Stalingrado, la única formación de reserva tras el VI cuerpo rumano era la 29.ª división de infantería motorizada, pero el 10 de noviembre se le dijo que «al recibir la contraseña "Hubertusjagd" debía salir cuanto antes hacia Perelazovski, en el área del 3 er ejército rumano». Perelazovski era el punto central del XLVIII cuerpo blindado. Pese a todas las advertencias del general Hoth, la amenaza al flanco sur no fue tomada seriamente.

El clima en la primera quincena de noviembre hizo difíciles las marchas forzadas de las formaciones soviéticas. La lluvia helada fue seguida por fuertes y súbitas heladas. Muchas unidades, con las prisas por preparar la operación Urano, no habían recibido los uniformes de invierno. No sólo escaseaban los guantes y los gorros, sino incluso elementos básicos tales como los escarpines utilizados en vez de los calcetines.

El 7 de noviembre, mientras la 81.ª división de caballería del 4.° cuerpo de caballería cruzaba la estepa de los calmucos en el flanco sur, catorce hombres, sobre todo uzbecos y turcomanos, que no habían recibido los uniformes de invierno, murieron por congelamiento «debido a la irresponsable actitud de los comandantes». Los oficiales cabalgaban delante, sin saber lo que pasaba detrás. Los soldados congelados se caían de los caballos, incapaces de sostenerse, y los suboficiales, sin saber qué hacer, los lanzaban a las carretas donde terminaban muriendo. Sólo en un escuadrón perdieron treinta y cinco caballos. Algunos soldados trataron de eludir la batalla próxima. En la 93.ª división de fusileros, durante la marcha, hubo siete casos de heridas auto infligidas, y dos desertores fueron capturados. «En los próximos días —informó el frente de Stalingrado a Shcherbakov— otros traidores serán procesados, entre ellos un miembro del Partido Comunista, que cuando estaba de guardia se disparó en la mano izquierda».

El nerviosismo llenaba cada vez más la atmósfera del Kremlin, sobre todo desde que Georgy Zhukov tenía la poco envidiable tarea de advertir a Stalin de que el inicio de la operación Urano tenía que ser pospuesto diez días, hasta el 19 de noviembre. Las dificultades de transporte, principalmente la escasez de camiones, significaban que las formaciones atacantes no habían aún recibido su asignación de combustible y municiones. Stalin, aunque temía que el enemigo tuviera noticia de lo que se preparaba y escapara de la trampa, no tenía más alternativa que aceptar. Importunó a la Stavka pidiendo información sobre cualquier cambio en la disposición del VI ejército. Luego, el 11 de noviembre, Stalin se mostró ansioso de que no tuvieran suficientes aviones para mantener a raya a la Luftwaffe. Pero la escala y el detalle de los planes de Zhukov finalmente lo tranquilizaron. Esta vez, intuyó, se vengarían por fin.

Zhukov y Vasilevski volaron de vuelta a Moscú para informarle el 13 de noviembre. «Podíamos decir que estaba satisfecho —escribió Zhukov— porque fumaba su pipa pausadamente, se alisaba el mostacho y nos escuchó sin interrumpir».

La inteligencia del Ejército Rojo, por primera vez, había hecho un decidido intento de coordinar sus diversas fuentes. Era su primera oportunidad real de ponerse a prueba desde los desastres anteriores, que se debían en gran parte a las obsesivas ideas preconcebidas de Stalin, que omitía totalmente cualquier material fiable que se generaba.[24] La mayor parte del material de inteligencia procedía de «lenguas» capturadas por las patrullas de reconocimiento, ataques de tanteo y reconocimientos aéreos. Las señales de inteligencia de las unidades de radio también servían para confiar la identidad de una serie de formaciones alemanas. El reconocimiento de la artillería funcionaba bastante bien, con el general Voronov supervisando las concentraciones de regimientos en los sectores clave. Los zapadores, entretanto, levantaban mapas de los campos minados propios y enemigos con anterioridad. El principal problema era la niebla que se congelaba al tocar el suelo, de lo que el general von Richthofen se había también quejado amargamente.

El 12 de noviembre, la primera nevada fuerte coincidió con una serie de misiones de reconocimiento. Con trajes de camuflaje blanco se enviaron grupos a capturar alemanes que comprobaran si nuevas formaciones se habían trasladado a los sectores seleccionados para la irrupción. La compañía de reconocimiento de la 173.ª división por primera vez descubrió que los alemanes preparaban búnkeres de hormigón. Otros prisioneros tomados por patrullas de asalto de uno a otro lado del frente pronto confirmaron que aunque se había ordenado hacer búnkeres de hormigón, las nuevas formaciones no habían llegado. En el frente del 3.er ejército rumano, descubrieron que los altos oficiales habían requisado todos los materiales para revestir de hormigón primero sus cuarteles generales en la retaguardia, y que no había nada para las posiciones en la primera línea. Las tropas rusas de estos sectores donde la ofensiva estaba a punto de tener lugar «sabían que algo estaba ocurriendo, pero no sabían exactamente de qué se trataba».

La principal preocupación en Moscú era la falta de información fiable sobre la situación de la moral del VI ejército. Hasta entonces, en la lucha alrededor de Stalingrado, ni siquiera el más trivial documento del cuartel general había sido interceptado, de modo que, aparte de una que otra carta y órdenes de nivel inferior, poco se tenía para seguir adelante. Finalmente, el 9 de noviembre, el general Ratov, de la inteligencia del Ejército Rojo, recibió un documento interceptado de la 384.ª división de infantería situada enfrente del meandro menor del Don, una mezcla de regimientos sajones y austriacos. Vio inmediatamente que aquí tenía por fin la evidencia que habían estado esperando. Copias traducidas fueron enviadas a Stalin, Beria, Molotov, Malenkov, Voroshilov, Vasilevski, Zhukov y Aleksandrov, jefe de la división de propaganda y agitación. El general Ratov podía sin duda imaginar el regocijo que su contenido suscitaría en el corazón del gran jefe. Eran doblemente alentadoras, pues esta formación de Dresde no había participado de la lucha en las calles de Stalingrado.

«Soy muy consciente del estado de esta división —escribía el general barón von Gablenz a todos los comandantes de la 384.ª división de infantería—. Sé que no le quedan fuerzas. No es sorprendente y haré todos los esfuerzos para mejorar el estado de la división, pero el combate es cruel y se hace más cruel cada día. Es imposible cambiar la situación. El letargo de la mayoría de los soldados debe corregirse con una jefatura más activa. Los comandantes deben ser más severos. En mi orden del 3 de septiembre de 1942, n° 187-42, estipulé que aquellos que desertaran de su puesto deben comparecer ante la corte marcial… Actuaré con toda la severidad que la ley exige. Aquellos que se duerman en sus puestos en la línea del frente deben ser castigados con la muerte. No debería haber dudas sobre esto. En la misma categoría está la desobediencia… expresada de las siguientes formas: falta de cuidado de las armas, del cuerpo, de la ropa, de los caballos y del equipo mecanizado». Los oficiales deben advertir a sus soldados que «deberían contar con permanecer en Rusia durante todo el invierno».

Las formaciones soviéticas motorizadas, que habían sido camufladas detrás de las líneas, avanzaron a sus posiciones de partida. Se hizo una pantalla de humo para cubrirlas cuando cruzaban el Don hacia las cabezas de puente, y se pusieron altavoces de las compañías de propaganda que propagaban música y mensajes políticos a todo volumen, exactamente detrás de la línea del frente, para tapar el ruido de los motores.

En los frentes de los tres «ejes de Stalingrado», se habían concentrado más de un millón de hombres. El general Smirnov, jefe de los servicios médicos, tenía 119 hospitales de campaña con 62 000 camas listas para las bajas. Se dieron las órdenes tres horas antes del ataque. Se dijo a las unidades del Ejército Rojo que debían hacer un ataque en profundidad contra la retaguardia del enemigo. No se mencionó el cerco. Las tropas estaban intensamente exaltadas al pensar que los alemanes no sabían lo que estaba a punto de atacarlos. Comenzaba la revancha. Los vehículos fueron examinados una y otra vez. Les esperaban grandes distancias. Sus motores fueron escuchados «como un médico auscultando un corazón». El momento de escribir cartas, afeitarse, lavar las vendas de los pies y jugar al ajedrez o al dominó había terminado. «Se ordenó a los hombres y los comandantes que descansaran, pero estaban demasiado emocionados. Todos repasaban mentalmente si habían cumplido realmente con todo».

En la víspera de la batalla, los alemanes no se daban cuenta de que el día siguiente sería muy diferente. El informe diario del VI ejército era breve: «En todo el frente, no hay cambios importantes. El hielo acumulado en el Volga es más débil que ayer». Esa noche, un soldado que ansiaba una licencia escribió a casa, reflexionando sobre el hecho de estar a «3285 km de la frontera alemana».