CAPITULO 22

TODAVÍA no le había dicho una palabra. A decir verdad, apenas había emitido un sonido desde que lo defendiera ante Claudette con tanta valentía, mintiendo para salvarlo del ridículo. Para protegerlo.

En ese momento estaba sentada frente a él en el oscuro carruaje y la luz de la luna iluminaba las silenciosas lágrimas que se deslizaban por sus mejillas mientras permanecía con la cabeza apoyada en el respaldo, mirando por la ventana.

Lo destrozaba verla así, saber el daño que le había hecho enterarse de su infame pasado de boca de otra persona. No sabía muy bien cómo sacar el tema a colación, ya que parecía desolada.

Los nervios le habían formado un nudo en el estómago. Cuanto más tiempo pasaba sin que ella dijera nada, lo que fuera, más preocupado se sentía.

Finalmente, una vez que el cochero salió de la propiedad Govance y giró hacia el camino principal que conducía a la ciudad, Sam decidió que su silencio había durado bastante.

—Olivia...

—No me hables —susurró ella con voz tensa.

Esa ira controlada lo hirió en lo más hondo.

—Tenemos que hablar —replicó con suavidad.

—Aquí no —murmuró, negándose a mirarlo.

El aplomo de Sam se desvanecía con cada segundo que pasaba. Se apoyó en el respaldo y se dedicó a admirar su bello rostro y lo bien que le quedaba el vestido mientras recordaba las intensas e increíbles emociones que lo habían invadido en cuerpo y alma cuando ella le confesó su amor. Jamás había sentido algo tan extraordinario en toda su vida. Y no pensaba renunciar a eso ni que su vida dependiera de ello.

Cerró los ojos y apoyó la cabeza contra el acolchado, dándole tiempo para que reflexionara sobre todas las cosas importantes que les habían ocurrido, que habían ocurrido entre ellos, ese día. Y había muchas. Se había reunido con Edmund a solas y se había mantenido en su sitio; había hecho el amor por primera vez; había bailado y le había confesado sus sentimientos; se había enfrentado a Edmund y a Claudette y había descubierto que el hombre del que se había enamorado tenía un hijo bastardo con una pariente que nunca le había caído bien y que ahora despreciaba. Y además de eso, había descubierto que la persona en la que más confiaba la había engañado y le había ocultado información sin tener en cuenta sus sentimientos.

Sam jamás había odiado tanto a su hermano.

El carruaje frenó por fin delante del hotel Maison de la Fleur. Sam, que se había levantado del asiento antes incluso de que el vehículo se detuviera, abrió la portezuela y extendió la mano hacia Olivia para ofrecerle su ayuda, pero ella la rechazó. La mujer bajó a toda prisa los escalones y entró en el hotel. Sam la siguió de inmediato por miedo a perderla de vista y la alcanzó mientras subían la escalera hacia la suite que ocupaban en la segunda planta.

Una vez abierta la puerta, Olivia entró primero y se encaminó a oscuras hacia su habitación, donde le cerró la puerta en las narices.

Eso lo enfureció en extremo, ya que tenían mucho de lo que hablar. Tenía muchas cosas que decirle, que explicarle, y ella lo sabía muy bien.

Tras respirar hondo y reunir fuerzas, Sam abrió la puerta y clavó la vista de inmediato en la cama iluminada por la luz de la luna, donde Olivia se había sentado, rígida como una vela, con la cabeza inclinada hacia el suelo.

—Olivia...

—Vete.

Sam apretó la mandíbula y puso los brazos en jarras.

—Tenemos que hablar.

—No quiero hablar contigo nunca más.

Mujeres...

Se frotó la cara con la palma de la mano y acortó con un par de zancadas la distancia que los separaba antes de agarrarla de la mano y tirar de ella para ponerla en pie. Después la arrastró hacia la habitación central y la obligó a sentarse en el sofá antes de volverse hacia la mesa para encender la lámpara de aceite.

Olivia trató de ponerse en pie para regresar a su dormitorio. Sam no pensaba permitírselo, de modo que la sujetó del hombro y la empujó con fuerza.

—Siéntate.

—Lárgate, Samson —dijo con un tono duro y autoritario.

Había utilizado la misma frase que Edmund, y eso le dolió mucho.

Retiró una de las sillas de madera y se sentó. Con el cuerpo rígido y los pensamientos bajo control, se desabrochó el cuello y los puños de la camisa.

—Vamos a hablar, Olivia —murmuró con una voz algo más seca de lo que pretendía—. O mejor dicho, yo voy a hablar y tú vas a escucharme y a responderme.

—No —replicó ella, que alzó la cabeza para mirarlo a la cara por primera vez desde que bailaran juntos el vals—. Hemos terminado.

La frialdad que mostraban sus ojos desafiantes estuvo a punto de abrumarlo, pero Sam tragó saliva para no ahogarse delante de ella.

—Necesito explicarte algunas cosas —comenzó con voz suave al tiempo que deslizaba las palmas de las manos por los muslos para ayudarse a controlar el nerviosismo—. Y aunque me consta que no te resultará fácil escucharlas, lo harás de todos modos.

—No quiero hacerlo —replicó ella con tono práctico—. Quiero irme a la cama.

Sam notó que su propia furia se acercaba al punto de ebullición.

—Lo que tú quieras es irrelevante en estos momentos. Me escucharás, aunque tenga que sujetarte para que lo hagas.

Ella lo fulminó con la mirada; sus labios se habían convertido en una línea recta que revelaba la intensidad de la ira que la consumía. Sam supuso que eso era mejor que una completa indiferencia. Aunque no mucho.

Después de tomarse un momento para aclararse las ideas y para reunir coraje, comenzó a narrarle la historia que le había cambiado la vida para siempre.

—Claudette llegó a Inglaterra hace doce años con su esposo, el conde Michel Renier —dijo con tono frío y controlado—. La conocí en un baile, naturalmente, ya que ella no se perdía ninguno. No voy a molestarme en intentar convencerte de que me sedujo, porque no tuvo que hacerlo. Yo estaba bastante encaprichado con ella y la quería en mi cama.

Olivia empezó a llorar de nuevo y eso lo desconcertó, ya que todavía no había llegado a la parte más difícil. De cualquier manera, siguió adelante, puesto que sabía que ella debía oír la verdad de sus labios y escuchar la historia completa.

Se inclinó hacia delante en la silla, apoyó los codos sobre las rodillas y entrelazó los dedos de las manos.

—Mantuvimos una relación durante varios meses, y en aquel entonces creía de verdad que nos amábamos. Sí, estaba casada, pero en esa época no me preocupaba. Era un joven arrogante y ella era una mujer francesa muy hermosa que me resultaba... exótica, diferente de las jovencitas inglesas que siempre se mostraban tímidas conmigo, si es que llegaban a dirigirme la palabra. Claudette parecía desearme desesperadamente y yo estaba más que dispuesto a dar el paso y convertirme en su amante.

Olivia se cubrió la boca con la palma de la mano y cerró los ojos con fuerza mientras negaba con la cabeza. A Sam le destrozaba el corazón ver las lágrimas que resbalaban por sus mejillas.

—Era un ingenuo, Olivia —comentó con voz trémula—. Era ingenuo y estúpido, y me sentía fascinado por una mujer que en realidad solo fingía que yo era el único hombre a quien había amado jamás.

—¿Dónde está el niño?

Apenas logró oír las palabras que ella había pronunciado con la boca tapada, pero su repugnancia impregnó el ambiente de la habitación de una manera casi tangible.

—No hay ningún niño —susurró en respuesta, con una sensación de pánico cada vez más aguda.

Ella bajó la mano hasta el regazo de repente y lo miró con detenimiento. Su expresión era tan dura y fría como el mármol en invierno.

—Bueno, ¿a qué mentiroso se supone que debo creer? —murmuró con sarcasmo.

Tanta hostilidad lo dejó desconcertado. Se le había adelantado, pero Sam debería haber sabido que la enfadaría sobremanera que él hubiera engendrado un bastardo y que desearía escuchar sus explicaciones al respecto en primer lugar. En un intento por mantener la calma, bajó la vista al suelo y juntó las manos para evitar que temblaran.

—No hay ningún niño —repitió con seriedad—. Claudette y yo fuimos amantes durante un año, más o menos. Sabía que no podía casarse conmigo, pero si te soy sincero jamás pensé mucho en ello. Solo estaba... obsesionado con ella, supongo, y no quería que nuestra relación terminara.

Aspiró con fuerza y cerró los ojos al recordarlo.

—Claudette se quedó embarazada y vino a verme para contármelo. Yo me sentí... aturdido, pero luego me di cuenta de que muchos aristócratas tenían hijos bastardos y decidí que aceptaría al niño porque la amaba, o creía hacerlo. En aquel momento pensaba que el bebé no sería más que un estorbo del que tendría que responsabilizarme económicamente durante el resto de mi vida.

—Eso es despreciable —señaló ella.

Sam levantó la cabeza de golpe.

—Sí, lo es —convino de mala gana—, pero era joven y orgulloso, y tenía toda la vida por delante, Olivia. También sabía con certeza que el deber me obligaría a casarme algún día y engendrar herederos legítimos. No podía preocuparme por un hijo bastardo. Era un privilegiado, y la gente privilegiada a menudo hace cosas desagradables de las que más tarde no se siente orgullosa. Yo puedo contarme entre esa gente.

Olivia no dijo nada. Apartó la vista de él y apoyó el codo en el brazo del sofá antes de llevarse el puño a la boca y cerrar los ojos.

Sam se frotó la nuca para aliviar la tensión; le palpitaba la cabeza con cada uno de los rápidos latidos de su corazón. Tras decidir que no podía seguir sentado, se puso en pie a toda prisa y comenzó a pasearse por la estancia.

—Cuando su marido se enteró de que estaba embarazada de un hijo que no era suyo (y estaba seguro de ello porque no se había acostado con ella en muchos meses), se presentó en mi puerta. Su visita no me pilló por sorpresa, por supuesto. Los hombres y las mujeres tienen relaciones extramaritales a todas horas, sobre todo los aristócratas, y creí que quería que lo recompensara económicamente por criar al niño, algo que estaba más que dispuesto a hacer. —Rió con amargura—. Pero no fue eso lo que ocurrió. Me dijo que pensaba abandonarla, que estaba harto de sus excentricidades y que iba a regresar a Francia de inmediato para vivir como soltero. Decirte que me quedé horrorizado sería quedarme corto.

—Pues a mí no me parece que sea más horrible que tus escapadas —dijo ella con ironía.

Sam la miró de reojo por un instante y descubrió que no había movido ni un solo músculo; todavía se negaba a mirarlo. Y lo más difícil para él era saber que no podía acercarse a ella para consolarla, susurrarle lo mucho que la amaba y hablarle de las tormentosas emociones que lo embargaban en esos momentos, ya que ella lo rechazaría a buen seguro. Y el rechazo era lo único que jamás podría aceptar de ella. Eso lo dejaría hecho trizas.

Decidido, se detuvo en medio de la habitación y optó por contarle todo antes de intentar ganarse su confianza de nuevo. Le temblaban mucho las manos, así que se las metió en los bolsillos de la chaqueta.

—Ese fue el día en que perdí la inocencia, Olivia —confesó con una voz apenas audible mientras contemplaba la alfombra—. El marido de Claudette me dijo (con gran orgullo y satisfacción, por cierto) que ella había sido la amante de mi hermano durante casi el mismo tiempo que la mía. Me dijo que nos había utilizado a ambos y que no amaba a nadie salvo a sí misma. Puesto que era un estúpido, no me creí ni una sola palabra y prácticamente lo eché de mi casa. Después fui a ver a Claudette.

Sam tomó aire a fin de mantener la compostura mientras la ira y la humillación que lo habían invadido tanto tiempo atrás regresaban como si todo hubiera ocurrido el día anterior.

—Claudette tenía una casa en Londres por aquel entonces. Subí los escalones que conducían a la puerta principal a media tarde, algo que jamás había hecho con anterioridad en aras de la discreción, y entré en su hogar.

—Y la encontraste en la cama con Edmund —terminó Olivia en su lugar al tiempo que se pasaba una palma por la mejilla.

Sam sufría por ella, por esa dulce inocencia que tanto le gustaba y que estaba a punto de destruir sin poder remediarlo, solo para que entendiera las cosas. Ninguna dama de su belleza y su educación debería verse expuesta a tal degradación de la naturaleza humana, pero no se le ocurría ninguna otra forma de explicar sus actos sin revelar el lado más oscuro de la vida.

Se acercó a la silla de nuevo y la colocó con el respaldo hacia delante para poder mirarla y apoyar los brazos en algún sitio. Estiró las piernas un poco y descansó los antebrazos sobre la dura madera que quedaba a la altura de su pecho antes de estudiarla con detenimiento.

—Sí, la encontré en la cama con Edmund, pero no estaban solos. Había otras dos mujeres con ellos, y los cuatro estaban inmersos en el acto sexual mientras otros dos hombres, medio desnudos, los observaban desde un rincón. Me quedé... atónito y horrorizado. Pero sobre todo, me sentí solo, perdido y humillado, no solo porque la mujer a la que creía amar me había mentido, sino porque también se había reído de mí. No solo era la amante de Edmund; según parecía, era la amante de todo el mundo.

Mientras narraba aquella perturbadora situación, ella abrió los ojos lentamente para mirarlo. Su rostro estaba pálido y fruncía el ceño en un extraño gesto de estupefacción. Sam esperó a que asimilara sus palabras, a que comprendiera lo que él había sentido en esos momentos.

—No te creo —dijo en voz baja con un tono cargado de repugnancia.

Él la miró a los ojos fijamente.

—Eso fue lo que sucedió, Olivia. Ocurre muchas veces, en todos los países y en todas las condiciones sociales. Hay gente en el mundo con pasiones desagradables y promiscuas a la que le importa un comino la verdadera naturaleza del amor. Y una vez más, los miembros de las clases privilegiadas poseen a menudo el tiempo y el dinero necesarios para satisfacer sus fantasías sexuales. Algunos de ellos están dispuestos a hacer cualquier cosa con cualquiera. —Suspiró antes de añadir en un susurro arrepentido—: Uno de los mayores peligros para el amor entre un hombre y una mujer, especialmente en el matrimonio, es la lujuria descontrolada y el deseo de auto-satisfacerse a cualquier precio. Y yo solo lo descubrí cuando me golpeó en plena cara.

Olivia se estremeció y negó con la cabeza.

—Todo esto me da náuseas —murmuró.

Sam se frotó los ojos cansados con los dedos.

—Así debe ser —replicó.

—Y tú... te acostabas con ella todo ese tiempo.

Lo dijo sin más, con tan poca emoción que Sam no supo muy bien cómo reaccionar. En lugar de pronunciar palabras sin sentido que no servirían para tranquilizarla, se limitó a asentir con la cabeza.

Se produjo un largo momento de silencio. Después, Olivia subió las piernas al sofá y las escondió bajo el vestido para abrazarse las rodillas contra el pecho.

—¿Alguna vez has hecho eso? —preguntó sin levantar la mirada de la alfombra.

Debería haber esperado esa pregunta.

—No, nunca lo he hecho y nunca he deseado hacerlo.

—Pero te has acostado con otras mujeres... —dijo, aunque era más una afirmación que una pregunta.

No pensaba mentir a esas alturas. De cualquier forma, no le habría creído. No obstante, sí que podía darle los detalles con delicadeza.

—Olivia, es complicado...

—¡Respóndeme! —gritó, angustiada.

Se le llenaron los ojos de lágrimas cuando clavó la mirada en él.

Sam se quedó desconcertado, con un nudo de miedo en la garganta. De repente le preocupaba venirse abajo delante de ella.

—Sí —respondió en voz baja.

Ella se limitó a mirarlo.

—¿Cuántos hijos bastardos tienes, Excelencia? —preguntó con ironía instantes después.

Sam apretó los dientes.

—Ninguno.

Olivia soltó un bufido.

—Eso no lo sabes.

—Sí, lo sé. Es lo único que sé con absoluta certeza.

Ella vaciló, como si no estuviera segura de si decía la verdad. Lo miró de arriba abajo mientras se enjugaba una lágrima de la mejilla.

—¿Qué pasó con el bebé de Claudette, con el que ella y tú ibais a tener juntos? ¿O vas a decirme ahora que jamás se quedó embarazada?

—Estaba embarazada, sí —le aseguró él, que trataba por todos los medios de no estallar en cólera—. Empezó a dar muestras de ello muy poco tiempo después de que la dejara con su grupo de amantes. A decir verdad, se rió de mí cuando lo hice, Olivia. Le parecía muy divertido que la hubiera descubierto así, y nada menos que con mi hermano, cuyo aspecto era idéntico al mío. —Bajó la voz, ya que sentía la garganta seca y dolorida—. Desde ese momento, me negué a reconocer al niño. Quizá me equivocara, pero me quedé tan asqueado por lo que vi, tan destrozado al saber que me habían traicionado de esa manera, que no me importó.

Olivia apartó la vista de él una vez más y cerró los ojos.

—Edmund y yo nunca hemos podido vivir en paz juntos; somos demasiado diferentes. Pero lo que me hizo despreciarlo fue su indiferencia hacia mis sentimientos por Claudette y que me ocultara el hecho de que se habían convertido en amantes ante mis propias narices. Cuando descubrí la verdad, cuando descubrí que había estado con ella el mismo tiempo que yo, pensé que aun en el caso de que el niño fuera idéntico a mí, también podría ser de Edmund. Jamás sabría si era verdaderamente mío, de modo que me negué a aceptarlo.

Se puso en pie de nuevo y caminó hacia el otro lado de la habitación, hasta la ventana, desde donde podía ver el cenador del jardín iluminado por la luz de la luna. Allí era donde había visto a su odioso hermano con la mujer de sus sueños, y eso reavivó todos los recuerdos que tenía de él y Claudette juntos, todo el dolor. Perder a Olivia sería la mayor catástrofe de su vida.

—Claudette se puso furiosa cuando dejé de comunicarme con ella, cuando me negué a reconocer al hijo que llevaba en su vientre. —Titubeó, pero luego confesó en voz alta, por primera vez en muchos años, lo que había desencadenado el escándalo que lo había acompañado desde entonces—. Pocos días después de rechazarla por última vez, varios miembros importantes de la élite social descubrieron una de sus orgías sexuales por accidente, y Edmund estaba con ella. Cuando los rumores comenzaron a extenderse... —Cerró los puños a los costados y apretó los dientes—. Cuando los rumores comenzaron a extenderse, ella no solo dijo que el hijo era mío y que yo me negaba a compensarla como lo haría cualquier caballero responsable, también insistió en que era yo quien estaba a su lado cuando la descubrieron con otras tres personas en la cama. Afirmó que el pervertido era yo, y no Edmund, y puesto que se trataba de mi hermano, decidí mantener la boca cerrada. Jamás lo negué. ¿Quién me habría creído, de todos modos? Somos idénticos. A partir de ese día me convertí en el bufón de la sociedad; el hombre al que las madres no dejaban acercarse a sus hijas; el hombre del que otros hombres se reían durante una partida de cartas. Inventaron muchas historias sobre mis correrías, y todas exageradas, lo que las volvía mucho peores. —Se echó a reír, saboreando la amargura de la ironía—. Siempre me han aceptado socialmente debido a mi título, Olivia. Pero nunca, jamás, seré aceptado como un amigo, o como un posible amor.

Contempló la oscuridad del jardín a través de la ventana sin ver nada en realidad.

—Claudette dio a luz a un bebé al que llamó Samuel —continuó con voz ronca y grave—, pero fue un parto muy difícil, ya que el niño nació de nalgas. Solo vivió dos días. A decir verdad, no creo que Claudette lo quisiera. Jamás se mostró apenada por su pérdida. Se marchó al continente poco después de eso y jamás volví a verla hasta la noche que estaba contigo en esa terraza de París.

Se produjo un silencio opresivo y envolvente. Olivia sorbió por la nariz y Sam se volvió para mirarla. Ella se limitaba a negar con la cabeza muy despacio; tenía los ojos cerrados y había vuelto a cubrirse la boca con la palma de la mano.

Sam se apartó de la ventana y se acercó un poco ella. Cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás.

—Olivia, tienes que entender...

—¡¿Entender?!

Él enderezó la cabeza de golpe, aturdido por semejante exabrupto.

Olivia se puso en pie con un único movimiento para enfrentarse a él con una mano apoyada en la cadera y una mirada de desprecio.

—¡Entender! ¿Qué tengo que entender? Podría aceptar a un hijo bastardo. Lo criaría si tuviera que hacerlo, porque sería tuyo. Pero lo que me ha ocurrido esta noche ha sido mucho peor que todo lo que me hizo Edmund. —Hizo una pausa para ahogar un sollozo—. En realidad me importa un comino que te... acostaras con otras mujeres. Me duele el alma por ti, por el dolor que has debido de padecer todos estos años, por lo terrible que debe de haber sido vivir rodeado de gente horrible que se dedica a esparcir rumores y a destruir vidas. —Se rodeó con los brazos y añadió en voz baja—: Pero me repugna saber que las cosas que me hiciste esta tarde, todas esas cosas tan maravillosas y bellas..., se las hiciste también a mi tía —dijo presa de la angustia antes de cubrirse las mejillas sonrojadas con las manos—. Hiciste el amor con mi tía. Y lo peor es que Edmund y ella lo sabían. Esta noche, durante ese... ese... enfrentamiento crucial con el que había soñado tantos meses, Edmund y ella se rieron de mí.

—¡No! —Sam la agarró por los hombros y la zarandeó un poco—. No fue eso lo que ocurrió.

Olivia le apartó las manos con todas sus fuerzas.

—Sí que lo fue —aseguró con un gruñido ronco—. Si de verdad crees que no he quedado como una idiota esta noche, es que eres un estúpido, Sam. La inocente y virginal Olivia, que no tenía ni idea de que el hombre al que creía amar con todo su corazón se había acostado con su tía, había tenido un hijo con ella...

—¡Maldita sea, Olivia, eso no es lo importante! —la interrumpió al tiempo que la agarraba por los hombros una vez más.

—¡Claro que es lo importante! —Las lágrimas se derramaban sin control por sus mejillas y su cuerpo temblaba debido a la intensidad de la furia—. ¿Te haces la menor idea de lo humillada que me he sentido esta noche? Desde hace casi un año me han mentido y humillado personas que creí que me amaban, pero esta noche he descubierto que tú has hecho exactamente lo mismo. Humillarme, mentirme...

—Jamás te he mentido —susurró él; se sentía ahogado por un nuevo torbellino de emociones—. Admito que te he ocultado algunas cosas, pero eso no es lo mismo.

Olivia resopló con desprecio y le dio la espalda.

Sam tiró de ella y la estrechó contra su cuerpo con tanta fuerza que se vio obligada a mirarlo a los ojos.

—Te amo, Olivia —admitió con voz ronca. Sacudió la cabeza muy despacio—. Lo que sentía por Claudette no puede compararse con lo que siento por ti. —Ella cerró los ojos y permitió que la abrazara, que enterrara la cara en su cabello—. No hagas esto, por favor. Trata de entender que entonces era una persona diferente, que me afectan los errores que cometí.

Olivia meneó la cabeza con vehemencia y lo empujó con todas sus fuerzas.

—Con todo el tiempo que hemos pasado juntos desde aquella noche que viste a mi tía en la terraza, deberías habérmelo dicho.

—¿Cómo? ¿Cómo podría haberte dicho algo así, Olivia?

Ella volvió a forcejear, así que Sam la dejó marchar. Olivia se alejó un paso y le dio la espalda.

Sam ya había tenido suficiente. Apoyó las manos en las caderas y confesó todo lo que había en su interior en un susurro ronco:

—Quiero que sepas, Olivia, que solo una de las cosas que dijo Edmund esta noche era cierta. —Esperó, y tras un par de segundos, Olivia lo miró de reojo por encima del hombro—. Siempre he sentido celos de la facilidad que tiene para relacionarse con las mujeres, para atraerlas, para flirtear y cortejar a las damas a fin de llevárselas a la cama. —Aspiró aire con cierta dificultad—. Pero jamás le había tenido tanta envidia como la noche que te conocí, Olivia. Pensar, saber que se había casado con una mujer tan hermosa, con una dama tan encantadora, elegante e inteligente, hizo que me sintiera más celoso que nunca. —Hizo una pausa para aclararse las ideas y después murmuró—: ¿Sabes por qué te he hecho el amor hoy?

Ella no dijo nada, así que estiró la mano para agarrarle el brazo y la obligó a darse la vuelta.

—¿Lo sabes?

Olivia lo miró a la cara; sus ojos revelaban una extraña mezcla de confusión y furia.

—¿Porque creíste que se había acostado conmigo y deseabas lo que él había tenido? —replicó con ironía.

Eso lo puso furioso.

—Sabía que nunca habías estado con Edmund.

—¿Cómo? —inquirió ella con los párpados entornados.

Sam intentó pasar por alto su sarcasmo.

—Porque Claudette me lo dijo cuando bailamos juntos en la fiesta de los Brillon, en París. Creía que yo era Edmund, y me advirtió que no me acostara contigo, que no pusiera en peligro el plan que habían trazado.

Eso la dejó un tanto desconcertada. Frunció el ceño y ladeó la cabeza. Sam tomó el gesto como una señal de que comenzaba a comprender.

—Te hice el amor, Olivia, porque me daba pánico que Edmund volviera a ganarse tu confianza. Os vi en el jardín y me asusté. No quería correr el riesgo de perderte.

Ella retrocedió un paso y bajó la mirada, como si tratara de digerir lo que le había dicho.

—En todos los años que han pasado desde que terminó mi relación con Claudette —explicó Sam en un susurro—, he estado con muchas mujeres, Olivia.

—¡No quiero escuchar esto!

Sam la sujetó una vez más y la estrechó con fuerza para obligarla a escuchar.

—He estado con muchas mujeres, pero hasta hoy, hasta que compartí la cama contigo, jamás había estado dentro de ninguna de ellas. No en diez largos años. No tendré más hijos bastardos que puedan desencadenar más rumores. Desde que me convertí en el aristócrata cuyas peculiares preferencias sexuales constituían el ingrediente principal de chistes horribles, jamás volví a hacer el amor. En ocasiones me llevaba a una mujer a la cama para proporcionarle placer, en busca de algún tipo de contacto y de un somero alivio sexual. Pero no supe lo que era amar hasta que sentí la necesidad de estar dentro de ti, Olivia. Hasta que el deseo se hizo tan fuerte que necesitaba hundirme en tu interior y entregarme por completo a ti. —Le sujetó la cara y sintió las lágrimas que le humedecían la piel—. Jamás he conocido a una mujer como tú, y quiero compartir contigo todo lo que soy, derramar mi semilla en tu interior, hacerte mía. Estar contigo es lo más maravilloso que me ha pasado en la vida y me niego, me niego en rotundo a perderte ahora.

Olivia no dijo nada, pero comenzó a estremecerse entre sollozos. Negaba con la cabeza y mantenía los párpados apretados.

En un momento dado, se alejó de él de repente, caminó a toda prisa hasta su dormitorio y cerró la puerta para no enfrentarse al tormento que lo invadía, a esa angustia que solo su amor podría borrar.

Sam cerró los ojos, abrumado por el dolor que había visto en su rostro; no sabía si debía seguirla, pero después de pensarlo unos instantes decidió que necesitaba pasar un tiempo a solas.

Lo amaba. Eso lo sabía con absoluta certeza. Aceptaría su pasado y compartiría su vida con él. Confiaba en que ocurriría eso... y se negaba a creer ninguna otra cosa. No después de todo lo que habían pasado juntos.

Con una sensación opresiva en el pecho y las manos temblorosas, se acercó a la mesa para apagar la lámpara. Demasiado dolido para dormir, se dirigió al sofá y se dejó caer en él; clavó la vista en la alfombra durante un buen rato, esperando que ella fuera a buscarlo, lo rodeara con los brazos y lo estrechara en silencio.

Al final, el agotamiento pudo con él; se acurrucó en el sofá, aún ataviado con el traje de noche, y cerró los ojos por un momento. Cuando los abrió de nuevo, la luz del día se colaba a través de la ventana.

Se puso en pie al instante y volvió la vista hacia el dormitorio de Olivia. La puerta estaba abierta de par en par y la cama, perfectamente hecha. Fue entonces cuando comprendió que ella lo había abandonado.