CAPITULO 19
OLIVIA abrió los ojos. Todavía adormilada y sin saber muy bien dónde estaba, contempló los diminutos racimos de frutas y pinas de pino que adornaban el papel de las paredes del dormitorio. El dormitorio de él.
Ay, Dios mío, ¿qué he hecho?, se dijo.
Gimió para sus adentros y se cubrió los ojos con la palma de la mano mientras el recuerdo de lo que habían hecho y del increíble placer que había experimentado regresaba a su cabeza. Se preguntó qué demonios podría decir a Sam después de eso...
Debían de haberse quedado dormidos, ya que en ese momento percibió el cuerpo desnudo que había a su lado. Sam tenía la cabeza acurrucada en su cuello y su aliento, cálido y regular, le rozaba la piel. Había apoyado un brazo sobre su vientre, justo por debajo de sus pechos, y una de las pantorrillas sobre sus piernas.
Se dio cuenta de que no podría moverse sin molestarlo, aunque sentía el impulso de saltar de la cama y huir de allí... después de vestirse como era debido, por supuesto.
Quizá Sam no esperara que hiciera o dijera nada. Quizá se limitara a levantarse y a vestirse, sin mencionar jamás ese... contratiempo. Sin embargo, no creía que él considerara un «contratiempo» el hecho de hacer el amor, y lo mismo le ocurría a ella.
Pese a que su mente era un hervidero de incertidumbres y posibilidades, supo que había compartido con ese hombre la experiencia más dolorosa, maravillosa, excitante y... extraordinaria de toda su vida.
Sam era un hombre impresionante. Impresionante, generoso y amable. La había tratado como si ella le importara de verdad, como si le importara lo que pensaba y lo que sentía. Ningún hombre se había comportado así con ella, y mucho menos Edmund.
—¿En qué piensas? —inquirió él con un tono lánguido y satisfecho.
A pesar de lo avergonzada que estaba, Olivia sabía que debía hablar con él. Sacudió la cabeza y se apartó la mano de los ojos antes de apoyarla en la cama.
—No tiene importancia.
Sam rió por lo bajo y el sonido reverberó en su pecho, que se encontraba muy cerca del de ella.
—Olivia, ¿sabes cuántos hombres formulan esa pregunta mientras sueñan que la mujer que los acompaña responda exactamente eso mismo?
Eso la dejó desconcertada.
—No entiendo qué quieres decir.
Él levantó un poco la cabeza para poder mirarla, pero ella mantuvo los ojos clavados en el techo.
—La mayoría de las mujeres no para de hablar —explicó con un gruñido—. Lo único que quieren es parlotear sin cesar.
Olivia se echó a reír, muy a su pesar.
—Eso es ridículo.
—No, no lo es, y tú lo sabes muy bien, ya que eres un ejemplar perfecto del género femenino.
Sin perder la sonrisa, cerró los ojos y pensó que Sam tenía una aguda capacidad para comprender a las mujeres y que era maravilloso tenerlo a su lado.
—Bien —comenzó una vez más al tiempo que se apoyaba en un codo para mirarla a la cara—, ¿en qué pensabas?
Olivia suspiró y abrió los ojos para mirarlo por fin. Se le derritió el corazón al observar su expresión divertida, su cabello enredado y sus espectaculares ojos oscuros.
—¿En qué crees tú que pensaba? —preguntó a su vez con voz suave.
Sam sacudió la cabeza ante tanta obstinación y esbozó una sonrisa ladina.
—Pensabas que soy un amante maravilloso.
Olivia se limitó a mirarlo boquiabierta mientras el rubor de la vergüenza le teñía las mejillas.
—Eso es absurdo.
Él encogió un hombro, aunque sus ojos brillaban con perverso humor.
—No, no lo es. Es lo normal.
Ella fingió sentirse indignada.
—Si de verdad quieres saberlo, pensaba que eres... de lo más adecuado.
Sam se apartó un poco y frunció el ceño; la miraba como si se hubiese vuelto loca.
—¿Adecuado? ¡¿Adecuado!?
Ella se encogió de hombros.
—Es evidente que crees que eres maravilloso, así que ¿qué más da lo que opine yo?
Le estaba tomando el pelo, por supuesto, y él lo sabía.
—En ese caso, supongo que tendré que hacerlo mejor la próxima vez —dijo al tiempo que meneaba la cabeza y contemplaba su cuerpo desnudo.
No podía hablar en serio.
—Sam —comenzó con voz seria—, no podemos hacer esto de nuevo. Está... mal.
Para su más absoluto asombro, Sam se echó a reír y deslizó la mano libre sobre su vientre, erizándole la piel.
—Ay, Olivia... hay tantas cosas que tengo que enseñarte... Y la primera de ellas es que nunca, jamás, debes decirle eso a un hombre. —La miró con intensidad a los ojos—. Con eso solo consigues desesperarlo, y aumentar su determinación.
Ella se echó a reír, a pesar de que había tomado la decisión de mostrarse firme.
Sam sonrió antes de volver a tumbarse de espaldas a su lado para contemplar el techo.
—Lo que de verdad me gustaría saber es qué demonios hacías con Edmund ahí fuera.
Eso la pilló completamente desprevenida.
—Si te lo digo —dijo con un suspiro—, ¿prometes que nunca más me obligarás a compartir tu cama?
Él soltó una carcajada y eso la molestó, ya que no parecía haberse tomado en serio su petición.
—Te juro que jamás te obligaré a compartir mi cama —replicó, mirándola de reojo—. Ahora, quiero todos los detalles.
Olivia respiró hondo, a sabiendas de que esa promesa no tenía ningún valor. No podía decirse que ese día la hubiera obligado y, sin embargo, había conseguido desnudarla y que estuviera a punto de suplicarle que la tomara, cuando era lo último que deseaba en el mundo.
Se tumbó de costado para verlo mejor y apoyó la cabeza en la palma de la mano, aunque mantuvo la mano libre entre ellos para cubrirse los pechos, al menos en parte.
—Quería reunirse conmigo. Se acercó a mí en la fiesta y me exigió que me encontrara con él en el cenador a las diez.
Sam la observó con una expresión en la que ya no había ni rastro de humor.
—Deberías habérmelo dicho.
Lo que en realidad significaba que le había dolido que le mintiera.
—Lo sé. Lo siento.
Él soltó un gruñido de fastidio y después se pasó los dedos por el pelo.
—No creo que hubiese sido capaz de herirte físicamente, pero reunirte con él a solas después de pillarlo desprevenido en la fiesta no fue algo muy inteligente, Olivia.
El comentario, o más bien la preocupación y el cariño que revelaba, le llegó al alma. Con una leve sonrisa en los labios, Olivia estiró la mano para deslizar los dedos por su frente.
—¿Estabas celoso? —murmuró con malicia.
Él entrecerró los ojos al tiempo que componía una expresión un tanto divertida.
—Tal vez.
Olivia sonrió de oreja a oreja.
—¿Tal vez?
—Estaba demasiado cerca de ti.
—Así que estabas celoso... —ronroneó.
Él respondió con un gemido ronco.
—No me hizo ninguna gracia.
—A mí tampoco —replicó ella con una expresión de radiante satisfacción—. Olía a colonia barata.
Sam dejó escapar una carcajada gutural. Después, sin previo aviso, le cubrió un pecho con la palma de la mano.
—A decir verdad, lo más acertado sería decir que me embargó un extraño sentimiento de posesividad y que me preocupó mucho no poder salir corriendo a rescatarte, porque para eso habría tenido que quitarte la vista de encima durante varios minutos. Minutos en los que podía suceder cualquier cosa.
Su pezón se endureció cuando él lo acarició con el pulgar, y Olivia notó que la pasión la inundaba de nuevo y recorría todo su cuerpo. Retiró el brazo y apoyó la cabeza en la almohada para observarlo, alborozada por los sentimientos que despertaba en él.
—¿Qué sentías en esos momentos, Livi? —le preguntó en voz baja mientras la miraba con intensidad.
Ella suspiró.
—Me puso furiosa, pero creo que a Edmund le gusta enfurecerme. Lo cierto es que pienso que no se tomó en serio nada de lo que le dije, aunque me dio la impresión de que lo asustaba que estuviera aquí.
—¿Mencionó tu herencia?
Olivia se apartó los mechones de cabello que le caían sobre la mejilla.
—Dijo que está enamorado de Brigitte, aunque me resulta increíble.
Sam enarcó las cejas.
—¿De veras?
Olivia lo observó con expresión seria.
—No creo que sea capaz de amar, Sam. Me dijo que ya se había acostado con ella... pero no puedo creerlo.
—¿Por qué? —inquirió él con una sonrisa burlona—. Tal vez ella lo desee físicamente y lo ame lo suficiente para entregarse a él antes del matrimonio.
La mención de semejante posibilidad hizo que se sintiera incómoda, ya que tocaba una fibra muy sensible.
—Las damas de buena cuna no hacen ese tipo de cosas, Samson —señaló, aunque sentía que el calor de la culpabilidad invadía su rostro.
De manera inesperada, Sam tomó su mano y se la llevó hasta los labios para besarle la muñeca y el dorso de los dedos.
—Creo que eso ocurre mucho más a menudo de lo que tú te imaginas —explicó con voz grave.
Olivia no podía pensar en eso ahora. Sam le había arrebatado la virginidad, pero no quería pensar en lo que aquello supondría para su futuro..., para el futuro de ambos, si acaso tenían alguno.
Tras decidir que era mejor volver al tema anterior, comentó:
—Me dijo que me devolvería el dinero que me robó, hasta el último penique, si no decía una palabra de lo que me había hecho ni de lo que sabía a nadie, en especial a Brigitte.
Sam le apretó la mano y se la llevó hasta su pecho.
—Eso tiene sentido, sobre todo si siente afecto por ella o quiere hacerse también con su herencia.
Olivia se tendió de espaldas para clavar la vista en el techo.
—Pero no entiendo cómo logrará hacerse con su dinero, independientemente de si el matrimonio es real o no. Es su grand-père quien controla la fortuna, y tiene una salud de hierro. —Se volvió de repente hacia él—. A menos...
Sam meneó la cabeza con firmeza.
—No creo que llegue tan lejos como matar a alguien, Livi. Y si damos por hecho que jamás recurriría al asesinato, la única conclusión posible es que tendrá que casarse con ella de verdad y esperar la muerte natural del anciano. Está claro que entretanto vivirá con toda clase de comodidades. —Resopló con fuerza—. Eso encaja mucho mejor con la personalidad de Edmund.
Olivia deslizó los dedos sobre la colcha y frunció el ceño mientras pensaba.
—Pero él sabe que puedo decir lo que me venga en gana, y es obvio que he venido a Grasse para dejarlo al descubierto.
—No si te devuelve el dinero —le recordó Sam—. Al parecer, según sus planes, el dinero que te robó servirá para mantener tu boca cerrada. Lo necesitas, y él lo sabe.
Eso la enfureció al instante.
—Esa serpiente perfumada con colonia barata va a utilizar mi dinero para chantajearme. Si te digo la verdad, estoy impaciente por ver la cara que pone esta noche. Te juro que me dan ganas de matarlo. O de propinarle una patada con todas mis fuerzas.
De pronto, Sam volvió la cabeza hacia ella y la cogió por la cintura para colocarla encima de su cuerpo desnudo, firme y... perfecto.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó mientras intentaba apartarse el pelo de los ojos.
—Quiero sentirte —contestó él con una sonrisa pomposa.
—¿Sentirme? ¿Estás chiflado?
—¿Sabes que lo más fascinante de ti es tu inocencia, Livi?
Eso hizo que se sonrojara. Comenzó a retorcerse para librarse del delicioso contacto de ese cuerpo duro y masculino que tenía debajo, pero fue en vano, ya que él la inmovilizó con sus fuertes brazos. Al final, dejó de intentarlo.
—Jamás me he considerado inocente, Sam —señaló con dureza—. Cuido de mí misma y de Nivan; llevo una vida respetable en una ciudad moderna...
Él se echó a reír, y Olivia pudo sentir su risa hasta en los dedos de los pies.
—Deja que te aclare unas cuantas cosas, encanto —dijo él con un tono práctico aunque divertido—. Te casaste con un hombre al que apenas conocías, un hombre que te arrebató tu herencia sin que te dieras cuenta siquiera. Te dirigiste a mí creyendo que era Edmund y sin comprobar tu información. Diriges la tienda mientras alguien que trabaja para ti informa a tu tía de todos tus movimientos...
Olivia soltó una exclamación incrédula, pero él la pasó por alto.
—Accediste a viajar a solas conmigo, otro hombre al que apenas conocías, confiando en que mis intenciones fueran honorables. Te quedaste estupefacta al descubrir que Claudette y Edmund son amantes y que, muy probablemente, lo han sido durante todo el tiempo que habéis pasado juntos. Me mentiste al no contarme que pensabas reunirte con Edmund a solas y después te encontraste con él en un jardín solitario en el que nadie podría ayudarte si surgía algún problema. Para terminar, debo decirte que eres la mujer más hermosa, testaruda e inocente que he conocido, y que tu forma de hacer el amor desafía cualquier tipo de descripción. —Hizo una pausa para contemplar sus ojos desconcertados—. Ni siquiera sabías que podían besarte la planta de los pies. ¿Quieres que continúe?
Olivia se quedó sin habla. Jamás se había parado a pensar en esas sencillas cosas sobre ella ni en lo que había hecho estando en su compañía, y la dejó un poco perpleja saber que él la había estudiado con tanta atención, que la viera de esa forma. Sin embargo, cuando por fin recuperó la capacidad de hablar, lo único que se le ocurrió preguntar estaba relacionado con su vanidad.
—¿De verdad crees que soy hermosa? —inquirió con voz tímida.
Esperaba que él se echara a reír y le tomara el pelo de nuevo, pero la sorprendió cuando la miró a los ojos con una expresión de lo más seria.
—Creo que eres exquisita —replicó a la postre con voz ronca— en todos los aspectos: tu mente, tu cuerpo, los dedos de tus pies, tu risa... hasta el modo en que me haces el amor. Y nunca, jamás, dejaré que te apartes de mi lado.
Las palabras, su significado y la intensidad de su voz la conmovieron hasta lo más hondo. Comenzó a temblar y se le hizo un nudo en la garganta. La asustaba demasiado la posibilidad de echarse a llorar allí mismo, delante de él. Así pues, se inclinó hacia delante y lo besó con toda la pasión que sentía, revelándole todos y cada uno de los sentimientos que albergaba por él, amándolo con cada aliento y con cada caricia.
Sam tardó un instante en responder, pero cuando lo hizo comenzó a acariciarle la espalda con la yema de los dedos y a devolverle los besos con una necesidad inconmensurable.
Olivia hundió sus manos entre los suaves mechones de su cabello; sentía cómo se contraían los músculos del torso masculino bajo sus pechos y cómo se endurecía su masculinidad, algo que ya no temía y que deseaba sentir en su interior más que ninguna otra cosa en el mundo.
Por fin y sin apartar los labios de los suyos, Sam la hizo volverse muy despacio para tenderla de espaldas y apoyarle la cabeza sobre la almohada. La besó hasta que el fuego se avivó de nuevo, hasta que el deseo la consumió entre sus llamas, hasta que comenzó a jadear y a arquearse con frenesí. Le acarició las piernas con las suyas sin darse cuenta, incapaz de reprimir los diminutos gemidos que escaparon de sus labios cuando le acarició los pechos e hizo girar los pezones entre el índice y el pulgar. Sam abandonó sus labios para dejar un abrasador sendero de besos por su garganta, su torso y la parte lateral de los senos; después, se metió uno de ellos en la boca y comenzar a succionarlo.
Olivia creyó que moriría de placer. Lo deseaba más y más con cada roce, con cada caricia exquisita de sus manos.
Finalmente, Sam la liberó y se incorporó un poco para mirarla.
—Quiero hacerte el amor otra vez, Olivia.
Ella sonrió y separó los párpados muy despacio para observar la sinceridad que brillaba en sus ojos.
—Tienes mi permiso, tontorrón —ronroneó en un susurro ahogado—. Ni siquiera tendrás que forzarme.
Sam le devolvió la sonrisa mientras ella deslizaba los dedos por su rostro. Después recorrió sus labios con la yema del pulgar hasta que él le dio un pequeño beso.
—Pero estarás un poco dolorida de la primera vez —añadió él a regañadientes—, así que tendremos que hacerlo de otra manera.
Loca de deseo, con el cuerpo en llamas y la piel ardiendo por sus caricias, Olivia no sabía si había escuchado correctamente.
—¿Hay...? —Jadeó cuando él metió la mano entre sus piernas—. ¿Hay otra manera?
Sam soltó un gemido antes de besarla de nuevo.
—Mi dulce e inocente Olivia... —susurró contra sus labios después de recorrerlos con la lengua.
Luego, sin previo aviso, se alejó de su boca y se trasladó a los pies de la cama para colocar la cabeza en el mismo lugar que instantes antes había ocupado su mano.
Olivia no apartó los ojos de los suyos y dio un respingo cuando él le levantó las rodillas y comenzó a deslizar la lengua de arriba abajo por los pliegues suaves y húmedos ocultos entre los rizos de su entrepierna.
El sobresalto duró poco, ya que en cuestión de segundos Sam consiguió que empezara a darle vueltas la cabeza con esas caricias maravillosas y prohibidas que buscaban la protuberancia oculta entre los pliegues. Después aceleró el ritmo, concentrándose en el núcleo de su deseo, moviendo la lengua en círculos cada vez más rápidos y más fuertes, hasta que ella se relajó y cerró los ojos para dejarse llevar.
Olivia supo casi de inmediato que estaba a punto de alcanzar la cima y comenzó a mover las caderas arriba y abajo para acompañar el ritmo de sus caricias. Soltó un gemido y hundió los dedos en su cabello mientras se imaginaba su boca sobre ella, esa lengua en su interior, su erección grande y dura lista para tomarla.
—Sam... —susurró, buscando el momento de la liberación mientras respondía a cada movimiento de su lengua con un envite de caderas. La tensión que crecía en su interior estaba a punto de estallar—. Sam... Dios mío, Sam...
Él estiró los brazos para entrelazar los dedos con los suyos en el preciso instante en que llegó al orgasmo.
Olivia gritó y le apretó las manos mientras mecía las caderas y se entregaba al exquisito placer gimiendo su nombre. Mantuvo los ojos cerrados, sacudida por una oleada tras otra de placer.
Tan pronto como Sam percibió que sus movimientos comenzaban a reducirse, se incorporó y se colocó sobre ella; apoyó el peso de su cuerpo sobre la mano que tenía colocada junto a su cabeza y la miró a los ojos al tiempo que situaba su erección entre los pliegues húmedos. Pero no la penetró. En su lugar, comenzó a mover las caderas con mucha suavidad para dejar que el extremo de su masculinidad le frotara el clítoris.
Olivia jadeó ante la intensidad de la sensación y abrió los ojos para mirarlo, para observarlo, para deleitarse con el placer de verlo llegar al clímax.
Sam mantuvo su cuerpo sobre ella apoyándose sobre la palma; tenía el brazo flexionado a causa del peso y los músculos del pecho y de los hombros, tensos por el esfuerzo. Con la otra mano sujetaba la base de su erección a fin de acariciarla de arriba abajo, cada vez más rápido a medida que se acercaba al orgasmo.
Olivia jamás había imaginado algo tan erótico en toda su vida. Lo contempló fascinada y deseó con toda su alma que se hundiera en ella y la llenara como lo había hecho antes, aunque aquello le resultaba incluso más embriagador, más estimulante.
Sam soltó un gruñido. Los músculos de su rostro se contrajeron y tensó la mandíbula. Entre jadeos, cerró los ojos para dejarse llevar por las sensaciones.
Y entonces, de repente, algo creció en el interior de Olivia. Sintió una súbita marea de éxtasis, más rápida esta vez, que la arrastró hasta la cumbre de la pasión en cuestión de segundos.
Sam abrió los ojos al escuchar su gemido y la miró con una expresión algo sorprendida.
—Dios, Livi... Sí, córrete para mí otra vez. Córrete, cariño...
Su voz sonaba atormentada, ronca, pero comenzó a moverse cada vez más rápido contra ella.
Olivia levantó la mano para acariciarle la cara. Y después, con un gimoteo, llegó al orgasmo por segunda vez y susurró su nombre. Jadeó con cada una de las deliciosas pulsaciones de placer, que fueron aún más perfectas porque sabía que lo arrastrarían con ella.
—Dios... —murmuró él—. Dios, Olivia...
Instantes después, Sam soltó un gruñido mientras su poderoso cuerpo se sacudía contra ella a causa del estallido de intenso placer. No dejó de frotarse contra su sexo con los ojos cerrados, la mandíbula apretada y la cabeza echada hacia atrás, mientras gemía y aceptaba todo lo que ella le daba.
Cuando por fin aminoró el ritmo de sus movimientos y se tendió junto a ella, la rodeó con los brazos y la estrechó con fuerza.
Olivia notó que empezaba a relajarse y disfrutó de la sensación de tenerlo a su lado mientras sentía los latidos de su corazón bajo la mejilla.
Lo que había experimentado ese día con él, gracias a él, quedaría grabado a fuego en su memoria para siempre. Ese hombre maravilloso había convertido su mundo en un lugar más hermoso y le había dado sentido a su vida.
Fue en ese instante cuando comprendió la verdadera naturaleza del amor. Cuando se dio cuenta de que lo amaba.