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El mal humor de Sergio se acentuaba por momentos, llevaba dos puñeteros meses buscando a un ser efímero, ya no sabía donde buscarla. Había intentado todo lo que estuvo a su alcance; Internet, conocidos, trabajo, pero nada dio resultado. Aquella mujer de ojos pardos se había esfumado de la faz de la tierra dejándolo destrozado.
Solo le llevó un par de semanas aclarar lo que tanto le había costado, no quería a su expareja, se había enamorado de una desconocida, a la cual, no localizaba. Sus días y noches eran tan idénticos que en ocasiones hasta los confundía. Era incapaz de olvidarla, todo estuvo más nítido tras deshacerse del alcohol. Recordaba cada caricia, cada beso, pero sobre todo cada mirada.
Los días en el trabajo eran un verdadero infierno, cada uno de sus compañeros se empeñaban en recodársela, cada mujer morena que entraba por la puerta del estudio lo avisaban para ver si era ella. No, ninguna de ellas se parecía a su ángel rockera. Incluso era incapaz de ver sensualidad en alguna de las demás.
Había intentado hablar con Lara, su ex, explicarle los motivos por los cuales no deseaba regresar. No pudo hacerle aquello, expresar con sinceridad que se había enamorado de una desconocida que dudaba volver a ver. Pero si decidió ser sincero, algo que lo caracterizaba.
Su relación estaba rota hacía muchos meses, años a decir verdad, el cariño que los unía los confundió a ambos haciéndoles ver lo que no eran. Ya no eran aquellos adolescentes que jugaban en plena calle, mucho menos, los dos amantes jóvenes que se escondían de los amigos para besarse hasta quedarse sin aliento. Todo aquello ya era producto del pasado, un recuerdo bonito, pero solo eso; un recuerdo lejano.
Ambos debían mirar hacía adelante y concederse el privilegio de ser felices, pero en esa ocasión, por separado. Cada uno tomando su rumbo. Creándose una nueva vida en la que otra persona pudiese ocupar sus corazones. Él tenía claro quien era esa persona, lo malo es que no creía ser capaz de encontrarla y, mucho menos, volver a besarla.
Desde aquella última salida, algo había cambiado, se veía todos los sábados yendo al centro con una sola intención, volver a verla. Al llegar a casa se cabreaba al ver el tiempo perdido, tantas horas en el mismo local ignorando al resto con la única intención de verla aparecer. Pero había desistido, se dijo que aquel viernes de finales de mes que haría lo que tanto anhelaba, pasar el día en el estudio, hacía semanas que una nueva composición le pululaba por la cabeza.
Las horas volaron cuando acarició las curvas de la guitarra. Se dejó llevar por el sentimiento que emanaba de su interior, creando una canción para ser aclamada. No solo hablaba de amor, iba más allá, relataba como una coincidencia del destino te sacaba de la espiral en la que a veces nos introducimos para no afrontar la realidad, de cómo somos capaces de vivir una vida que no nos hace felices por complacer a los demás.
Para él, su salvación llegó aquella tarde previa a la Navidad, porque eso fue lo que había significado conocerla, salvarlo de la infelicidad que abarcaba su vida desde años atrás. Llegó o quiso creer, que sus caminos se encontraron por esa razón, para hacerlo ver que se estaba equivocando. Gracias a ella tuvo la valentía de volver a coger las riendas de su vida, y ahora solo pensaba en una cosa, volver a ser feliz aunque fuese sin ella.
Llegó el sábado y, con él, la afamada presentación formal de su hermano en el mundo musical. Aquel chiquillo que lo sacaba de sus casillas cuando solo eran unos niños, se había convertido en un genio de la guitarra. Para él las comparaciones siempre habían sido odiosas, pero en el caso de su hermano hacían que se le inflara el pecho orgulloso. Una vanidad que no ocultaba a la vista de los demás, no era para menos. Los grandes entendidos decían que su hermano era el nuevo Jimi Hendrix. Solo había una pega, se lo tenía demasiado creído.
Allí estaba él intentando que la gente disfrutara de los acordes de la nueva canción, pero su hermano pequeño solo tenía ojos para las jovencitas sentadas en la primera fila. Al llegar la hora de las firmas, ignoró e incluso trató con desagrado al resto de presentes. Con disimulo le propinó ciertos pescozones, pero su querido y creído hermano lo ignoró.
—Pablo, o te comportas de una vez o me largo.
Estaba hasta las narices de su comportamiento, era verdad que era un Dios con la guitarra, pero eso no significaba ser tan prepotente.
—¿Qué quieres que haga? La tías me adoran. —Le dedicó una de sus miradas, no estaba para aguantar las tonterías típicas de un quinceañero, y aunque Pablo pasase la veintena es lo que parecía en aquel momento—. Además, los hermanos están para esto.
—También para soltar una bofetada a tiempo, así que no te la juegues más.
—Últimamente estás muy insoportable, haz el favor de pillar de una vez, lo agradeceremos todos, que desde Lara no se te ha visto con nadie.
Pasó de responder, ya que si lo hacía lo mandaba más allá, y no era ni el momento ni lugar para hacerlo. Dio un paso hacía adelante viendo como la gente se ladeaba para dejarlo marchar. Qué se las apañara solo, bastante tenía él con lidiar con sus sentimientos para que llegase su hermano pequeño a decirle que hacer o no con su intimidad.
Se quedo anclado al suelo al ver los ojos pardos que lo miraban con asombro desde el final de la sala. Parpadeó repetidas veces, sabía que era una ensoñación, que ella no estaría en la estancia. Solo era su deseo y ganas de volver a verla.
Vio cómo su fantasía se desvanecía al abrir de nuevo los ojos, ya no estaba de pie mirándolo, aquella zona estaba vacía, solo ocupada por las decenas de sillas alineadas en filas. Maldijo para sus adentros, ese no era el acuerdo al que había llegado hacía semanas, se trataba de olvidarla, no de inmortalizarla en sus recuerdos, pero su subconsciente hacía lo que le daba la gana y la imaginaba en cualquier lugar.
Salió al exterior, el humo del cigarro le aclararía las ideas o eso creyó. Apoyada en la baranda metálica, su ángel rockera expulsaba el humo con elegancia. La sensualidad y tranquilidad que emanaba lo atrajo como un imán, la misma sensación de familiaridad que percibió la primera vez y la percepción de que ella era su felicidad.
Despacio, anduvo los pocos pasos que los separaban. El aroma de Sofía inundó sus fosas nasales, recordándole lo bien que se sentía al estar abrazado a ella. Pegó su cuerpo al de su amada, haciéndole ver que aún la reconocía y lo mucho que la anhelaba. Dos meses distanciados no eran suficientes para olvidar lo ocurrido.
Se sintió en casa al saborearla, la pasión con la que le devolvió el beso lo hechizó hasta límites insospechados. Sabía que la amaba, pero hasta entonces no alcanzó a comprender la magnitud de sus sentimientos por esa desconocida llamada Sofía. Aquella menuda mujer que lo miraba con el deseo y amor instalado en la mirada. Esa que haría que sus días grises se convirtiesen en infinita primavera. De la que no solo quería los buenos momentos, también anhelaba sus miedos y fracasos, que él estaría allí para animarla y consolarla.
Dejó de divagar centrándose en conquistarla, en hacerla tan partícipe de él que jamás deseara volver a alejarse. Le acarició los brazos hasta llegar a las mejillas, las cogió entre sus manos y bebió de sus labios aplacando la sed que lo acompañaba sesenta días.
Llevaban viéndose cuatro fines de semana, donde las tardes las dedicaban a conocerse, horas y horas hablando, y lo más indecoroso era un roce de manos. A lo máximo que llegaban eran a unos pocos besos como despedida, que susurraban las cosas que ambos deseaban hacerse.
Aquella noche, Sergio sabía que era especial, incluso se encontraba nervioso, sería la primera vez que disfrutaría de ella, se sentía como cuando perdió la virginidad, esa torpeza que suele acompañarte en el primer encuentro estaba latente en él. Era tanto el deseo de hacerla suya, que dudaba si recordaría el proceso.
Intentó olvidar los miedos que lo invadieron, no por temor a no dar la talla, sabía que era capaz de ello y mucho más, pero ella le producía tal estado de excitación que era incapaz de controlarse.
Le encantó la mezcla de inocencia y pillería que destilaba su mirada. Allí estaba, apoyada en la amplia mesa de escritorio, observando con detalle cada cosa que contenía, hasta que centró la mirada en el pecho desnudo de él. Se relamió los labios, deseosa por catarlo, lo ansiaba desde el primer encuentro, era algo que se apreciaba.
Sergio se acercó despacio, no queriendo asustar a la presa. Atrapó la cintura entre sus manos con suavidad, pero ejerciendo la suficiente presión para que no se le escapara. Primero le besó la punta de nariz, le encantaba aquel gesto tan cariñoso. Descendió hasta hallarse frente a los carnosos labios, sacó la punta de la lengua y los degustó. Emitió un pequeño gruñido de aprobación.
Dio otro paso, acercándose más a ella. Volvió a saborearla, aunque aprovechó para profundizar el beso. Le encantaba como jadeaba contra su boca. Se deshizo de la sobrecamisa a cuadros que llevaba, demasiada tela que le impedía acariciar sus brazos. Por cada beso que le daba le robaba una prenda hasta que la tuvo desnuda ante él.
Se maravilló viendo la silueta más perfecta que jamás había observado, cualquier otro podría decir que las había mucho mejores, solo eran locos que no apreciaban la auténtica belleza femenina.
—¿Y ahora qué? —preguntó Sofía sujetándolo por el cinturón.
Bajó la mirada, no deseaba perderse el espectáculo de ser desvestido por aquella diosa que le pertenecía solo a él. La agarró de las nalgas izándola hasta que ella le rodeo las caderas con las piernas.
Caminó hasta toparse con la cama. Antes de posarla en ella, la miró y sin dejar de besarla le dijo:
—Tenemos toda la eternidad para descubrir adónde nos lleva aquel primer encuentro.