3
Habían transcurrido más de dos meses desde aquella última comida entre amigas. Sofía miró la pantalla del ordenador encontrándose la página repleta de palabras. Desde aquel sábado algo había cambiado, sabía que Sergio tenía gran parte de culpa. Se había devanado los sesos durante meses para avanzar con la novela y no salía nada decente de su mente. Todo cambió a los dos días de aquel fugaz encuentro. Ya que el siguiente lo dedicó en exclusiva a recordar cada sensación, cada palabra que habían intercambiado, aunque algunas se negaban a ser recordadas debido al exceso de alcohol.
Suspiró pensando que el destino era muy caprichoso y, a la vez, muy puñetero. No tenía la menor duda que la impulsó aquel lluvioso día, tenían que conocerse, pero como por arte de magia, llegó y se esfumó. Aunque su mente todavía recordaba lo bien que sentaba estar entre sus brazos deseosos de dar amor. Y por muy locura que fuese, recordaba su sabor.
Negó hasta la saciedad querer buscarlo, lo que nadie sabía es que lo había intentado por activa y por pasiva, pero nada de lo que hizo dio resultado y eso que su ciudad no era de las más urbanitas. Era como si aquel sábado hubiese conocido un fantasma en vez de a un hombre real.
Se planteó patear metro por metro las calles hasta dar con sus huesos, pero algo dentro de ella le decía que no sería bien recibida, que si de verdad, él hubiese querido una segunda oportunidad la habría pedido, cosa que no hizo aunque sí su subconsciente. Solo pudo hacer una cosa; agradecérselo.
Sí, gracias a él tuvo la valentía de dejar de lado su retirada espiritual, tantos meses en soledad comenzaban a pasarle factura. Desde aquel día se encontraba más viva, con más ganas de disfrutar cada segundo del día, ya que sabía que la vida no ofrecía segundas oportunidades cuando llegaba la hora.
Incluso, estaba recuperando aquella confianza perdida, cada sábado que quedaba con ellas era como si cerrara, de una maldita vez, aquella brecha que ella misma interpuso en sus caminos. Los días, por muy grises que despertaran, lucían igual que en pleno verano. Todo en ella estaba vivo.
Se colocó los zapatos antes de mirarse por última vez en el espejo. Le gustaba el conjunto elegido, esa mezcla de moderno y antiguo que tanto le encantaba era lo que veía reflejado. En el exterior, miró el coche con recelo, era una de las cosas a las que tuvo que renunciar desde el incidente, ahora ya casi no le importaba no poder moverse con esa libertad, había descubierto que caminar y el transporte público no estaba tan mal. De hecho, le evitaba enfadarse en mitad de un atasco al ver la torpeza de los demás conductores, solo se dedicaba a escuchar música o a leer cualquier libro desde el móvil mientras no llegaba a su destino.
Atrás dejó la etapa de autocompasión, ahora tenía frente a ella a su nueva yo, y cada día le encantaba pasar más tiempo con ella, habían tantas cosas que descubrir que pensaba que nunca llegaría a conocerla del todo.
Guardó el móvil antes de descender del autobús. Caminó por las calles repletas de gente, que al igual que ellas, deseaban disfrutar del día despejado que les ofrecía finales de febrero. Lo primero que hizo nada más llegar al restaurante fue solicitarle a la camarera una cerveza bien fría, iba sin resuello.
—Buenas, chicas —dijo cuando acabó de pedir.
Carol le propinó unas palmaditas en la espalda, pero fue Claudia quien tomó la palabra.
—No me importa pasar a recogerte.
Sofía agradeció el ofrecimiento—. Lo sé, pero debo empezar a hacer mi vida sin depender de nadie, ya sabes que nunca me gustó.
Y tanto que lo sabían, aquel había sido el principal motivo por el que ella se alejara. No quería ser una carga para nadie, se negaba a que la recogieran y llevaran a casa como si se tratase de una adolescente.
Solo fueron risas y gratos recuerdos los que amenizaron la comida. La sensación de paz invadió a Sofía, no solo se había reencontrado, también había recuperado lo que tanto anhelaba, pasar tiempo entre amigas sin más complicación que pasarlo bien.
La tarde estuvo cargada de buenos momentos, de esos que incluso el paso del tiempo era incapaz de borrarlo de la mente. Caía la noche cuando decidieron replegarse, el cansancio hacia mella en cada una de ellas. Iba a despedirse cuando Abi se ofreció llevarla a casa. Quiso rehusar, pero, al ver que solo era un simple gesto que ella misma haría, aceptó.
La velada para ellas se alargó más de la cuenta, su amiga le narró que había conocido a un chico, la animó a conocerlo, que no se cerrase en banda como siempre hacía. No todos eran iguales, ella misma lo supo cuando su fantasma la encontró, porque estaba segura de que fue él quien la halló y no al revés.
—Queda con él —le decía mientras encendía el segundo cigarro—. Si no lo haces, después puede que te arrepientas.
Abi arrugó la nariz—. No sé, todos me parecen iguales.
—No, tonta. No todos son tan gilipollas, egocéntricos y capullos como el último.
Ambas sonrieron al recordar las largas conversaciones que aquel hombre ocasionó. Sofía se estremeció al rememorarlas. El chico solía usar la misma introducción en casa frase que salía de su boca; «Claro es que como soy tan guapo…». Nunca antes había conocido tanto egocentrismo junto.
—¿Lo has buscado? —Era la única, a la cual, le contó lo que Sergio había despertado en ella. Negó evitando así decir la verdad—. Qué estás hablando conmigo, y sé que sí lo has hecho. Desde que te conozco nunca te escuché hablar así de un hombre.
Encogió los hombros—. No sé donde buscar más, es como si se lo hubiese tragado la tierra. Desistí al mes de intentarlo. Creo que el destino lo puso frente a mí por otro motivo, solo deseaba que despertase del letargo en el que estaba sumida.
—Puede ser. Aunque estoy convencida de que fue por algo más.
—Si lo averiguas házmelo saber —dijo como despedida antes de abandonar el coche.
—Eh —dijo Abi bajando la ventanilla antes de que Sofía accediese a casa—. Mañana a las cuatro te recojo.
Se giró para encarar a su amiga—. ¿Dónde vamos?
—¿Ya te has olvidado? —Parecía ser que sí—. Me prometiste acompañarme a ver al guitarrista que tanto está dando de que hablar. Solo da un concierto en la ciudad.
Resopló, lo que menos le apetecía un sábado por la tarde era ponerse frente a un joven al que consideraban el nuevo Jimi Hendrix, estaba más que segura de que se lo tendría muy creído.
—De acuerdo, te acompañaré.
Abrió los ojos y refunfuñó al saber que tendría que acompañar a su amiga. Todavía no entendía por qué se ofreció voluntaria, que estuviese saliendo del cascaron no significaba pasar un mal trago, y tenía la certeza de que iba a ser horrible. Ni se molesto en arreglarse mucho; unos tejanos, Converse, un fino jersey, ya que el sol parecía calentar más de lo normal en aquella fecha, y la primera chaqueta que pilló.
Esperó en la puerta de casa la llegada de su amiga, si se retrasaba cinco minutos más, la pillaría en pijama frente al ordenador, que es donde debía estar para no volver a desconectarse de la nueva historia. Sus rezos no surgieron efecto, el Polo negro apareció en la curva.
A regañadientes subió al vehículo y escuchó el animado monólogo de Abi, se estremeció al saber que tendrían que hacer cola para llevarse un autógrafo del artista. «Joder, con lo a gusto que estaría yo en casa», pensó sin dejar de mirar la carretera.
La sala se abrió paso frente a ella. La gente se congregaba alrededor de una mesa donde provenía el escandalo de incesantes risas. Tomó asiento en la última fila, cerca de la puerta para poder escapar a su antojo.
Algo llamó su atención, no era la primera vez que escuchaba aquella voz, aún la llevaba grabada a fuego en su interior, se deshizo de la idea, no podría ser cierto, solo sus ganas de reencontrarse con él, poco más. Comenzó a impacientarse al volver a oírla, debía borrarla de su memoria o no subsistiría un día más.
Había reafirmado ante todos, una y otra vez, que el destino lo puso en su camino solo para espabilarla, para sacarla de aquel oscuro agujero que ella sola se había introducido tras la operación. Pero su yo más interno le gritaba, bien alto, que estaba mintiendo no solo a sus amigas, también a ella misma. Aquel hombre caló más profundo que cualquier otro que hubiese conocido a su edad.
Miró al frente, le urgía comprobar que todo era producto de su imaginación, que Sergio no estaba en la sala. Fue como si los presentes fuesen guiados por las manos de Moisés al igual que hizo al separar las aguas del Mar Rojo, se ladearon dejando un estrecho pasillo desde el que se podía ver con claridad la gente que acompañaba al guitarrista.
Boqueó de seguido intentando oxigenar los pulmones. Aunque la temperatura era agradable, incluso podría decirse que fría, ella sintió como si el oxigeno se hubiese evaporado de la atmosfera.
—¿Sofi? —No prestó atención, solo tenía ojos para la persona que tenía delante—. Eh, parece que has visto un fantasma.
Esa era su sensación, nunca hubiese imaginado encontrarlo en aquel lugar y mucho menos al lado del afamado guitarrista. Intercambió miradas entre los dos, no tardó en descubrir el gran parecido que tenían.
Abi proseguía intentando llamar su atención, algo que no conseguía, era como si su amiga estuviese en un mundo paralelo, en el que solo estaba ella y el hermano del guitarrista.
—¿Estás bien? Me estás asustando. —Se puso frente a ella, solo así, logró que la mirase a los ojos.
Sacudió la cabeza despejándola—. Sí, estoy bien —respondió a media voz—. Necesito tomar aire. Te espero en la puerta.
No logró entender las palabras de Abi, su cabeza era una noria que no cesaba en girar. Tantos meses preguntándose si lo que sintió aquel sábado había sido producto del alcohol, si Sergio solo era una imaginación de su cabeza para hacerla reaccionar, incluso dudo de que realmente se hubiesen besado. Y ahí estaba, de pie al lado del chico prodigio.
Sus miradas se habían cruzado un instante, y ambas destilaban sorpresa. Ajena a todo lo que sucedía a su alrededor se retiro al exterior, necesitaba organizar sus pensamientos, en aquel instante, una bomba de relojería tenía menos peligro que sus meditaciones.
Miró al frente, observando el verde valle que se extendía frente a ella. Intentó concentrarse en cosas insignificantes para sacarlo de su mente. No tenía claro si deseaba un segundo encuentro, aunque fuese una contradicción, ya que lo había deseado desde el día posterior.
Su cuerpo reaccionó al sentir la calidez de la mano que le acariciaba el brazo, era como si llevase años sintiéndola, y a la vez, como una droga que llevase tiempo sin administrarse.
—Pensé que no te volvería a vez —dijo la voz profunda de Sergio, tan cerca de su oído que la erizó—. Incluso llegué a creer que solo fue producto de mi imaginación para ayudarme a aclarar las ideas y no cometer un nuevo error.
No se giró, se mantuvo en la misma posición. No porque no desease mirarlo a los ojos, incluso se moría por besarlo, es que su sistema nervioso no le respondía, tenerlo tan cerca la dejó fijada al suelo.
—Sofía. —Le supo a gloria escuchar su nombre en la masculina voz, que lo pronunció como la mejor de las caricias.
Se dejó guiar por las manos de Sergio, que con suavidad la giró para encararla. Sus miradas volvieron a conectar diciéndose cuánto se habían extrañado. Volvió a sentir lo mismo que la primera vez, que cuando estaba entre sus brazos el universo entero desaparecía y solo que daban ellos dos.
Inspiró profundo al ver la cercanía de los labios que tanto había deseado. Lo recibió al igual que en el primer encuentro, aunque el hambre por él había aumentado en esos meses separados.