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El día despertó encapotado, ni un resquicio de sol se oteaba en el horizonte. Sofía miró por la ventana y suspiró. Lo que menos deseaba era asistir a la reunión que cada año por aquellas fechas se celebraba. Su única ambición del día era sentarse frente al ordenador e intentar avanzar en la novela que estaba sumergida más de siete meses, y todavía no conseguía la conexión deseada. Las idas y venidas del hospital consiguieron que perdiese el hilo de ella, y meses después, ahí seguía, con la mente en blanco.

Miró el reloj y después volvió a avistar el cielo, seguía igual de gris que su estado de ánimo. Llevaba encerrada en casa mucho tiempo, no era problema para ella, se había acostumbrado a su soledad y en cierto modo, le encantaba pasar las horas sentada en el sofá leyendo mientras la musa no hacía acto de presencia.

El pitido del móvil hizo que dejase de mirar el torrente de agua que la avisaba de que tenía que buscar una excusa para quedarse en casa, llevaba meses sin ver a sus amigas, pero la desazón que sentía tampoco la animaban a dar el paso de meterse en la ducha para prepararse. Leyó el WhatsApp de Carol:

         Hoy no salgo de casa con la que está cayendo. Pasarlo bien.

Suspiró al verlo. Tenía la razón que andaba buscando casi una hora para dar un nuevo plantón al grupo. Pero, sin saber bien el porqué, algo en ella se activó. Por primera vez, aquella mañana algo la instó a que debía pasar por la ducha, ponerse su ropa favorita e ir a la comida que hacía más de un mes estaba prevista.

Con determinación marcó el número de Carol. Se llevó el teléfono a la oreja canturreando la canción que sonaba por los altavoces. Tuvo que insistir, Carol era impredecible, podría tener el teléfono en las manos y no contestar. Al final, su amiga descolgó.

—¿Has visto cómo llueve? —Ni buenos días ni un hola precedieron la frase. Entre ellas no hacía falta.

Sofía se acercó a una de las ventanas de su despacho, se estremeció al ver que era imposible ver más allá de un metro, la cortina de agua lo opacaba todo a su alrededor.

—Sí, no hace día para salir de casa, y mucho menos para comer en una terraza.

—¿De quién fue la idea?

Sonrió al recordarlo—. Mía.

—Tú y tus manías.

Se miró la cicatriz, desde aquella mañana de verano todo en ella había cambiado, incluso su forma de ser.

—Ya sabes que paso más tiempo entre cuatro paredes que al aire libre, para una vez que me decido a salir no quiero encerrarme en otro sitio —aclaró, aunque era algo que todas ellas sabían—. Anda, anímate. Llevamos planeándolo más de un mes.

—A ver si te aclaras, nena. Has sido la primera en preguntar si quedaríamos al final.

—Sé lo que he dicho, pero quizás sea el día perfecto para vernos. Piensa que no habrá mucha gente por el centro ya que la mayoría no estarán tan locos como nosotras para salir con estas lluvias.

—El restaurante que teníamos contratado nos ha cancelado la reserva, dice que no puede montar las carpas con la lluvia.

Inspiró profundo, algo dentro de ella le gritaba que era el día perfecto para salir, debía dejarse llevar como ocurría antaño.

—Buscamos otro. Venga, lo pasaremos bien. ¿Cuánto tiempo hace que no nos pegamos una fiesta juntas?

—Es que hay que echar instancia para verte —dijo riendo alto—. Joder, nena, que a los americanos les costó mucho menos encontrar a Bin Laden que intentar dar con tu paradero.

Sofía sabía que llevaba razón, desde lo sucedido se había recluido en casa, en ocasiones, hasta pensaba que se estaba volviendo más ermitaña de lo que de por sí ya era. Aquello marcó un antes y un después en su vida, fue como un salto en el tiempo que deseaba con todas sus fuerzas olvidar, aunque el día a día se empeñaba en recodárselo a cada segundo que transcurría.

—No seas exagerada, estoy donde siempre.

—Sí, aislada en tu cueva.

—Bueno qué, nos vemos a las dos en Las Salinas.

Carol sopesó la idea, Sofía la conocía tan bien que sabía que solo necesitaba un empujoncito para cometer la mayor locura del año. Dio un pequeño saltó al escuchar el estruendo del trueno, no quiso mirar por la ventana, sabía que no iba a gustarle lo que vería y sería un nuevo impedimento para terminar de convencerla.

—Está remitiendo. —Oyó decir a su amiga.

Cerró la boca para no decir que en su zona, próxima a la del restaurante, estaba apretando de nuevo y las calles parecían ríos del agua que transportaban.

—Sí, parece que quiere terminar de llover. —Mintió, necesitaba salirse con la suya.

—Estás como una cabra. —Soltó de repente—. Estamos como cabras, estaremos solas en el centro.

—Deja de quejarte y vete a la ducha. Ah, ponlo en el grupo. —Sofía recordó algo importante y maldijo—. Puede que me retrase unos minutos.

Dejó el teléfono sobre el escritorio, realmente no estaban muy cuerdas, pero ya se había decidido a no quedarse, otro día más, encerrada entre sus cuatro paredes, aquellas que le conferían su seguridad, donde nada se salía de lo común y no había imprevistos.

Fue directa al baño, necesitaba comprobar si sus sospechas eran o no acertadas. Abrió el grifo del agua caliente, cinco minutos después injurió por lo bajo, su casa no era de esa época, se había quedado anclada en la Edad Medieval.

Preparó la mochila con lo necesario. No lo pensó mucho, se hizo con sus vaqueros favoritos, aquellos que no aceptaban un roto más. La camisa blanca y negra que también combinaba con el intenso azul del tejano. La chaqueta, tenía más que claro la que se pondría, mitad vaquera mitad piel. Jugueteó con las decenas de collares que pendían de los ganchos y encontró el que andaba buscando, lo miró con recelo, sería la primera vez que lo utilizaría, solo lo compró por los recuerdos que le ocasionaban. Sin pensarlo lo introdujo en la mochila.

Salió a la cocina topándose con sus padres, había regresado hacía justo un año, los motivos fueron varios y en aquel momento no quiso parar a pensar en su futuro y en todo lo que se vio obligada a renunciar, solo tenía una cosa en mente; pasar el mejor sábado de su vida o, por lo menos, el mejor del último año.

—No perdonas ni la lluvia.

Escuchó el quejido de su padre. Lo ignoró, por fin, se encontraba de buen humor, los días grises se estaban disipando, aunque no alcanzaba a lograr cual era el motivo para sentirse tan viva, tan llena de vitalidad que la estaban obligando a salir un día tan feo.

—Me marcho a ducharme, otra vez estamos en la prehistoria. Si viene Claudia antes que yo, que me espere.

Claudia era otro miembro del grupo de amigas. Entre las dos se había instalado cierto distanciamiento, Sofía era consciente de que ella tenía gran parte de culpa, pero también era verdad que el sentimiento seguía tan latente como siempre, las amistades no se pierden por un simple bache en el camino, no las de verdad.

Condujo con sumo cuidado los escasos ocho kilómetros que la separaban de la ducha. Estacionó el coche temblándole la mano, la presión ejercida en el volante le estaba causando estragos, se olvidó de ella por una maldita vez, su vida se había centrado en esa parte de su cuerpo muchos días, y solo quería volver a ser ella. Aquella chica risueña que no le temía a nada y que sorteaba los obstáculos incluso con elegancia. Necesitaba reencontrarse consigo misma, y tenía claro que aquella prueba que el destino había puesto frente a sus narices sería el comienzo de su nuevo yo.

Hora y media después, miró el reflejo que le devolvía el espejo. Sonrió como llevaba semanas sin hacer, reconocerse era el primer paso para saber que todo iba rodar como antes. Observó el atuendo elegido, le encantó el resultado. Una mezcla entre roquera dura e inocencia, todo gracias al colgante.

—¿Te vas a poner ese? —preguntó con mal gesto su hermana.

Agachó la cabeza para verlo mejor, el marrón del cordón con la mezcla de metal viejo y azul quedaba perfecto con la vestimenta elegida.

—¿No te gusta? —Deseó saber bajando la cabeza para que terminara de arreglarle el pelo al estilo años ochenta.

—Tienes más bonitos que esos.

Sí, los tenía, preciosos, pero no tan emotivos—. Ya, pero a este le tengo especial cariño.

No hizo falta más explicaciones, su hermana sabía a qué se refería—. Pásalo bien —dijo como despedida antes de cerrar la puerta de casa.

—Lo intentaré.

Sabía que nada iba a salir mal, era ese presentimiento el que hacía que tuviese tan buenas vibraciones para el desarrollo de aquel día. No le dio más importancia, en parte, le daba igual, solo deseaba que todo fuese según lo había visto en el interior de su cabeza.

Para cuando llegó a casa, sus amigas la estaban esperando en el porche.

—Venga pesada —exclamó Claudia—. Llevamos media hora de retraso y mi cuerpo ya pide una copa de vino.

Arrugó la nariz, odiaba aquella bebida que todos elogiaban, lo había intentado en innumerables ocasiones, su reacción siempre era la misma; escupirlo.

—Toda la botella para ti, mientras el restaurante tenga buena provisión de cerveza soy feliz —replicó sin dejar de sonreír—. Dejo esto —dijo enseñando la mochila—, y nos largamos.

El trayecto hasta el restaurante era corto, aunque a ella se le hizo eterno. Tantos meses sin verlas pasaba factura, ya no sabía cuáles eran sus temas de conversación, incluso se perdía con el que llevaban.

Se centró en mirar la calzada, como el agua se levantaba como deseando volver a su lugar de origen y se sumió en sus pensamientos. Esos minutos hicieron que pensara mejor su determinación por salir, las apreciaba y mucho, pero darse cuenta de que las cosas nunca volverían a ser como antes dolía. Y sabía que aquella complicidad, que antes tenían, no regresaría, eso quedó anclado en el pasado.

Miraron la fachada del restaurante con cierto desánimo, para nada era el lugar que habían escogido. Pero les venía como anillo al dedo, quedaba a escasos veinte metros del local de copas en el que pasarían la tarde bailando, bebiendo y riendo. O eso esperaba que ocurriese para no arrepentirse de abandonar su zona de confort.

—No me gusta este restaurante, no se come bien.

Todas giraron la cabeza mirando con estupor a Abigail. A Sofía le encantaba la espontaneidad de su amiga, pero en aquella ocasión no pudo darle la razón.

—Está catalogado como uno de los mejores de la ciudad —dijo con cierto sopor.

Encogió el hombro, algo que para ella no tenía valor, tenía sus propios criterios—. Sigue sin gustarme.

—Es el que más cerca tenemos de Lutterfly, si para cuando salgamos llueve, no nos mojaremos mucho, y esta —Claudia señaló a Sofía—, hoy se ha peinado, ¿no querrás que acabe con pelos de loca como siempre?

Sofía agarró a Abi del brazo y tiró de ella al interior, comenzaban a caer de nuevo gotas y no quería mojarse antes de tiempo—. Olvida la comida, mientras el vino y la cerveza estén buenos, el resto es indiferente. ¿Cuánto comemos en estos encuentros?

—Nada. Siempre sobra todo.

—Ves, algo de lo que no preocuparte, casi no la probaremos y dicen que tienen una de las mejores bodegas.

El camarero las recibió con una amplia sonrisa, las cuatro se quedaron estancadas en los peldaños que descendían al interior del local. Sofía echó un rápido vistazo a su alrededor, se sintió algo incomoda al comprobar que el restaurante estaba ocupado, en su mayoría, por mesas largas repletas de hombres.

Los obvió, no estaba allí para eso, había salido con la intención de recuperar parte de la complicidad que la unía a sus amigas. Observó la decoración del local, llevándose la grata sorpresa de que estaba dividido en dos plantas. Se maravilló al ver la mezcla de lo moderno con lo antiguo, algo muy arraigado en sus valores.

Fue la última en seguir al camarero, mientras que las demás iban cuchicheando y riendo, ella solo se centró en absorber el aroma que desprendía todo lo que la rodeaba. La esencia de la madera, el olor que llegaba desde la cocina, pero sobre todo del ambiente festivo que se respiraba a su alrededor. Se dejó contagiar por la alegría que aquellos desconocidos desbordaban, había ido hasta allí con la misma intención.

Las cosas no estaban saliendo tal como había pensado, la primera media hora había transcurrido en silencio, a Sofía solo le llegaban las risas y festejos del resto de comensales, pero su mesa no podía ser más sosa y aburrida. Optó por tomar un receso, se excusó con qué tenía que ir al aseo, en cierta forma era verdad, pero lo que deseaba era salir a tomar el aire y reordenar sus pensamientos.

Apoyó la espalda en la pared a la espera de que la chica decidiese salir del baño. Jugueteó con el colgante imaginando otra vida que no era la suya, una que ella misma creó. Las voces le llegaban lejanas, ni se inmutó en desviar la mirada a la izquierda para prestarle atención a la mesa que no cesaba en reír. En ese momento, solo deseaba volver a su refugio del que se lamentaba haber salido.

En el exterior del local, sacó la cajetilla de tabaco llevándose uno a los labios. No se inmutó cuando un chico joven se apostó a su lado, de hecho no se enteró hasta que él no le pidió fuego. La sonrisa fue suficiente para entablar conversación, era agradable poder hablar con alguien, pero más comprobar que tenían cosas en común. Para cuando quisieron darse cuenta, era el tercer cigarro. Ambos optaron por regresar al interior o por lo menos a él saldrían a buscarlo.

—Nos vemos en el cigarro del café —dijo él sin dejar de sonreírle.

Sofía asintió, sabía que entre ellos no ocurriría nada, solo eran dos personas que habían conectado. Estaba a punto de coger el tirador de la puerta cuando escuchó su nombre, ladeó la cabeza encontrándose las mejillas rosadas de Carol, solo faltaba ella por llegar. Se le iluminó la mirada al saber, que por fin, la fiesta daba comienzo para ella y podría dejar de anhelar la que los demás disfrutaban. Cogidas del brazo accedieron al restaurante con sendas sonrisas. Carol iba narrándole que casi se había tomado una botella de vino antes de llegar, de ahí el retraso.

Sofía tuvo que pararse en mitad de los escalones y soltar una carcajada que fue, incluso, liberadora, aquella mujer era inigualable, en ocasiones envidiaba la vitalidad que emanaba, los años no hacían mella en ella.

Eran más de las seis de la tarde cuando las amigas abandonaron el restaurante. Para cuando llegaron a la puerta de Lutterfly la gente comenzaba a congregarse en la entrada, aprovecharon para repasar la pintura labial.

—Esta viene cañera hoy. —Escuchó decir a Claudia sin dejar de reír.

—Déjala, el celibato debe hacer estragos y ella se lo impuso solita sin ayuda de nadie —agregó Abi.

—Pero mírala —dijo Carol—, incluso su vestimenta dice: Tengo ganas de guerra.

Sofía rio tan alto que llamó la atención de los transeúntes—. Dejar de beber, ya vais bastante perjudicadas. —Fue lo único que dijo accediendo al interior del bar.

La música la recibió y aunque no era de su agrado, su cuerpo se meció al son de ella. Olvidó los malos momentos, los largos días oscuros. Solo se centró en volver a ser de nuevo aquella persona que tanto añoraba; ella.

Media hora fue suficiente para que todo se descontrolase a su alrededor, ni el grado de alcohol que recorrían sus venas evitaron que algo se activase en ella, la vibración que arrasó su interior la asustó, siendo la primera vez en su vida que huía de los sentimientos que despertaban en ella un hombre.

Cerró la puerta de casa pasadas las tres de la madrugada, apoyó la espalda intentando analizar qué había sucedido, pero la mente no estaba del todo despejada y no conseguía ordenar con claridad todo lo acontecido a la llegada al bar. Intentó no pensar en nada, solo centrándose en hallar un sueño que se negaba a acunarla para descansar.