2
—Javier, te he dicho que no voy.
Sergio observó la calzada mojada, estaba en la puerta de casa, para él, el simple hecho de salir suponía un gran esfuerzo, no había nada más que odiase que salir de fiesta como lo llamaban los amigos. Él era feliz en su mundo, hacía muchos años que había elegido ese estilo de vida pacífico, le aportaba mucho más que pasar la tarde del sábado de bar en bar, al final del día, lo único que obtenía era un intenso dolor de cabeza provocado por el brebaje que servían.
—Joder, macho, eres más raro que un perro verde —se quejó su amigo y compañero de trabajo—. A quién le digas que un tío de tu edad prefiere quedarse en casa tirado en el sofá en vez de salir a ligar, dirá que no estás muy bien de la azotea.
Sergio resopló, le molestaba que todos los de su alrededor intentaran dictar los movimientos de su vida.
—Que piensen lo que quieran, me la trae floja. —Estaba harto de escuchar siempre la misma perorata. Él no se metía en la vida de los demás y solo pedía lo mismo, que lo dejasen tranquilo en su soledad.
—Hazlo por mí, tío. Paso de estar todo el día con el jefe y el soplagaitas de Arturo.
—¿Alguno de vosotros ha tenido la decencia de mirar por la ventana? Está lloviendo a cantaros, ni los más dementes saldrían un día como hoy.
Escuchó la fuerte carcajada de Javier a través de la línea—. Deja de buscar escusas. En dos horas te recojo y más te vale no hacerme esperar, no tengo ganas de estar todo el día con la parienta y los niños.
Ese era el problema, que él si quería estar todo el día acurrucado en el sofá. Pronto cayó en la cuenta y maldijo. Hacía meses que solo lo ocupaba él.
—Estaré preparado.
Colgó sin despedirse. Regresó al interior, miró el salón, ahora carente de toda presencia de ella. Diez meses habían transcurrido desde la última vez que permanecieron juntos en la misma estancia. Muchas semanas de soledad intentando aclararse, obtener una respuesta que se negaba a llegar.
Se habían conocido demasiado jóvenes, era lo malo de vivir en la misma calle. Los años hicieron que la mirase con otros ojos, con el deseo instalado tras ellos. La relación fue forjándose con el paso del tiempo, para él su vida era perfecta, pero entonces, ¿por qué comenzaron las dudas?
Todavía recordaba aquella mañana, era domingo y como de costumbre estaba más que planeado. Llevaban ejerciendo el mismo ritual desde los inicios de su relación. Tras el desayuno se marchaban al pueblo a pasar el día con sus suegros. Le agradaba su compañía, pero comenzaba a cansarse de la monotonía que lo rodeaba, o simplemente era algo más que no acababa de descifrar.
Las peleas se intensificaron, a las que ya mantenían se sumaron las nuevas, haciendo cada día más complicada la convivencia. Consiguiendo que, poco a poco, se alejara del que había creído ser su único amor, el único conocido. Ahora tenía serias dudas, su yo interno se empeñaba en decirle que aquello no era verdadero amor, solo el cariño que se siente por una buena amiga.
Desechaba la idea cada vez que aparecía, se negaba a creerlo. Se culpaba a sí mismo, exonerándola a ella de todo, él fue quien comenzó a dudar de su relación. Sabía que en parte eran los elogios que recibía a diario en la compañía discográfica, aquellas mujeres estaban dispuestas a entregarles sus almas solo por pasar una noche con él, y sabía a ciencia cierta que no se negarían a ninguno de sus caprichos, cosa que su pareja si renegaba.
Tomó una ducha olvidando por completo el desastre de vida que sus actos habían provocado. Debía decidirse, pero ese no sería el día. Les demostraría a todos que estaban equivocados, que salir y rodearse de desconocidos no solucionaría su situación, y mucho menos, iba a cruzarse con nadie especial como le repetía su jefe desde hacía semanas. «Ven a la comida, quién sabe, lo mismo encuentras alguien especial, eso que llaman tu alma gemela», esas eran sus palabras exactas. Gilipolleces en su tierra, esas cosas solo sucedían en las estúpidas comedias románticas que a ella le gustaba tanto ver.
Llegaron al restaurante entre risas, aunque él fue el más retraído de todos, le costó algo más de una hora adaptarse al ritmo de sus amigos, al final se dejó contagiar por su efusividad. Comenzaba a pasarlo bien, incluso estuvo a punto de darles la razón, pero algo en el exterior captó su atención. Desvió la mirada, dejando a su jefe con la palabra en la boca, fuera no había nadie, solo la lluvia que se negaba a conceder unos minutos de tranquilidad.
Pensó en lo estúpido de la situación, llegó a la conclusión de que solo se trataba de remordimiento, de verse allí riendo y bebiendo mientras su pareja se devanaba los sesos pensando si él regresaría o no. Cogió la copa, ahora llena de vino, pero no llegó a catarlo. Lo invadió la misma sensación, aunque en esa ocasión, miró al frente y ahí estaba, un ángel con pinta de rockera caída del cielo.
No fue el único en desviar la mirada, aunque era normal, eran las únicas chicas del local. Arturo fue el primero en soltar la primera burrada, después se sumaron los demás.
—Joder, qué buena está la rubia.
—¿Cuál de las tres? —preguntó interesado Javier comiéndoselas con la mirada.
Rezó porque ninguno de ellos reparara en la morena que parecía distante de las demás, se notaba a la legua que no era como las otras, algo en ella le decía que eran tan iguales y a la vez tan diferentes que encajarían a la perfección.
—Prefiero a la morena. —Soltó de repente su jefe—. Tiene pinta de salvaje.
Javier le dio un codazo antes de hablar—. No eres el único que te has fijado en ella.
Todas las miradas se centraron en Sergio. Se vio obligado a dejar de observarla, le molestó que le quitasen el único momento que de verdad estaba disfrutando.
—Santos. —Llamó su jefe al camarero.
El hombre se acercó hasta ellos una vez dio las instrucciones para instalar a las recién llegadas. Todos observaron con cierta molestia que las ubicarían en la planta superior, privándoles así de la diversión de entablar conversación.
—Dime, Tomás.
—¿Por qué no le das esa mesa? —Señaló la que quedaba a su espalda—. Es de cuatro comensales.
Santos sonrió—. Son seis, faltan dos más por llegar. Además, esa mesa está reservada para una pareja.
—Cámbianos a nosotros —pidió su jefe sin dejar de insistir en estar cerca de ellas.
A Sergio no le desagradaba la idea, pero también sabía que tenerla cerca le aturdiría aún más, así que prefería la distancia que el jefe de sala se empeñaba en otorgar.
—Lo siento, está completa la planta superior.
Tomás resopló, le desagradaba no salirse con la suya—. ¿Tienes aseos arriba?
El camarero negó. Señaló el pequeño pasillo que había frente a ellos—. Esos son los únicos. Imagino que las veréis cuando bajen.
El tiempo transcurría y no habían vuelto a verlas, aunque solo Sergio era el que seguía pensando en una de ellas. No se explicaba por qué no habían bajado todavía, de sobra se sabía que las mujeres visitaban el aseo cada quince minutos. Su tortura comenzó la primera vez que la vio cruzar el restaurante.
—Eh, ¿qué miras?
Sergio desvió la mirada hasta centrarla en su amigo—. Nada.
Las risas se elevaron por encima de las demás—. Si a nada lo llamas tú, comerte con la mirada a esa morena que parece vivir en su mundo.
Se había fijado en ella cuando accedió con las escandalosas de sus compañeras, sin embargo, ella solo tenía atención para recorrer el lugar con ojos avivados, como deseando saber que secretos escondían la decoración del local.
Se desilusionó al ver que ni se había enterado de su presencia, cuando él la había notado casi al instante. Hacía años, por no decir nunca, había sentido tal conexión con alguien sin ni siquiera conocerla. Deseaba saber todo de ella, compartir ese mundo lejano donde parecía pérdida lejos de la realidad.
Y ahí la tenía, a escasos dos metros de distancia, pero era como si un abismo los separara. Estaba centrada en acariciar el collar, no le pasó desapercibido el brillo de su mirada ni la sonrisa que se negaba a enseñar. Quedó embelesado mirando las curvas que la ceñida chaqueta dejaban entrever.
Hizo el amago de salir a fumar al verla desde la ventana apoyada en la pared, desechó la idea cuando otro se acercó a ella. Algo dentro de él estalló al ver la complicidad que había entre los dos, pero sobre todo de las sonrisas, que iluminaban el gris día, que ella le dedicaba. No sabía que le ocurría, pero deseaba con todas sus fuerzas que le pertenecieran a él y no a ese desconocido que supo como arrancarla de sus pensamientos.
Sintió el toque de Javier, desvió la mirada—. ¿Qué?
—Quieres disfrutar del día y dejar de pensar. Por una vez que no lo dediques a averiguar que quieres no ocurrirá nada —le dijo su jefe.
Trabajaba para él muchos años, y verlo tan desolado le afectaba, le tenía especial afecto a aquel muchacho de mirada y sentimientos sinceros.
—No es tan fácil —replicó él—. Le prometí darle una respuesta este fin de semana.
Su jefe asintió, sabía toda la historia—. Ya, bueno. Puede esperar un día más, total, donde ha esperado más de diez meses a ver si te aclaras, que importa uno más.
Aquel no era su ambiente, pero su jefe tenía razón. Ni él mismo sabía con exactitud que deseaba y ver a esa morena le estaba complicando las cosas. Se centró en disfrutar el resto de comida, ya que estaba allí, pensaba pasarlo bien.
Se obligó a quitarse de la cabeza aquella chica que lo incitaba a buscarla, no era cuestión de complicarse más la vida, bastante mal tenía ya las cosas como para incluir a terceras personas.
Consiguió abandonar el local sin desviar la mirada hacía arriba, sabía que seguía dentro, que no habían terminado su velada. Salió al exterior sin esperar topársela, pero allí estaba con la sonrisa instalada en la boca. Era preciosa, para que negarlo. Como las anteriores veces le molestó averiguar que ella no se había fijado en él, ni inmutarse. Ni una sola mirada le había dedicado y él, aún cerrando los ojos, podría decir sin riesgo a equivocarse que ropa llevaba puesta, como era el color de su iris, incluso se había fijado en algo tan banal como el colgante que pendía de aquel largo cuello; un revolver, algo que llamó su curiosidad. Cómo una chica con apariencia inocente llevaba eso al cuello.
—No te compliques más la vida —le susurró Javier para que el resto no lo oyese.
Sacudió la cabeza—. No tengo intención de hacerlo.
—Entonces, vayamos al local a beber y a olvidar. Deja de comértela con la mirada.
No era con la mirada, exactamente, con lo que deseaba comérsela, otras partes de su anatomía deseaban disfrutar de aquel cuerpo creado para enloquecer al más pintado, en ese caso, a él.
Accedieron al local casi vacío, la gente seguía, al igual que la desconocida, en la sobremesa. Arrugó la nariz llevándose las manos a los oídos, la música era incluso hasta molesta para él. Para nada lo que solía escuchar, pero cuando accedió a salir por la mañana supo que no sería de su agrado.
Se apostó en la barra mirando la entrada, quería verla llegar. Tenía la vaga sensación de que sus caminos volverían a cruzarse aquel día. Pasó una hora y comenzó a dudar, ni la chica ni sus amigas habían accedido. Perdió la esperanza de encontrarla en el transcurso de la siguiente hora, así que lo dedicó a beber y charlar con Javier. No tenían nada mejor que hacer, solo observar cómo sus compañeros intentaban ligar con todas las chicas que abarrotaban, a esas horas, el bar.
Estaba en un lateral cuando la vislumbró. Se acercaba a la barra con una de las amigas, algo parecido a los celos hicieron acto de presencia, al ver las libertades que se tomaba el chico que iba agarrando a las dos. Se vio caminar hasta ubicarse detrás de ella, sabía que, como las veces anteriores, ni notaría su presencia, pero no cambió de posición hasta que por fin se giró.
Quedó eclipsado por la mirada que le dedicó, era como si lo viese por primera vez en todo el día y en cierto modo así era. Le devolvió la sonrisa, tenerla tan cerca y poder olerla lo había noqueado, con lo que a él le gustaba hablar, ahora las palabras se negaban a salir y no deseaba decir nada incoherente, no quería que ella viese lo que le afectaba.
Le encantó su iniciativa de entablar conversación, al principio, solo le respondía, no hacía por ir más allá, todavía intentaba controlar lo que su cuerpo sentía por aquella desconocida, algo a lo que, de momento, no quería buscarle explicación, solo dejarse llevar.
Sintió la calidez de su mano cuando con inocencia la apoyó en su pecho para acercarse a hablar, el volumen alto de la música les impedía hacerlo a cierta distancia, por una vez, rogó que lo subiesen más si ello conllevaba sentirla tan de cerca.
Tras la primera copa, llegó la segunda, los dos se olvidaron que iban acompañados, ni la presencia de Javier a su lado notaron, solo existían ellos y las miradas que se dedicaban. Se ofreció a acompañarla a fumar, sabía que pasaría un frío de mil demonios, había dejado el abrigo en el coche, poco le importó si ello suponía tenerla al lado. El resto de la tarde la siguió, allá donde ella estaba él se veía a su lado. Era la primera vez que disfrutaba del ajetreo de un garito como aquel, sabía que ella era la culpable de todo, pero se sintió feliz, como hacía años que no se sentía.
Llevaban horas hablando y cada vez le costaba más frenar sus impulsos más primitivos. Sus carnosos labios lo llamaban a voces, pero era consciente de que besarla complicaría aún más su existencia. Pero era inevitable sentirse atraído por ella, no solo por la belleza que desprendía, ni las perfectas curvas de su cuerpo, era su personalidad quien lo atraía como un imán. Era un desconcierto, un desconcierto delicioso. La seguridad con la que hablaba hacía estragos en él.
Allí estaba, apoyado en el cristal, ya no le importaba el volumen de la música, solo quería verla bailar. Cada movimiento de cadera lo hacía tragar saliva, imaginando como sería tenerla encima.
Lo vio aparecer justo por su lado, el chico del restaurante iba en su búsqueda, no lo pensó ni medito, solo actuó. La agarró con suavidad de la mano y la arrastró hasta pegarla a su cuerpo, sin pedir permiso, la atrajo hasta posar sus labios sobre los de ella. Esperaba no ser correspondido, más bien tenía la vaga sensación de llevarse una bofetada, le estaría bien merecido por sobrepasarse. Jadeó al ver cómo ella le daba acceso pudiendo así saborearla a su antojo.
Fue consciente de que estaba metido de mierda hasta el cuello, como solía decirse. Se había contenido toda la tarde, aunque era lo que más deseaba, pero sabía que catarla lo devastaría. Un huracán asolaba mucho menos a su paso, ella lo devastó con el primer roce y lo arrasó cuando ambas lenguas se tantearon. El primero llevo a muchos de ellos, convirtiéndolo en un adicto a sus labios.
La sacó del local, deseaba estar en un sitio tranquilo donde poder conocerla, donde poder impregnarse de ella, lo que no esperaba era que lo calara tan profundo que fuese incluso doloroso pensar en la despedida.
—No suelo salir de fiesta. —Se oyó decir.
—Yo tampoco —reconoció ella—. No sé que me impulsó a hacerlo hoy. Prefiero estar tranquila en casa tirada en el sofá leyendo o…
Sergio la miró de tendido, él había tenido la misma sensación, que algo tiraba de él obligándolo a salir de casa. Ahora creía conocer la razón; ella. Terminar conociéndola había sido el motivo de abandonar su retirada de la vida social.
—¿O? —La animó a que continuase. Deseaba saber todo de ella.
Sonrió con sinceridad, no pudo evitar contagiarse—. O frente al ordenador.
Le acarició la mejilla, su primera impresión se confirmaba, eran tan iguales y tan dispares que asustaba—. Yo prefiero encerrarme en mi estudio a tocar.
Lo miró con expectación—. ¿Qué instrumento tocas?
—La guitarra.
Ninguno reparó en que las horas transcurrían más veloces de lo que ambos querían, la madrugada avanzaba a pasos agigantados, pero ellos estaban inmersos en su mundo, en el que habían creado en exclusividad solo para ellos dos. En el que solo existían los besos que mutuamente iniciaban, caricias fugaces pero capaces de transmitir muchos sentimientos, y una incesante charla que bien podía durar hasta la eternidad.
Sergio sabía que tocaba dejarla marchar, que una vez que se despidiesen no sería un punto de inflexión, sería una despedida para siempre, que nunca más se encontrarían. Él tenía que aclarar su futuro y ella solo le complicaría más la decisión, no quiso ser egoísta y dar falsas esperanzas, no iba con él ser tan ruin.
La besó, junto al taxi, por última vez, absorbiendo y haciendo como suyo su sabor, sabía que pasaría mucho tiempo antes de olvidarla, si es que lo conseguía alguna vez, no tenía claro dejarla ir para siempre, podría convertirse en su musa particular, aquella que le daría las fuerzas para avanzar cuando volviese a dudar.
Regresó con sus compañeros, sabiendo que para él, la noche había acabado.