29
Latorre quedó impactado al escuchar de qué manera el cuerpo de Edna aterrizaba en el suelo de la pequeña terraza. Tanto fue el shock que le llevó más tiempo de lo normal ponerse en movimiento. Logró salir del trance al oír los gritos de socorro por parte de Sara.
Su mente batallaba con sus manos para localizar de inmediato el teléfono, al final lo encontró en el bolsillo interior de la chaqueta. Con urgencia marcó el uno-uno-dos y, lo más calmado que fue capaz, solicitó una ambulancia. No supo responder a las preguntas de la teleoperadora, en realidad, los dos desconocían la gravedad del asunto.
—La ambulancia ya está en camino —informó a Sara tras colgar.
La espera se hizo interminable. Respiraron al escuchar el timbre de casa. Latorre se encargó de abrir, ladeó el cuerpo para dejar acceso a los sanitarios y la camilla. En ningún momento se separó de Sara, no le gustaba el color de su cara. Junto a la puerta de la ambulancia le prometió que en cuanto tuviese un momento iría al hospital, pero primero deseaba realizar un par de llamadas para cerciorarse de que Jabel era la persona que buscaban.
Miró el teléfono por décima vez, proseguía sin sonar y hacía más de cuatro horas que había llamado a su hija, la misma persona que lo ayudó en hacerle llegar el mensaje al inspector García cuando descubrió que era uno de los propietarios del inmueble donde Edna aseguraba haber estado.
Quiso creer que eran meras casualidades del caprichoso destino, pero conforme avanzaba en la investigación, el inspector más sospechoso parecía y enterarse ese mismo día de que había seguido a la señora Cortés por las calles de la capital, terminó por convencerlo.
La imagen tirada de Edna le invadió la mente, a cada segundo que pasaba más lástima sentía por la mujer, las pruebas habían logrado difuminar las sospechas que se cernían entorno a ella, en esos momentos, Latorre estaba convencido de que simplemente era la víctima de alguien demasiado macabro.
Relajó la tensión de los hombros al escuchar el timbre del teléfono.
—Ya era hora —respondió.
Enmudeció al escuchar el timbre de voz, aunque quiso colgarle, la amenaza que vertió fue suficiente para que prestase atención.
Jabel admiró la belleza que el parque ofrecía a esas horas de la noche. Miró a su alrededor para cerciorarse de que nadie merodeaba por la zona, que a esas horas y con el frío que asolaba la ciudad, nadie en su sano juicio estaba fuera de casa. Sentado en el banco de madera esperó a que llegara la persona con la que se había citado.
Acodó los brazos en la mesa, Latorre era su única vía de escape para salir indemne de aquella situación en la que él se había introducido por el mero hecho de enamorarse de una desconocida.
Un ruido a su espalda lo sacó de la ensoñación, inspeccionó la zona concienzudamente y no dejó de hacerlo hasta que se aseguró de que seguía solo en el parque.
Cerró los ojos un momento, estaba exhausto, las más de dos semanas que duraba aquella pesadilla lo mantenían en vela. Desde que todo comenzó, apenas lograba descansar un par de horas al día, pero si de verdad deseaba acabar con todo, no le quedaba más remedio que pasar por aquel calvario.
La imagen de Edna se proyectó en sus retinas y la inusual forma en la que se conocieron. Llevaba unos días como miembro de la aplicación para solteros, aquella que Sergio le había recomendado. Sus ojos fueron lo primero que llamaron su atención, después su boca, esa forma de morderse el labio incitaba a cualquiera a mantener un mínimo de contacto.
Le sorprendió recibir el primer mensaje, fue escueta en el texto: «¿Probamos?». Su respuesta no tardó en llegar: «¿A qué?». La contestación fue un acto reflejo: «A ver si somos compatibles». Seguía sin creer que semejante belleza quisiera entablar conversación con él, cuando se consideraba un hombre del montón. Aquella simple tontería logró que las semanas transcurrieran y, de forma mutua, aumentara el nivel de contacto.
Se las ingenió a la hora de convencer a Sergio para que su fin de semana libre coincidiese con el que ella estaría en Valencia, si lo hacía bien, podía convencerla de verse en Alicante, su lugar de residencia cuando tenía varios días libres en el trabajo. La capital no estaba hecha para él, siempre había preferido las ciudades más pequeñas, las que conferían ese halo de amistad con los vecinos y Madrid, para nada, ofrecía eso.
Jamás olvidaría el momento exacto que llegó a la estación. Allí estaba ella de pie esperando a que él la recogiera, una amplia sonrisa de tonto enamorado le cubrió el rostro. No evitó cualquier contacto por pequeño que fuese y en un breve espacio de tiempo, se hizo adicto al tacto de su piel.
Se perdió en sus pensamientos mientras rendían cuenta de la cena, ella le narró con una inmensa felicidad lo que le había deparado su visita a Valencia. Jabel reconoció que ante su presencia quedaba eclipsado, no era para menos. Le encantaba aquel sentimiento que llevaba dormido durante tantos años.
Aquella noche, la mejor de su vida, intentó demostrarle con cada caricia y beso que, si se lo permitía, la amaría y protegería de por vida. Nada más estar dentro de ella supo que había hallado su hogar, que por nada del mundo quería separarse de Edna.
Toda su felicidad se truncó al siguiente día. Quién iba a decirle que siempre se arrepentiría de la decisión de salir a comer fuera, si su primera opción fue no abandonar las sábanas. Si hubiese hecho caso a su instinto no la habría perdido.
Durante la comida notó que algo no marchaba bien, quiso creer que se debía a la falta de sueño y al exceso de ejercicio físico. Instó a Edna para regresar a casa y descansar porque su cerebro se adormecía más a cada segundo que transcurría.
Al despertar no la halló a su lado. Se desesperó y enfadó a partes iguales. No era la primera vez que le sucedía, pasar la noche con una mujer y despertarse solo. Llegó a creer que con Edna había sido todo diferente, que ella había disfrutado tanto como él. El resto del día intentó olvidarse de ella y del tacto de su piel.
Las alarmas saltaron el lunes cuando —al llegar a su puesto de trabajo— recibió el aviso por parte de un compañero de Alicante informándole de que habían denunciado la desaparición de una mujer. Al ver la foto creyó morir, no había dudas de que se trataba de Edna; su amor.
Dedicó los siguientes días a localizarla, nada de lo que hizo le reveló el paradero de dónde la mantenían retenida. A partir de ese día la única manera con la que lograba dormirse, era rememorando cada instante vivido junto a ella.
Suspiró aliviado cuando, en comisaría, se recibió la llamada de un trabajador de Renfe dando el aviso de que una mujer coincidía con las características físicas de Edna. Quiso estar presente a su llegada a Atocha; pero como las demás veces, su jefe le tenía otro trabajo asignado.
Se le partió el alma la mañana que por fin volvió a tenerla frente a él, ver el miedo que destilaba su mirada le aseguró que pensaba que él tenía algo que ver.
—Le noto demasiado pensativo, inspector García.
Alzó la mirada para toparse con un hombre que, cerca de la cincuentena, lo observaba con verdadera fascinación.
—Detective Latorre, muchas gracias por aceptar reunirse conmigo.
—A ver quién es el guapo que le decía que no. —Bromeó sentándose frente a él.
Latorre recordó la llamada recibida por parte de Jabel, en la que le aseguraba que si no se reunía con él en el parque a medianoche, haría todo lo posible para que le anulasen la licencia de detective.
—Le pido disculpas por las formas. Entiendo que no han sido las más adecuadas y más cuando no nos conocemos, pero estoy desesperado.
—Jabel García, natural de Alicante. Aprobó las oposiciones al cuerpo de policía con veinticuatro años, se especializó en personas desaparecidas, intuyo que la desaparición de sus padres le llevó a ese campo. En la actualidad trabaja en Madrid, se dedica en cuerpo y alma a su oficio, no se le ha conocido ninguna relación estable y es el principal y único sospechoso del rapto de Edna Cortés. ¿Lo conozco o no, señor García? —Ironizó Latorre.
—Veo que ha hecho su trabajo, detective.
—Para eso me pagan. Ahora, dígame, ¿qué quiere de mí?
—Asegurarle que no tengo nada que ver con la desaparición de Edna Cortés y usted es la única persona que puede ayudarme a esclarecer todo.
Los siguientes minutos los dedicó a relatarle con pelos y señales cada instante que pasó con Edna en Alicante, incluso le mostró los mensajes intercambiados para que creyese su versión. Finalizó por narrar el momento justo de salir del restaurante y las sensaciones que le llevaron a querer regresar a casa con tanta rapidez.
—¿Intenta decirme que los drogaron? —inquirió Latorre al asegurarse de que había acabado su exposición.
Jabel encogió los hombros, no tenía respuesta para aquella pregunta.
—No lo sé, de lo único que estoy seguro es de que cuando me desperté, tuve la sensación de haberme bebido todo el alcohol del planeta. La cuestión es que solo tomé un refresco durante la comida.
Latorre analizó la información, y las dudas volvieron a invadirlo. «¿Y sí?», caviló.
—¿Cómo llegó a casa?
—Tampoco puedo ofrecerle respuesta a eso, no lo recuerdo.
El detective asintió.
—¿Por qué no ha dicho nada en todo este tiempo? O al menos intentar explicarse el día que fue a visitarme.
—¿Usted qué cree? —contraatacó Jabel—. Si admitía que fui la última persona que estuvo con ella hubiese pasado a ser el principal sospechoso de su secuestro.
—De poco le ha servido esconderlo, aun así se ha convertido en el único sospechoso.
Jabel asintió con pesar.
—En parte, también lo he hecho porque hay algo en toda esta historia que no me cuadra y quería investigar por mi cuenta.
—¿Y ha descubierto algo que se me haya escapado a mí?
—Creo que nada es lo que parece. Verá…
Enmudeció cuando vio que la frente de Latorre se perlaba con el intenso rojo de la sangre. Se incorporó de inmediato, sus años de policía le advertían que el detective no volvería a abrir los ojos nunca más, aun así se cercioró de ello colocando dos dedos sobre el cuello, como intuía, no halló el latido de su corazón.
Por mucho que inspeccionó la zona girando sobre sí mismo, no encontró al tirador. Sacó el móvil del bolsillo del pantalón para solicitar refuerzos, lo siguiente que percibió fue la bala que le atravesó el corazón arrebatándole la vida en el acto.