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Instaladas en la mesa más alejada del restaurante, ambas amigas esperaron ser atendidas antes de enfrascarse en la conversación.

Sara estaba ansiosa por saber. Por el contrario, Edna no estaba tan segura de contar, las ideas seguía sin tenerlas despejadas y poco podía aportar para saciar la curiosidad de su amiga.

—¿Por qué nos hemos ido de la comisaría? —Sara lanzó la primera pregunta nada más cerciorarse de que el camarero les concedía intimidad.

Edna tragó el agua que tenía en la boca y depositó el vaso en la mesa antes de responder.

—No es la primera vez que escucho la voz del inspector García.

—¿Qué quieres decir?

—Pues eso, que ya la he oído con anterioridad.

—¿Cuándo?

Pensó bien la respuesta, no estaba convencida de si era un recuerdo real o una simple imaginación de su mente bloqueada.

—No lo sé.

—¡Ya empezamos otra vez! —se quejó Sara malhumorada.

—¿Dónde vas? —inquirió Edna al verla levantarse.

La miró, en sus ojos pudo apreciar que no la creía y eso la lastimó. Fue sincera con ella, no sabía cuándo o dónde había oído la voz del inspector.

—Te digo la verdad, no sé dónde la he escuchado, pero hoy no ha sido la primera vez. Además, sus ojos…

Dejó la frase en el aire, el escalofrío que recorrió todo su cuerpo la enmudeció al instante. Dedicó unos segundos a abrir y cerrar las manos, de ese modo intentaba tranquilizarse.

—Nada más entrar, un frío extraño se ha adueñado de mí. Ha sido como si mi mente se hubiese transportado a otro lugar que me da pavor. El miedo que me ha invadido me ha dejado paralizada. Cuando he alzado la cabeza y he visto los ojos negros del inspector, la sensación se ha incrementado, y su voz… —Sacudió el cuerpo para librarse del terror que le producía recordar lo vivido horas antes—. Al escucharla me he visto sujeta con una cuerda.

—¿Intentas decirme que fue el inspector quien te secuestró?

Edna movió la cabeza en pequeños gestos negativos.

—No lo sé, quizás solo se parezca a la persona que lo hizo y verlo me ha traído el recuerdo, pero no me inspira confianza el tal García. ¿No te has fijado cómo me miraba?

—A ver, cielo, en parte es normal. —Sara al ver el cambio de semblante de su amiga, explicó—: Entiende que no es habitual que una persona desaparezca siete días, haga su aparición tal y como tú lo hiciste; desnuda, cubierta de mugre y sangre subida en un tren lleno de gente y súmale que no recuerda nada. Por muchas cosas que estén acostumbrados a ver en su trabajo, no creo que hayan tenido muchos casos como el tuyo.

Edna resopló. Sabía que tenía razón, inclusive ella misma tendría curiosidad por conocer la historia; pero no le agradaba nada ser el centro de atención, no solo por parte de la policía y periodistas, también la de los viandantes con los que se cruzaba.

—Eso puedo entenderlo, lo que no comprendo es la mirada, no quería saber qué me pasó, era otro sentimiento el que destilaba.

—No he apreciado lo mismo que tú. Supongamos que tienes razón y no es la primera vez que la escuchas. ¿Se trata de Jabel?

Edna negó con la cabeza.

—No estoy segura.

Sara abrió los ojos.

—¿Lo recuerdas?

—Aún tengo difuminada la imagen de su cara, pero sí he recordado qué ocurrió a mi regreso a Murcia. No llegué a la estación de El Carmen, me bajé en Alicante. Allí me recogió Jabel y nos fuimos a su casa para que yo me duchara y cambiara de ropa. Cuando estuve lista nos fuimos a cenar y nos instalamos en la terraza de una cervecería. Era bien entrada la madrugada cuando decidimos regresar al piso.

—¿Qué ocurrió después?

No tuvo que pensar mucho para relatar el día que pasó en compañía de Jabel, si el inicio del sábado había sido perfecto, el broche final fue insuperable.

—Me convenció para pasar juntos el día y a media tarde me llevaría a Murcia. Después del café optamos por regresar a casa para descansar, no habíamos dormido mucho. Recuerdo salir del restaurante y poco más.

—¿Qué quieres decir?

—Que a partir de ese momento no sé qué ocurrió.

Sara evitó pegar un brinco en la silla, no deseaba llamar la atención del resto de comensales que abarrotaban el salón a esas horas.

—Edna, cielo, ¿te das cuenta de lo que acabas de decir?

Su amiga la miró inquisitiva, no entendía a qué se refería.

—Acabas de decirme quien te secuestró, ¿acaso no lo ves? Si lo localizamos, tendrás todas las respuestas.

—Dudo que Jabel tenga algo que ver. Aunque no niego que sí tengo que localizarlo, lo mismo tiene las respuestas que a mí me faltan.

—Edna, ¿por qué lo defiendes? No lo entiendo.

—No viste cómo me trató. —Al ver que iba a replicar se adelantó a decir—: Sara un hombre que se comporta así no puede ser un depravado y te aseguro que tengo mala experiencia con los hombres y sé cómo son en poco tiempo.

Su amiga no le quitó la razón, no le había revelado todo su pasado, lo máximo que le confesó fue que lo pasó mal en su única relación y que por ello le costaba confiar en el sexo opuesto, si dio el paso de estar a solas con Jabel sin ninguna compañía que le otorgara respaldo, era porque había visto algo en él.

El resto del tiempo que duró la comida, Edna la puso al día con lo que se acordaba. No omitió detalle alguno. Incluso confesó la forma en la que conoció a Jabel, a través de una red social para solteros, algo que sorprendió a su amiga, jamás lo hubiese imaginado.

Salieron al exterior con menos dudas que al entrar —al menos—, por parte de Sara. Caminaban en silencio en dirección a la boca del metro más cercana cuando una voz masculina hizo que ambas frenasen su caminar.

—Señora Cortés, cuando he regresado a la sala ya no estaba. ¿Se encuentra usted bien?

Edna agarró a Sara por el brazo, las piernas le temblaban tanto que si no se sujetaba a algo de inmediato sabía que caería al suelo.

El extraño comportamiento de su amiga hizo que Sara inventara una excusa para marcharse y perderlo de vista.

—Lo siento, inspector García; pero como le he dicho al agente que nos ha recibido, teníamos cita médica.

—¿Todo bien? ¿Ha recordado algo más, señora Cortés?

—Todo perfecto, gracias por interesarse. Y no, no ha recordado nada más. —Se adelantó a contestar Sara—. Ahora, si nos disculpa, llevamos prisa. Nuestro tren sale en unas horas.

—¿Se marchan?

—Sí. Edna ha recibido el alta médica. Ya no es necesario que permanezcamos más tiempo en Madrid.

—¿Pero…?

—Le agradecemos su interés, pero a partir de este momento se encargará la policía de su ciudad, ya lo hemos dispuesto y están al tanto de todo. Un placer, inspector García.

Sara instó a Edna a moverse y dejó al policía con la palabra en la boca. Sabía que las piernas de su amiga no obedecían como debían, aun así aceleró el paso hasta bajar las escaleras y adentrarse en la estación de metro.

—No me niegues que no lo conoces —dijo Sara una vez que estaban dentro del vagón.

—Juraría que no, solo es su voz.

—No lo creo, aunque hasta que tu mente no se despeje, no saldrás de dudas.

Al llegar al hotel fueron directas a la habitación que ocupaban. Sentó a Edna en la cama, que proseguía enmudecida. Sin tiempo que perder, preparó su equipaje a la misma vez que por teléfono adquiría dos billetes de Ave para Valencia.

—Mañana he quedado con Latorre, él nos ayudará.

—¿Quién es? —habló por primera vez Edna en horas.

—Un amigo. Es detective privado, me ayuda cuando tengo dudas a la hora de montar una trama. También me ayudó la semana que estuviste en paradero desconocido y desde entonces, le he contado todo lo que has recordado.

—Si tú confías en él, yo también.

A Edna no le agradó la idea de que un desconocido se introdujese en su vida privada y menos, si se trababa de un detective del cual no sabía nada, aunque no puso objeción.