Capítulo 2
Con el pequeño montón de folios mecanografiados y sujetos por una grapa que el profesor les había entregado como parte del material de trabajo, y después de echarle un vistazo, Fran se alegró sobremanera de haber admitido a Susana en el grupo. Sabía que aquella asignatura iba a resultar difícil y aquel trabajo práctico mucho más, pero no había imaginado cuánto.
El trabajo en cuestión consistía en un caso abierto aún, y que llevaba enredado en el juzgado un par de meses y traía de cabeza tanto a jueces y abogados como a la opinión pública. Investigar aquello y además presentar una línea de defensa diferente a la que se seguía en la actualidad, les iba a dar muchos quebraderos de cabeza. Y tenía que reconocer que él no sabría ni por dónde empezar, y Raúl mucho menos.
Al cruzarse su mirada con la de Susana, levantó las cejas y esbozó una mueca de desagrado dirigida a los papeles. Raúl ni siquiera se molestó en mirarla limitándose a garabatear pequeños dibujos en el folio en blanco que tenía sobre la mesa.
El profesor, desde la pizarra, explicaba en términos generales lo que esperaba de los trabajos, y aunque cada grupo tenía casos diferentes, todos debían seguir unas pautas comunes a la hora de presentarlos. A Fran no se le escapó que Susana tomaba notas frenéticamente, y él hizo lo propio, confiando en que entre los dos consiguieran que no se les escapase nada que les pudiera ayudar en la complicada tarea que tenían por delante.
Cuando el profesor se marchó, Susana se levantó rápidamente y se acercó, ansiosa por saber el contenido del fajo de papeles, y también de tener una excusa para hablar con Fran. Durante los tres días transcurridos desde que se habían formado los grupos hasta la entrega de la documentación, no habían intercambiado ni una sola palabra, aunque ella no había dejado de mirar a los inseparables amigos cuando estaban cerca, esperando que Fran se dirigiera a ella para hacerle algún comentario.
—Hola… —saludó.
—Hola —respondió él. Raúl ni se molestó en levantar la vista de los papeles que su amigo le había tendido y ojeaba distraídamente.
—¿Qué nos ha tocado? —preguntó—. A juzgar por tu cara no parece nada bueno.
—El caso Ferrer. No sé si habrás oído hablar de él, no se le está haciendo publicidad, pero por lo que le he escuchado a mi padre, lleva de cabeza a todo un prestigioso bufete.
—Sí, claro que he oído hablar de él. Aunque mi padre no sea abogado, procuro mantenerme informada de todos los casos abiertos en la actualidad, aunque no salgan en los medios de comunicación. Un caso interesante.
El chico levantó las cejas de nuevo.
—¿Interesante? Una putada, diría yo.
Susana sonrió con una mueca que confería un aire gracioso a su cara, habitualmente seria.
—No creo que sea para tanto. Además, con uno fácil no íbamos a conseguir mucha nota.
—Pero tendremos que echarle muchas horas.
—Sí, eso es cierto —dijo sintiéndose muy contenta de que así fuera—. Y pienso que deberíamos empezar cuanto antes para que no nos pille el toro. Lo primero será hacernos con una información lo más detallada posible de los hechos.
Se dirigió a Raúl que ni siquiera se había molestado en mirarla:
—¿Me dejas los papeles cuando los leas, por favor? A ver cuántos datos nos dan en ellos.
—Son todo tuyos —dijo este largándoselos—, pero si esperas hacer algo con ellos vas apañada. No hay más de tres líneas para dar el nombre del acusado, el de la víctima y una brevísima reseña de los hechos.
Susana cogió los folios que el chico le tendía y comprobó que tenía razón. Ella sabía más del caso de lo que ponía en aquel papel mecanografiado que, supuestamente, ofrecía una ayuda.
—¿Qué opinas? —le preguntó Fran.
—Es peor de lo que esperaba. Habrá que trabajar duro. Creo que deberíamos empezar a reunirnos esta tarde para ponernos de acuerdo en la línea de trabajo que vamos a seguir y cómo nos lo vamos a repartir, ¿no os parece?
—Yo hoy no puedo —dijo Raúl—. De hecho tengo ocupadas todas las tardes de esta semana —añadió, pensando en la pelirroja que había conocido el sábado anterior y con la que había quedado.
—No podemos perder toda una semana. Si necesitamos libros de la biblioteca y los demás grupos se nos adelantan en sacarlos, no los pillaremos nunca porque se los irán pasando de unos a otros.
—Pues tendréis que empezar sin mí entonces.
Susana reprimió una mueca, aunque en realidad no estaba sorprendida, y miró a Fran.
—¿Y bien? ¿Qué hacemos?
Él había pensado ir al gimnasio aquella tarde, pero cuando se enfrentó a los ojos de Susana que le exigían una respuesta y le preguntaban «¿tú también me vas a dejar tirada con el trabajo?», dijo:
—A mí me viene bien. Podemos ir echándole un vistazo, aunque hoy no podré dedicarle más de un par de horas. Tengo algunos apuntes que pasar y voy un poco perdido. Y tendrá que ser temprano.
—¿Cómo de temprano? —preguntó Susana intuyendo que su almuerzo iba a irse al garete y tendría que conformarse con un bocadillo comido en el césped del campus.
—A las cuatro y media o las cinco como muy tarde.
—Bien, entonces que sea a las cuatro y media —dijo resignada.
—¿En la biblioteca?
—Allí no se puede hablar y además hay mucha gente. Mejor nos vamos al aula de cultura, allí disponen de una pequeña sala de estudio que casi nadie conoce, ni usa.
—¿El aula de cultura tiene una sala de estudio?
—Es apenas una mesa y dos o tres sillas, pero se está tranquilo, y no tienes que estar callado. Yo la he utilizado algunas veces, está a disposición de todos, solo hay que pedirla.
—Bien, entonces, ¿tú te encargas?
—De acuerdo, yo me encargo —dijo tendiéndole los papeles de nuevo.
—No, mejor quédatelos tú. Yo no tengo ni puñetera idea de por dónde meterles mano.
—De acuerdo. Hasta luego.
Cuando las clases finalizaron a las dos de la tarde, Susana sacó el móvil, grande y anticuado, que le había pasado una prima después de cambiarlo por otro más moderno y le puso un mensaje a Merche avisándola de que no iría a almorzar, y miró dentro del bolso a ver cuánto dinero llevaba.
No tenía suficiente para entrar en el comedor de la facultad, así que se dirigió al supermercado cercano y se compró un bocadillo y una botella de agua y se sentó en un rincón solitario y semioculto del campus, dispuesta a saciar su hambre acuciante.
Después se dirigió al aula de cultura, un lugar situado en el entresuelo de la facultad, para pedir la llave de la sala de estudio, regresó y se sentó en un banco del patio al sol a esperar a Fran. Mientras, leyó otra vez detenidamente los folios con las pautas e instrucciones a seguir, y a continuación se puso a estudiar.
A las cuatro y veinte empezó a mirar a su alrededor esperando ver a Fran, pero este no apareció hasta las cuatro y cuarenta. Venía rápido y con el grueso chaquetón en el brazo. Susana se levantó al verle llegar.
—Perdona el retraso, pero tenía el tiempo muy justo y me ha pillado un atasco al venir. ¿Y a ti, te han echado la comida directamente desde la ventana a la boca o vives cerca?
Ella sonrió.
—Yo me he quedado aquí. Vivo lejos y dependo de un autobús, no hubiera llegado a tiempo.
—Podías habérmelo dicho y me hubiera quedado contigo —dijo sin mucha convicción.
Ella hizo una mueca; ni por asomo hubiera querido que él viera el pequeño bocadillo que había constituido su almuerzo y que apenas había dado una tregua a su estómago.
—No hacía falta, estoy acostumbrada a comer aquí sola. Y el comedor de la facultad no tiene una estrella Michelín precisamente.
—No he comido nunca en él.
—Pues no lo hagas si puedes evitarlo —añadió.
—¿Has conseguido la sala de estudio?
Susana le mostró la llave. Fran la siguió escaleras abajo y entraron en el aula de cultura. Al fondo de la misma se divisaba una puerta que Susana abrió entrando ambos en una sala pequeña, amueblada apenas con una mesa, unas cuantas sillas azules rígidas e incómodas y una estantería gris llena de archivadores.
—No quieren que nos quedemos mucho rato, ¿eh? No es muy acogedor que digamos.
—No me han puesto hora. No nos echarán mientras esté la facultad abierta.
—¿Y tú crees que mi espalda aguantará tanto? Es imposible estar sentado en estas sillas mucho rato sin sufrir una lumbalgia.
—¡Ah, lo dices por eso! Bueno, yo he sobrevivido a más de una tarde de estudio aquí.
—¿Te quedas muy a menudo?
—Solo cuando tengo que sacar libros de la biblioteca y devolverlos el mismo día. No me compensa ir y volver, pierdo mucho tiempo en el autobús. Y una vez que he tenido que hacer un trabajo en grupo, como ahora, por obligación. No puedo reunirme en mi casa porque es muy pequeña y la comparto, así que alguien me habló de esta sala.
Susana se quitó el grueso jersey que llevaba sobre otro de cuello vuelto más fino y se sentó en una esquina de la mesa. Fran lo hizo en el otro lado, junto a ella.
—¿Solo una vez has hecho trabajos en grupo el año pasado? Yo creo que en primero hice por lo menos cuatro.
—A mí me dejaron hacer algunos sola.
—¿Y eso? ¿No te gusta trabajar en grupo?
—La gente no se pelea por formar grupo conmigo, ni siquiera para sacar nota. Y todo el mundo no quiere conseguir un coche nuevo.
Él trató de tomarse a broma su observación, evidentemente incómodo.
—¿Tan insoportable eres?
Ella siguió la broma.
—No creo. Yo me aguanto y llevo haciéndolo ya unos añitos.
—¡Vaya, tienes sentido del humor! Nadie lo diría viéndote en clase tan seria.
—Hay momentos para estar serios y momentos para las bromas. Y yo a clase voy a estudiar, no puedo permitirme perder el tiempo con bromas y perder el hilo de las explicaciones. Estudio contrarreloj.
—¿Por qué? ¿Acaso quieres batir algún récord?
—Estudio con beca y mi familia no se puede permitir pagar asignaturas dos veces. Debo ir a curso por año.
—Pero tú haces más que eso, sacas notas muy altas.
—Las matrículas de honor son créditos que no tengo que pagar al año siguiente, y eso me permite disponer de un poco más de dinero para vivir.
—Me has dicho que compartes piso con otra chica.
—Con mi hermana. Ella trabaja en unos grandes almacenes.
—El Corte Inglés.
—No, C&A.
—Bueno, más o menos lo mismo.
—Sí, en efecto. Entre las dos pagamos el alquiler y nos apañamos.
—Dicen que los pisos alquilados para estudiantes son una verdadera mierda.
—Bueno, este no está demasiado mal. Es pequeño, solo tiene un dormitorio y un comedor minúsculo, un baño y una cocina casi de juguete, pero los muebles están bien y no es muy caro. El único problema es que está un poco lejos y tanto ella como yo nos pasamos mucho tiempo en los autobuses.
—¿Dónde está? Bueno, si no es mucho preguntar.
—¡No, qué va! En San Jerónimo, muy cerca del cementerio.
—¿Y no te da yuyu?
—Estoy estudiando Derecho, probablemente tendré que ver algún cadáver, y con seguridad en no muy buen estado. No me importa vivir cerca de unos cuantos fiambres, son los vivos los que hacen daño.
—Oye, eso que dices de que tendremos que ver muertos es verdad… Nunca me lo había planteado.
—¿No? ¿Piensas especializarte acaso en derecho civil? ¿O mercantil?
—No sé en qué me voy a especializar. De momento me conformo con aprobar lo más que pueda este curso.
—Para que te compren un coche.
—Eso es.
—Bien, pues más vale que dejemos la charla, tenemos mucho trabajo por delante. Si no, lo único que te van a comprar es un 600 de hace treinta años.
—De acuerdo, empecemos. Yo he conseguido algo de información. Le he preguntado a mi padre a la hora de almorzar y me ha contado un poco de qué va el caso. Aunque tampoco se ha extendido mucho, todo hay que decirlo. Es de los que piensan que uno tiene que buscarse la vida por sí mismo, y con el mínimo de ayuda posible. Solo así demostrará lo que vale.
—No es malo eso. Te hace esforzarte.
—Lo dices porque no tienes que vivirlo.
—Es posible.
—Bueno, pues, al parecer, Mariana Ferrer, la víctima, era una señora de sesenta y cinco años que apareció muerta una mañana en su cama. Aparentemente se trataba de un infarto, pero cuando le hicieron la autopsia descubrieron que el contenido del estómago contenía matarratas.
Susana ya sabía todo eso, pero le alegró comprobar que Fran se había molestado en buscar información. Él siguió hablando.
—Vivía con una hermana, que era la que cocinaba, y un sobrino. Ambos son sospechosos.
—Bien, yo puedo añadir algo más. La investigación financiera muestra que no hay dinero que heredar; la anciana vivía de su pensión y no tenía ahorros. La casa estaba a nombre de las dos hermanas y solo tras el fallecimiento de ambas podría heredarla el sobrino.
—Vaya, tú también has hecho los deberes.
—Ya os dije esta mañana que me gusta estar informada de todos los casos abiertos en el momento. Suelo ir al juzgado cuando tengo tiempo a los juicios que están abiertos al público.
—¿Y cuándo te diviertes?
—Cuando termine la carrera, espero.
—Pero aún te faltan años para eso. Yo no podría.
—Quizás porque nunca te has visto en la necesidad. Y el derecho puede ser muy entretenido a veces.
Fran bajó la cabeza y la miró a los ojos que ella mantenía bajos, clavados en los papeles.
—Realmente te gusta esto, ¿verdad?
—Por supuesto. No estaría a más de cien kilómetros de mi casa y mi familia, pasando apuros todos los fines de mes, si no me gustara. Es más, me apasiona.
—¡Ojalá yo pudiera decir lo mismo! A mí no hay nada que me apasione.
—¿Y entonces por qué estudias derecho?
—Mi padre es abogado, mi madre también, ambos hijos de abogados a su vez. Es lo que se espera de mí… y en realidad tampoco hay otra cosa que me guste especialmente. ¿Por qué no? La abogacía es una profesión tan buena como cualquier otra.
—Si lo ves así… Yo no podría dedicarme a algo que no me entusiasmase, y mucho menos sacrificar cinco años de mi vida por ello.
—Tengo que confesar que yo no me sacrifico demasiado. Estudio un poco, me divierto otro poco… No tengo prisa por terminar la carrera, lo que me espera después no es ninguna maravilla. Un puesto en el bufete de mi padre, bajo el peso de su nombre y de su fama. Siempre seré el hijo de Figueroa.
—¿Y por qué no lo intentas por tu cuenta?
—¿Abrir mi propio bufete, quieres decir? No. No creo que sirva para eso. Y tampoco soy tan ambicioso como para luchar contra mi padre. Trabajar en el bufete estará bien. Y volviendo a nuestro tema, ¿cómo nos vamos a plantear el trabajo?
—¿Tienes alguna idea? ¿Alguna propuesta?
—¿Quién, yo? No. Tú eres la que domina el tema, lo dejo en tus manos. Yo haré lo que me mandes.
—Bueno, lo primero será recopilar toda la información que podamos sobre el juicio, y ver si conseguimos algo sobre los acusados y la víctima. Alguno deberá ir a la biblioteca para investigar en la prensa de estos dos últimos meses y tomar notas, o sacar fotocopias. Nos ayudaría mucho acudir a alguno de los juicios que se celebran estos días. Para hacernos una idea del perfil de los acusados. Quizás tú podrías conseguir de tu padre el permiso para entrar en alguna de las vistas. El acceso es restringido y no se permite la entrada a más de diez o quince estudiantes. Y tu amigo también debería hacer algo —añadió frunciendo el ceño.
Fran sonrió y dijo:
—A él podríamos enviarle al bufete de los abogados que llevan el caso, para que se enrolle con la secretaria y consiga la información que ni tú ni yo, ni siquiera mi padre, podría obtener.
Susana se puso muy seria ante el comentario.
—No comparto la opinión de que el fin justifica los medios. Dile a tu amigo que mantenga la bragueta cerrada en esto. Es un trabajo de clase y nos jugamos la nota de un cuatrimestre. Si a él eso le da igual, a mí no.
—Mujer, no te pongas así, solo bromeaba.
—No me gustan ese tipo de bromas. El trabajo es muy serio para mí.
Fran clavó la vista en ella y Susana enrojeció hasta la raíz del cabello ante la insistencia de su mirada. Se maldijo interiormente. Odiaba esa faceta suya de sonrojarse por todo, y tenía que reconocer que la mirada de Fran, posada sobre ella de esa manera inquisitiva, estaba haciéndola sentir como si toda la sangre de su cuerpo hubiera subido a su cara.
—Bueno, ya le buscaremos alguna otra tarea —dijo Fran.
Durante un buen rato Susana diseñó un plan de trabajo con gráficos de los días y las horas disponibles y Fran se quedó alucinado de la capacidad de síntesis y de organización de aquella chica.
—¿Te parece bien? —dijo ella cuando terminó.
—Sí, estupendo.
—Bueno, pues no te entretengo más. Ya dijiste que tenías planes para hoy.
—No era nada importante, no te preocupes.
Se levantaron y recogieron los papeles desperdigados por la mesa y se marcharon después de entregar las llaves en conserjería.
Susana estaba deseando llegar a su casa y atacar las sobras del almuerzo, aunque fuera las seis de la tarde.
En la puerta de la facultad se separaron, él hacia un Peugeot azul y ella hacia la parada del autobús.
Susana llegó a su casa cansada y hambrienta, y ante la mirada divertida de su hermana, se sentó a dar buena cuenta del plato de lentejas que no se había comido al mediodía.
—¡Lo que hace el amor! —dijo Merche burlona.
—No te burles. Esto de hoy no tiene nada que ver con el amor. Tenemos que hacer un trabajo y él no podía quedar más tarde. Y yo no tenía dinero más que para un bocadillo.
—Si el otro chico no podía quedar hoy, como me has dicho, podíais haberlo dejado para otro día.
—El trabajo es largo y complicado, no podemos perder tiempo.
—Y tampoco podías perder la oportunidad de estar a solas con él un rato, ¿no es verdad?
Susana esperó a terminar de masticar la cucharada de comida que tenía en la boca para contestar.
—Bueno, quizás eso haya influido también un poquito.
—¿Y qué? ¿Qué tal la experiencia de quedar a solas con un chico que te gusta?
—Era para estudiar… pero bien… muy bien. Es muy simpático cuando no está con el desagradable de su amigo. Hemos encajado bien a la hora de trabajar juntos, pero pienso que el otro puede ser un problema, si es que aparece a menudo, claro. Aunque lo dudo mucho. Ojalá se pierda por ahí y no aparezca más que para firmar el trabajo, aunque Fran y yo tengamos que hacerlo todo solos.
—¿Vais a quedar mañana otra vez? Lo digo por prepararte algo más consistente y que te lo lleves.
—No creo. De momento tenemos trabajo que hacer por separado. Cuando los dos lo tengamos listo, entonces quedaremos. ¿Qué hay de postre?
—Son casi las ocho de la tarde, nena. Si te comes también el postre no cenarás.
—¡Que te crees tú eso!
Durante tres días Susana vagó por las bibliotecas sacando fotocopias de los periódicos, con la escasa información que estaban publicando sobre el caso Ferrer. Decepcionada y desistiendo de conseguir nada por aquel medio, el viernes se acercó a Fran y a Raúl, cuando ambos salían de una clase.
—¿Has conseguido algo, Figueroa?
—Por favor, deja el Figueroa… Ese señor es mi padre. Yo soy Fran.
—De acuerdo, Fran… ¿Has conseguido algo? Yo llevo tres tardes prácticamente perdidas en la biblioteca hurgando en los periódicos, y apenas tengo nada.
—He hablado con mi padre y ha llamado al bufete que lleva el caso, para que nos den una entrevista y nos dejen acceder a la información que no sea confidencial. Siempre y cuando no la utilicemos más que para realizar el trabajo y no la filtremos a la prensa.
—Eso es magnífico. ¿Y cuándo será esa entrevista?
—Pasado mañana. Y también ha insistido en darme algunas estructuras básicas de cómo plantear una defensa, por si queremos utilizarlas como orientación. También me ha dado algunas pautas para investigar cuando no se nos da información.
—Vaya, va a ser toda una ayuda contar con tu padre.
—No creo que nos dé mucho más, pero está contento de que le haya preguntado. Dice que al fin me intereso por la carrera.
—¿Cuándo vamos a quedar para poner en común lo que tenemos?
—Yo tengo una hora libre a la una. No sé cómo tienes tú hoy el horario…
—Termino a la una y media.
Se volvió hacia Raúl que estaba junto a Fran como si la conversación no tuviera nada que ver con él.
—¿Y tú?
—Yo no puedo quedarme hoy, tengo que estar en casa a las dos.
Susana frunció el ceño escéptica.
—Bueno, si prefieres por la tarde…
—Es que tampoco voy a poder por la tarde.
Se volvió hacia Fran esperando su respuesta.
—Yo prefiero quedarme un rato a mediodía. Quisiera estudiar esta tarde. Las dos últimas clases de Derecho Internacional las tengo atravesadas y no consigo verlas claro. Ya sabes que el profesor es un petardo, y debería ponerme a buscar información en Internet a ver si consigo aclararme. Si me pierdo ahora no podré seguir el ritmo, va muy deprisa con el temario.
—Yo lo llevo bien. He conseguido unos apuntes muy claros y me estoy guiando por ellos. Le llevo la delantera al profesor y ya no me pierdo en clase. Si quieres te los paso y te explico un poco estas dos últimas clases para que te pongas al día.
—¿Lo harías?
—Claro… Yo también tengo que estudiarlo y si te lo explico, hará que me afiance en los conocimientos. Pero para eso necesitaremos algo más que una hora a mediodía. No podremos avanzar en el trabajo y en la asignatura con tan poco tiempo.
—Entonces quedemos mejor después de comer. ¿A qué hora?
—Un poco más tarde que el otro día, si puede ser. Que me dé tiempo de ir a casa a comer y a recoger los apuntes.
—A la hora que tú quieras.
—De cinco y media a seis. No sé cuánto tardará el autobús. El primero que llegue que pida la llave del aula de cultura.
Aquella tarde Susana se bajó del autobús a las cinco y diez después de correr mucho y se encontró a Fran esperándola en el banco que había junto a la escalera.
—¿Hace mucho que estás aquí? No he podido venir antes.
—Un rato. He intentado coger el aula de cultura, pero al parecer tienen una reunión allí y no está libre esta tarde. Vamos a tener que buscar otro sitio.
—Hace una tarde agradable. Si quieres podemos irnos al patio o al césped. Hay un sitio detrás del edificio que suele estar tranquilo. Si no te importa sentarte en la hierba, claro.
—Sin problemas.
Echaron a andar uno junto al otro hasta el sitio indicado por Susana. Esta se dejó caer en la hierba y abrió la carpeta.
Durante un rato estuvieron comparando la información conseguida por Susana y la aportada por el padre de Fran y decidieron una línea de defensa para plantear a un jurado, que estaría formado por el resto de la clase. Luego, cuando acabaron con el trabajo, Susana le mostró a Fran los apuntes de Derecho Internacional y se dedicó a resolverle las dudas sobre la materia que ya habían dado.
De pronto todo encajó en la mente del chico bajo las claras explicaciones de ella, y cuando continuó leyendo la materia que debían dar el día siguiente, no supuso para él ningún problema comprenderla.
—¿Te importa si le saco fotocopias a esto? Es oro puro. ¿Dónde lo has conseguido?
—Rebuscando en las bibliotecas. Quédatelo y ya me lo devuelves mañana o pasado.
—Pasaré por el bufete de mi padre antes de ir a casa y sacaré las fotocopias esta misma tarde. Te lo devolveré mañana sin falta.
—El lunes. Mañana es sábado.
—Sí, no me acordaba. Bueno, pues el lunes. Y ahora será mejor que nos marchemos. Habrás quedado para salir y yo te tengo aquí enredada explicándome el Derecho Internacional una tarde de viernes. No tengo perdón.
—Para mí el viernes es un día como otro cualquiera.
—¿No sales los viernes? Todo el mundo lo hace.
—Yo no. Yo también estudio los viernes.
—Pero hay que divertirse un poco, mujer.
—Sí, como tu amigo, que ya dudo de que aparezca alguna vez para trabajar con nosotros.
—No te lo tomes a mal. Raúl está un poco mimado en su casa. Es el más pequeño de la familia y se lo consienten todo. No tiene ninguna prisa por terminar la carrera y para él, la diversión es lo primero.
—Ya lo he observado. Pero es más que eso. Yo no le caigo bien, creo que no le ha gustado nada que me invitaras a unirme a vosotros.
—No pienses eso.
—¡Vamos, Fran! No trates de disimular, es bien evidente —dijo con la resignación que le provocaba el no caerle bien a la gente—. Además, ya estoy acostumbrada.
Fran apoyó una mano amistosa sobre el brazo de Susana que sostenía la carpeta.
—No lo digas así… en ese tono. Comprendo cómo te sientes, ya me he dado cuenta de que te gusta. Ya desde el año pasado le mirabas mucho. Siempre que pasábamos junto a ti te quedabas mirándole.
Susana se sintió confusa y enrojeció ante la idea de que Fran se hubiera dado cuenta de que les miraba… solo que no era a Raúl sino a él.
—Yo… no es verdad… yo nunca… Habrá sido casualidad —tartamudeó sin poder evitarlo.
—No tienes que avergonzarte, todas las mujeres se vuelven locas por él. Le encuentras muy atractivo.
«Pero yo no soy como las demás mujeres», iba a decir, pero se lo pensó mejor. Siempre era preferible que Fran creyera que el que le gustaba era Raúl y no él. Porque con toda probabilidad no volvería a verle si lo averiguaba. Los hombres, que se sentían animados al descubrir que una mujer guapa iba tras ellos, corrían y ponían distancia si la chica era más bien fea y empollona además. Bajó los ojos y murmuró:
—Ya sé que sois muy amigos, pero te agradecería mucho que no se lo dijeras. No quiero que piense que estoy intentando pescarle cada vez que le dirija la palabra. Y con esto del trabajo tendré que hacerlo en alguna ocasión. Nada más lejos de mi intención que intentar ligar con él.
—No creo que piense eso.
—Por si acaso. Hagamos un trato. Yo te ayudaré a estudiar, creo que después de esta tarde lo entiendes todo un poco mejor, pero por favor, a cambio tú guárdame el secreto.
—Tu secreto está a salvo conmigo, no soy ningún cotilla.
—Gracias. Y ahora será mejor que nos vayamos. Se hace tarde y yo vivo lejos.
—Y yo he quedado para salir y todavía tengo que hacer las fotocopias.
—No corre prisa, hasta el lunes tienes tiempo.
—Si las necesitas antes, me das un toque y te las acerco a tu casa.
—No será necesario. Tengo otras muchas cosas que estudiar este fin de semana.
Aquella noche, sentados ante la mesa de un bar de copas, y mientras esperaban a unas amigas que iban a reunirse con ellos, Raúl le preguntó a Fran:
—¿Qué tal esta tarde con la empollona? ¿Tenéis ya medio trabajo hecho?
—No hemos adelantado mucho el trabajo hoy; ha estado explicándome algunas cosas del Derecho Internacional.
—¿Y qué? ¿Ha conseguido meterte en esa cabeza las leyes Europeas al completo?
—Búrlate, pero si la hubieras oído explicando… De repente todo estaba claro como el agua para mí. Ojalá fuera ella y no el catedrático quien diera las clases.
—¡Lástima que no sea más guapa! Podrías tirártela para que te diera clases gratis.
—Oye, lo de las clases no es mala idea.
—¡Fran, tío, que es un callo! Por mucho que quieras un coche nuevo, meterle cuello a eso…
—No seas burro. Quiero decir pagarle las clases. Seguro que a mi viejo no le importa soltar el dinero a cambio de que apruebe.
—¿Y por qué no te buscas otra profesora más guapa? Seguro que las hay. Y así yo iría también a dar clase contigo.
—Puedes venir, si quieres. Tus notas mejorarían mucho sin esfuerzo.
—¡Paso! Uf, con esas gafas y ese pelo… Y tan delgada. Seguro que si intentaras meterle mano te pincharías con los huesos.
—¡No seas cabrón, tío! No está tan delgada. Y yo estoy hablando de clases particulares, no de otra cosa.
—Con estas tías tan feas y empollonas además, a las que nadie ha mirado nunca, tienes que tener cuidado. En cuanto hablas con ellas dos veces seguidas se te pegan como una lapa y no te las puedes quitar de encima.
—No creo que Susana sea así.
—¿Ya la llamas por su nombre? Mal has empezado.
—¡Joder, tío! ¿Cómo quieres que la llame? ¿Romero? Es una compañera de clase.
—Ten cuidado. Las lapas son muy difíciles de desprender una vez que se te han pegado.
—No hay cuidado. Y tú… No estaría de más que echaras una mano, ¿eh? El trabajo es largo y complicado.
—Es viernes por la noche, no hablemos de trabajo. Y ahí vienen ya Maika y Lucía. Con esas dos teníamos que estar haciendo el trabajo, no con la empollona.
—Ellas ya tenían formado su grupo con Inma.
—A unas clases particulares con Inma no le haría yo ascos. ¿Por qué no habrá venido esta noche? Mira que les pedí que la trajeran.
—Creo que Inma tiene ideas propias de a dónde quiere ir.
—Conseguiré que la convenzan. Y ahora, la noche es joven. Divirtámonos.