Harrison se quedó  mirando a la extraña chica llena de rastas en el pelo que cruzaba la calle. Era más bien menuda y delgada, aunque realmente no se distinguía  muy bien, ya que llevaba una especie de pijama de rayas con un pantalón de talle bajo de flores. Sandalias y unas gafas redondas azules completaban el conjunto.

- ¿Y ésta chica es la que va a hacerse pasar por mi novia?- Dijo a Jeff, que le había indicado quien era.

Jeff rió. No te fíes de las apariencias, además viene de estar infiltrada en una comuna hippy o algo así, así que es normal. Bastante hace, que, acabando de salir de este trabajo, haya aceptado una nueva misión. Ahora tendría que estar de vacaciones durante tres semanas…

-Si, vale -insistió Harrison- pero tú crees que me pega?

Jeff miró a Harrison. Un chico tan serio, un ingeniero experto en armas y explosivos, alto, guapo, hijo de una alemana y de un joven etíope, la mezcla había resultado impresionante, y muchas mujeres estaban locas por él. Sin embargo, todavía no había encontrado la adecuada. En eso, pensaba Jeff, yo fui afortunado, con Marta (n. del autor: Ver libro Amor incondicional)

- Verás que una vez que se quite las ratas, es muy guapa. Y lista, con 23 años ya la captaron para misiones especiales por sus habilidades con los ordenadores, además creo que habla 5 ó 6 idiomas… así que, como te digo-sonrió Jeff, no te fíes de las apariencias.

Millie se acercaba despacio, observando a los dos tipos que la esperaban en la esquina convenida.  Uno de ellos era el teniente Jeff Caldwell, muy amigo de su hermano George, y una gran persona. Ella siempre había estado medio enamorada de él, pero él la trataba como una hermana pequeña, y es que se llevaban 12 años, así que ya perdió toda esperanza porque cuando ella se hizo mujer, él ya estaba felizmente casado… sin embargo, le tenía un gran cariño... y el otro un apuesto chico de 1,85 o 1,90, que se supone que iba a ser su tapadera, y le habían dicho que era experto en armamento. La verdad el muchacho no estaba mal, una buena planta, aunque se le veía algo incómodo.

Supongo que sería de esos militares, hijos de militares, rígidos y cuadriculados… y con las pintas que ella llevaba, le estaría incomodando. No había tenido tiempo de cortarse el pelo ni de quitarse los piercings que llevaba por todo el cuerpo. El general Fernández le había solicitado el favor de aceptar esta misión, y no podía negarse.

Siempre había cuidado de ellos, y cuando se metió en problemas, y casi la expulsan del ejército, él se encargo, en memoria de sus padres, de cuidar de ella, y tenerla bajo su protección. Había sido muy duro llegar quedarse sola, de repente sin su padres.., y después se había convertido en una chica problemática, aunque luego gracias a todos ellos, cambió.

Afortunadamente y por méritos propios, volvía a estar en activo y en misiones muy especiales y normalmente peligrosas, a pesar de tener sólo 26 años.

No le gustaba trabajar en equipo, quizá porque siempre había salido mal, la ultima vez, la peor..

Esperaba que esta vez, en deferencia del General, fuera diferente.

Llegó a la altura de los hombres, y Jeff enseguida le sonrió, ¿qué tal Melanie?

Ella rió.

- Eres de los pocos que me llaman así…

Tenía una bonita sonrisa, con dientes muy blancos, pensó Harrison. No sabía por qué, pero no se lo esperaba.

-Te presento al subteniente Carlson, Harrison para ti- dijo Jeff

Harrison sonrió y le dio la mano, que Melanie apretó con fuerza.

- Encantada Harrison. Soy Millie, o Melanie, como quieras.

- Me alegro de conocerte, Jeff me ha hablado muy bien de ti.

Parecía que todo empezaba bien, pensó Millie, no tenía pintas de ser tan capullo como otros…

-Bien, vamos, ahora que ya os conocéis, - dijo Jeff. Os dejaré solos, Harrison lleva el expediente y te lo explicará.

- Me gustaría ir a casa a cambiarme, y a quitarme este pelo, etc. – contestó Millie, - y claro, a recoger la maleta.

-Estupendo, - vamos ya si quieres.

Harrison y Jeff se despidieron dándose un abrazo. Harrison había estado bajo el mando de Jeff durante 3 años y le tenía un gran respeto y afecto. Igualmente Jeff sabía que Millie estaría en buenas manos. El general Fernández le mataría si no hubiese elegido el compañero de misión adecuado.

- Traje la moto, dijo Milie- ¿llevas vehículo?- le preguntó a Harrison

- Realmente no,… me trajo Jeff. Si me dices dónde vives, acudo, contestó Harrison.

- Tonterías! Dijo Millie, te llevo de paquete, - sonriendo pícaramente.

Jeff se reía desde la distancia, quedaría un poco raro ver un tío de 1,85 cuadrado, detrás de una jovencita de apenas 1,70 tan delgadita. Pero bueno ellos se apañarían, él se fue hacia su coche.

Harrison estaba un tanto incómodo porque no quería empezar diciéndole que no y siendo poco amable con ella. Al fin, tenían que fingir que eran pareja.

Ella se fue hacia una Harley aparcada en la calle y él se quedo mirando con cara sorprendida.

- La aparqué aquí esta mañana, antes de despedirme de mis compañeros de estos últimos meses, ¿te gusta? – y la miró orgullosa como quien mira a su hijo

- Es increíble, pero… todos estos añadidos? – se maravilló Harrison

- Los monté yo- dijo satisfecha Millie pues había impresionado a un tío bastante serio

- Vaya, te felicito.  Has hecho un trabajo excelente. Aunque yo no sé si la dejaría aparcada en la calle

- si bueno, tengo mis trucos, - y acercándose a un señor de un banco, le dio un billete- ¡tengo cuidadores!

Sacó un casco extra y se lo dio a Harrison calculando mentalmente si le cabría pues era de chica. Pero aunque justo, pudo ponérselo.

Ella se sentó y él se agarró detrás, pero llevaba el maletín con el informe y no tenía cómo agarrarlo.

Millie se rió,- deja el maletín entre los dos y agárrate a mi cintura. – ¡que no tengo nada contagioso!

Harrison, algo avergonzado, se agarró a su cintura. Como sospechaba, era una chica delgada dentro de esa ropa ancha y poco favorecedora. Y fuerte, no tenía nada de grasa, todo fibra. Pero no quería forzar, y se agarró muy suave.

Millie seguía sonriendo mientras salía del aparcamiento. Sus rastas sobresalían del casco y le picaban en la espalda. ¡Estaba deseando quitárselas!, después de 4 meses de llevarlas, no se había acostumbrado a ellas.

Llegaron al apartamento de Millie y aparcó en el garaje.

- Comparto el apartamento con mi hermano George, aunque él como es piloto, va y viene. Estos últimos meses no hemos podido hablar mucho, así que no sé qué plan tiene.

- Bueno, no hay problema, dijo Harrison

- Si, si lo hay, él no debe saber que no eres mi novio. Él no sabe que no soy una militar normal,  que participo en ciertas misiones. Piensa que trabajo en el departamento de informática, así que tienes que seguirme el rollo.

- Y además, -continuó Millie- de todas formas, cuando vayamos a tu cuartel, debemos actuar como pareja, así que nos vale como ensayo.

- De acuerdo, -contestó Harrison mientras llamaba al ascensor.- Solo que sé poco de ti. Tenemos que ponernos de acuerdo en cosas como cuándo nos conocimos y dónde, eso que las parejas saben…

- Si, vale. Millie pensó que el chico era detallista, o muy organizado, y eso le pareció bien

Entraron al apartamento. Nada más entrar estaba el salón, con un sofá y un gran televisor. No había mesa de comedor, solo una mesa delante del sofá, y la cocina estaba dentro del salón. A cada lado del salón, dos puertas, supuso que a cada una de las habitaciones de los hermanos.

- Ya ves, el piso es así, dos habitaciones con baño y el salón cocina, comedor, todo unido.- explicó Millie. – esta noche puedes dormir en el cuarto de mi hermano.

- ¿Pedimos una pizza? – preguntó Harrison.- supongo que si has estado fuera, no tendrás nada en la nevera..

- Pues.. probablemente, si no ha estado mi hermano, no haya nada. Si, por favor, mientras me ducho, ¿podrías pedirla? Tienes el teléfono en la mesita.

- De acuerdo- dijo Harrison - ¿algún gusto en particular?

- 4 quesos es mi favorita-dijo Millie sonriendo

- Perfecto, la mía también. Y se dispuso a pedirla.

Millie se metió en la ducha. Después de tanto tiempo de hablar con tíos fumados, era un buen cambio hablar con alguien que sabía lo que decía. Cogió las tijeras y comenzó a quitarse las rastas. Parte eran medio postizas, para que no se quedara con el pelo demasiado corto, aún así, le quedó bastante, pensó fastidiada. Su cabello ondulado era más bonito a media largura, aunque realmente era poco práctico.

Empezó a quitarse todos los piercings que llevaba, el de la nariz, la ceja, el de la lengua, en el ombligo… y algún sitio más, y por fín se metió en la ducha. Disfrutando del placer de ducharse en su casa, con sus jabones y sus cremas. Ya no se acordaba que Harrison le estaba esperando, así que estuvo bajo el agua unos 20 minutos, hasta que se sorprendió cuando llamaron a la puerta del baño.

- ¿Estás bien?- dijo Harrison

- Si, si, tranquilo, estaba quitándome todo lo que llevaba encima- contestó Millie

- La pizza estará en unos cinco minutos. – había calculado Harrison.

- De acuerdo, salgo ya!

Millie se frotó el pelo con la toalla y se puso una camiseta de tirantes sin sujetador y unos pantalones cortos de pijama. Se miró al espejo y vió que se le veía más de lo debido. Se encogió de hombros y pensó que Harrison se tendría que acostumbrar. Super cómoda, fue hacia el salón

Harrison estaba sentado revisando el informe y cuando levantó la vista para preguntarle algo, se quedó con la boca abierta.

La impresión de ver hacía media hora a una chica llena de piercings y rastas, sin una forma definida, a ver a esa delicada mujer, pálida, con el pelo castaño corto, sin maquillar, y con ese cuerpo.. hizo que se quedase con la boca abierta. Además no se había puesto sujetador y se le marcaban sus pezones erectos, y la suave curva de sus pechos.

Sus piernas  eran rectas y suaves y sintió de repente la atracción de acariciar su cuello y besarlo.

Pero pronto volvió a la normalidad, y carraspeando, dijo- ¡vaya cambio!- si no supiera que no hay otra salida, pensaría que no eres la misma persona.

- ¿pero a mejor o a peor? –sonrió millie

- Sin duda, a mejor,

Milie se sonrojó y cambió de tema.

-¿Trabajamos?

Y comenzaron a repasar el informe mientras comían la pizza. Harrison le comenzó a explicar, cuando de repente, se abrió la puerta.

- ¡George! – gritó alegremente Millie, mientras se tiraba a sus brazos.

 

Harrison se sintió molesto durante un minuto,  antes de recordar que era su hermano.

Cuando pudo despegarse de su hermano, avanzó hacia el salón, y ambos se quedaron mirando, sorprendidos.

-¿Harrison?

- George ¿

- vaya, dijo Mille- ¿os conocíais?

- si, nos hemos visto varias veces cuando yo servía al mando del teniente Caldwell. Incluso tu hermano me enseñó varios trucos para pilotar diferentes aparatos.

George sonrió recordando aquellos tiempos, pero luego cayó en la cuenta.

- ¿qué haces aquí? ¿quiero decir, con Millie?- preguntó George en su papel de hermano mayo.

Millie sonrió- salimos juntos, Georgie, desde hace unos meses.

Y le cogió de la mano.

- De hecho, me han destinado a su cuartel así que me voy a vivir una temporada con él, hasta que encuentre apartamento, o nos mudemos a uno, no sabemos todavía- improvisó Millie

 

George se quedó mirando a Harrison con los ojos entrecerrados. Ya no era el colega de entonces, sino el novio de su hermana-pequeña- de su querida hermanita, así que tendría que advertirle.

Harrison miró a  George viendo cómo había cambiado su cara al saber que estaba “saliendo” con su hermana. Pero sabía que con su hermana no había nada que él le pudiera decir o hacer, ella siempre hacía lo que le daba la gana, y en realidad, ya era mayorcita.

 

-Bueno- dijo Geroge- espero que te comportes- le dijo con su voz de teniente

-si señor,le dijo Harrison, de forma automática

Milie se echó a reir.

-Georgie, no te preocupes, se cuidarme solita.

 

-bueno, chicos, me voy a la cama, estoy agotado, dijo George, encaminándose hacia su cuarto.

 

Harrison se quedó mirando a Millie pues iba a dormir allí. Y el sofá no parecía nada cómodo.

- Tranquilo  Harry- dijo Millie acortándole el nombre- puedes dormir conmigo, mi cama es King size, y prometo respetarte,  acabó riéndose.

 

Harrison suspiró. Lo iba a pasar mal. Llevaba meses sin estar con una chica por culpa de su última misión que lo llevó a Mali, y ver a esa pequeña y deliciosa mujer echarse a su lado… con ese olor a violeta tan maravilloso… pensó que tendría que darse una buena ducha fría.

- Mañana revisaremos otra vez el informe- dijo finalmente Millie- estoy agotada. Ha sido un día muy largo.

- Si, disculpa, pero si quieres me voy a un hotel, la verdad no pensé que se nos haría tan tarde y no tengo ropa para dormir.

- No pasa nada, puedes dormir en calzoncillos si quieres. No me asusto. Además, estoy tan cansada que ya podría estar aquí cualquiera que me dormiría igual

Se acostaron y Millie se quedó dormida enseguida. Harrison la miró. La luz de la luna entraba por la ventana, junto con la farola de la calle e iluminaba tenuemente su rostro. Se había sorprendido gratamente, pues cuando la vio no pensaba que pudiera funcionar, a pesar de confiar plenamente en el teniente Caldwell. Ahora sí que funcionaría.

Ella se revolvió, parecía tener una pesadilla, suspiró y se abrazó en sueños a él.

Él inspiró, le llegó su perfume suave, su olor a mujer y no pudo evitar sentirse excitado. Comenzó a pensar en otras cosas, en misiones, en cualquier otra cosa, para que su erección no fuera a más. Ella le abrazaba y sus pechos descansaban sobre el pecho de Harrison.

Al final, Harrison se durmió.

Millie abrió un ojo, estaba durmiendo de lado y Harrison estaba pegado a ella, abrazado, su mano descansaba sobre su pecho derecho casualmente, y su cuerpo estaba muy junto al suyo, notaba de hecho su erección matinal y su suave respiración en su cuello.

Ella se estremeció. Cuatro meses sin relacionarse con alguien, habían sido duros, pero soportables. Ahora, con semejante espécimen en su cama, con ese olor a hombre, y con una erección tremenda que demostraba la leyenda que los hombres de color están bien equipados, hacía que ella sintiese que podría derretirse.

Pero no quería implicarse emocionalmente. No más. Una vez lo hizo y le costó casi su expulsión. No le volvería a pasar. De ninguna manera.

Jolines, cómo olía el canalla. Olía a hombre, a hombre de verdad…

Mejor me ducho, pensó ella, y se fue separando despacito para no despertarlo.

Harrison se dio cuenta que estaba en plena erección matutina y encima pegado a ella. Si se movía, la despertaría, y además, su “amigo” todavía se emocionaría más, pues ahora, al estar pegado, no se había desplegado del todo… ah parecía que ella se despertaba y se deslizaba fuera de la cama. Menos mal… seguramente necesitaría ducharse en frío a diario…

George ya se había ido cuando ambos se acabaron de duchar. Millie estaba preparando el desayuno (café y tostada de paquete), no había otra cosa. Y se dispuso a prepararse la maleta.

Ambos comentaron la misión.

Se trata de encontrar quien es el que está vendiendo armas a los rebeldes de Mali. Alguien de la base donde trabajo ha desviado varios cargamentos, y no solo eso, sino que hemos interceptado varias comunicaciones cifradas y por eso se descubrió que partía de mi base. Gracias a tus conocimientos de informática.-continuó Harrison- podremos ver quién es.

-Todavía no habéis hecho nada, ¿no?- preguntó Millie.

-No, no queremos que borre pruebas, y se vaya de rositas, contestó Harrison.- ¡Hay que atraparlo ya!

 

-Leeré todos los detalles en el avión dijo Millie- es hora de irnos.

Cogieron un taxi hacia el aeropuerto, hacia la base de Torrejón. Irían en un avión civil, así llamarían menos la atención.

Iban a pasar por pareja, para poder introducir a Millie en todos los círculos de la base, ya que  Harrison era un  militar con amplias amistades y bien considerando. Nadie sabía que de vez en cuando colaboraba en misiones especiales bajo el mando del general  Fernández. Y así debería continuar.

Ambos se estuvieron contando cosas sobre ellos mismos, cuántos hermanos tenían, como se habían conocido, detalles necesarios para simular su relación.

La madre de Harrison era alemana, y vivía separada de su padre, que volvió a Etiopía hace unos años y del que ya no tenía ninguna noticia. El era el jefe de una tribu donde no había ningún tipo de comunicación. Su madre le conoció cuando fue a colaborar con una ong. Se enamoraron y se unieron, se fueron a Alemania, donde ella quedó embarazada y nació Harrison. Pero el padre no se adaptaba y cuando Harrison tenía cinco años, se fue. Y nunca más volvió a verlo. Afortunadamente para él, pensó Harrison, no se lo llevó. Sino ahora estaría en la tribu, con el taparrabos, pensaba despreciativamente….

No tenía hermanas de ese padre, pero su madre se casó cuando él tenía diez años, con un alemán, y tuvo dos niñas, dos hermanitas blancas  como la leche y que le adoraban.

Como su padrastro era militar, compañero del padre de Jeff, al final, él también se decidió por esa vida. Y si, entonces fue muy feliz.

Millie le explicó que sus padres fallecieron cuando ella tenía 21 años, y estaba en la universidad. George era 12 años más mayor y ya estaba casado, así que se fue a vivir con ellos. George se retiró del servicio a los pocos años y comenzó a trabajar de piloto civil, para pasar más tiempo con su familia, con su esposa, y se convirtió en una especie de padre para ella.

Sus padres eran bastante bohemios, nada que ver con lo estricto que era George. Vivieron en varios países, les encantaba cambiar. Es por eso que ella aprendió varios idiomas, desde el finlandés, hasta el japonés, incluidos inglés y francés claro.

Al final en el último viaje, en el que fueron los dos solos, el crucero en el que viajaban se hundió  y lamentablemente fueron de los pocos que no sobrevivieron. Ella no podría creerlo cuando lo vió en la televisión.

Estuvo a punto de dejar la universidad, pero incluso sus profesores fueron a su casa a verla. Con un coeficiente de 147, era una lástima…

El general Fernández, jefe de su hermano fue muy amable con ella, y la reclutó de una forma algo irregular. Pero consiguió que ella levantase la cabeza y siguiera. A pesar de que su hermano se retiró del servicio activo. Él intentó convencerla pero ella sintió que el ejército era su sitio.

- Igual que a mi dijo Harrison.- el ejército me ha dado una seguridad, un orden y una familia, unos compañeros para siempre

- Si, eso suele pasar, menos cuando se estropea- suspiró Millie

- ¿qué pasó?-dijo Harrison

- No me siento muy cómoda con ese tema- desvió la mirada Millie- algún día..

- Como quieras, dijo Harrison. Solo que si es necesario saberlo para “nuestra relación”, quizá debería, no quiero presionarte.

- Todo llegará, sonrió de forma triste Millie. Deja que estudie el informe de los mensajes.

De acuerdo, y Harrison se quedó pensativo. Qué sería lo que tanto le hizo sufrir a esta chica…

Llegaron al aeropuerto de Madrid. Un coche de la base les estaba esperando. Se montaron silenciosos. Ya había comenzado de nuevo.

Ella todavía estaba agotada de su última misión. Suponía que ésta no sería tan agobiante. En la última, estuvo infiltrada en una banda que traficaba con estupefacientes entre los militares de la base de Ronda y tuvo incluso que tomar alguna mierda… ella estaba limpia, y además tuvo que pelearse con varios de los del grupo… magulladuras y una fisura en la costilla que casi tenía curadas. Y ahora, ¿qué sería lo que tendría qué hacer? Suspiró, pues su vida comenzaba a no tener sentido…

Llegaron al apartamento de Harrison. Se veía que lo había limpiado a conciencia. Era pequeño, una cocinita, un salón y una habitación con baño. Estaba claro que tendrían que compartir todo.  Hasta que quizá se mudasen, aunque, es posible que no hiciera falta si conseguían atrapar pronto a los traficantes de armas.

-Esta noche iremos a la fiesta de primavera, Millie, estarán muchos de los que podrían tener acceso a las cuentas y a enviar los mensajes.

- sí, aprovecharé para captar sus móviles- aseguró Millie.

Harrison se asombró, aunque Jeff le había hablado de su habilidad con los aparatos electrónicos…

Bueno, iremos a presentarnos al general, y luego a la fiesta. Jeff estará allí con su esposa, Marta. Verás que es una chica estupenda.

- Si, mi hermano me habló de ella, aunque no la conozco. Pero si Jeff es así de feliz, seguro que será buena chica.

Se cambiaron y refrescaron y ambos se vistieron informalmente, pues la fiesta no era de uniforme.

El general Fernández se alegró mucho de tenerla por allí e incluso de verlos a los dos juntos. Millie había sido su niña desde que perdió a sus padres y Jeff le había hablado muy bien del subteniente Carlson. Así que sentía que esta misión iba a salir bien.

Después de hablar un pequeño rato, la pareja se dirigió hacia la cantina de la base, donde estaban reunidos la mayor parte de suboficiales, celebrando la patrona.

Todos iban de paisano, y como el día había salido cálido a pesar de estar en mayo, se veían muchos vestidos frescos y faldas cortas. El ambiente era festivo y alegre. Había alrededor de 35-40 personas, entre hombres y mujeres.


Harrison vio a Jeff sentado en la barra junto a Marta, que estaba muy avanzada en su embarazo.  Y se acercó a ellos, tomando a Millie de la cintura. Jeff le presentó a Marta, quien por supuesto no sabía nada acerca de la misión, ya que no era militar y no debía saberlo, claro.

Millie iba vestida con un pantalón blanco tipo vaquero y una camiseta rosa de tirantes, estaba muy guapa, con su pelo corto revuelto y apenas maquillada. Harrison la miraba orgulloso, pues si tenía que hacer pasar a alguien por su novia, ella era una buena candidata.

Será mejor que demos alguna vuelta, dijo Harrison en el oído de Millie. Ella asintió.

- Si, voy a comenzar a captar móviles.

Millie explicó a Marta que tenía una amiga en pleno proceso de parto y que le estaban comunicando por mensaje el estado, para disimular su continua vigilancia del teléfono.

Mientras tanto, Harrison se dirigió a saludar a los amigos y compañeros, y también a alguna compañera. Millie estaba sentada con Marta, que tampoco se movía mucho pues se encontraba pesada e incómoda en su octavo mes de embarazo.

Marta era una chica muy sensata, pensó Millie, me encantaría tener una hermana así. Jeff estaba conversando con los compañeros animadamente, y ellas también llevaban una conversación muy entretenida, hablando de las “aventuras” de Jeff y George, el año que estuvieron destinados juntos en Italia.

Ya llevaban un rato hablando y Millie, que no perdía de vista su teléfono, había conseguido capturar los teléfonos de todos los asistentes al alcance de su radio de acción. Se sentía satisfecha, pues nadie había sido consciente de ello, y pronto podría hacer un análisis de datos.

De repente escuchó a Harrison reírse. Tenía una mano en la cintura de una morena con curvas y en la otra mano una copa vacía. Sospechaba que no era la primera.

La morena le hablaba al oído y le acariciaba la espalda.

Millie se sintió muy molesta, más de lo que debía en realidad, por una parte la poca discreción de Harrison, por otra, le molestaba verlo acaramelado con otra tía.

Marta siguió la mirada de Millie y se quedó con la boca abierta.

- ¿se lo vas a permitir? Te advierto que esa morena es una lagartona, que iba detrás de Harrison todo el año pasado. Yo no me fiaría, además debe llevar un par de copas de más.- dijo atropelladamente Marta

- La verdad, que no, que no se lo permito. Y saltando de su silla, se decidió a intervenir.

Millie se dirigió a donde estaba el grupo de Harrison. Su primer deseo era tirarle de los pelos a la morena y darle un puñetazo a Harrison, pero se contuvo. Su mal genio siempre le había traído problemas, y ahora que lo controlaba, no iba a meter la pata.

- Hola Harrison, ¿te diviertes?- se decidió por hablar

 

Harrison se volvió con los ojos medio cerrados, y al darse cuenta de que ella que estaba aquí y además que debía comportarse como un novio, y que se había olvidado de ello… se sintió francamente mal…

- Millie, yo… comenzó a hablar

- ¿podemos hablar en privado? Dijo Millie

 

 

Los más cercanos se habían dado cuenta de lo que había pasado pues los habían visto venir juntos y ahora que Harrison estaba coqueteando con Julia, veían una futura bronca, que esperaban, divertidos.

Salieron a la terraza de la cantina, a un rincón y Millie comenzó a decirle en voz baja.

- Pero bueno, ¿qué estás haciendo? -estaba enfadada, y ella misma no sabía por qué tanto.

- Lo siento Millie, de repente, se me fue de la cabeza la misión, como siempre que estoy aquí , solo es para descansar, y dos copas demás… pero no tengo excusa. Lo siento, -se volvió a disculpar Harrison

- No puedo parecer y ser tu novia si estás ligando. Muy bien, ahora, tienes que poner cara de arrepentimiento e intentar besarme

- ¿me vas a dar una bofetada?- dijo Harrison, algo encogido

- Por supuesto que no, pero tenemos que reconciliarnos, porque tus amigos no nos pierden de vista. Y mejor que sea con un beso o sino esa morena no parará.

-Tienes razón. –coincidió Harrison, y por otra parte, estaba encantado de esa reconciliación, y no de la bofetada...

Harrison agacho la cabeza y acarició la mejilla de Millie. Nadie la había acariciado así, tan suave y tan dulcemente. Acercó su cara a ella, y rozó con sus labios los suyos. Un cosquilleo recorrió toda la espina dorsal de Millie cuando Harrison se acercó todavía más... su aliento olía a ron y a coca-cola, y Millie decidió rodearle con sus brazos y apretar su cuerpo con el suyo.

Harrison puso las manos en su cintura mientras su beso se hacía más profundo. Estaba sorprendido pues no esperaba sentir las sensaciones que sintió. Acarició su labio inferior con su lengua y comenzó a devorarla con ansiedad. Su excitación comenzaba a ser más visible, cuando Millie, que empezó a notarla, se separó suavemente con una risa…

- Ya estamos reconciliados no?- sonrió pícaramente. -Harrison te lo tienes que mirar, estás muy necesitado – acabó riéndose.

 

Harrison se separó con desgana. Ahora mismo la hubiera cogido en brazos y se la hubiera llevado a su dormitorio. A besar todo su cuerpo, mordisquear esos pezones erectos y hundirse en su cuerpo hasta que estuvieran agotados.

Esto todavía le hizo sentirse más excitado.

Millie dijo- ¿nos vamos?

El pensó que ella también estaba excitada, y que quería acabar lo comenzado, pero se desilusionó cuando le dijo…

-ya tengo los teléfonos, tenemos un largo trabajo esta noche.

 

Se despidieron de Jeff y Marta, de Al y su esposa, que también estaban allí, y de algunos amigos.

 

La morena ya estaba colgada de otro compañero, así que Millie no tuvo ni que mirarle amenazadoramente, marcando su territorio.

Se fueron al apartamento de Harrison. Y comenzaron a trabajar.

 

Los mensajes que captaron no tenían nada de especial. Solo un par de mensajes hicieron sospechar. Descartaron bastantes líneas, y se quedaron con doce.

 

- Esta línea la puedes descartar, es de Al, el segundo de Jeff, y de este tío, del capitán Olmo también me fio- dijo Harrison

- Bien, dijo Millie, pero no los quitó,. Ella no conocía a nadie, y solo descartaría a aquellos que su intuición o sus pruebas lo hicieran.

 

- Mejor será que nos vayamos a la cama, comenzó Harrison- bueno quiero decir… y se sonrojó levemente.

- Si ya te entiendo. –sonrió Millie

Harrison recordó el beso y deseó que realmente fueran pareja. La deseaba y suponía que ella a él. Se acercó y le acarició el cuello.

- Harrison, no…, estamos en una misión. Además, aunque te haya besado, realmente soy lesbiana. -Cortó Millie

Harrison se quedó de piedra. No esperaba eso. El beso había sido muy profundo, y todo había sido una actuación. De repente, ya no era tan excitante, tan divertido. De repente, todo se convirtió en trabajo.

Ella sintió tener que decirle eso, que era lesbiana, aunque no lo fuera, pero era la única forma de no implicarse demasiado. Era cierto que en el pasado había probado relaciones con chicas y con chicos, pero se había decidido por ellos. Pero era mejor así. Mejor porque así él dejaría de sentirse atraído por ella, y ella por él.

Había sentido celos verdaderos cuando hablaba con la morena, y no quería que volviera a pasar.

Se acostaron separados y tal como se acostaron, se levantaron. Esta vez, nadie estaba abrazado a nadie.

 

El lunes, Millie se incorporaba a su  nuevo puesto como asistente del teniente Rodríguez, uno de los principales candidatos a ser el cabecilla del contrabando de armas.

Desde su puesto, ella podría acceder a todos sus archivos.

Demasiado fácil pensó Millie. Aquí hay algo más.

Pasaron unos días sin aparentemente novedades. Milllie había hackeado todos los ordenadores y móviles a su alcance, sin poder observar nada interesante. Su trabajo era aburrido y el teniente muy seco y rígido. Estaba un poco harta ya.

Harrison seguía en su puesto de intendencia, revisando y controlando los suministros de armas que se enviaban a los puestos avanzados. Hasta ahora, no había nada de nada.

Esa noche, a las dos, les llamaron por teléfono. El general les enviaba a Mali,  pues habían recibido una información de unas armas españolas que estaban en manos de los rebeldes. Ellos deberían tomar un avión de inmediato.

Prepararon su petate y salieron rápidamente hacia el aeropuerto de la base, donde les esperaba un avión preparado con un equipo de ataque.

Ahora eran sólo compañeros de misión.

Desde que ella le había dicho eso, su relación había cambiado. Ya no había nada romántico, y aunque él seguía sintiéndose atraído por ella, la respetaba y se mantenía alejado. A pesar de que, cuando estaban delante de alguien, los besos apasionados que se daban, parecían desmentir su condición sexual.

Supongo que no tengo suerte con las mujeres, pensó Harrison. Para una que encuentro que es inteligente, atractiva, y con la que puedo conversar, es la que no se interesa por mí.

El estaba pensativo y ella le miraba. Estos días, habían sido estupendos, ella no se sentía presionada, y habían llegado a ser buenos camaradas. Solo ella se sentía débil cuando tenían que besarse para mantener las apariencias. Entonces ella sentía ganas de gritarle que le hiciera el amor y que la desease, pero se callaba.

Aparentemente concentrados en su nueva misión, se les veía callados, aunque en el fondo, estaban pensando el uno en el otro.

Llegaron a Mali. Les esperaba un coche con su contacto. Pero el equipo no debía ir. Se quedaría como refuerzo cerca del río. Irían ellos solos ataviados como cooperantes extranjeros, deberían infiltrarse en una aldea donde vivía la novia del cabecilla rebelde. A través de ella, deberían encontrarle.

Cuando llegaron a la aldea, el intérprete  les comentó que la mujer estaba en la choza de los niños. Ante su pregunta, les dijo, que las mujeres que estaban embarazadas, debían pasar los primeros meses en esa choza para conservarse puras y que el niño no tuviera malformaciones. Y así estaba ella.

Millie intentó convencer al intérprete que ella podría entrar, como mujer, pero les dirigió a la anciana.

La anciana la miró de arriba abajo y le tocó el vientre. Negó con la cabeza.

- La anciana dice que tú no puedes entrar en la choza porque no tienes bebé en la barriga- comentó Djon, el intérprete.

La anciana siguió hablando

- Dice que si tu marido siembra esta noche, seguro que mañana ya tienes bebé

Millie se sonrojó y reamente no supo qué decir.

La anciana se fue y el intérprete dijo.

- No hay nada que hacer. Ella manda.

Se fueron a la cabaña común donde todos dormían. Y pensaron. -- Si disimulamos como si hiciéramos el amor, tal vez nos dejen entrar. Ella qué va a saber si me quedo preñada o no. – dijo Millie- Además, -continuó cuando vio la cara de Harrison- Tampoco podría quedarme embarazada, pues tengo la ligadura de trompas hecha.

Así lo hicieron, disimularon lo mejor posible, y Harrison casi tiene un orgasmo de verdad, pues la proximidad a ella, todavía le excitaba. Se disculpó pues ella lo notó, pero no le dio importancia.

Aparentemente, porque ella si que llegó a tener un orgasmo, muy silencioso, pero real. Este hombre con este pecho tan duro, estos brazos tan fuertes, y a la vez tan dulce, era lo que ella justo quería.

A la mañana siguiente fueron a la anciana a ver si les dejaba entrar. Ella tocó su vientre, y le dijo con la cabeza que no.

Curiosa, volvió a tocarle el vientre, y le presionó, dándole un masaje, canturreando unas palabras.

Djon les dijo que era un canto para que ella se quedase embarazada.  Y ella sintió un pinchazo en el vientre cuando se lo dijo.

- Además, dijo Djon- creo que no la habéis engañado, porque dice que si no sabes dónde se tiene que poner – dijo riéndose.

Así que al final, decidieron hacer el amor de verdad. Se sentían un poco cohibidos, después de tantos meses de convivencia, además él se sentía violento porque sabía que a ella no le iba a gustar.

- Lo siento Millie. Si quieres nos vamos e intentamos llegar a ella de otra forma.

- No tranquilo. No será la primera vez que eche un polvo por trabajo. Mintió ella. Aunque si se había enrollado con algunos, nunca había pasado a mayores. Pero sería mejor así, para que él se sintiera más tranquilo.

En realidad ambos estaban muy nerviosos. Más que nunca. El comenzó a besarla suavemente, y enseguida, para no desagradarle, comenzó a acariciarla.

- puedes cerrar los ojos, Millie, y pensar que  estás con otra persona. Dijo él – seré muy suave.

- gracias Harrison, es lo más bonito y generoso que nadie antes me había dicho, y le besó en la mejilla.

Harrison estaba muy excitado, no lo podía evitar, su cuerpo fibroso y a la vez suave podía más que él. Acarició sus pechos que apuntaban al cielo, y siguió bajando por su vientre plano hasta su sexo. Harrison fue muy suave acariciándolo para prepararla, la miró y sorprendentemente estaba con los ojos abiertos, mirándole, cuando él sintió que ella ya estaba preparada, se puso sobre su cuerpo y la penetró. Primero fue muy suave, pero ella sacudió sus caderas para animarle y el comenzó a moverse más y más profundamente, más rápido, más fuerte, sentía su estrechez que abrazaba su miembro, y era tal el deseo que no pudo aguantar más y tuvo el mejor orgasmo que había tenido en mucho tiempo.

Ella se sacudió también a  la vez, aunque no estaba seguro si había tenido un orgasmo o solo quería quitárselo de encima.

Él le besó la frente y se retiró.  Millie se volvió y le dijo, buenas noches, a ver si ahora convencemos a la vieja.

El se echó boca arriba. Había sido maravilloso sentirla, acariciar su piel, besar sus pechos… aunque suponía que para ella no había sido nada, más bien algo molesto a acabar cuanto antes. Se entristeció y se dio la vuelta.

El corazón de Millie todavía palpitaba de emoción.   Había tenido dos orgasmos, el primero lo había podido disimular, el segundo, cuando él llegó al climax, fue casi imposible. Su miembro era más de lo que ella esperaba. Y había sido tan dulce, tan suave. Estaba deseando volverse y besarle, decirle que todo era mentira, y cuando estaba decidida a ello, él se giró.

A la mañana siguiente, la anciana ya sabía que habían hecho el amor, se dirigieron a su cabaña. Ella volvió a tocarla en el vientre, y asintió, ante la sorpresa de ambos.

Al fin Millie podría entrar en la cabaña de los niños, donde las madres embarazadas y algunas que ya habían dado a luz, estaban viviendo apartadas de los hombres y de los demás miembros del grupo.

Millie entró descalza. La cabaña era preciosa, llena de mullidos almohadones tejidos a mano. Había cinco mujeres en diferentes estados de gestación.

- ¿habla alguien mi idioma? Comenzó a preguntar. Y nadie contestaba.

Al final una de ellas, contestó.

- Yo si hablo, ¿qué haces tu aquí? Le preguntó curiosa

- Estoy embarazada, y además somos cooperantes y estamos aquí para ayudar en la aldea. Quería ver cómo os encontrabais. ¿Cómo te llamas? Yo soy Millie

- Hola, yo soy Kate, no soy de esta aldea, pero mi marido si.

 

Comenzaron a hablar sin presionarla. Efectivamente era la esposa del cabecilla de la guerrilla, pero era desconfiada y supuso que le costaría un poco ganarse su confianza.

Millie se acercaba a las otras mujeres que había.  Una de ellas llevaba un niño de unos dos años, que era muy travieso y no podía parar quieto. El niño se acercó a Millie, curioso.

Millie no es que fuera excesivamente cariñosa con los niños, no había tenido la ocasión de tratar con ellos, porque no tenía sobrinos, pero el niño era curioso y ella era diferente. Se acercó a tocarle el pelo castaño y sin trenzar, y también su pálido rostro.

Poco a poco, se fueron acercando el resto de las mujeres. Y como la única que podía traducir era Kate, también se acercó.

Millie les empezó a contar que era enfermera y que estaba con la misión colaborando, y que su marido era ingeniero e iba a construir un puente en el río. No era del todo mentira, pues el puente iba a ser construido y ella tenía conocimientos sanitarios.

Comenzaron a compartir cosas de mujeres, y poco a poco, según iba avanzando la tarde, el ambiente era distendido y las mujeres confiaban en Millie. Hasta Kate.

Todas comenzaron a hablar de sus maridos, inducidas por Millie. Al final le toco el turno a Kate, y contó que lo echaba mucho de menos, y que estaba en las montañas donde el río nacía, y que pronto le iría a ver. Que tenía ganas de verle, y se la veía triste.

Millie tenía ya la información. Según consultó en el teléfono por satélite, solo había una cadena montañosa donde nacía el río, y  con el satélite también vio el asentamiento rebelde. Se lo envió a Harrison para informarle. Y le dijo que le sacara ya de allí.

Al momento Harrison fue a buscarla. Ella se despidió de las mujeres deseándoles un buen embarazo, y ellas también a Millie.

Estaba segura que la anciana se equivocaba, de todas formas, porque, teniendo la ligadura de trompas hecha, era más que improbable que ella se hubiese quedado embarazada, y sin embargo, se sentía diferente. Sentía algo en su cuerpo, además de una felicidad extraña.

Se dirigieron al campamento a recoger sus cosas. Y la anciana volvió a salir a su paso. Le habló a Milli.

El intérprete que iba con ellos, le tradujo-

- La anciana madre dice que J´frat ha renacido en tu bebé y que tendrás que traerlo dentro de un año para bendecirlo y entregarle sus dones.- dijo extrañado

- ¿Quién es J´frat?- dijo Millie simplemente por seguirle la corriente.

- Fue uno de los más valientes jefes de la tribu. Le llamaban también León pues no tenía miedo a nada.

Djon insistió, pues la anciana seguía hablando y tirando a Millie de la manga.

- La anciana insiste, tienes que prometer que volverás con el niño, pues si no, no será completo, sino desgraciado- Djon comentó, aunque él ya estaba habituado al mundo occidental, no dejaba de creer en todas las leyendas locales, y más en las que concernían a la anciana.

La anciana sacó un dije que colgaba entre sus arrugados pechos y se lo puso en la mano a Millie. Siguió hablando.

-Dice que corres grave peligro pero que este amuleto te salvará.-continuó Djon. – dice que tu marido estará casi muerto pero resucitará, y que vivirás en el frío hasta que vuelvas aquí. Pero que tienes que volver.

Como la anciana no daba su brazo a torcer, Millie aceptó el dije, además era una piedra muy bonita, color verde, y le prometió volver con su hijo dentro de un año. Total, no estaba embarazada, así que tampoco faltaría a la promesa si no volvía.

La anciana se retiró satisfecha y los dejó marchar.

Así tomaron el camino en el destartalado jeep de Djon hacia las montañas donde estaba el campamento rebelde.

Llegaron al cabo de una hora de sudoroso camino, pues llegó un momento que el jeep ya no podía subir las cuestas empinadas y llenas de piedras. Llegaron al arroyo que indicaba que el nacimiento del río estaba cercano, y antes de continuar, se refrescaron un poco.

-Debemos hacernos pasar por los cooperantes, no sabemos cuántos soldados habrá- recordó Harrison. Él estaba armado, y ella también llevaba un arma, pero no estaba seguro si era muy hábil, ya que no habían hablado de las cualidades en cuanto lucha cuerpo a cuerpo… de todas formas, esperaba no tener que disparar si quiera.

Llegaron al campamento, por llamarlo generosamente así. Eran dos chamizos de hojas de árbol que guardaban a una veintena de personas, delgados, desnutridos y desanimados.

Rápidamente se acercaron a ellos con cara de pocos amigos, el cabecilla, el marido de Kate, era el que parecía mejor cuidado y más entero. Y por cierto, llevaba un arma española.

Amenazaron con un arma a Harrison, ya que le consideraban peligroso, seguramente por su tamaño, y se olvidaron de Millie, quien rápidamente sacó su pistola y se la puso al cuello del rebelde.

Antes de que todo fuera a más, Harrison le dijo a Djon que tradujera que no venían a causarles daño, solo a investigar el terreno.

Entonces, el rebelde, que estaba cerca de Millie, vió el dije que se le escapaba por la blusa, y gritó algo, y eso hizo que todos bajaran las armas.

Les preguntó, en inglés, que de dónde había sacado ese colgante, preocupado pues pertenecía a la anciana, que por cierto era su abuela.

Djon les dijo que la anciana se lo había regalado pues Millie, señalándola, llevaba en su vientre el alma del antiguo jefe León.

Todos la miraron extrañados, pero lo que decía la anciana, era totalmente válido, así que les invitaron a sentarse y compartir la escasa comida que tenían. Harrison llevaba más comida en su mochila que ellos, así que la sacó y compartieron todos la comida, alegres pues hacía días que no tenían una comida un poco normal.

Mientras Djon ponía al día a todos de lo que pasaba en la aldea, Harrison se fue a hablar en privado con Grant, el cabecilla rebelde, para intentar sacar información. Mientras, Millie, se quedaba en un rincón ya que las mujeres “embarazadas”, debían estar en un lugar apartado.

Sólo por casualidad, puso en marcha su escáner de teléfonos. No esperaba realmente encontrar nada allí, pero se aburría. Y algo la sorprendió pues reconoció un teléfono por satélite ahí mismo. Estos pobres no tenían casi para comer y tenían un teléfono de lo más moderno.


Así que aprovechó y tomó todos los datos, incluidos las llamadas y mensajes de alguien desde España. Contenta por la casualidad que le había llevado a averiguar eso, sonrió pero se quedó quieta, esperando que Harrison, que ya había terminado de hablar con Grant, se acercase a ella.

Harrison la vio sentada en unas piedras, algo estaba tramando pues estaba muy concentrada. De repente, hizo un gesto de sorpresa y sonrió, le sonrió a él, que se acercaba disgustado pues no había podido sacar nada en claro de Grant. Había reconocido que eran españoles, pero él tampoco sabía mucho. Además le había contado que realmente solo luchaban contra los señores de la guerra que querían desalojarlos del pueblo para excavar y  talar los árboles.

Realmente casi podía darle la razón, pues estaban defendiendo su hogar… apesadumbrado se dirigía a Millie, cuando su sonrisa le iluminó su corazón.

-Millie, comenzó Harrison- ha sido imposible sacar nada en claro…

- No te preocupes- y sonriendo de oreja a oreja, le contó que había conseguido todos los datos del teléfono de Grant y que ya se podían ir.

Así que discretamente se despidieron de “la guerrilla” que tanto habían hablado en la televisión y que decían que eran asesinos despiadados. Y sin embargo eran unos pobres hombres, incluso niños y ancianos, que solo defendían su territorio.

Ambos pensaron lo injusto que era la vida, pero su misión no era detenerlos ni ayudarlos, sino detener a quien estaba robando al estado español armas y llevándolas de contrabando quién sabe si a más lugares.

Por otra parte, era una vergüenza para el ejército español, y si se supiera, el respeto que Europa le tenía por las intervenciones humanitarias y estratégicas en diferentes países, se caería al suelo, por no decir de la prensa.

Así que, sí, era prioritario detener a quienes estaban realizando el contrabando.

Por otra parte, pensó Millie, tal vez una fuente anónima, que ha tomado fotos además, podría denunciar el estado de la aldea, y lo que realmente está pasando… alguien que supiera muy bien cómo poner una información en Internet sin ser pillada, sonrió para sí misma…

Llegaron al jeep, cada uno sumido en sus pensamientos… y no fueron conscientes de que les estaban esperando. Se oyeron disparos, uno casi rozó a Millie, pero milagrosamente fue desviado por una rama… sin embargo, otro alcanzó a Harrison de lleno. Los disparos venían de lejos, así que rápidamente subieron al coche al herido y salieron volando en el coche.

Llegaron al campamento, Harrison estaba mal herido en una pierna, pero estaba perdiendo mucha sangre… estaba comenzando a adormilarse. Millie le había hecho un torniquete, e intentaba contener la herida, y sin embargo, seguía saliendo sangre. Llegaron donde estaban el resto del equipo y los otros cooperantes, y rápidamente llevaron a Harrison a la tienda sanitaria.

No había medios, la arteria femoral estaba seccionada, y le faltaban minutos para morir. Millie se acordó de lo que había dicho la anciana, que su marido moriría y después volvería a la vida, ella se sentía desesperada pues no sabía qué hacer. De repente, su corazón se paró. Y ella totalmente histérica, le dio un puñetazo a su corazón, lo que le hizo reaccionar y volver a la vida. Tal y como la anciana había dicho….

Al final pudieron estabilizarle, y aunque estaba muy débil, reaccionó levemente a los medicamentos. Millie se comunicó con su contacto en la base americana más cercana, y les enviaron de inmediato un helicóptero.

Tres días habían pasado y Harrison no había recuperado la consciencia. Le habían hecho varias transfusiones, pero realmente no sabían cómo quedaría. Se había muerto, pensó Millie. Se había muerto –de verdad-

Mientras él estaba en la cama, ella había tenido que dar los informes al general. Estaba en el hospital de la base, cerca de la capital, y no podían trasladarlo todavía, así que ella se había quedado con él. Incluso Djon no volvía a su casa.

Los datos que le había pasado al general Fernández y al teniente Caldwell hicieron que detuvieran a un teniente de abastecimiento, pero se temían que la trama era mucho mayor, pues el teniente no quiso confesar.

Así que tendrían que volver al trabajo. Esperando que Harrison se recuperase. Ella tenía la esperanza de que si. Tan apenas se separaba de él, día y noche, le cuidaba, le secaba el sudor y le refrescaba. Admiraba secretamente su cuerpo y de hecho no quería que las enfermeras se acercasen. Cuando lo metieron a quirófano, tuvieron que retenerla para que no entrase con él.

Ahora sólo podía hablarle, hacerle compañía. Jeff quiso viajar pero Marta estaba a punto de dar a luz, y Millie prometió informarle a diario del estado de Harrison.

La cuarta tarde que pasaban allí, Millie estaba casi dormida, apoyada sobre la cama, cogiéndole la mano a Harrison, cuando de repente, sintió que la movía… ella rápidamente se levantó y le miró, él la llamó… en sueños y después, se movió y finalmente abrió los ojos y la miró.

Satisfecho por verla sana y salva, Harrison agradeció haber sido él el herido. No podría haber soportado que a ella le hubiese pasado algo… pues se había enamorado totalmente.

Pero… ella se había quedado…. Eso le gustó

- Harrison, ¿cómo estás?- preguntó suavemente Millie, por decir algo

Su suave voz era como un dulce bálsamo que le calmaba sus dolores. La pierna le dolía mucho, aunque se había dado cuenta de que no la había perdido.

-Agua- susurró con voz ronca Harrison.

Millie se apresuró a llevarle el vaso de agua y con una cuchara, procedió a darle agua poco a poco. Todavía llevaba gotero y por eso no quería darle mucha, pero él tenía los labios y la garganta secos.

- Cuéntame, dijo Harrison

 

Millie comenzó a contarle, le contó cómo le habían disparado, desgarrándole mitad de muslo y la femoral, evitó decirle que había muerto y luego vuelto a la vida, pero sí le contó que habían detenido a un teniente en Madrid, aunque todavía quedaba por averiguar quién era el cabecilla.

Harrison parecía satisfecho pues al menos ellos tres habían salido vivos. Djon estaba allí también llorando de alegría por verlo vivo. Había tomado mucho cariño al soldado que además era padre del “León”.

Dos días después Harrison estaba más o menos en condiciones de viajar, y el ejército les envió un avión. Se despidieron cariñosamente de Djon, quien les dijo que les esperaba dentro de casi dos años, dijo graciosamente, y ellos recordando a la anciana, asintieron.

No valía la pena darle más explicaciones… pensaron ambos.

Así que volvían a la civilización, a la rutina… a intentar averiguar quién había sido el que había organizado todo el tráfico de armas.

Pero el general tenía otros planes. Y debido a una indiscreción de la prensa, se habían enterado que habían estado en Mali, así que no pudieron seguir con la tapadera.

Por lo que, después de unos días redactando informes, y atando cabos, llegó la hora de despedirse.

Ninguno de los dos quería despedirse, Harrison estaba enamorado y no se atrevía a decírselo, y ella tampoco se atrevía y además, era mejor… no quería líos, no quería sentirse enamorada y vulnerable otra vez. Y salir herida y no recuperarse en meses, como le había pasado la otra vez.

Así que ella tomó la iniciativa y se despidió.

- Harrison, han sido unos meses estupendos. Has sido un gran compañero y me alegro de haberte conocido. –dijo Millie disimulando que estaba a punto de echarse a llorar.

-  Millie, yo… -y Harrison n o se decidía- yo…

Millie tuvo una esperanza, quizá si él estuviera interesado en ella, tal vez ella le dijera… pero claro, le había mentido y él no soportaba las mentiras.

Harrison continuó.

- Millie, para mi también ha sido una gran experiencia, y eres estupenda. Seguro que encuentras una gran mujer a tu altura que te quiera muchísimo.

Millie se emocionó. No entendía cómo podía ser tan tierno, nunca se había encontrado algo así. Estuvo a punto de ceder, cuando él la abrazó, pero se dio media vuelta y se marchó.

El taxi la esperaba hacia el aeropuerto. Millie se montó casi llorando.

Harrison  no volvió la vista atrás. No podía. Acababa de dejar marchar a la que él creía que era la mujer de su vida. Habían bastado unos meses para reconocerlo. Y sin embargo, ella jamás podría enamorarse de él.