"PASILLOS"


[Rick Chillot]


Hotel Blue Palace, sótano.


20 de septiembre, 23:55.

El perro bosteza. El hombre intenta no mirar a las paredes, o a las cosas que fluyen cansinamente a su alrededor. Observa cómo atraviesa la mujer la habitación y se detiene justo enfrente de él, a la distancia de un beso. Se aparta el cabello de la frente como si fuera una cortina, y no tiene ojos.

–¿Por qué estáis haciendo esto? – le pregunta él.

Ella se ríe.

–Cariño, únicamente le estoy dando a la gente lo que pide. Alguien muere, y durante años todo el mundo está quejándose y sollozando sin parar. Cada noche continúan llorando en sus mentes, vuelve, vuelve, vuelve. -La mujer apoya una mano enguantada sobre su mejilla-. Bueno, ¿pues sabes qué? Os hemos escuchado. Y volvemos.


Hotel Blue Palace, habitación 317.

20 de septiembre, 9:03 a.m.

Ed Lighthouse abre los ojos. Se sienta. Está sobre la cama, encima de las sábanas y las mantas. Se frota los ojos y se levanta de la cama.

La habitación: paredes con papel pintado descolorido. Los dibujos de flores y motivos geométricos apenas son visibles. Una vieja moqueta con quemaduras de cigarrillos aquí y allá y manchas de algún líquido indeleble. Una mesilla de noche al lado de la cama sostiene un reloj digital donde la hora parpadea con números rojos anunciando las 12:04. Una radio, una lámpara cuya pantalla de tela protectora rasgada por varias partes. Un pequeño armario abierto deja entrever varias perchas de alambre. Un escritorio junto a la ventana, con una pata rota, sustituida por una pila de revistas viejas.

Ed se estira para desentumecer los músculos, esperando que su mente se vaya despejando. Su cuerpo se siente, de alguna manera, extraño. Se pregunta si está incubando algún resfriado.

Pasa un tiempo y Ed todavía no recuerda dónde está, ni qué hace allí.

Frunce el ceño, ya totalmente despierto. Es un hombre alto, al menos de un metro noventa. Necesita un corte de pelo. Sus piernas y brazos son delgados. Su piel blanquecina y su cabello de color castaño-pelirrojo revelan el origen irlandés de su padre. Viste como un maestro de escuela aunque no ha pisado una clase desde hace más de un año: pantalones caqui, camisa de botones, zapatos baratos. Se fija en una telaraña del techo e intenta controlar la respiración para no hiperventilarse.

–No pasa nada -se dice en voz alta-. No pasa nada.

Su propia voz le suena extraña. Apoya una mano sobre la cama pero siente la presión de sus dedos contra el colchón como si llevara guantes. Se pregunta si está bajo el efecto de algún anestésico que todavía no se ha diluido del todo. Se acaricia la larga cicatriz que recorre su piel desde detrás de su oreja hasta el hombro. Esta manía cotidiana logra calmarle un poco.

–El experimento… -susurra Ed-. Sí. El experimento. ¿No decían que provocaba desorientación?

Habían intentado enseñarse algunos ejercicios sencillos para controlar la respiración, pero él los había ignorado todos. Hay una silla junto al escritorio. Ed se sienta y cierra los ojos. La silla es sorprendentemente cómoda.

Puede recordar el laboratorio de Orpheus, una cámara de luz tenue y nichos oscuros. A un lado, a lo largo de la pared, hay varios cojines. Era su día. Su turno. Después de meses de preparación y entrenamiento, la hora de Ed había llegado al fin. Y luego…

–¡Aaaahh! ¡Joder!

El dolor le golpea la cabeza. Cierra con fuerza los ojos y se aprieta las sienes con las manos hasta que pasa.

–Mierda -murmura Ed mientras abre los ojos. Y entonces comprende qué es lo que sucede. El experimento ha fallado.


Hotel Blue Palace, habitación 816.

20 de septiembre, 9:06.

María desenrolla el cable de la aspiradora y se incorpora con esfuerzo mientras siente un agudo dolor en su espalda. Dentro de tres días su hijo volverá de la universidad. Hay mucho que arreglar en la casa hasta entonces, y allí está ella vacunándose en una habitación que no ha sido utilizada en todo un año. Su hijo parece distinto cuando habla con ella por teléfono, más distante. La universidad lo ha cambiado. Se pregunta cómo reaccionará cuando vuelva a su pequeño y descuidado hogar.

La aspiradora vuelve a la vida y hace que sus manos tiemblen. Trabaja metódicamente sobre la moqueta, y ha terminado la mitad de la habitación cuando oye el sonido. Parece el chillido de un niño, cada vez más intenso y desesperado. Cuando su hijo tenía tan solo seis años, pasó una fiebre terrible que le duró días. Pero aun así, en la cúspide de su sufrimiento, sus quejidos no contenían la agonía de estos. María desearía poder taparse los oídos, pero en lugar de eso, aumenta la potencia de la aspiradora. Es un truco, se dice, no es real. Siempre que estoy aquí se oye lo mismo, y voy a ignorarlo.

Tres minutos después ya no puede soportar más el ruido de la aspiradora, y la desconecta con frustración. Cuando el motor de la aspiradora se detiene, los gritos del niño desaparecen, dejando la habitación sumida en un silencio solo roto por su respiración agitada.


Hotel Blue Palace, planta octava, suite royale.

19 de septiembre, 8:03, hace treinta años.

Ella deja la botella de vodka en el suelo y se da un masaje en las sienes. La habitación apesta a la colonia de ese hombre descuidado. Los hombres, menudos cobardes. Mira que asustarse por el llanto de un niño…

Observa la cuna. Oye el sonido que proviene de su interior. La criatura está despertando otra vez. Quizás despidiera a la última niñera demasiado precipitadamente, pero es que no podía soportar a aquella mujer de origen tan vulgar.

El niño comienza a llorar.

–Por favor -dice suspirando-. Por favor, todavía no.

El quejido se hace más fuerte, y ella busca a tientas la botella de vodka. La idea de cruzar la habitación, tocar la piel de aquella criatura apestosa y gritona que había poseído su cuerpo durante nueve meses y luego se abrió un sangriento camino hasta la superficie, es más de lo que puede soportar. Mira los muñecos de peluche que están alineados sobre la estantería, y observa sus ojos brillantes y sus caras de plástico sonrientes. La fantasía es siempre mejor que la realidad, piensa con melancolía. Encuentra la aspiradora y la conecta. El ruido aparta los gritos del niño de su pensamiento. Solo por un momento.


Hotel Blue Palace, habitación 317.

20 de septiembre, 9:25.

Ed se dirige al baño, preguntándose si tiene la vista mal, porque percibe extraños colores en las paredes, en la moqueta, en los muebles. Se mira las manos, dándoles la vuelta una y otra vez. El tono de su piel parece descolorido. Sus uñas han perdido tanto color que prácticamente se han vuelto grises.

Los grifos del baño no funcionan. Ed se apoya, vencido, en el lavabo y considera la idea de volver a la cama.

Hay un atisbo de movimiento a su espalda. Se vuelve, pero no hay nada, la habitación está desierta y en silencio. Se fija en la cortina de la ducha. ¿No es cierto que parece moverse ligeramente? La observa fijamente, pero no ocurre nada. Se acerca un par de pasos. Y allí está: un movimiento apenas perceptible casi a la altura del suelo. Ed posa su mano sobre la cortina de la ducha, y tomando aire, la descorre.

Una mano aparece tras la cortina, cubierta de sangre que resbala por sus dedos y mancha el suelo.

–¡Dios santo! – grita Ed, apartándose rápidamente, pero su mano sigue aferrándose a la cortina y termina de descorrerla con su movimiento. Ed ve el cuerpo de una mujer desnuda tendida en la bañera, con agua hasta su cintura y la espalda apoyada en una extraña posición contra la cabecera. Sus ojos están medio abiertos, mirando al techo. Sus antebrazos están abiertos como el vientre de un pollo. La sangre ha formado coágulos en su brazo y remolinos de un líquido oscuro en el agua. Sobre su rostro destacan tres líneas rojas de sangre, donde ella ha puesto su mano.

–Dios, joder, Dios. – Ed se aleja aún más de la bañera, con el corazón desbocado. Las baldosas del suelo parecen temblar y él cae de rodillas al suelo, sin fuerzas. Recupera el equilibrio y sale corriendo de la habitación, llega hasta la puerta, pero no puede abrirla. Aporrea la puerta con sus puños, le da patadas, golpea el pomo con las dos manos.

–¡Ayuda! – grita-. ¡Que alguien abra esta puerta!

La fuerza de Ed parece evaporarse.

–¡Que alguien haga algo! – se oye decir. Y luego se pregunta. ¿Y si todavía está viva?

¿No ha visto cómo se movían sus labios?

Toallas, piensa Ed. Ponerle toallas en las muñecas, como si fueran vendas. Parar la hemorragia. Corre de nuevo, esperando que al mantenerse en movimiento le sea más fácil controlar su miedo.

–¡Aguanta! – le grita a la chica-. ¡Aguanta, que llega ayuda!

Siente que sus pies resbalan y cae al suelo. A la bañera empapada en sangre. Cierra los ojos.

Logra aferrarse a uno de los bordes de la bañera antes de caer dentro. Abre los ojos. Y la bañera está vacía.

No hay agua, ni sangre, nada salvo manchas de cal y el tapón del agua. Con cautela, pasa la mano por la bañera. Está totalmente seca.

Se levanta. Se gira en círculo, observando todo el cuarto, y no ve nada inusual. Está sudando. Le duele la cabeza como si se hubiera tomado su décima taza de café. Así que esto es lo que se siente cuando estás apunto de desmayarte, piensa. Esto es lo que pasa cuando tu cerebro decide que ya es suficiente y hay que desconectar.

Entonces se oye el sonido de una llave en la cerradura. Ed no sabe cómo reaccionar.

Una mujer joven entra en la habitación con el abrigo colgando de un brazo, y un bolso y un monedero en la otra mano. Está vestida de blanco, y tiene el pelo rubio recogido. En su blusa hay algún tipo de nombre o dibujo bordado.

–Una enfermera. Gracias a Dios -exclama Ed con un suspiro de alivio-. Gracias a Dios, no sé dónde estaba, pero me acabo de levantar hace, digamos una media hora, y no tengo ni idea de qué diablos está ocurriendo aquí. Por favor, déme una…

La voz de Ed se pierde en el aire. La mujer no parece haber escuchado nada de lo que acaba de decir. Cruza el cuarto y deja el abrigo sobre la cama. La expresión de su rostro es neutra, como si fuese sonámbula. Deja el botiquín sobre la cama y se dirige al armario ropero sin percatarse de la presencia de Ed.

–¡Por favor, escuche! – dice Ed-. Estoy aquí. ¿Qué ocurre? ¿No habla mi idioma? Vamos, necesito ayuda…

La enfermera abre uno de los cajones del armario, revuelve la ropa unos instantes buscando algo, y vuelve a cerrarlo. Comienza a quitarse las pinzas para el pelo hasta que el cabello le cae por los hombros.

La joven deja atrás el armario y se encamina a la mesilla de noche. Ed se interpone en su camino.

–Escuche, no sé lo que le han dicho, pero Orpheus me aseguró que iba a recibir toda la ayuda que necesitara. Así que ¿por qué no…?

La enfermera no reacciona. Ed camina hacia atrás mientras ella continua su avance sin prestarle la menor atención. Exasperado, Ed se detiene bloqueándole el paso. La mujer choca con él.

Sin pretenderlo, la enfermera se aferra a la camisa de Ed para no caer al suelo. Por un momento sus ojos parecen llorosos y suplicantes. Desesperada. Luego su rostro adopta otra expresión.

–¿Qué? – dice, a escasos centímetros de Ed-. ¿Quién eres? ¿Qué haces en mi habitación? ¿Qué es lo que quieres?

–¿Tu cuarto? Pero yo creía que…

–¡Fuera de aquí! – grita ella-. ¡Lárgate y déjame en paz!

La enfermera lo empuja con fuerza, arrojándolo contra la pared.

–¡Por Dios, mujer! – balbucea Ed. Comienza a incorporarse, pero se lo piensa mejor. Ve cómo le mira la enfermera desde el otro lado del cuarto. Es delgada y no demasiado alta, pero se ha movido con mucha rapidez y fuerza-. De acuerdo, mira, debe haber sido algún tipo de error, ¿de acuerdo? No quería molestar ni nada parecido. Me voy. Sin problemas.

Se siente confuso y desesperado.

–Pero por favor, ¿podríamos hablar aunque solo fuese un segundo? Solo dime dónde diablos estoy. Quiero decir, eres una enfermera. Yo necesito ayuda, eso es seguro. Quizás podrías llamar a un 901 o algo.

La expresión grave de la mujer comienza a ablandarse.

–Estás en la habitación 317 del Hotel Blue Palace -le informa. Y luego añade-. ¿qué es lo que te ocurre? ¿Necesitas medicación?

–Ojalá lo supiera. – Se sienta en el suelo apoyando la espalda contra la pared-. Verás, yo… es difícil saber por dónde empezar. – Recorre el cuarto con la mirada y se fija en la cantidad de polvo que hay bajo la cama-. ¿Sabes? Yo tenía una tía que era enfermera. Era mi pariente preferida. No la visitaba muy a menudo, porque, bueno, por culpa de su perro. Odio los perros, y yo… eh… lo siento, hablo por los codos cuando estoy nervioso.

Se aclara la garganta.

–La cosa es que… ¿has oído hablar del Grupo Orpheus? Ellos son… ya sabes, un grupo de esos, como una fundación conectada con el Gobierno o algo, todo muy experimental. Y yo creo que algo ha ido mal, porque… -Ed suspira, frustrado-. Por cierto, me llamo Ed.

Al ver que no contesta, Ed levanta la mirada. La enfermera ha desaparecido.

Se levanta.

–¿Oiga?

Mira por toda la habitación, pero allí no hay nadie.

–A ver, el Blue Palace… me suena de algo. ¿En qué ciudad puede estar? ¿En qué Estado? – Ed pasa al lado del baño. La puerta está abierta. Sin pensar, entra e intenta abrir el grifo. Pero la manecilla no se mueve.

–Me pregunto qué hay que hacer para mover esto. – Ed oye el sonido de agua corriente a su espalda. El grifo se ha abierto solo.

Una sensación de náusea inunda su estómago. Y justo antes de darse la vuelta y ver cómo ella se corta las muñecas con el escalpelo, se da cuenta de que la enfermera tenía el mismo color de pelo y las mismas facciones que la mujer de la bañera. Se lleva una mano a la boca en cuanto ve cómo brota la sangre y mancha el agua del baño. El cerebro de Ed está llegando hasta la línea de lo humanamente soportable. Ya no puede seguir presenciando aquello ni un solo instante más, tan solo quiere que pare. Y entonces es cuando la escena desaparece y la bañera vuelve a quedar vacía.

Cuando Ed se recupera de la impresión y puede ordenar sus pensamientos, está de pie junto a su cama, con la mirada fija en las sábanas blancas. Ahora entiende lo que ha visto, pero le resulta difícil decirlo en voz alta.

–Un fantasma -logra susurrar finalmente-. Ya me advirtieron de esto. Es un fantasma. Acabo de ver un puto fantasma.

Y es entonces cuando comienza a entender que el experimento todavía no ha acabado.

La puerta del cuarto está ahora abierta.


La calle frente al Hotel Blue Palace.

20 de septiembre, 9:20.

Fuera del Blue Palace, el cielo está gris y el aire tiene una temperatura casi invernal. Hay un grupo de obreros inclinados junto a un bache en la carretera, como una serie de gárgolas clavadas al techo de una catedral, discutiendo quién debe volver al garaje a por el equipo que se han olvidado. Un sedan verde sortea los conos rojos junto al bache, maldiciendo mientras arroja un cigarrillo por la ventanilla. Dos vagabundos se acurrucan junto a la marquesina del autobús, tirándole piedras a una ardilla agazapada en un árbol escuálido. El portero del hotel mira su reloj de pulsera y cambia el peso de una pierna a otra. Se oye un ruido fuerte que podría ser un disparo, proveniente de algún bloque de pisos del otro lado de la calle.

El policía de patrulla Joseph Rossi ignora el sonido. Está concentrado en los dos pedazos de pizza que se bambolean en un plato demasiado pequeño para contenerlos. La pizza está caliente. Su otra mano sujeta un botellín de Pepsi. Se está dando prisa en acabar con su refrigerio para volver al coche y continuar con la jornada de trabajo. Su compañero, Barker, es capaz de arrancar el coche y largarse en cuanto pase un solo minuto de la media hora reglamentaria para almorzar. Puto boy scout, piensa Rossi. Por otro lado, él sabe que Barker le va a decir algo si le ve comiendo pizza a las nueve de la mañana. También hay que pensar en eso. Cada pocos segundos, Rossi tiene que cambiar los dedos que sujetan la pizza porque está demasiado caliente. Está empezando a pensar que el tipo de la pizzería le ha dado un plato tan pequeño a propósito, que es uno de esos comerciantes que no entiende la importancia de darle un pequeño refrigerio gratis a un policía, aunque eso signifique preparar el horno un poco antes esa mañana. Quizás debería volver y mantener una breve charla con él.

–Tienes la bragueta abierta, gilipollas.

A Rossi se le cae la comida al suelo de la impresión. La voz le ha gritado justo al oído, tan cerca que ha podido sentir el calor del aliento en la oreja. La garganta se le cierra de rabia, pero cuando se gira para encararse con quienquiera que haya tenido la desgracia de insultarle, ve que allí no hay nadie. Está junto a la fachada del Blue Hotel mirando en todas direcciones, pero no ve a nadie que haya podido decir aquello. No hay nadie que mire siquiera en su dirección.

El trozo de pizza ha caído boca abajo.


La calle frente al Hotel Blue Palace.

20 de septiembre, 9:20.

Los ojos de Terrence Green recorren las doce plantas del hotel, deteniéndose en la pintura azul descascarillada de los muros, los ladrillos agrietados y los montones de basura apilados en el patio trasero, el botones que espera impaciente al otro lado del cristal, la marquesina del hotel quemada parcialmente en el incendio de hace cuatro años.

Terrence tiene los musculosos brazos al descubierto. Sus ojos son fieros, y su piel oscura brilla como metal pulido a la luz de la mañana. Es impresionantemente alto, pero un hombre y una mujer de mediana edad que salen del hotel, pasan a escasos centímetros de él sin prestarle la menor atención. Terrence los mira por un momento, y luego vuelca de nuevo su atención en el edificio. Cuando entrecierra los ojos, puede ver una neblina extraña que cuelga del hotel, como una telaraña de los muros. Cuanto más alta es la planta, más densa se hace la neblina. En algunas partes, parece rodear otra estructura más grande que el propio hotel, pero que permanece invisible. Terrence siente la tentación de entrar en el edificio y averiguar qué neblina es esa. Pero a pesar de su aparente intangibilidad, ha aprendido que para él las barreras sólidas son impenetrables. Da un bufido de resignación.

Terrence permanece al margen de la actividad que hay a su alrededor. Permanece de pie, sin alterar su expresión neutra, sin ser visto por los paseantes. Un policía está andando junto a la fachada del hotel, con un trozo de pizza en una mano y un refresco en la otra, tan ajeno a Terrence como todos los demás. Terrence observa cómo se aproxima y frunce el ceño. Cuando está a su altura, le grita al oído.

–Tienes la bragueta abierta, gilipollas.

El policía se detiene, tan sorprendido que se le cae la pizza al suelo. Se gira rápidamente con cara de enfado pero no ve a nadie. No hay nadie a la vista que le haya podido gritar así. Terrence, que está apenas a cinco centímetros de él, se ríe y vuelve a su trabajo. Está forzando un viejo radiocasete con una palanca y logra abrir el circuito. Se oye una pequeña explosión de estática. Se acerca el bafle a la boca.

–Orpheus ha caído, Orpheus ha caído. A todos los agentes de Orpheus en el área: estáis en peligro. Orpheus ha caído.


Hotel Blue Palace, tercera planta.

20 de septiembre, 10:14.

Ed puede ver ahora que el pasillo tiene final. Le había parecido que no se acababa nunca, pero aquello era una ilusión fruto de la luz tenue y el color de las paredes. Se siente más tranquilo. El vestíbulo que hay frente al ascensor evoca en él un sentimiento de familiaridad. Hay algo en el color de las paredes, en la moqueta, incluso en el olor que flota en el aire, que le relaja.

–Orpheus… caído -la voz se oye a su espalda, sobre él-. Orpheus… caído.

Se trata de una voz de hombre. Ed se gira e intenta localizar su origen. Se fija en una mancha en un rincón, a escasos centímetros del techo. Entonces puede verlo. Se trata de un bafle, tan cubierto de pintura gris que resulta difícil distinguirlo de la pared.

Espera, pero la voz no vuelve a hablar. Intenta alcanzar el bafle. El muro está extrañamente cálido. Ed apoya en él la palma de la mano, y el muro parece ceder imperceptiblemente, como si no fuese sólido. Parece casi esponjoso, aunque sus dedos no han dejado ninguna marca sobre la pared.

–Sí, el aire acondicionado aquí dentro deja bastante que desear.

Ed se gira al oír aquello con una mueca de estupefacción dibujada en el rostro. Frente a él, se encuentra una mujer alta y bien vestida, apoyada sobre el muro opuesto, mirándolo de pies a cabeza con los ojos semicerrados. Lleva un traje de noche negro, muy elegante, quizás un poco pasado de moda, y un collar de perlas alrededor del cuello. Su pelo negro azabache está recogido en un complicado moño que ha comenzado a deshacerse ligeramente, porque se le escapan algunos mechones. Lleva unos guantes finos a juego y un brazalete dorado que brilla cada vez que mueve el brazo para arreglarse algún mechón rebelde. Puede que tenga alrededor de cuarenta años, y sus rasgos combinan lo mejor de la madurez y de la juventud. Es muy guapa.

–Estás horrible, cariño -le dice con voz cálida.

Ed traga saliva.

–Yo… eh… -vuelve a tragar saliva para no seguir balbuceando-. He tenido una mañana horrible hasta el momento.

Ella enarca una ceja expertamente delineada.

–Parece como si hubieras visto a un fantasma -dice con una pequeña sonrisa en los labios.

–Ah… bueno, tiene gracia que digas eso porque… eh… -La mujer le parece familiar a Ed, pero no sabría decir exactamente por qué-. Ese traje es fantástico, en serio… ¿hay algún baile o algo así?

La mujer suspira.

–No, no desde hace años, me temo. Pero deberías haber visto este sitio en su época. Ah, las veces que hemos… -esboza una sonrisa aviesa mientras se acerca a Ed-. Esto está bastante solitario últimamente. – Le pone una mano en la cara-. ¿Y tú quién eres?

–Yo… eh… -Ed aparta con delicadeza la mano enguantada-. Ed Lighthouse. Hola. Eh… ¿Sabes dónde puedo encontrar un teléfono? Es una especie de emergencia.

La chica se le queda mirando unos segundos, y luego señala al final del vestíbulo. Al ver que Ed no dice nada, se da la vuelta y se aleja en dirección contraria. A pesar de la situación, Ed se sorprende de lo enorme que es el escote de su espalda.

Ed recorre el vestíbulo y está a punto de doblar la esquina cuando algo cerca del suelo atrae su atención. Se arrodilla. Se trata de una muñeca de plástico con un sencillo vestido blanco y la carne color rosa. La recoge y la observa mejor.

–¿Qué? – Ed deja caer el muñeco con horror. Le han arrancado el pelo y los ojos. La cara está parcialmente quemada. Los labios, la nariz, las mejillas y las orejas están deformadas a causa del calor. Alguien ha vuelto a dibujar toscamente los rasgos con un rotulador negro. Dos puntos negros como ojos, un siete invertido haciendo de nariz y una línea que hace las veces de boca, con una curva poco pronunciada que no llega a ser una sonrisa.

–Eso es mío. – Al levantar la mirada ve a una niña de entre diez u once años. Tiene el pelo recogido con una goma verde. Lleva vaqueros, una camiseta roja desgastada por el uso, y unos calentadores demasiado grandes para ella. Sus labios están cerrados en una expresión desafiante.

–Eso es mío -dice de nuevo.

–Lo siento -responde Ed-. No lo sabía. – La niña no dice nada, y su mirada oscila entre la muñeca tirada en el suelo y la cara de Ed.

–Eh… me llamo Ed -dice, apartándose de la muñeca. Sonríe-. Esta mañana estoy un poco desorientado. Me has asustado. ¿Te alojas en el hotel? ¿Puedes decirme…?

–Llevo bastante rato esperando a que vinieras. ¿Por qué has tardado tanto? Él quiere verte enseguida -Se agacha y recoge la muñeca-. ¿Y bien? ¿A qué estás esperando?

–Eh… bueno… Creo que es mejor que te relajes, niña. Estoy teniendo un mal día. No tengo ni idea de qué me estás hablando.

–Me llamo Tina, no niña. Bueno, en realidad es Cristina, pero todos me llaman Tina.

–De acuerdo, Tina. – Ed sonríe. Para él, hablar con niños resulta muchas veces más agradable que hacerlo con adultos-. ¿Sabrías decirme en qué ciudad estamos?

Ella le mira con mala cara.

–¿Es que no sabes nada de nada? ¿O te estás burlando de mí?

–¿Por qué iba a hacer yo eso?

–Creo que quizás no seas el que necesitamos, pero el señor Goodman piensa que sí, y él es muy listo. Así que mejor vayámonos antes de que algún sonrisitas nos encuentre.

–Yo no soy… qué… -Tina ha comenzado a alejarse-. Escucha, niña, lo siento, pero ahora no tengo tiempo para jugar. Tengo que encontrar un teléfono. ¿Sabes dónde hay uno?

Ella se da la vuelta y le mira con los labios apretados y cara de enfado.

–¡Vamos! ¡El señor Goodman dice que tenemos que ir a verlo ahora mismo!

Ed lo deja por imposible y camina en dirección contraria.


Hotel Blue Palace, tercera planta.

20 de septiembre, 10:14.

–Cariño, estoy pensando en tomarme algún tiempo para mí. No te enfades. Estoy segura de que me lo van a dar… -Jack Levine se aclara la garganta y comienza de nuevo. Pronuncia las palabras lentamente, siguiendo el ritmo de los pasos que da por la habitación-. Cariño, me voy a tomar unas semanas de vacaciones. Voy a exigirlas. Y me las van a dar, porque soy su mejor… uno de sus mejores agentes de ventas. Yo… -sacude la cabeza-. Cariño -dice-, nada es más importante que tú. Sé lo que estás pasando por la quimioterapia, y quiero estar el máximo tiempo posible contigo, así que me cogeré las vacaciones y eso es lo que voy a hacer.

Se afloja la corbata y se desabrocha un par de botones de la camisa.

El teléfono está en el medio del vestíbulo. Un teléfono negro pasado de moda clavado a la pared. Cuando Jack llega hasta él, mete la mano en los bolsillos buscando monedas. Saca unas cuantas, introduce una en la ranura del teléfono marca un número. Le gustaría haber podido dormir más la noche anterior, pero un ruido lo ha mantenido en vela. Algún roedor o algo así escarbando en la pared.

–¿Está el doctor por ahí? ¿Has hablado hoy con él? – Jack se pasa el auricular de un oído al otro. Espera que Agnes no pueda escuchar cómo le tiembla la voz. Tiene que ser fuerte por ella. Positivo, entusiasta. Imagina que esto es el trabajo, que intentas venderle algo.

–Ya veo -dice Jack-. Aja. ¿Te sientes mejor? Hummm… -Jack se pasa una mano nerviosa por el pelo. Decide que va a tomarse una siesta después de aquello.

–Escucha, cariño, he estado pensando… lo sé, lo sé, déjame acabar. He estado pensando y voy a…

Jack traga saliva. Haz lo correcto. ¿Pero qué es lo correcto? ¿Realmente va a querer que él esté en el hospital junto a ella? El tratamiento es muy caro. ¿No estarían mejor los dos con más dinero en el banco? El seguro no va a cubrirlo todo…

–Cariño -le dice de repente-, he estado dándole vueltas y creo que es mejor que no me tome ningún tiempo libre por ahora. Yo… sí, lo sé, lo sé. Claro. Eso es. Pero este tratamiento es tan caro que las facturas se están amontonando. Creo que debería estar en la carretera un par de semanas más… oh, cariño, no llores. Es lo mejor, yo… -Jack se pasa la lengua por los labios, aparta el auricular de su oído y cierra los ojos. Esto es una locura, piensa. Que le jodan al dinero. Que le jodan a todo. Tengo que estar con mi mujer.

Se acerca el teléfono al oído de nuevo y abre la boca para hablar.

–Escucha, yo, yo no sé por qué he… -las palabras no le salen. No puede decir nada-. Cielo, tengo que dejarte. Te llamaré después.

Cuando cuelga el auricular, no puede apartarse del teléfono. Siente que el teléfono todavía está conectado a ella, como si la estuviera cogiendo de la mano. Se da cuenta de que su respiración profunda se está convirtiendo en un sollozo. Ella le había suplicado, le había suplicado que fuese a verla. Y él le ha dado la espalda. Se da cuenta de que no es un hombre. Es un cobarde, un gusano, como siempre ha sospechado. Deja que el teléfono le resbale por la mano y regresa a la habitación, donde puede hundirse en su miseria.


Hotel Blue Palace, tercera planta.

20 de septiembre, 10:14.

Ed dobla la esquina y ve el letrero del teléfono. Hay un hombre hablando por él. Es un hombre de mediana edad con aspecto cansado, vestido con un traje arrugado y corbata. Ed puede oír cómo se va tragando el teléfono las monedas del hombre.

Recorre el vestíbulo entero con la mirada, pero no puede ver a Tina por ningún lado. Probablemente su familia tenga una habitación en aquel piso. Una niña extraña, que habla como si el mundo se rigiera por sus normas. Él ha visto a muchos niños en el transcurso de los años que ha pasado dando clase. Va a necesitar esa actitud cuando crezca, piensa. Mira otra vez al teléfono. Ahora hay otra persona allí, con la evidente intención de utilizar el teléfono cuando el hombre de negocios haya terminado.

Ed parpadea. ¿De dónde ha salido este? ¿No ha visto que estaba esperando o es que no le importa? Ed avanza unos pasos para decirle algo, pero se detiene. El recién llegado lleva una ropa muy extraña. Un abrigo largo que llega hasta el suelo, y una capucha sobre la cabeza. La luz más cercana al teléfono está fundida, y el hombre está casi en la penumbra. A pesar de ello, Ed tiene la impresión de que el abrigo está manchado y rasgado por todas partes. Otra cosa. Se da cuenta de que el hombre está muy cerca del teléfono, casi pegado a él, pero al hombre de negocios no parece importarle. De hecho, parece no darse cuenta. ¿Será que se conocen?

El del abrigo le da la espalda a Ed, y el hombre de negocios parece mirar a través de él. Ed decide esperar. Escucha la voz del hombre hablando por el teléfono.

–Hola, soy Jack. ¿Está el doctor por ahí? ¿Has hablado hoy con él? Ya veo. Aja. ¿Te sientes mejor?

Ed observa al hombre de negocios -«Jack»- con indiferencia mientras este se cambia el teléfono de mano. Al mismo tiempo, el hombre del abrigo alarga la mano hacia Jack. Ed se hace a un lado para poder ver mejor qué es lo que está ocurriendo. El hombre del abrigo pone una mano enguantada sobre el hombro de Jack, como consolándolo. Jack no reacciona cuando le toca.

–Cariño, he estado dándole vueltas y creo que es mejor que no me tome ningún tiempo libre por ahora. Yo… sí, lo sé, lo sé. Claro. Eso es. Pero este tratamiento es tan caro que las facturas se están amontonando. Creo que debería estar en la carretera un par de semanas más… oh, cariño, no llores. Es lo mejor, yo… -se detiene para tomar aliento-. Escucha, yo, yo no sé por qué he…

Ed ve que el hombre del abrigo posa su otra mano sobre la cabeza de Jack. Por un momento, el hombre de negocios abre la boca sin poder hablar. Luego continua.

–Cielo, tengo que dejarte. Te llamaré después.

Jack cuelga el auricular. Cuando el hombre del abrigo se aparta del teléfono, se da cuenta de que Jack está llorando. Ed se siente de repente como un mirón. Se da la vuelta y trata de fingir que no ha escuchado nada de la conversación.

Cuando vuelve a mirar, Jack se aleja pasillo abajo con la cabeza gacha. No se ve por ninguna parte al hombre del abrigo.

El teléfono está libre. Ed levanta el auricular y una punzada de dolor le recorre la cabeza mientras sus recuerdos comienzan a surgir como burbujas en una olla hirviendo.


Complejo de Orpheus número 6, Planta 4

20 de septiembre, 06:12.

Ed se siente como si estuviera bajo el agua.

Todo a su alrededor está en paz. Está caminando por el laboratorio con expresión de asombro. Es la misma habitación en la que ha estado hace pocas horas, pero ahora parece muy diferente. Los colores han cambiado, algunos se han difuminado, otros se han hecho más intensos. La luz es extraña. Las sombras no son más oscuras, pero las zonas iluminadas parecen envueltas en una especie de neblina.

Dijeron que iba a funcionar, y así fue. Dijeron que seria algo que Ed jamás habría sentido antes, y así ha sido. Ed imagina que es algo parecido a lo que debe de sentirse al caminar por la luna.

Ed no puede recordar cómo ha salido del tanque, pero allí está, de pie en medio de la habitación. Da un paso adelante. La sensación no es en absoluto como en un sueño. Es más bien como estar despierto dentro de un sueño. Se lleva una mano a la cara. Parece sólida. Él parece sólido.

Por lo que Ed puede ver, no hay nadie más en el laboratorio. Parece extrañamente fuera de lugar, como una clase vacía. Se acerca a la terminal de ordenador más cercana. La pantalla muestra una matriz de números. Unos cambian y otros no. En la parte inferior, se puede leer: Lighthouse, E.

Son mis lecturas de telemetría, piensa. Sí, mi tanque está allí.

Se acerca al tanque. Es una cápsula parecida a un torpedo, emplazada en un ángulo de cuarenta y cinco grados con respecto al suelo. Ed recuerda que periódicamente se cambian de posición los tanques para evitar que los cuerpos desarrollen algún tipo de atrofia. Pone su mano sobre él. El metal parece caliente, pero distante, como si llevara puestos unos guantes.

Nota una pequeña vibración. La percibe a través de los pies. ¿Un terremoto? No, no puede ser, se dice. Probablemente sea algún generador que acaba de conectarse. Mira por todo el cuarto, preguntándose por qué no hay nadie allí. Se supone que debe haber siempre un equipo médico de guardia. Decide que no tiene importancia. Se trata tan solo de una prueba, no de una misión. Dentro de quince minutos, el ordenador activará el retorno automático y se despertará.

–Increíble -dice en voz alta-. El espíritu separado del cuerpo. Tal como habían dicho.

Su voz suena plana y sin eco. Se vuelve hacia el tanque. Tiene que mirar. Se inclina sobre él hasta que puede ver a través de la ventanilla.

–Oh.

No es como mirarse en un espejo. No es como un reflejo o una fotografía. Se ve a sí mismo, a su propio cuerpo, como si fuera otra persona. Esa no es mi cara, piensa. ¿Realmente tengo ese aspecto? Aprieta la vista y puede ver la cicatriz de su cuello. Lo invade la necesidad de llevarse la mano a la cicatriz. Afortunadamente tiene los ojos cerrados.

Entonces se da cuenta de que ya ha pasado por esto antes. Se recuerda mirando su cuerpo ensangrentado después del accidente de coche hace unos meses, de pie mientras los médicos le quitan con cuidado los pedazos de cristal a su rostro y luchan por detener la hemorragia. Y años antes de eso, en la universidad, pudo verse a sí mismo desde fuera y se miró en sus ojos muertos. Se siente incómodo.

Todo esto, ¿está sucediendo ahora o él está en algún otro lugar, recordándolo?

Se toca el rostro con una mano. Luego, la posa sobre el cristal que lo separa de su propia cara.


Hotel Blue Palace, tercera planta.

20 de septiembre, 10:45.

Ed está frente al teléfono con las manos temblorosas. No quiere recordar nada más. Se siente estúpido por preguntarse exactamente a quién quiere llamar. Al teléfono de urgencia de Orpheus, piensa. En cuanto empiece a marcar los primeros números, recordará el resto.

Siente cómo empieza a erizársele poco a poco el vello de la nuca. Se vuelve, pero no ve nada extraño en el silencioso vestíbulo. No hay nada más que hileras de butacas. Toma aire. Hay un extraño olor flotando en el ambiente. Algo húmedo y mohoso. Los lóbulos de sus orejas parecen arder. Le cuesta tragar saliva.

–¿Qué diablos ocurre? – murmura Ed olvidando el teléfono. El olor es como a carne cruda mezclada con musgo y sudor. Le pican los brazos. Tiene la boca seca. Hay un sonido, que viene de ninguna parte, un sonido que se siente más que se oye.

Es un gruñido. Ed siente entonces un arranque de terror que lo clava al suelo. ¡Haz algo! Pero su cuerpo no responde. No puede mover los brazos ni levantar los pies para escapar. Es una mosca atrapada en una telaraña.

Allí, al final del vestíbulo, se ve algo que se mueve. Una sombra. Curvas. Ángulos. Movimiento.

Ed se vuelve. Ed corre.

No es enteramente consciente de que las puertas se abren a su paso ni de que sus piernas se mueven rítmicamente una y otra vez sin descanso, sin esfuerzo. La velocidad hace que casi se caiga al doblar la esquina. Oye ruidos a su espalda, un gruñido y el golpear de miembros pesados sobre el parqué. No se atreve a mirar atrás. Ahora el olor es intenso: canino, animal, pelo y sangre. Se puede distinguir el sonido de unas garras que arañan el suelo.

Hay un ascensor al final del pasillo. Las puertas están abiertas.

Hace un último esfuerzo, empujado ya por sensaciones más que por pensamientos claros. Su instinto le grita: ¡huir, huir, huir! Solo unos pocos segundos más y habrá llegado al ascensor.

Pero las puertas están cerrándose.

–¡Oh, Dios! – su grito es casi un farfullo. El ascensor está apenas a un brazo de distancia pero las puertas están cerrándose. La rendija de luz que brilla entre las puertas se estrecha, se estrecha, se estrecha. Desaparece.

El brazo y hombro izquierdos de Ed chocan contra las puertas del ascensor. Busca el botón desesperadamente con las manos, pero solo encuentra la suave superficie del papel de pared.

Ed se gira contra las puertas del ascensor, pero no ve a nadie.

Su mano encuentra el botón. Lo aprieta varias veces, pero no responde. No pasa nada, como si el botón estuviera pintado sobre la pared. Entonces vuelve a oír el gruñido gutural. Algo está doblando la esquina del vestíbulo, algo que no puede ver. Por el rabillo del ojo distingue una sombra enorme junto con un par de ojos rojos refulgentes. La sombra se mueve lentamente, hasta que Ed, embargado por el terror, tiene que cubrirse los ojos con las manos. Escucha cómo corre hacia él la criatura, y se acurruca cubriéndose con los brazos, esperando a que los colmillos le desgarren la carne.

Luego todo pensamiento desaparece, y vuelve a apretar el botón con fuerza, gritando. Y de repente la resistencia desaparece, las puertas siguen sin abrirse, pero ya no tienen más sustancia que un rayo de luz. Pasa a través de ellas a trompicones, y aparece dentro del ascensor, de cuclillas en un suelo tangible. Se escucha un zumbido eléctrico, y el ascensor comienza a bajar.

–¿He… atravesado la puerta? – dice en un susurro, y se incorpora con las piernas temblorosas.

–Enhorabuena. Todos los muertos pueden hacerlo. – Tina está de pie junto a él-. Franny dice que deberías ver algo antes de ir a la planta baja. ¿A que sí, Franny?

La cabeza de la muñeca se mueve hacia arriba y hacia abajo.


Hotel Blue Palace, segundo ascensor

20 de septiembre, 10:45.

Audrey se cambia de hombro el bolso de noche. Busca dentro de sus bolsillos un paquete de tabaco, pero luego recuerda que se le han acabado.

–Maldición -murmura-. Oye, ¿Tienes un cigarrillo?

Linda deja el bolso en el suelo y se cruza de brazos.

–Sabes que lo estoy dejando. – Parece observar a Audrey unos instantes, y luego se vuelve para comprobar qué piso marca el panel de números rojos del ascensor.

–Lo siento -dice Audrey-. Lo olvidé. – Repiquetea con las uñas sobre la puerta del ascensor-. Escucha, tenemos que asegurarnos de que en la próxima convención nos lleven a un lugar decente en vez de a un tugurio como este. Casi no puedo dormir por la noche y estoy todo el día como un zombi. ¿Sabes el tipo ese de De-Tech, el que siempre está llamando por el teléfono? Empezó a hacerme preguntas sobre las opciones multiuso de la versión 3.1., y estaba tan fundida que le tuve que decir que lo miraría después y que ya le explicaría cómo funciona exactamente.

Linda frunce ligeramente los labios y toma una nota mental: en el próximo viaje tiene que buscarse a otro acompañante. Quizás el chico nuevo, el del culito…

–¿No has podido dormir? – pregunta con voz fría.

–Apenas he pegado ojo. ¿No has oído todos aquellos ruidos extraños? Una vez hasta he creído que alguien estaba andando por la habitación. Estaba completamente segura. Incluso encendí la luz. Pero no había nadie.

Las luces del ascensor parpadean.

–¡Por Dios! – dice Audrey-. ¿Cuántos años crees que tiene este hotel?

Linda abre la boca para responder, pero antes de que pueda decir nada el ascensor traquetea y se detiene. Las dos mujeres se aprietan nerviosas contra las paredes.

–Pero, ¿qué demonios…? – exclama Audrey.

–Espera -dice Linda-. Este no es nuestro piso, es… -mira el panel-. Dice que es la quinta planta.

Las puertas se abren.

–Aquí no hay nadie -observa Audrey. Apenas hay luces en el pasillo. El descansillo del ascensor está iluminado por una lámpara de escasa potencia. Más allá, todo está entre tinieblas.

Linda aprieta con fuerza el botón con su dedo índice. Las puertas continúan abiertas, y el ascensor no se mueve. Aprieta el botón una y otra vez. Por último, prueba con el botón de «cerrar puertas». Sin ningún resultado.

–Mierda -dice Linda-. Oye, no sé tú, pero yo empiezo a no confiar en este cacharro viejo. ¿Por qué no salimos de aquí y buscamos unas escaler… qué?

Audrey vuelve la cabeza.

–¿Eh? Yo no he dicho nada.

–Ah, creí que había oído algo.

–Sea como sea, tienes razón. Salgamos de aquí antes de que el ascensor se rompa en pedazos o algo así.

Las mujeres salen del ascensor. Durante unos momentos, se detienen en el círculo de luz, observando con cierta inquietud la oscuridad que las espera más allá. Luego las puertas del ascensor se cierran tras ellas.

–Joder -dice Audrey-. Joder, joder, joder.

Aprieta el botón de nuevo, pero no hay respuesta.

–Olvídalo -decide Linda-. Vamos, busquemos las escaleras.

–Aquí no hay luces -comenta Audrey-. ¿En qué tipo de lugar hemos caído? ¿Crees que ha habido un corte de electricidad o algo así?

–Mira esto. – Hay una cuerda gruesa que cruza el pasillo con un cartel colgando: NO ENTRAR.

–Bueno, ¿y ahora qué se supone que tenemos que hacer?

–Audrey, ¿ves estas marcas de hollín en las paredes? Oí que aquí hubo un incendio hace años.

–¿Ah, sí? Bueno, creo que han tenido tiempo suficiente para repararlo todo.

Linda salta por encima de la improvisada valla.

–Tenemos que encontrar esas malditas escaleras. Vamos por allí. Pero ten cuidado dónde pones los pies.

–¿Para qué se supone que…?

–¡No, deteneos, no!

La voz proviene de sus espaldas. Las dos mujeres se vuelven hacia el ascensor y ven a un hombre bajo la lámpara del techo. Es un hombre de piel pálida, cabellos desordenados y ojos brillantes.

–No continuéis por allí, por favor -les advierte-. ¡No es seguro!

Las dos mujeres se miran.

–¡Por Dios! – exclama Audrey-. Casi me da un ataque al corazón.

–¿Hay algún problema? – dice Linda, volviéndose al desconocido.

–Debe ser algún tipo de mantenimiento o algo así -susurra Audrey a su espalda.

Linda se aproxima al hombre varios pasos y se detiene a la distancia de un brazo.

–Oiga, ¿trabaja aquí? Porque el ascensor no funciona ni para atrás.

Él parece tener la mirada fija en un punto situado tras ella, al fondo del pasillo. Luego sus ojos se vuelven hacia Linda.

–Este piso no es seguro. Tenéis que salir de aquí.

–Bueno, eso es lo que estamos intentando hacer. Vamos Audrey.

–Espera un segundo, Linda. No voy a bajar al hall si el suelo se va a venir abajo o algo así.

–Entonces, ¿qué se supone que tenemos que hacer?

–Allí -dice el hombre señalando con el dedo-. Bajad por aquellas escaleras.

El desconocido indica una puerta de metal, a todas luces una salida de incendios, con una pequeña ventana de cristal reforzado, justo a la derecha del ascensor.

–Joder, Linda. Las malditas escaleras estaban justo aquí. ¿Cómo no nos hemos dado cuenta?

Por un momento, las dos compañeras permanecen de pie junto a la puerta sin hacer nada. Luego se vuelven hacia el hombre de los ojos brillantes. Él les devuelve la mirada, y luego sus ojos miran la oscuridad que hay tras ellas. Se hace a un lado, apartándose de la puerta de la salida de incendios.

–Por favor -dice, inquieto-. Es mejor que os vayáis lo antes posible.

–De acuerdo -dice Linda saliendo de su estado de estupor-. Vamos. – Avanza con paso firme hacia la puerta que acaban de descubrir y la empuja para abrirla-. Vamos, Audrey -repite-. Larguémonos de aquí antes de que nuestro taxi se aburra y nos deje tiradas.

Están ya bajando las escaleras cuando oyen que la puerta se cierra con un fuerte golpe.

–¿De dónde cono ha salido ese tipo? – pregunta Audrey-. ¿Y te has dado cuenta el frío que hacía en ese piso? He sentido una corriente de aire helada en la espalda, casi como si fueran dedos.


Hotel Blue Palace, segundo ascensor

20 de septiembre, 10:45.

Ed mira a Tina. Se mira las manos, y luego toca con ellas las paredes del ascensor. Parecen sólidas, y sin embargo…

–Mira -le explica a la niña-. Necesito que me expliques qué es lo que está pasando aquí.

–Deberías saberlo -le responde ella.

Ed frunce el ceño.

–Dulce boquita, niña bonita. – Piensa en su último recuerdo de Orpheus, cuando paseaba por el laboratorio y se encontró con su propio cuerpo dormido-. ¡Oh, Dios mío! – exclama con horror-. El experimento, es, es… es peor de lo que había imaginado. Todavía estoy… todavía estoy… -intenta encontrar la palabra que Orpheus utiliza para esa situación, pero no lo consigue-. ¡Todavía estoy fuera de mi cuerpo!

–Lo que sea -dice Tina-. La cuestión es que estás muerto.

–Tú no lo comprendes -le explica Ed con nerviosismo-. No estoy muerto. El experimento ha separado mi cuerpo de mi espíritu, ¿lo ves? ¡Y tengo que regresar a mi cuerpo! Porque si no…

¿Cuánto tiempo puede un cuerpo vivir sin tener su espíritu dentro? Sabe que hay un tiempo límite, pero los instructores de Orpheus siempre han sido muy poco precisos al respecto.

Ed intenta controlar su respiración. Su cuerpo está ahí fuera, en algún lugar, esperándole, se dice a sí mismo. Todavía debe estar en el tanque, vigilado por ordenadores y médicos. Las palabras que se utilizaban en el entrenamiento vuelven a su mente como la letra de una canción infantil: esperando a que vuelvas como el viajero vuelve a su casa.

–Algo ha ido mal, de alguna forma -piensa en voz alta-. He estado vagabundeando, pero tengo que volver como sea.

Cierra los ojos, intentando recordar algo.

Y luego escucha unas voces.

–… enes un cigarrillo?

Hay dos mujeres en el ascensor con ellos. Están frente a las puertas, mirando el marcador del panel del ascensor. Una es más joven, tiene pelo corto, y viste un traje de negocios caro, y otra de más edad, con el cabello muy arreglado, vestida con una falda y una blusa.

–Sabes que lo estoy dejando -responde la mujer madura, con un punto de irritación en su voz.

–Hola -dice Ed sin que ninguna se vuelva. Luego vuelve a intentarlo, hablando más alto-. ¿Hola? ¿Pueden oírme?

–Pues claro que no pueden -le explica, Tina levemente molesta-. Pero, ¿es que no sabes nada?

Las mujeres continúan manteniendo su conversación, hablando sobre falta de sueño, y sobre una convención a la que están asistiendo.

–Es cierto -se da cuenta Ed-. Es como si fuera… un fantasma. Algo irreal para ellas.

Baja los ojos hasta Tina, que lo está mirando.

–Pero tú puedes verme -le dice-. Entonces, eso significa… ¡Por favor! – les grita Ed a las dos mujeres-. ¿Pueden oírme? Necesito ayuda…

Las luces del ascensor parpadean y, tras un pequeño traqueteo, el ascensor se detiene. Las puertas se abren, mostrando un vestíbulo en penumbra.

–Quinto piso -oye decir a una de las dos mujeres de negocios.

Quinto piso. Ed ha visto el número de la planta en el panel del ascensor, pero al oírlo en voz alta una alarma dormida despierta en su mente. Observa a las dos mujeres y durante tres segundos exactos no las ve donde están, sino en un vestíbulo oscuro, chillando de dolor.

La mujer de más edad sale del ascensor.

–¡Alto! – grita Ed-. ¡No salgan del ascensor!

Ella se detiene, como si hubiera escuchado algo.

–¿Qué?

–¿Eh? Yo no he dicho nada -responde su amiga.

–No salgáis ahí fuera -insiste Ed, cada vez más nervioso.

Las mujeres están saliendo del ascensor y andan por el vestíbulo.

Ed aprieta los labios y se fuerza a sí mismo a seguir a las mujeres. Sale del ascensor y se detiene bajo la luz de la lámpara del vestíbulo. Mira atrás. Tina lo ha seguido y está observándolo con interés.

El pasillo está oscuro, pero no tan oscuro como para no poder ver las sombras que están allí esperando. Gente, docenas de personas, algunas inmóviles como estatuas, otras tambaleándose.

Ed se acerca un poco más y puede distinguir que las figuras en las sombras llevan ropas sucias y rasgadas por todas partes: camisetas, pijamas, abrigos… Las ropas cuelgan de sus cuerpos como si no fuesen de su talla, como si fuesen maniquíes vestidos a toda prisa y sin cuidado alguno.

Las dos mujeres están alejándose de él, acercándose a la multitud del fondo del vestíbulo. Ed siente una corriente helada de frío que le golpea de frente, y aunque no mueve ni un solo pelo de las dos mujeres, se pregunta cómo no lo han notado. Las mujeres se detienen junto a un letrero que cuelga en mitad del pasillo, a la altura de sus rodillas. Mientras permanecen allí, una de las figuras se acerca lentamente, dando bandazos de un lado a otro, como si fuese sonámbulo. Las mujeres hablan entre sí, mirando al pasillo de vez en cuando sin alarmarse por la figura que está a pocos metros de distancia. El sonámbulo levanta un brazo y mueve el dedo índice haciendo una parodia grotesca del gesto de «ven aquí».

Ahora que está más cerca de la luz, Ed debería de ser capaz de ver su rostro. Pero es que no tiene.

Donde debería haber nariz, ojos, boca, mejillas… tan solo hay carne. No tiene orejas, ni pelo, ni tan siquiera señales que indiquen que los haya tenido alguna vez. El estómago de Ed se encoge y la bilis intenta subírsele a la garganta. El único rasgo en la cabeza de aquella cosa es un grueso y negro surco, parecido a una cicatriz, cruzado por líneas más finas, como los dientes de un peine. La cicatriz le cruza la cabeza de lado a lado y es ligeramente cóncava, lo que le confiere el aspecto de una siniestra sonrisa.

–Sonrisitas -oye cómo le susurra Tina. El tono de seguridad en su voz parece haber desaparecido.

Intenta moverse hacia delante, pero el terror lo tiene totalmente paralizado. La mujer mayor está a punto de cruzar la valla y a lanzarse prácticamente en brazos de la criatura. Ed puede ver que hay más monstruos iguales, que de pronto parecen haber despertado y se acercan con movimientos torpes hacia ellos con los brazos extendidos y las manos como garras.

–¡Oh, Dios! ¡Alto! ¡No, deteneos, no!

Desesperado, Ed pone toda su energía en el grito, tanta, que siente que se le nubla la cabeza del esfuerzo. Siente que está haciendo fuerza con la garganta y con todo el cuerpo. El aire se enrarece a su alrededor y se hace más denso. Luego siente una presión sobre toda su piel, como si saliera de algún tipo de membrana.

–¡No, deteneos, no! – repite-. No continuéis por allí, por favor. ¡No es seguro!

Y entonces se da cuenta de que la mujer de más edad se gira hacia él, y lo mira directamente a los ojos.

Todo es diferente. La luz de arriba es más brillante, casi cegadora. El vestíbulo está tan oscuro que apenas distingue nada. Su voz suena más llena, más rica, con los ecos que, aunque hasta entonces no se había dado cuenta, faltaban cuando hablaba y hacían que a sus propios oídos le resultara extraña.

La mayor de las dos mujeres se dirige a él.

–¿Hay algún problema? – pregunta. Camina hacia él, con aspecto molesto.

–Oiga, ¿trabaja aquí? Porque el ascensor no funciona ni para atrás.

Los colores también son diferentes. El suelo, las paredes, todo. Aunque todavía son grises y macilentos, los tonos son más intensos de lo que parecían tan solo unos momentos antes. La luz hace que le lloren los ojos. Tiene la boca seca. Mira a la mujer, y luego a la oscuridad del pasillo tras ella. Está oscuro, pero le parece distinguir las siluetas de las criaturas que ha visto antes. Están esperando todas detrás de la cuerda con los brazos extendidos, tambaleándose.

–Este piso no es seguro. Tenéis que salir de aquí -se detiene, intentando ordenar sus pensamientos. ¿Qué les puede decir?

–Bueno, eso es lo que estamos intentando hacer -le dice la mujer. Luego se vuelve hacia su compañera y comienzan a discutir en susurros. La mujer más joven se ha acercado a la cuerda, y una de las criaturas sin rostro ha alargado el brazo y le ha rozado la espalda con el garfio de su mano.

Ed mira a su alrededor con desesperación. Las puertas del ascensor se han cerrado. Se siente cansado, y tiene la sensación de que, sea lo que sea que esté haciendo para llamar su atención, no va a poder mantenerlo durante mucho tiempo. Tienen que dejar el piso. Pero ¿cómo?

Y entonces lo ve. La puerta de las escaleras está justo al lado del ascensor. ¿Cómo es que no la ha visto antes? ¿Estaba oculta de algún modo?

–Allí. Bajad por aquellas escaleras.

Al ver que ellas no terminan de decidirse, se coloca a sus espaldas para cortarles el paso hacia la valla y las criaturas. Los «sonrisitas», como los ha llamado Tina, intentan alcanzar sin éxito a las mujeres alargando los brazos. ¿No pueden cruzar la cuerda?

–Por favor -les pide-. Es mejor que os vayáis lo antes posible.

¿Por qué las mujeres no se mueven de una vez?

–De acuerdo -dice la de más edad-. Vamos.

Cuando la puerta se cierra detrás de la pareja, Ed siente que el aire se hace más denso aún a su alrededor. Tina está allí. Le coge de la mano y se encaminan al ascensor.


Hotel Blue Palace, sótano

20 de septiembre, 12:30.

–Le hemos estado esperando desde hace mucho tiempo, señor Lighthouse.

Ed cruza los brazos. Se sentía terriblemente cansado mientras Tina lo conducía por un laberinto de despachos y cuartos de limpieza hasta, finalmente, atravesar una pared y recorrer el estrecho pasillo que había tras ella. Pero ahora, sentado en una vieja silla tan dura como un bloque de hielo, está recobrando las fuerzas poco a poco.

–No sé de qué me están hablando -responde Ed. Este hombre, que Tina le ha presentado como señor Goodman, es una de las personas más altas que Ed ha visto en su vida. Gordo, sí, pero con una constitución física anormal para la mayoría de la gente. Su rostro juvenil es como la luna, y sus hombros son tan anchos como un roble. Podría tener cualquier edad entre cincuenta y ochenta años, y tiene el pelo cano, pero todavía posee un físico fuerte y robusto. Aunque viste con ropa sencilla, un mono de obrero y una camisa blanca, y aunque sonríe como un viejo amigo, a Ed le pone nervioso. Está muerto, piensa Ed mientras intenta evitarle la mirada. Está muerto.

–Mire -dice Ed-. Mire, tienen que ayudarme. Yo estoy…

–Señor Lighthouse, ¿sabe por qué está aquí?

Goodman está sentado frente a Ed en un desgastado sofá. Sus dedos como salchichas juguetean en el brazo del sofá.

–Como he intentado decirle antes, estoy aquí por una especie de accidente. El Grupo Orpheus estaba haciéndome unas pruebas, y el experimento…

–Está aquí porque el hotel no ha terminado todavía con usted. – Goodman se detiene y mira a Tina, que está sentada en cuclillas en el suelo, inspeccionando la ropa de su muñeca-. Le explicaré a qué me refiero.

–Adelante, por favor. – Ed pasea la mirada por el cuarto. Ve montones de periódicos viejos, estanterías con libros, un rollo de cuerda, un hacha de incendios en una esquina, jarras llenas de líquidos oscuros con formas más oscuras flotando dentro. Se imagina a su propio cuerpo suspendido en un tubo gigante lleno de formaldehido en algún lugar lejano, disolviéndose poco a poco-. Ya va siendo hora de que me den alguna explicación.

–Me gustaría que pudiera haber conocido a todas las almas fascinantes que vivían antes en esta casa, señor Lighthouse. Toda una historia. – Los ojos de Goodman parecen mirar al infinito-. En el sótano había un medicina hombre loco llamado Pie-Quebrado, que dirigía a un grupo de valientes hacia lugares perdidos. Y la pobre Jane Brown, la esposa del trampero, que solía vagabundear por el tercer piso, buscando a sus hijos hambrientos. Los chorros de sangre que manaban de sus muñecas abiertas eran como arroyuelos que la seguían a todas partes. Los recién casados que estaban atiborrados de heroína yacían juntos en la habitación 715, en la cama de matrimonio, cada cual atrapando insectos imaginarios sobre la piel de su pareja.

Ed solo puede seguir mirándolo.

–Todos se han ido ya, señor Lighthouse. Borrados de este plano por una tormenta siniestra que azotó a este hotel hace años, o arrastrados por las cosas que vinieron poco después. Yo fui un afortunado superviviente. Tina, aquí presente, fue otra.

Goodman mira a la niña, que asiente con convicción mientras sigue atendiendo a su muñeca.

–Los vivos que vienen y van por aquí, bueno, ellos nunca ven la diferencia, por supuesto. – Se inclina hacia delante, y Ed no puede sino hacer lo mismo-. Pero la casa sí se da cuenta, señor Lighthouse. – Su voz se convierte casi en un susurro-. Después de siglos de recibir a los muertos, a la casa simplemente no le gustó estar tan vacía. Desea ardientemente las profundas vibraciones de los muertos, sus suspiros y el rastro de las huellas de sus dedos en las paredes. Necesita a los muertos. ¿Me entiende?

–Sáltate las partes aburridas -dice Tina con fastidio.

Goodman se ríe.

–Lo siento, amigos. No soy lo que se dice un hombre ilustrado, pero tengo mucha labia. Usted es irlandés, ¿no? Usted me comprenderá. La cosa es, señor Lighthouse, que necesitar algo es una cosa terrible. Te hace vulnerable. Las necesidades de la casa se han convertido en una especie de peso muerto, por decirlo así, una especie de enfermedad del espíritu, si se me permite. Y así, todos aquellos que murieron bajo este techo, o en las cercanías de este edificio, tienen dificultades para salir de él. Incluso aquella gente que no ha estado aquí en años, cuando muere aparece aquí de repente. Pero resulta que el ansia de la casa ha alcanzado cotas más altas de lo que creíamos. – Asiente con la cabeza, como dándose la razón con pesar-. Algo más oyó la señal, algo, creo, ni muerto ni vivo. Algo que ha estado buscando una oportunidad como esta, o una invitación, si se quiere, o una grieta. Con cuidado, lentamente, pero de forma inexorable, ha ido abriéndose camino hacia la casa. Ha metido un tentáculo gracias al ansia de la casa, y ahora está introduciéndose poco a poco. Y no se detendrá hasta que haya trasladado todo su ser hasta aquí dentro. La puerta ya no se puede cerrar, y con esta criatura es imposible razonar. Va a utilizar la casa, y a todos los que estamos en ella, para sus oscuros propósitos.

–Aquellas cosas… las criaturas sin rostro…

–Realmente, señor Lighthouse, los sonrisitas, como los llama Tina, son invasores, depredadores que han ido apoderándose de este sitio a nuestra costa. Están convirtiendo la casa en otra cosa. En algo más ajustado a sus «necesidades» que a las nuestras. – Restriega las manos contra las perneras de su pantalón, intentando limpiarse algo que hay en ellas-. Tendrá que disculparme por las manchas de mis manos. Solo es pintura roja. La utilicé mucho durante mi vida y me ha dejado manchas que nunca terminan de desaparecer.

Ed no puede ver ninguna mancha de pintura roja en las descomunales manos de Goodman, pero no dice nada.


Hotel Blue Palace, habitación 527

17 de julio, 11:37, hace cuatro años

Tina despierta en mitad de la noche y no puede ver nada. Algo en el aire hace que los ojos le piquen y escuezan. Hace mucho calor en la habitación. Hay un sonido gutural, como de gruñidos, resonando en sus oídos. Intenta gritar, pero tiene la garganta tan seca que lo único que puede hacer es toser. Alguien está chillando. ¿Su padre? Se le hace difícil respirar. Intenta incorporarse, pero está tan débil que termina por caer en la cama. Se hace un ovillo entre las sábanas, tosiendo y temblando de terror.

Luego se despierta de nuevo. Está de pie junto a la cama, vestida con su vestido favorito, y la habitación está en silencio. Todo parece teñido de negro y cubierto de hollín. Las sábanas y almohadones han desaparecido, la cama está desvencijada, y la moqueta parece quemada. Se ven pedazos de papel de pared que cuelgan de las paredes como piel muerta. Tina ve que hay otra niña pequeña tumbada en lo que queda de su cama, con el cabello quemado, la piel como cubierta de escamas negras, rezumando un liquido rojizo negruzco. Da unos pasos atrás, profundamente conmovida por la visión.

Siente algo bajo la suela de los zapatos. Mira hacia abajo y ve un pequeño brazo, una pierna y un cuerpo de plástico. Se agacha y recoge la muñeca. La sostiene frente a sí. Tiene el pelo arrancado, y las facciones de la cara fundidas por el fuego. Tina ensucia sus manos en un montón de ceniza, y le dibuja unos ojos, una pequeña nariz y luego le añade una línea casi horizontal como boca.

–¿Cómo te llamas? – dice. El tono de su propia voz la sorprende. Acerca más a la muñeca, abrazándola-. Te llamas Franny -decide sin pensar-. Franny.

Siente que los bracitos de la muñeca le abrazan el hombro.


Hotel Blue Palace, sótano

20 de septiembre, 12:57.

Ed cambia de posición, como si estuviera a punto de levantarse.

–No tengo tiempo para escuchar todo esto, lo siento -dice-. Por favor, tengo que…

–Bueno, ahora es cuando iba a comentarle algo con respecto a su tiempo -señala Goodman-. Es el quid de la cuestión, como solía decir mi padre. Verás, Ed; ¿puedo tutearte? Verás, Ed, la cosa es que el tiempo no es lo que nosotros pensamos que es. – Se levanta del sofá, da unos pasos por el cuarto, y se detiene de tal forma que su enorme figura bloquea el camino hacia la puerta-. Piensa en el tiempo como si fueses este hotel. Es una construcción de conjunto, con cimientos, fachadas, habitaciones, puertas… pero nunca puedes abarcarla en su totalidad de un vistazo. Así que la mayoría de nosotros va de habitación en habitación, de momento en momento. Por decirlo así, empezamos en el sótano, y terminamos en el ático, sin volver jamás sobre nuestros pasos, ni saltarnos la próxima habitación de la secuencia. Pero ahora imagina que pudieras moverte libremente a través de los pasillos, de una habitación a otra, de un piso a otro, volviendo a visitar algunos lugares, pasando de largo frente a otros.

Ed localiza otra salida, una pequeña puerta flanqueada por una caja de cartón llena de libros y un perchero con un sombrero viejo.

–Sí, pero… yo solo necesito encontrar un teléfono -dice-. Tengo que avisar a alguien como sea y hacer una llamada telefónica, ¿me explico?

Goodman lo ignora.

–La muerte nos proporciona dones. Algunos de nosotros tienen el don de echar un vistazo a otros momentos, a otras habitaciones, si quieres. Pueden atisbar los rincones del cuarto del tiempo. Yo lo he conseguido, y cuando lo he hecho, ya sea hacia atrás en el tiempo o hacia el futuro, te he visto de pie aquí. Y te he visto mirando a mi espalda, y más allá, en algún espacio oscuro que mis ojos no alcanzan a distinguir. Algún profundo rincón que contiene la clave de todo.

Ed mira hacia el techo y exhala un respiro de resignación.

–No sé de qué me está hablando.

–¿Tu padre era un hombre alto, de bigote, pelirrojo, y cojeaba levemente de la pierna izquierda? ¿A tu madre le gustaba vestir blusas verdes y solía sacarse las tabas de los nudillos cuando estaba nerviosa? Eso fue hace algún tiempo, pero, ¿tengo razón?

Ed se pone de pie como impulsado por un resorte y se encara apretando los puños con Goodman, que sonríe.

–¿Cómo sabe eso? ¡Dígame cómo sabía eso!

–Cuéntanos qué pasó cuando tenías siete años, Ed, háblanos de eso -dice el otro, señalando la cicatriz del cuello de Ed.

–Yo… no… no lo recuerdo muy bien…

–Pero sabes cómo ocurrió, ¿no es cierto?

–Fue… fue un perro. Mis padres me contaron que un perro me atacó, y estuvo a punto de matarme.

–¿Dónde ocurrió eso?

–No puedo recordarlo. Nosotros… nosotros cambiamos mucho de residencia cuando yo tenía diez años, mi padre tenía problemas para encontrar trabajo…

–Sucedió aquí, Ed. Sucedió en el patio trasero de este hotel. Tu madre y tu padre trabajaban aquí entonces. Los recuerdo muy bien, incluso sin necesidad de asomarme por las esquinas del tiempo. Tus padres eran gente agradable.

Los ojos de Ed se humedecen.

–Murieron cuando yo tenía doce años. Con apenas seis meses de diferencia. Mi padre… bueno, él bebió hasta morir. Mi madre… cáncer. – Ed se da cuenta de que vuelve a estar sentado en la silla.

–Yo también echo de menos a mi mamá y a mi papá, señor Lighthouse -comenta Tina-. Pero ellos están recorriendo el camino para encontrarme de nuevo. Quizás tus padres vuelvan también.

–No pasa nada, Ed -dice Goodman-. Como ves, tienes una conexión con este lugar. Todos la tenemos. – Goodman esboza una sonrisa casi imperceptible-. ¿Por qué pasar la eternidad vagando indefinidamente cuando la puedes pasar en un hotel de lujo? He visto que ibas a unirte a nosotros, pero debo confesar que empezaba a preguntarme si has venido a tiempo.

–¡No! – grita Ed.

Tina grita a su vez, sobresaltada, y parece que va a echarse a llorar.

–No pasa nada, cielo -la tranquiliza Goodman.

Ed vuelve a levantarse de la silla.

–No estoy muerto, ¿no lo entendéis? ¡No me voy a quedar aquí! No pertenezco aquí. – Y tras decirlo, sale de la habitación por la puerta pequeña. Cuando la cruza se da cuenta de que no ha entrado por ahí. Se detiene en seco, y siente que el aliento se le hiela cuando ve todo lo que le rodea en la habitación.

Está llena de huesos.

Es como las fotografías de las catacumbas que ha visto en el National Geographic. Huesos de piernas cuidadosamente apilados en las paredes en hileras. Una pirámide de cráneos. Estanterías con huesos de dedos como si fuera una colección de mariposas. Y en una esquina, un montón de ropa de mujer y de hombre, trajes, zapatos, gafas, relojes de muñeca…

–Mi pequeño hobby -se oye decir a Goodman-. La razón por la que tuve que sellar este área. Yo era el único encargado por aquel entonces. Nadie solía venir aquí abajo más que yo, así que nadie se daba cuenta de que faltaban cosas de las habitaciones. – Suspira recordando tiempos más felices, y aparta la mirada cuando los ojos de Ed se posan sobre los suyos-. No es que yo quisiera hacer daño a nadie, Ed. Diablos, odio ver sufrir a la gente. Ese fue mi problema, ¿sabes? Una y otra vez he visto a la gente llevando vidas miserables, y no podía soportarlo. Toda esa gente necesitaba a alguien que pudiera acabar con su dolor. – Baja la vista hacia sus manos, y las vuelve una y otra vez bajo su atenta mirada-. Al final me volví demasiado chapucero, y tuve que ocultarme aquí durante años. Una noche, me dio un ataque cardíaco, y… bueno… -se vuelve hacia Ed. Una lágrima recorre su sucia mejilla-. Esos huesos de allá son míos.

Ed ve un esqueleto casi completo tirado en una esquina del cuarto, envuelto en un mono azul y una camisa de franela blanca. Pasea la mirada por toda la habitación, hasta volver a posar los ojos en Goodman.

–Ya te dije que la necesidad es una cosa terrible -susurra Goodman.


Hotel Blue Palace, entrada, mostrador de recepción

20 de septiembre, 15:00.

–¿En qué puedo ayudarles? – Amy dibuja una sonrisa con los labios mientras la pareja de mediana edad se acerca a ella, pero por dentro está maldiciendo. La pareja tiene una mirada que ella ya ha aprendido a conocer muy bien. Un brillo de enfado en los ojos, y una mueca de molestia en los labios.

–Mi esposa y yo… ¡auch! – El hombre se lleva una mano al oído derecho como si quisiera protegérselo de algún dolor. Amy se da cuenta de que utiliza un audífono. Se lo quita del oído con una mano-. Maldición, nunca había tenido problemas con esto, pero siempre que vengo a recepción se vuelve loco. ¿Qué demonios tienen funcionando por aquí que interfiere con mi audífono?

–Lo siento, pero no puedo serle útil en ese sentido -responde Amy. No añade que ella misma suele tener problemas con las interferencias de su radio a todas horas, ni de que a otros compañeros de trabajo les ocurre lo mismo-, aunque informaré al respecto y veré qué es lo que se puede hacer.

–La voz está todo el rato repitiendo algo así como «O feos» -le dice el hombre a su esposa-. Alguien tiene algún tipo de terminal de radio o algo así por aquí que hace interferencias y apuesto a que es ilegal. ¡Tengo un amigo que trabaja para la Comisión Federal de Comunicaciones, y me están entrando muchas ganas de decirle que se pase por aquí y lo ponga todo patas arriba hasta averiguar qué está sucediendo! – Apunta a Amy con el audífono como si fuera un arma. Su color, que imita la tonalidad de la piel humana hace que parezca una especie de oreja mutilada.

Amy no puede hacer otra cosa que contener las ganas de decirle al tipo que se meta su audífono por el culo hasta que le sobresalga por la boca. Por el rabillo del ojo puede ver que alguien más está llamando su atención. Con un suspiro contenido de alivio, se vuelve y muestra su sonrisa más dulce.

–Señor, le prometo que haremos todo lo posible para solventar su problema. Y si no hay nada más que pueda hacer por usted ahora mismo…

–Usted no ha hecho nada por nosotros -replica el hombre.

Su mujer lo coge del brazo.

–Ya está bien, Henry, tranquilízate. Salgamos ya a comer algo. Brad y Cynthia nos estarán esperando en el restaurante.

Amy no puede evitarlo y sigue escuchando su conversación mientras se alejan hacia la puerta.

–Ya te dije -le recrimina la mujer- que deberíamos haber hecho caso a Brad, y quedarnos en su casa. ¿Por qué no puedes ser un poco más agradable con tu yerno?

–Porque es una serpiente -responde el hombre en voz demasiado alta. Su mujer le chista que baje la voz, y después se alejan demasiado y ya no puede oírse nada.

Amy se encoge de hombros. Entonces recuerda al otro cliente, sonríe de nuevo y se vuelve hacia él. Pero no encuentra a nadie. Le había parecido ver a un hombre alto con ropa de calle, y aunque solo lo había visto por un momento con el rabillo del ojo, le parecía que tenía una expresión de desesperación en el rostro. Pero ahora no hay nadie. Recorre el vestíbulo con la mirada, pero no hay ningún cliente a la vista. No hay nadie salvo la encargada de limpieza que pasa la aspiradora cerca de los ascensores.


Hotel Blue Palace, entrada, mostrador de recepción

20 de septiembre, 15:00.

Todo parece perfectamente normal, se dice Ed. Se acerca al mostrador de recepción con miedo, sintiéndose expuesto. No hay ni rastro de los sonrisitas o del enorme monstruo canino. Un hombre con una pesada maleta pasa silbando en voz baja a su lado. Puede ver el cristal de las puertas y el ventanal de la entrada que lo separa de la calle, y más allá, coches que pasan sin cesar.

Está de pie junto a una pareja de edad que discute con unas voces agitadas y desagradables que le provocan dolor de cabeza. Apoya las manos sobre el mostrador de recepción y cierra los ojos. Intenta recordar lo que sintió cuando estaba fuera del ascensor y se hizo visible para aquellas dos mujeres. La sensación de que el aire se volvía más denso, los sonidos más agudos, y su cuerpo recobraba parte de su solidez. El mostrador de recepción comienza a hacerse más cálido bajo las yemas de sus dedos. Las voces que le rodean adquieren nuevas tonalidades y se hacen más llenas.

Ed siente una corriente de aire fresco cuando alguien pasa a su lado con prisa para salir del hotel. Puede oler el aliento de la señora que está junto a él, una mezcla de café, alcohol y jarabe. La chica tras el mostrador se detiene un segundo mientras discute con el hombre, que está agitando un pequeño objeto frente a su cara. La chica se vuelve ligeramente hacia donde está Ed, hace contacto visual y enarca una ceja, como dándole a entender que lo ha visto y enseguida lo atenderá.

Y justo entonces el mundo se despliega ante él con todo su brillo y color. La melancólica penumbra de la cuasi-muerte se hace más evidente que nunca.

La mente de Ed siente una gran fatiga. Ed cae de rodillas y se pregunta si es posible que un espíritu muera. Apenas es consciente de la gente que pasa a su lado, o de la recepcionista que exhala un breve suspiro y se encoge de hombros. Se escucha la trepidación de una aspiradora a poca distancia. La idea de levantarse y enfrentarse al mundo de los vivos le resulta intolerable, hace que le entren deseos de desmayarse.

Lo mejor sería descansar…

Cuando un par de brazos lo levantan del suelo, está demasiado cansado para ofrecer resistencia ni preocuparse de quién puede ser.


Hotel Blue Palace, sótano

20 de septiembre, 15:35.

Tina mira a Franny, esperando que la muñeca le dé alguna pista sobre lo que tiene que decir y cómo decirlo, pero no recibe ninguna respuesta. Finalmente, decide preguntar con su dulce voz lo que la preocupa.

–¿Señor Goodman? ¿Qué va a pasar ahora?

Goodman le revuelve el pelo con una sonrisa.

–No te preocupes, cielo. Nos las arreglaremos de alguna forma para hacer que todo vaya bien.

–Pero el señor Lighthouse se fue y dijo que no nos ayudaría.

–Lo sé, angelito. Creo que he hecho mal en decirle tantas cosas en tan poco tiempo.

–¿Y entonces qué vamos a hacer? Porque cada vez hay más sonrisitas y tengo miedo de que al final descubran este sitio también. Y no habrá muchos más lugares donde podamos escondernos. No quiero terminar en la quinta planta.

–Ni yo tampoco, Tina.

–Pero entonces ¿qué vamos a hacer? ¿No puedes ir detrás de él y convencerle de que nos ayude?

–Ya sabes que nunca dejo mis habitaciones, Tina.

–¡Pero si no lo haces, los sonrisitas van a hacer algo muy malo! – Empieza a gritar más fuerte-. ¡Y creo que todos morirán!


Hotel Blue Palace, entrada

20 de septiembre, 15:35.

Ed está de pie. Todo le da vueltas, pero ya no se siente tan fatigado como antes. Sacude la cabeza para despejarse. Se gira para ver quién es el que lo ha recogido del suelo.

–¿Estás bien?

Al principio no termina de identificar su voz, aunque le resulta familiar.

–Eso creo -dice. Se frota los ojos, se masajea las sienes, y siente que la neblina que cubre sus pensamientos comienza a disiparse-. Tan solo he tenido un bajón de tensión momentáneo. Pero… -se da cuenta de que está hablando con la mujer del traje elegante, la que encontró en el vestíbulo cuando buscaba un teléfono… ¿Hace cuánto de eso?-. Oh, eres tú de nuevo.

La mira fijamente, y se da cuenta de que el hecho de que pueda verla y hablar con ella implica que ya no es tangible. La mujer frunce ligeramente el ceño.

–Me llamo Victoria Blake. No hay necesidad de mirarme así. Sí, como probablemente hayas deducido ya, estoy muerta. Igual que tú, joven.

No como yo, piensa Ed, mientras asiente afirmativamente.

–¿Joven? – dice-. No pareces tener muchos años más que yo, si se me permite decir.

La mujer parece molesta por algo.

–Tú eres nuevo aquí, ¿verdad? Puede que haya muerto como un vejestorio, pero no es necesario que tenga ese aspecto durante toda la eternidad.

Ed se da cuenta de que no quiere llegar a entender lo que la mujer está intentando decirle.

–Bueno, Victoria, gracias por tu ayuda. Y ahora, si me perdonas… -dirige su atención más allá de la mujer, hacia las puertas de cristal de la entrada y la imagen déla calle que hay tras ellas- para mí ha llegado la hora bendita de salir de esta casa de locos.

Comienza a andar hacia las puertas, velozmente ahora que está resuelto a salir de allí, hasta que se encuentra frente a la salida.

–¿Qué estás haciendo? – grita ella.

Ed la ignora, continúa andando, y baja con paso ligero las escaleras cubiertas con una alfombra roja de bienvenida. El portero está de pie en la pequeña antecámara, esperando a que llegue alguien para abrirle las puertas y ayudarle con el equipaje.

–No se moleste, no llevo nada de peso encima -murmura sarcásticamente al pasar. Extiende un brazo y atraviesa la puerta.

Entonces siente una energía que lo empuja hacia dentro.

Ed se acerca más y observa que su mano ha atravesado la puerta, efectivamente, pero se ha detenido al topar con una especie de barrera invisible unos centímetros más allá. La barrera parece firme y no cede bajo la presión de su brazo. Lo intenta con los dos brazos a la vez, haciendo fuerza con todo su peso, pero sin ningún resultado.

–No vas a conseguirlo. – Victoria está a su lado-. Lo he intentado más de cien veces, y no solo aquí, sino por todo el edificio. La barrera también está en el tejado. No se puede atravesar. ¿No ves esa cosa marrón que bloquea el camino?

Ed mira al otro lado del cristal de la puerta. Ahora puede ver que hay una especie de humo detrás de la puerta, una neblina que es más espesa en algunas partes que en otras. Es esa la sustancia contra la que se ha golpeado. Aunque parece tan liviana como el humo, es tan sólida como el acero.

–¡Maldición! – Se aparta de la puerta como si quemara, y vuelve tras sus pasos, dejando a un lado a Victoria-. ¡Maldición! ¡Tengo que salir de aquí! ¡Tengo que volver! ¿Por qué diablos estoy aquí?

Cuando termina su pequeño ataque de ansiedad, Victoria le habla con tranquilidad, casi con tono aburrido:

–Si ya se te ha pasado la pataleta, puede que quieras escuchar lo que te tengo que decir. – Ed parpadea, sorprendido-. Resulta que conozco este hotel muy bien -le dice-. Y cómo no va a ser así. Dios sabe que viví aquí mucho tiempo cuando… bueno, cuando vivía. En cualquier caso, querido… -parece buscar algo cerca de su cadera, y luego suspira-. Ojalá tuviera mi bolso, mataría por un cigarrillo. En cualquier caso, hay una forma de salir. Hay túneles. Túneles que conectan con las alcantarillas, abajo, en el sótano. Por ellos se puede salir del hotel hasta la calle.

Ed mira a la acera y a la gente que pasea por ella. Luego se vuelve hacia Victoria.

–¿Es en serio? – dice lentamente-. ¿Túneles? ¿Estás segura?

–Completamente segura. Nunca lo he intentado porque allí abajo hay demasiadas de esas criaturas, las de la horrible cicatriz. Pero entre los dos, yo creo que podremos sortearlas. Eres la primera persona que encuentro que parece tener las ganas suficientes de salir de aquí.

Ed la estudia con la mirada durante un instante.

–Orpheus. ¿Has oído hablar del Grupo Orpheus?

–Creo que no, querido. – Se cruza de brazos y golpea impaciente el suelo con la punta de uno de sus zapatos de tacón-. Bueno -dice-. ¿Nos vamos ya?

Se van.


Hotel Blue Palace, sótano

20 de septiembre, 15:47.

–Todavía no se ve ninguna señal de esas horribles criaturas -susurra Victoria mirando por encima de su hombro a Ed, que le sigue los pasos-. Esperemos que nuestra suerte aguante el envite.

–Seguro que sí -sisea Ed-. ¿Y qué vamos a hacer exactamente si nos encontramos con una? – La sola idea de encontrarse con uno de esos sonrisitas le provoca mareos.

–Tú limítate a seguirme, encanto -responde Victoria-. Ahora silencio, nos estamos acercando.

El estrecho pasillo termina y desemboca en una sala. Ed se acerca a Victoria.

–Escucha -le dice en voz baja-. Si conseguimos llegar hasta el exterior, puedo conseguir ayuda y… ¿qué diablos…?

La mano de Ed roza la pared y el frío casi le quema la piel. Aparta la mano del muro y ve que tiene una sustancia pegada a la palma de la mano, una especie de goma adhesiva. Toca el muro con un dedo y lo aparta.

–Hay una extraña sustancia en las paredes, como un pegamento helado, o algo así, ¿qué es?

–Sigamos avanzando, querido -le dice Victoria-. Ya sé que todo esto debe de parecerte grotesco, pero hazme caso, comparado con otras cosas que he visto, es un halloween descafeinado.

Ahora ella camina más rápido. Ed sigue observando las paredes mientras la sigue. La capa viscosa cada vez es más gruesa. A Ed le parece distinguir formas atrapadas en la sustancia gelatinosa.

–Espera un segundo -le susurra a ella. Se acerca más al muro para examinar las sombras. Una de las figuras parece una mano, pero doblada, como si fuera un guante. Más allá le parece distinguir algo parecido a una pierna, y un poco más a su izquierda, algo parecido a un pie.

–Dios Santo -susurra. Están casi al final del pasillo, que se dobla en una curva. Ed observa la silueta de un brazo, y cerca de él un torso. Los dos se mueven lentamente el uno hacia el otro. Una delgada línea los une. Ed observa la línea, que se hace más gruesa. Aparece una segunda línea, como un hilo negro, que parece atarlos.

–Victoria…

En cuanto Ed se acerca a la esquina, Victoria grita de terror.

–¡No! Oh, Dios, ¡están aquí! Ayúdam…

Ante sus ojos, una sombra la agarra del cuello y con un golpe violento, la aparta de la vista.

–¡Victoria! – Ed corre hacia ella, doblando la esquina. Hay otro largo pasillo, con una puerta abierta al final. Dos de los sonrisitas sin rostro la han capturado. La están arrastrando por los brazos y ya han recorrido la mitad del pasillo.

–¡Ayúdame! Oh, Dios, ¡me han cogido! ¡Ayúdame!

Ed corre tras ellos, pero sus pies parecen moverse a cámara lenta, mientras los sonrisitas, sin aparente esfuerzo, le sacan cada vez más distancia y atraviesan la puerta. Mientras corre, observa de pasada que a su alrededor hay más siluetas en las paredes: brazos, piernas, pies, cabezas… todas aplastadas como patrones de costura, nadando lentamente unas hacia otras, agrupándose poco a poco. El aire está helado. El suelo bajo sus pies parece extrañamente blando, casi esponjoso. Los gritos de Victoria resuenan por todo el pasillo.

Atraviesa la puerta y entra en una habitación donde cada esquina parece deformada, formando ángulos distorsionados. El suelo está inclinado. Dos criaturas sujetan a Victoria mientras una tercera le pone las manos sobre la cabeza. Un brazo grisáceo surge del suelo y atraviesa la estancia, moviendo los dedos como si fueran las patas de una araña, hasta terminar incrustándose en un muro.

–Ayúdame. Ed. Por favor -gime Victoria.

Ed se acerca a los sonrisitas, con miedo a resbalar en aquel suelo deslizante. Siente que una gran rabia le quema por dentro. Ya está cansado de tener miedo.

–Alto -dice gritando. Es como si algo en su interior hablara por él-. ¡Alto!

Siente una fuerza incontenible que brota de su pecho y fluye por su garganta hasta llegar a su boca. Su voz estalla en la sala como un trueno. Los tres monstruos se vuelven hacia él y salen despedidos como barridos por un huracán. Victoria se desploma y cae sobre las manos y las rodillas.

–¡Alto! – grita Ed de nuevo, sintiendo cómo se libera el poder en su interior, un poco más débil esta vez. La potencia del grito es suficiente para levantar del suelo a las criaturas y estamparlas contra la pared. Ed se acerca con cuidado a Victoria y la ayuda a incorporarse.

–¿Puedes andar? – le pregunta sin apartar la vista de los sonrisitas. Están acurrucados en una esquina, demasiado lastimados para moverse, intentando protegerse con los brazos de un nuevo ataque.

Victoria no le responde. Se apoya en él para no caer de nuevo al suelo. Ed la observa con preocupación. El largo pelo negro se le ha soltado y cae libremente sobre sus hombros desnudos.

–¿Estás bien? – pregunta de nuevo-. ¿Estás herida?

De pronto, su cuerpo se tensa y se revuelve como una serpiente en los brazos de Ed. Aprieta sus labios sobre la nuez de Ed y el agente de Orpheus siente que la garganta se le congela. El dolor hace que le lloren los ojos, y ahora es él quien debe apoyarse en ella para no caer como un fardo al suelo. Nota que es incapaz de moverse y su cuerpo va perdiendo sensibilidad, mientras Victoria lo deja en el suelo cuidadosamente, casi con ternura.

–Chissst -le dice la mujer, apartándose de su garganta y sacudiéndose el cabello-. No hay necesidad de hablar. No quiero que dañes a ninguno más de mis niños.

Ed siente cómo se mueven sus labios, pero no puede emitir ningún sonido.

–Has sido una distracción bastante entretenida, jovencito. – Sonríe, levemente acuclillada junto a él. Ed no puede sentir ni los brazos ni las piernas-. Llegué a pensar que eras algún tipo de poder que alguien había enviado contra mí, pero ahora veo que no eres más que un espíritu con un poco más de agallas que el resto. No importa. Hay mucho más por hacer, y tú vas a ser una comida excelente.

Ed intenta balbucear algo.

–¿Por qué? – adivina Victoria-. Porque el fuerte devora al débil. Es la única ley que sobrevive a la muerte.


Reading, Pennsylvania

11 de febrero, 00:43. hace siete meses

Las calles están vacías, casi sin tráfico en esta madrugada de domingo. La niebla aumenta el efecto de halo que produce la luz de las farolas.

Ed, ansioso por llegar a casa y olvidar toda esa noche, acelera al entrar en el Boulevard Adams. Tiene la impresión de que está conduciendo por un túnel de niebla interminable. Después de semanas de tanteos y bromas, ha logrado convencer a la atractiva profesora suplente para salir y tomar un trago. Pero ella ha estado muy poco receptiva, y ahora Ed se siente solo, muy solo. Echa de menos a su ex-mujer y se dice a si mismo que la llamará mañana, aunque ella le haya dicho que no lo haga, aunque el sonido de su voz lo deje deprimido durante días.

De pronto aparece algo en la carretera entre la niebla, una sombra oscura, y Ed solo tiene tiempo de contener la respiración mientras aprieta con fuerza el pedal del freno. Durante unos instantes, cuando el monovolumen de Ed comienza a derrapar y girar sobre si mismo deslizándose sobre el pavimento mojado, parece un concurso de coches de exhibición. En el transcurso de tres segundos, Ed se ve inmerso en una constelación de luces de farolas y anuncios de neón que destacan contra la niebla. Y en algún lugar, recortada contra la luz, puede ver la figura de un animal, una criatura negra de colmillos amarillos y una lengua roja color sangre. ¿Lo está mirando a él? Luego el coche se empotra contra la marquesina del autobús, entre una sinfonía de cristales rotos, metales retorcidos y gritos.


Universidad de Pittsburgh, campus norte

21 de noviembre, 19:33, hace 17 años

Ed abre los ojos y se encuentra en una habitación desordenada, llena de canapés y sillas. Hay una televisión encendida, pero han bajado el sonido al mínimo. Intenta sentarse. Le duele la cabeza. Recorre la habitación con la mirada y ve que no está solo. Hay tres jóvenes desparramados sobre los sofás y el suelo.

–Mike -susurra-. Mike, Dave, Jim…

Todos están ya muertos, asfixiados por el monóxido de carbono que ha escapado de una tubería mal ajustada en la cocina. Ed rueda sobre sí mismo y cae al suelo, aunque casi no nota el impacto. No puedo ayudarles, se dice. Tengo que salir de aquí. El suelo parece extrañamente resbaladizo y él se arrastra, casi nadando, acercándose como puede a la ventana.

Vuelve la vista hacia atrás y ve a sus compañeros de piso, inmóviles entre el gas tóxico. Una figura oscura se desliza entre ellos. La sombra de un animal empieza a olisquear a uno de ellos, y luego al resto, para, finalmente, fijar sus ojos sobre Ed.


Hotel Blue Palace, patio trasero

27 de mayo, 10:13, hace 30 años.

Ed está corriendo. Tiene siete años, y está muy asustado. En el patio trasero hace mucho frío; puede oír cómo resuena el eco de sus pisadas contra el cemento. Mira a su espalda y ve al perro, furioso y terrible, que le persigue abriendo sus fauces y dejando ver unos colmillos amarillos. Ed grita y trata de correr más rápido, y entonces siente un impacto en su espalda y cae al suelo.

–Lo siento -balbucea-. ¡No me hagas daño!

El perro está sobre él, babeando entre los colmillos, y antes de que Ed pueda gritar, se abalanza sobre su cara y su cuello, y le destroza la carne mientras la sangre empieza a resbalarle por la garganta.


La calle frente al Hotel Blue Palace.

20 de septiembre, 20:00.

Terrence no da crédito a sus ojos. La niebla que envuelve al hotel se ha hecho aún más espesa. Ahora se extiende al menos cinco metros más allá del perímetro del hotel, y le obliga a retroceder hasta la esquina. Y lo que es más, hay cosas moviéndose dentro. Parecen antropomórficas y visten ropa hecha jirones. Pero no tienen cara, tan solo una máscara de carne al descubierto, recorrida por una cicatriz enorme y siniestra.

Fascinado, Terrence se aproxima. Esas criaturas no están vivas, eso lo percibe claramente. Pero tampoco parecen almas muertas. Observa cómo se acerca una de ellos al portero del hotel por la espalda, y pone una mano enguantada encima del hombro del despreocupado empleado. Otro sigue a tres mujeres mientras pasean por la sala de recepción. Verdaderamente, cada persona viva en el hotel parece tener un acompañante sin rostro. El resto se mueve lentamente a lo largo y ancho del hotel, sin detenerse jamás. Se diría que sus movimientos tienen un propósito concreto, pero no parecen estar haciendo nada de especial.

Terrence vuelve a levantar sobre sus hombros el viejo radiocasete y le habla al bafle. La radio transmite la señal a una estación central y de ahí a la gran red de ondas de radio que lleva su mensaje a todo el mundo.

–No sé qué son esas cosas -dice-, pero por lo que he oído, son peligrosas. Si hay alguien en esta zona, que tome precaucione…

Siente que una mano le aprieta el cuello, y otra le sujeta la muñeca. Otras tres criaturas sin rostro se arremolinan junto a él, agarrándolo por las piernas. Él lucha, maldice y se maldice por haber prestado tanta atención a lo que sucedía en el hotel sin pensar que estas criaturas podrían atravesar la barrera de niebla. Luego se da cuenta de que lo están conduciendo al hotel. Atraviesa la niebla marronácea que lo rodea, que para su sorpresa, ahora no parece más sólida que el aire.


Complejo de Orpheus número 6, Planta 4

20 de septiembre, 06:13.

Se oye un leve temblor. Ed siente que le tiemblan las piernas. Entonces se da cuenta de que el suelo está moviéndose. Los bolígrafos, las grapadoras y los CD-ROM van cayendo de los escritorios al suelo. Cuando el temblor cesa, Ed escucha cómo se activan las alarmas desde algún punto situado más allá de la sala.

Y luego, otro sonido. Una vibración gutural. El gruñido de un animal. Que se acerca. Ed se aparta del tanque, dejando atrás su cuerpo, y en cuanto lo hace, ve una sombra negra que aparece en su campo de visión doblando una esquina. Tiene cuatro patas y casi arrastra la cabeza por el suelo, como una hiena. Su boca está medio abierta, revelando unos dientes grises afilados como cuchillos. Tiene la forma y las proporciones de un perro, esquelético y hambriento, pero tenso y fibroso. Tiene una oreja mutilada, como si se la hubieran mordido. De sus ojos rojos resbala una especie de mucosa negruzca. Es más grande que cualquier perro que haya visto o del que haya oído hablar, casi tanto como un caballo.

Ed no puede moverse, está como clavado al suelo. El miedo hace que sus músculos se congelen.

–Lo que hago lo hago -dice en voz alta, sin saber lo que dice-. ¿Puede alguien decirme…?

La criatura comienza a caminar hacia él, como si tuviera todo el tiempo del mundo. Siente que el animal despide ondas de terror, como el calor de una estufa.

–Oh, Dios -susurra Ed-. Oh, no.

Hay una tremenda explosión que resuena como un trueno, y el suelo tiembla de nuevo. El polvo se filtra por el techo y cae como el agua de lluvia por las goteras. Una puerta vuela por los aires. Llamaradas de calor intenso. Humo. Gente gritando.


Hotel Blue Palace, quinta planta, vestíbulo este

20 de septiembre, 22:00.

Ed está sangrando. Unos colmillos afilados como escalpelos se le clavan en la garganta, desgarrando carne y músculos. Y sin embargo, aunque parezca imposible, sigue vivo y el momento no pasa. Solo hay más y más dolor, y él está gritando. Intenta apartar al monstruo de si, pero no consigue moverlo. Su gruñido gutural hace que le tiemble todo el cuerpo. Clavar, desgarrar, sangrar, dolor…

Hasta que abre los ojos.

Hay un hombre de pie junto a él. Lo sujeta de la muñeca y lo ayuda a incorporarse. Es joven, con la cabeza afeitada, piel oscura y barba de chivo.

–Joder, las has pasado muy putas.

Ed se lleva una mano a su garganta. Pero no hay sangre.

–Yo… ¿Estaba soñando?

–Estabas haciendo algo. Pero te he sacado, puedes olvidarte de eso. Ahora baja la voz.

Ed mira a su alrededor. Parece que la niebla de su visión, al menos, sí era real. Una densa neblina lo rodea. Apenas puede ver algunas figuras moviéndose en la distancia.

–¿Dónde estoy? – susurra.

–Pues no estoy completamente seguro -confiesa el extraño en voz baja-. Estaba echando un vistazo y me dejé atrapar como un tonto. Pude sentir cómo me atacaban con una especie de golpe mental, pero conozco formas de tratar con esa basura.

Ahora Ed puede escuchar más sonidos. Gemidos, quejidos, lloriqueos, todos cerca de él. Una sombra del tamaño de un hombre se acerca a él, agitando las manos lentamente y a ciegas, como si tanteara el terreno. Puede ver su camisa destrozada y la cicatriz que le recorre el rostro.

–Oh, Dios, – susurra-. Estamos en la quinta planta.

El extraño da un paso atrás, apartándose de Ed.

–Vamos -le dice-. Si nos movemos despacio y hablamos en voz baja no nos identificarán. Por cierto, me llamo Green.

Los ojos de Ed se van acostumbrando a la penumbra según avanzan. Ve que están rodeados de espíritus. Algunos permanecen de pie, inmóviles, y otros caminan en círculos, pero la mayoría están tirados en el suelo, temblando y gritando, con los rostros convertidos en una mueca constante de terror. Ve a una adolescente tumbada boca arriba, con los ojos arrancados y apretándose la garganta mientras se retuerce en el suelo. Un hombre calvo vestido de camarero está de rodillas protegiéndose el rostro del ataque de unos enemigos invisibles, suplicando que dejen de golpearle. Sus ruegos quedan interrumpidos por gritos de dolor. Hay una mujer robusta en el suelo, en posición fetal, susurrando con voz desquiciada.

–Quitádmelo de encima, quitádmelo de encima, quitádmelo de encima. Y entre las almas condenadas se ve a los sonrisitas, caminando lentamente a través de la bruma. De vez en cuando, posan una mano sobre una de sus víctimas haciendo que el espíritu chille más fuerte todavía.

El rostro de Green permanece impávido.

–Creo que puedo ver el final del pasillo un poco más allá -murmura.

–Te conozco, tú eres la voz del baile que escuché antes -comprende Ed de repente-. ¿Eres de Orpheus?

–Soy la voz de todos los bailes -responde Green-. Y yo no esperaría oír nada de Orpheus durante un tiempo si fuera tú. Espera.

Se detienen cuando una criatura sin rostro se mueve cerca de ellos, pero luego continua su camino sin preocuparse de su presencia. Ed puede distinguir el final de una pared a su derecha. La niebla parece clarear. Hay una zona iluminada a unos pocos metros de distancia. Ed fuerza la vista. Sí, un poco más allá se pueden ver unas puertas de ascensor.

Abre la boca para decírselo a Green, cuando de pronto ve surgir un grupo de sombras de la pared de su izquierda. Retroceden sin hacer movimientos bruscos. Ed puede ver a cuatro sonrisitas que llevan a una mujer sujetándola de los tobillos y las muñecas. La mujer lleva un traje blanco que contrasta por su intensidad con las vestiduras grisáceas de los cuatro monstruos. Observa cómo la depositan sobre el suelo. Cuando su cuerpo toca la moqueta, se desploma, como sin vida. Su cabeza cae a un lado, y Ed puede verle el rostro.

–Oh, no. – Ed contempla el cabello rubio y reconoce el uniforme de la enfermera-. Oh, no.

Dos de los sonrisitas se alejan, y un tercero posa su mano sobre la frente de la mujer. Casi inmediatamente, ella se incorpora y se sienta. Pone la mano derecha sobre el regazo, y comienza a frotarse violentamente el antebrazo derecho con la otra.

–Mierda, mira eso -le sisea Green a Ed. La acción de la mujer le deja una marca negra en el brazo. Luego repite el movimiento con el otro brazo. Ed puede ver lágrimas que resbalan por las mejillas de la mujer, y la oye sollozar cuando de las líneas de sus antebrazos comienza a brotar sangre. Se da cuenta de que la enfermera se ha puesto casi en la misma posición que cuando la vio en la bañera.

–No -dice Ed de pronto-. No voy a permitir que esto suceda.

Avanza hacia ella.

–¡Oye! – susurra Green, intentando controlar el volumen de su voz-. Pero, ¿qué haces? No llames su atención.

Ed la ve hacer el mismo movimiento de nuevo, y observa cómo aparecen nuevas heridas sobre su piel. Por el rabillo del ojo puede ver a un sonrisitas que se dirige hacia él.

Se arrodilla junto a la mujer y le agarra las manos.

–Para -le dice-. ¡No sigas con lo que estás haciendo! ¡No tienes por qué hacer esto!

La mujer grita, y se zafa de él. Ed vuelve a sujetarle las manos y sus dedos sienten el frío metálico de un objeto punzante. La mujer sostiene entre sus dedos un pequeño escalpelo. Ed se lo arranca de las manos tras un breve forcejeo.

Ella empieza a abrirse las heridas con las uñas, gimiendo de dolor. Ed levanta la vista. Hay tres criaturas acercándose lentamente a él sorteando a los espíritus torturados. No puede localizar a Green por ningún lado.

Mira a la enfermera. Lee su nombre en la etiqueta del traje.

–Karen -le dice-. Karen, préstame atención. Puedes salir de esto si tú quieres. Yo lo hice. Tú puedes hacerlo. Escúchame.

Ella aparta las manos. De alguna forma, Ed ya no tiene el escalpelo; vuelve a estar en las manos de la enfermera, que empieza a cortarse la muñeca

–¡No! – grita él. Le sujeta la mano que sostiene el escalpelo. Está cubierto de sangre, resbaladizo al tacto-. Mira -le grita-. ¡Mira!

Y se clava el escalpelo en la tripa, justo por debajo de la caja torácica.

El dolor hace que su visión fluctúe, pero se da cuenta de que Karen levanta la cabeza y le mira a los ojos. Se acerca a él y tira el escalpelo. Presiona sus manos contra la herida.

–¡Vendas de contención! Necesito vendas de contención aquí -grita-. ¡Que venga alguien!

–Está bien, no pasa nada -dice él con suavidad-. Me pondré bien.

El dolor comienza a remitir. Karen mira hacia abajo. La sangre de su traje, la que corría por sus brazos, ha desaparecido. Con cuidado, aparta la mano del abdomen de Ed. No hay rastro de la herida, ni un corte en la ropa.

–No lo entiendo -confiesa ella.

–Ya hablaremos luego sobre eso -se oye decir a Green. Pone una mano en el hombro de la enfermera y otra en el de Ed-. Esas criaturas casi me cogen otra vez. Vamos, tenemos que salir de aq…

Es demasiado tarde. Cinco sonrisitas han bloqueado la salida, y decenas de criaturas se les acercan por todos los lados. Están rodeados.

–Apartaos -grita Ed, dejando fluir la energía a través de su pecho. Unos pocos sonrisitas salen despedidos, pero otros ocupan su lugar.

–Tienes la Voz -dice Green-. Eso es bueno. ¿Te enseñaron a utilizarla en Orpheus?

–¿Qué está pasando? – pregunta Karen-. ¿Qué estoy haciendo aquí?

–Lo siento -le dice Ed-. Pensé que podríamos salir de aquí, pero…

Uno de los sonrisitas que bloquean el camino cae como un fardo. Otro se tambalea junto a él. Una sombra enorme surge de la niebla y Ed distingue a Goodman. Goodman golpea con su hacha de incendios y otro sonrisitas queda fuera de combate.

–No os quedéis ahí parados, chicos. La salida es por aquí.

Todos corren.


Hotel Blue Palace, sótano

20 de septiembre, 22:36.

Tina ya no puede esperar más.

El señor Goodman le dijo que esperara allí hasta que volviera, pero ella empezó a sentirse intranquila casi desde que se fue. Está convencida de que es mejor estar moviéndose continuamente que quedarse quieta en un sitio, porque los sonrisitas acabarán por encontrar este lugar.

–Quizás no tendría que haberle gritado, Franny -le confiesa a la muñeca que tiene en los brazos-. Él me dijo una vez que si salía de estas habitaciones era porque la situación estaba muy muy mal. Si le sucede algo ya no tendré más amigos que tú.

Mira a la muñeca durante unos segundos y luego asiente.

–Tienes razón, Franny. A mí tampoco me gusta estar aquí. Mejor vámonos.

Tina ha llegado casi a las escaleras cuando los sonrisitas surgen de los muros, del suelo, del techo, avanzando hacia ella. Sus manos la sujetan, tan frías como el hielo.

–Por favor, dejadme ir -solloza la niña, pero la levantan en volandas y se la llevan. Lo único que puede ver a su alrededor son rostros sin facciones, cicatrices horribles que cruzan cabezas sin piel. Finalmente los sonrisitas se detienen y la dejan en el suelo. Ante ella puede ver a una mujer alta, con el pelo suelto y un largo vestido de noche.

–Pero bueno, ¿qué tenemos aquí? – Su voz neutra le resulta espeluznante, y Tina intenta huir. Pero los sonrisitas la capturan casi al momento, impidiendo que se mueva-. ¿Una pequeña lucecita esperando que alguien la apague?

Tina sujeta su muñeca con más fuerza.

–No hace falta que subamos a esta al quinto piso, chicos -sentencia la mujer.

–¡Dejadme en paz! – se obliga a gritar Tina. Intenta controlar el miedo en su voz, pero sabe que está temblando-. ¡Dejadme marchar!

–Chissst, niña -le dice con tono dulce y ojos helados. La mujer se agacha hacia la niña como para darle un beso.

Tina cierra los ojos. Y entonces la mujer comienza a gritar.

–¡NO! ¡NO! ¡NO! – Se aparta de Tina escondiendo el rostro entre las manos-. ¡Apártate de mi!

Comienza a temblar violentamente, y los sonrisitas apartan sus manos de la niña y comienzan a temblar a su vez.

Tina echa a correr, mientras Franny le aprieta con fuerza la mano.


Hotel Blue Palace, quinta planta, vestíbulo este

20 de septiembre, 22:40.

–¡Allí! – grita Ed-. ¡Si cruzamos esa cuerda, no podrán seguirnos!

Coge la mano de Karen y corren a toda velocidad hacia el vestíbulo. Green les sigue a la zaga, y Goodman, en la retaguardia, blande su hacha sin dar la espalda a las criaturas, retrocediendo poco a poco hacia la salida. Las criaturas caminan hacia ellos, pero no se acercan.

Goodman enarca una ceja, pero no baja la guardia.

–Algo les ha ocurrido -grita-. Han dejado de andar, y se han quedado ahí temblando sin más.

–Ya casi estamos -dice Ed, exultante-. No veo ninguno de ellos por aquí.

Cruza la cuerda junto con Karen.

–¡Lo logramos! ¡Hurra!

–No tiene mérito, tío -dice Green, que hace lo propio, y ve cómo Goodman se une a ellos-. Las criaturas han dejado de perseguirnos.

Es cierto. Ed ve que la horda de monstruos permanece de pie, impasible, con los bazos colgando junto al cuerpo.

Karen apoya una mano en el hombro de Ed.

–Oye, realmente necesito saber qué es lo que está pasando aquí. ¿Qué le ha pasado al hotel? ¿Quiénes sois vosotros? – Entorna la mirada, como si estuviera recordando algo; mira la cicatriz del cuello de Ed-. ¿Nos conocemos? ¿Has… has estado en mi habitación?

Ed se vuelve hacia Green.

–Adelante -le insta Green-, pero no la abrumes.

Ed se aclara la garganta.

–Karen -le dice-. ¿Qué es lo último que recuerdas?

Ella frunce el ceño.

–Yo… estaba… Decidí venir por última vez. Porque Victoria había muerto, y me enviaron algunas de sus cosas, y…

–Espera -le interrumpe Ed-. ¿No será… Victoria Blake, verdad?

–Sí, ella misma. – Parpadea sorprendida-. Fui su enfermera durante los últimos quince años. Era la dueña de este hotel. Murió en el incendio.

–Pero…

Green le interrumpe.

–Déjale hablar, hombre.

–La cuidé durante quince años -continua Karen. Se le quiebra la voz y sus ojos comienzan a nublarse-. Ella me contó muchas historias de este lugar, sobre las fiestas que celebraban… Solía decir que yo era como una hija para ella. Oh, Dios…

Karen está sollozando. Ed la toma de los hombros.

–Tómate tu tiempo -le dice con voz suave.

–Me enviaron sus diarios y leí todas las cosas que había hecho. Todas las veces que había llorado, que me había dicho cuánto sentía no haber tenido hijos… -Karen se enjuga las lágrimas y recobra cierta compostura-. No podía contárselo a nadie, no quería arruinar su nombre. Y después de un tiempo ya no pude seguir viviendo con el secreto. Así que volví aquí para… oh, Dios.

Abre mucho los ojos y mira a su alrededor, como si viera a Ed y a los demás por primera vez.

–Lo hice -susurra-. Finalmente lo hice, ¿no es cierto?

–Lo hiciste, querida -dice Goodman al fin.


Hotel Blue Palace, sótano

20 de septiembre, 23:17.

La gran caldera quedó fuera de servicio hace medio siglo. Es demasiado grande para que la retiren del sótano, de modo que se encuentra allí, oxidándose en un lado de la pared. Victoria yace junto a ella. Se reclina sobre la caldera, apoyando la espalda contra el metal frío, sintiendo el acero a través de la piel desnuda.

–Lo siento -susurra, arrastrando las palabras-. Háblame otra vez, por favor.

Un crujido metálico, como el de la bodega de un barco, resuena a través de la caldera. En la mente de Victoria, el sonido adopta forma de palabras:

–NO MERECE LA PENA.

–No -gime ella-. No, por favor. No te volveré a fallar. Yo estaba… estaba asustada. Hay algo aquí que me da miedo. Lo vi pero no sé lo que es. En medio del pánico me dejé llevar por el miedo y empujé tu voz fuera de mi mente…

Se escucha de nuevo un eco metálico, y el sonido acaba por transformarse en una palabra: OBEDECE.

Ella asiente con rapidez, apoyando la mejilla contra la pared metálica de la caldera y acariciándola con los dedos.

–Sí -susurra-. Sí, obedeceré. La tarea está casi completada. Pronto tendrás una legión de nietos.

–¿Y LOS VIVOS?

–Nuestros planes están casi completos, estamos extendiendo la angustia de los muertos a los vivos, como ordenaste. Y para esta noche, cada alma del hotel tendrá su guardián, introduciendo tu voz en su cabeza. La sinfonía de dolor alcanzará unas cotas sin precedentes, que convertirán este lugar en una extensión de tu forma maldita.

La puertecilla de la caldera se abre con un chirrido oxidado. Las sombras de las paredes oscilan expectantes. Victoria recibe la bocanada de aire frío que proviene del interior de la vieja caldera. La corriente helada barre su rostro, y Victoria siente miles de diminutas agujas que se clavan en su piel. Grita de dolor, llevándose las manos a la cara. Cuando todo acaba, se incorpora con dificultad sollozando en voz baja, sin comprender qué es lo que le han hecho o por qué.


Hotel Blue Palace, quinta planta, vestíbulo este

20 de septiembre, 23:23.

–Tenemos que salir de esta planta -apunta Green-. Las criaturas están comenzando a moverse de nuevo. Y no estoy convencido de que no puedan atravesar la cuerda.

–Espera -dice Ed-. Esto es importante. Esa mujer, Victoria, es la que ha hecho que las criaturas me traigan aquí. Les daba órdenes a los sonrisitas como si fuesen sus siervos.

–Eso significa que es su reina -murmura Goodman-. Chico, ella es la clave de todo esto, de alguna manera -sonríe levemente, dando palmaditas a la hoja de su hacha-. Oh… ya falta poco. Debo confesar que sienta bien poder recorrer estos pasillos una última vez después de tanto tiempo. En cualquier caso, estás en el buen camino, Eddie. Haz todo lo que puedas para llegar hasta el final. Siento no poder estar allí para ver en qué acaba todo esto.

Ed mira a Goodman sin entender.

–¿Por qué estás hablando como si te fueras a algún sitio? – pregunta Ed-. Tú eras el que insistía en que me quedara aquí para ayudar.

–Chico, me encantaría quedarme, pero no puedo -responde, incómodo-. Lo vi claro en el instante mismo en que dejé mi habitación. Se puede retrasar lo inevitable, pero no para siempre. – Apoya el hacha contra el suelo-. Es curioso. Creí que iba a estar más asustado.

–¿Pero qué…?

Antes de que Ed pueda terminar la pregunta, se escucha un retumbar metálico. El suelo bajo los pies de Goodman comienza a brillar con un tono rojizo. Una sombra brota del suelo y se enrosca en la pierna de Goodman antes de que nadie pueda hacer nada. Es una cadena. Otra surge del techo, apresando una muñeca de Goodman y tensándole el brazo. A estas les siguen una tercera y una cuarta, cortando el aire desde las paredes, sujetando sus brazos y sus piernas.

–¡Ah! – grita Goodman, cuando una de las cadenas acabada en un garfio le rasga la mano y otra se clava en su muslo-. Quedaos atrás, por favor -dice al ver que Ed corre hacia él.

–¿Qué está pasando?

–Todo va bien, Eddie, esto no tiene nada que ver contigo. Es mi castigo. Es hora de darle trabajo al diablo. Ahora me están sacando de este mundo. Me llevan a un sitio para pagar la cuenta por todo lo que he hecho. – Lanza un gemido ahogado cuando una de las cadenas se tensa y le obliga a arrodillarse-. Tan solo estaban esperando a que saliera de mis habitaciones -dice sin resuello-. Allí nadie podía encontrarme.

Está hundiéndose en el suelo como si fueran unas arenas movedizas. Ed intenta ayudarlo, pero Green lo sujeta.

–Por favor, haz lo que puedas por la gente de aquí, Eddie -dice Goodman-. Te necesitan…

Y desaparece.


Hotel Blue Palace, quinta planta, vestíbulo oeste

20 de septiembre, 23:23.

Rastro. Difuso. Miedo. Olisquear el aire. En algún lugar. ¿Cerca? Agazaparse. Buscar un rastro en la alfombra. Sí. Rastro. Lápiz de labios. Sabor a sangre. Gruñido, gruñido. Mirar. Mirar. Puerta. Atravesar la puerta. ¿Rastro? ¿Rastro? Voz. Persona. Gente. No preocuparse. No enemigos. Olisquear. Escuchar. Nada. Mirar. Nada. Extraños. Cosas vacías. Vibrando. Ignorar. Puerta. Atravesar la puerta. Enemigo. ¿Dónde? ¿Dónde? Olisquear. Allí. Débil. Odio. Seguir. Seguir. Seguir.

Hace un tiempo, sol. Hace un tiempo, aire. Dolor. Enemigo.

Rastro. Rastro. Arriba. Seguir pista. Más fuerte ahora. Muy cerca. Sonidos. Escuchar. Voces. Escuchar. Acercarse más. Acercarse con sigilo. Escondido. Olisquear el aire. Rastro. Sí. Voz. Sí. Enemigo. Lápiz de labios. Gruñido. Sabor a sangre. Más cerca. Más cerca. Mirar. Mirar. Gente. Voces. Enemigo. Enemigo. Sí. Aullar. Correr.

Ahora.


Hotel Blue Palace, quinta planta, vestíbulo este

20 de septiembre, 23:27.

Ed se arrodilla en el suelo y toca con las manos la mancha en la moqueta por donde ha desaparecido Goodman.

–Vamos -grita-. Podemos seguirle.

–No. No podemos -dice Green con firmeza-. Ya no está en este edificio.

–¿Qué estás diciendo? – Ed se levanta furioso y se encara con Green-. ¿De qué estás hablando y quién eres exactamente, por cierto?

–Soy alguien que lleva metido en esta mierda más tiempo que tú -responde Green-, y que está tratando de echarle una mano a un ignorante. He visto este tipo de cosas antes. Se ha ido. Se ha ido a dondequiera que van los muertos cuando han acabado aquí. Y no vuelven.

–Pero… -empieza Ed-. Lo que estamos haciendo… espera. ¿Habéis oído eso?

Green vuelve la cabeza.

–Sí.

–Parecía un aullido -susurra Kate.

Ed se aparta de los dos.

–Viene a por mí. – Se aprieta la cicatriz del cuello con los dedos. Siente cómo supura un líquido viscoso. Se mira la mano. Es sangre-. Ya sé lo que es.

–¡Mira! – Karen señala al ascensor del final del pasillo. Una figura oscura aparece ante ellos. Una forma canina de refulgentes ojos rojos. Tiene la boca entreabierta y babea un líquido negruzco que cae a la moqueta resbalando por sus colmillos afilados.

Green echa un vistazo a su espalda. Una horda de sonrisitas está esperando al otro lado de la cuerda.

–Cogedme de la mano -decide-. Atravesaremos una de estas paredes.

–Id vosotros -responde Ed-. Esa criatura viene a por mí. La alejaré de vosotros.

–¿Estás loco? No digas tonterías -dice Green, agarrándolo del brazo.

Ed se suelta de un tirón.

–Mira, no hay tiempo que perder, viene hacia aquí. ¡Marchaos!

Da un paso adelante. Luego otro, y luego echa a correr hacia la criatura negra.

–Se puede retrasar lo inevitable, pero no para siempre.

Y entonces Ed siente algo pesado que le golpea el pecho, y un olor a pelo húmedo y carne podrida le quema las fosas nasales. Grita al sentir el dolor intenso del cuello, y tiene la sensación de que empieza a caer. Caer, pero no al suelo, sino hacia algún abismo sin fondo, hacia la oscuridad.

Caer.

Ed quiere desconectar, pero el dolor hace que su mente no caiga en la inconsciencia. Hay una presencia animal que ataca sus pensamientos, un odio visceral que intenta aplastar su mente, mientras su cuerpo está siendo despedazado sobre el suelo.

Cuchillas a través de su garganta. Cuchillos en sus hombros. El dolor es tan grande que no puede ni gritar. Cierra los ojos. No quiere más que estar en otro lugar, donde sea. Tiene siete años y está echado sobre el suelo frío. Mira el cuerpo del perro con la cabeza cortada y la sangre por doquier. El hombre del mono azul sostiene un hacha de incendios y le pregunta si está bien. Sus padres corren hacia él. Ed niño se desvanece, y su último pensamiento es, esto es culpa mía.

–Lo recuerdo -gime Ed, tumbado en algún lugar frío y oscuro. ¿Siente algo en el pecho, algo caliente y poderoso que crece en su garganta?-. No fue culpa tuya -dice con voz entrecortada-. Viniste a mí porque estabas enfermo, porque me odiabas…

La visión de Ed parece engullir a la masa de pelo y colmillos y sangre que está gruñendo sobre él. Puede ver, como si estuviera al comienzo de un largo pasillo, un perro furioso, un niño. Siente lágrimas cálidas que corren por sus mejillas.

–Me odiabas por lo que te hice. – Entonces, Ed grita. Le están devorando la cara. Un cuchillo ardiente le está atravesando el ojo, una y otra vez.


Hotel Blue Palace, patio trasero

27 de mayo, 10:01, hace treinta años.

Corriendo, corriendo para huir, corriendo. No he visto nada, piensa. No he hecho nada. Corriendo en el patio trasero del hotel. Y allí hay un perro, un animal esquelético con calvas en el lomo, hambriento y enfermo. Se acerca a Ed lentamente, olisqueando, con los ojos enloquecidos, la lengua fuera de la boca y la cola en alto, moviéndose rítmicamente a un lado y otro.

Ed se seca las lágrimas de los ojos. Coge una tubería oxidada apoyada contra la valla. La levanta alto, y la descarga sobre la cabeza del perro.

–¡No! – grita Ed, y el perro gime y se retuerce, y Ed golpea de nuevo, rompiendo la tubería en la pierna del animal. El perro emite un quejido sordo, intentando escabullirse y escapar, sin mostrar nunca los dientes, sin ladrar. Solo llorando, retrocediendo. Ed levanta la tubería una vez más, ve sangre en ella.


Hotel Blue Palace, cocina

20 de septiembre, 23:31.

¿Poner pedacitos de cristal roto en la sopa? Se lo tendrían merecido por la forma en que me tratan.


Hotel Blue Palace, sala de recepción

20 de septiembre, 23:31.

La seguiré a su habitación esta noche y se arrepentirá de haberme despreciado.


Hotel Blue Palace, sexta planta, vestíbulo oeste

20 de septiembre, 23:31.

¿Por que he robado esta cartera? La pondré en el bolso de Rita y le diré al encargado que he visto cómo la robaba.


Hotel Blue Palace, habitación 611

20 de septiembre, 23:31.

Los niños ni siquiera aprecian estas vacaciones. Unos pocos golpes bastarán para que dejen de quejarse por todo.


Hotel Blue Palace, pasillo de servicio número 7

20 de septiembre, 23:31.

Ya está. Ahora las alarmas contra-incendios están estropeadas. Dejaremos que el inspector les eche un vistazo, y el señor Cohén tendrá que buscarse un nuevo trabajo.


Hotel Blue Palace, sala de recepción, mostrador

20 de septiembre, 23:31.

Nadie sabe que tengo estas cuchillas de afeitar en el monedero. Nadie sabrá que lo he hecho. Soy una buena chica.


Hotel Blue Palace, habitación 219

20 de septiembre, 23:31.

Unas pocas más. Me gusta la forma en la que las balas encajan en el tambor del revólver. Como si fuera una máquina.


Hotel Blue Palace, tejado

20 de septiembre, 23:31.

Los cables ya están pelados. Listos para el fuego. La gente verá las llamas desde kilómetros.


Hotel Blue Palace, habitación 434

20 de septiembre, 23:31.

Volverán pronto. Ten paciencia. Este armario es el mejor sitio para esconderse. Este cuchillo está afilado más que de sobra.


Un sitio frío y oscuro.

–Oh, Dios, ¿por qué hice eso? Oh, Dios, oh, Dios, oh, Dios…

La criatura está sentada sobre el pecho de Ed, y puede sentir cómo le desgarra la carne del cuello con sus colmillos. No puede forzarse a abrir los ojos.

–Lo siento… -susurra, y las palabras se convierten en sonidos sin sentido que repite una y otra vez-. Lo siento lo siento lo siento lo siento…

»Lo siento -dice una vez más, y su voz parece aliviar el dolor de su garganta-. Sé que me odias, pero escucha… -Ed abre sus ojos. La criatura ha dejado de morderle. Sus ojos rojos están a escasos centímetros de los suyos, dos piscinas de sangre en un océano de pelo oscuro-. No puedes… odiar para siempre -está diciendo Ed. Tiene que concentrarse en cada palabra, como si hablara en otro idioma-. La gente puede… pero los animales… no. Se acabó, ¿no lo entiendes? Sé que sufriste… eso fue hace mucho tiempo. Tu sufrimiento se acabó, si lo dejas ir… -Ed imagina que su voz es una luz invisible que está irradiando y fluye hasta el cuerpo de la criatura-. Está bien -continúa-. Deja que la furia desaparezca. Deja ir toda la furia.

El animal mueve su gran cabeza. Abre sus fauces y salta hacia los ojos de Ed.

Pero se detiene.

–Así está bien -dice Ed. Se calla, y trata de coger más aire. Luego continua-. Recuerda lo que eras antes. Antes del dolor. Recuerda.

La criatura olisquea el aire, vuelve la cabeza a la izquierda y luego a la derecha. Ed siente sus patas cuando se incorpora sobre su pecho y da un paso a un lado, quitándose de encima de él. Ed se mueve lentamente, arrastrándose hacia la bestia.

–Tranquilo -dice. Tiene la garganta irritada-. Tranquilo… Todo va bien…

Se pregunta dónde está, pero no quiere apartar su atención de la criatura. El suelo parece grasiento. Se incorpora con movimientos dolorosos hasta quedarse sentado. El monstruo gruñe.

Pero el sonido parece diferente. Ed observa atónito cómo comienza a cambiar la forma de la criatura, vibrando y encogiéndose poco a poco. Su hocico se hace más pequeño, su cuello de hiena se encoge, sus ojos pierden el brillo rojo. Tenía más de un metro y medio de alto, con fauces de cocodrilo. Ahora sus proporciones se reducen, y para cuando Ed se levanta, ya ha asumido la forma de un perro normal.

Es una mezcla entre pastor alemán, doberman y algo más. Ladra una vez y se sienta para rascarse la oreja con una pata.

Ed se lleva las manos a la garganta. No hay sangre.

–Vaya… mírate -le dice al perro con voz quebrada. El perro agita la cola.

Y una voz resuena a su espalda.

–Y mírate a ti, querido.


Hotel Blue Palace, sótano

20 de septiembre, 23:55.

El perro bosteza. Ed intenta no mirar a las paredes, o a las cosas que fluyen cansinamente a su alrededor. Observa cómo atraviesa la mujer la habitación y se detiene justo delante de él, a la distancia de un beso. Se aparta el cabello de la frente como una cortina, y no tiene ojos.

–¿Por qué estáis haciendo esto? – le pregunta él.

Ella se ríe. Ahora tiene tres bocas, tres pares de labios dispuestos unos encima de otros a lo largo de un rostro vacío. La risa fluye de una boca. Las otras exhalan un suave suspiro.

–Cariño, únicamente le estoy dando a la gente lo que pide. Alguien muere, y durante años todo el mundo está quejándose y sollozando sin parar. Cada noche continúan llorando en sus mentes, vuelve, vuelve, vuelve -la mujer apoya una mano enguantada sobre su mejilla-. Bueno, ¿pues sabes una cosa? Os hemos escuchado. Y volvemos.

La habitación es una especie de cubo retorcido donde las paredes, el techo y el suelo exudan un líquido viscoso. Caen gotas del techo. Hay formas que flotan entre la mucosa que recubre las paredes. Cabezas y piernas y brazos aplastados, moviéndose como peces en una pecera. Ed puede distinguir la estructura original de la habitación a través de la sustancia viscosa. Enchufes eléctricos, bombillas, interruptores, estantes, cubos de fregar, palas. Ninguna puerta. Una enorme caldera empotrada contra la pared, con rastros de óxido y mellada por el tiempo.

–Estamos volviendo todos. Los muertos y los nuncamuertos, y la gran y oscura madre de las madres -dice

Victoria. Ed observa que la boca que está hablando es la boca del centro. Las otras mueven los labios pronunciando en silencio palabras diferentes.

Ed se mueve hacia un lado. La mano de Victoria le hace una seña para que se detenga. Su fino guante a juego con el traje de noche está completamente rasgado, dejando al descubierto un ojo que parpadea en el centro de la palma de su mano.

–Por favor, no te vayas, querido -dice-. Me temo además que no hay sitio al que puedas escapar.

Ed intenta dar otro paso. Su pie no puede levantarse del suelo. Mira hacia abajo y ve varios dedos que se aferran a su tobillo. Siente algo más sujetándole con fuerza el muslo.

–Victoria… -dice.

–Es mejor que te estés calladito -le aconseja con voz dulce-. Te dolerá mucho menos si me haces caso. Ahórrate las preguntas, querido. Una vez que te hayamos convertido en uno de mis niños, compartiremos todos los secretos. Tendremos todo el tiempo del mundo.

Ed levanta la vista del suelo, y mientras mira a Victoria, se le ocurre que hay otra dirección mejor a la que mirar. Un lugar sobre su hombro, mucho más próximo de lo que creía. Y mira.


Hotel Blue Palace, suite del octavo piso

27 de mayo, 9:37, hace treinta años.

Ed está buscando a su madre. Se supone que debería estar en la sala de espera hasta que ella volviera, pero todavía no lo ha hecho. De modo que recorre el vestíbulo y toma el ascensor hasta el último piso. Su madre lo llevó allí una vez para presentarle a algunas de las otras mujeres que trabajaban en el hotel, así que piensa que podría estar allí.

Cuando llega al octavo piso, todo está en silencio. No se ve a nadie. Camina sin rumbo fijo por el pasillo, preguntándose por qué tanta gente deja sus zapatos a la entrada de las puertas. Los zapatos vacíos le ponen nervioso. Se los imagina cobrando vida y persiguiéndole.

Ed oye el motor de una aspiradora y corre hacia la habitación, sonriendo.

La puerta está entreabierta. La empuja y entra en una gran habitación de muebles bonitos, en la que reina un olor extraño. Camina en dirección al ruido de la aspiradora. Hay otro sonido, pero Ed no puede identificarlo. Entra en otro cuarto, a punto de llamar a su madre.

Se da cuenta de que se ha equivocado. Allí hay alguien que no conoce, una mujer, que se está inclinando sobre la cuna de un bebé. Ed está asustado. Este no es su sitio, no debería estar allí. Ed quiere correr y escaparse, pero tiene miedo de tropezar con algo, hacer ruido y que ella le oiga. Comienza a salir muy despacito de la habitación sin apartar la mirada de la mujer. El bebé está llorando. Ella lo recoge. Pero no lo sostiene entre sus brazos, como ha visto hacer a su madre con su prima Judy. Levanta al bebé y lo mantiene frente a sí, a un brazo de distancia. La cara del niño está roja como un tomate. Su cara está cubierta de lágrimas. Es tan pequeño que Ed se pregunta cómo puede hacer tanto ruido, más incluso que la aspiradora.

La mujer comienza a sacudir al bebé, como si le estuviera quitando el polvo a una toalla vieja.

Ed no sabe ya qué es lo que está escuchando, si el zumbido agudo de la aspiradora o el chillido del bebé, porque la sangre que brota detrás de su oído está palpitando tan violentamente que hace que, de algún modo, todo parezca lo mismo. Observa cómo la mujer echa al niño otra vez sobre la cuna como quien arroja una moneda al pozo de los deseos. Él echa a correr. Corre, corre respirando tan fuerte que no puede llorar, solo quiere escapar de allí, huir de vestíbulos oscuros y zapatos vacíos, salir al exterior, donde brille el sol. Cuando sale al patio trasero, se encuentra con ese animal patético que viene a lamerle las manos, débil y amigable. Y entonces él comprende que solo se puede ser débil o fuerte, solo se puede estar enfadado o asustado, y él sostiene entre sus manos una tubería oxidada antes de darse cuenta de que ha hecho una elección.


Hotel Blue Palace, sótano, pasillo de servicio número 3

20 de septiembre, 23:55.

–Es como la gelatina -susurra Tina. Presiona la capa gelatinosa de la pared con la mano y esta se agita-. ¿Qué será?

Después de unos segundos el frío se hace tan intenso que tiene que apartar la mano.

–No lo sé -confiesa Green frunciendo el ceño-. ¿Estás segura de que él estaba en esta habitación?

La membrana viscosa cubre la puerta por entero. Se pueden distinguir vagamente figuras que se mueven al otro lado, pero resulta imposible saber a quién pertenecen.

–Hummm… -Tina señala la puerta con el dedo, pero sin tocarla-. Él estuvo hablando con aquella señora. Esa cosa también estaba aquí, pero entonces podías ver a través de él.

–¿Podemos… ya sabes… atravesar la puerta? ¿Atravesar esta gelatina? – pregunta Karen-. Quiero decir… como hemos hecho antes con las paredes.

Green sacude la cabeza.

–Yo no lo recomendaría. Esta mierda no es terrestre, ¿me entiendes? Pero quizás podamos encontrar una forma de romperla… oye, niña, ¿qué estás haciendo?

Tina ha cogido su muñeca con las dos manos y la empuja con fuerza contra la membrana. La gelatina viscosa va absorbiendo a la muñeca poco a poco, cubriéndola por entero con su capa translúcida.

–Franny quiere ir dentro -dice Tina, y todos observan cómo se traga la oscuridad a la muñeca.


Hotel Blue Palace, sótano

20 de septiembre, 23:59.

Victoria pasea con tranquilidad alrededor del cuerpo de Ed, que está inmóvil en el centro de la habitación. Tiene las manos sobre los senos con las palmas hacia fuera. Los ojos de sus manos parpadean y miran a la izquierda, a la derecha, a la izquierda.

–¿Unas últimas palabras, querido? Te aconsejo que no utilices esa voz especial tuya, eso tan solo serviría para hacerme enfadar.

Ed dirige una mirada al suelo. Formas aplanadas comienzan a flotar entre la membrana gelatinosa: piernas, torso, brazos, cabeza.

–¿Eso es para mí? – pregunta.

–Es tu nuevo exterior -le responde Victoria-. Uno de los chicos de abajo te utilizará como esqueleto, ya lo verás. Pero no te preocupes, pronto tendrás mucha compañía. La angustia de este lugar ha alcanzado la «temperatura de fusión», por llamarla de alguna manera. Después de la sinfonía de muerte y asesinato de esta noche, se habrá bajado el puente, y miles de «niños» nacerán aquí.

–¿Y eso incluye también a tu niño? ¿El que asesinaste en su cuna?

Ella se detiene.

–Tú… tú no sabes… -Victoria permanece de pie frente a él, con los tres pares de labios vibrando como las cuerdas de un arpa.

–Ese es el verdadero horror, ¿verdad? – Ed escupe las palabras como si fueran veneno-. Comparado con lo que has llevado sobre tu conciencia desde aquel día, todo esto no es sino la decoración barata del tren chu-chú del terror, ¿no es cierto?

La boca de más arriba se abre, y la voz que brota de ella es tan aguda que parece capaz de romper el cristal.

–QUE SE CALLE PARA SIEMPRE.

Las formas del suelo tiemblan. Una vuela hacia Ed y, surgiendo de la capa viscosa, agarra su pierna desde el muslo al tobillo. La silueta de un brazo surge y se aferra a su brazo izquierdo. Ed cae al suelo con náuseas. Victoria está riéndose.

–No hay forma de escapar, ¿no, Victoria? – dice Ed con la respiración entrecortada-. Incluso en la muerte, no hay escapatoria para lo que hiciste. ¡Estás atrapada aquí como todos los demás!

–¡SILENCIO! – grita la voz agudísima, y a Ed le parece escuchar junto a ella la voz de Victoria, pero tan baja que resulta casi inaudible. Intenta incorporarse, apoyar sus manos sobre la mucosa helada del suelo, pero siente cómo va perdiendo la consciencia.

Hay una silueta bajo el suelo, algo que se mueve, muy cerca de la mano izquierda de Ed. No es grisácea, como las otras sombras que flotan en la membrana, sino blanca, y Ed mueve los dedos hacia ella sin pensar. Al sentir que se acerca todavía más hacia él a través de la gelatina hasta tocarle la punta de los dedos, la arranca del suelo con sus últimas fuerzas y se encuentra con la muñeca de un niño entre las manos.

Mira sin comprender a la cabeza sin pelo, la cara pintarrajeada y el trajecito de algodón blanco, imposiblemente blanco después de haber atravesado la membrana gelatinosa. Se da cuenta de que se trata de la muñeca de Tina. Pero además de eso, Ed está seguro de que la ha visto en otro contexto. La cara era diferente entonces. Pero la forma de las manos, el vestido… el trajecito blanco, con aquel dibujo rosa en los bordes… Sabe que lo ha visto en algún otro lugar.

En un estante sobre una cuna, con sus ojos de cristal mirando ciegos mientras el chillido de un niño alcanzaba su cúspide y luego callaba.

Algo está reptando a través de la espalda de Ed, intentando enroscársele bajo los brazos y a lo largo del pecho. Ed coge la muñeca y aprieta sus dedos en torno a sus brazos y su pecho. La sostiene en el aire sobre su cabeza.

–Mira, Victoria -dice con esfuerzo, mientras siente que algo parecido a una cuerda con el tacto del papel le rodea el cuello-. Recuerda…

–Adiós, jovencito. Adi… -Victoria lo apunta con la palma de una mano, y luego extiende la otra. Ed puede ver los ojos abiertos de par en par en las palmas abiertas, ve sus tres bocas abiertas como fauces…

–No… -susurra ella.

Ed siente cómo se mueve la muñeca en su mano. Parece que le han brotado dos ojos en la cara. Está el plástico y la ropa de la muñeca, pero Ed también puede ver su interior. Una nube de luz está naciendo en su interior.

Victoria se lleva las manos al rostro. Retrocede con pasos temblorosos. Él oye su voz demudada.

–¡Aléjate! ¡Apártate de mí! – Retira las manos de su cara y su rostro vuelve a ser normal, cubierto de lágrimas y pálido de terror-. ¡Francis!

La piel que ahogaba a Ed comienza a perder fuerza en su presa. Se pone de pie con dificultad y avanza un paso hacia Victoria, mostrándole la muñeca. Sus pequeños brazos y piernas están moviéndose rápidamente, mientras su cabeza se agita hacia todos los lados.

–Por favor… -suplica Victoria-. Por favor, apártalo de mí.

–Mamá. – La voz es aguda y penetrante. Ed siente que la muñeca vibra al hablar-. Mamá.

Victoria grita.

La muñeca vibra con más fuerza en la mano de Ed, y entonces explota en mil pedazos, con la cabeza convertida en pólvora que queda suspendida en el aire durante unos instantes, y las piernas y los brazos saliendo despedidas hacia todos los rincones de la habitación. Ed retira la mano instintivamente. En su lugar flota un pequeño halo de luz. Se acerca lentamente a Victoria.

–¡No! – grita ella, arrastrándose hacia atrás como un animal acorralado. Retrocede hasta que su espalda choca contra la enorme caldera de hierro. La pequeña neblina refulgente casi la ha alcanzado. Su cuerpo comienza a temblar violentamente de terror.

–Por favor, por favor -gime-. Por favor, no me mires. – Se vuelve hacia la puertecilla de la caldera y se arrodilla a su lado-. ¡Ayúdame! – suplica. Sus manos arañan los bordes de la puerta. Por un segundo mira dentro de la caldera abierta. Luego dirige la mirada hacia el halo brillante.

Ed se acerca un paso más. Siente la necesidad de alargar la mano y tocar la nubécula de luz. El brillo se hace más intenso en el centro. Y entonces, antes de que Ed pueda acercarse más, la neblina sale disparada hacia la cara de Victoria, envolviendo totalmente su rostro.

Victoria permanece en silencio mientras su espalda choca contra la puertecilla de la caldera.

Ed permanece en pie, inmóvil, durante un momento, y luego echa a correr. Al hacerlo, siente que la materia viscosa del suelo comienza a moverse, a fluir. Ve que las paredes empiezan a temblar, escucha ruidos pegajosos de ventosas sobre su cabeza. Toda la viscosidad que cubre la habitación está desapareciendo como nieve derretida, retirándose hacia la caldera.

Ed resbala, cae en el torrente helado de gelatina. Lo empuja hacia delante. Intenta agarrarse a algo, pero todo está demasiado resbaladizo y él está tambaleándose justo al lado de la puerta abierta de la caldera, y cae hacia abajo, hacia abajo, hacia abajo, hacia abajo.


Ningún lugar.

La sensación de caída desaparece.

Ed está colgando, suspendido boca abajo. Tiene la impresión de estar a kilómetros de allí, decenas de metros de distancia por debajo de sus piernas, años luz por encima de sus brazos. Bajo él se extiende la oscuridad, y allí puede ver a Victoria, cuyo cabello negro se agita contra un fondo aún más oscuro. Está a varios mundos de distancia, pero todavía está a su alcance. Ella lo mira con ojos como planetas, con lágrimas como océanos.

Extiende un brazo hacia ella, gritándole que se coja a él, pero sus palabras se las traga el vacío. Ella parece verle, y una sonrisa triste cruza sus labios. Mueve la boca y él casi puede leer las palabras. Adiós, querido, adiós.

Algo surge bajo ella. Una forma que se extiende más rápido y más lejos de lo que puede abarcar con la vista, hasta alcanzar el horizonte, hasta formar el horizonte. Un universo de carne, o bien un cuerpo hecho humo, Ed no está seguro. Mira cómo cae Victoria dando tumbos hacia el leviatán, sin saber si pasan segundos o años. Cuando unas fauces gigantescas se abren para engullir el cuerpo de Victoria, ella no es más que una mota de polvo tragada por una nebulosa.

Lo único que Ed puede hacer es fijar la vista en la criatura infinita, si es que es una criatura, mientras llena cada vez más su radio de visión. Se extiende sin cesar en un laberinto de carne formado por su propio cuerpo. Está tan cerca que se puede tocar, pero a la vez se yergue a una distancia fuera de toda medida. Y lo está llamando. VEN, le ordena en una voz que se arrastra por su columna vertebral hasta llegar a sus pensamientos. VEN. Sabe que no puede negarse por más tiempo, y que no quiere obedecer.

Y cuando siente un pinchazo en su tobillo, y algo que tira de su pierna, la sensación es tan lejana que apenas la percibe. Únicamente cuando siente sus rodillas contra el borde de la caldera, cuando nota que su cuerpo tambaleante cae sobre el suelo, cuando ve que el perro abre la boca y le suelta el tobillo y lo mira con curiosidad, únicamente entonces, Ed cierra los ojos.


Complejo de Orpheus número 6, Planta 4

21 de septiembre. 11:12.

–Se han ido -dice Ed-. Todos. Han desaparecido.

El laboratorio está vacío. Cables desnudos cuelgan del techo y algunas de las paredes. Las mesas y sillas están tiradas de costado en el suelo. Todo está cubierto de papeles rasgados, cristales rotos, libros, y restos irreconocibles.

–¿Qué ha pasado aquí? – pregunta Karen, poniendo una mano sobre el hombro de Ed.

Green mira a su alrededor con aspecto pensativo por un momento.

–No lo sé, pero tarde o temprano lo averiguaré.

Ed se aparta de ellos y dirige la mirada a Tina y al perro, que están curioseando entre el maremágnum de objetos rotos. Echa un vistazo a una pared y puede ver las marcas de pintura que han dejado las enormes máquinas que antes estaban apoyadas allí.

–Estaban justo aquí -dice-. Diez tanques. Y en uno de ellos… esto no puede estar sucediendo.

–Lo encontraremos -le consuela Karen-. Como sea. No pararemos de buscar hasta que los encontremos.

Ed cierra los ojos. Está muy lejos, es débil, pero cuando todo lo demás permanece en silencio, Ed puede oír claramente la voz que le llama.


VEN.


–Creo -le dice a Karen- que lo mejor será que nos demos prisa.


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18/11/2008


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