El recuerdo más querido de Anders era cuando estaba tumbado en el parque con Lila, arropándola con el brazo, mientras ella descansaba la cabeza sobre su pecho, al caer la tarde.


–¿Te gusta trabajar para el Grupo Orpheus? – le preguntó dulcemente.

–Ahora mismo lo estoy haciendo -respondió con una sonrisa.

Lila rió con una voz suave, que era como el sonido de un ave remontando el vuelo.

–A mí también me gusta. Siempre me ha gustado. Aunque hay algo que me gusta más, ahora. – Volvió la cabeza para mirarle a los ojos. El sol estaba poniéndose, inundando el campo de tonos ocres y púrpuras.

Anders suspiró y le acarició la espalda.

–Me pregunto de dónde sacaron el nombre -dijo.

–¿Te refieres a «Grupo Orpheus»?

–Sí. – Su hombro se estremeció ligeramente al sentir el roce de su mano, y Lila se apretó aún más contra su cuerpo. Era una delicia. La vida nunca le había parecido tan perfecta.

–Es de un mito griego, tonto.

–¿Ah, sí? ¿Como Aquiles y Zeus y todo ese rollo?

–Sí. Es romántico. Orpheus viene de Orfeo. Orfeo era un poeta, ¿vale? Y su mujer, Eurídice, va danzando por el campo pocos días después de su boda, cuando de pronto la pica una serpiente y cae al suelo, muerta. – Volvió la cabeza hacia el sol poniente. Parecía que se sostenía en el cielo, inmóvil, pero cuando alcanzó el horizonte su luz fue desapareciendo rápidamente-. Entonces, el pobre Orpheus llora desconsolado, el pobrecito está destrozado. Pero es el hijo de un dios.

–¿De cuál?

–Bueno, no lo recuerdo. De cualquier manera, acaba viajando al mundo de los muertos.

–Ah, ahora lo veo claro.

Ella le golpeó en el pecho con suavidad.

–Deja ya de interrumpirme. – Él puso cara de circunstancias, y ella prosiguió-. Entonces Orpheus viaja al mundo de los muertos para entrevistarse con Hades y Perséfone. Hades es…

–Ese ya sé quien es -se adelantó él. Lo dijo como a la defensiva, más de lo que pretendía-. Es el dios del inframundo, ¿no? Y Perséfone es la mujer que secuestró.

Lila le miró con una sonrisa torcida.

–Sí, más o menos. – A su espalda, el sol ya se había puesto, pero su resplandor todavía se reflejaba en las nubes, con tonos rojos y naranjas-. Así que él recorre las tierras de los muertos hasta encontrar al rey y la reina del inframundo para suplicarles que le devuelvan a Eurídice. Como es un poeta, compone la canción más bella jamás oída. Todos los fantasmas dejan de hacer lo que están haciendo, porque la canción es demasiado hermosa. Incluso las Furias se echan a llorar. A Hades, como es hombre, la canción no le conmueve, pero su mujer no puede evitar llorar desconsoladamente al oírla. – Lila lo miró con curiosidad-. ¿Y esa mirada?

–¿Qué mirada?

–Ya sabes a qué me refiero.

–Bueno. Entonces, según tú, ¿los hombres no lloran?

–No mucho. No sé por qué, pero tampoco pretendo comprender vuestra mentalidad Neandertal -respondió con una sonrisa irónica besándole en el pecho-. Pero tú estás por encima de todo eso.

–De acuerdo -dijo, más convencido.

–Así que Perséfone convence a su marido de que deje a Orpheus llevarse a Eurídice de vuelta al mundo de los vivos. Hades finalmente accede, pero con una condición. Durante todo el camino, mientras va guiando a su esposa hacia la salida del mundo subterráneo, él no podrá mirar hacia atrás. Si lo hace, la habrá perdido para siempre. Él acepta las condiciones y conduce a Eurídice hasta el reino de los vivos. Pero justo cuando llegan al final del camino, escucha cómo ella tropieza, se vuelve instintivamente para sujetarla, y…

–Y la pierde para siempre.

–Exactamente -dijo con voz seria.

Los tonos naranjas de las nubes se habían convertido en rojos, y los rojos en púrpuras.

–¿Y qué pasa después?

–¿Mmmmm?

–¿Qué pasa cuando él vuelve al mundo de los vivos?

–Bueno… -Lila se detuvo unos instantes, y recordó con aspecto pensativo-. Juró que nunca estaría con otra mujer. Por supuesto, eso hizo que todas lo persiguieran por donde quiera que fuese. Los tíos románticos nos vuelven locas.

–Ya veo, ya veo -dijo Anders-. Tomo nota.

–¡Pues si! Al final, las chicas que adoraban a Dionisio empezaron a perseguirlo también, y esas no aceptaban un no como respuesta. Cuando lo encontraron y vieron que no accedía a sus deseos, les entró un ataque de locura y lo despedazaron.

–Joder.

–Ya ves -dijo ella, volviéndose de nuevo para mirarlo. Lila estaba tan cerca que distinguía a la perfección aquellas pecas casi imperceptibles. No era una de las cosas que Anders había apreciado en ella al principio, pero una vez que se fijó en ellas, se convirtieron para él en la cosa más adorable del mundo.

–Su cabeza y su lira flotaron por el río, aún cantando. Las Musas recogieron sus restos y los incineraron, y Zeus puso su lira en las estrellas para que todos lo recordaran para siempre.

–¿Y eso es todo?

–No del todo. – Sus ojos brillaron-. Cuando volvió al reino de los muertos, se reencontró con Eurídice, y los dos estuvieron juntos por siempre jamás. Se dice que, ahora que podía mirarla sin impedimentos, nunca dejó de hacerlo. Muy dulce.

Anders miró las estrellas, que comenzaban a aparecer en el firmamento. Aspiró hondo, sintiéndose pleno, lleno de esperanza, mientras en su interior se combinaban pasión, deseo y serenidad como una fórmula secreta de alquimia.

–Sí -dijo con tono soñoliento, pensando en ella-, sí lo es.

–Ni la mitad que tú -le contestó con voz trémula-. Tengo miedo de besarte, porque eres tan dulce que los dientes se me podrían caer.

–Nunca se sabe -bromeó acercando su cabeza a la de ella-. Será mejor que comprobemos esa teoría cuanto antes.

Ella se rió suavemente, mientras sus labios se acercaban y terminaban por fundirse en un beso.

Cuando sus recuerdos daban paso a la imaginación, nunca paraban de besarse. Asi era mejor.


Anders abrió los ojos, y al instante deseó no haberlo hecho. Era solo un sueño. Parecía real, pero solo había sido un sueño. Su recuerdo se fue difuminando entre el resto de su dolor, del resto de las células de su cuerpo asqueadas y amargadas por aquel mundo cruel. Se sentía desorientado y cansado, deshecho, con el cerebro seco. Como siempre. De hecho, parecía que con cada viaje, su cerebro tardaba un poco más en recobrarse.

Se volvió en la cama, un esfuerzo titánico para su estado, como el de una ballena varada en la orilla que intenta rodar para regresar al mar. Casi esperaba encontrar a Lila ahí, con su espalda hacia él, su hombro subiendo y bajando al compás de su respiración, el tatuaje celta entre sus omoplatos. Pero aquel lado de la cama estaba vacío.

Inconscientemente, como si todavía lo viera allí, se pasó el pulgar por la gruesa cicatriz que recorría su antebrazo desde el codo a la muñeca.

Maldición, pensó amargamente, otra vez han vuelto a cambiar nuestros días de fiesta. Una vez más él había vuelto de una de sus misiones con el Grupo para encontrarse con que habían modificado los horarios de Lila de tal forma que ella estaría trabajando unos días, o quizás más tiempo, y que él pasaría sus dos semanas de recuperación sin poder tocar su piel oliva, sin sentirla cerca, sin poder mirar sus cálidos ojos castaños.

Intentó levantarse de la cama para ir tambaleándose hasta el baño, pero fue demasiado esfuerzo. Le dolía cada centímetro del cuerpo. Se sentía incómodo, como si estuviera probando un cuerpo de recambio que no fuera de su talla.

Fueron aquellos dos primeros días los que le hicieron darse cuenta de los costes ocultos de su trabajo. La mayoría de sus colegas estaban encantados con el trabajo. Era peligroso, sí, pero siempre único y especial, sin escritorios y sin tener que fichar en la oficina. Hacías cosas diferentes dependiendo de las misiones: encontrar a alguien, investigar, descubrir cosas que nadie más sabia. Merecía la pena el riesgo. Merecía la pena el dolor.

Hasta que tenias que enfrentarte a ello. Hasta que te levantabas un día y debías conseguir de alguna forma que tu cuerpo pudiera trabajar un poco más.

La última misión había sido particularmente dura. Casi no recordaba los detalles, y quizás fuera mejor así. Se suponía que no podía hablar con nadie de ello, pero necesitaba hacerlo. Se sentó y se frotó los ojos. Solo. Todavía solo.

Se levantó y se dio una ducha. Se frotó con la esponja como si intentara quitarse trozos de carne muerta y sangre seca pegada a su cuerpo. Se sentía como otro pedazo de carne de ternera colgando de un gancho en el matadero. Se había sentido así en muchas ocasiones desde que sé uniera a Orpheus. En días como ese, se preguntaba por qué diablos seguía allí. Pero después descansaba y volvía a comprenderlo. Simplemente lo comprendía. Lo que Orpheus te daba no era como la falsa promesa de las drogas. Era un sentido, un propósito, determinación. Como la adrenalina del equilibrista al cruzar por la cuerda floja sin red. Pero nada de eso ayudaba a recuperarse.

Después de haberse duchado, se puso una camisa y unos pantalones que había en el suelo, y salió por la puerta hacia el coche, intentando recordar cómo se conducía. Su pequeño ritual en aquellas ocasiones, que la jerga del oficio conocía como «daiquiri en la playa», era hincharse a comer en una de esas cadenas de restaurantes que anunciaban para familias y parroquianos pero que siempre parecía que abrían tarde, y estaban llenas de jóvenes estudiantes que fumaban sin parar y no paraban de pedir más café. Engullir algo con salchichas, con mucha grasa, con huevos, y si era posible, con tostadas.

Pero esta vez era diferente. No sabía si sería capaz de reunir la educación mínima necesaria para pedir comida en un sitio de esos. Lo mejor sería ir a una tienda cercana con la cabeza gacha, y comprar una bolsa de nachos para preparársela él mismo. Tío, qué placer tan lleno de remordimientos. Sí, eso es lo que haría.

La tienda estaba casi vacía. Se entretuvo bastante tiempo deambulando entre los pasillos, cogiendo cerveza, eligiendo algunas patatas fritas y, finalmente, comprando los nachos y algunos perritos calientes. Todo muy sano, claro. La carne estaba bastante congelada, así que tendría que cocinarla más tiempo del indicado en las cajas, pero daba igual.

La cajera estaba leyendo una especie de albarán mientras mascaba chicle. Con la boca abierta. En una televisión fijada a lo alto de una estantería se podía ver un programa de bajo presupuesto con algún famoso presentador de medio pelo, que mostraba la casa de un cantante de rock. Algunas mujeres paseaban entre los estantes con sus carritos. Un hombre con un sombrero blanco cogía un pack de cervezas y lo miraba como si contuviera los secretos del universo.

La televisión perdió la señal por un momento. El tipo del sombrero se volvió hacia allí, y luego concentró su atención de nuevo en las cervezas. Anders, agotada su paciencia e impaciente por salir de allí cuanto antes, cogió un par de salsas para los nachos.

La imagen de la televisión volvió a aparecer con un parpadeo, y Anders creyó oír que decía algo así como «…riojos». La estática pasó y la televisión mostró una estantería llena de discos de oro, para luego volver a perder la señal. Detrás del mostrador, la mujer suspiró y se levantó con esfuerzo de la silla para coger una escoba. Se acercó a la televisión y la golpeó un par de veces con ella.

La cajera siguió con su ronda. El admirador de cervezas echó otra ojeada a la televisión, y luego volvió su atención al resto de cervezas de la sección. La televisión solo emitía estática ahora. Anders levantó la mirada hacia allí. Casi pudo ver el rostro de un hombre, demasiado borroso como para distinguirse. Dejó los nachos en la estantería y se acercó para ver mejor. Entre el ruido de la estática, creyó entender un sonido articulado que subía y bajaba, como si pronunciara unas palabras:

–Aquí radio Muerte Libre.

Anders dio un respingo al oír aquella frase proveniente del televisor. Se concentró todavía más.

Mierda, pensó, yo conozco a ese tío.

Era algo así como una leyenda local en Orpheus. Una especie de mito urbano que nadie sabía realmente si existía o era un rumor provocado por el aburrimiento en los entrenamientos de yoga. Se decía que era un ex-agente de Orpheus, alguien con acceso a información restringida. Sabía muchas cosas. Todo aquello parecía demasiado traído por los pelos, demasiado misterioso e increíble, como la típica historia de la casa encantada al lado del cementerio. Increíble, sí, pero solo hasta que te incorporabas a la organización.

La cajera se acercó otra vez a la televisión, murmurando entre dientes.

–Maldita televisión por cable. No puedo creer que nos estafen con tanto descaro cobrando lo que cobran.

Volvió a golpear el aparato con la escoba, y la estática vibró, y desapareció casi del todo, mientras el programa de entrevistas comenzaba a revelar sus formas y colores. La cajera no parecía que hubiera oído la voz.

¿A qué venia todo aquello? No tenía sentido.

Anders contuvo el impulso de sujetar la escoba para impedir que la mujer siguiera golpeando la televisión. Era una idea absurda.

La estática cobró fuerza de nuevo.

–Un espíritu está persiguiendo a Orpheus.

La voz se oía clara, pero parecía distante. Anders sintió una emoción creciente en su interior, casi una especie de fervor religioso. La mujer dio otro golpe al aparato, y por un momento se vio a una presentadora sonriente junto a una estrella del rock, que enseguida desapareció otra vez entre la estática.

–… verigua lo que trae para ti.

De nuevo, la estática no dejó oír el mensaje con claridad.

–… quien quiere que lo encuentres…

Más estática.

–Riojos.

De nuevo aquella palabra. ¿Riojos? ¿Tal vez rojos? No tenia sentido. No, no lo tenía. Anders sacudió la cabeza.

La estática desapareció y el programa volvió a oírse en la tienda. Todo normal, una vez más. La cajera tenía una sonrisa victoriosa de satisfacción, como si aquello hubiese sido un triunfo personal. Volvió a la caja como si hubiese resuelto el problema del hambre en el mundo.

Anders se frotó los ojos, y volvió con sus nachos. Compró una ración extra de queso, pagó y salió de allí a toda velocidad.


Un espectro está persiguiendo a Orpheus.

Las palabras continuaban ahí mientras regresaba a casa, como una musiquilla pegadiza. Sabía que aquel era el tipo de incidente del que debía informar a la corporación, pero en aquel momento se sentía muy cansado, agobiado, harto de Orpheus y de toda aquella locura. La luna de miel se había acabado. Estas eran sus vacaciones, el momento justo para olvidarse de todo y relajarse al fin. Dejar a un lado los papeles y los informes por duplicado, las historias espeluznantes, las putas misiones, y vivir la vida.

Pero no había mucha vida que vivir en casa sin Lila. Esa era la putada. Y no es que los distintos jefes de sección no estuviesen al tanto de su relación. Siempre se las habían arreglado para que sus vacaciones coincidieran, pero algunas misiones no podían posponerse, o surgían de improviso, y no se podía hacer nada al respecto. Nada más que aprovisionarse de nachos y cervezas, claro. Después de las misiones de última hora y los largos PRIs -Proceso de Relación de Incidentes- y los informes, los encargados ofrecían las disculpas oportunas y hasta la próxima.

No era culpa de nadie, nunca lo era. ¿No? Pues ahora que les dieran por saco. Que otro les contara lo del supermercado. De todas formas, la organización parecía tener informantes en todas partes que siempre estaban al tanto de todo.

Llegó a casa con las bolsas de la compra, y entró dando sorbos a un refresco de aspecto ridículo con cafeína. Dejó las bolsas en el frigorífico y se sentó en el sofá con un libro. Historia de las sociedades secretas, de Arkon Daraul, que le había recomendado la agente Dennison hacía tiempo, en uno de sus días de interés sobre lo oculto. Lo ojeó un poco, pero todo parecía obra de un paranoico pasado de rosca. Además, estaba de vacaciones, y aquel libro parecía un manual de la organización. Colocó el libro en la estantería y se preguntó qué podría hacer.

Cinco minutos después, llamaba al número de su jefe de operaciones. Cambió de idea y colgó antes de recibir línea. Volvió a marcar, esta vez a un amigo del departamento de ingeniería. Cogieron el teléfono al quinto tono.

–Frick al habla.

Tenía una voz serla, profesional.

–Soy Anders, ¿qué tal todo?

La voz de Frick se relajó audiblemente.

–Tirando, colega, ¿cómo rulas? ¿Estás de daiquiri en la playa?

Anders se podía imaginar cómo se retrepaba Frick en la silla, asentando cómodamente su amplio trasero.

–Pues sí. Escucha esto…

–¿Y Lila? – le cortó Frick-. ¿Qué hace un pibón como ella con un perdedor como tú?

Anders suspiró.

–Gracias por tu apoyo. – Le resultó difícil evitar el tono agresivo, aunque sabía que Frick estaba bromeando.

Tranqui, colega, lo único que digo es que no pareces el tipo de tío que le pega a una pava como ella, nada más.

–¿Y tú qué coño sabes de mujeres? – dijo, aparentando más enfado del que realmente sentía. No quería parecer tan irascible. O tan a la defensiva.

Frick se echó a reír, haciéndole bajar la guardia.

–Tienes toda la razón, no tengo ni puta idea de cómo se lo montan los pibones de esa categoría. Así que, ¿para qué llamas?

Anders le comentó lo del incidente en el supermercado. Frick le escuchó con interés, y luego suspiró.

–Radio Muerte Libre. Tío. Ya he oído antes algo sobre esto. Un rollo chungo. Aunque nunca me había tocado tan de cerca.

–Ya ves -dijo Anders-, a mí me ha tocado en primera fila. Lo más sorprendente es lo que dice sobre Orpheus.

–Irónico. Un fantasma que nos persigue a nosotros.

–¿Crees que es algo serio?

–Creo que sé de qué va esto, tío.

–Ah, ¿si?

–Claro. – Frick parecía convencido-. Reestructuración de la empresa.

–¿Despidos? Ni hablar. Orpheus no.

–Pues créelo, tío, algunos de los chicos de contabilidad no están nada contentos con los costes de las misiones especiales de machotes como tú. Están revisando los libros una y otra vez, y los jefes de sección están muy alterados también. Je. Están pensando en contratar asesores. Cada departamento está igual. – La voz de Frick sonaba lúgubre, como la de un actor de telefilmes de terror. Un fantasma vale. El Grupo Orpheus podía tratar con unos cuantos. Ese era su negocio, después de todo. Pero los despidos eran otro cantar.

–Joder. Despidos. Es una putada.

–Tú lo has dicho, chico. Ya sabes, podrías pensarte lo de volver con nosotros a ingeniería. Olvidarte de todo el rollo de las misiones. Estamos trabajando en varios proyectos interesantes ahora mismo, ¿sabes? Rollos secretos y tal, mucha tecnología nueva y eso. Tope de adrenalina, colega.

–Ah, ¿sí? ¿Seguro? – Anders recordó el momento en que los de operaciones especiales lo «descubrieron». Siempre había notado un leve deje de envidia en el tono de Frick después de eso. Todos en la compañía sabían dónde estaba la acción, quiénes eran los niños bonitos de la organización. Y el departamento de ingeniería no estaba en el top five de importancia en el Grupo Orpheus.

–Seguro, pero no puedo rajar más -respondió Frick en tono misterioso. Anders supuso que no tenía nada interesante que contar, más bien.

Anders había empezado su carrera en el departamento de ingeniería. Fue solo más adelante, cuando alguien en el departamento de Investigación se fijó en su historial médico, cuando le prestaron más atención y le hicieron unas pruebas para ver si podría ingresar en Operaciones. Antes de eso, el departamento de ingeniería le había parecido un trabajo como otro cualquiera, una buena oportunidad de manejar tecnología punta y aprender. Había caído en el sector tecnológico casi por accidente: tenía el tipo de personalidad capaz de invertir horas y horas para resolver algún problema, quedándose hasta bien entrada la noche o incluso durmiendo en el trabajo, y luego holgazanear la semana siguiente. Las secciones de tecnología como la del departamento de Ingeniería de Orpheus, tendían a dividirse entre el personal que trabajaba en horario de oficina, de nueve a cinco, y los que, como Anders, podían quedarse hasta la madrugada cuando alguna idea o un problema interesante se apoderaba de ellos.

Pero Orpheus se preocupaba por sus empleados. Tenía que hacerlo. Orpheus trabajaba con tecnología secreta y guardaba muchos secretos. Además, la gente a la que no le importaba trabajar con los muertos, o como se los llamaba allí, con las «entidades post-vida», no era tan numerosa.

Para estar en primera línea, además, necesitabas tener unas características poco comunes. Un tumor maligno imposible de extirpare, una vida como corresponsal de guerra, un accidente de coche casi mortal. Podía ser cualquier cosa, a condición de que cumpliese un requisito: contacto con la muerte. Cuanto más cerca, mejor.

En el caso de Lila, había sido el corazón. Un defecto congénito la condujo a la mesa de operaciones cuando tenía cinco años. Muerta durante cuatro minutos, decía su informe. Entrando y saliendo de hospitales durante toda su niñez. Batió su propio record en 1999, cuando estuvo muerta durante seis minutos. Aquello decidió a sus padres a trasladarse a Estados Unidos, con la esperanza de que sus médicos pudieran hacer algo más por ella. Para Lila, aquello supuso un cambio que la llenó de pasión por vivir. Se unió a una banda de punk, y empezó a escupir y maldecir en el escenario, cantando letras que dejaban escapar su rabia y su energía.

Con Anders, era diferente. Anders se había enfrentado con la muerte, la había deseado. Había intentado suicidarse tantas veces que ya no podía recordarlas. Muchas veces, demasiadas, se había sentado llorando, aterrado de lo que iba a hacer, y al mismo tiempo arrepentido de no hacerlo y de ser tan cobarde, de no poder acabar con todo de una vez por todas. Pero a veces su valor vencía la pelea, y acababa en el hospital. Entonces, reunía los pedazos otra vez, y se rehacía y casi conseguía encontrarle sentido a su vida. Pero luego todo volvía a desvanecerse de nuevo, y le asaltaban las mismas dudas y los mismos deseos tenebrosos. La frustración se alzaba como una especie de reptil de película de horror nuclear de los años cincuenta, y comenzaba a dominar sus pensamientos. El asco, el odio, el miedo. Bastaba una chispa para entender qué feo, qué imperfecto y horrible era el mundo en el que vivía. Y luego venía todo lo demás.

En cierto modo morboso, le hacía gracia su incompetencia como suicida. No es que fuera patoso, pero mientras su mente se hundía en la oscuridad del deseo de morir, su cuerpo permanecía firme en su convicción de vivir.

Los años de terapia y la medicación le habían «curado» de aquellos impulsos. Pero incluso entonces, el sentimiento de autodestrucción no había sido borrado del todo, continuaba allí agazapado, esperando quizás una mejor ocasión. Ahí estaba cuando conducía, susurrándole al oído, más rápido, acelera. Se había convertido en un maestro tratando con terapeutas, diciéndoles lo que querían oír. Había un patrón en todos ellos, y una vez que lo conocías podías engañarlos con facilidad si no eran especialmente brillantes. Y a menudo no lo eran.

Él escuchaba con interés cuando le hablaban de las últimas teorías que explicaban el suicidio. Ciertos estudios demostraban que algunas personas tenían una predisposición genética hacia el suicidio, basándose en la idea de una carencia neurológica en el control de impulsos. Este tipo de personas tenía más facilidad para tomar decisiones de gran trascendencia y de llevarlas a cabo sin dudar, y por eso sufría en mayor número las consecuencias de estas decisiones precipitadas. Podía leer el mensaje entre líneas de las sonrisas de los terapeutas. No es culpa tuya, es un problema de diseño.

Su vida había pasado de los altibajos y las crisis a una rutina sedentaria. Y le bastaba. Estaba satisfecho con esa existencia, no quería nada más. Hasta que conoció a Lila.

La vio por primera vez en un entrenamiento, cuando cambió de departamento. Había sentido una atracción casi instantánea por ella, pero sabía que era inútil, estaba fuera de su alcance. Puede que la intuición le dijera que estaba saliendo con alguien, o algo así. De cualquier forma, se concentró en evitar cualquier pensamiento sobre la posibilidad de hacer juntos algo más que compartir saco de boxeo. Por eso cuando estaba con ella se comportaba como era realmente, sin fingir ni preocuparse por gustarle, protestando y maldiciendo por las clases y los entrenamientos.

El entrenamiento de los agentes era más duro y frustrante de lo que había imaginado en un principio. Cinco años antes lo habría dejado, presa de emociones oscilantes entre furia y autocompasión, pero la edad y el trabajo duro le habían proporcionado más paciencia y mejor juicio. Se caía en las clases de yoga Kundalini, no comprendía el sistema de las dosis y los efectos de las drogas que los dejaban a todos atontados y confundidos, y se aburría francamente en los tanques de aislamiento. Todo parecía servir a algún propósito, tener algún objetivo, pero no podía imaginar cuál podía ser.

Cuanto más desinterés mostraba Anders por ella, más se enamoraba Lila de él. Anders encontraba aquella cualidad suya extrañamente fascinante. O quizás no tan extrañamente, después de todo.

Se dio la casualidad de que los dos terminaron sus clases el mismo día. Anders terminó su periodo de entrenamiento, y Lila obtuvo su plaza entre las filas de los «incursores», el cuerpo de élite de Orpheus cuyos agentes podían separar el espíritu del cuerpo gracias a un entrenamiento especial y a un acto de pura voluntad.

Para Anders, la cosa era diferente. Los tanques de sueño le estaban esperando. Y más formularios que firmar por triplicado, que eliminaban todo rastro de su vida anterior y le hacían renunciar a su derecho a demandar a Orpheus si sufría algún accidente en acto de servicio. Como no tenía la capacidad de «viajar» por sí solo, se le inducía en un estado de semi-coma, vigilado por un equipo especial para controlar sus constantes vitales y evitar daños irreversibles en su tejido cerebral. Ser un durmiente suponía «viajes» que duraban por lo menos seis semanas. Aquel trabajo le daba a Anders lo que estaba buscando. Un espacio. Un propósito claro.

–Entonces, ¿ya nunca piensas en eso? – le preguntó ella una noche, cuando estaban a punto de dormirse.

–¿Pensar en qué? – respondió bostezando.

–Ya sabes, en el suicidio.

Anders fijó la mirada en el techo.

–Sí, pero… realmente no.

–¿Realmente no?

–No, no es un pensamiento activo, por decirlo así.

Lila se volvió y lo miró apoyándose en el codo.

–¿Y por qué?

Anders frunció el ceño y se quedó pensativo durante unos segundos.

–Pues no lo tengo claro. – Pero sí lo sabía, aunque no le salían las palabras para explicarse. Es porque al fin he comprendido por qué estoy aquí.


El sonido del teléfono lo despertó de sus pensamientos. Luchó por llegar al aparato y descolgarlo antes de que se conectase el contestador automático.

–¿Diga?

–Eh… hola. ¿Anders? – Era una de las jefas de sección. ¿Cómo se llamaba? O'Farrell. Su voz tenía un tono extraño. A Anders siempre se le había dado bien detectar él significado del tono en la voz de las personas, en sus pequeñas inflexiones al hablar. Con algo tan extraño como las emociones, a menudo podías equivocarte en tus suposiciones, dejarte engañar por tus propios sentimientos, así que no era una ciencia exacta. Era más bien un arte. A pesar de lo cual, su intuición lo puso en guardia.

–Soy yo.

–Aja. Eh… ¿Cómo va tu periodo de recuperación? – Parecía distraída, como si estuviera evitando el verdadero motivo de su llamada.

Anders se preguntó si tendría algo que ver con la televisión del supermercado. Un espectro persiguiendo a Orpheus.

–No me puedo quejar.

–Bien, bien. – Pausa-. Ah, bueno, lo que quería decirte es que… -otra pausa. Su voz se hizo más grave- ¿estás sentado?

–Sí -mintió.

–Tengo terribles noticias, Anders. Tu amiga Lila ha muerto.

Muerta. La palabra se le clavó como un alambre en el pecho, retorciéndose en busca de sus arterias y sus órganos vitales. Hizo una pausa para reordenar sus pensamientos, pensamientos que parecían haberse disparado en todas direcciones, como bolas de billar después de romper.

–Estaba en una misión -continuó ella-. Siento no poder contarte los detalles, pero estaba intentando ayudar a un compañero y… -ruido de papeles- eh… bueno, el agente está todavía en su PRI… -Anders hizo una mueca inconsciente. Odiaba aquellas siglas. Proceso de Relación de Incidentes, una bonita expresión de jerga técnica, un eufemismo que quería decir interrogatorio- pero nuestros técnicos llegaron a la escena del suceso y la encontraron en estado de shock, con pulso irregular. La condujeron urgentemente al equipo de emergencia médica, pero fueron… fueron incapaces de hacer nada por ella.

Anders permaneció en silencio, escuchando a O'Farrell carraspear por un segundo.

–Ya veo -dijo finalmente. Se sentía como el espacio Vacío entre dos estrellas.

–Oh, Anders, lo siento mucho, de veras. – Parecía sincera.

–Gracias -dijo Anders. Tomó aire y continuó-. Tengo una pregunta.

–¿Qué es?

–¿No ha hablado nadie con ella todavía?

–¿Hablar con ella? – O'Farrel parecía confusa.

–Ya sabes, ahora que está muerta.

El tono de voz de O'Farrell se volvió defensivo.

–Eh… creo que todavía no. No lo creo. Quiero decir, todavía es un poco pronto para eso, y… -su voz se fue apagando.

–Oh, vamos -dijo él con tono irritado- eso es lo que hacemos nosotros. Hablamos con fantasmas. ¡Diablos, si hasta tenemos algunos en nómina! Así que ¿dónde está? Quiero hablar con ella.

–Lo siento, Anders, yo… -pausa-. Te volveré a llamar, ¿de acuerdo? – Su voz sonaba falsamente esperanzadora.

–Claro. – Suspiró. Vaya incompetente, pensó-. Estaremos en contacto. – Clic.

Se echó de nuevo sobre la cama y se rodeó las rodillas con los brazos. Después de un largo suspiro, echó una mirada hacia el lado de la cama de Lila.

Bueno, se acabó el sexo, pensó, sintiendo algo pesado en su interior.

Sacudió la cabeza. Vaya pensamiento más egoísta. Lila probablemente estaría perdida por ahí, quién sabe dónde. Anders tenía una idea aproximada de cómo era morirse, gracias a su profesión. Esperaba que estuviese bien. Era fuerte, sabría componérselas bien. Ella era así.

Pero, joder. ¿Cómo cambiaría eso su relación? Probablemente mucho, de formas muy diferentes. ¿Se quedaría en la casa? Podría seguir trabajando para Orpheus si quisiese, probablemente. Sus posibilidades de encontrar otro trabajo estaban seriamente limitadas. Pero vaya cambio.

La muerte podía arruinar una relación. Lo había visto antes. Como el agente Watson, que había estado saliendo con una de las administrativas… quién era… sí, aquella rubia. Ella había encontrado a otro a las dos semanas de que él muriese. Eso le destrozó.

Anders sacudió la cabeza. Trágico. Se levantó y cogió una cerveza del frigorífico. Abrió la tapa y echó un trago, mientras intentaba recordar uno de los consejos de aquellos terapeutas. Algo sobre superar las malas rachas haciendo una lista de puntos positivos, cuantos más mejor. Verlo todo desde una perspectiva menos dramática.

Pero, ¿podía verse algún punto positivo en la muerte de Lila? Pensó sobre ello.

Bueno, razonó, como me paso la mayor parte de mí vida en esos tanques de sueño, se puede decir que soy prácticamente un fantasma. No es que vaya a estar más tiempo sin mí. Infiernos, quizás sea al revés, quizás ahora pasemos más tiempo juntos.

Su humor mejoró considerablemente al pensar aquello.


Los días pasaron con rapidez. Hablar con sus familiares, arreglar algunos asuntos, telefonear a algunos compañeros de trabajo, recibir el pésame de todos…

El funeral se había preparado muy rápidamente. Pero había sido igual con el de Watson. Al Grupo Orpheus le gustaba enterrar cuanto antes a sus agentes muertos.

El cielo amenazaba con lluvia. El funeral de Lila fue un compendio de todo: varios amigos que había ido conociendo durante su vida, incluidos algunos del otro lado del Atlántico. Un ex novio que cantaba con ella en uno de esos grupos punks y del que siempre había estado inexplicablemente celoso. Su madre, una mujer de tipo mediterráneo con unos ojos demasiado grandes para su cara y pelo canoso. Los chicos de Orpheus tenían un aire trivial que contrastaba con el resto de los asistentes.

Anders llevaba puesto su viejo guardapolvo negro de cuero, inadecuado en aquella tarde de verano. Tenía que hacer el papel del novio enamorado y desconsolado, pero no se sentía así en absoluto. No tenía la sensación de haberla perdido. Ella no estaba allí, de acuerdo, pero todo había pasado tan rápido, y había tanto que todavía no había terminado de procesar, que se sentía como perdido en la niebla, sin saber qué sentir exactamente. Había un algo, una sensación de pérdida allí, en su vientre, una sensación que no podía explicar con palabras. Una sensación horrible, incómoda. Nadie había hablado con ella todavía.

Eso era normal, le habían dicho. A veces costaba meses encontrarlos. No había de qué preocuparse.

Pero aquel nudo de preocupación en su vientre creció un poco más.


Después del funeral, rechazó con amabilidad todos los ofrecimientos de acompañarle a casa. Se metió en el coche, solo, y se dejó vencer por las emociones, derribó aquellos muros que uno construye cuando está acompañado. Aceleró y volvió a casa por un camino particularmente largo. Puso un CD de Cocteau Twins y subió el volumen, dejando que aquellas voces sostuvieran su depresión. No tenía ni idea de qué querían decir sus letras. ¿En qué idioma cantaban?

A mitad del CD, se dio cuenta de que alguien estaba hablando. Echó un rápido vistazo por el espejo retrovisor y vio que había una persona sentada en al asiento de atrás. Los problemas regresaban. Pesadamente, apagó la música.

–No me malinterpretes -dijo el hombre, continuando lo que sea que hubiera dicho antes-, no es que no me guste la música. Lo que pasa es que no entiendo por qué la gente ya no aprecia las grandes bandas de antes. Ya sabes, Smoky Robinson y los Miracles, The Supremes, Gladys Knight, Stevie Wonder. Ya no se hacen canciones como aquellas.

Anders se fijó mejor en su acompañante. Hombre, de unos cuarenta y tantos, un tanto descuidado, boca firme, fuerte mandíbula.

–¿El agente Hayes? – preguntó.

El hombre lo miró en el espejo.

–Puedes llamarme Tom. Quería darte el pésame. Trabajé con Lila. Era una buena persona.

Anders se frunció el ceño. El uso del pasado en la frase de Tom no le gustaba nada.

–Gracias, Tom. Esperemos que haga la transición hacia el otro mundo de la forma más sencilla posible.

Había utilizado la misma frase para quitarse de encima a todos los compañeros del trabajo. Y había funcionado perfectamente hasta entonces. Pero Tom movió la cabera negativamente mientras miraba por la ventanilla.

–¿Qué? – preguntó irritado Anders, mirando alternativamente a la carretera y a Tom a través del espejo retrovisor.

–Creo que no va a ser tan fácil, Anders.

–¿De qué estás hablando? – Apretó con fuerza el volante.

–Ella no es la única que se ha ido últimamente -dijo Tom llanamente.

–¿Ido? ¿Qué quieres decir? No ha habido ningún funeral desde hace tiempo, sin contar el de Watson…

Tom sacudió la cabeza.

–No. Watson murió hace meses. Los otros dos son durmientes, como tú y yo. Sus cuerpos están en suspensión criogénica. Y así continuarán hasta que a los jefazos se les ocurra qué diablos hacer con ellos.

Anders se quedó sin habla durante unos instantes.

–¿Hablas en serio?

–Por supuesto.

–¿Qué les ha pasado?

–Algo los capturó. Un espíritu maligno.

–¿El mismo fantasma?

–Eso creo. Pero lo que no entiendo es por qué no han informado de ello a nadie. Me parece muy raro. No hay ninguna razón aparente para no hacerlo. Deberían informar. O sea, algo nos está cazando y deberíamos estar al tanto.

Persiguiendo a Orpheus. Las palabras volvieron a él. Un escalofrío le recorrió el cuerpo.

–Yo… ya lo había oído. En la radio.

–¿Radio? – preguntó Tom Hayes mirando al retrovisor.

–Radio Muerte Libre.

El espíritu parpadeó, incrédulo.

–¿De verdad? ¿Y qué decía?

–Algo está persiguiendo a Orpheus… y algo sobre un consejo. No estaba muy claro.

–Raramente lo es. – El rostro de Tom esbozó una mueca de preocupación-. Daría un brazo por saber quién está detrás de ese pequeño cabrón. Tiene que ser alguien de dentro. Me jugaría el cuello.

–¿Qué sabes de este fantasma? ¿Cómo llegamos hasta él? ¿Tiene a Lila?

–No tengo ni idea. Pero sé de alguien que nos puede ayudar.

–Ah, ¿sí?

–Ben Cotton. Él estaba con Lila cuando ella… -pausa- cuando pasó todo. ¿Lo conoces?

Anders frunció el ceño. Ben. Fue frenando al aproximarse al semáforo, que estaba en ámbar y amenazaba con pasar a rojo inmediatamente.

–Sí, antes trabajaba con él. Pero eso se acabó.

–¿Y por qué? – preguntó Tom, alzando una ceja inquisitivamente.

–Es demasiado imprudente. Y actúa como un delincuente. No encajamos.

Tom exhaló un suspiro, mientras el coche se detenía junto a un stop.

–Es joven. Nunca tuvo una familia. Todo eso se le pasará cuando madure.

–Tienes mucha fe en la gente, Tom.

La mirada de Tom se oscureció.

–Menos de la que crees. Pero tengo confianza en ti, y quiero que sepas que te ayudaré en todo lo que pueda.

Parecía sincero, casi ingenuamente sincero. Anders no comprendía bien qué significaba todo aquello. Apenas conocía a aquel hombre.

–¿Y por qué te preocupas tanto, si se puede preguntar?

Tom se inclinó hacia delante, eligiendo cuidadosamente sus palabras.

–Yo… sé lo que significa perder a alguien. Especialmente en tu situación. No hay un final, hay demasiada esperanza. Siempre piensas que ella puede volver. Cada ruido, cada fantasma, podría ser ella. Y la esperanza te va corroyendo por dentro. – Miró por la ventanilla intentando ocultar su rostro, que parecía recorrido por un intenso dolor-. Conozco todo eso. Lo conozco muy bien. Y por eso quiero ayudarte.

Anders miró el semáforo, esperando a que la luz cambiara a verde.

–Creo que te comprendo.

–Habla con Ben, encuéntrale. Yo veré qué consigo averiguar y me pondré en contacto contigo.

–De acuerdo. Una cosa más… -miró por el espejo retrovisor, pero Tom Hayes ya no estaba allí. Había estado mucho tiempo materializado y no había podido aguantar más. Era agotador.

La luz cambió de rojo a verde, y Anders apretó el acelerador.


Encontrar a Ben Cotton le llevó un tiempo. Anders dejó mensajes de voz en contestadores automáticos, e-mails. Intentó localizar su número de teléfono móvil… todo en vano. Al final terminó preguntando a otros compañeros que habían trabajado con Ben, y uno de ellos le dijo que Ben solía pasar mucho tiempo en el gimnasio. Las instalaciones de Orpheus tenían su propio gimnasio y polideportivo. Anders siempre había pensado ir alguna vez, pero, dado todo el tiempo que pasaba en los tanques de sueño, ¿para qué molestarse? Los agentes se dividían en dos categorías: los que no se preocupaban por mantenerse en forma ni de llevar una vida saludable una vez que veían que se podían proyectar como fantasmas, y los que inmediatamente redoblaban sus esfuerzos en la búsqueda de la perfección física.

Fue al gimnasio y habló con un monitor sobreexcitado, que finalmente le dijo que sí, que Ben solía pasar bastante tiempo en la sección de pesas, sobre todo a última hora. Anders solo pudo obtener la información después de inscribirse en el gimnasio y realizar algunas pruebas físicas rutinarias y recibir unas tablas de ejercicios que no tenía la menor intención de hacer.

Las dos noches siguientes pasó por el gimnasio buscando a Ben, mientras iba guardando los objetos personales de Lila: fotos familiares, unos pocos objetos de su época de estudiante, cosas así. Anders trabajó un poco, ordenando su escritorio, poniendo en orden algunas cuentas. Hacía tres años, la idea de comprar una casa, o cualquier cosa permanente y estable, le habría parecido una locura. Con Lila, aquel miedo al futuro se había desvanecido. Se sentía capaz de todo si ella estaba a su lado. La vida no parecía tan incierta con ella.

Deseaba que aquella sensación continuara. Aunque no lo sabía. Tenía que encontrar a Lila. Ella estaba allí fuera. Tenía que encontrarla.

La tercera noche, encontró a Ben junto a las espalderas haciendo estiramientos en la zona de pesas. Su expresión era de irritación y decepción. Sus brazos musculosos estaban cubiertos de cicatrices y había tatuajes azules y negros sobre su piel morena.

Anders se encaminó hacia él, con las manos en los bolsillos.

–Ben.

Ben lo miró y apretó la mandíbula.

–Andy.

Anders odiaba que le llamaran así. Cómo lo había averiguado Ben, seguía siendo un misterio para él. Quizás tenía tina especie de sexto sentido de abusón de colegio para cosas así. ¿Quién sabía? Ben se incorporó y cruzó los brazos en actitud desafiante.

Pero ¿desafiante por qué? Él no tenía nada que probarle a Anders.

–Estoy aquí por Lila -le dijo, directo a la cuestión.

Por un segundo, le pareció ver una fugaz expresión de dolor en el rostro de Ben. Y miedo. Miedo y algo más.

Ben desvió la mirada hacia las pesas.

–Sí. Lila. Ella… -tenía la mirada perdida-. Lo siento. Ella…

Se atragantó. Las palabras no le salían.

Anders relajó un poco el tono.

–No pasa nada. – Pero sí pasaba-. Solo he venido para saber qué pasó.

Ben sacudió la cabeza.

–No hay mucho que decir. Algunos de esos fantasmas son unos putos cabrones. Lo sabes tan bien como yo. Inhumanos. Encontrarte con uno de ellos es un riesgo que corremos en nuestra profesión.

Se está justificando pensó Anders. Se siente responsable de alguna forma. Anders se esforzó por responder con tono tranquilo.

–Hay algo más que deberías saber. Esa cosa se ha llevado por delante a otros.

Ben parecía alarmado.

–¿Quién coño te ha dicho eso?

–Tom Hayes.

–Hayes. – Ben pareció calibrar la credibilidad de Hayes-. ¿Sabes algo más de todo esto?

–Un poco. Pero antes quiero que me cuentes lo que pasó.

Ben mantuvo su mirada perdida, pero luego dejó escapar un suspiro y sus hombros tensos se relajaron.

–De acuerdo. – Se detuvo al ver que alguien más entraba en la sala-. Pero no aquí.

–Hay un pub inglés cerca de aquí, a un par de manzanas, un poco más abajo de la cafetería de Jim.

–Joder, la comida es horrible.

–Sí, pero tienen sidra.

Ben suspiró.

–Sidra, el vino frío del nuevo milenio. Algún día haré un verdadero hombre de ti, Andy. De acuerdo. Nos vemos allí.


Beber con Ben Cotton era como pasar la tarde con su hermano mayor jugando a algún juego de lógica. Es más rápido, más fuerte, impredecible. Hay que andarse con pies de plomo, se decía. Anders pagó la primera ronda de sidra. Ben iba a pagar la segunda ronda, pero no quería gastarse el dinero en «ese puto zumo de manzana», así que se pasaron a la cerveza. Anders se dio cuenta de que Ben bebía hasta la última gota.

Cuando se acabó su segunda jarra, le dio la vuelta y la puso sobre la mesa.

–Es así. Yo estaba de refuerzo. No estoy acostumbrado a trabajar con incursores como Lila. Siempre he trabajado en el tanque, con otros durmientes como tú o como yo. Pero esta vez querían un equipo mixto. Nos querían como refuerzo, mientras los otros iban a hablar con los señores de la casa. Una fumigación simple: ir, negociar con el fantasma de tumo, cobrar. Pan comido.

Anders asintió, dando sorbos a su cerveza. Era cerveza amarga. No era su cerveza favorita, pero había que bebérsela.

–La otra durmiente fue a ver a la chica fantasma y sacarla de su rutina mortal, lo típico, ¿no? Nosotros mientras nos preguntábamos qué estaba pasando realmente. Una chica como ella no podría haber organizado todo aquel jaleo en aquella casa. La cosa parecía un poco rara.

Se inclinó hacia delante.

–Aquí es cuando la historia se vuelve más puñetera. Oí que algo babeaba, pero no logré identificarlo y me imaginé que era algún efecto de lo que estuviera haciendo el otro agente escaleras arriba. La cosa… tenía forma humana, pero no parecía humana. Era como… como si estuviera borrosa, ¿sabes? Como si fuera una mancha, o humo. Emitía un sonido agudo, un chillido inhumano. Se movía lentamente, luego se difuminaba, casi desaparecía, y luego volvía a aparecer, cada vez más cerca.

Paró para beber un trago. Un buen trago.

–No tenía rostro, nada en absoluto, pero tenía ojos por todo el cuerpo. De un blanco iridiscente, un poco más oscuro donde debería estar el iris.

Anders asintió, mientras su estómago se encogía.

–¿Qué pasó entonces?

–Yo… yo le ataqué. Salté sobre él. Fui a por su puta garganta. – Su mirada cobró un brillo furibundo, como la de un animal acorralado-. Pero la cosa no salió bien, porque se volvió hacia mí y… me gritó y me hirió. Me dio de lleno. Entonces empecé a lanzarle todo lo que tenía a mano. No sé qué habría pensado la gente que estaba viviendo allí, viendo cómo los cuadros, los teléfonos, los candelabros, todo, volaba contra la pared. Y la cosa seguía allí, gritándome, y yo me dije «Cotton, esto se acaba». Y entonces…

–¿Qué? – los ojos de Anders se abrieron, expectantes.

–Ella apareció allí. Lila. Como un fantasma. Me rebasó y se situó entre la cosa y yo. Pero aquel bicho seguía interesado en mí, hasta que ella empezó a cantarle. Una melodía tranquilizadora. Bueno, funcionó conmigo, el pánico desapareció por completo, pero él… él… -apretó los dientes- se volvió hacia ella. Su grito de rabia parecía un tanto… triste, por decir algo. La cogió, y rápido. Los ojos empezaron a nublarse. Estaba llorando. Llorando lágrimas plateadas.

–¿Qué pasó entonces?

–Yo… eché a correr. Sigo diciéndome que fue lo mejor. Si me hubiese quedado nos habría cogido a los dos. Pero la verdad es que corrí. Estaba… estaba asustado.

Su expresión revelaba un disgusto y un enfado profundos. Pura furia dirigida contra él mismo.

–Hiciste lo que pudiste, Ben. Claro que estabas asustado. – Quería consolarle, pero no sabía muy bien cómo-. Todos nos asustamos.

Ben alzó la mirada hacia él.

–Yo no. Yo no.

Anders no tenía nada que decir a eso. Apuró su cerveza.

–Asi que… -comenzó Ben con cierta excitación en la voz- esa… cosa, ¿ha cogido a otros? ¿No solo a Lila?

–Sí. Hayes dice que a dos más. Durmientes. Los de Organización no los han despertado. Sin razón aparente. Sus cuerpos están todavía metidos en los tanques. Quizás hasta que sepan qué hacer con ellos.

Ben apretó el puño.

–Malditos burócratas. Estoy seguro de que han formado decenas de comités para discutirlo. Con diagramas y flechas. Todo eso es una pura mierda.

–No sé. Quizás sepan algo que nosotros ignoramos.

Ben no parecía muy convencido.

–Quizás. O quizás nadie tiene ninguna capacidad de mando ni de decisión. Mañana por la mañana tenemos que ir a ver a esa pequeña cucaracha de Negley a ver qué tiene que decirnos.

Bradford Negley había sido asesor de una compañía de seguros importante antes de incorporarse al Grupo Orpheus como vicepresidente, a cargo de la sección de Consultoría de Investigación, o sea, operaciones especiales. Era alguien a quien Anders no deseaba molestar para nada.

–No sé. Parece que Hayes creía que…

–Que le den por culo a Hayes. El viejo se está volviendo paranoico. Yo voy a ir mañana por la mañana a pedir explicaciones por todo esto. ¿Vienes conmigo o no?

Anders suspiró.

–Sí, voy.

Ben se levantó, sonriendo.

–Yo voy a seguir con lo mío. Ha estado bien charlar contigo. Nos vemos allí mañana por la mañana, ¿vale?

–De acuerdo. – Siguió a Ben con la mirada mientras este se encaminaba con paso firme y seguro hacia la salida. Oh, bueno pensó Anders, al menos ahora parece menos abatido.


Al día siguiente Anders se las arregló para llegar a la oficina vestido más elegantemente de lo normal, y esperó a Ben con la sensación de que todo aquello era un enorme error. No se le daba muy bien hablar con sus superiores.

Ben no llegaba. Quizás se le había olvidado. Quizás no iba a aparecer.

Pero apareció. Le mostró a Anders una sonrisa demasiado confiada, del tipo «déjame esto a mí», y después lo condujo a la oficina de Negley. Tuvieron que esperar durante bastante rato. Los mandaron llamar al cabo de algún tiempo, y los volvieron a tener esperando mientras el vicedirector atendía una llamada importante.

Ben estaba impacientándose. Hojeó una revista en el sofá, le arrancó una pegatina y jugueteó con ella. Anders estaba sentado sin hacer nada, cada vez más nervioso.

Finalmente, Bradford Negley les atendió. Era un hombre de piel muy pálida.

Negley les saludó con una de las sonrisas más afables de América mientras les indicaba que se sentaran sin levantarse de su sillón.

–¿En qué puedo ayudaros?

Ben se inclinó hacia él, un auténtico hombre de acción, como si quisiera rodearle.

–Estamos aquí para hablar del fantasma que está cazando a nuestros agentes. Queremos saber todo lo que está pasando.

Negley asintió con la cabeza.

–¿Os referís a alguna entidad post-vida particularmente maligna? Creo que no he leído nada similar en los últimos informes.

Ben suspiró.

–Si ha leído mi último PRI, verá que sí. Sabemos que hay algo más en todo esto.

Negley parecía molesto.

–Me temo que no estoy tan al día, necesito que mi secretaria me haga un informe resumen de las actividades. ¿Estáis seguros de que este asunto no lo puede resolver alguno de los directores de sección?

–Queremos ir donde el autobús hace su última parada -dijo Ben con firmeza-, porque no se está haciendo nada.

–Ya veo -replico Negley, y se volvió hacia Anders-. Lo siento, no recuerdo su nombre.

–Nos encontramos por segunda vez en el funeral de Lila -le dijo Anders. Se sentía muy cansado-. Me dio sus condolencias por lo ocurrido.

–Ah, sí -dijo el ejecutivo-, verdaderamente trágico. – Sacudió la cabeza y se volvió hacia Ben-. Orpheus cuida bien de sus agentes. Estoy seguro de que si existe una entidad post-vida de esas características que represente un peligro para nuestros operativos, será eliminada cuanto antes.

Ben frunció el ceño.

–Pero nadie se está haciendo cargo del asunto. Tenemos pruebas de que es así. Esa cosa está cazando a nuestros agentes uno a uno.

Negley enarcó una ceja.

–¿Pruebas? – preguntó con tono tranquilo.

–Bueno -titubeó Ben-, tenemos un montón de evidencias que inducen a pensar que…

Negley se levantó de su sillón, dando por terminada la entrevista. Sus modales seguían siendo correctos, pero podía percibirse un tono cortante en su voz.

–Gracias por su visita, caballeros. Estudiaré con sumo interés la información que me han proporcionado. Si averiguan algo más, por favor, no duden en hacérmelo saber. Buenos días. – Se volvió a Anders-. De nuevo, mi más sentido pésame.

Anders asintió dando las gracias mientras se levantaba de la silla. Se sentía como un niño de cuatro años. Miró a Ben, que parecía indignado, pero contenido. Se despidieron y salieron del despacho.

Anduvieron hasta el salón principal, lejos de las oficinas. Ben permanecía en silencio, apretando un puño. De pronto, se volvió y descargó un puñetazo contra el muro, que dejó una pequeña muesca sobre la superficie de escayola.

–¡Joder!

Anders parpadeó, sorprendido.

–Dilo, sabes que quieres decirlo.

–¿Que diga qué?

–«Te lo advertí».

Anders meditó un instante. Por un lado, era mejor no provocar a un tipo violento como aquel. Pero por otro…

–Te lo advertí.

Ben le miró sonriendo ligeramente, aunque sus ojos seguían mostrando su enfado.

–Entonces, ¿qué hacemos ahora?

–Pues no sé. ¿Hablar con Hayes? Él es el que tiene la información.

Ben negó con la cabeza.

–Deberíamos poder ocupamos de esto solitos. Ponlo en tareas pendientes.

–¿Y cómo nos las vamos a arreglar?

Ben tenía la mirada perdida en dirección a uno de los laberintos de oficinas del edificio.

–Ni idea.

–De acuerdo. Entonces vamos a buscar a Hayes. Todavía está en una misión, creo. Su cuerpo está en el tanque, pero ¿quién sabe dónde está un fantasma?

Ben suspiró.

–Sígueme. Por aquí.

Cerca de los tanques de los durmientes, había un cubículo ocupado normalmente por uno o dos agentes fuera de servicio, pero aquel día estaba vacío. La televisión siempre estaba encendida. No podías ver a un agente proyectándose como un fantasma a no ser qué este quisiera, pero tanto Ben como Anders sabían que aquel lugar era un punto de reunión.

–¡Hola! – gritó Ben-. ¿Hay algún capullo en casa?

Nadie respondió.

–¿Hola? ¿Hay alguien? Necesitamos pasar una información.

Anders sintió cómo se movían sus labios.

–Soy Craig -se oyó decir a sí mismo.

Ben se volvió a él.

–Qué hay. Craig, queremos hablar con Tom.

–¿Qué Tom? – Era su boca, era su lengua. Todo aquello era jodidamente irritante.

–Tom Hayes -dijo Ben mirando a Anders como si fuese él quien hablaba.

–No lo he visto por aquí -se oyó decir Anders. Su boca iba a añadir algo más, pero apretó con fuerza la mandíbula para impedir que se moviera, intentando detener la conversación. Tomó aire y habló entre dientes-. Vale, el show de posesión es suficiente por hoy. Muéstrate y acabemos de una vez.

Por el rabillo del ojo, vio cómo empezaba a dibujarse una forma en una esquina. Parecía como si una tela de araña fuese tomando la silueta de un hombre, solo que un poco plateada y traslúcida. El cuerpo era un poco más alto que Anders, pero no tanto como Ben.

–No me gusta hacer esto. Es fatigoso -dijo el cuerpo.

–Sobrevivirás -replicó Anders, masajeándose la mandíbula. Todavía se sentía extraño.

Ben se echó a reír.

–Si ves a Tom, dile que le andamos buscando.

–¿De qué se trata? – dijo lentamente la forma de Craig.

Ben miró a Anders. Anders le devolvió la mirada.

–Tiene información sobre la muerte de uno de nuestros agentes.

La figura plateada y translúcida no dejaba entrever muchas emociones, pero su voz sí.

–¿En serio? Me ocuparé de que os encuentre, muchachos. ¿Puedo hacer algo más?

–No sabemos. Pero si hay algo te lo diremos.

Cuando salieron de la habitación, acordaron buscar por separado toda la información que pudieran reunir y quedar después para intercambiar impresiones.


Esa misma tarde, Anders se dejó caer por el cubículo de Frick. Estaba lleno de papeles tirados por el suelo, carteles de dibujos animados y algunas fotos de familia, más por el qué dirán que por verdadera convicción, a juzgar por el estado en que se encontraban y los rincones que ocupaban. Frick era gordo, pero no exageradamente, de piel pálida y cabellos rubios de color arena. Esbozó una sonrisa al ver a Anders.

–¡Dichosos los ojos, mamoncete! ¿Cuándo la vamos a armar de nuevo?

Anders arrugó la nariz.

–Ya sabes lo que opino de las armas.

–La mierda opina que te cagas, tío. En estos tiempos de intranquilidad es bueno tener una pipa a punto para conseguir un poco de protección, un poco de… certeza -dijo, dándose unas palmaditas al bolsillo interior de su chaqueta, como un niño acariciando su viejo osito de peluche-. Además, es divertido. Me gusta pintar en las dianas el careto de mi nuevo jefe, Farquand. – Sonrió de nuevo, como riéndose de un chiste privado, y cambió de tema-. Bueno, ¿qué te trae por aquí?

–Nada especial. Solo quería ver cómo le iba a mi capullo preferido.

–Pues no muy bien. Se suponía que los mamones de T.I. me iban a dar un ordenador que funcionara más o menos bien, pero ni eso. Me he pasado los dos últimos días intentando configurar el sistema para que reconozca la intranet, pero no hay forma. Y claro, les llamo y no me contestan. Lo típico. No me explico cómo no los han mandado directamente al puto paro de una patada en los glúteos -dijo, con un suspiro teatral.

–De pena, tío -dijo Anders.

–Tienes toda la razón -corroboró, dando un sorbo a un vaso de café de máquina-. ¿Qué puedo hacer por ti?

–Bueno, me preguntaba si podrías hacerme un favor.

–¿Qué tipo de favor? – preguntó Frick, inclinándose hacia delante. Parecía interesado por aquella oportunidad de salir de la rutina habitual.

–Uno enorme. Necesito acceder a uno de los servidores -dijo con una sonrisa, consciente de que aquello era todo un reto.

Frick parpadeó sorprendido.

–Joder. No sé mucho sobre eso. – Dio otro sorbo al café-. ¿Cuál necesitas?

–Veamos… ¿Cuáles tenemos? Yo estaba pensando en Stantz.

–¿El servidor I+D? – La frente de Frick se arrugó-. Ni siquiera sé si tengo conexión con ese. Venkaman, Zeddmore, quizás Spengler… Tío, tan solo de pensarlo… ¿Para qué lo necesitas?

–No pasa nada -dijo Anders-. Solo quería echarle un vistazo a mis puntuaciones UNIX, nada importante.

Los ojos de Frick parecieron iluminarse con una idea.

–Oye, en ese caso… -Frick comenzó a teclear mientras le comentaba a Anders las prestaciones del ordenador personal de su casa. Anders fingió que le prestaba atención.


Anders soñó con Lila aquella noche. Era uno de esos sueños donde acabas abriendo los ojos, creyendo que el sueño no ha acabado, o más bien, que nada de aquello es un sueño en absoluto. Ella estaba allí, con su tatuaje céltico en su espalda, se giró y le susurró algo. «Tú estás…».

Esta vez se despertó de veras. ¿Estaba ella intentando contactar con él? ¿O solo era un recuerdo dentro de un sueño?


Anders tuvo al final la oportunidad de hablar con Tom Hayes al día siguiente. Entretanto había hecho algunas averiguaciones, pero nada de aquello parecía tener mucho sentido.

Estaba preparándose la cena en la cocina, y al instante siguiente, Tom estaba detrás de él, con los brazos cruzados. Era otra situación que parecía diseñada para hacerle sentir incómodo. Pero al ver la expresión de Tom, se dio cuenta de que aquella no era su intención.

–Bueno, ¿has encontrado algo?

Anders tardó unos segundos en responder.

–Lo primero que he visto es que Ben es un petardo. Dudo que ese fantasma loco esté en el radar de nadie.

Tom asintió.

–He estado hablando con otros agentes, y me han dicho algo bastante interesante.

–¿De veras?

Tom tenía una expresión torva.

–Sí. Todo parece casual, pero mirándolo en conjunto, se puede ver un patrón común. Hay lo suficiente como para hacerme pensar seriamente que esa criatura está cazando agentes de Orpheus sabiendo que son de Orpheus, no por casualidad. Los rastrea, y va a por ellos.

–Es terrible.

–Sí. ¿Qué quieres decir con que Ben es un petardo?

–Oh, nada -dijo Anders-. Hablé con él y se le metió en la cabeza ir a hablar con el director. Pero no nos dijo nada en concreto, se fue por las ramas y acabamos con un palmo de narices.

Tom se acarició la barbilla.

–Interesante. Muy, muy interesante.

–¿Qué quieres decir?

–Hummm… bueno, ¿no te parece extraño que alguien con influencias en Orpheus esté intentando ocultar ataques específicos contra agentes operativos? ¿No te parece al menos un poco sospechoso? ¿Antinatural, diría yo?

–Hombre, yo tampoco diría que estuviera intentando ocultar conscientemente algo así…

–Pues es lo que parece desde aquí, muchacho. – Miró atrás, como si buscase algo-. ¿Has tenido alguna noticia de Lila?

–No. – Anders suspiró. Luego pensó en el sueño. Pero eso no significaba nada ¿no?-. Todavía no.

Tom sacudió la cabeza.

–Me lo imaginaba.

–¿Por qué?

La mirada de Tom se endureció.

–Tengo una idea. Solo es una teoría, realmente. Pero me estaba preguntando, ¿qué pasa si alguien ha raptado al fantasma de Lila? Alguien en Orpheus, alguien que no quiere que todo esto se destape.

–Es ridículo -respondió Anders, intranquilo-. ¿Por qué no se han llevado entonces también a Ben?

–Pues no lo sé. ¿Estuvo allí todo el tiempo?

–No, él se fue corriendo, pero… -Anders se detuvo al darse cuenta de lo que había dicho.

–¿Lo ves? Quizás lo que sucedió después de que se fuera es la razón por la que la retienen para que no hable. Piensa en ello. Yo tengo que irme. Estar aquí es demasiado cansado. Seguiremos en contacto. Cuenta conmigo.

–Bien, yo… -pero Tom ya había desaparecido.


Anders decidió salir a ahogar su estrés en una botella de vodka barato para huir de aquella casa llena de recuerdos y fotografías de Lila. La foto que más le gustaba de ella la había tomado un amigo. Estaba sentada en una silla plegable en el jardín trasero de alguien, fumando uno de sus horribles cigarrillos turcos, con una sonrisa preciosa en la boca, las gafas de sol puestas, el cabello, por alguna razón, en tirabuzones, y con su chaqueta raída de cuero sobre los hombros. Había algo encantador, casi sobrenatural, en todo aquello, aunque no sabía qué era.

Estaba escuchando la música, a medio camino de su segundo vaso de vodka, cuando su móvil comenzó a sonar. Lo sacó del bolsillo. Era el número de Ben. Suspiró y contestó.

–Oye, soy yo.

–Muy bien, Ben. ¿Tienes algo nuevo?

–Nada que merezca la pena. Conseguí algo de información, algo sobre un coche blanco que estaba allí la noche que ocurrió lo de Lila.

–¿Un coche blanco? ¿Y qué tiene que ver eso con todo esto?

–Que me aspen si lo sé. Ah, y tengo una pregunta para ti.

–¿El qué? – dijo Anders dando un trago.

–¿Qué piensas de una pequeña venganza?

–¿Venganza? ¿Cómo qué?

–Lo que digo es que vayamos a por ese bicho hijoputa. Creo que podemos hacerlo. Corremos como cabrones acojonados, lo hacemos caer en la trampa y saltamos sobre su puto cuello.

–Yo… no sé. No sabemos nada de esa criatura. Podría ser demasiado peligroso.

–Sí, es peligroso. Pero dicen que para ganar hay que arriesgarse, ¿no, Andy? Mira, piensa un poco sobre ello, ¿vale? Y me llamas. Yo estaré aquí. Llámame, ¿vale?

–Sí, te llamaré.

–Perfecto. Hasta la vista.

Anders suspiró, y cogió la fotografía de Lila. Tenía la misma sonrisa enigmática. ¿Dónde diablos te has metido? Pensó con tristeza.


Aquella noche tuvo otro sueño con Lila. Él estaba atado al suelo por algo. Trataba de moverse hacia ella pero no lo conseguía. Sentía pánico. No sabía si la que estaba en peligro era ella o él mismo, pero no podía evitar el terror que lo invadía. Ella lo miraba, triste, pero no podía distinguirla bien entre las sombras. La punta de sus dedos estaba a unos pocos centímetros su mano, pero por mucho que se esforzara, siempre estaban más allá de su alcance. Ella le decía algo, una y otra vez, pero no podía saber qué era. Era tan frustrante que quería gritar, pero el sonido no salía de su garganta. Solo había silencio. Un silencio opresivo. Y entonces ella hablaba. Solo una palabra:

Eurídice.

Anders despertó.


Por la mañana llamó a Ben por teléfono. Ben contestó con voz soñolienta.

–¿Quién con…?

–Soy Anders, buenos días.

–Anders -bostezó Ben-. ¿Qué hay?

–Estoy contigo. Enseñemos a ese bicho prehistórico cómo nos las gastamos por estos barrios.

Ben se rió, aunque todavía parecía medio dormido.

–Me gusta tu estilo, tío. Hablamos. ¿Te vas al curro ahora?

–Sí.

–Nos vemos en el gimnasio, como en cuatro horas, ¿vale?

–De acuerdo.

Anders colgó el teléfono con preocupación. Con preocupación y con resaca.

Se fue al trabajo unas horas después. Revisó sus e-mails. Uno destacaba entre todos los demás por su tamaño. Era de Bradford Negley, un reenvío a todos los agentes operativos.


Para: Agentes de Operaciones

De: Bradford Negley, de Consulta Investigativa

Asunto: Actividad sospechosa EPV

Todos los agentes deben estar en alerta máxima por un EPV extremadamente peligroso que está operando en este área. El EPV tiene estatura normal, es de figura antropomórfica sin rasgos faciales y con manchas blancas palpitantes a lo largo de todo el cuerpo. El EPV es muy rápido y a menudo está más cerca de lo que parece en un primer momento.

Los agentes deben tratar a la criatura con las máximas precauciones posibles. No deben tratar de interactuar con ella. Si el EPV inicia contacto hostil, deben huir y remitirse al departamento de PRI para ofrecer datos que resulten de utilidad a otros agentes. Esta orden anula cualquier orden anterior.

Gracias.


Anders se encontró con Ben en el gimnasio un poco más tarde.

–¿Has visto el memorando?

Ben estaba haciendo ejercicio con las mancuernas.

–Sí, lo he borrado. ¿De qué va?

–Negley le ha dicho a todo el mundo que deje en paz a nuestro chico. No vamos a poder llegar hasta él.

Ben suspiró.

–Entonces, es así como Orpheus va a solucionar el problema ¿no? Típico.

–¿Deberíamos…? No sé, ¿cancelar lo nuestro entonces? – sugirió Anders, nervioso.

Ben lo miró fijamente con ojos agresivos.

–¿Tú qué coño crees?

–Bueno…

–¿Es que no quieres cargarte al bicho que se cargó a Lila?

–Bueno, yo…

–¿No quieres liquidarlo para que no siga cazando a amigos nuestros? – Su tono era probablemente más amenazante de lo que pretendía.

–Sí, bueno, sí, sí quiero, claro.

–Eso es lo que pensaba. – Dejó las pesas en el suelo y se levantó del banco de ejercicio-. No te preocupes por nada. He pasado por cosas peores. Diablos, seguro que tú también.

Anders asintió con la cabeza, desviando la mirada.


Esa noche Anders estaba sentado en su coche, buscando entre sus CD algo para poner en el aparato de música, cuando encontró un viejo CD de música disco. Lo puso a bajo volumen, y sacó la tabla ouija que había robado de la oficina. Era curioso cómo repartía Orpheus aquellas cosas a diestro y siniestro.

Tom Hayes necesitaba una ouija para comunicarse ahora. Anders se dio cuenta de que aquello tenía lógica. La gente se manifestaba como fantasmas de formas muy diversas. El Grupo tenía todo un sistema muy complicado de comunicación, muy personalizado, basado en las ondas alfa. Cuando Anders se proyectaba como fantasma, podían oírlo con un poco de esfuerzo, pero ni verlo ni tocarlo. Adquirir forma corpórea sí que suponía un esfuerzo considerable, como había hecho Hayes la vez que se proyectó en el asiento trasero de su coche. Para un agente veterano, mover un objeto pequeño y liviano era muy fácil. Así que Anders permaneció allí sentado, con una ouija en las rodillas.

A la mitad del disco, aproximadamente, cuando creía que iba a quedarse dormido, la cuña empezó a moverse, señalando letra tras letra.

h-o-l-a-a-n-d-e-r-s

–Hola. ¿Con quién estoy hablando? – preguntó con precaución, evitando decir «¿qué tal, Tom?». Realmente, no sabía con quién estaba hablando-. ¿Por qué no te materializas y hablas conmigo? – preguntó antes que nada.

a-g-o-t-a-d-o

–Entiendo. ¿Y por qué me has traído hasta aquí?

l-e-i-s-t-e-e-l-m-a-i-l

Anders adivinó que se trataba de una pregunta.

–Sí. Me imagino que es consecuencia del encuentro que tuvo Ben con Negley. O quizás se hayan dado cuenta de que el peligro es real y no quieren más muertos.

q-u-i-z-a-s

–¿Has cambiado de opinión?

h-a-s-v-i-s-t-o-a-L-i-l-a-y-a

Anders sintió una oleada de dolor que le recorría el cuerpo. Intentó desterrarlo.

–No. Todavía no.

e-n-t-i-e-n-d-o

–¿Pasa algo, Tom? ¿Has averiguado algo más?

s-e-e-s-t-a-t-r-a-m-a-n-d-o-a-l-g-o-r-a-r-o

Hubo una pausa, y después la cuña de madera comenzó a moverse de nuevo entre sus manos.

m-a-s-h-o-m-b-r-e-s-t-r-a-j-e-a-d-o-s-e-n-e-s-c-e-n-a-l-a-c-o-s-a-a-t-a-c-a

¿Hombres trajeados? Reflexionó Anders.

–¿Algo sobre un coche blanco?

La aguja se desplazó hada el «sí». Otra pequeña pausa, y deletreó:

p-o-r-q-u-e

–Ben dijo que había uno así cuando Lila y él fueron atacados.

c-u-r-i-o-s-o

Anders miró a su alrededor. El aparcamiento estaba prácticamente vacío. Se sintió extraño, como si lo estuvieran vigilando.

–Mucho, sí. Todo esto se está volviendo cada vez más extraño.

p-r-e-g-u-n-t-o

–¿Sí?

p-o-r-q-u-e-n-o-n-o-s-d-e-j-a-n-d-a-ñ-a-r-l-o

–¿No nos dejan dañarlo? ¿Seguro que no es al revés?

Pausa.

s-o-b-r-e-L-i-l-a

–¿Sí?

p-i-e-n-s-o-q-u-i-z-a-s-o-r-p-h-e-u-s-l-a-t-i-e-n-e

–¿Que la tiene Orpheus? – Miró la tabla sin dar crédito a lo que habían leído sus ojos-. ¿Por qué iban a querer hacer algo así?

q-u-i-z-a-s-e-l-l-a-s-a-b-e-a-l-g-o

Anders frunció el ceño.

–¿Podrían retenerla así?

c-r-e-o-s-i

Dirigió la mirada al aparcamiento, más allá de la ventanilla, y se fijó en cómo brillaban las luces de las oficinas.

–No sé nada de eso.

La cuña comenzó a moverse espasmódicamente. Anders la soltó alarmado, mientras veía cómo se escribían las mismas letras una y otra vez.

a-r-r-a-n-c-a-a-r-r-a-n-c-a-a-r-r-a-n-c-a-a-r-r-a-n-c-a

Tragó saliva, miró a su alrededor, y experimentó una creciente incomodidad. Se le erizó el vello de la nuca. Saltó sobre el asiento delantero, arrancó el coche y salió del aparcamiento a toda velocidad. Sobre la tabla, se escribía un a-d-i-o-s.

Anders aceleró para alejarse del aparcamiento y de la zona de oficinas, confuso y preocupado.


Es frustrante seguir pistas cuando no estás acostumbrado a hacerlo. Había tantas cuestiones abiertas… y Anders no era capaz de descubrir nada sustancial. Nada que conectase el fantasma con Orpheus. Nada que lo llevase a Lila.

El dolor de la pérdida se acrecentaba. Quería saber cómo estaba, comunicarse de alguna forma con ella. Pero en lugar de eso, tenía todas sus fotografías, fotos de tiempos más felices, fotos que eran instantes congelados que no recordaba de otra forma.

Soñó otra vez con Lila, un sueño confuso donde estaba alojado en un hotel, o algo parecido, y donde intentaba llegar hasta Lila pero no lo conseguía. Todos le decían que se acababa de ir. Se levantó con la sensación de no haber descansado nada.

Ben le llamó al móvil a media mañana.

–Soy yo.

–¿Qué haces levantado tan temprano? – le preguntó Anders.

–¿De qué hablas? Da igual. ¿Has descubierto algo nuevo sobre nuestro niño malo?

Anders suspiró.

–No, nada. ¿V tú?

–Bueno, no sé muy bien si tiene alguna relación, pero había un artículo en el periódico sobre el aumento de la delincuencia en el barrio donde Lila fue atacada.

–¿Tú lees los periódicos?

–Cada día descubres algo nuevo sobre mí, ¿eh, Andy?

–Aparentemente. – Anders se dirigió a la cocina para prepararse unos cereales-. ¿Has encontrado a alguien que quiera ayudarnos contra esa cosa?

–Joder. La gente está demasiado acojonada. Hablan mucho pero nada de nada. Así es. ¿Y tú, tienes algo?

–Hablé con Hayes. Piensa que es sospechoso que Orpheus prohiba a sus agentes enfrentarse a esa cosa.

–¿Sospechoso? ¡Qué va! Solo son una pandilla de cagaos adictos a la burocracia. Eso es todo.

–No sé. La verdad es que no tuve oportunidad de hablar con él largo y tendido. Simplemente dice que le parece que está pasando algo sospechoso en Orpheus, o al menos que a eso apuntan las evidencias.

–¿Y adonde van a apuntar si no? – dijo Ben con un resoplido.

–Bueno, eh… ¿quién dice que el director nos aparta del asunto porque nos tiene miedo?

–¿Y qué otra razón se te ocurre?

–Pues no sé. Muchas. Quizás quiera proteger a la criatura por alguna razón. O a nosotros.

–Chorradas.

–Oh, vamos, puede haber millones de razones. Quizás la estén protegiendo porque saben algo que nosotros no sabemos. O quizás… quizás de algún modo, hayan encontrado alguna forma de utilizarla. – Recordó lo que Hayes le había dicho. Coches blancos. Hombres trajeados.

–¿Usarla? Lo dudo. Mira. El balón está en nuestro tejado ahora. Podemos seguir haciéndolo rodar siguiendo el juego a todos estos cabrones, o podemos joder a ese puto bicho. Creo que Hayes estaría de acuerdo conmigo. Ya sabes que su misión termina mañana, ¿no?

–No, no lo sabía.

–¿Ves? Pues dentro de dos días nos reunimos los tres y planeamos bien la acción. Habrá que hacerlo rápido, porque dentro de poco me mandarán algo a mí también. Pero podemos hacerlo, y hacerlo bien.

–Suena bien, pero todavía estoy un poco intranquilo.

–No hay problema. Todo saldrá a pedir de boca. Ya verás. – Ben colgó.


Anders pasó la mañana vagabundeando por la oficina y revisando su e-mail. Trataba de poner su vida en orden poco a poco, pero no era tarea fácil. Su nueva vida de cuasi-soltero, la búsqueda de Lila, todos sus recuerdos y la tensión de la espera formaban un nudo en su estómago que no podía deshacerse. Él se decía a sí mismo que no estaba de brazos cruzados, que hacía todo lo posible, y que, además, ella era una mujer muy capaz, valiente, de gran voluntad, y que ya antes se había enfrentado a la muerte. En vida, ella se había proyectado como fantasma por sí misma, sin tanques, y todas las personas así tenían una transición más fácil hacia el otro mundo. Al parecer, todas menos ella.

Tenía que hacerse a la idea de que ella iba a estar ausente por un tiempo. Solo temporalmente, aunque su cuerpo, su presencia física, jamás, jamás, jamás volvería con él. Lila tenía que volver. Simplemente, tenía que volver.

Pero por el momento, la vida continuaba sin ella.

Se pasó la tarde revisando los objetos personales de Lila que su madre no había querido llevarse. Encontró una fotografía de aquel compañero del grupo punk. Le había comentado alguna vez, como de pasada, que el sexo con él era impresionante, pero que se había portado mal con ella, y probablemente también al contrario, pero que a pesar de todo siempre volvían. Aquellas confesiones nacían que se preguntara siempre si había algún tipo de sentimiento primario, por decirlo de alguna forma, que le faltase a su relación, algo que aquel ex-novio le daba y Anders no podía, o no sabía darle.

¿Importaba? Probablemente no. Cuando ella murió, esa conexión especial que le hacía sentirse amenazado desapareció. Y no solo con su ex-novio punk, sino con todo y con todos. Solo quedaban para él su alma, sus pasiones, sus emociones, su intelecto. O tal vez ni siquiera eso.

Nunca jamás. Bah. Anders necesitaba vino a raudales. Y un baño. Y probablemente más vino después de eso.


En mitad de un baño reparador de agua caliente, del todo a oscuras a excepción de las velas aromáticas que Lila había comprado hacía un par de meses, cuando se habían puesto de moda, Anders escuchó un ruido. Parecía un sonido de pisadas en su piso.

Enarcó la ceja, y se sumergió en el agua caliente. El baño era relajante, y el vino comenzaba a hacer su efecto. Lo suficiente, no demasiado.

Oyó algo más, algo extraño, y se preguntó si el primer ruido había sido algo más que una fantasía del alcohol. Salió de la bañera y trató de permanecer lo más quieto posible, a la espera de otro sonido. No era nada. Tenía que haberse equivocado. Pero su corazón latía a toda velocidad, bombeando en su pecho como un pistón de vapor.

Nada.

Esperó un poco más y, finalmente, cedió a su paranoia y se cubrió con la toalla, decidido a salir al pasillo y averiguar qué estaba sucediendo.

El resto del piso estaba vacío y en silencio. La noche había caído mientras se daba el baño (¿cuánto tiempo había estado bañándose?) y todas las habitaciones estaban oscuras y ordenadas.

–¿Hola? – gritó con voz insegura, e inmediatamente se sintió como un idiota. Sin saber por qué, pensó en la ouija sobre sus rodillas, y la palabra «arranca-arranca-arranca» deletreándose sin parar.

No, no era nada. No podía ser nada. Solo el sonido de la calle. Nada. Se quedó quieto, como una estatua. Silencio.

Silencio. Nada más que silencio. Había sido solo su imagina…

Alto. Ese sonido. Alargó el cuello intentando dirigir su atención hacia el punto donde creía haber oído algo. Aquel sonido, aquel sonido no era humano. No parecía natural en absoluto. Ese ruido que había oído era parecido a un babeo, a un gorgoteo, a la sensación que te sobreviene cuando has pensado demasiado, o estás demasiado cansado, o no te sientes capaz de pensar. Una mezcla entre susurro y sentimiento frenético.

Había alguien más ahí. Alguien proyectándose, o quizás alguien ya muerto. ¿Lila? No, ¿volvería ella de esa forma? No. Ella trataría de aparecer de una manera más tranquilizadora Le hablaría directamente. ¿O no?

Se esforzó por oír algo. El sonido era demasiado débil para distinguirlo. ¿Y si era ella? Se acercó lentamente, muy lentamente al salón y echó una mirada. Todo estaba a oscuras menos la cocina, que tenía encendida la luz pequeña. No, espera. Aquella bombilla se había fundido hacia tiempo. Y nunca había tenido ese aura azul. Ni había parpadeado nunca como una vela.

Aquel gorgoteo baboso. Todavía podía oírlo, más fuerte ahora, y aun así, tan débil como un susurro. Pero ya no podía achacarlo a su imaginación.

Cada instinto le decía que se apartara de ahí. Cada vez que, en una película de terror, había visto al protagonista a punto de ser devorado, era ahora una vocecita en su interior que le gritaba que se fuera. Vuelve después. O escóndete.

Ya había tratado antes con fantasmas. Diablos, era su trabajo. Esto era lo mismo… bueno, quitando el hecho de que en las otras ocasiones él estaba en el tanque, y eso significaba que carecía de recursos para hacer frente a lo que fuera.

La lógica le decía que era alguien que conocía. Alguien con pocas habilidades sociales, por decir algo, o que le estaba gastando una broma pesada. Pero ¿y si no era así? Podía ser algún fantasma peligroso, algo que le había seguido hasta allí.

Se acercó a la puerta de la cocina de puntillas, intentando hacer el menor ruido posible, conteniendo la respiración y rezando para que no se oyese el latir de su corazón. El gorgoteo se convirtió en un murmullo incoherente y creció en intensidad. Parecía haber más de una voz. ¿Eran palabras aquello? Apenas podía oír nada, más allá de su pulso y su respiración agitada. Más cerca. Más. Un paso y luego otro.

El parqué bajo su pie crujió. El sonido babeante se detuvo. Algo en la cocina, algo pesado, se movía. La luz azul parpadeó una vez más, y luego desapareció completamente.

Anders entró corriendo en la cocina y encendió la luz. Había una cafetera en el suelo, con la tapa abierta. Y sobre la mesa de la cocina, había un sobre, con una letra que él no conocía.

No vine aquí por mi propia voluntad

Puedes culparte a ti mismo

Por favor, no ta

No ponía nada más. Anders recorrió la cocina con la mirada.

–¿Hola? ¿Hola? – gritó más fuerte, tanto como para que se le oyera en toda la casa-. Oye, tú, quienquiera que seas, quiero hablar. Vuelve. Hablemos. ¡Vuelve!

Habría matado por una ouija. Maldición.


Dos días después, Tom Hayes ya estaba disponible, y quería encontrarse con ellos. Ben recogió a Anders en su casa y condujo hasta el restaurante donde se iban a encontrar con Tom. Ben puso un disco de hip hop a todo volumen durante el trayecto, y no dejó de parlotear sobre los grupos que iban escuchando. Su coche estaba perfecto, parecía nuevo, limpio, con el estéreo en perfectas condiciones. Parecía sacado de un anuncio de coches.

Cuando aparcaron, Anders se fijó en las pintas de delincuente juvenil de Ben. Desnudaba con la mirada a todas las mujeres con las que se cruzaban, y cada hombre que cruzaba sus ojos con él encontraba una mirada desafiante. Caminaba como si no le importase nada.

Tom Hayes les estaba esperando en un reservado en la parte de atrás. Una camarera esperaba de pie junto a él. Parecía agotado.

–¿Qué hay? – dijo Ben, más comedido de lo habitual.

–¿Qué tal, señor Hayes? – dijo Anders, sintiéndose estúpido por un tratamiento tan formal. Miró al hombre que tenía enfrente. Era extraño. Allí en la parte trasera de su coche, en el funeral, cuando apareció como un fantasma, parecía tan vivo, tan dinámico… Lleno de energía, casi apasionado. Ahora, cuando lo conocía en carne y hueso parecía recién muerto. Se diría que un viento fuerte hubiera sido capaz de derribarlo.

–Caballeros -carraspeó Tom, ofreciéndoles asiento.

–Bueno, Tommy -dijo Ben-, ¿qué coño está pasando?

–Ben -dijo Tom-, Anders. He hablado con algunos de nuestros compañeros fuera de servicio, y con algunos durmientes como nosotros tres. Nadie tenía nada concreto que decir, pero he conseguido información muy interesante.

Anders se inclinó hacia delante. Recordó la noche anterior. Quería contarles lo que le había pasado, pero quizás fuera mejor hacerlo después de que Tom les contara lo que tenía que decirles. Miró de reojo a Ben, que había apoyado el brazo sobre la ventana, con una mirada de curiosidad pero tratando de mantener el rostro inexpresivo.

–Entre los muertos -dijo Tom- nuestro chico tiene un nombre. Lo llaman el Rey de los Ojos. Hay muchos rumores sobre él. El caso es que la gente le tiene bastante miedo. Hay muchos tipos de fantasmas peligrosos. Estúpidos, desquiciados, malévolos. Vosotros os habéis encontrado con algunos, y yo también. Pero este… es un extraño. De alguna forma proviene de otro lugar. Los fantasmas dicen que viene de… algún reino incluso más allá de la muerte. Más allá, donde ni siquiera los mejores de nosotros podrían llegar.

Anders enarcó las dos cejas, aturdido por la sorpresa. Rey de los Ojos. Reylosojos. Riojos. De reojo vio a Ben, que fruncía el ceño y movía la cabeza, como si estuviera en desacuerdo.

–Chorradas -dijo tranquilamente.

Tom le miró con ojos cansados.

–Tienes algo que decir.

Parecía que debía ser una pregunta, pero lo había pronunciado como una afirmación.

–Ya puedes decirlo, joder. – Ben tenía una expresión decidida. Miró a la camarera que pasaba, y, cuando los hubo dejado solos, continuó-. Je. «De algún reino más allá de la muerte». Y una mierda. Esa cosa se ha labrado una reputación al otro lado, y punto. No hay que darle más vueltas a la historia. Es un bicho duro y va dando patadas en el culo al personal. Pero la peña con la que hablas también tiene una reputación. Y entonces se ponen a pensar en una excusa para explicar que el bicho malo les dé para el pelo sin que puedan hacer nada. Aquí, en la calle, ese bicho sería un pirado. Por eso dices que no sabes cómo clasificarlo. No es más duro que tú, está loco, colega. Eso te dirían. Y eso vale tanto para aquí como para allá.

–Entonces, ¿qué piensas del Rey de los Ojos? – preguntó Tom.

–Lo que estoy intentando decir es que todo eso de que es diferente y que viene del re-más allá es una puta mierda. Lo que parece que está claro es que la gente está asustada, y eso es lo importante. El que la gente hable de ello lo hace más fácil para nosotros. La gente recordará por dónde anda. Quizás tenga enemigos, y mierda como esa.

Tom asintió pensativo.

–Tengo algo que decir -intervino Anders de repente. Los dos le miraron-. Ayer tuve una visita en casa. Por la noche. Un fantasma estaba intentando escribirme una nota, pero lo asusté.

–¿Qué decía la nota? – preguntó Tom con interés.

Anders sacó el sobre del bolsillo de su chaqueta y se lo pasó. Tom frunció el ceño.

–Hummmm… «puedes culparte a ti mismo»… Me pregunto si se refiere a Orpheus.

–O quizás sea que está vivo, y se refiera a todos nosotros -apuntó Ben.

–Pero la parte del principio, cuando habla de dónde viene… -dijo Anders lentamente-, parece que corrobora la historia de que viene de otra parte distinta a la que conocemos.

–Quién sabe -sentenció Ben-, aunque yo diría que no.

Tom parecía cansado y molesto.

–Todo esto quiere decir que tengamos cuidado y nos andemos con ojo. La cuestión es compleja, y no debemos desechar ninguna hipótesis. Y tú, ¿has averiguado algo interesante?

Ben les contó lo poco que había descubierto. Después miraron a Anders, que se encogió de hombros. Se sentía mal por no tener nada que ofrecer y detestaba parecer un inútil.

–Bueno… si pudiera proyectarme podría ser más útil. Tengo algunos trucos especiales.

–Ah, ¿sí? – preguntó Tom.

–Sí. Una vez que me estoy proyectando, a veces puedo ver escenas del pasado y del futuro. Quizás… quizás pudiera encontrar más información si voy a alguno de los lugares donde sabemos que ha estado la cosa.

–Vaya -dijo Ben-, así que eres uno de esos… uno de esos putos…, ¿cómo los llaman? Banshees.

–Sí. Lila también lo er… también lo es. Así fue como nos conocimos.

–Es bueno saberlo -dijo Tom con una mueca, volviéndose a Ben como si estuviera respondiéndole a él-. ¿Alguno de vosotros tiene una misión dentro de poco?

Anders sacudió la cabeza, pero Ben asintió.

–Fijo. En pocos días.

–¿De qué se trata?

–No puedo hablar de ello. Ya sabéis.

–Sí -respondió Tom, y se volvió a Anders-. A ver si puedes volver a participar en alguna misión. Nos serías más útil proyectándote.

No eres bueno. Oyó. Inconscientemente, su mano se acarició la gruesa cicatriz que recorría su otro brazo hasta la muñeca.

–Sí, claro -respondió, como atontado-. Lo haré.

Sus pensamientos se agolpaban unos sobre otros. No nos sirves de nada ahora. No te necesitamos vivo.


Quería escuchar algo de música mientras volvía a casa en su coche, pero nada de lo que tenía ahí. Puso la radio con un regusto de frustración, esperando poder oír un par de canciones entre todos aquellos anuncios. Algo tonto y aburrido para todos los públicos.

Lo odiaba. Nada había cambiado para él. Breves momentos de alegría, donde creía que por fin había dado un golpe de timón a su vida. Primero Orpheus, luego Lila. Le habían arrebatado a Lila, y Orpheus se había convertido en política y medias verdades. Otro trabajo que no podía entender.

Finalmente, después de dieciséis anuncios, sonó una canción. Algo de pop. Pero, naturalmente, en cuanto comenzó la canción, la estática le impidió oír nada. Estaba perdiendo la señal, y tenía que ser precisamente entonces.

Le dio un puñetazo a la radio. Maldición. Una radio nueva, pero ni aun así. Ya nada funcionaba como era debido.

Pero lentamente, entre la estática, comenzó a oír algo. Alguien que hablaba, con una voz que conocía. La voz de la televisión de aquel supermercado.

–Aquí tenemos una petición, una canción dedicada de parte de Eurídice para un hombre encantador -dijo la voz.

Anders parpadeó, apenas consciente de que estaba conduciendo. Subió el volumen, pero la estática creció.

–Nunca mires atrás -dijo la voz-, nunca mires atrás…

La voz se perdió entre la estática, y entonces la canción pop se escuchó claramente, más alta que nunca.


De vuelta en la oficina, concertó una cita con su jefa de sección, Jane O'Farrell. Ella tenía todo el día ocupado con entrevistas, pero le haría un hueco por la tarde.

Se sentó en su cubículo y estuvo releyendo entre sus viejos e-mails, sobre todo viejos memorandos sobre equipamiento durante las misiones, y cosas así. También informes sobre la buena marcha del Grupo Orpheus, a pesar de la competencia de empresas como Terrell Squib y Nextworld.

Parecía que Terrell Squib no tenía la tecnología adecuada. Quizás tuvieran equipos para ver fantasmas, pero ¿tenían agentes para fumigarlos como Orpheus? Anders lo dudaba. De Nextworld no sabía nada. Eran demasiado nuevos para él. Había oído el nombre por ahí, y poco más. Jugueteó con el bolígrafo, navegó por la red, escuchó más charla insustancial de sus compañeros de trabajo… El tiempo pasaba lentamente.

O'Farrell no estaba a la hora. Esperó fuera de su oficina matando el tiempo hasta que llegó. La oficina era bonita y pulcra, un refugio más allá del frío e impersonal laberinto de cubículos. Se sentó en la silla enfrente de su escritorio. Miró con preocupación a la lucecita roja de su teléfono que le indicaba que tenía mensajes en el buzón de voz, y le sonrió a Anders.

–¿Qué puedo hacer por ti, Anders?

–Bueno, yo… me preguntaba si podría entrar de nuevo en acción.

–¿No tienes asuntos que arreglar? – Su expresión era de empalagoso pésame.

Asintió lentamente, pasándose la mano por la cicatriz de la muñeca.

–Sí, pero ahora mismo no es… eh… -titubeó. Se detuvo, y volvió a hablar, sin mirarla a los ojos-. Quiero volver a trabajar. Déjame trabajar.

Su mirada mostraba compasión por su situación, o al menos la fingía muy bien. Hubo un silencio durante unos segundos.

–Bueno, déjame ver -dijo, volviéndose hacia su ordenador, introduciendo su clave de acceso y abriendo algunos archivos-. Hummm… sí, parece que hay algo. Teniendo en cuenta tu historial, te arreglaré una entrevista con un terapeuta, solo, ya sabes, como trámite, y para comprobar que estás al cien por cien. – Parecía que solo quería lo mejor para Anders-. Así que… concertaré hora con Murth… eh… con el doctor Chandrawati en Ciencias de Vida. – Le dedicó una sonrisa- ¿qué te parece?

Anders frunció el ceño.

–Bien, bien, perfecto. ¿Para cuándo?

–Muy pronto, estoy segura -dijo con voz suave.


La consulta fue un desastre. La terapeuta era más joven que Anders, pero estaba muy bien preparada. Atractiva, pero desaliñada. Al doctor Chandrawati le gustaba contratar a gente así. Había varios cuadros post-impresionistas en las paredes. Alguien le había enviado flores. Anders habría apostado un riñon a que había sido ella misma. La terapeuta le hizo varias preguntas, demostrando que conocía sus tentativas de suicidio. Quería gritar ¿a qué viene esto? Pero sabia que ella no lo entendería.

Ella parecía inquieta con él, insegura de qué estaba pasando, pero Anders no podía contarle por qué quería proyectarse de nuevo. Él había estado con mejores terapeutas. Sabía lo que tenía que decirle. Ella era fácil de interpretar, cada vez que movía la cabeza hacia un lado, las veces que sonreía, la inflexión de su voz cuando sabía que tenia razón…

Anders había tenido muchos encuentros con gente como ella a lo largo de los años, y tenía experiencia. Salió de la reunión sabiendo que había ido mal, sabiendo que seguramente podría haberla manipulado y engañado con facilidad, si no se hubiera sentido tan mal por intentarlo.


Al día siguiente Anders estaba tumbado en el sofá, mirando al techo, cuando O'Farrell le llamó por teléfono.

–Lo siento -le dijo- pero…

Dejó de prestar atención a lo que decía, intercalando «sí» en los momentos adecuados. Murmuró un agradecimiento al final de la conversación y colgó cuando se suponía que debía hacerlo.

Abrió la botella de vino que Lila y él reservaban para celebrar su aniversario. Pero qué cojones. No iba a volverá verla, se estaba engañando si pensaba otra cosa. Se bebió el primer vaso de golpe y se sirvió otro más mientras se encaminaba al dormitorio.

Encendió una vela. Prefería su luz vacilante a la luz eléctrica o a la oscuridad y se tumbó boca arriba en la cama. El primer pensamiento fue corruptamente sutil: podía matarse, convertirse en un espíritu, y ayudar a Tom y Ben, incluso quizás encontrar a Lila. Pero no era suficiente. Allí, en la oscuridad, sabía que iba a seguir sufriendo, como sufría ahora. Él quería desaparecer por completo.

¿Había algo de bueno en sufrir todos los golpes de la vida, las miserias que le traía, los momentos más duros, la constante angustia y el dolor? ¿En estar tumbado en la cama y desangrarse lentamente? ¿O era mejor luchar contra toda esperanza? ¿Tomar el control de todo lo que era y quien era, y abalanzarse en un último intento?

Morir. Dormir. Caer en el sueño para siempre. Olvidar los dolores de cabeza. El dolor de espalda por levantar pesas. No volver a tener miedo a algún cáncer creciendo en su interior.

Pero dormir significaba soñar. Y morir significaba ser un fantasma, caer en el ámbito de la muerte, ese reino descubierto por Orpheus y que conocía tan bien. Para no sufrir como en la tierra, no se debía tocar, besar, estrechar una mano, sentir, experimentar nada directamente. Pero todavía se estaba atrapado por las propias pasiones.

¿Cuántos suicidas habían despertado como fantasmas y habían descubierto que los oscuros pensamientos y frustraciones que los habían acompañado en vida seguían allí con ellos, sin posibilidad de escapar?

Durante toda su vida, durante todos los problemas y el dolor por los que había pasado -las relaciones horribles, los empleos monótonos, los constantes intentos por convertirse en lo que sus padres querían que fuese, la confusión, la agonía intensa de sentirse tan solo y tan incomprendido- siempre había tenido la certeza de que todo aquello podía acabar. De que había un fin posible, de que el suicidio podía acabar con todo, y simplemente no ser. No por más tiempo. El Grupo Orpheus había acabado con eso.

No, eso no era justo. El Grupo Orpheus había acabado únicamente con la ilusión de que el suicidio podía ser el final. Nunca había existido esa posibilidad.

Fue a echarse más vino en el vaso y se dio cuenta de que la botella ya estaba vacía. ¿Cuándo se había bebido todo eso? Se sentó. Quizás había alguien más allí. O quizás me estoy alcoholizando. Se tumbó de nuevo.


Anders se levantó con resaca al escuchar el timbre de la puerta. En algún punto de la noche se había puesto el pijama. Todavía medio dormido, se acercó a la puerta tropezando aquí y allá. Cogió una bata y abrió la puerta, maldiciendo.

Era Tom. Cuando la puerta se abrió del todo entró en la casa.

–¿Te he despertado? Creía que ya estarías levantado a estas horas.

Anders sacudió la cabeza.

–Estoy de vacaciones, ¿recuerdas?

–Ah -dijo Tom con voz áspera. Parecía más lleno de energía que durante la cita en el restaurante, aunque eso no era decir mucho-. Venía solamente a ver qué tal estabas, a ver si te había pasado algún otro de esos… incidentes.

Anders pensó en lo cerca que había estado de matarse la noche anterior. Pero probablemente ese no fuera el tipo de incidente al que se refería Tom.

–No, nada de nada. ¿Quieres algo? ¿Un café?

–No, no puedo -dijo con un asomo de tristeza en la voz-. Tengo una dieta estricta a causa del tratamiento.

–¿Tratamiento?

–Sí -contestó Tom-. Cáncer.

–Joder -dijo Anders-. Lo siento, no lo sabía.

Tom se estiró y bostezó.

–Dicen que está remitiendo. No estoy tan mal. Quizás tenga algo que ver con la cuasi-muerte criogénica que utilizan para proyectarnos. No sé.

–Ni idea.

–El cáncer es algo extraño.

Anders cruzó los brazos. La bata del baño siempre le hacía sentirse cálido y confortable, como en los brazos de una madre.

–¿A qué te refieres?

–Lo que pasa con el cáncer, es que, es vida -Tom le miró a los ojos-. Vida, solo que un poco fuera de control. Células que se dividen cuando no deberían. Creciendo y creciendo. Interfiriendo con las funciones corporales, expandiéndose a través de la sangre, encontrando nuevos espacios, hasta que lo ocupan todo. Los tumores crecen hasta que el cerebro ya no puede funcionar, o copan los pulmones aplastándolos contra el corazón. Al final estás tan saturado de vida que te mueres. Tiene su lado gracioso.

Anders no tenía una respuesta para eso. Se limitó a esbozar una expresión de preocupación, deseando poder ayudar de alguna manera, pero consciente al mismo tiempo de que no era posible. Esa era una de las formas más normales de sufrir que tenía la gente: querer entrometerse, arreglar las cosas, hacer que todo marchara bien. Pero sabiendo que era imposible.

Tom volvió la mirada hacia Anders, sacándolo de su ensimismamiento.

–Bueno, ¿y cuándo vuelves al trabajo?

–No vuelvo -le explicó Anders, con voz derrotada-. Me han dado unas vacaciones indefinidas por mis circunstancias personales, y…

¿Lo iba a decir? ¿Debería? Después de todo, qué más daba.

–… y mi estado mental.

–¿Y esa es la única razón que te han dado? – dijo Tom sin querer profundizar en la última parte.

Anders enarcó una ceja.

–Eso es lo que me dijeron. ¿Por qué?

–Nos dijiste que te habían clasificado como un banshee, ¿verdad? Uno de esos mediadores, que siempre parecen tan… vocales cuando se proyectan.

–Pues sí.

–¿Y Lila también lo era?

Anders entrecerró los ojos.

–Lila todavía lo es. ¿Por qué?

Tom desvió la mirada.

–Los otros dos durmientes que han sido cazados. Eran… lo siento. También eran banshees. Ahora creo que es lo que el Rey de los Ojos está buscando.

–Pero… pero… ¿por qué?

–Ese es otro pequeño misterio que añadir a la lista, muchacho. Lo siento, no lo sabía. Pero parece una coincidencia demasiado sospechosa para no tenerla en cuenta.

–Tienes razón.

–Es posible, Anders, que te mantengan en vacaciones indefinidas para protegerte. Las razones psicológicas podrían ser una cortina de humo. Podrían estar tratando de salvarte la vida.

–¿Tú crees?

–O eso, o todavía no quieren provocar a la criatura.

–Me llenas de alivio, oh, audaz líder.

Tom arrugó la frente y esbozó una expresión de circunstancias.

–Lo siento, me gustaría tener mejores noticias.

–¿Sabes algo más?

–Poca cosa. Ben ha estado investigando las zonas de la ciudad donde la tasa de criminalidad se ha incrementado drásticamente. Él cree que ese es el territorio del Rey, pero yo no estoy tan seguro.

Anders se sentó finalmente.

–¿Y por qué no?

–Ya sabes que todos los fantasmas que nos encontramos son de personas muertas recientemente, ¿no?

–Sí, como mucho, tres años muertos.

–Exacto -dijo Tom asintiendo con convicción-. Y sabemos que algunos no salen buenos. Y que, conforme pasa el tiempo, pueden corromper a otros espíritus más débiles, normalmente los que no recuerdan su pasado o los que repiten constantemente sus últimos recuerdos.

–Sí. ¿Adónde quieres ir a parar?

–Lo que quiero decir es que, quizás, por lo que sabemos, ese sea el proceso habitual, ¿vale? Pero cuando las cosas salen mal, quizás la naturaleza tenga una forma de, por así decir, limpiar la pantalla y empezar de nuevo después de un tiempo. Porque, si no, todo el que muriera iría a parar literalmente al infierno, acosado por todas esas bestias.

–Es posible -dijo Anders, pensativo-. Nunca me lo había planteado. Tiene sentido, pero…

–Pero no lo explica todo, lo sé. Es solo una hipótesis de trabajo. Pero si es correcta, yo diría que el incremento de criminalidad que está buscando Ben es tan solo parte del proceso cíclico. Irá a peor y a peor, y luego…

Tom agitó la mano como si estuviera quitando papeles de una mesa. Se acercó a Anders, mientras los ojos le brillaban con la misma intensidad de cuando estaba proyectado.

–Pero si los rumores son ciertos, el Rey de los Ojos ha encontrado la forma de sobrevivir a esto. Él, o más bien eso, ha encontrado un escondite, ese «fuera del reino de la muerte», y permanece allí hasta que ha pasado todo.

–Bueno, es una teoría interesante, pero, ¿de qué nos sirve a nosotros? Vale, es una criatura vieja y pavorosa, ¿y qué?

–Es vieja y pavorosa y es una llave, Anders. Todos aquellos ojos son símbolos, pistas de lo que quizás es el mundo después de la muerte que conocemos. El Grupo Orpheus ha hecho mucho dinero descubriendo los secretos del otro mundo. Puede que la dirección no quiera muerta a esta criatura porque quieren estudiarla, aprender de ella. Quizás no sean ellos los que la han traído aquí, pero apostaría algo a que quieren sacarle partido.

–Joder. Tiene sentido. ¿Y qué hacemos ahora?

–Pues vamos a arruinar sus planes.

–¿Cómo?

–No lo sé. Todavía no. – Estuvo callado durante un momento, reflexionando-. Conoces gente en Ingeniería, ¿no?

–Sí. Trabajé allí. He intentado sacar algo de información, pero no he conseguido nada interesante.

–Quizás haya algo de esto en las máquinas.

–Nos llevaría mucho tiempo buscar entre todos los archivos, y además deben estar muy bien protegidos.

–No puede ser tan malo. Por lo que he oído, esos tipos no saben cómo hacer su trabajo. Y además tienen a esa inútil de Farquand dirigiendo el show.

–Son profesionales, Tom -señaló Anders-. Farquand es un poco… sí, puede ser un poco dura de entendederas a veces, pero es mucho mejor que Raddicks. Ese tío era un idiota. Él me contrató, sé lo que me digo.

–Me gustaría saber por qué lo echaron -dijo Tom con voz misteriosa.

–Dimitió. Te lo he dicho, era un completo idiota. Le tenías que haber visto peleándose con aquel tipo de T.I., cómo se llamaba… Porter. Raddicks se cagó en mitad de la oficina. Estúpida política de oficinas…

–Sí, tienes razón -dijo Tom, riendo.

–Ahora, si lo que quieres es tratar con un departamento de incompetentes y estúpidos, vete a T.I. Creo que nunca les he visto trabajar.

–Oye, que yo conozco algunos de esos tipos -dijo Tom-. Son buenos.

–Sí, son buenos jugando a la última versión del Day of Defeat o cualquier otro juego de matar a todo lo que pasa por delante de tu punto de mira. Buenos rascándose el culo o bebiendo refrescos. Pero en trabajo de verdad, no.

–Nunca he tenido problemas con ellos. De hecho, cada vez que he necesitado algo me han ayudado al momento.

Anders parecía sorprendido.

–Ah, ¿sí?

–Claro. Porter es un viejo amigo, nos conocíamos desde antes de ingresar en Orpheus. También me llevo bien con su equipo.

Anders pensó en Frick y su renqueante ordenador.

–Vivir para ver -sentenció.

Quizás vivir la vida no fuera una cosa tan mala.


Aquella noche, Anders tuvo un sueño. Podía sentir algo familiar al tacto. Le produjo una sensación cálida de alivio y bienestar, una emoción imposible de felicidad. Podía oír su respiración, sentir su aliento. Lila. Trató de abrir los ojos.

–No -dijo ella-. No mires.

Su voz era suave, como un susurro.

–¡Oh, Dios! ¡Te he echado tanto de menos!

–Lo sé -dijo ella en el sueño-. Tienes que prometerme algo.

–¡Lo que sea!

Sentía el tacto de sus dedos recorriendo su cuerpo como una llamarada.

–Cuando oigas mi voz de nuevo, no mires atrás. Prométemelo.

–Te lo prometo.

–Te quiero -dijo, pero su voz parecía distante.

–Lila, te qui…

Pero de alguna forma, sabía que ella ya no estaba allí.


A la mañana siguiente, Anders entró en la sección de Ingeniería y se encontró con Frick. Ben ya estaba en los tanques, con el cuerpo congelado criogénicamente, y su espíritu activo. Anders no había tenido la oportunidad de hablar con él antes de que lo proyectaran, pero no podía hacer nada al respecto.

Frick se alegró al ver a Anders y lo esperó con los brazos abiertos, pero sin levantarse de su silla giratoria.

–¡¡Hola, hola, hola, bienvenido!! ¡Anders! ¡Mi capullito de alelí! Me han contado un chiste para partirse. Es un loro que se encuentra un elefante, y el elefante está en el suelo, tirado, y entonces el loro le suelta…

Anders le interrumpió.

–Tengo una sorpresa para ti, Frick.

–¿Seguro? – Frick tenía una mirada de desconfianza-. ¿Cómo aquella vez del concurso de la radio?

–Ya sabes que yo no tuve casi nada que ver, y que te reiste mucho al final. No, es otra cosa. ¿Todavía tienes problemas con tu ordenador?

El suspiro de impotencia de Frick fue desproporcionado.

–Joder, sí. Voy a tener que llamar otra vez, porque esto es ridículo. Solo es un problema con la tarjeta gráfica, no puede ser tan difícil de arreglar, ¿no?

–No eres el único con problemas, ¿verdad?

Colegui, aquí está puteado del primero al último, si no es por una cosa es por otra. Y esos cabrones de T.I. jugando a sus jodidos videojuegos todo el día.

–Ocho peticiones del departamento rechazadas, ¿no?

–Eh… sí, creo que sí, ¿por qué?

–Espera un poco.

Anders levantó la mirada entre los cubículos, como si esperara que apareciera algo por el pasillo. Unos momentos después, Tom Hayes y Merick Porter (vicepresidente ejecutivo del departamento de Tecnología de la Información) entraban en la sección, seguidos por un cuadro de técnicos de su departamento. Porter actuaba como si estuviera revisando desagües atascados en una planta de reciclaje. Tom asentía con la cabeza junto a él, como si compartieran algún chiste privado. Porter se reía educadamente.

–¿Qué está pasando aquí? – dijo Frick, a la defensiva.

Un joven asiático con una camisa de Linuz World se acercó a él con actitud solícita.

–Tienes un problema con la tarjeta gráfica, ¿no?

Frick asintió, y miró a Anders como si no lo reconociera. El joven suspiró, como si fuese Sísifo empujando la roca por la ladera por quincuagésima vez.

–Espera un poco. – Tecleó algunas cosas en el ordenador, guardó algunos cambios, lo apagó, lo reinició, y le cambió la tarjeta. Todo el proceso no le llevó más de quince minutos. Cuando terminó, se volvió hacia Frick-. Luego te envío el albarán.

–Sí, tío, lo que tú quieras -dijo Frick, todavía en estado de shock.

Anders se dirigió a él cuando se hubo recuperado, y le dio unas palmaditas en la espalda.

–Bueno, ¿qué hay ahora del pequeño favor que te pedí?

La expresión de Frick rezumaba satisfacción por aquel regalo inesperado. Parecía no haber oído lo que le decía.

–Sí, claro. ¿Qué servidor querías?

–Stanz. Ese es el servidor I+D, ¿no? Quizás necesite algo también del Spengler, el servidor de despliegue de campo.

–Para echar un vistazo a tu historial. Claro. Je. – No parecía que se lo hubiera creído.

–Eso es -respondió Anders con una sonrisa.

Frick miró a la pantalla de su ordenador. La imagen era nítida, perfecta. Le dio unos golpecitos afectuosos al monitor.

–Perfecto. Por la noche, entonces. Tarde. Pero no cambies ni borres nada, capullo, no juegues a Aquiles en Troya desde aquí, ¿vale? No te pido más.

–Frick, eres el mejor.

–Serás cabronazo… Vamos, lárgate de aquí. Nos vemos esta noche.


A pesar de tener acceso a los dos servidores, Anders se encontró con que la gran mayoría de los archivos estaban protegidos contra lectura, de forma que no podía abrirlos. Su acceso no era demasiado privilegiado, pero en cualquier caso podría obtener bastante información. Junto a él estaba Tom, soñoliento, a punto de quedarse dormido en cualquier momento. Anders tecleaba sin cesar, buscando información relevante entre los miles de archivos a su disposición.

Demasiada información. Todavía no sabía si le sería útil. Hizo copias de todo lo que pudo, e intentó memorizar el resto. Empezó con Spengler. Después de buscar incidentes con el Rey de los Ojos sin éxito, lo intentó con la nomenclatura que Ben había utilizado en su informe. Nada. Buscó entonces información sobre la misión de Ben y Lila. De nuevo, no tenía acceso a casi nada. Pero encontró algo que podía ser interesante. Lila le había enviado un gran número de e-mails a su jefe de proyecto antes de que empezara la misión. Extraño.

Luego lo intentó con Stantz. Quizás encontrara algo de información en los proyectos de I+D. Pero no apareció nada relacionado con hostiles que pareciera conducir al Rey de los Ojos. De nuevo, un callejón sin salida. En cambio, encontró un buen número de proyectos que significaban muy poco para él: mejoras en los tanques, propuestas de incremento de seguridad, y cosas así. Muchas de ellas hacían referencia a Terrell Squib. De nuevo, era algo extraño. Y, de nuevo, la pista conducía a más archivos protegidos.

Leyó y leyó, hasta muy entrada la noche. Tom hacia tiempo que roncaba a su lado, aunque probablemente habría querido estar despierto todo el rato. Su cuerpo le estaba fallando.

Hasta donde podía ver sin acceder a los archivos protegidos, una gran cantidad de información se centraba en combatir los avances tecnológicos de Terrell Squib.

Anders se reclinó en su silla y frunció el ceño. Su cerebro estaba embotado después de tantas horas frente al ordenador. Echó un vistazo a su reloj. Casi las cinco de la mañana. En pocas horas, aquello se llenaría con el personal de la sección que comenzaba la jornada.

No había nada más que hacer allí. Lo mejor sería irse a casa y dormir un poco. Se levantó del escritorio de Frick, y fue a despertar a Tom, pero se detuvo. No había mirado los proyectos de Frick. Deberían estar a su disposición, claro. O al menos parte de ellos.

Pensó brevemente en Lila, preguntándose dónde estaría. Luego volvió a sentarse y buscó la información en las carpetas personales de Frick. La mayoría de los archivos estaban protegidos, pero sus notas no.

Muchas de ellas tenían algo que ver con algún tipo de artefacto de «recuperación» de Terrell Squib. Frick utilizaba mucho la palabra «adaptación», aunque no estaba claro a qué se refería. Notas sobre pruebas de campo, notas sobre fechas de entrega.

Entonces encontró una anotación que le provocó un escalofrío.


Si el artefacto de recuperación hace lo que pienso que hace, las aplicaciones son tremendas. Farquand sugiere que se puede utilizar como señuelo para alejar a los hostiles de nuestros agentes. Personalmente creo que es una aplicación muy pobre. Si los agentes de campo proyectándose como EPV -y las propias EPV que trabajan como agentes- representan el último grito en espionaje, este artefacto de Terrell Squib representa los primeros pasos para combatirlo. Ajustando el artefacto a un EPV hostil, se puede detener la acción de espionaje, posiblemente matando a los operativos de Orpheus.

Por ahora, parece que el aparato solo puede ajustarse a un único EPV, y únicamente después de un proceso largo y costoso, pero una versión mejorada podría superar este inconveniente, y en el futuro podrán encontrarse aplicaciones más interesantes todavía. Por ejemplo, piensa en una trampa donde operativos proyectados y EPV queden atados al artefacto, y puedan ser controlados por él. Eso supondría la posibilidad de formar un ejército de EPV esclavizados.

Seguramente será por eso que varios directivos, sobre todo Del Greco, han mostrado tanto interés.


Anders se reclinó en la silla, estupefacto.

–Tom, he encontrado algo.

Se agitó un poco, sin despertarse completamente.

–Vamos, despierta, he encontrado algo.

Hayes parpadeó y miró a Anders, todavía confundido.

–¿Pero qué…?

Antes de que ninguno pudiera decir nada, apareció Frick. Frick se volvió hacia Anders, con mirada inexpresiva.

–Qué tal -dijo con voz seca.

–Qué tal -respondió Anders de forma mecánica, mirándolo fijamente.

–¿Has encontrado la información que necesitabas?

–Sí. Y tú y yo tenemos que hablar.

Frick exhaló un suspiro.

–Me lo imaginaba. Pero no aquí. Vámonos.


El sitio escogido por Frick era un parque oscuro, cerca del río. Su gran corpachón se movía lentamente mientras miraba a un lado y a otro, nervioso, con las manos en los bolsillos. La brisa nocturna era fría pero no demasiado, bajo un cielo sin luna. Desde la zona que había elegido Frick se podía ver el puente de piedra que cruzaba el río.

–El artefacto que estabas estudiando es el que atrajo a la cosa que mató a Lila, ¿verdad? – preguntó Anders. Se sentía sorprendentemente tranquilo.

–Eso creo -dijo Frick con tristeza-, pero no estoy seguro.

–¿Por qué no?

–El artefacto, y todo el proyecto, ya no está bajo mi control. Me lo quitaron y se lo traspasaron a otro. Ahora estoy trabajando en otra cosa. Pero no puedo evitar sentirme responsable en parte, ¿sabes? – miró a Anders por el rabillo del ojo-. Me está destrozando.

Tom lo miraba con expresión pensativa.

–¿Quién está al cargo ahora?

–No lo sé, no lo sé. Algunos directivos están implicados. Por encima de Farquand. Juraría que alguno de los asesores externos trabaja para el Pentágono, pero no estoy seguro.

–¿Cuánto tiempo ha durado todo esto? – preguntó Tom. Parecía tenso.

–Bastante. Pero antes no podíamos controlarlo. No se probó con agentes. Por lo menos, a mí no se me informó.

–¿Pero se probó en algún otro lugar?

–Sí. Pero no con vosotros, tíos. Solo funciona… solo se puede ajustar con, ya sabes, con EPV a las que se les ha ido la olla. Los que no tienen nada. Ese aparato… me pone los pelos de punta. Hay algo raro ahí, no funciona como Dios manda.

Frick parecía aterrado.

Anders intentó hablar con tono tranquilizador.

–Todo va bien, habla sin problemas. Vamos a llegar al fondo de esto.

–Pero se hicieron pruebas de campo. – Tom parecía tenso-. Esos espectros fueron atraídos hacia donde estaba el artefacto.

–Eso creo -dijo Frick con voz casi inaudible. Continuaba con las manos en los bolsillos y la mirada baja.

–Malditos sean -exclamó Tom, como sopesando las palabras.

Anders miró a Frick. Súbitamente sentía más frío de lo normal. La noche estaba poniéndose gélida.

–¿Sabes cómo consiguieron al fantasma que utilizaron? Uno llamado el Rey de los Ojos. ¿De dónde salió?

–¡No lo se! – dijo Frick con voz suplicante-. ¡No lo…!

Entonces interrumpió la frase, con los ojos abiertos e inexpresivos como los de una muñeca.

–¿Frick? – preguntó Anders, extrañado.

Frick siguió hablando con voz distorsionada.

–Creo que esto ha ido demasiado lejos -dijo mientras sacaba una pistola automática del bolsillo.

–¡Mierda! – exclamó Tom-. Han poseído a Frick.

Anders miró la pistola con el corazón latiendo a toda velocidad. Cuando trabajaba en Ingeniería, siempre se quejaba de que Frick trajera su arma a la oficina. Frick era un tirador entusiasta y tenía unos buenos promedios.

–Estamos jodidos -expresó gráficamente.

Tom miró a su alrededor, y le habló al aire:

–¿Quién eres? ¿Eres de Orpheus? ¡Nosotros también!

Frick dio un paso hacia ellos. Quitó el seguro de la pistola y la amartilló con un crujido característico.

–Eso no importa -dijo una voz ajena-. Demasiada información.

Tom dio un paso atrás, con los ojos llameantes, mientras Anders, con los nervios a punto de estallar, se quedaba quieto.

–Adelante -dijo con voz suave y ojos fríos-. ¿Quieres matarme? Hazlo. Pero luego nos veremos las caras.

Frick se detuvo, titubeando, con sus ojos de marioneta muy abiertos, sin parpadear.

Anders se acercó a él con el gesto torcido y aspecto amenazador.

–Baja la puta arma. No eres más que un jodido gallina -dijo con los dientes apretados.

El cuerpo de Frick pareció obedecer. Anders siguió la pistola con la mirada, sin apartar la vista de Frick.

Entonces Frick se giró y miró hacia el puente de piedra.

–Diablos. Lo mandaremos a por ti para que te liquide.

Anders y Tom se miraron sin comprender. La pistola de Frick volvió a alzarse, pero de pronto salió despedida, mientras Frick rodaba por el suelo. El arma cayó al suelo, entre las hojas y Tom corrió hacia ella.

Anders se volvió para ver cómo se materializaba Ben detrás de él. La forma espectral de Ben parecía tan ágil y dinámica como él en vida, aunque un poco desdibujada. Sus ojos centelleaban con una alegría salvaje. Se rió como una fiera.

–Buen punto para vosotros que me pasase por aquí, ¿eh? – Se encogió hacia atrás como si algo le hubiera alcanzado-. Ostia…

Levantó las manos, y pareció arrojarle a Frick algo invisible, cuyo cuerpo se sacudió como si unas rocas lo hubieran golpeado.

–Así está mejor. No te despiertes.

Tom seguía apuntando al cuerpo inconsciente de Frick con la pistola, todavía intranquilo.

–¿Qué agente era? – dijo volviéndose a Ben.

–Ni idea, nunca la había visto. Una chica con traje.

–Qué raro -dijo Anders. Vio cómo empezaban a formarse unos enormes cardenales en la cara de Frick. Se acercó a él para asegurarse de que estaba bien-. ¿Se ha ido?

–Sí, eso parece. Creo que le acerté de lleno.

–Espera -Intervino Tom señalando al puente-. Ahí hay un coche.

Y, dicho esto, comenzó a correr hacia él entre los matorrales y el follaje. Anders forzó la vista y pudo ver un Pontiac blanco aparcado bajo las luces de las farolas.

–¿De qué cono iba todo esto? – le preguntó Ben.

Anders comenzó a explicarle todo lo que había ocurrido. A mitad de relato, Ben le interrumpió.

–¿Has oído eso?

–¿El qué?

Una ligera brisa agitó las hojas de los árboles. Parecía que hacía incluso más frío.

–Oh, mierda. ¿Lo ves? Yo no puedo -la voz de Ben era casi un susurro.

Anders miró en todas direcciones con desesperación. Creyó ver una figura acercándose a ellos por el bosquecillo, pero… no. Tenía que ser su imaginación jugándole una mala pasada. Quería mostrarle un enemigo, cualquiera. Se le erizó el vello de la nuca. Y a través de la brisa pudo oír claramente un sonido burbujeante, babeante. Era un murmullo gutural, como de mil voces. Y luego, se desvaneció.

Ben estaba al borde del pánico.

–¡Puedo oírlo! ¡Viene a por nosotros! ¡Mierda puta!

Anders se volvió hacia él y le gritó:

–¡Desmaterialízate y lárgate de aquí!

Ben le devolvió la mirada, sin moverse.

–No puedo huir. Lo intenté la otra vez, y si no llega a ser por Lila… -giró la cabeza hacia el puente-. Tom dijo que había un coche allí. Corramos.

Ben se movía en silencio entre los árboles, como si no estuviese allí realmente. Anders echó una mirada hacia atrás, hacia Frick. Se sentía culpable por lo que le había pasado. Le pareció ver algo por el rabillo del ojo, pero allí no había nada.

No podía oír el sonido babeante, pero casi podía sentirlo. Podía sentir aquel gorgoteo recorriendo su médula espinal. Aceleró un poco más hacia el puente de piedra, apartando ramas y zarzas a su paso. Corría a la máxima velocidad posible, convencido de que la criatura estaba justo detrás de él.

En la carretera que cruzaba el puente, pudo ver que Tom estaba apuntando a un hombre trajeado que sostenía algo entre los brazos.

–¿Trabajas para Orpheus? – preguntó Tom, acusador.

–¡No! – respondió el hombre, aterrado-. Trabajo para Terrell Squib. Solo soy un técnico, no me mate, por favor.

Tom murmuró algo para sí. Ben llegó jadeando.

–Las llaves del coche. Que alguien las coja.

Anders miró al interior del coche. En al asiento del copiloto había una mujer inconsciente, probablemente la que había poseído a Frick antes y les había atacado.

–Es el Rey de los Ojos -dijo Anders- está aquí.

Tom zarandeó al técnico y le apuntó a la cabeza.

–¡Apaga ese maldito chisme!

–¡Ya lo he hecho! – respondió el técnico con voz rota-, pero es demasiado tarde.

–Es demasiado tarde -dijo Ben asustado, mirando hacia los árboles. Anders nunca había visto así a Ben. No encajaba con el Ben que conocía-. Ya está aquí.

Anders miró en la dirección que indicaba Ben, pero no pudo ver más que oscuridad. Otra brisa helada sacudió las copas de los árboles cercanos. La brisa le trajo el sonido de un murmullo desquiciado.

–Yo lo entretendré. Vosotros meteos en el coche, rápido -dijo Ben con tono decidido.

–¡No! – gritó Anders.

Tom miró al técnico.

–Coge las llaves del coche, vamos. Echa a la chica fuera, y deja ese cacharro aquí.

El técnico hizo lo que se le indicaba, y depositó el artefacto suavemente en el suelo. Ben se dirigió a Anders con el rostro demudado.

–Ahora me voy. V-vuelve y dale una patada en el culo a este hijoputa por mí. ¡Prométemelo!

–¡Te lo prometo! – Pero Ben ya había desaparecido.

Anders tragó saliva y respiró hondo. Vio a Tom a su lado, con la pistola en la mano, y frunció el ceño, decidido. Era ahora o nunca.

–Tom, Ben no va a sobrevivir si no lo ayudamos.

Tom parpadeó sin entender.

–No podemos hacer nada. Tenemos que escapar.

–No, hay algo que podemos hacer.

El sonido babeante llegaba ya claramente hasta ellos. Ya no se podía achacar a la imaginación o a la brisa nocturna. Parecía como un enjambre de abejas intentando recitar a Shakespeare.

–¿Qué podemos hacer?

–Dispárame.

–¿Estás de broma?

–Hazlo. Rápido.

–Mierda, no puedo matarte.

Anders se levantó la manga de su jersey, mostrándole la enorme cicatriz.

–¿Ves esto? Me he intentado suicidar tantas veces que he perdido la cuenta. Ya he aceptado a la muerte, y de hecho, la mayor parte de mi vida he estado deseándola. Hazlo.

–Estás loco, Anders.

–Yo puedo ayudar a Ben.

Tom miró al técnico y frunció el ceño. Parecía atormentado. El babear crecía en torno a él, y por el rabillo del ojo le pareció ver una figura simiesca que interpretaba una danza desquiciada entre un resplandor azul.

–De acuerdo -dijo Tom con voz gélida-, pero el técnico se va contigo.

Apuntó a la cabeza del hombre y disparó. El técnico dio un grito y cayó al suelo. Tom volvió a dispararle.

–Pero ¿qué coño…? ¡Le has asesinado!

Tom parecía muy cansado.

–He trabajado tantos años para Orpheus que ya no sé muy bien qué es la muerte. Ben necesita ayuda y el técnico le servirá.

Piedras y ramas volaron a su alrededor, aunque resultaba difícil saber si era cosa de Ben o de la criatura.

–¿Listo? – dijo Tom mientras le apuntaba.

Anders tragó saliva y asintió, intentando eliminar los últimos resquicios de su instinto de conservación.

–Hazlo -dijo con voz ronca.

Tom miró a Anders y dio un paso hacia él, apuntándole a la frente. Los dos cerraron los ojos.

–¡Hazlo! – gritó de nuevo.

Tom volvió la mirada hacia el técnico muerto, y murmuró con voz temblorosa.

–Padre, perdóname.

Anders puso su mano en la pistola. Utilizando toda su voluntad, sujetó el cañón contra su frente, y con la otra mano, apretó los dedos de Tom y accionó el gatillo.

El impacto lo arrojó varios metros hacia atrás. El dolor era inconmensurable, y se expandió muy rápidamente desde su cabeza al resto de su cuerpo. Por un momento, se dijo a sí mismo. Así que esto es lo que se siente con un disparo en la cabeza. Luego se sintió como si flotara, y lentamente, fue abandonando su cuerpo.

Miró a su alrededor. Todo se había convertido en un caos.

Podía ver a Tom intentando serenarse, a punto de perder el control. Luego se volvió hacia el técnico, que estaba arrodillado junto a su cuerpo, mirándose las manos. Ben estaba a su espalda, pero su cara estaba cubierta de pequeñas heridas, como si tuviese un ataque grave de acné. Ben estaba riéndose con una risa amarga y fría.

Podía oír las mil voces profiriendo incoherentes gorgoteos. Con un rápido vistazo localizó al Rey de los Ojos.

Era una figura enorme, flanqueada por cientos de ojos que se abrían y cerraban sin orden ni concierto. Se arrastraba hacia un sitio y luego aparecía en otro, mucho más cerca. Su rostro era una masa informe de color pizarra, sin rasgos. Estaba peligrosamente cerca de Ben, que seguía riendo.

Anders intentó serenarse y adaptarse a la situación, al sonido horripilante que emitía la criatura. Cerró los ojos y se concentró para acabar con el shock post-mortem de una vez por todas. Ha llegado la hora. Tenía que ayudar a Ben.

Escuchó la cadencia del aullar gutural e intentó identificar su ritmo. Allí estaba. Por desquiciado que fuera, allí estaba el ritmo. La criatura estaba sufriendo mucho, indeciblemente. Puede que llevara años así, o miles de años. Pero aquella terrible e infinita agonía era lo único que conocía. Anders podía adivinar que aquella criatura estaba triste, podía adivinar que estaba confundida. Podía adivinar que no quería dañar a nadie, pero todo aquello no le servía de nada, ni a él, ni a ninguno de los presentes.

Abrió los ojos. Por el momento, el Rey de los Ojos concentraba su atención en Ben, que parecía estar luchando por controlarse a sí mismo y reaccionar. Ben, de pronto, pareció despertar y apuntó con un brazo a la criatura. Un aluvión de rocas y ramas voló hacia ella y pareció atravesarla. Ben le gritó con furia.

Tengo que intentar calmar a la criatura, pensó Anders. Estaba seguro de eso. Sabía que debía hacerlo. Pero incluso entonces, una pequeña vocecita en su interior le empujaba desesperadamente a reconsiderar aquella idea. ¿No es eso lo que Lila había intentado? No funcionó con ella, ¿por qué iba a funcionar contigo?

Abrió su boca para exhalar el grito de banshee que había aprendido en los entrenamientos. Puso todo su corazón, toda su alma, todo su ser, su todo en el universo, en una canción que pudiera calmarla, calmar a cualquier cosa, una canción suave, tranquila, pacífica. Amoldó las notas para hacer un contrapunto con el furioso y condenado gorgoteo del Rey de los Ojos.

Tan pronto como lo hizo, Ben agitó su cabeza y pareció recobrar el sentido. Pero entonces vio a Anders y su rostro se estremeció de horror.

–¡No! ¡No sigas!

El Rey de los Ojos también se había percatado de la presencia de Anders. Sus gritos multiformes se habían convertido en agudos chillidos. Sus movimientos todavía eran lentos, pero sus saltos se acompasaban rápidamente, ganando ritmo y terreno hacia Anders. Conforme se acercaba, su aullido se hizo más gutural y amenazador. Casi había alcanzado a Anders, y sus brazos parecían arder.

Detrás de la aparición, Tom se movió hacia el artefacto y lo recogió. Era totalmente ajeno a la situación que se desarrollaba a su alrededor.

Ben gritó, aun a sabiendas de que no podría oírle.

–¡No!

Anders se miró a los brazos. Para su sorpresa, había ojos abiertos en ellos, ojos que brillaban con luces azules y blancas. Intentó seguir cantando, cambiando las notas de nuevo, calmando, calmando, calmando todo aquel dolor y miseria. Sanando.

Sus ojos se posaron en la criatura. No tenía ni cara ni expresión, pero parecía sufrir una agonía, parecía estar envuelto en una profunda tristeza. Lo que fluía de sus cientos de ojos parecían lágrimas de mercurio.

Ben saltó desesperadamente hacia la criatura y la golpeó en la espalda. Anders sintió el dolor, pero se negó a dejar que lo afectase para seguir cantando. No podía dejar que lo silenciaran. Era como si una parte de él mismo, oculta hasta entonces, fluyese a través de la canción. Por un momento, pareció que la voluntad de cantar fuera todo lo que le quedaba, todos sus recuerdos y su yo más íntimo.

El borboteo estaba ya en su cabeza, anulando sus pensamientos.

Me tiene me tiene no quería volver no me puedo controlar todavía era demasiado (hemos visto ciudades en llamas, ejércitos avanzando, inocentes atravesados por espadas) nos empujarán nos usarán perderemos la razón hemos visto demasiado (naciones caer bajo la peste y enfermedad, almas surgiendo de los carros de cadáveres) no podemos no puedo parar de ver nunca parar viendo me tendrá ello me tendrán ellos.

Anders agitó la cabeza, intentado apartar todos aquellos pensamientos de su mente, intentando concentrarse en su tarea. Intentó cerrar los ojos pero no pudo. Ahora se daba cuenta de que podía verlo todo a su alrededor…

Mas allá, junto al muro del puente, Tom había dejado el artefacto y estaba disparándole. Tras vaciar el cargador, lo tiró al río.

El Rey de los Ojos pareció vacilar un instante, mientras su voz cambiaba ligeramente, como si recobrara su autonomía. Pero, a pesar de ello, no cejó en su ataque contra Anders.

Anders dijo tu nombres es Anders la echo de menos no puedo parar de pensar en (los caballos entraron en Jerusalén, y hubo sangre hasta los tobillos de todos) ella pero tú pero tú pero tú no me paras no me paras yo debo yo debo tu ves ella está levantándose yo debo yo debo yo debo yo debo yo debo…

Anders dejó de cantar la canción para gritar con todas sus fuerzas porque el dolor se había apoderado totalmente de él. Sumido en una agonía extrema, oyó otra voz, mezclada con el gorgoteo.

–Estoy aquí -dijo la voz.

–Lila -respondió.

–Recuerda tu promesa.

No mirar atrás. ¿Pero cómo? Y ¿por qué? ¿No quería verlo o era… o era una defensa para evitar que la criatura lo destruyera llevándolo a la locura? Sentía cómo amenazaban sus sentidos con aplastarle la mente.

–No puedo -dijo-. Yo… no sé cómo.

–Inténtalo -dijo ella con tranquilidad-. Confía en mí.

Había suspendido en las clases de yoga Kundalini. La meditación nunca había sido su fuerte. Pero buscó en su mente sitiada, y encontró algo a lo que aferrarse. Se concentró en Ben. En el rostro de Ben. Volvió a cantar despacio, con voz dulce, mientras su forma comenzaba a disiparse bajo la tensión y perdía la noción de sí mismo. No existe el tiempo, pensó.

Su visión se concentró en Ben, en su cara, en nada más. Los miles de pensamientos seguían allí, pero no les prestaba ninguna atención. Ben no tenía buen aspecto. Dolor, miedo, confusión. Vio cómo se giraba y le daba la espalda. Observó la consternación y el asombro en su expresión cuando se volvió de nuevo.

–Oh Dios, Lila -oyó que decía-. No, no puede ser. Has vuelto…

El dolor era demasiado intenso. El Rey de los Ojos estaba destruyendo a Anders, aunque esa no fuese su intención, pero no podía evitarlo. Y él estaba perdiendo, lo notaba. Estaba muriendo, esta vez en serio.

–No dejaré que te lo lleves -dijo Lila con voz tranquila-. Te reduciré a escombros si lo intentas.

Ella me quiere vivo, quiere estar conmigo, necesita estar conmigo. Ese pensamiento le dio fuerzas, le proporcionó la voluntad necesaria para abrazarse a la vida y luchar por no desvanecerse. Se concentró de nuevo en Ben y se dio cuenta de que gritaba con furia, se lanzaba contra la criatura y la atravesaba a ella y a Anders. No estaba hablando del Rey de los Ojos, se dio cuenta Anders. Ella se refería a Ben.

–Oh, Dios -dijo-. ¡No!

–Anders -le gritó ella-, casi lo has logrado. Olvídate de Orpheus. No mires atrás.

Entonces se dio cuenta de la elección que ella le estaba planteando. Rendirse a la criatura, a su miseria y maldad, y ser arrastrado a un lugar de pesadilla más allá de la muerte. Rendirse y estar con ella, ignorando el coste que iba a pagar. O aferrarse al pasado, y simplemente ser destruido. Tan simple como eso.

Y solo tenía unos segundos para decidir.

Anders se concentró en Ben una vez más. Él no era parte de aquello.

–¡Lárgate de aquí, Ben! – le gritó.

–¡Ni hablar! ¡Te voy a rescatar! ¡No pude hacer nada por Lila, pero a ti no se te va a llevar!

–Déjalo, aquí estás superado. No tienes ninguna oportunidad.

–Solo son dos contra uno. – Su voz estaba cargada de confianza en sí mismo-. ¡No está tan mal! Me voy a encargar de ese Rey y de Lila, sea lo que sea en lo que se ha transformado.

–No, Ben, son tres contra uno.

–¿Qué? – Ben se detuvo, y el grito de Lila le alcanzó, drenando parte de su energía y debilitándolo.

–Vete -dijo Anders una vez más, firme. Ben se tambaleó, le dirigió una mirada de tristeza, y huyó. La voz de Lila pasó de la furia a una risa insensible. Espero que esto valga la pena pensó. Le resultaba fácil modular la voz para que los vivos le oyeran. No le importaba dónde podía estar Tom. Tan solo gritó, para que los vivos le oyeran.

–Tom, la he encontrado. El Rey de los Ojos no… -soltó un quejido de dolor- no perseguirá a nadie más de Orpheus. Corre.

Abandonó su concentración y se afanó únicamente en seguir vivo.

El mundo a su alrededor parecía una pesadilla. Se levantó, sin saber con certeza cuánto tiempo había pasado. Se sentía como si su alma hubiese saltado en pedazos y luego la hubiesen compuesto de nuevo con pegamento de cola. Miró su brazo. La cicatriz había crecido. Ahora llegaba casi hasta su hombro y tenía un color verduzco, como si una serpiente zigzagueara por debajo de su piel. Giró el brazo y vio que estaba cubierto de tatuajes y dibujos de los ojos que le habían crecido durante la pelea.

Anders miró en derredor, y vio a Lila. Tenía el rostro sucio y magullado, y el pelo seco y alborotado. Los pechos caídos, las caderas abultadas por la celulitis. Todo lo que ella había odiado de su cuerpo se había multiplicado por diez.

Las mismas marcas de ojos la cubrían a ella por entero. Miró a Anders y luego habló, con una voz levemente irreal. Preciosa.

–Finalmente te tengo conmigo de nuevo -canturreó.

–¿Dónde está?

–Cerca. Debemos prepararnos. Pronto vendrá un ataque, y tenemos que defenderlo.

–¿Quién va a atacar?

–No importa. Más fantasmas o agentes vivos.

–¿Por qué van detrás de él?

–Por los secretos que creen que sabe. Su poder y su fuerza. Pero no lo tendrán. Volverá cuando esté preparado.

–¿Quién es?

–No lo sé, y no creo que lo recuerde. Hay otra más que se llevó consigo. Ella lo llama Ozymandias, al final de todo el poema. No pasa nada si no entiendes, todo se explicará a su debido tiempo.

–Sí -replicó él con una sonrisa fiera.

Tan solo una mirada a los ojos fanáticos de Lila le bastó para disipar todas sus dudas y remordimientos. Había nacido de nuevo, más oscuro, más tenebroso y terrible. Seguiría al Rey de los Ojos hasta el final de los tiempos, con el amor de su vida y de su muerte a su lado.


"DÍA DE LOS MUERTOS"


[Allen Rausch]