Pero por su patria, como un soldado - Stephen Goldin
ES posible que las güeñas sean endémicas para la humanidad, que nuestras agresiones sean una parte esencial de nuestros impulsos por crecer como individuos y como raza. Indudablemente, siempre ha habido güeñas, al menos si nos atenemos a lo que la historia puede testimoniar, o a lo que los artefactos prehistóricos pueden sugerir.
Stephen Goldin nos presenta algunos de los vastos cambios que el futuro puede provocar... pero su cuento culmina en un reductio ad absurdum que no resulta en absoluto gracioso.
Harker despertó a la luz mortecina, a las sirenas, al pánico que lo rodeaba. Pasos rápidos y alborotados repiqueteaban por los pasillos del refugio subterráneo, precipitándose hacia ningún resultado visible ni hacia ningún logro posible. Había estallado la guerra.
Él estaba enfundado en el mismo traje espacial que había usado la última vez, lo cual significaba que esta guerra se había desatado poco después de la anterior, o bien que no se habían registrado grandes adelantos en materia de trajes espaciales durante el lapso intermedio. Le quedaba, ajustado, con un casco semejante a una burbuja, que no era en absoluto invisible, ciñéndole la cabeza. Los tubos de oxígeno que habían caracterizado los primeros modelos ya no eran necesarios: por medio de algún mecanismo —la tecnología estaba mucho más allá de él— el aire se transmutaba dentro del traje, permitiéndole respirar.
Un cinturón de armas diversas le rodeaba la cintura. Él sabía instintivamente cómo debía usar cada una de ellas.
Una voz frente a él, el eterno sargento, un rol que persistía aunque variaran sus representantes.
—Lo siento, señores, no hay mucho tiempo para dar explicaciones. Tenemos serias dificultades. Estamos en un refugio subterráneo, debajo de ciertas ruinas. El enemigo se ha dispersado por encima de nosotros, buscándonos. Debemos permanecer en esta área durante cuatro horas más, hasta que lleguen los refuerzos. Ustedes son lo mejor que tenemos, nuestra única esperanza.
Las palabras "única esperanza" sonaron huecas en los oídos de Barker. Quiso reírse, pero no pudo. No había esperanzas. Jamás la habría.
Al menos, contando con ustedes ahora, los superamos en una relación de cinco contra cuatro. Recuerden, cuatro horas es todo lo que necesitamos. Vayan allá arriba y entreténganlos.
Una masa de cuerpos se encaminó a la puerta del ascensor que los llevaría a la superficie. Un calmo, resignado arrastrar de pies. La muerte dibujada en los cientos de rostros macilentos que lo rodeaban, y quizá también en el suyo.
Harker avanzó junto con el grupo. Ni siquiera se preguntó quiénes eran "ellos" a quienes se les había ordenado entretener. No tenía importancia. Quizá nunca la había tenido. De nuevo estaba con vida y en plena guerra.
—Se lo estamos pidiendo, Harker, por varias razones. El capitán hablaba pausadamente, tratando de asegurarse de que no hubiera malentendidos. Por un lado usted es, por supuesto, un buen soldado. Por el otro, no tiene compromisos de ninguna naturaleza... no tiene esposa, ni novia, ni parientes cercanos. Nadie que lo ate aquí y ahora.
Harker permaneció silencioso, aún no estaba del todo seguro de lo que debía responder.
Tras una pausa incómoda, el capitán prosiguió.
—De hecho, no podemos ordenarle que haga una cosa como ésta. Pero nos gustaría que usted mismo se brindara. Podemos hacer que su ofrecimiento valga la pena.
—De todos modos querría tener más tiempo para pensarlo mejor, señor.
—Por supuesto. Tómese su tiempo. Disponemos de todo el tiempo del mundo, ¿no es cierto?
Más tarde, recorriendo junto con Gary el desierto campo de desfiles militares.
—Apostaste a que me ofrecía —dice Gary—. No todos los días te ofrecen una licencia de dos meses y una bonificación, ¿no es verdad?
¿Pero que sucede después de eso?
—Gary deja eso de lado. El es de los que viven el momento presente.
—Faltan dos meses para que llegue ese momento. Además, ¿qué mal puede hacernos, después de lo que hemos pasado ya? Leíste el folleto explicativo, ¿no es cierto? Los últimos cuatro experimentos de descongelar a los monos resultaron un cien por ciento exitosos. No será mucho más difícil con nosotros.
—Pero el mundo habrá cambiado cuando nos despertemos.
—¿A quién le importa? El ejército seguirá siendo el mismo. El ejército siempre es el mismo, como lo ha sido desde el principio de los tiempos. Vamos, hagámoslo juntos. Apuesto a que si lo pedimos de buenas maneras nos dejarán estar juntos, en grupo. No dejes que entre solo a ese lugar.
Marker se ofrece al día siguiente y obtiene su licencia por dos meses, más la bonificación que se otorga a los individuos experimentales. Él y Gary abandonan juntos la guarnición, para disfrutar de sus dos últimos meses de libertad.
El primer mes están casi constantemente juntos. Es un tumulto de colores discordantes y de muchachas deslumbrantes, de filmes infinitos y espectáculos y bebidas. Es bastante triste, pero colma el tiempo de ambos y hace que sus mentes permanezcan en el hoy. Los días se deslizaban como un brusco carrusel de bronce, y sólo siguiéndole la pista cuidadosamente es posible observar que el carrusel gira describiendo un círculo.
Con un mes por delante, Harker abandona súbitamente a su amigo, y se va por su cuenta. Se deja ganar por la desolación hasta que le invaden las raíces del alma. A menudo camina solo por las noches, y varias veces lo detiene la policía. Aun cuando haya alguien a su lado, generalmente una prostituta, está solo.
Mira las cosas, las cosas simples, con renovada curiosidad. Los automóviles que se desplazan por la calle son de repente vehículos de grandes prodigios. Los rascacielos que se elevan por encima de él, sus muros descompuestos y sus ventanas estropeadas por el smog, todo se convierte en símbolos de un mundo que no existirá para él por mucho tiempo más. Se queda mirando fijamente durante una hora una moneda en la vereda, hasta que alguien repara en el objeto de su mirada y la recoge para guardársela.
Habla muy poco y hasta sus pensamientos son superficiales. Desconecta la mente y vive en condiciones elementales. Cuando tiene hambre, come; cuando su vejiga o sus intestinos están llenos, los alivia. Invita a prostitutas a su cuarto en el hotel para entregarse a cópulas que sólo sirven para expulsar el semen sobrante. Durante la última semana, es totalmente impotente.
Regresa a la guarnición cuando se le acaba la licencia y, de acuerdo con lo prometido, se le asigna un cuarto para compartir con Gary. Este aún parece estar de buen humor, impávido ante las perspectivas del futuro inmediato. La presencia del amigo debería levantar el ánimo de Harker, pero por alguna razón lo único que consigue es deprimirlo más aún.
Durante una semana, él y los otros voluntarios —trescientos en total— deben someterse a unos exámenes médicos que son los más exigentes que Harker ha probado. Luego lo guían, desnudo, a una sala blanca llena de urnas, algunas ya ocupadas, y otras aún vacías.
Allí lo congelan hasta el momento en que nuevamente se necesite un buen soldado.
Estaba oscuro arriba en la superficie; no era una oscuridad nocturna sino una lúgubre, lluviosa oscuridad de nubes. Una llovizna persistente caía del cielo, sólo para evaporarse nuevamente al contacto con las humeantes ruinas de lo que recientemente había sido una ciudad. La mayoría de los edificios se habían derrumbado, pero de tanto en tanto la silueta de un muro se erguía contra el cielo oscuro, desafiando futilmente el horror de la guerra. El suelo y los escombros aún hervían, pero el traje protegía a Harker de la temperatura. La llovizna y el vapor se combinaban para volver neblinoso el aire, y para conferir a los objetos una especie de velo que les negaba su realidad.
Obedeciendo a un impulso, Harker miró a su alrededor. Estaba rodeado por sus propios compañeros, quienes también acababan de emerger del ascensor. Aún no había señales de los misteriosos "ellos" a quienes supuestamente debía entretener durante cuatro horas. "Dispérsense", dijo alguien, y los profundos instintos entraron en acción. Arracimados en la entrada del ascensor, ofrecían un blanco demasiado fácil. Se dispersaron en grupos de uno, dos o tres.
Harker se halló sorpresivamente junto a una mujer... no era una resucitada, sólo un soldado más. Ninguno de los dos pronunció una palabra; probablemente tenían muy poco en común. Uno estaba enclavado en el tiempo; el otro erraba, desarraigado y en libertad.
Las nubes se abrieron por un instante, revelando un sol verde. Me pregunto de qué planeta se trata esta vez, pensó Harker, y aún antes de que la idea hubiera cobrado su forma final, la apatía había borrado el deseo de saber. No tenía importancia. Lo único que importaba era pelear y matar. Era por eso que estaba allí.
Un inesperado movimiento a su izquierda. Harker giró bruscamente, el arma lista para disparar. Una forma espectral se aproximaba desde la niebla. De tres metros de largo, exageradamente delgada, se movía agonizante, luchando contra lo que para ella era una gravedad en extremo pesada. Los recuerdos desbordaron la mente de Harker, los recuerdos de un planeta y su sol rojo, cuya gravedad era sólo un tercio la de la Tierra, de polvo y arena y sofocante aridez. Y de formas altas y delgadas como ésta. Los hombres a su lado, y un ejército avanzando sobre él. El enemigo. ¿Nuevamente un enemigo?
Harker hizo fuego. Esta arma disparaba vibraciones azules que parecían flotar con somnolienta lentitud en dirección al extraño. Lo alcanzaron con un estallido menos escuchado que presentido. ¿Electricidad estática? El ser se desplomó, sin vida.
La mujer asió el brazo de Harker.
¿Por qué lo hizo? —le preguntó.
—Era un... un... —¿cómo los llamaban?... Un bjorgn.
—Sí —dijo el soldado—. Pero ahora están de nuestro lado.
La resurrección es lenta, la primera vez, y no es en absoluto dolorosa.
Harker se despierta a la quietud y al blanco. Esa es su primera impresión. Después, cuando ordena sus pensamientos, sabe que también debió tener calefacción. Una enfermera enfundada en una almidonada casaca blanca y pantalones cortos está de pie junto a él, dándole la bienvenida a su regreso a la tierra de los vivientes. Le dice que han pasado siete años desde que fuera congelado. Hay guerra en África ahora, y se necesitan buenos guerreros, como él. Le dice que descanse, que por el momento no se le pide nada. El ha sido sometido a una serie de exámenes, y el descanso será la mejor medicina. Consecuentemente, Harker duerme.
Al día siguiente, un informe general dirigido a todos los resucitados es difundido por los aparatos de televisión situados junto a sus lechos, ya que aún se hallan incapacitados. Él informe explica algunos puntos del contexto de la guerra, cómo fue que los Estados Unidos se vieron involucrados en el conflicto, y de qué lado están peleando. Luego sigue una reseña de la guerra hasta el momento presente y una exposición rápida y exenta en detalles de la estrategia. El coronel a cargo de la exposición termina agradeciendo a esos hombres el haberse ofrecido para ese proyecto tan inusual y selecto, y expresando su confianza en el éxito de los voluntarios. Harker escucha cortésmente, cuando termina el informe apaga el aparato y se duerme.
Al día siguiente comienzan los ejercicios calisténicos. El haberse sumido en un sueño helado, ha quitado el vigor a los músculos de los hombres, y deberán ponerse en forma nuevamente antes de regresar al campo de batalla. En la sala de ejercicios físicos, Harker distingue a Gary y lo saluda con un movimiento de la mano. Almuerzan juntos, felicitándose mutuamente por haber sobrevivido al tratamiento. (Sólo cinco entre trescientos no han podido sobrellevarlo, y el proyecto es considerado un éxito.) Gary está más dicharachero que nunca, y expresa su optimismo de que esa guerra terminará pronto, y entonces ellos podrán regresar a la vida civil.
Otros cinco días de entrenamiento y luego se lanzarán al campo. Harker advierte que la guerra no ha cambiado en siete años. Las armas son un poco más pequeñas y la artillería dispara a distancias más largas y con más precisión, pero las pautas básicas no se han alterado. Las selvas africanas no son muy diferentes de las asiáticas, donde él adquirió su destreza. Los temores que abrigaba de ser un extraño cuando se despertara en el futuro carecen ahora de fundamento, y su depresión se disipa gradualmente. Lucha con toda la habilidad que adquirió durante la última guerra, y aprende además algunos nuevos ardides.
La guerra continúa diez meses más y finalmente se interrumpe. Comienzan las negociaciones de paz, cesa la lucha. El mundo entero festeja este último estallido de paz pero el regocijo no resuena completamente entre las filas de los soldados. Los resucitados son usados para hacer la guerra, y la idea de adquirir nuevas destrezas para los tiempos de paz los inquieta. Saben que afuera en el mundo no hay nada para ellos. Serían calurosamente recibidos como veteranos, pero serían extraños para esta época. La guerra es el único mundo que conocen.
El noventa y cinco por ciento de los resucitados que sobrevivieron, incluyendo a Barker y a Gary, acceden a un nuevo período de hibernación, para ser despertados cuando se los necesite para luchar.
Harker llevó consigo al otro soldado hasta atrás de un ripio, y le habló:
—¿De nuestro lado?
La mujer asintió.
—Han estado de nuestro lado durante los últimos cien años aproximadamente —contestó—, ¿Dónde...? —Se interrumpió bruscamente. Había estado a punto de preguntar: ¿Dónde ha estado durante todo ese tiempo? Luego adivinó la respuesta.
—Supongo que no tiene demasiada importancia —prosiguió—. Pueden reproducir su cinta cuando lo necesiten.
—¿Qué otras cosas no sé? —inquirió Harker.
—Ésta es una guerra civil. Humanos y extraños a ambos lados. No se puede saber exactamente de qué lado está una persona considerando solamente la raza a la que pertenece.
Como en Asia y África, pensó Harker.
—La única forma de saberlo es por el distintivo que les rodea el brazo. —Señaló el suyo, y el de Harker—. Nosotros somos verde. Ellos son rojo.
—¿Qué es lo que impide que un soldado rojo use un distintivo verde?
La mujer se encogió de hombros.
—Supongo que nada —respondió. Excepto que será muy probable que lo maten los disparos de sus propios compañeros.
—A menos que lo conozcan de vista.
El soldado sacudió negativamente la cabeza.
—No. Ellos han copiado algunas de nuestras cintas, lo que significa que han podido producir un duplicado de algunos de los nuestros. No confíes en nadie sólo porque lo has visto antes. Búscales el distintivo que llevan en el brazo.
Descargas de energía irrumpieron en el refugio temporal donde se hallaban.
—Aquí viene la acción —dijo Harker—. En marcha.
Pero antes de que pudieran moverse, la tierra explotó delante de ellos.
La siguiente resurrección resulta más fácil, porque los médicos han adquirido más experiencia. Pero aún sigue siendo dura.
Esta vez Harker se despierta al frío. Lo advierte aún antes que al blanco de la habitación del hospital. No es que el edificio no estuviera caldeado, pero hay un escalofrío en el ambiente que impregna todas las cosas.
La enfermera que se halla junto a él es mayor que la que lo atendió la vez anterior. Su casaca blanca no es tan almidonada y viste una pollera larga hasta el suelo. Es inexplicable que no se la pise y se caiga. También ella tiene algo de escalofriante; no es tan amigable como la anterior. Ella le explica con brusquedad que ha estado hibernando durante quince años, y que ahora la guerra se ha desatado en la Antártida.
Recibe la noticia con sosegada sorpresa: la Antártida encabezaba la lista de todos los lugares del mundo en los que él pensaba que no habría guerra. Pero aquí estaba y aquí pelearía. Se entera de que los Estados Unidos están luchando contra China por la posesión de un territorio en disputa. De modo que de nuevo debe luchar contra los orientales, aunque en una nueva región.
También Gary está aquí y se reanuda la amistad. Hay una semana de ejercicios calisténicos, para ponerse en forma nuevamente. Harker advierte que el ambiente está menos calmado que la primera vez, como si la gente estuviera impaciente por ver a los resucitados otra vez en el campo de batalla.
La Antártida, no es necesario decirlo, es un lugar de condiciones metereológicas diferentes de las que la mayoría de soldados están habituados. Se sumergen en pesadas botas y se cubren con guantes y abrigos livianos eléctricamente caldeados. Usan anteojos especiales para protegerse los ojos. Ahora sus armas lanzan rayos láser en lugar de proyectiles; les lleva algún tiempo acostumbrarse a la ausencia del recargador. Así como al clima. Frío en vez de calor, nieve en vez de lluvia, planicies desoladas y campos cubiertos del blanco elemento en vez de selvas y granjas. Para Harker, el territorio en litigio no es demasiado diferente de cualquier otro que se hubiera podido elegir, pero sus superiores le dicen que éste es el que les ha tocado de modo que éste es el territorio por el que se debe luchar.
Después de tres meses de combate, Harker resulta herido. Un rayo láser le roza el brazo, quemándole la carne hasta el hueso. Es conducido a un hospital donde le curan la herida en forma sumamente eficiente... pero mientras se hace atender, termina la guerra. De nuevo hay que optar entre volver a enlistarse o retirarse. Muchos de los resucitados deciden retirarse antes de que el mundo se vuelva demasiado extraño para ellos. Pero la jerga de los soldados contemporáneos ya se está tornando incomprensible y las pocas imágenes que Harker ha recibido del resto del mundo "moderno" parecen ajenas y discordantes. Después de discutirlo con Gary, ambos deciden abordar una vez más el expreso hacia la resurrección.
Sin embargo, esta vez se produce una nueva variación. Un programa muy experimental, altamente confidencial, se está desarrollando en esta oportunidad: en lugar de poner a un hombre a hibernar, ellos pueden grabar su mente como individuo y reconstruirlo más tarde cuando los necesiten. Esto hará que el sistema sea mucho más maniobrable, ya que prescindirán del problema de transportar los cuerpos congelados desde y hacia los campos de batalla. Este método es un poco arriesgado, ya que su eficacia no ha sido completamente demostrada, pero a la larga ofrece más ventajas.
Gary y Barker estampan su firma y son grabados a su debido tiempo.
Harker resultó ileso al ser despedido por la explosión, pero el otro soldado no ha sido tan afortunado. El lado izquierdo de su torso había sido destrozado y todos sus órganos se diseminaban por el suelo hirviente. Harker sacudió la cabeza para recuperarse del golpe y rodó rápidamente hasta un fragmento del muro que apenas se sostenía.
Ahora no estaba tan oscuro. Las armas de energía disparaban sus rayos, iluminando el campo con sus destellos multicolores. La llovizna seguía cayendo tenazmente, y las nebulosas aún se elevaban del suelo. Como espectros, pensó Harker. Pero no tenía mucho tiempo para pensar. Tenía una misión que cumplir.
No se podía aplicar ninguna estrategia en un combate de este tipo: era estrictamente hombre a hombre, una serie de batallas individuales en las que los únicos victoriosos eran los que quedaban con vida. Moverse cautelosamente, siempre alerta, buscando a alguien que ostente un distintivo del color contrario. Cuando aparece, disparar inmediatamente, antes de que sea él quien lo haga. Si el enemigo se halla demasiado lejos del alcance, arrojarle una granada. Reducir el número de enemigos para incrementar las propias filas. Permanecer con vida. Esa era la ley aquí, en este mundo sin nombre bajo un sol verde.
Después de matar a siete soldados enemigos, Harker emergió por una puerta para aparecer en una "calle" principal —o lo que antes había sido una calle principal— de esta ciudad. Ahora estaba atestada de montañas de escombros de los edificios derruidos: piedra, cemento, acero y vidrio plástico se mezclaban desordenadamente por todos lados. Miles de cuerpos de los que habían sido los habitantes originales estaban diseminados entre las ruinas. No eran humanos, pero a Harker le resultaba imposible reconstruirlos tal como habían sido. Muchos de los cuerpos estaban destrozados: Aquí una pierna inusualmente corta, un brazo de forma extraña más allá, un torso sin miembros ni cabeza a la distancia. Algunos estaban sepultados bajo los destrozos; otros habían sido cruelmente mutilados por los últimos avances de la tecnología bélica.
El estómago de Harker no se convulsionó ante lo que veían sus ojos. Había visto escenas como éstas anteriormente, muchas veces, en innumerables sitios a través del universo. Sólo le llevó un segundo absorber la silenciosa tragedia que se hallaba frente a él; después se puso en marcha.
Una descarga de energía hirió su pantorrilla derecha. Giró con rapidez y disparó instintivamente a su atacante, aun cuando sentía que se estaba desplomando.
Esta nueva forma de resurrección es algo súbito y temeroso, una descarga de energía que rescata a su alma de las profundidades del limbo.
Harker se despierta a la esterilidad, a un lugar de quietud anormal. El aire huele a algo curioso, antiséptico, tanto más que la mayoría de los hospitales en los que ha estado. También su cuerpo lo siente extraño, como si estuviera suspendido en algún líquido extrañamente etéreo; sin embargo puede sentir un lecho firme bajo la espalda. Su corazón golpea dentro de su pecho, con demasiada prisa, con demasiada violencia.
Está en una habitación con otros hombres, otros resucitados, quienes se sienten igualmente extraños y perplejos. Ahora la cantidad de soldados es casi tres veces mayor que aquellos trescientos que habían sido en un principio, y habían estado muy comprimidos uno junto al otro para poder ocupar una misma y vasta sala. Harker levanta la cabeza, y después de mucho mirar logra distinguir a Gary quien se halla a unas doce filas de distancia. La presencia del amigo alivia un poco esa sensación de ser un extraño que lo embarga.
"Bienvenidos a la Luna, señores"; ruge una voz desde un altoparlante. Hay una reverberación de jadeos a través de la habitación ante la revelación de esta residencia. ¡La Luna! Sólo los astronautas y los científicos debían ir allí. ¿Acaso ahora hay guerras en la Luna? ¿Qué año es éste, y contra quién —y cómo— se supone que deben combatir?
El altoparlante prosigue, suministrando más información. Para empezar, ellos han dejado de pertenecer al ejército de los Estados Unidos. USA. ha sido incorporada a la Unión Norteamericana, la que ha heredado sus grabaciones. El enemigo son los Sudamericanos, los sammys, comandados en su mayoría por el complejo Peruviano. Ambas potencias luchan por la posesión del Mare Nectaris, el que simboliza los puntos de desacuerdo que existen entre ellas. Desde que se proscribiera la guerra en la Tierra, las agresiones deben canalizarse aquí, en la Luna.
—¡La Luna! —exclama Gary cuando finalmente puede hablar con su amigo—. ¿Es posible? Jamás pensé que lo haría aquí arriba. ¿No te da rabia de sólo pensarlo?
Los ejercicios calisténicos no son necesarios, ya que sus cuerpos han sido recreados en un estado físico tan bueno como el de que gozaban la primera vez que habían sido grabados. Pero sí tienen que pasar casi dos semanas de entrenamiento para ser capaces de soportar la gravedad más liviana de la Luna. También tienen que adaptarse a los trajes espacíales, y se debe ejercitar a los hombre en una serie de instintos completamente nuevos para procurar que nada rasgue sus trajes, los vientres portátiles que llevan para enfrentar las hostilidades de la naturaleza.
Harker advierte que las armas que disparan proyectiles vuelven a usarse como armamento antipersonal. En la Luna, y usando trajes espaciales, una pequeña esquirla de granada es casi tan mortífera como un rayo láser. Los rifles que disparan el equivalente lunar de las balas son usados en grandes cantidades por la infantería que se halla en los campos. Los satélites orbitales cubren su avances con ondas de energía de gran alcance que Harker no puede ni siquiera empezar a comprender.
Descubre que es un método de lucha completamente diferente. Totalmente silencioso. Llevan radios en sus trajes, pero se les ha prohibido tocarlas porque el enemigo podría triangular sus posiciones. Los soldados no producen ningún sonido, y sobre la superficie desprovista de aire de la Luna, las armas no producen ningún sonido. Es una batalla en pantomima, con la muerte silenciosa presta a revelarse en cualquier momento.
Gary cae muerto a la tercera semana de lucha. Esto sucede durante una batalla en el extremo abierto del cráter Fracastorious, que resulta ser el punto decisivo de la guerra. Gary y Harker forman parte de una línea que avanza cautelosamente por la llanura cubierta de cráteres cuando repentinamente Gary se desploma. Otros hombres que avanzaban en la línea también caen. Harker permanece inmóvil excepto por la cabeza que logra mover dentro del casco, y puede ver así la minúscula rasgadura en el costado derecho del traje espacial de su amigo. La herida podría haber sido mínima, pero la descompresión explosiva ha sido fatal. Los ojos de Gary están fuera de las órbitas, como horrorizados ante la muerte, y la sangre mana de la nariz y la boca.
Harker llora al amigo. Por última vez, llora. Permanece tendido en el suelo durante tres horas, inmóvil, hasta que su provisión de oxígeno está casi agotada. Luego es recogido por una patrulla de control Sammy y tomado prisionero. El breve lapso que queda de la guerra lo pasa sentado en un campamento Sammy donde lo tratan con la decencia suficiente, y sólo debe sufrir algunas humillaciones. Cuando termina la guerra es devuelto a la U.N.A. donde, aún aturdido por la muerte de Gary, se presta a que lo vuelvan a grabar para uso futuro.
Harker cayó, golpeándose la cabeza contra un muro de piedras. El casco —a diferencia de los cascos primitivos que había usado las primeras veces, los que se habrían hecho pedazos— resistió el impacto, pero le desató un zumbido en los oídos que sofocó momentáneamente los latidos de dolor de la pierna. Permaneció en el sitio, esperando que la muerte, en la forma de un soldado enemigo, viniera a buscarlo. Pero nada sucedió. Algunos instantes después recuperó la lucidez, lo cual sólo significaba que podía sentir la atenazante agonía de su pierna más intensamente. Aquello fue apenas un progreso.
Si el soldado no había asestado el golpe mortal, aquello podía significar que el disparo reflejo de Harker lo había matado o herido. Tenía que descubrirlo rápidamente; su vida podía depender de eso. Se retorció de dolor, la pierna latiéndole con agonía. Más allá, aproximadamente a treinta metros calle abajo, un cuerpo vestido con un traje espacial yacía tendido en el suelo. No se movía, pero ¿estaba muerto? Tenía que averiguarlo.
Harker se arrastró por el campo de muerte, por entre los restos de los cuerpos destrozados. La parte delantera de su traje espacial se cubrió de lodo y de una sangre que aún no estaba totalmente seca y que tenía una consistencia aceitosa e inhumana. La llovizna se acentuaba, volviéndose lluvia, pero aún continuaba formándose por las emanaciones del suelo calentado por las radiaciones Nubes de vapor velaban su camino, ocultando el objeto de su búsqueda. Sin embargo, Marker se arrastraba, manteniendo el rumbo que sabía que era el correcto.
La pierna estaba en llamas y cada centímetro que ganaba arrastrándose era el infierno, una pesadilla surrealista del mundo enloquecido. Por un instante creyó haber oído un grito y miró en torno, pero no había nadie por los alrededores. Debió haber sido una alucinación. Las había experimentado antes, en el campo de batalla bajo los efectos del dolor.
Alcanzó su meta después de un deslizarse de una eternidad. Pudo detectar estremecimientos débiles entonces el enemigo aún estaba con vida, aunque agonizante. Marker dio vuelta al cuerpo para descargar el golpe mortal; entonces clavó la vista en el rostro del hombre
Era Gary.
Ahora todas las resurrecciones parecen fluir al mismo tiempo en su memoria. Piensa que la próxima es en Venus, el sitio de los pantanos hediondos y calurosos, de presión atmosférica casi mortal y de pequeñas formas de vida protectoras. Éstos son los primeros extraños que ha matado en su vida, las diminutas criaturas de no más de veinticinco centímetros de altura capaces de cubrir completamente un hombre y matarlo con un millón de diminutas puñaladas. Al principio resulta más sencillo matar seres no humanos, despojándose de los escrúpulos. Pero eventualmente eso no importa. Matar es matar, no importa a quién se mate. Se convierte en un proceso clínico y mecánico, que debe llevarse a cabo tan eficientemente como sea posible, y sobre el que no se debe reflexionar.
Luego nuevamente en la Luna —¿o acaso es Marte? —luchando contra otros humanos. Esta vez los trajes espaciales son más modernos, más resistentes, pero la lucha es igualmente silenciosa, igualmente mortal.
Luego nuevamente una guerra en la Tierra. (Aparentemente aquella proscripción de la guerra en el planeta madre no ha producido resultados tan satisfactorios como se esperaba.) Parte de la lucha se desarrolla incluso bajo los océanos, dentro y fuera de vastas cúpulas que contienen ciudades de millones de habitantes. En esta guerra pelean delfines entrenados y marsopas. No importa. Marker los mata sin fijarse en su aspecto.
Esta guerra es para Harker la última vez que pone los pies sobre su planeta natal.
Después viene un gran salto hacia la guerra interestelar. Es resucitado en un planeta bajo un sol triple —Alfa del Centauro, dice alguien— y el enemigo se presenta en forma de gusanos de cuerpo calloso provistos de aguzadas pinzas, que miden sesenta centímetros de largo. Pelean valientemente a pesar de contar con una tecnología mucho más primitiva. Para entonces Harker ya no está seguro de para quién lucha. Su bando es el que lo resucita y le facilita un enemigo a quién combatir. Ellos le proporcionan abrigo, alimentos, ropa, armas, y ocasionalmente descanso. Ya no se molestan en explicarle por qué lucha. Ya no parece que a él le importe.
Despertarse y pelear hasta que ya no quede nadie en pie; luego replegarse al purgatorio hasta la próxima guerra, la próxima batalla. La máquina de matar llamada Harker ha recorrido las superficies de cien planetas, dejando nada más que destrucción y muerte tras cada resurrección.
Gary levantó la mirada y la clavó en los ojos de Harker. Estaba agonizando, cerca de la muerte; pero ¿había algún signo de reconocimiento en esa mirada? Harker no podía hablarle, sus comunicadores funcionaban en frecuencias diferentes, pero había algo en los ojos de Gary... una súplica. Una súplica de ayuda. Una súplica por una muerte más rápida y piadosa.
Harker accedió.
Su mente estaba aturdida, la pierna le quemaba. No pensó en la paradoja de que Gary aún estuviera con vida aunque él lo había visto morir en la Luna (caños, siglos, milenios?) atrás. Él sólo sabía que le dolía la pierna terriblemente y que su posición ofrecía un blanco fácil. Se arrastró sobre un costado sosteniéndose sobre el codo izquierdo para poder avanzar, y se detuvo a diez metros junto a un fragmento de pared. La traspuso por encima y cayó pesadamente al suelo. Si no completamente a salvo, al menos estaba alejado de la calle, fuera del espacio abierto.
Buscó el equipo de primeros auxilios que llevaba en el cinturón, para curarse la pierna. Pero no había nada allí. La idea tardó un minuto completo hasta penetrar en su mente: no le habían dado un equipo de primeros auxilios. Lo ganó un instante de rabia, pero se apaciguó rápidamente. ¿Por qué habrían de darle un equipo? ¿Qué representaba él para ellos? Un modelo extraído del pasado, un anacronismo: útil para combatir y, si era necesario, para morir. Nada más. Era un espectro que vivía más allá de su hora señalada, aferrándose a la vida en medio de la muerte. Un hombre que se alimentaba de carroña, nutriéndose de la muerte y la destrucción para sobrevivir, porque no tenía otra meta más que matar. Y una vez finalizada la matanza, era guardado hasta que de nuevo le llegara la hora.
Se sentó sobre las piedras apoyando la espalda contra la inestable pared y, por primera vez desde la muerte de Gary en la Luna, lloró.
Asia
África
Antártida
Luna
Venus
Pacífica
Alfa del Centauro
El planeta de los bosques,
El mundo de los océanos de amoníaco..
Planetas cuyos nombres jamás se había preocupado por averiguar.
Los espectros de billones de muertos en las guerras asaltaron su conciencia. Y Marker llora con ellos, para ellos, por ellos, sobre ellos, hacia ellos.
Hubo un movimiento. Un hombre con un distintivo rodeándole el brazo. Una figura extrañamente familiar. Él no había visto a Marker aún. Sin pensarlo, la mano de Marker levantó el arma para disparar.
Su movimiento atrajo la atención del otro. El soldado, cuyos reflejos eran tan veloces como los suyos propios, giró rápidamente para enfrentarlo. Era él mismo.
"Ellos han copiado algunas de nuestras cintas" le habían dicho. Exactamente. Entonces ellos podían contar con un Marker, de la misma forma en que podía hacerlo su bando. Quiso reírse, pero el dolor de la pierna se lo impidió. Hubiera sido su primera risa en incontadas encarnaciones. Ésta era la última ironía: luchar contra él mismo.
Los ojos de los dos Harker se unieron, estrechamente. Por un desdichado instante, cada uno leyó el alma del otro. Luego cada uno disparó al otro.