«INFANTICIDAS, VIOLADORES, HOMOSEXUALES Y PERVERTIDOS DE TODAS LAS CATEGORÍAS». LA HOMOSEXUALIDAD EN LA PSIQUIATRÍA DEL FRANQUISMO.

Antoni Adam Donat y Alvar Martínez Vidal

A Mercedes Donat, in memoriam

Durante el franquismo, la psiquiatría oficial compartía las señas de identidad del régimen militar surgido de la Guerra Civil; y, en ese sentido, ha sido calificada de simple, personalista, arbitraria e impropia. Ligada a la medicina legal, la psiquiatría reducía la sexualidad a unas cuantas consideraciones en torno al «instinto sexual» y sus perversiones. Retomaba así el discurso médico decimonónico y se adaptaba a las exigencias, en materia de moral, del nacional-catolicismo más que a los conocimientos científicos de la época.

En cuanto a la homosexualidad, Gregorio Marañón, en su obra Los estados intersexuales en la especie humana (Marañón, 1929), había defendido, en síntoma con otros autores de la época, que la conducta homosexual no debía incluirse como delito en el código penal y que, incluso, podía ser evitada mediante una adecuada educación sexual durante la adolescencia y la juventud. Pero, bajo la dictadura franquista, se obviaron tales recomendaciones, y esta conducta se criminalizó desde la ley, manteniéndose sujeta tanto a los intereses de la psiquiatría como a los de la medicina legal. En este trabajo se analizan las contribuciones realizadas por algunos representantes de ambas disciplinas, que, en el marco universitario español de estos años, se solapaban mutuamente.

Introducción: la medicalización de la homosexualidad

Durante las últimas décadas del siglo XIX, la homosexualidad se configuró como un trastorno psicopatológico a través de un largo y complejo proceso de medicalización. Tal proceso, más que una simple reinterpretación de una realidad preexistente, supuso una redefinición en términos de enfermedad mental de algunos aspectos morales, legales o religiosos relacionados anteriormente con la sodomía en general y el pecado nefando en particular. Asimismo, la medicalización de la homosexualidad no puede desmarcarse del nacimiento de las especialidades médicas ni de los nuevos valores de la sociedad burguesa surgida de la revolución industrial.

Durante la centuria que media entre 1869, año en que se acuñó el término «homosexual» y la primera desclasificación de la homosexualidad como enfermedad mental, en diciembre de 1973, los médicos, y entre ellos los psiquiatras, conquistaron un territorio que había pertenecido primordialmente a los juristas y a los moralistas, hasta lograr un dominio social y cultural que les permitía gestionar y mantener el discurso público sobre la homosexualidad desde la suprema objetividad e imparcialidad de la ciencia (Bayer, 1987). Los médicos y los psiquiatras no se limitaron a un simple cambio de etiquetas, transformando un pecador (el sodomita) en un enfermo (el homosexual); más bien se trató de «una metamorfosis de la realidad social y psicológica, en gran parte por obra de la medicina, que transformó un tipo determinado de conducta sexual en una condición o manera de ser» (Hansen, 1990, p. 107). Desde las instituciones docentes y asistenciales, y a través del periodismo médico y de la literatura de divulgación, los médicos construyeron algo más que una simple etiqueta diagnóstica; contribuyeron decisivamente a definir una manera de ser, a crear un nuevo sujeto que era consciente de su identidad. Los médicos, y en particular los psiquiatras, ayudaron a modelar experiencias, construyendo no solamente una nueva enfermedad —la homosexualidad— sino también un nuevo tipo de personalidad: la del homosexual moderno.

El paradigma médico en torno a la homosexualidad cristalizó en la obra Psychopatbia Sexualis[123], de Richard von Krafft-Ebing, neuropsiquiatra alemán y uno de los principales protagonistas de la escuela vienesa de medicina, que destacó por sus trabajos en neurología, patología sexual y medicina legal y forense. En Psychopatbia Sexualis se recogían unos doscientos historiales clínicos procedentes de ficheros policiales, de registros de manicomios y de los pacientes atendidos por el propio autor o por algunos de sus colegas. Con estos registros se ilustraban y se clasificaban las distintas manifestaciones psicopatológicas de la vida sexual dentro del amplio capítulo de las perversiones. Krafft-Ebing consideraba la homosexualidad «como un estigma funcional de las degeneraciones y como un fenómeno parcial de un estado neuro-psico-patológico cuya causa más frecuente se encontraba en la herencia» (Krafft-Ebing, 1950, p. 434). Del mismo modo, postulaba la idea de que la única práctica sexual 'natural', y por tanto admisible, era la procreativa, reforzando los prejuicios populares y religiosos de la época.

Sobre la base del concepto de degeneración formulado por August Morel a mediados del siglo XIX y a partir de un número limitado de casos, Krafft-Ebing inventarió todas las perversiones sexuales imaginables, y estableció el perfil personal de un estereotipo de homosexual masculino: hipersexual, emocionalmente inmaduro, contaminado neuropáticamente, de hábito físico asténico, etc.; en otras palabras, aquello que se ha venido denominando 'personalidad homosexual', tipificada por estos rasgos y vigente a lo largo del siglo XX. En su obra, Krafft-Ebing también sentó las bases de las medidas terapéuticas y preventivas que posteriormente se aplicarían a los homosexuales, incluyendo los programas eugenésicos de higiene sexual. Es necesario advertir que un elemento esencial de este libro fue la inclusión, en las sucesivas ediciones, de nuevos relatos que narraban, incluso en primera persona, las experiencias de muchos de sus lectores, algunos de los cuales eran médicos y estudiantes de medicina. Así, se encuentran testimonios de personas que, aun identificándose con los casos clínicos descritos, discrepaban abiertamente tanto del supuesto carácter patológico o aberrante de todos los homosexuales, como de las causas, de las tipologías y de las manifestaciones que en torno a la homosexualidad había descrito Krafft-Ebing (Oosterhuis, 1997).

Los lectores/autores de estos relatos se percibían a sí mismos como sujeto y objeto a la vez de las aportaciones de la medicina. Su interés por la Psychopathia Sexualis derivaba, en parte, de su convicción íntima de que la atracción entre personas del mismo sexo no era intrínsicamente perversa, sino 'natural' y digna. En este sentido, la ciencia era, para muchos de ellos, el camino ideal que les conduciría a la verdad y a la libertad. Por este motivo, muchas personas que se identificaban como homosexuales confiaban sus experiencias a los médicos y a los psiquiatras, al tiempo que leían la literatura profesional sobre sexología médica con el fin de encontrar una explicación para la peculiaridad de sus experiencias afectivo-sexuales, explicación que fuera científicamente rigurosa, a la vez que estuviera libre de prejuicios morales y religiosos. Dichos lectores/autores, que reivindicaban su sexualidad y cuestionaban los presupuestos de la ciencia, eran a menudo profesionales —médicos, abogados, profesores universitarios— con un nivel de formación elevado que pertenecían a las clases sociales acomodadas. Esta interrelación entre médicos y pacientes fue una constante a lo largo del siglo XX, y uno de los rasgos más característicos del proceso de medicalización de la homosexualidad. Supone, pues, un claro ejemplo de que los límites entre los expertos y los profanos no son tan nítidos como la historiografía tradicional concibe los procesos de popularización científica, y explica en buena medida el protagonismo y la participación de los propios homosexuales en el largo y complejo proceso de desmedicalización de la homosexualidad (Bayer, 1987; Adam Donat, Martínez Vidal, 2002).

La homosexualidad en la medicina española previa a la Guerra Civil: Gregorio Marañón

La psicopatología de las perversiones fue acogida con bastante retraso en la España de la Restauración. Esta tardía recepción tuvo lugar, primero, a través de los textos de medicina legal y forense, y sólo con el tiempo las nuevas teorías sobre las perversiones sexuales —teorías que no se limitaban a la descripción de los actos sexuales, sino que también describían el perfil social e incluso anatómico del individuo perverso— serían reconocidas por la psiquiatría (Vázquez García, 2001). A diferencia de otros países europeos, la psiquiatría no existía como disciplina académica en la universidad española de la época. No se enseñaba como tal en la licenciatura de medicina y ni siquiera contaba con un cuerpo doctrinal propio y consolidado. En las primeras décadas del siglo XX, la incipiente especialidad precisaba ampliar los conocimientos sobre la enfermedad mental en general, y sobre las perversiones sexuales en particular. Por entonces, los neuropsiquiatras españoles seguían las corrientes de la pujante psiquiatría alemana, como anteriormente se habían acogido a la frenopatía francesa (Adam Donat, Martínez Vidal, 2004).

Si la psiquiatría española, en general, precisó de las contribuciones foráneas para su conformación como especialidad, en el terreno específico de la sexología el núcleo central de las teorías y los conocimientos fueron elaborados por una figura que alcanzó muy pronto una considerable audiencia e influjo internacional: Gregorio Marañón (1887-1960), médico endocrinólogo y escritor de renombre, cuya obra mantuvo una amplia vigencia a lo largo de varias décadas (Glick, 2005). En su libro sobre los estadios evolutivos de la sexualidad, Marañón dedicaba un amplio capítulo a la homosexualidad, que concebía como un «estado intersexual» de carácter atávico. Abordaba la evolución del concepto de homosexualidad, la constitución somática del homosexual y las causas del supuesto trastorno. Refiriéndose a la homosexualidad como una fase en la evolución y desarrollo de las especies, afirmaba:

puede asegurarse que el homosexualismo, producto aún de la insuficiente diferenciación sexual, es menos frecuente a medida que, en la vida de las especies, nos acercamos al hombre. Y en el hombre tal vez hubiera desaparecido ya si influencias psicológicas y pedagógicas desgraciadas no lo hubiesen dificultado. De todos modos, ésta, como todas las demás manifestaciones aberrantes del amor, disminuye cada día (Marañón, 1969, p. 156)[124].

Marañón postulaba que «todo ser es, en sus principios, bisexuado, y que sólo posteriormente, en el curso de su desarrollo, se decide el sexo definitivo a que pertenecerá durante toda su existencia» (1969, pp. 144-145). A diferencia de Freud, entendía esta bisexualidad como la presencia, en ambos sexos, de características somáticas y funcionales del otro sexo, características que no residían en la imaginación sino que estaban «circulando en su sangre» (1969, p. 142). Desde una concepción marcadamente endocrinológica, Marañón elaboró una teoría de la diferenciación sexual varón-hembra basada en la evolución de los caracteres sexuales secundarios, tanto los anatómicos como los funcionales, desde el nacimiento a la senectud (1969, p. 28)[125]. Basaba sus observaciones en la aparición de caracteres sexuales propios del otro sexo, bien en condiciones fisiológicas (el climaterio en las mujeres), bien en estados patológicos (alteraciones hormonales, tumores de las glándulas suprarrenales, lesiones testículares, etc.). También afirmaba que entre el varón perfecto y la hembra perfecta existían tipos intermedios con caracteres sexuales menos netos, hasta llegar a «una zona de conjunción intersexual en la que la pureza y la diferenciación de los dpos extremos se torna en ambigüedad y confusión» (1969, pp. 142-143).

En su elaboración personal acerca de la homosexualidad, Marañón integraba las teorías endocrinológicas con las teorías referidas al desarrollo del individuo y de la especie (ontogenéticas y filogenéticas), sin olvidar las contribuciones de las autoridades de la sexología (Krafft-Ebing, Ellis, Hirschfield, Bloch o Freud). Basándose en todos estos criterios, explicaba la homosexualidad como una enfermedad subsidiaria de recibir diferentes tratamientos: desde la opoterapia[126] e injertos testiculares, hasta los ejercicios «viriles» o lo que él denominaba «ambiente psíquico» (1969, pp. 164-167). Con todo, imbuido de una visión marcadamente procreativa de la sexualidad y fiel a sus convicciones católicas, apuntaba que la contención, esto es, la castidad, sería el mejor remedio para esta perturbación sexual:

[refiriéndose a la persona homosexual que opta por la castidad]… la fe y la disciplina religiosa suelen ser la razón suprema de que la conducta se haya mantenido limpia y el alma en paz. En ésta, como en todas las tempestades del espíritu, la ayuda de Dios es, claro, lo esencial (…), lo demás, lo que intentamos los médicos, es muchas veces útil, pero, por ahora, secundario (1969, p. 158).

—En la edición de 1929, Marañón llegó a considerar un «progreso no solamente científico, sino social y moral» el hecho de incluir la homosexualidad entre los estados intersexuales (Marañón, 1929, p. 125). De ahí que defendiera su eliminación del código penal, pues considerarla un delito «no sólo se trata de una insensatez en el terreno científico, sino, socialmente, de una táctica, a más de inhumana, notoriamente contraproducente, dada la peculiar psicología de los homosexuales» (1929, pp. 125-126)[127]. Dentro de esta visión despenalizadora, llegaba a plantear que «el invertido es, pues, tan responsable de su anormalidad como pudiera serlo el diabético de su glucosuria y que cada cual, en este mundo, no ama lo que quiere, sino lo que puede» (1929, p. 127). Esta propuesta, que para la época se consideraba avanzada e innovadora, fue aceptada incluso por médicos de orientación anarquista como Félix Martí Ibáñez (Cleminson, 2004) y su influencia sirvió como base científica a la medicina legal y la criminología en otros países (Feria, 2004). Sin embargo, en las ediciones de Los ensayos sobre la vida sexual publicadas durante el franquismo (1951, 1969) se omiten todas estas reflexiones y se desvanece su postura abiertamente contraria a la penalización de la homosexualidad.

Durante la II República, Marañón y su obra gozaron de un prestigio extraordinario que rebasó ampliamente el ámbito académico[128]. Sus estudios sobre la figura de Amiel, el superhombre, y la de su opuesto, el don Juan, eran objeto de los debates más encendidos en la prensa diaria y en las tertulias de la capital. Católico y liberal, se distanció de la causa republicana y, de hecho, mientras duró la contienda civil su vida transcurrió en el exilio. Su vuelta a España, después de acabada la guerra, significó el acatamiento del régimen militar, sin que por ello consiguiera la plena aceptación de quienes entonces detentaban el poder en los estamentos culturales, universitarios y profesionales. Así, mientras se le reconocían sus méritos como clínico, endocrinólogo y ensayista, sus aportaciones a la sexología médica serían poco menos que ignoradas por aquellos que protagonizaron la docencia de la medicina y, en particular, por los titulares de la cátedra de Psiquiatría de la Universidad Complutense de Madrid (Adam Donat, Martínez Vidal, 2004).

La homosexualidad en la psiquiatría del franquismo

Valentín Pérez Argilés: una enfermedad contagiosa

En términos generales, la psiquiatría de los primeros años del franquismo soslayaba la homosexualidad; solamente la abordaba de forma tangencial, más para condenarla que para estudiarla, y situaba al homosexual más cerca de la figura del delincuente que de la del enfermo. La medicina legal, por el contrario, dedicaba a la homosexualidad un tratamiento mucho más amplio, aunque, eso sí, la relegaba al ámbito estricto de lo delictivo, incluyéndola entre las perversiones o desviaciones del instinto sexual, junto a las violaciones, los estupros y los atentados contra la moral y las buenas costumbres. Aunque paulatinamente la psiquiatría se consolida como disciplina académica en la universidad y como especialidad médica diferenciada, la mayor parte de los contenidos concernientes a la psicopatología de las perversiones se mantienen en el campo de la medicina legal y forense. El hecho de que la homosexualidad fuera tratada en los textos docentes de medicina legal podría explicar su relativa ausencia en los de psiquiatría. En cualquier caso, entre una y otra disciplina existían amplias áreas de solapamiento.

Siguiendo esta línea, no resulta extraño que Valentín Pérez Argilés, catedrático de medicina legal de la Universidad de Zaragoza, publicara unas Lecciones de psiquiatría (Pérez Argilés, 1941) al poco de acabar la Guerra Civil. En el prólogo de esta obra, en relación con el solapamiento entre ambas disciplinas y la escasa implantación académica de la psiquiatría, el autor alegaba que «los titulares de Medicina legal nos vemos precisados a simultanear la exégesis de las Psiquiatrías clínica y forense, y así tendrán que continuar las cosas, en tanto no sea creada una cátedra de Psiquiatría en todas las Facultades de Medicina» (1941, p. 5). Cabe recordar que aún faltaban unos años para que se creara una cátedra de psiquiatría en la España de la posguerra, cátedra que sería ocupada en 1946 por el psiquiatra militar Antonio Vallejo Nágera. En este mismo prólogo, Pérez Argilés, refiriéndose a la psiquiatría, se lamentaba en estos términos: «en nuestra Patria —no obstante la meritísima labor de algunos— no ha llegado a existir una figura formadora de escuela en esta rama del saber, al modo de lo ocurrido respecto a la Histología, Endocrinología, etc.» (1941, p. 5). Evidentemente, obviaba a figuras de la talla de Emili Mira López (1896-1964), de Francesc Tosquelles Llauradó (1912-1994) o de Gonzalo Rodríguez Lafora (1886-1971), quienes, junto con toda una generación de psiquiatras leales a la República, se vieron forzados al exilio tras la Guerra Civil (Guerra, 2003). En las Lecciones de psiquiatría, Pérez Argilés apenas alude a la homosexualidad, ni tan siquiera para incluirla entre las enfermedades mentales o los trastornos de los instintos, a pesar de haber revisado —según afirma— «hasta un total de más de cuatrocientos trabajos» (1941, p. 6) de diferentes autores y orientaciones. La homosexualidad sí aparece mencionada, bajo el epígrafe de las psicopatías, en la clasificación de las enfermedades mentales que propone Pérez Argilés, siguiendo la nomenclatura de Kraepelin (1941, pp. 91-94). A lo largo de las Lecciones de psiquiatría, el autor alude, de forma muy somera, a las «perversiones instintivas» y a las «desviaciones de las tendencias normales». Define la perversión como «desviación de la norma en el sentido que fuere», si bien advierte que para los juristas la perversión se entiende «siempre en el sentido de maldad»; de ahí que no dude en afirmar que «en esta cuestión es donde más hondas diferencias han aparecido entre psiquiatras y juristas» (1941, p. 109). Finalmente, cuando plantea la profilaxis de las enfermedades mentales, remite a medidas eugenésicas drásticas como «la esterilización sexual de los individuos con taras hereditarias» (1941, p. 88), pero en ningún caso hace referencia explícita a los homosexuales entre los sujetos a los que se les debería aplicar estas medidas profilácticas.

Sin ninguna otra aportación al campo de la sexología, unos años más tarde, Pérez Argilés dedicó al tema de la homosexualidad el discurso de la sesión inaugural del curso académico de la Real Academia de Medicina de Zaragoza (Pérez Argilés, 1959). Se trata de un texto marcadamente retórico, aparentemente erudito, recargado de citas de autoridad y escrito para ser declamado en un acto académico solemne. En él se mezclan todo tipo de consideraciones: de la homosexualidad entre los animales a las penas impuestas por sodomía en el Fuero Juzgo o en las Partidas, pasando por el «ejercicio del vicio griego» en la Antigüedad y apuntando la altísima proporción de homosexuales hallados en Alemania e Inglaterra frente a «las proporciones muy reducidas» encontradas en España, sin dejar de lado el tratamiento de la 'inversión' en el viejo refranero español. También se incluye en el Discurso una invectiva en contra de aquellos que él denominaba «defensores de la homosexualidad», esto es, autores como Karl Ulrichs, Magnus Hirschfeld y, sobre todo, André Gide.

Del Discurso, cabe destacar ahora el apartado que Pérez Argilés titula «Configuración penal de la homosexualidad» (1959, pp. 25-26), ya que allí expone su carácter contagioso, comparándola con la tuberculosis:

los postuladores de la impunidad de la homosexualidad, a partir del Código de Napoleón, van aprovechando la evolución de las doctrinas médicas para fundamentar su postura, y así llegamos, en la etapa contemporánea inmediatamente precedente, al concepto de los llamados estados intersexuales, que parecen constituir una explicación satisfactoria del hecho homosexual. En tal momento se esgrime con fuerza el siguiente raciocinio: el homosexual no es responsable de su homosexualidad, como el diabético no lo es de su diabetes. La comparación viene avalada por tratarse de dos conceptos tomados igualmente del campo endocrinológico, según las teorías imperantes en el momento que se formuló; pero, cual otras comparaciones, adolece de falsedad parcial. En efecto, el diabético no ofrece peligro de contagiosidad. La comparación sería más justa si dijera: Tampoco el tuberculoso es culpable de su tuberculosis; pero tendrá una grave responsabilidad cuando por odio al resto de la Humanidad sana (dolo), o desinteresándose del riesgo de su contagiosidad (dolo eventual), o por ignorancia, etc. (culposamente), se dedique a la siembra de sus esputos bacilíferos (1959, pp. 25-26).

Según Pérez Argilés, al igual que el tuberculoso, el homosexual tendría una grave responsabilidad en la propagación de su 'enfermedad', por lo que supondría un peligro real para la sociedad. Peligro que unas veces —añade más adelante— será doloso («frecuente afán proselitista»), otras será un dolo eventual («cuando realiza sus conquistas sin preocuparse de la persona a la cual se dirige») y otras actuará de forma culposa («en las ocasiones que, de buena fe, crea dirigirse a un similar y sufra una equivocación»). Por ello, concluye: «la esencia del peligro social del invertido radica en su contagiosidad» (1959, p. 26). De paso, Pérez Argilés, sin citarlo, refutaba la etiología endocrina que postulaba Marañón en defensa de la despenalización de la homosexualidad; y, en una argumentación realmente original, redefinía y convertía la homosexualidad en una enfermedad contagiosa similar a la tuberculosis. Este carácter contagioso atribuido a la homosexualidad, en un discurso académico, resultaría decisivo cuando unos años más tarde se intentó legitimar, mediante argumentos científicos tomados de la psiquiatría y la medicina legal, la reforma de la Ley de Vagos y Maleantes, reforma que acabaría dando lugar a la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social promulgada en 1970. En efecto, Antonio Sabater Tomás, magistrado juez de vagos y maleantes, fue uno de los juristas más implicados en la elaboración del texto del anteproyecto de dicha ley. Autor de una voluminosa obra jurídica, se inspiró directamente en los planteamientos etiológicos de Pérez Argilés acerca de la homosexualidad y abogó por la defensa social ante el peligro cierto que suponían los homosexuales (Adam Donat, Martínez Vidal, 2006).

Antonio Vallejo Nágera: una perversión del instinto sexual

Mientras cursaba los estudios de medicina en Valladolid, Antonio Vallejo Nágera realizó prácticas en el manicomio de esta ciudad, y tal vez allí se despertase su interés por la psiquiatría. En 1918, se le nombró miembro de la comisión militar de la embajada española en Berlín que, en calidad de representante de un país neutral, debía visitar los campos de concentración donde se encontraban los prisioneros de la I Guerra Mundial. Durante su estancia en Alemania, y siguiendo sus preferencias por la psiquiatría, Vallejo visitó diversos manicomios y se relacionó con algunos profesionales de prestigio. En los años sucesivos, siguió una carrera ascendente: en 1928 fue admitido en la Academia Nacional de Medicina y en 1929 fue nombrado director del Sanatorio Psiquiátrico Militar de San José de Ciempozuelos. Poco después, proclamada ya la II República, accedió al cargo de profesor de psiquiatría de la Academia de Sanidad Militar (Vinyes Ribas, 2001). Con esta trayectoria académica, no resulta extraño que, antes de obtener la cátedra de psiquiatría de la Universidad Complutense de Madrid, ya hubiera publicado una extensa obra psiquiátrica. Diez años antes de acceder a la cátedra, se editó su libro Propedéutica Clínica psiquiátrica (Vallejo Nágera, 1936), y unos años más tarde el titulado Tratamiento de las enfermedades mentales (Vallejo Nágera, 1940), al que siguió el Tratado de Psiquiatría (Vallejo Nágera, 1944). En 1946 ocupó la cátedra; dos años después se publicaba la primera edición de las Lecciones de Psiquiatría, que se reeditaría en numerosas ocasiones (Vallejo Nágera, 1952)[129].

Dentro de la tendencia, que se observa en sus escritos, a ignorar la homosexualidad, las referencias más extensas a esta 'perversión' se hallan en el Tratado de Psiquiatría. Por ello nos limitaremos a analizar los apartados que se refieren a esta «inversión del instinto», que Vallejo define repitiendo palabra por palabra lo que ya había escrito en la Propedéutica Clínica Psiquiátrica unos años antes:

Desígnase con la denominación de uranismo la inversión del instinto sexual presupuesta una conformación normal de los órganos sexuales, denominándose pederastía la inversión sexual en el hombre y tribadismo o safismo la de la mujer. La homosexualidad puede ser activa y pasiva, adoptando el homosexual activo [sic] los vestidos, costumbres, gestos y ademanes de la persona del sexo contrario, por lo cual experimenta repugnancia para las relaciones sexuales normales (1936, p. 295; 1944, p. 213).

La homosexualidad se incluye en dos capítulos del Tratado. Aparece, en primer lugar, en el capítulo titulado «Trastornos del instinto sexual», con lo que el autor retrotrae la homosexualidad al campo de la perversión de los instintos y la sitúa en un terreno propio de la medicina decimonónica, obviando todos los cambios ocurridos en el ámbito de la sexología en las décadas precedentes (Cleminson, Vázquez García, 2000; Vázquez García, 2001)[130]. El otro capítulo en el que se encuentran referencias a la homosexualidad es en el de las psicopatías. Para Vallejo los «psicópatas homosexuales» son, en su mayor parte, «deficientes mentales, o verdaderos enfermos mentales». En ellos, añade a continuación, «la tendencia homosexual es un síntoma accesorio» (1944, p. 1191). De este modo, Vallejo disentía de todo el discurso médico occidental, el cual, como ya hemos apuntado anteriormente, había ido construyendo, desde mediados del siglo XIX, no solamente una nueva enfermedad —la homosexualidad— sino un nuevo tipo de identidad social: la del homosexual moderno.

En cuanto a las causas de la homosexualidad, considera relevante el antecedente de un cuadro de encefalitis que no habría presentado secuelas neurológicas pero sí cambios del carácter y de la personalidad. Y, de esta manera, afirma:

Adquieren estos postencefalíticos todas las características propias de las personalidades psicopáticas: holgazanería, importunidad, mala intención, hábitos viciosos, amoralidad, tendencias cleptómanas, agresividad, vagabundeo, etc., impulsivos [sic]. Lo característico es la labilidad cinética y la tendencia a la acción, sin finalidad o con fines perversos. Son sujetos que se entremeten en todo, se hacen insoportables, es imposible el aprendizaje escolar o profesional, se permiten bromas groseras y pesadas con las personas mayores, importunan al médico con peticiones imposibles de satisfacer, propenden a la homosexualidad (1944, p. 834).

También considera posibles causas de índole psicoanalítica y sugiere, en relación a la sexualidad puberal, la posibilidad de una «homosexualidad de transición, que en un medio favorable, como sería un colegio religioso, podría prolongarse por más tiempo del normal» (1944, p. 1047)[131]. En las Lecciones de Psiquiatría la homosexualidad no aparece como entidad nosológica independiente, sino como «síntoma accesorio» asociado a distintos trastornos:

• dentro de las oligofrenias: «el imbécil erético […], que si es hombre, se entrega a la homosexualidad» (1952, p. 91).

• en el terreno de las psicopatías: «en la esfera instintiva los trastornos son graves, especialmente la precoz y perversa sexualidad, muchas veces tendencias homosexuales» (1952, p. 99).

• y finalmente, entre los síndromes paranoicos: «las ideas de alusión brotarían de remordimientos de conciencia» (masturbadores, homosexuales) (1952, p. 179).

Ni en el Tratado de Psiquiatría, ni tampoco en las Lecciones de Psiquiatría, indica Vallejo Nágera cuál era el tratamiento que se les debía administrar a los homosexuales. Sin embargo, sí que había mencionado algunas de sus convicciones al respecto en dos obras anteriores, aunque utilizando argumentos contradictorios. Así, en Higiene de la raza, consideraba que ni la castración ni la «reglandulación» corregían las tendencias homosexuales (Vallejo Nágera, 1934, pp. 85-127). Pero, en cambio, en el Tratamiento de las enfermedades mentales, no dudó en señalar las tendencias psicopáticas sexuales entre las indicaciones de la esterilización. La eficacia de esta medida terapéutica, con la que se había obtenido «la total extinción del apetito genésico» (Vallejo Nágera, 1940, p. 26), se demostraría exclusivamente en el control de las perversiones y las exaltaciones de la libido de los psicópatas. En definitiva, Vallejo Nágera no ofrecía ninguna alternativa terapéutica y, al contrario que Marañón, que se había opuesto a la penalización de la homosexualidad, remitía a los juristas para el tratamiento de estos delincuentes:

aterra el estudio de estos casos monstruosos; infanticidas, violadores, homosexuales y pervertidos de todas las categorías, de manera que, en realidad, pierde poco la sociedad en privar del derecho a la paternidad a tales desechos de presidio. Mas no son los médicos ni los biólogos los que deben decidir sobre la sanción que corresponde a los delincuentes sexuales, sino los juristas, y a ellos endosamos el problema (Vallejo Nágera, 1934, p. 89; y 1940, p. 26).

En suma, Vallejo Nágera situaba al homosexual más próximo a la figura del delincuente que a la del enfermo. Esta actitud criminalizadora, que también podemos encontrar en los tratados de medicina legal de la época, suponía una regresión ante las ideas expuestas por Marañón veinte años antes, así como la invalidación del modelo médico de la sexualidad de su tiempo. Y, lo que es peor, con este abordaje de la homosexualidad se justificaba desde el magisterio universitario —recordemos que Vallejo fue durante años el único catedrático de psiquiatría en España— el internamiento indiscriminado de los homosexuales en los manicomios o en las cárceles y la obligatoriedad de seguir unos tratamientos inhumanos.

Juan José López Ibor: una desviación sexual

En 1929, tras licenciarse en medicina por la Universidad de Valencia, López Ibor amplió estudios de medicina legal y de neuropsiquiatría en Suiza, Francia y Alemania, lo que le deparó una excelente formación. Posteriormente ocupó, de forma sucesiva, las cátedras de Medicina Legal y Toxicología en las universidades de Santiago de Compostela, Valencia y Salamanca. Su adhesión al Movimiento Nacional, junto a esta excelente preparación, le llevó, en plena Guerra Civil, a la dirección del Centro Neurológico Militar que se había creado en Valladolid en enero de 1938. Con la victoria de las tropas franquistas, ascendió velozmente en la jerarquía profesional hasta alcanzar el cargo de Jefe del Servicio de Neuropsiquiatría del Hospital General de Madrid. Además, en 1940, se le nombró encargado de la cátedra de Psiquiatría en la Universidad de Madrid (López Ibor, 1946) y en 1942 fue designado vocal del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), que se había creado por ley de 24 de noviembre de 1939 (Claret Miranda, 2006, p. 58 y p. 382, nota 110). No obstante, habiéndose declarado monárquico, fue desterrado a Barbastro (Huesca) en 1943 y, aunque un tiempo más tarde acabó reconciliándose con el régimen, es posible que este conflicto le restara posibilidades cuando, en 1946, se presentó a las oposiciones a la cátedra de Psiquiatría de Madrid, que, como sabemos, ganó Vallejo Nágera. Todo ello no fue óbice para que, en lo sucesivo, se le promocionara primero como profesor de psicología médica y, tras la jubilación de Vallejo, como sucesor suyo en la cátedra.

El posicionamiento de López Ibor ante la homosexualidad difería del que sustentaba Vallejo Nágera. Si bien podemos encontrar algunas similitudes entre ambos —el poco interés que les merecía en sí mismo el abordaje de este tema—, las principales diferencias estribaban en que la acdtud de López Ibor no era tan abiertamente agresiva como la de Vallejo Nágera, y que sus planteamientos se situaban en los límites del modelo médico establecido.

En una obra suya fechada en 1949, López Ibor alude a un caso de Freud en el que se señalaban las relaciones entre paranoia y homosexualidad (López Ibor, 1949, p. 50). Pero será en las lecciones de Psicología Médica, cuya primera edición apareció en 1955, donde se encuentren las referencias más extensas (López Ibor, 1968a)[132]. Estas lecciones, según apuntes tomados en la cátedra, recogían de forma prácticamente literal el contenido de sus clases y sirvieron de libro de texto, durante más de dos décadas, para la docencia de la asignatura en la Universidad de Madrid, a numerosas promociones de médicos. En la lección dedicada al «instinto sexual» se encuentra un apartado destinado a la «normalidad y anormalidad sexual», donde la homosexualidad aparece incluida entre otras «perversiones sexuales». Al igual que Vallejo, López Ibor recurría al 'instinto sexual' equiparándolo a la sexualidad, y, aunque la Guerra Civil había terminado casi 30 años antes y el periodo de la autarquía, en 1968, quedaba algo lejos en el tiempo, en las Lecciones de Psicología seguían sin aparecer referencias a Marañón ni a otras autoridades reconocidas en el campo de la sexología. López Ibor apenas presta atención a la homosexualidad llegando a afirmar que «no nos corresponde a nosotros», sino a la «Medicina y a la Psiquiatría legal» ocuparse de un tema así (1968a, p. 84). No remite a los juristas para que sancionen a los perversos sexuales, como había postulado Vallejo Nágera; opina, más bien, que su tratamiento corresponde a la medicina y a la psiquiatría legal, probablemente por ser la disciplina que abordaba los delitos sexuales. Como se ha dicho, López Ibor era un experto en la materia, puesto que su carrera académica se había iniciado, precisamente, como catedrático de Medicina Legal. Adviértase también que López Ibor era, en aquel entonces, el presidente de la Asociación Mundial de Psiquiatría y que en este mismo año, 1968, se publicó en los Estados Unidos la segunda edición del Diagnostical and Statistical Manual for Mental Disorders (DSM-II). Esta publicación provocó un enfrentamiento entre los partidarios de la liberación homosexual y los miembros de la American Psychiatric Association (APA). Se iniciaba así una inflexión decisiva en el proceso de desclasificación del diagnóstico clínico de la homosexualidad (Bayer, 1987; Adam Donat, Martínez Vidal, 2002).

En las Lecciones, López Ibor pregunta qué se debe considerar normal o anormal en la vida sexual, y admite como un hecho cierto que «el médico no puede dar una respuesta científica acerca del problema», ya que no había aprendido en ninguna parte lo que debe considerarse «como una sexualidad normal, en este sentido de sexualidad standard» (1968a, p. 85). Para aclarar ante el alumnado el concepto de «sexualidad standard», López Ibor recurre a lo que él denomina el «famoso Kinsey rapport», y ofrece un resumen del mismo toda vez que descalifica la mayor parte de sus conclusiones. En su peculiar lectura del reconocido informe sobre la conducta sexual del varón, López Ibor señala que Alfred Kinsey había publicado un estudio basado en las respuestas de «unos cinco mil varones y que ahora se estaba ampliando a doce mil» (Kinsey, 1948; López Ibor, 1968a, p. 85)[133], y destaca que contenía algunos errores estadísticos y metodológicos básicos. Para ilustrar tales errores básicos y desautorizar el informe en su conjunto, López Ibor aduce algunos casos aislados de su experiencia clínica, en su mayor parte relativos a la precocidad sexual, atribuye el aumento de la actividad sexual de las clases bajas a las mejores condiciones de alimentación y asevera que las dos guerras mundiales no habían ejercido ninguna influencia en la vida sexual de la población (1968a, pp. 87-88).

En las Lecciones de Psicología Médica, López Ibor aborda el tema de la homosexualidad basándose en el informe Kinsey, del cual realiza una transcripción bastante poco fidedigna. Así, mientras que Kinsey concluía que, entre la adolescencia y la edad adulta, el 37% del total de la población masculina americana había tenido al menos alguna experiencia homosexual y que este porcentaje llegaba al 50% entre aquellos hombres que permanecían solteros hasta los treinta y cinco años (Kinsey, 1948, p. 650.), López Ibor hace la siguiente traducción:

Entre los varones solteros mayores de treinta años las relaciones homosexuales alcanzan una gran importancia, el 39 por 100 de los casos, cifra naturalmente aumentada,porque entre los casados quedan absorbidas todas las tendencias heterosexuales.El grupo de solteros ya suponía una cierta selección, de manera que ésta es una cifra con error estadístico básico (1968a, p. 87. La negrita es nuestra).

Y añade al respecto que «el 37 por cien tiene relaciones homosexuales» (1968a, p. 88). Más adelante, López Ibor argumenta que «no debía deducirse de ello que tal conducta media del varón norteamericano» fuera la normalidad sexual, ni mucho menos la normalidad deseable, puesto que él considera que «en el hombre, precisamente por ser hombre, la normalidad significa un arquetipo, un modelo ideal hacia el cual tender» (1968a, p. 89).

Por otro lado, plantea las posibles consecuencias legales que se podrían derivar del citado informe, ya que «los jueces americanos no pueden castigar los delitos sexuales como hacían antes de Kinsey, dada esta evidente perversión sexual del varón americano»; y en esta línea se pregunta cómo, dentro de la Constitución Americana, se podría «castigar a un homosexual si esto no es vicio, sino una manera de actividad sexual, que realizan con una extraordinaria frecuencia los varones americanos» (1968a, p. 89). Acaba por calificar de «muy vidriosas» las consecuencias sociales y políticas que Kinsey había pretendido deducir de su trabajo. Ciertamente, Kinsey proponía que de los resultados de su estudio se tendrían que derivar, inevitablemente, cambios científicos y sociales en relación a la homosexualidad (1948, pp. 659-666). López Ibor interpreta a su modo y manera los cambios que había propuesto Kinsey y atribuye al autor americano la demanda de reformas legislativas que «deberían tener en cuenta los resultados de la actividad sexual». Y, a renglón seguido, agrega el catedrático español: «los argumentos contra esta tesis afluyen a borbotones. Bastaría pensar por un momento en cómo se modificaría la supuesta realidad sexual media (exhibicionismo, homosexualidad, etc.) por una leyes que los tuviesen en cuenta» (1968a, p. 89).

En esta lectura interesada del informe Kinsey, López Ibor omite una de las más trascendentes conclusiones del autor norteamericano, concretamente la que rebatía la condición patológica de la conducta homosexual:

es difícil [concluye Kinsey] mantener el argumento de que las relaciones psicosexuales entre individuos del mismo sexo sean raras y por tanto anómalas o antinaturales, o que constituyan en sí mismas evidencias de neurosis o incluso de psicosis (1948, p. 659).

En una de las últimas ediciones de las Lecciones de Psicología Médica, se observa una actitud ligeramente distinta por parte de López Ibor respecto a la homosexualidad, si bien se mantiene el mismo tono de confusión. Así, por un lado, este tema se traslada a una lección titulada «Normal y anormal, salud y enfermedad» y, por otro, los resultados de la encuesta Kinsey se utilizan para ilustrar el «concepto de término medio en la conducta y en la biología» (López Ibor, 1973, pp. 365 y 369). Ahora, aquella afirmación del «37% [de los varones americanos] tiene relaciones homosexuales», que aparecía en ediciones anteriores, se sustituye por «una gran parte de los varones americanos habían mostrado a lo largo de su vida algún rasgo homosexual» (1973, p. 371). En este sentido, López Ibor malinterpreta a Kinsey al confundir conducta sexual con orientación sexual, pues a lo largo del famoso informe, e incluso en el título del mismo, únicamente se estudia la conducta sexual del varón americano. A partir de dicha observación sobre el elevado número de varones con «rasgos homosexuales», López Ibor infiere que «si hay tal mayoría de tendencias homosexuales, la ley que reprime la homosexualidad es injusta». Tras esta sorprendente crítica a la ley, añade en sus Lecciones:

el problema de la aplicación de la Ley [sic] en los casos de homosexualidad varía también según los países; en algunos es un delito penado por el Código, como en Inglaterra; en otros, como en el nuestro, no es delito penado por el Código, sino un delito por atentado a las costumbres, y sólo en tanto en cuanto sea un acto público y vaya acompañado de determinadas circunstancias entra dentro del orden gubernativo (1973, p. 371).

Este comentario resulta asombroso y, en buena medida, tergiversaba la situación legal existente, ya que en Inglaterra la homosexualidad se había despenalizado en 1967, como el propio López Ibor refiere en las sucesivas ediciones (desde 1968 a 1980) de El libro de la vida sexual (Adam Donat, Martínez Vidal, 2004); mientras que, en España, la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social, vigente desde 1970, condenaba explícitamente los actos homosexuales consentidos entre adultos y realizados en el ámbito privado y, desde 1971, una orden del Ministerio de Educación prohibía a los homosexuales trabajar como maestros (Calvo Borobia, 2002). Perseverando en esta actitud equívoca, López Ibor asegura:

si nosotros aceptáramos el criterio estadístico para definir la conducta humana y lo que es normal y anormal, tendríamos que pedir se suprimieran todas las restricciones, tanto penales como gubernativas, en el problema de la homosexualidad, puesto que, según la citada encuesta, [informe Kinsey] son mayoría. Claro es que aumentaría mucho más, pues la conducta humana se influye por unos ciertos presupuestos (1973, p. 371).

Cabe añadir que en ningún capítulo de las Lecciones se explica la terapéutica de la homosexualidad. Esta omisión se podría atribuir a que es un libro de texto de psicología médica, disciplina preclínica que se impartía en los primeros cursos de la carrera de medicina, y no un tratado de psiquiatría, en el que las distintas enfermedades mentales, entre ellas las perversiones sexuales, se abordan desde el modelo médico vigente en el que sí se contemplaba su tratamiento.

En la trayectoria profesional de López Ibor nada parecía presagiar que, para el gran público, su nombre quedaría indisolublemente unido al título de una obra de divulgación sexológica: El libro de la vida sexual (López Ibor, 1968b). En su redacción intervino un grupo de ocho colaboradores —en la edición de 1980 pasaron a ser diez—, cuyos nombres aparecían únicamente en la portada[134], por lo que no se les puede atribuir la autoría de ninguno de los capítulos. Esta circunstancia se repite a lo largo de las diecinueve ocasiones en que se editó el libro entre 1968 y 1983. La primera edición de El libro de la vida sexual contiene un capítulo, bajo el epígrafe de «anomalías sexuales», que con el paso de los años pasaría a denominarse «trastornos de la conducta sexual». Es aquí donde se trata con mayor amplitud la homosexualidad, una anomalía o trastorno que se aborda con idénticos planteamientos en las sucesivas ediciones. En cuanto a su prevalencia aparece un comentario, que podríamos calificar de desconcertante, referido a algunos lugares o territorios en los que la frecuencia del trastorno sería mayor: «en ciertas regiones geográficas y especialmente climáticas, tales como las riberas del Mediterráneo […], esta perversión es más frecuente» (1968b, p. 567, 1980, p. 434).

En todas las ediciones, López Ibor, siguiendo el esquema binario hegemónico, asimila y confunde los roles de género (masculino/ femenino) con la orientación sexual (homosexual/heterosexual) y con la identidad sexual (hombre/mujer), dentro de lo que él denomina «la interpretación antropológica de la homosexualidad» (1968a, p. 567; 1980, p. 434). En cuanto a las prácticas homosexuales, describe las más habituales —masturbación mutua, coito anal e Ínter femora, etc.—, pero señala que «la succión bucal del pene, unilateral o recíproca, según nos demuestran las historias clínicas de numerosos investigadores, es mucho más frecuente» (1968b, p. 568; 1980, p. 435). Hay que destacar que, a diferencia de las Lecciones de Psicología Médica, en El libro de la vida sexual se distingue entre homosexualidad masculina y femenina. En el caso de la masculina, el autor recurre a Freud para basar sus argumentos y, en una ocasión, cita a Marañón, mientras que en el caso de la femenina remite a Safo y a Colette como autoras de referencia; si bien acepta que, en el caso de las mujeres, los estudios de Kinsey «en cierta manera, son válidos, mismo, en nuestro medio» (1968, p. 573; 1980, p. 438).

Ya se ha mencionado la lectura tan peculiar y sesgada que había hecho López Ibor del informe Kinsey, respecto a la homosexualidad masculina, en las Lecciones de Psicología Médica. Una lectura similar se halla en todas las ediciones de El libro de la vida sexual. De este modo, ante la pregunta retórica de «¿cuál es la difusión que en nuestros tiempos alcanza la homosexualidad?», él mismo se responde:

Kinsey y su escuela encuentran que un 50% de la población es heterosexual y un 45% exclusivamente homosexual, quedará pues un 5% con ambivalencia erótica (1968b, p. 568; 1980, p. 435. La cursiva es nuestra).

En ese mismo tono de trivialidad, López Ibor refiere a los lectores de El libro de la vida sexual los resultados de una encuesta efectuada en Barcelona por dos abogados, a quienes concede más crédito que al propio Alfred Kinsey. La cita es de sobra elocuente y no precisa de ningún comentario:

de una encuesta realizada en 1966 en Barcelona, por Lidia Falcón y Eliseo Bayo [135], con una muestra que comprendía 100 varones, entresacamos estas dos preguntas:

¿Le han propuesto la homosexualidad?

No contesta, 3%.

Sí, 18%.

No, 79%.

¿Ha tenido alguna experiencia de este tipo?

No contesta, 1%.

Sí, 8%.

No, 91%.

Creemos que estas cifras son más reales que las que nos da el rapport Kinsey y especialmente tienen el indiscutible mérito de revelarnos una incógnita mantenida largo tiempo por impenetrables tabús (1968b, p. 568; 1980, p. 435).

En cuanto a la terapéutica, López Ibor no mantiene siempre la misma opinión. Así, entiende que «la curación de esta desviación sexual no es imposible» (1968b, p. 572), mientras que unos años más tarde declara que «la curación de esta desviación sexual es imposible» (1980, p. 437). No obstante, según él, tanto el psicoanálisis como la «psicoterapia antropológica» estarían indicados como métodos de tratamiento, ya que «ofrecen posibilidades de ayuda» (1968b, p. 572; 1980, p. 437).

En El libro de la vida sexual también se alude al reiterado dilema de si la homosexualidad es una enfermedad o un delito, ofreciéndose una respuesta más próxima al modelo médico que la adoptada por Vallejo Nágera. Por su parte, López Ibor defiende que «los homosexuales deben ser considerados más como enfermos que como delincuentes». Esta condición de enfermos no eliminaba su condición de sujetos peligrosos, un prejuicio antihomosexual (Group for the Advancement of Psychiatry, 2000) que se revela en la siguiente afirmación: «debe la ley [la sociedad en la edición de 1980] no obstante protegerse especialmente del proselitismo que puedan desarrollar en colegios, cuarteles, asociaciones deportivas, etc.» (1968b, p. 568; 1980, p. 435). Cabe suponer que al exigir protección a la ley y a la sociedad contra el proselitismo de los homosexuales, López Ibor se estaba refiriendo, aunque de forma implícita, a la aplicación de la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social, que se venía gestando desde 1967. Curiosamente, en El libro de la vida sexual nunca se alude a la legislación española, ausencia tanto más sorprendente en las últimas ediciones, las de principios de los años 80, ya que la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social, que contemplaba penas de cárcel para las relaciones homosexuales consentidas entre adultos, estuvo vigente desde agosto de 1970 hasta enero de 1979, en que la homosexualidad, en tanto que estado peligroso, fue eliminada por procedimiento de urgencia.

Ya se ha apuntado que, al compartir las características del régimen, la psiquiatría del franquismo era, entre otras cosas, simple, personalista y arbitraria (Casco Solís, 1995). Estos atributos se manifiestan claramente en el abordaje de la homosexualidad: mantenerla invisible, regresar a modelos médicos previos que la criminalizaban, ignorar a los autores de prestigio, manipular los resultados de los trabajos científicos reconocidos y, por último, desdeñar cualquier intento de desmedicalización (López Ibor, 1974)[136]. Desde la perspectiva actual, se pueden añadir otras dos características a la psiquiatría de ese periodo: una homofobia visceral y unos profundos y arraigados prejuicios antihomosexuales.

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