Introducción. La letra pequeña

colectivo vírico

Para explicar las razones de este libro, empezaremos cronológicamente al revés y además no lo haremos desde el final —entre otras cosas porque ese final todavía no ha llegado—, sino un año y un día después de los acontecimientos que lo motivan: el 20 de enero de 2009. Ese día el Raval barcelonés volvía a despertar inmerso en un espectacular despliegue policial arropado por la ya habitual escolta mediática. Los guardias civiles de la Unidad Antiterrorista y las cámaras habían llegado juntos, la operación se realizó a plena luz del día en diferentes puntos de la ronda de Sant Antoni, y cualquier viandante podía ver las coreografías de comando realizadas ante las cámaras por los hombrecillos verdes recién caídos del cielo. La calle era un plato y la sentencia se estaba publicando antes de que los detenidos, las pruebas, los abogados y el propio juez Baltasar Garzón tomaran asiento: «Cae en Barcelona una célula de financiación yihadista». Así lo escribía La Vanguardia en su edición digital y lo firmaba al día siguiente Eduardo Martín de Pozuelo.

Pero no habían pasado 48 horas cuando los detenidos eran puestos en libertad y la Audiencia Nacional descartaba que los 3,5 millones de euros defraudados a la hacienda pública, el verdadero motivo de las detenciones, tuvieran nada que ver con delitos de terrorismo. Pocas semanas después, como bien explican David Fernández y Albert Martínez en uno de los capítulos de este libro, sería descubierta la errata oculta que había quebrado un proceso que, en circunstancias diferentes, probablemente se hubiera alargado durante años, con la correspondiente prisión provisional. La pertenencia al PSC de uno de los seis detenidos, ignorada seguramente por el exceso de celo a la hora de sospechar y el exceso de pereza a la hora de comprobar la sospecha, fue a buen seguro decisiva para que se descartara y se archivara cualquier diligencia por presunto yihadismo fiscal.

Lo sucedido en ese lapso de tiempo nos permite interpretar la mentalidad y la ideología que operan en la lógica antiterrorista e islamófoba que intenta comprender y desentrañar este libro.

La explicación más simple para los hechos, que un empresario defrauda impuestos esencialmente para enriquecerse, no valía en esta ocasión por una razón muy sencilla: los seis implicados eran musulmanes y pakistaníes. De alguna forma, tanto para Rubalcaba como para el último de los redactores que informaron sobre el asunto, era inconcebible que un empresario musulmán y asiático actuara sólo por lucro. Mientras para «el Pocero» o Carlos Fabra se sobreentiende el fin económico de la estafa, en este caso la procedencia y la religión —practicante o no— del delincuente aportan el valor añadido de la presunción de terrorismo.

En esa diferenciación es donde mejor puede leerse el arraigo y el poder actual de la islamofobia, como un elemento ideológico imprescindible para entender la lógica de guerra contemporánea. Los responsables de la seguridad del Estado y la propia profesión periodística respondieron a un impulso fundamentalmente «conspiranoico»: un musulmán no roba para sí, roba «para la causa», al menos hasta que se demuestre lo contrario.

La idea de que existe una yihad global, de que los musulmanes se mueven como una masa por un fin común y que las diferentes comunidades musulmanas repartidas por el mundo esconden nidos y nodos de terroristas es algo que, sin necesidad de acordarlo, determina las acciones del poder político y judicial y condiciona el relato actual de la realidad. El «choque de civilizaciones» no sólo vertebra la geopolítica internacional desde el 11 de septiembre de 2001; también la conciencia de la realidad de la mayoría de la población, y sobre todo de sus dirigentes y sus formadores de opinión. Estamos ante una forma de ver y pensar los acontecimientos en la que se entremezclan y se confunden —hasta que es imposible diferenciarlos— el miedo, la información y la propaganda.

En este sentido, uno de los objetivos de este libro no es exactamente defender la honorabilidad de los musulmanes sino su complejidad como colectivo: que un musulmán pueda ser un «delincuente común», tanto como un católico, un protestante, un judío o un adepto del budismo. Que pueda atracar un banco, estafar a Hacienda, ser un político corrupto o un ministro irresponsable sin que eso lo convierta automáticamente en un sospechoso de terrorismo islámico.

En esta lógica también se cruzan otros intereses no propiamente ideológicos pero propios también del tiempo en que vivimos. Cuando entre un reportero y su redactor jefe escogen un titular («11-S, 11-M, 19-J, 19-E» o «48 horas de terror continuado», por ejemplo), actúan mecanismos, puramente mercantiles, que nada tienen que ver con la noticia. Construir ésta es también manufacturar un producto, y, en este sentido, buscar su aspecto estremecedor es una forma de competir en el mercado de la información. Así, en algunos ámbitos informar y aterrorizar se han convertido en compañías inseparables.

En el clima posterior al 11-S y en esta sociedad hiperinformada, estar informado es, también, permanecer asustado: saber es temer. En concreto, como se muestra en el capítulo de este libro firmado por Abdennur Prado, la información sobre el terrorismo internacional, y más ampliamente sobre el islam y los musulmanes, consiste precisamente en la construcción y la reproducción permanente de supersticiones: «del “judío avaricioso” se ha pasado a la imagen del “musulmán fanático” […] Se considera que a causa de su fe religiosa [los musulmanes] no son leales a los países donde viven, y que su religión les mantiene apartados la sociedad […] Se repite el mito de “la conspiración islámica para conquistar Europa”. Esta teoría, conocida como “Eurabia”, tiene un equivalente exacto en la teoría antisemita de “la conspiración judía para conquistar Europa”».

El segundo objetivo de este libro es, precisamente, mostrar cómo todo el aparato intelectual desplegado por thinks thanks, medios de comunicación, «opiniones autorizadas», fuentes policiales… es pensamiento mágico que no se atiene a razones o a hechos comprobables, sino que sirve para mantener el imaginario adecuado para un clima de temor y alarma social.

Ese estado de miedo es el que ha propiciado la paulatina y veloz mutación de la legislación y la práctica judicial que en los últimos ocho años se ha producido en casi todas partes, hacía «la restricción de todo tipo de derechos y garantías que eran consustanciales a una Modernidad que hoy está en estado de demolición», como indica Iñaki Rivera en su capítulo. La presunción de inocencia y la igualdad ante la ley, de por sí dudosas por las desigualdades económicas y las restricciones al derecho de ciudadanía, en la misma medida en que están vedadas para los ciudadanos geográfica y culturalmente de origen musulmán y cada vez más para aquellos que disienten políticamente, están dejando de ser derechos para ser privilegios que no están al alcance de todos.

Los 11 hombres detenidos a raíz del 19 de enero de 2008, y que al publicarse este libro aún continúan en prisión preventiva, seguramente serán en el futuro un caso ejemplar de la vulneración de derechos que se ha llevado a cabo bajo el paraguas de la «la lucha contra el terror». La aplicación de una justicia preventiva, que como indica Benet Salellas ha dejado de basarse en los hechos, en los actos o en las pruebas más o menos palpables, y que se sustenta en la interpretación de «las intenciones», ha dado lugar a una práctica policial y jurídica que no está sujeta a ningún tipo de control ni responsabilidad. Baste como ejemplo la Operación Tigris: «17 personas durante prácticamente dos años en situación de prisión provisional y secreto de sumario». Una situación que, en caso de ser absueltos los acusados, no dará lugar a depuración alguna de responsabilidades entre los cuerpos policiales o el propio aparato judicial. En cambio, las consecuencias sociales que han recaído sobre los cientos de acusados de terrorismo y sus familias y, por extensión, sobre la propia comunidad musulmana, convertida en ese objeto de vudú representativo del mal, sí que son irreparables. Se puede considerar tanto la ideología como la política antiterrorista actual como uno de los principales instigadores de odio, control y confrontación social, como se deduce de las entrevistas que Alberto López Bargados, José González Morandi y Sergi Dies han realizado a los afectados del 19-E. El estigma «terrorista» ha sembrado el miedo en el seno de la comunidad musulmana y ha hecho recaer la sospecha sobre ella por parte del resto de la sociedad; una islamofobia lubricada y fomentada desde el propio aparato estatal.

El último objetivo de este libro es, por tanto, una toma de partido construida casi desde la clandestinidad, no por ninguna prohibición explícita sino por el silencio tácito al que están condenados determinados sujetos y ciertos puntos de vista. Quienes participamos en el mismo nos hemos cruzado mientras caminábamos por los subterráneos, hablando con los afectados cuya opinión no tenía importancia para los titulares a cuatro columnas, buscando entre las contradicciones que no tenían ninguna importancia para los periodistas de investigación o intentando encontrar un atisbo de ese sentido común que no parece estar presente en las investigaciones policiales y judiciales.

Es un libro escrito con la letra pequeña como materia prima y con la letra pequeña como única (o) posición posible ante el ruido mediático y la arbitrariedad institucional desde los que se construye el terror de Estado propio del estado de guerra.