Lenguaje
Por otro nombre, rosa (Christopher Anvil)
Christopher Anvil (? -). Christopher Anvil es el seudónimo de Harry C. Crosby, Jr. Es autor de cinco novelas y de más de un centenar de relatos cortos. Sus escritos son, fundamentalmente, ejercicios intelectuales, presentados a menudo como una serie de cartas o informes, en los que destaca un sentido del humor bastante extraño. En ellos se apuntan soluciones ingeniosas a problemas sociales como en The Troublemaker (1960) y Philosopher's Stone (1963); o bien apunta la estupidez de determinadas políticas sociales, como en Positive Feedback (1965) y Behind the Sandrat Hoax (1968).
Un hombre alto, con gabardina abrochada y ajustada con un cinturón, transportaba un pesado maletín hacia el edificio del Pentágono.
Un hombre con gabán negro caminaba con un voluminoso portafolios hacia el Kremlin.
Un hombre bien vestido con un traje azul marino bajó de un taxi cerca del edificio de las Naciones Unidas y pagó al conductor. Al alejarse, iba ligeramente inclinado hacia la derecha, como si el maletín que portaba bajo el brazo izquierdo contuviera plomo, en lugar de papel.
En la acera próxima, el viento levantó del suelo una hoja de periódico que fue a caer, con el titular de cara, ante la entrada del edificio. En grandes letras negras, podía leerse:
¡ESTADOS UNIDOS LUCHARÁ!
En el mismo periódico, un diagrama mostraba los misiles estadounidenses y soviéticos comparando sus alcances, cargas explosivas y poderes destructivos, con el monumento a Washington al fondo para ofrecer una idea de su tamaño.
El hombre bien vestido avanzó con el maletín hacia la entrada del edificio tras pasar sobre el periódico tirado en el suelo. Al hacerlo, sus tacones desgarraron la tabla comparativa de los misiles.
Dentro del edificio, el delegado soviético estaba diciendo en esos momentos:
—La Unión Soviética es la nación más avanzada de la Tierra en cuanto a logros científicos. La Unión Soviética es la nación más poderosa del mundo. Nadie está en posición de decirle a la Unión Soviética «sí» o «no». La Unión Soviética ya ha expuesto su futuro plan de acción, y no puedo hacer otra cosa, salvo sugerir la conveniencia de acceder a nuestras peticiones.
—¿Es este el punto de vista del gobierno soviético? —inquirió el delegado estadounidense.
—Éste es el punto de vista del gobierno de la Unión Soviética —confirmó el representante soviético.
—En ese caso, tendré que exponer la posición de los Estados Unidos. Si la Unión Soviética lleva a cabo el menor intento de desencadenar su brutal agresión, los Estados Unidos lo considerarán como un ataque directo a su propia seguridad. Espero que comprendan el significado de mis palabras.
En la sala se produjo un nervioso murmullo.
—Lamento escuchar esas palabras —dijo lentamente el delegado soviético—. Estoy autorizado para afirmar que la Unión Soviética no se echará atrás en este tema.
—La posición de los Estados Unidos también ha quedado expuesta —contestó el delegado norteamericano—. Si la Unión Soviética sigue adelante con sus planes, los Estados Unidos lo considerarán un ataque directo contra su territorio. No puedo decir nada más.
En el instante de silencio que siguió, un guardián de mirada pasmada abrió una de las puertas para que entrara un hombre bien vestido, el cual estaba colocando de nuevo en su maletín un documento que acababa de repasar. El hombre echó un vistazo a la sala de conferencias, con gesto pensativo, y escuchó una voz que preguntaba:
—Entonces, ¿qué hacemos ahora?
—¿Una conferencia, quizás? —apuntó otra voz titubeante.
—Una conferencia no resolverá esta situación —respondió fríamente el delegado soviético—. Los Estados Unidos deben rectificar su actitud provocativa.
El delegado estadounidense fijó la mirada en una pared lejana.
—La única provocación es esta última agresión soviética. Lo único que exigimos es que la Unión Soviética no la lleve a cabo.
—La Unión Soviética no se echará atrás en este tema.
—Los Estados Unidos tampoco se echarán atrás en este tema —replicó el delegado estadounidense.
Se produjo un tenso silencio que se prolongó durante unos segundos.
Mientras los delegados de las dos grandes potencias permanecían inmóviles en sus escaños, se alzó una voz en una petición urgente:
—Caballeros, ¿nadie tiene ninguna idea que exponer? Aunque parezca imposible de llevarla a la práctica…
El silencio se prolongó lo suficiente como para dejar claro que nadie veía una salida al impasse.
Un hombre bien vestido, con un traje azul, que llevaba un maletín, dio unos pasos adelante y dejó el maletín sobre la mesa con un sonoro clunk que atrajo la atención de los allí reunidos.
—Bien —dijo el hombre—, estamos metidos en un verdadero lío. Son muy pocos los seres humanos que desean ser quemados vivos, intoxicados o reducidos a la nada. No deseamos que se produzca una guerra devastadora. Sin embargo, según están las cosas, es muy probable que nos veamos involucrados en una, tanto si lo deseamos como si no.
»La situación en que nos hallamos es semejante a la de una multitud encerrada en una sala. Algunos de los presentes hemos traído, para protegernos, a nuestros grandes perros de defensa. Nuestros dos principales miembros cuentan con tigres entrenados. Esta colección de animales tira ahora de sus correas. Una vez haya caído el primer golpe, nadie puede decir qué sucederá.
»Lo que parece necesario ahora es alguien con la habilidad de un domador de leones. El domador controla a los animales mediante la comprensión, el ritmo correcto y la distracción.
Los delegados de los Estados Unidos y la Unión Soviética se miraron un instante, con expresión de curiosidad. Los demás delegados se volvieron con ademanes de sorpresa. Algunos abrieron la boca como para interrumpir el discurso, miraron a los delegados de las grandes potencias, cerraron la boca y fijaron la vista en el maletín.
—Pues bien —prosiguió el hombre—, las herramientas de trabajo del domador son la pistola, el látigo y la silla. Los tres son utilizados para distraer. La pistola contiene cartuchos de salvas, el látigo restalla sobre la cabeza del animal y la silla se sostiene con las patas por delante, de modo que la mirada del animal sea atraída primero por un punto y luego por otro, al hacerla girar. El sonido de la pistola y del látigo distraen la atención del animal. Lo mismo sucede con la silla.
»…Y mientras la atención del animal esté distraída, no se pone en acción su terrible poder. Así es como mantiene la paz el domador.
»El proceso de pensamiento de la máquina militar es un poco diferente de los procesos mentales de un león o un tigre, pero los principios son los mismos. Lo que necesitamos es algo equivalente al látigo, la pistola y la silla del domador.
Abrió la tapa del portafolios y sacó del interior una placa de un gris mate con un mango a un lado, varios medidores en su superficie y, junto a ellos, un botón rojo y otro azul.
—Es un hecho conocido —dijo el hombre, observando a los sorprendidos e irritados delegados— que ciertas actividades mentales están asociadas a diversas zonas del cerebro. Si se lesiona una zona cerebral determinada, se interrumpe la acción mental correspondiente. Puede perderse la facultad oral, mientras que se conserva la escrita. Una persona que hable francés y alemán puede perder la capacidad para utilizar el primero, pero conservar la del segundo. Estos son hechos conocidos, pero en general no utilizados. Ahora, quién sabe si quizás existe una zona especial del cerebro que se ocupe del vocabulario relacionado con temas militares.
El hombre pulsó el botón azul.
El delegado soviético se incorporó en su escaño.
—¿Qué es ese botón que acaba de pulsar?
—Es para una demostración. Entrará en acción cuando lo suelte.
—¿Qué significa entrar en acción? —inquirió el delegado norteamericano.
—Lo verán todos si tienen la paciencia de aguardar unos instantes.
—¿Qué es eso de las zonas cerebrales? ¡No podemos abrir el cerebro de cada general del mundo!
—No habrá necesidad de ello. Naturalmente, habrán oído hablar ustedes, de frecuencias de resonancia y temas similares. Por ejemplo, si se toman dos diapasones que vibren al mismo ritmo y se hace vibrar uno de ellos, el otro vibrará también aunque esté en el extremo opuesto de la estancia. Los soldados deben romper el paso al cruzar un puente, pues de lo contrario lo harían vibrar y venirse abajo. Con la nota precisa de un violín se puede hacer que una copa de cristal se rompa. ¿Quién sabe si unas leves corrientes eléctricas en una zona especial del cerebro asociada a cierta actividad mental característica no tenderá a provocar una actividad similar en la zona correspondiente de otro cerebro? En caso afirmativo, si fuera posible producir una corriente lo bastante poderosa, incluso podría sobrecargarse esa zona especial y…
El delegado de los Estados Unidos, tenso, midió con los ojos la distancia que le separaba de la placa gris colocada sobre la mesa.
El delegado soviético se llevó la mano con sigilo hacia la cintura.
El hombre que estaba hablando apartó el dedo del botón azul.
El delegado soviético sacó inmediatamente un pequeño revólver automático negro. El delegado norteamericano saltó desde su escaño con inusitada energía. Por toda la sala, los presentes se pusieron en pie. Hubo unos instantes de violenta actividad.
A continuación, el arma del soviético cayó al suelo. El delegado norteamericano cayó inmóvil sobre la mesa. En la sala, los demás delegados cayeron al suelo inertes, como si estuvieran totalmente ebrios.
Sólo un hombre permaneció en pie, inclinado hacia delante con una expresión de ligero asombro, mientras pulsaba con el dedo el botón rojo.
—Caballeros, tienen ustedes sobrecargados temporalmente ciertos circuitos mentales. A mí me protege un…, una especie de puente eléctrico. Pronto se recuperarán de esta sobrecarga, pero la próxima que experimentarán será algo diferente. Lo lamento pero hay ciertos estados de resonancia mental que la raza humana no puede permitirse de momento.
De inmediato, soltó el botón rojo.
El delegado de los Estados Unidos, tendido sobre la mesa, experimentó una repentina llamarada de furia. En un destello, a la furia siguió una visión perfectamente clara del mapa de Rusia, las regiones polares cercanas y las naciones situadas a lo largo de su frontera meridional. Entonces, el mapa se transformó en algo más que un plano y vio los complejos económicos de la Unión Soviética y los grupos raciales y nacionales sometidos por la fuerza por el gobierno central. Contempló los puntos fuertes y débiles de la Unión Soviética como si tuviera delante un modelo anatómico transparente del cuerpo humano tendido para una operación.
No muy lejos, el delegado soviético vio los submarinos frente a las costas de los Estados Unidos, los misiles abatiéndose sobre zonas industriales de interés vital, los bombarderos en sus largas misiones sin retorno y el inesperado ataque por tierra que resolvería el problema definitivamente. Su mente revisó el plan previsto una y otra vez, advirtiendo una inesperada fuerza norteamericana en un punto concreto, o la posibilidad de un contragolpe peligroso en otro.
En la mente de otro delegado, Gran Bretaña decantaba la balanza hacia los Estados Unidos, en contra de la Unión Soviética, y luego, mediante una serie de movimientos cuidadosamente proyectados, adquiría el liderazgo moral de un bloque de países no alineados. Después, contando con esta posición como base para nuevas maniobras…
Otro delegado vio a Francia liderando una Europa pujante, pequeña en territorio pero inmensa en poder productivo. Después de aislar primero a Gran Bretaña…
Casi en la misma fracción de segundo, los planes de todos los delegados quedaron ultimados. Cada representante veía a su nación en la posición más encumbrada, con una claridad abrumadora, más que humana.
Y a continuación hubo en todos ellos la impresión de un resplandor, como el breve brillo de un cable eléctrico sobrecargado. Después, tuvieron una sensación similar a la del dolor.
La experiencia se repitió en gran número de lugares en todo el planeta.
En el Kremlin, un mariscal de robusta constitución parpadeó ante los miembros de su plana mayor.
—Es extraño. Por un instante, me ha parecido ver… —Se encogió de hombros y señaló el mapa—: Bien, aquí, a lo largo de la llanura del norte de Alemania, donde tenemos intención de… de… —Frunció el ceño, intentando encontrar la palabra adecuada—. Hum… Donde tenemos intención de… ¡ah!… de desestabilizar las… las ridículas contramedidas de protección de la OTAN…
Se detuvo, todavía con el ceño fruncido. Los miembros de la plana mayor se incorporaron en sus asientos, con aspecto confundido.
—Mariscal, he tenido una idea —dijo un general—. Una de las cuestiones a evaluar es la siguiente: ¿estarán dispuestos los norteamericanos a…? ¡Ejem!, ¿cabe esperar que… hum…? —El general puso cara de asombro, dirigió una mirada a la sala en que se hallaban, apretó los labios y continuó—: ¡Ah…! Lo que intento decir es si estarán dispuestos a desmoleculizar París, Londres y los restantes centros aliados cuando nosotros… ¡ah…!, cuando les inundemos con los elementos integrados hiperarticulados de nuestras…
Se quedó cortado de repente, con una expresión de horror en el rostro.
—¿De qué está usted hablando, general? ¿«Desmoleculizar»…? ¿Se refiere usted a si ellos… hum… descohesionarán el modelo estructural existente mediante la aplicación de energía intensa de fusión nuclear?
Se detuvo y parpadeó varias veces mientras su última frase daba vueltas en el interior de su cabeza.
Otro miembro de la plana mayor se levantó para hablar con gesto vacilante:
—Señor, no estoy muy seguro de comprender lo que tiene en mente, pero acabo de tener una idea que me ha sorprendido porque podría resultar un proyecto factible para desconstitucionalizar todo el gobierno norteamericano en cinco años mediante el adoctrinamiento de su organización política a través de la acción política intrasocial, a todos los niveles simultáneamente. Hoy…
—¡Bah! —respondió otro general, con los ojos inflamados por una visión interior—. Yo tengo un plan mejor. El embargo de plátanos. Atiendan…
Unas leves gotas de sudor aparecieron en la frente del mariscal. Se le había ocurrido imaginarse que los norteamericanos acogían su mensaje definitivo como una fanfarronada. Mentalmente, intentó concentrarse de nuevo en lo que estaban discutiendo.
En el mismo instante, dos hombres vestidos con trajes en diferentes tonos de azul estaban sentados junto a un gran globo terráqueo en un despacho del Pentágono, contemplando a un tercer hombre vestido con un uniforme verde oliva. Un aire de intranquilidad flotaba en la sala.
Por fin, uno de los hombres de azul carraspeó:
—General, espero que sus planes se basen en algo un poco más claro que eso. No comprendo cómo espera que colaboremos con usted para solicitar al Presidente algo así. Ahora mismo acabo de tener una idea notable. Resulta un poco fuera de lo común pero, desde mi punto de vista, es el tipo de acción que puede clarificar la situación en lugar de sumirla en una confusión sin esperanza. Pues bien, lo que propongo es que procedamos de inmediato a militarizar las rutas comerciales existentes, también en profundidad. Esto contrarrestará la potencial anulación soviética de nuestras comunicaciones navales por superficie mediante su superioridad submarina. Esto significa, ciertamente, un concepto bastante poco estudiado. Pero a lo que quiero llegar es a que…
—Un momento —dijo el general en un tono levemente dolido—. No han comprendido lo que estaba exponiendo. Puede que no me haya expresado como pretendía. A lo que me refiero es a que tenemos que juntar esas piezas y montar bien el conjunto. De otro modo, vamos a tener problemas. Escuchen…
El hombre de las Fuerzas Aéreas carraspeó.
—Con franqueza, siempre había sospechado que había cierta confusión en sus planes de defensa, pero jamás habría sospechado algo parecido. Por fortuna, yo sí tengo una idea que…
En las Naciones Unidas, los delegados soviético y norteamericano observaban al delegado británico, que estaba diciendo metódicamente una serie de palabras:
—Agricultura, arte, literatura, ciencia, ingeniería, medicina, sociología, botánica, zoología, apicultura, hojalatería, espeleología, mili… mili… guerr… gue… ¡hum!, navegación, ley, comercio, abogacía, belicism… beli… bel… ¡No puedo decirlo!
—En otras palabras —intervino el delegado norteamericano—, estamos bloqueados mentalmente. Hemos perdido nuestro vocabulario en lo referente a… Es decir, podemos hablar prácticamente de todo, salvo de los temas que tienen que ver con… ejem… con discrepancias profundas.
El delegado soviético frunció el ceño.
—Eso es muy inconveniente. Yo también acabo de tener una buena idea. Quizás…
Buscó lápiz y papel. En el mismo instante, entró un guardia con aire preocupado.
—Lo lamento, señor. En todo el edificio no hay rastro de la persona que buscamos. Debe de haber escapado.
El delegado soviético seguía mirando displicentemente la hoja de papel que tenía ante sí.
—Bien —murmuró—, no creo que pueda confiar la seguridad de mi país a este método de comunicación.
En el papel, escritas por su mano, podían leerse las palabras siguientes:
«Instrucciones al responsable del 44 Grupo de Marcha a Pie: Intente interponer su grupo a lo largo del territorio entre nuestros enemigos[1] y la estación de ferrocarril. Utilice cuantas veces sea preciso procedimientos expeditivos y prácticos para obtener los resultados deseados.»
El delegado norteamericano había conseguido una máquina de escribir. Puso una hoja de papel en el carro, pulsó las teclas con rapidez y, finalmente, leyó lo que había escrito. Un gesto de frustración cruzó su rostro.
El delegado soviético movió la cabeza en señal de negativa.
—¿Cómo se dice…? ¡Nos han «intervenido»! La parte de nuestro vocabulario relacionada con… con… ¡Bueno, ya sabe usted qué…! Esa sección ha sido borrada de nuestras mentes.
El delegado norteamericano frunció el ceño.
—Bueno, todavía podemos clavar agujas en los mapas y dibujar planos. Finalmente, conseguiremos concretar que es eso que usted dice.
—Sí, pero eso no es manera de hacer la guer… La gue…, de solventar las discrepancias profundas. Tendremos que inventar un nuevo léxico para tratar el tema.
El delegado norteamericano meditó las palabras del soviético y asintió.
—Está bien —dijo—. Pero escuche: si cada uno elabora su propio léxico, ¿nos interesa realmente terminar con, digamos, dieciséis palabras distintas en dieciséis idiomas diferentes, todo para hablar de una misma cosa? ¿La llamarán usted «gosnik» y nosotros «gack» y los franceses «gouk» y los alemanes «gunck»? ¿Y tendremos que seguir utilizando decenas de diccionarios distintos y cientos de intérpretes para hacernos una mera idea de lo que está diciendo el otro?
—No —respondió el delegado soviético con gesto sombrío—. Eso, no. Debemos establecer una comisión internacional para estudiar el tema. Quizás en eso al menos podamos ponernos de acuerdo. Es evidente que será una ventaja para todos no tener innumerables palabras nuevas para la misma cosa. Mientras tanto, quizás…, bien, quizás sería mejor que aplazáramos por el momento la decisión final sobre la presente dificultad.
Seis meses después, un hombre con una gabardina cerrada y ajustada con un cinturón se acercó al edificio del Pentágono.
Un hombre con un voluminoso portafolios paseaba a cierta distancia del Kremlin.
Un taxi con un hombre bien vestido que tenía al lado un maletín circulaba frente al edificio de las Naciones Unidas.
Dentro del edificio, el ambiente se iba caldeando. El delegado soviético decía en tono áspero:
—La Unión Soviética es la nación científicamente más avanzada de la Tierra, y sin duda es la más gacknik. La Unión Soviética no acepta los dictados de nadie. Hemos concedido medio año más para que recapaciten y ahora voy a exponer sin más preámbulos nuestra posición:
»Si queréis chusear una gack con nosotros por este tema, os vamos a mongelar. Os groquearemos en cuatro días. No quedará vivo ni un miserable perro de un imperialista capitalista. Quizás en la lucha caiga alguno de los nuestros, pero vuestra nación quedará absolutamente boquetada. El tiempo del capitalismo decadente ha terminado.
Un acceso de maravillosa dialéctica surgió en la mente del delegado soviético. Durante una fracción de segundo, comprendió con una claridad innatural no sólo el porqué, sino el cómo la filosofía de su nación estaba destinada a surgir triunfante —con la adecuada dirección— e, incluso, sin acudir a una gack ruinosa.
Sin que el delegado soviético lo advirtiera, el delegado norteamericano estaba experimentando simultáneamente una clara visión en profundidad de las asombrosas posibilidades de las creencias norteamericanas fundamentales, que hasta ahora apenas habían sido presentidas.
Al mismo tiempo, otros delegados estaban en sus escaños, sentados pero erguidos, con los ojos fijos en lejanas visiones.
El instante de resplandeciente certeza se disipó, consumido.
—Sí —continuó el delegado soviético, como en un trance—. Ni siquiera es preciso cushear una gack. Es inevitable que la victoria sea para el comunis… comun… com…
Enmudeció, con ademán horrorizado.
El delegado norteamericano cerró los ojos y emitió un gruñido.
—El capitalis… capital… capi… el estímulo individualis… indi-vid… indi… —Levantó la mirada y continuó—: Ahora tendremos que celebrar otra conferencia. Y después, además, tendremos que hacerles tragar de algún modo las nuevas palabras a ese treinta por ciento de gente a la que no alcanzan con ese aparato infernal.
El delegado soviético tanteó su asiento y se derrumbó pesadamente en él.
—El materialismo dialécti… el materia dial… mate… dial…
Hundió la cabeza entre las manos y exhaló un profundo suspiro, tembloroso.
El delegado británico decía:
—Elleóningl… leoing… le… le… ¡Qué horrible!
—Sí —asintió el delegado norteamericano—. Pero si esto sigue así, acabaremos por tener un nuevo idioma, completo y unificado. Quizás sea ésa la idea.
El delegado soviético exhaló un nuevo suspiro y le contempló con aire tétrico.
—Esto contesta también una pregunta formulada hace mucho tiempo.
—¿De qué se trata?
—Hace mucho, uno de nuestros escritores la expuso en un libro: «¿Qué es lo que hay en un nombre?».
Todos los delegados asintieron con expresiones desoladas.
—Sí, ahora lo sabemos.