Introducción
En el griego clásico, la palabra psique estaba relacionada semánticamente con el concepto de respiración. Sin embargo, como es lógico, los antiguos griegos no entendían esta respiración en el sentido que le ha dado la ciencia moderna. Para ellos, respirar era algo invisible y misterioso que, de algún modo, estaba en íntima relación con la vida. Las piedras no respiraban, y tampoco lo hacían los seres humanos cuando morían.
Con el paso del tiempo, la palabra psique se ha convertido, en español, en sinónimo de alma o espíritu, vocablos que se refieren también a algo etéreo, intangible, que de algún modo está íntimamente relacionado con la vida. Sin embargo, cualquier otra definición que pretenda una mayor precisión en el término acaba por perderse en un sinnúmero de sutilezas e incertidumbres teológicas.
Si queremos definir la psique o alma sin acudir a explicaciones teológicas, podemos considerarla el núcleo central, el meollo, del ente que se alberga en el cuerpo físico. Es la personalidad, la individualidad, eso a lo que uno se refiere cuando dice «yo». Es eso que permanece intacto y completo aunque se pierda un brazo o una pierna, aunque se quede uno ciego o el cuerpo esté enfermo, herido o agonizante.
La psicología, por consiguiente, es el estudio sistemático de ese núcleo central de la personalidad. Y en estos tiempos nuestros de retroceso de las explicaciones teológicas, la palabra más apropiada para referirnos a dicho núcleo central de la personalidad ya no es alma, sino mente. La psicología es el estudio de la mente y de su relación con la cultura.
La psicología resulta fascinante por cuanto parece hallarse en el fondo de todo conocimiento. En ciertos aspectos, todo el mundo la comprende; en otros, resulta un misterio para cualquiera. Lo mismo sucede en otras ciencias, quizás en todas, pero ciertamente en ninguna alcanza el grado y profundidad que en la psicología.
Por ejemplo, comprender por qué una bola de billar se comporta del modo en que lo hace, por qué se mueve al ser golpeada por otra, cómo choca y rebota con las bandas de la mesa o con otra bola, cómo se altera su velocidad y dirección como resultado de la colisión, etc., todo ello requiere un profundo conocimiento de los principios de la rama de la física conocida como mecánica. Y a la inversa, es posible calcular y elaborar los principios de la mecánica a partir de un estudio meticuloso del comportamiento de las bolas de billar.
Sin embargo, los expertos en el arte del billar no necesitan haber estudiado en profundidad la física o la mecánica. Puede que jamás hayan oído hablar de la conservación del momento, y que no se hayan detenido nunca a considerar las complejidades matemáticas del momento angular producido por los «efectos» dados a la bola al golpearla en un sitio distinto del centro de gravedad. Y pese a ello, los maestros del billar consiguen verdaderos prodigios con las bolas, gracias a la meticulosa atención que prestan a unos principios físicos que incluso ignoran conocer.
Lo mismo cabe decir de quienes lanzan las pelotas de béisbol con complicado virtuosismo, y de quienes las golpean con los bates en una admirable demostración de coordinación y técnica. Estos deportistas pueden ganar muchos millones gracias a su maestría en la ciencia aplicada de la mecánica aunque, en la mayoría de los casos, jamás hayan estudiado ni siquiera los fundamentos más sencillos de la física.
Las leyes científicas pueden comprenderse de una manera muy útil mediante la mera observación y una práctica meticulosa, pues la ciencia es un sistema organizado de descripción del mundo real, y nosotros vivimos en ese mundo real. El ser humano, por consiguiente, no hace sino aprender a describir el mundo, aun si su descripción no se acomoda a los términos convencionales que los científicos han elaborado y han decidido utilizar entre ellos.
No sorprende, pues, que algunas personas hayan llegado a comprender la mente humana mediante la observación de los demás, viviendo y relacionándose con ellos, adquiriendo conciencia de sus hábitos, respuestas y peculiaridades. Nadie puede leer a Shakespeare, Dostoyevski, Tolstoi, Dickens, Cervantes, Moliere, Goethe y otros innumerables autores sin apreciar que todos ellos tienen un profundo conocimiento de la naturaleza humana en todas sus variantes y con todas sus paradojas, aunque ninguno de ellos haya estudiado psicología de una manera formal.
El conocimiento no científico de la psicología está, indudablemente, más extendido que el de ninguna otra ciencia. Los deportistas aprovechan admirablemente las leyes físicas, los cocineros la química, los jardineros la biología, los marinos la meteorología, y los músicos las matemáticas, pero en todos estos casos se trata de ocupaciones especializadas.
En cambio, todo el mundo sin excepción tiene que relacionarse con otras personas.
Incluso los reclusos deben relacionarse consigo mismos, y eso no es poco, pues cada uno de nosotros puede llevar en su interior todas las virtudes y defectos, todas las glorias y debilidades, aversiones y tendencias de la humanidad en general.
Por lo tanto, debemos reconocer que, en ciertos aspectos, la psicología es la ciencia más extendida y comprendida.
Y sin embargo…
La mente humana, nacida —se puede afirmar— del cerebro humano, es algo extraordinariamente complejo. Sin duda, nuestro cerebro es el cúmulo de materia más complicado y sutilmente inter-relacionado que conocemos (con la dudosa excepción del cerebro del delfín, que tiene mayor volumen y está dotado de más circunvoluciones que el del hombre).
Al estudiar algo de tan superlativa complejidad como el cerebro humano, surgen, como era de esperar, frecuentes barreras insalvables. Ello resulta muy comprensible si nos detenemos a pensar que estudiamos el cerebro humano sin más armas que el propio cerebro humano. Estamos pidiéndole a la complejidad que comprenda una complejidad igual.
No es de extrañar, pues, que pese a los miles de millones de seres humanos que a lo largo de la historia del Homo sapiens se han estudiado a sí mismos y a los demás de una manera espontánea y no sistemática, e incluso a pesar de los genios extraordinarios que han puesto de relieve la condición humana en la literatura, el arte, la filosofía y, en los últimos tiempos, en la ciencia, todavía queden vastas áreas desconocidas o inciertas. Y más en la psicología que en ninguna otra ciencia. En aquélla, incluso las áreas más tratadas y estudiadas están sometidas, en un grado u otro, a constante discusión.
Y por ello, en cierto modo, la psicología es la ciencia menos comprendida.
Cabe tener en cuenta, además, que todos los problemas que afectan y han afectado a la humanidad a lo largo de la historia tienen su origen, en gran medida, en el desaprovechamiento de la mente humana. Hay problemas que pueden parecer totalmente independientes de nosotros, e inabordables para cualquier esfuerzo humano —como el advenimiento de una era glaciar o la explosión del sol—, pero aun entonces la mente humana está en situación de prever el hecho y tomar decisiones destinadas a mejorar la situación, aunque sólo sea haciendo más llevadera la muerte. La buena voluntad, la razón y la ingenuidad son necesarias (y a menudo se echan de menos).
Por otra parte, la estupidez humana —o al menos la carencia de suficiente sabiduría— representa un peligro constante y cada vez mayor. Si nos destruimos en una guerra nuclear, o a causa de la superpoblación, el agotamiento de los recursos, la contaminación, la violencia o la alienación, parte de la culpa —casi toda— habrá residido en la incapacidad de nuestro cerebro para darse cuenta del peligro existente, y en la negativa de nuestra mente a aceptar la necesidad de adoptar las medidas necesarias para evitar o amortiguar tal peligro.
No hay duda, pues, de que la psicología es la más importante de las ciencias. Podemos vivir, aunque sea de un modo primario, con muy escasos conocimientos de cualquiera de las demás ciencias pero, si no comprendemos la psicología, con toda seguridad estamos perdidos.
¿Cuál es el papel de la ciencia ficción en este tema?
Los escritores de ciencia ficción no tienen, en conjunto, una comprensión mejor o más completa de la naturaleza humana que los demás escritores, y no hay razón alguna para volverse a ellos, como individuos, en busca de una explicación más brillante de la condición humana.
No obstante, en la ciencia ficción se describe a seres humanos enfrentados a situaciones inusuales, sociedades extrañas y problemas poco ortodoxos. El esfuerzo de imaginar la respuesta humana ante tales hechos puede suponer un nuevo modo de iluminar las tinieblas, permitiéndonos observar lo que hasta ahora no se había podido aclarar.
Los relatos que aparecen en esta antología han sido seleccionados teniendo en cuenta esta premisa, y cada uno de ellos lleva un comentario especial, escrito por mí mismo y por otro de los recopiladores, Charles Waugh, que es, precisamente, psicólogo de profesión.
Isaac Asimov