FORMA - Robert Sheckley
PID, el Piloto, disminuyó gradualmente la velocidad de la nave hasta detenerla casi por completo. Después echó una mirada ansiosa a aquel verde planeta. Aun sin los datos de los instrumentos, no había manera de confundirlo: era el tercero a partir del sol, el único en ese sistema apto para la vida. Allí estaba, flotando pacíficamente entre su velo de nubes.
A pesar de su aspecto inocente, algo en él había acabado con cuantas expediciones enviaran los Glom. Pid vaciló un momento antes de iniciar el irrevocable descenso. Tanto él como sus dos tripulantes estaban ya preparados, hasta donde era posible estarlo. Cada uno guardaba en su bolsa marsupial un compacto Desplazador, inactivo pero listo para su empleo.
Pid deseaba decir algo a su tripulación, pero no sabía muy bien cómo expresarse.
Los otros dos aguardaban. Ilg, el Radiooperador, ya había enviado el mensaje final hacia el planeta Glom. Ger, el Detector, leyó de una sola mirada los datos de dieciséis indicadores.
—No hay señales de actividad por parte del enemigo —informó, y las superficies de su cuerpo fluyeron sin el menor reparo.
Pid notó aquel abandono y decidió inmediatamente lo que debía decirles. Desde que partiera de Glom la disciplina en cuanto a Forma había sido demasiado relajada. Contaba ya con la advertencia del Jefe de Invasiones, pero de cualquier modo era su deber hacer algo al respecto: las castas inferiores, tales como los Radiooperadores y los Detectores, eran notoriamente propensas a la Amorfía.
—En esta expedición se han depositado muchas esperanzas —comentó lentamente—. Ahora estamos muy lejos de nuestra tierra... Ger, el Detector, asintió. Mientras tanto Ilg, el Radiooperador, abandonó la forma prescrita para amoldarse cómodamente a una de las paredes. Pid continuó en tono severo:
—...Pero esa distancia no es excusa para caer en la promiscuidad de la Amorfía.
Ilg se apresuró entonces a recobrar la forma de un correcto Radiooperador.
—Indudablemente, nos veremos obligados a adoptar formas exóticas —prosiguió Pid—, y para ello disponemos de una dispensa especial. Pero no lo olviden: ¡cualquier forma que no se asuma en estricto cumplimiento del deber es una estratagema del Amorfo!
Las superficies corporales de Ger cesaron bruscamente de fluir.
—Eso es todo —concluyó Pid, fluyendo hacia sus controles.
—La nave inició el descenso, con tan perfecta coordinación que inspiró a Pid un dejo de orgullo. Aquellos muchachos trabajaban bien; no se podía exigir de ellos la aguda conciencia de la Forma que tenían los Pilotos de casta superior. El mismo Jefe de Invasiones se lo había dicho así.
—Pid —había dicho el Jefe de Invasiones en aquella última entrevista—, necesitamos desesperadamente ese planeta.
—Sí señor —respondió Pid en posición de firme, sin que su Forma Óptica de Piloto vacilara siquiera un instante.
—Uno de ustedes —continuó el Jefe— tendrá que filtrarse por las proximidades de una fuente de energía atómica para instalar un Desplazador. El ejército, de este lado, estará listo para cruzar.
—Lo haremos, señor —dijo Pid.
—Esta expedición tiene que triunfar —observó el Jefe, mientras sus facciones se borroneaban por un instante debido a tanta fatiga—. Esto se lo digo con carácter estrictamente confidencial: hay mucha agitación en Glom. Por ejemplo, la casta de mineros se ha declarado en huelga; quieren otra Forma para excavar. Dicen que la antigua no es eficaz.
Pid demostró la debida indignación. La Forma de Minero había sido establecida por los antepasados hacía ya cincuenta mil años, junto con el resto de las formas básicas. ¡Y esos agitadores querían cambiarla!
—Eso no es todo —le dijo el Jefe—. Hemos descubierto un nuevo Culto de la Amorfía, detectamos casi ocho mil adeptos, y no sé cuántos más se nos escaparon.
Pid sabía que la Falta de Formas era un cebo del Amorfo, el mayor demonio concebido por la mente de los Glom, pero ¿cómo era posible que Glom cayera en sus cebos?
El Jefe adivinó esa pregunta.
—Pid —dijo—, supongo que a usted le cuesta comprenderlo. ¿Le gusta a usted Pilotar?
—Sí señor —respondió Pid, simplemente.
¡Que si le gustaba Pilotar! ¡Era la razón de su vida! Si no estaba ante los controles de una nave tenía la sensación de ser nada.
—No todos los Glom piensan así —prosiguió el Jefe—. Por mi parte tampoco lo comprendo. Desde el fondo de los tiempos, todos mis antepasados han sido Jefes de Invasión. Es natural por lo tanto que yo quiera ser Jefe de Invasión, tan lógico como legal. Pero las castas inferiores no piensan lo mismo.
Y meneó el cuerpo con tristeza.
—Le cuento esto por una razón —continuó—. Los de Glom necesitamos más espacio. Estas agitaciones se deben sólo a lo aglomerados que estamos. Así lo dicen todos nuestros psicólogos. La solución es disponer de otro planeta para expandirnos. Y contamos con usted, Pid.
—Sí señor —respondió Pid, resplandeciente de orgullo. El Jefe se levantó como para dar la entrevista por concluida, pero cambió de idea y volvió a sentarse.
—Tendrá que vigilar a su tripulación —agregó—. Son leales, sin duda alguna, pero pertenecen a las castas inferiores. Y ya sabe usted cómo son las castas inferiores.
Claro que Pid lo sabía.
—Ger, el Detector, está bajo sospecha de albergar tendencias Alteracionistas. En una ocasión se lo multó por asumir una forma de quasi-Cazador. En cuanto a Ilg, nunca se lo ha acusado directamente de nada, pero dicen que permanece inmóvil durante períodos sospechosamente largos. Probablemente se crea Pensador.
—Pero señor —protestó Pid—, si sobre ellos pende la más remota sospecha de Alteracionismo o Amorfía ¿por qué los incluyen en esta expedición?
El Jefe dudó un segundo antes de responder:
—Hay muchos Glom en los que podríamos confiar —dijo lentamente—, pero esos dos poseen ciertas cualidades imaginativas y una abundancia de recursos que resultarán muy necesarias en esta expedición.
Y agregó con un suspiro:
—En realidad, no sé por qué, esas cualidades parecen vincularse siempre con la Amorfía.
—Sí señor —dijo Pid.
—Vigílelos. Eso es todo.
—Sí señor.
Pid saludó, comprendiendo que la entrevista había terminado. En su bolsa marsupial sentía el peso del Desplazador inactivo, listo para transformar las fuentes de energía del enemigo en un puente a través del espacio, por el cual podrían cruzar las hordas de Glom.
—Buena suerte —dijo el Jefe—. La necesitará sin duda alguna.
La nave bajó silenciosa hacia la superficie del planeta enemigo. Ger el Detector analizó las nubes que se veían por debajo y suministró algunos datos a la unidad de camuflaje. La unidad entró en funcionamiento; pronto la nave, vista desde fuera, parecía una formación de cirrus.
Pid dejó que la nave derivara lentamente hacia la superficie del planeta misterioso. Había asumido la Forma Óptima del Piloto, la más eficaz de las cuatro formas asignadas a su casta. Era sólo una prolongación de los controles, sordo, ciego y mudo; concentró toda su atención en las nubes altas, para igualar velocidades y confundirse entre ellas.
Ger conservaba rígidamente una de las dos formas asignadas a los Detectores. Suministró más datos a la unidad de camuflaje y la nave, en su descenso, se convirtió lentamente en un alto-cúmulo. No había señales de actividad por parte del planeta enemigo.
Ilg localizó una fuente de energía atómica y suministró los datos a Pid. El Piloto alteró el curso. Había llegado ya a la capa inferior de nubes, a un kilómetro y medio por sobre la superficie del planeta. Ahora la nave parecía un cúmulo gordo y lanudo.
Aún no había señales de alarma. El hado misterioso que eliminara las veinte expediciones anteriores permanecía oculto.
Mientras Pid maniobraba en las cercanías de la planta atómica, el crepúsculo trepó lentamente por la cara del planeta. El piloto evitó las casas circundantes y balanceó la nave sobre un bosquecito.
Cayó la oscuridad. La única luna del planeta verde lucía velada por las nubes. Una nube flotó a menor altura.
Y aterrizó.
—¡Rápido, fuera todos! —gritó Pid, separándose de los controles.
Asumió la Forma de Piloto más adecuada para correr y salió a toda prisa por la escotilla. Ger y Eg le siguieron sin demoras. Se detuvieron a veinte metros de la nave y allí aguardaron.
Un circuito se cerró en el interior de la nave. Con un silencioso estremecimiento, el vehículo comenzó a fundirse.
Se disolvió el plástico, se arrugó el metal. Pronto la nave no fue sino un gran montón de chatarra, pero el proceso continuó. Los fragmentos mayores se quebraron una y otra vez.
De pronto Pid se sintió indefenso. Era Piloto, de la casta de los Pilotos. Su padre había sido Piloto, y también su abuelo, y así hasta las neblinas del pasado en que los Glom construyeran las primeras naves. Entre ellas había pasado toda su niñez; venía pilotándolas desde que se hiciera hombre.
Ahora, despojado de su nave, se sentía desnudo en un mundo extraño.
En el curso de pocos minutos sólo quedó un puñado de polvo en el sitio que ocupara la nave. El viento nocturno lo esparció por el bosque. Ya no quedaba nada.
Aguardaron. Nada ocurrió. El viento suspiraba, los árboles crujían. Hubo un parloteo de ardillas; los pájaros se agitaron en sus nidos.
Cayó una pina.
Pid se sentó con un suspiro de alivio. La vigésimo primera expedición Glom había aterrizado felizmente.
No había nada que hacer hasta la mañana; por lo tanto, Pid comenzó a trazar los planes. Habían aterrizado tan cerca de la instalación atómica como se atrevieron. Ahora tendrían que aproximarse más. De algún modo uno de ellos debía llegar prácticamente hasta el cuarto del reactor para activar el Desplazador.
Difícil. Pero Pid se sentía seguro del éxito. Después de todo, el punto fuerte de los Glom era el ingenuo.
Pid se dijo con amargura que, en cambio, estaban terriblemente escasos de material radioactivo. Era otra de las razones por las que esa expedición resultaba tan importante. Quedaba muy poco combustible radiactivo en todos los mundos de Glom.
Hacía muchos siglos, los Glom habían empleado todas sus reservas de material radiactivo en la ocupación de todos los mundos vecinos aptos para la vida. La colonización llegaba a duras penas a compensar el crecimiento de la natalidad. Siempre se necesitaban mundos nuevos.
Aquél en el cual se encontraban, descubierto en una expedición de avanzada, se ajustaba perfectamente a sus necesidades. Pero estaba demasiado alejado, y ellos no disponían del combustible indispensable para armar una flota espacial de conquista.
Afortunadamente había otra forma de hacerlo. Una forma mejor.
En muchos siglos de trabajo, los científicos de Glom habían creado el Desplazador, todo un triunfo de la Ingeniería de Identidad. Gracias a él se podía trasladar instantáneamente una masa entre dos puntos cualesquiera. Uno de los extremos estaba situado en la única planta atómica de Glom; la otra debía ser emplazada en las proximidades de otra fuente de energía atómica; una vez activada, la energía desviada iba de un extremo al otro, se modificaba y modificaba a su vez.
Así, gracias al milagro de la ingeniería de Identidad, los Glom podían pasar de un planeta a otro o volcarse hacia cualquier punto en una enorme ola arrolladora.
Era bastante simple. Pero veinte expediciones habían fracasado en la tarea de colocar un Desplazador en el extremo terrestre. Qué había pasado con ellas, nadie lo sabía.
Pues ninguna de las naves Gloss volvió para contarlo.
Antes de la aurora avanzaron a rastras por los bosques, tomando la coloración de las plantas que los rodeaban. Los Desplazadores palpitaban débilmente, percibiendo la proximidad de la energía atómica.
Ante ellos pasó corriendo una pequeña criatura de cuatro patas. Instantáneamente, Ger echó a su vez cuatro miembros y un largo cuerpo rayado para lanzarse en persecución del animal.
—¡Ger! ¡Regresa! —gritó Pid ante el Detector, lanzando la alarma a los vientos.
Ger alcanzó a la criatura y la volteó; su intención era morderla, pero había olvidado proveerse de dientes. El animal se liberó de un salto y desapareció entre la maleza. Ger echó una buena dentadura y preparó los músculos para el salto.
—¡Ger!
El Detector se volvió, a desgana, y corrió hacia Pid con pasos largos.
—Tenía hambre —explicó.
—No es cierto —respondió Pid con severidad.
—Sí lo es —murmuró Ger, retorciéndose con expresión azorada.
Pid recordó entonces lo que le dijera el Jefe. Sin duda Ger tenía las tendencias de un Cazador. Debía vigilarlo estrechamente.
—No quiero que esto vuelva a repetirse —dijo—. Recuerden: no se permite ceder a las Formas Exóticas. Conténtense ustedes con la forma que les fue dada al nacer.
Ger, con un gesto de asentimiento, volvió a fundirse en la maleza. Siguieron avanzando.
Desde el linde del bosque distinguieron la planta de energía atómica. Pid tomó el aspecto de una mata. Ger se transformó en un viejo tronco. Ilg, tras un momento de vacilación, se convirtió en un haya tierna.
La planta de energía tenía la forma de un edificio largo y bajo rodeado por una alambrada metálica. Frente al portón había guardias.
La primera tarea consistiría en atravesar ese portón. Pid comenzó a estudiar las distintas maneras de hacerlo. A través de la información fragmentaria suministrada por las primeras expediciones de investigación, sabía que esa raza de Hombres compartían algunos aspectos de los Glom. Por ejemplo, tenían mascotas, hogares, niños y una cultura. Tenían habilidad mecánica, al igual que los Glom.
Pero había diferencias tremendas. Los Hombres tenían formas fijas e inmutables, como las piedras y los árboles. En compensación, su planeta lucía una fantástica variedad de especies, tipos y clases. Esa era la mayor diferencia con respecto a Glom, donde había sólo ocho formas distintas de vida animal.
Y según toda evidencia, los Hombres eran muy hábiles para detectar invasores. Pid habría querido saber por qué habían fracasado las otras expediciones. De ese modo su trabajo habría sido mucho más fácil.
Junto a ellos pasó un hombre; sus piernas eran increíblemente rígidas. La rigidez era evidente en cada uno de sus movimientos. Pasó de prisa, sin mirar.
—Ya sé —dijo Ger cuando la criatura se hubo alejado—: tomaré la forma de un Hombre, pasaré por el portón para llegar hasta el cuarto del reactor y allí activaré mi Desplazador.
—No sabes hablar el idioma de ellos —señaló Pid.
—No tengo por qué hablarles. Los ignoraré. Miren. Y Ger tomó rápidamente la forma de un Hombre.
—No está mal —dijo Pid.
Ger intentó unos pocos pasos, copiando el andar desgarbado de los humanos.
—Mucho temo que no dará resultado —observó Pid.
—Es muy lógico —protestó Ger.
—Lo sé. Precisamente por eso las otras expediciones deben haberlo intentado. Y ninguna de ellas regresó.
No cabía respuesta posible. Ger volvió a tomar la forma de un tronco y preguntó.
—¿Qué haremos, entonces?
—Déjame pensar —pidió Pid.
Pasó otra criatura, ésta de cuatro patas. Pid la reconoció como Perro, una de las mascotas del Hombre, y la observó minuciosamente.
El Perro avanzó hasta el portón con la cabeza gacha, sin mayor prisa. Pasó por allí sin que nadie lo molestara y se echó sobre el césped.
—¡Hummm! —dijo Pid.
Siguieron observando. Uno de los Hombres, al pasar, palmeó al Perro en la cabeza. Este sacó la lengua y se tendió de costado.
—Yo también puedo hacerlo —exclamó Ger excitado. Y comenzó a tomar la forma de un Perro.
—No, espera —indicó Pid—. Pasaremos el resto del día pensándolo bien. Esto es demasiado importante como para obrar a tontas y a locas.
Ger se rindió de mala gana.
—Vengan, vamos a retroceder.
Pid y Ger comenzaron a retroceder hacia el interior del bosque. De pronto recordaron a Ilg.
—¿Ilg? —llamó Pid suavemente. No hubo respuesta.
—¡Hg!
—¿Qué? ¡Ah sí? —dijo un haya, convirtiéndose en matorral—. Perdón. ¿Qué decías?
—Vamos a retroceder —repitió Pid—. Por casualidad, ¿estabas Pensando?
—¡Oh, no! —aseguró Ilg—. Sólo descansaba. Pid prefirió dejarlo así. Había demasiadas cosas por las que preocuparse.
Pasaron el resto del día ocultos en lo más profundo del bosque, discutiendo planes posibles. Las únicas alternativas parecían convertirse en Hombre o en Perro. No se podía pasar por el portón bajo la forma de un Árbol, pues eso no estaba en la naturaleza de los árboles. Tampoco había otro ser capaz de hacerlo sin que repararan en él.
Parecía demasiado arriesgado pasar bajo la forma de un Hombre. Decidieron que Ger, por la mañana, haría una salida convertido en Perro.
—Ahora durmamos un poco —dijo Pid.
Los dos tripulantes, obedientes, se achataron contra el suelo, perdiendo toda forma. Para Pid aquello fue más difícil.
Todo parecía demasiado sencillo. ¿Cómo era posible que la planta atómica no estuviera mejor custodiada? Sin duda los Hombres debían haber descubierto algo con respecto a las expediciones anteriormente capturadas. O tal vez habían matado a sus miembros sin hacer preguntas.
Nunca se sabía lo que un ser de otro planeta era capaz de hacer.
¿Y si ese portón abierto era una trampa?
Fatigado, fluyó en una posición más cómoda sobre el suelo desigual. De pronto recobró bruscamente la conciencia. ¡Había perdido la Forma!
Se recordó severamente que la comodidad no tenía nada que ver con la obligación, y volvió a retomar la Forma de Piloto.
Pero la Forma de Piloto no estaba ideada para dormir sobre un suelo húmedo y aterronado. Pid pasó la noche sin dormir, pensando en naves espaciales, con deseos de hallarse ante los controles de una de ellas.
Despertó en la mañana, cansado y de mal humor.
—Vamos —dijo, codeando a Ger—. Acabemos con esto. Ger se irguió con optimismo.
—Vamos, Ilg —repitió Pid en tono de enojo, echando una mirada a su alrededor—, despierta. No hubo respuesta.
—¡Ilg!
Tampoco esa vez hubo respuesta.
—Ayúdame a buscarlo —dijo Pid a Ger—. Debe andar por aquí.
Revisaron juntos cada arbusto, cada árbol, tronco o mata de los alrededores. Ninguno de ellos era Ilg. Pid sintió el primer embate del pánico. ¿Qué habría ocurrido con el Radiooperador?
—Tal vez decidió atravesar el portón por su propia cuenta —sugirió Ger.
Pid caviló sobre aquella posibilidad. No parecía probable, pues Ilg nunca había dado muestras de mucha iniciativa. Por el contrario, se contentaba con obedecer las órdenes.
Aguardaron hasta mediodía. Ilg no dio señales de vida.
—No podemos esperar más —dijo Pid.
Empezaron a avanzar a través del bosque. Pid se preguntaba entre tanto si Ilg habría intentado realmente pasar solo a través del portón. Los caracteres tranquilos y silenciosos ocultaban con frecuencia una vena de temeridad.
Pero nada demostraba que Ilg hubiese tenido éxito. Tendría que darlo por muerto o por capturado.
Sólo quedaban dos para activar un Desplazador.
Y todavía no sabía qué había pasado con las otras expediciones.
Ya en el linde del bosque Ger se transformó en el facsímil de un Perro. Pid lo inspeccionó minuciosamente.
—Menos cola —dijo. Ger acortó su rabo.
—Más orejas. Ger las alargó.
—Ahora iguálalas.
Revisó el resultado. Hasta donde podía juzgar, Ger estaba perfecto desde la punta del rabo hasta el hocico húmedo y negro.
—Buena suerte —dijo Pid.
—Gracias.
Ger salió del bosque caminando rígidamente, como los Hombres y los Perros. El guardia que estaba junto al portón lo llamó. Pid contuvo el aliento.
Ger pasó junto al Hombre sin prestarle atención. Este dio un paso hacia él. Ger echó a correr.
Pid echó un par de fuertes piernas, listo para emprender la huida en el caso de que su tripulante cayera prisionero.
Pero el guardia volvió al portón. Ger se detuvo de inmediato y echó a andar tranquilamente hacia el portón principal. Pid disolvió sus piernas con un suspiro de alivio.
¡Pero el portón principal estaba cerrado! ¡Ojalá el Radiooperador no tratara de abrirlo! Eso no estaba en la naturaleza de los Perros.
Otro Perro se acercó al trote hacia Ger. Este retrocedió. El Perro se aproximó, olfateándolo. Ger hizo lo mismo.
Ambos echaron a correr en torno al edificio. Era una buena idea; seguramente habría una puerta en la parte trasera.
Pid alzó la vista hacia el sol vespertino. En cuanto se activara el Desplazador, los ejércitos de Glom comenzarían a fluir hacia allí. Y cuando los Hombres se recobraran de la sorpresa habría ya más de un millón de soldados y otros en camino.
El día transcurrió lentamente sin la menor novedad. Pid, nervioso, observaba la fachada de la planta. Tanta demora significaba que Ger no había tenido éxito.
Aguardó hasta bien entrada la noche. Los Hombres entraban y salían de las instalaciones, los Perros ladraban junto a los portones. Pero Ger no apareció.
Ger había fracasado. Ilg no aparecía. Sólo quedaba él.
Y aún no sabía lo que había ocurrido.
Al llegar la mañana Pid estaba ya completamente desesperado. La vigésimoprimera expedición Glom a ese planeta estaba a punto de fracasar sin remedio. Ahora todo estaba en sus manos.
Decidió hacer una salida sin más, bajo la forma de un Hombre. Era la única posibilidad que restaba.
Vio que en ese momento llegaban muchos trabajadores y entraban de prisa por los portones. ¿Sería posible mezclarse con ellos, o sería mejor aguardar hasta que la conmoción fuera menor? Decidió sacar ventaja de aquella aparente confusión y comenzó a tomar la forma de un Hombre.
Un Perro pasó por el bosquecillo donde estaba escondido.
—¡Hola! —dijo el Perro. ¡Era Ger!
—¿Qué ocurrió? —preguntó Pid con un suspiro de alivio—. ¿Por qué tardaste tanto? ¿No pudiste entrar?
—No lo sé—, dijo Ger, meneando el rabo—. No hice el intento.
Pid se quedó sin habla.
—Salí de cacería —explicó el otro, complacido—. Esta forma es ideal para Cazar, ¿sabes? Escapé por el portón trasero con otro Perro que no conocía y fuimos de cacería.
—Pero la expedición... tu deber...
—Cambié de idea. ¿Sabes, Piloto? Nunca quise ser Detector.
—¡Pero si «naciste» Detector!
—Eso es verdad —dijo Ger—, pero no sirve de nada. Siempre quise ser Cazador.
Todo el cuerpo de Pid se estremeció de fastidio.
—No puedes —explicó lentamente, como si hablara con un Glomling—. La forma de Cazador está prohibida para tí.
—Aquí no lo está —replicó Ger, moviendo aún el rabo.
—Acabemos con esto —dijo Pid, lleno de enojo—. Entra a esa planta y activa tu Desplazador. Trataré de pasar por alto esta herejía.
—No lo haré —respondió Ger—. No quiero que vengan los Glom. Lo arruinarían todo.
—Tiene razón —dijo una haya.
—¡Ilg! —exclamó Pilg—. ¿Dónde estás?
—Aquí mismo —dijo Ilg, con un temblor de ramas—. He estado Pensando.
—Pero... tu casta...
—Piloto —observó Ger con tristeza—, ¿por qué no despiertas? En Glom, casi todos son infelices. Sólo la costumbre hace que tomemos la forma de casta de nuestros antepasados.
—Piloto —dijo Ilg—, ¡todos los Glom nacen amorfos!
—Y puesto que todos nacen Amorfos —agregó Ger— todos deberían tener la libertad de elegir su Forma.
—Exacto —concluyó Ilg—. Pero él jamás comprenderá. Ahora perdonen. Quiero Pensar. Y la haya guardó silencio. Pid rió sin la menor alegría.
—Los Hombres os matarán —les dijo—, tal como mataron al resto de los expedicionarios.
—No han matado a ningún Glom —respondió Ger—. Los otros expedicionarios están aquí.
—¿Vivos?
—Por cierto. Los Hombres ni siquiera saben que existimos. El Perro con el que estuve Cazando es un Glom de la décimonovena expedición. Los hay a montones, Piloto. A todos nos gusta esto.
Pid trató de digerir aquello. Era cosa sabida que las castas inferiores no tenían muy firme la conciencia de casta. Pero eso... ¡Eso era ridículo!
Luego la secreta amenaza de ese planeta era... ¡la libertad!
—Únete a nosotros, Piloto —dijo Ger—. Esto es un paraíso. ¿Sabes cuántas especies hay en este planeta? ¡Son incontables! Hay una forma para cada necesidad.
Pid meneó la cabeza. No había forma que se ajustara a su necesidad. El era Piloto. Pero si los Hombres no tenían noticia de la presencia de los Glom, sería muy simple acercarse al reactor.
—El Supremo Consejo de Glom se encargará de todos ustedes —barbotó, mientras tomaba la forma de un Perro Yo mismo instalaré el Desplazador.
Tras analizarse por un momento, mostró los dientes a Ger y saltó hacia el portón.
El guardia ni siquiera reparó en él. Pudo deslizarse a través de la puerta principal detrás de un Hombre y corrió por un pasillo. El Desplazador palpitaba y tironeaba en su bolsa marsupial, conduciéndolo hacia el cuarto del reactor.
Subió un tramo de escaleras y bajó por otro corredor. Al oír ruido de pasos que se aproximaban por un recodo, Pid supo instintivamente que no se permitía la presencia de Perros en el edificio.
Buscó desesperadamente un escondite, pero el pasillo no lo ofrecía. En cambio había varias luces en el techo. Pid saltó, adhiriéndose al cielorraso, y tomó la forma de una guarnición de alumbrado; era de esperar que los Hombres no trataran de averiguar por qué no estaba encendida.
Los Hombres pasaron a la carrera. Pid se convirtió entonces en el facsímil de un Hombre y apretó el paso. Tenía que aproximarse más.
Otro hombre se acercó por el corredor. Miró fijamente a Pid, abrió la boca como para decir algo y salió a todo correr.
Pid, sin saber dónde estaba el problema, optó por avanzar apresuradamente. El Desplazador latía en su bolsa marsupial, anunciándole que había llegado casi a la distancia crítica. De pronto, una duda terrible asaltó su mente: «todas las expediciones habían desertado. Todos y cada uno de los Glom.»
Disminuyó levemente su velocidad. Libertad de Forma... Era una idea extraña. Perturbadora.
«Obviamente, un cebo del Amorfo», se dijo, y volvió a correr.
Hacia el final del pasillo había una puerta gigantesca, provista de cerrojos. Pid la observó fijamente.
Desde el otro extremo del corredor se oyó un fuerte ruido de pasos y gritos de hombres.
¿Qué pasaba? ¿Cómo lo habían descubierto? Se examinó rápidamente, pasándose los dedos por la cara. Había olvidado moldear las facciones. En su desesperación tironeó de la puerta. Sacó el diminuto Desplazador de su bolsa, pero el pulso no era aún lo bastante fuerte. Tendría que aproximarse más al reactor.
Estudió la puerta. Por debajo corría una pequeña rendija. Pid abandonó rápidamente su forma y se filtró por debajo; apenas si logró pasar el Desplazador.
Dentro del cuarto había otro cerrojo. Lo corrió y buscó además algo con que apuntalar la puerta.
Era una habitación de tamaño reducido. A un lado, una puerta conducía hacia el reactor. Del otro lado había una pequeña ventana. Eso era todo.
Pid contempló el Desplazador. El latido era correcto. Por fin se había acercado lo suficiente. Allí el aparato podría funcionar, absorbiendo y alterando la energía del reactor. Sólo hacía falta activarlo.
Pero todos habían desertado, todos. Pid vaciló. «Todos los Glom nacen Amorfos.» Era cierto. Los niños de Glom eran amorfos hasta que alcanzaban la edad conveniente para instruirlos en la Forma de Casta correspondiente a sus antecesores. Pero la libertad de Formas...
Pid estudió las posibilidades. ¡Poder adquirir la forma que se le antojara, sin la menor interferencia! En ese planeta paradisíaco podría cumplir todas sus ambiciones, convertirse en cualquier cosa, hacer cualquier cosa.
Tampoco estaría solo. Allí había otros Glom que disfrutaban los beneficios de la Libertad de Formas.
Los Hombres ya estaban echando la puerta abajo. Pid vacilaba aún.
¿Qué hacer? La libertad...
Pero no era para él, se dijo con amargura. Resultaba muy fácil ser Cazador o Pensador. Pero él era Piloto. La tarea de Pilotar constituía su vida entera, todo su amor. ¿Cómo podría hacerlo allí?
Claro que los Hombres tenían naves. Podría convertirse en Hombre, encontrar una nave y...
Jamás. Era muy fácil convertirse en Árbol o en Perro. Pero no podría hacerse pasar por Hombre.
Con los repetidos golpes la puerta comenzaba a astillarse.
Pid se dirigió hacia la ventana para echar una última mirada al planeta antes de activar el Desplazador.
Estuvo a punto de perder el sentido ante el impacto de la sorpresa.
¡Era cierto! Hasta entonces no había comprendido bien lo que Ger quería decir, pero era cierto: en ese planeta había especies para satisfacer todos los requerimientos. ¡Todos los requerimientos, incluso el suyo!
Allí podría satisfacer un deseo de la casta de los Pilotos, más profundo aún que el de Pilotar.
Echó otra mirada antes de estrellar el Desplazador contra el suelo. La puerta se abrió violentamente. En el mismo instante, Pid se lanzó por la ventana.
Los hombres corrieron hacia allí para mirar por ella. Ninguno logró comprender lo que veía.
Allá había sólo un gran pájaro blanco. Aleteaba torpemente, pero con más y más fuerza, tratando de alcanzar una bandada que se alejaba a la distancia.