HUEVO DE ÁNGEL - Edgar Pangborn

CARTA archivada. De Blaine a McCarran. Fecha: 10 de agosto de 1951.

Mr. Cleveland McCarran.

Federal Bureau of lnvestigation.

Washington, D.C.

Distinguido señor: Respondiendo a su requerimiento, incluyo en ésta una transcripción de los fragmentos pertinentes del diario del doctor David Bannerman, ya difunto. El documento original se guarda en esta oficina hasta que se resuelva lo que debe hacerse con él.

Nuestras investigaciones no han aportado pruebas de que existiera ninguna relación entre el doctor Bannerman y cualquier organización, ya fuera subversiva o de otro carácter. Según hemos podido apreciar, el doctor era exactamente lo que parecía, un inofensivo residente veraniego, retirado, con una pequeña renta independiente... Un poco amante de la soledad, pero bien mirado por sus vecinos y por los comerciantes locales. Una relación entre el doctor Bannerman y el tipo de actividad que concierne a nuestro Departamento, parece muy improbable.

La siguiente información está entresacada de las primeras partes del diario del doctor Bannerman y concuerdan con la investigación limitada que nosotros hemos llevado a cabo. Nació en 1898 en Springfield, Massachusetts, asistió a la escuela pública del lugar y se graduó en la Universidad de Harvard en 1922, después de haber interrumpido sus estudios durante los dos años del servicio militar. Fue herido en acción de guerra en Argonne, quedando dañada su espina dorsal. Logró doctorarse en Biología en 1926. Efectos retardados de su herida de guerra le obligaron a hospitalizarse durante los años 1927 y 1928. Desde 1929 a 1949 fue profesor de ciencias elementales en una escuela privada de Boston. En 1929 y 1937 publicó sendos libros de texto con el título de «Introducción a la Biología». En 1948 se retiró de la enseñanza: una pensión y una modesta renta procedente de los derechos de sus libros de texto hizo esto posible. Aparte de la deformidad de su espina dorsal, que le obligaba a caminar encorvado, su salud era buena. La autopsia ha mostrado que el estado en que se hallaba su espina dorsal debió de producirle considerables dolores, pero no se sabe que mencionara esto a nadie, ni siquiera a su médico, el doctor Lester Morse. No hay ninguna prueba de que emplease drogas ni que fuera aficionado al alcohol.

Al principio de su diario, el doctor Bannerman se describe así mismo como «un naturalista de tipo perezoso... En lugar de escribir monografías me gustaría sentarme sobre un tronco: el resultado sería mejor». El doctor Morse y otras personas que conocieron al doctor Bannerman personalmente, me dicen que esto da una pequeña idea acerca de su personalidad.

No estoy calificado para hacer comentarios sobre el material de este diario, pero sí diré que no poseo ninguna prueba ni para defender ni para contradecir las afirmaciones del doctor Bannerman. El diario ha sido estudiado tan sólo por mis inmediatos superiores, por el doctor Morse y por mí. Estoy seguro de que usted se dará cuenta de que si le entrego esto lo hago sobre la base del más estricto secreto.

Además del diario, incluyo una declaración del doctor Morse, escrita a requerimiento mío con objeto de guardarla en nuestros archivos y también para la información que le enviamos a usted. Se dará usted cuenta de que dicho doctor dice, con algunas ligeras reservas, que «su muerte no fue incompatible con la presencia de una embolia». Firmó el certificado de la muerte de acuerdo con esto. Recordará usted que en mi carta del 5 de agosto le decía que fue el doctor Morse el que descubrió el cadáver del doctor Bannerman. Debido a la amistad que le unía con el difunto, el doctor Morse no se sintió con fuerzas suficientes para hacer él mismo la autopsia. Esta fue llevada a cabo por el doctor Stephen Clyde, de esta ciudad, siendo virtualmente negativa en lo que respecta a la causa exacta de la muerte, pues ni confirmaba ni contradecía el diagnóstico aproximado hecho por el doctor Morse. Si usted desea leer el informe de la autopsia en su totalidad, le proporcionaré con mucho gusto una copia.

El doctor Morse me dice que, según sus noticias, el doctor Bannerman no tenía parientes. No se casó nunca. En los último doce veranos ocupó un pequeño cottage situado a veinticinco millas de la ciudad, en una carretera de segundo orden, y recibía muy pocas visitas. Su vecino, Steele, mencionado en el diario como un granjero, de sesenta y ocho anos de edad, individuo con buena fama en los alrededores, me ha dicho que «nunca tuvo amistad con el doctor Bannerman».

En este Departamento tenemos la impresión de que, a menos que salga a luz alguna nueva información, apenas se justifica que sigamos investigando.

Respetuosamente le saluda,

Garrison Blaine

Capitán de Policía del Estado. Augusta, Me.

Se incluye el extracto del Diario del fallecido David Bannerman.

También se incluye la declaración de Lester Morse, doctor en Medicina.

Nota del bibliotecario

El documento siguiente, originalmente unido como «documento» no oficial a la carta precedente, fue donado a esta institución en 1994 por una cortesía de Mrs. Helen McCarran, viuda del martirizado primer Presidente de la Federación Mundial. Otros papeles y documentos personales del Presidente McCarran, muchos de ellos pertenecientes a su juventud, cuando estaba empleado en el FBI, se muestran libremente al público en el Instituto de Historia Mundial, de Copenhage.

Nota personal de Blaine a McCarran. Fecha: 10 de agosto de 1951.

Querido Cleve: Sospecho que no estaba bastante claro en mi otra carta que ese bastardo de Clyde es el responsable de que yo le haya complicado a usted en este asunto. Es un hacha en eso de manejar a la gente. Ocurrió impensadamente. Cuando vino a traerme el informe de la autopsia, ya estaba lleno de sospechas porque ésta fuera tan completamente negativa (posee cierta cantidad de honradez) y echó una ojeada a una o dos páginas del diario que yo tenía en mi escritorio. El doctor Morse se hallaba conmigo en aquel momento. Temo que ambos fuimos contagiados por él. Clyde produce esos efectos; pero, de todos modos, tal vez estábamos ya un poco escamados. Pero él fue la gota que hizo derramarse el vaso, ya que olió algo subversivo. Pertenece a la escuela de los NOW-WOW-WOW... ¿No es cierto? Armó un gran guirigay hablando de una autoridad más Alta, y yo sabía que lo decía por usted. Así que quise adelantarme a la carta que sabía que él escribiría. Supongo que su esfuerzo literario no habrá sido colocado en la carpeta Nº 13, por otro nombre el Receptáculo Apropiado.

El puede decir lo que quiera sobre mi carácter, si es que dice algo, pero yo jamás habría supuesto que asestara semejante golpe a su colega profesional. El doctor Morse es lo mejor y nunca habría soñado en escamotearnos ninguna prueba importante, como insinúa en su carta Clyde, según me dice usted. Lo que el doctor hizo fue decirle a Clyde en broma, cuando se encontraban en mi despacho, que se fuera en vuelo hacia la Luna. A mí me habría gustado decírselo también. Así que Clyde se marchó rápidamente para hacer de chivato. ¿Comprende a qué me refería cuando le hablaba de manejar a la gente? Sin embargo —toque madera— no creo que Clyde vea en el diario lo bastante como para tener una noción de lo que se trata.

En cuanto al diario, maldita sea, Cleve, no sé qué pensar. Si a usted se le ocurre algo, quiero que me lo diga, por supuesto. Temo creer yo también en los ángeles. ¡Pero cuando pienso en el efecto que la cosa produciría en la opinión pública de aquí si se divulgase...! ¡Hermano! He aquí que este viejo Bannerman vivía solo en compañía de un ángel hembra sin estar casado con ella ni siquiera por lo civil. ¡Ay! ¿Comprende usted?... ¡Qué flujo de llamadas telefónicas de personas deseosas de explicarlo todo! Expertos en el cuidado y en la alimentación de ángeles. Métodos para hacer experimentos con los ángeles. «Los ángeles pasaron ante mi ventana hace un minuto». «En vuestras horas libres, haced del asunto de los ángeles una gran empresa»...

¿Cuándo nos veremos? Dice usted que podría tener una semana libre en octubre. Si nos pudiéramos reunir, quizá lograríamos sacar sentido de donde no lo hay. He oído decir que la sidra promete ser buena este año. Inténtela probar. Cariños a Ginny y al otro joven fruto. Y recuerdos a Helen, naturalmente.

Suyo,

Carry.

Postdata

Si encuentra usted ángeles en su camino y no sienten muchos deseos de una administración republicana, ponga todos los medios para que sean investigados por el Senado... Entonces sabremos de cierto que todos estamos locos.

Extracto del diario de David Bannerman. Del 1 al 29 de julio de 1951.

Deben de haber transcurrido por lo menos tres semanas desde que tuvimos todo aquel jaleo a propósito de un platillo volante. Observadores del otro lado del Katahdin le vieron venir hacia este lado, y observadores de este lado le vieron ir hacia el otro. Tamaño: de seis pulgadas a sesenta pies de diámetro... y... ¿tenía forma de cigarro? En cuanto a velocidad, la que queráis. Me parece recordar que los testigos estuvieron de acuerdo en lo de que era de un color rosado claro. Hubo, naturalmente, una explicación oficial concebida para dejar a todos impresionados, tranquilos y defraudados. Yo no hice mucho caso a la excitación de la gente, y aún menos a las explicaciones. Pensé que se trataba sencillamente de un platillo volante. Pero ahora, Camilla ha empollado un ángel.

Tenía que ser Camilla. Quizás no he mencionado lo bastante a mis gallinas. Durante los últimos dos días he pensado que quizás este diario será juzgado importante por otros ojos que los míos. Yo no soy más que un hombre solitario en los linderos de la muerte. Pero un ángel en la casa hace que las cosas sean distintas. Y debo mostrar consideración hacia posibles lectores.

Tengo ocho gallinas, todas del año, excepto Camilla. Esta es su tercera primavera. La he guardado dos inviernos, que es cuando voy a calentarme mis helados huesos a Florida, en la granja de mi vecino Steele. Y lo he hecho porque aunque sea sólo un ave, posee unos modales que me sorprenden. Jamás habría podido comerme a Camilla. Si el animal hubiese mirado el cuchillo con esa expresión de desaprobación con que a veces me mira, yo habría pensado que asesinaba a una tía querida. Y no hay duda de que me hubiese mirado así. La única concesión a lo sentimental de Camilla era su anual calentura maternal... cosa, por supuesto, natural y normal en una Plymouth Rocq blanca mantenida en cautiverio.

Este año el animal se las arregló con mucho éxito para hacerse a escondidas un nido entre una zarza de moras. Cuando lo localicé, pensé que lo hacía con dos semanas de retraso. Y tuve que contentarme con observarla desde una ventana. Camilla es muy. lista y venía a comer al sitio de costumbre y luego se iba al nido. Cuando descubrí el nido, Camilla estaba sentada sobre nueve huevos al tiempo que me echaba maldiciones. La gallina no podía ser fértil ya que allí no había ningún gallo, y yo estaba a punto de robarle los huevos cuando vi que el noveno huevo no era de ella. Era transparente, tenía una coloración profundamente azul y en su interior había puntitos de luz que me recordaron las primeras estrellas de un claro anochecer. Este huevo azul tenía el mismo tamaño que los de Camilla. Contenía un embrión, pero yo no podía hacer nada con él. Opté por colocar de nuevo el huevo bajo la febril y desnuda pechuga del animal y regresé a la casa para beber algo frío y en abundancia.

Esto sucedió hace diez días. Sabía que debía llevar cuenta de los días. Examinaba cada vez el huevo azul, observando cómo una vida sin nombre crecía dentro de él. El ángel salió de su cascarón hace tres días. y hasta ahora no me he sentido con ánimos para enfrentarme con el papel y la pluma.

He sido poseído por una especie de laxitud mental poco frecuente en mí. Aunque lo he dicho mal. No se trataba de laxitud, sino de preocupación, una preocupación que no me permitía saber lo que realmente me preocupaba. Tengo reputación de científico. Pero hasta ahora no he sentido deseos de examinar los datos. Sólo tenía deseos de permanecer tranquilo, dejando que la verdad se aposentara, si quería, en mi mente en reposo. Esto puede ser debido a que me estoy volviendo viejo, pero lo dudo. Los trozos rotos de la maravillosa cáscara azul están en mi escritorio. Los he estado mirando por fuera y por dentro durante diez minutos o más. No puedo decir que los estudiara: mi pensamiento vagabundea al ver ese tono de azul, sin ocurrírseme nada que pueda ser expresado mediante palabras. No me satisface mucho escribir que he experimentado una visión de cielo abierto... y de paz, si tal cosa puede decirse.

El ángel rompió hábilmente la cáscara en dos mitades. Esto fue hecho evidentemente con la ayuda de unas pequeñas protuberancias duras que el ángel tenía en los codos. Tales protuberancias se le desprendieron al segundo día. Me habría gustado ver cómo rompía el huevo, pero cuando yo llegué a la zarza de moras hace tres días, la cosa había sucedido ya. El ser recién nacido sacó su exquisita cabeza de debajo de las plumas del cuello de Camilla, sonrió soñolientamente y se volvió a la oscuridad para terminar su empollamiento. Por lo tanto, ¿qué podía hacer yo más que salvar la rota cáscara y sacar de allí mi torpe persona? Los demás huevos ya se los había quitado el día anterior... Por cierto que Camilla se disgustó muy poco. Yo sentía preocupación por el estado en que éstos se hallarían, aunque era obvio que pertenecían a Camilla, pero en ellos no se había producido la menor perturbación. Los rompí uno a uno para asegurarme de ello. Eran huevos rotos y nada mas.

En la tarde de aquel día pensé en las ratas y en las comadrejas. Antes tenía que haberlo hecho. Preparé una caja en la cocina y coloqué en ella a Camilla y al ángel, trayendo a éste acurrucado en el interior de mi mano cerrada. Allí están ahora. Creo que se encuentran cómodos.

Ahora, tres días después de haber salido a luz, el ángel tiene el tamaño de mi dedo índice, digamos tres pulgadas de alto, y todas sus proporciones son las de una niña de seis años, pero en relación a su tamaño. Excepto la cabeza, las manos y probablemente la planta de los pies, el ángel está vestido con una especie de plumón de color marfil. Lo que puede verse de su piel es de un color de rosa tornasolado... digo tornasolado, como el interior de ciertas caracolas de mar. En la espalda, a la altura del talle, tiene dos salientes que yo tomo por unas alas infantiles. No sugieren de ningún modo un par de brazos extra. Creo que son órganos completamente diferenciados. Quizás serán con el tiempo como las alas de un insecto. De todos modos, nunca pensé que los ángeles produjeran zumbido al volar. Quizás no lo produzcan. Sé muy poco sobre ángeles. Ahora, los salientes están cubiertos con una especie de tejido duro, seguramente una vaina protectora, que será desechada cuando las membranas, si es que hay membranas, estén dispuestas a crecer. Entre ambos salientes se ve una especie de hilera de músculos no muy prominente... Supongo que se trata de una musculatura especial. Por otra parte, la forma del ángel es casi humana, incluso en el detalle de dos minúsculos botoncitos mamarios visibles bajo la pluma. Por qué están esos dos botoncitos en un organismo ovíparo es algo que escapa a mi comprensión (entre paréntesis, y para el informe, así es un paisaje de Corot; así es la Inconclusa de Schubert; así es el vuelo de un colibrí; así es el mundo exterior helado visto a través del cristal de una ventana). Las plumillas de su cabeza han crecido visiblemente durante los tres días y son de calidad diferente a las del cuerpo... Más tarde, quizás se parezca al cabello humano... lo mismo que un diamante se parece a una piedra de granito...

Ha ocurrido algo curioso. Después de escribir lo anterior, me he acercado a la caja de Camilla. Judy, mi perra estaba ya echada frente a ella, completamente tranquila. La cabeza del ángel surgía de debajo de las plumas de Camilla y yo, con esa fuerza que a veces tienen los pensamientos que no toman forma verbal, pensé: «Aquí estoy yo, un naturalista de mediana edad que nunca se ha emborrachado, observando a un ser ovíparo y mamífero, con plumón y alas, que no tiene más de tres pulgadas». El caso es que el ángel se echó a reír. Claro que la risa debió de ser provocada por mi aspecto, que a ella le debía parecer algo enormemente grueso y cómico. Pero otro pensamiento se formó en mi mente: «Ya no estoy solo». Y entonces el rostro del ángel, apenas mayor que una moneda de plata de diez centavos, dejó de reír para tomar una expresión de amistosa preocupación.

Judy y Camilla son viejas amigas. Y la primera no parece inquietarse por la presencia del ángel. No me preocupa lo más mínimo dejarlas solas. Debo irme a dormir.

3 de junio

Anoche no escribí nada en el diario. El ángel me estuvo hablando, y cuando acabó de hacerlo, me eché a dormir inmediatamente sobre un catre que me he preparado en la cocina para estar cerca de ellos.

Nunca me he asombrado demasiado ante una percepción extra sensorial. Por suerte, mi mente es capaz de aceptar la novedad. aquello que para el ángel es claramente algo natural.

La pequeña boca del ángel es de lo más expresivo, pero se mueve sólo para eso, o sea para dar expresión a su rostro, o bien para comer... pero no para hablar. Probablemente, el ángel podría hablar a su manera si lo deseara, pero sin duda su voz estaría fuera de mis posibilidades de oyente, y lo mismo le ocurriría a mi comprensión.

Anoche, después de haberme arreglado el catre, me encontraba dando cuenta de mi sobria cena de soltero cuando el ángel trepó hasta el extremo de la caja y señaló, primero a sí mismo, luego a la superficie de la mesa de la cocina. Temeroso de cogerle con mi gran mano, extendí ésta palma arriba, y el ángel se apresuró a sentarse en mi palma. Camilla empezó a protestar, pero el ángel la miró por encima del hombro y la gallina se calmó, sin dejar de observar, pero ya sin inquietud.

La parte superior de la mesa es de mármol, y el ángel se estremeció. Ya entonces doblé una toalla y extendí un pañuelo de seda sobre ella, colocando todo sobre la mesa. El ángel tomó asiento sobre este colchón, sintiéndose, al parecer, muy cómodo, y quedando muy cerca de mi cara. Yo no estaba ni siquiera asombrado. Posiblemente, el ángel se había cuidado ya de vaciar en cierto modo mi mente. De todos modos, yo lo hice sin el menor esfuerzo consciente por mi parte.

El ángel llegó a mi mente, en primer lugar, por medio de imágenes visuales. ¿Quién puede atestiguar que aquello no tenía nada en común con los ensueños? Allí no existía el peso del simbolismo extraído de mi pasado; allí no existía la menor relación con ninguna de las vulgaridades del día anterior; en realidad, nada que atañera a mi personalidad. Yo veía. Yo percibía visiones en movimiento, aunque no era con mis ojos. Y mientras mi mente veía, también veía dónde estaba mi cuerpo, encorvado sobre la mesa de la cocina. Si alguien hubiera en la cocina en aquel momento, si se hubiera oído algo alarmante en el gallinero, yo me habría dado cuenta en el acto de ello.

Apareció un valle como nunca he visto ni veré en la Tierra. Yo he estado en muchos lugares hermosos de este planeta... y algunos de ellos eran incluso tranquilos. En una ocasión, me embarqué en un barco lento que iba a Nueva Zelanda, y gocé del Pacífico durante muchos días. Pero ahora, aunque no sabría decir por qué, me daba cuenta de que lo que veía no pertenecía a la Tierra; el río que lo atravesaba mostraba que era una cinta azul y plata bajo la luz del sol acostumbrada; había árboles muy parecidos al pino y al arce, y quizá lo fueran. Pero aquello no era la Tierra. Veía que las montañas que se alzaban a cada lado del valle tenían extrañas cimas... de nieve, rosadas, ámbar, de oro... Quizás el color de ámbar sea lo que nunca he visto en la cima de una montaña de este mundo a mediodía.

O quizás yo sabía que no era la Tierra simplemente porque su mente, aquel inimaginable cerebro más pequeño que la punta de mi dedo meñique, me lo decía.

Observé que dos habitantes de aquel mundo se acercaban volando para descansar sobre el campo de soleada hierba a donde me había llevado mi visión sin cuerpo. Eran formas de adulto, tales como mi ángel sería cuando creciese, sólo que aquellos dos eran ángeles varones, y uno de ellos tenía la piel obscura. Este último era, además, viejo, con un rostro lleno de arrugas, sabiduría y serenidad. El otro, en cambio, era sonrosado y parecía lleno de vitalidad. Ambos eran hermosos. El plumón del viejo de la piel de color castaño era de un tono leonado rojizo. La del otro era de color marfil, con reflejos naranja. Sus alas eran membranosas, con más variedad de sutiles iridiscencias que las de las libélulas. No puedo; decir cuál era el color dominante, porque a cada movimiento que efectuaba se producía. una ola cambiante. Ambos se sentaron cómodamente sobre la hierba. Me daba cuenta de que estaban hablándose el uno al otro, aunque sus labios no se movieron durante la conversación más que una o dos veces. Afirmaban con la cabeza, sonreían, y de cuando en cuando subrayaban algo moviendo una mano.

Un enorme conejo saltó cerca de ellos. Supe, me figuro que debido a los esfuerzos del ángel, que aquel animal era del mismo tamaño que nuestro vulgar conejo del monte. Más tarde, una serpiente azul verdosa que tenía tres veces el tamaño de los ángeles, se acercó a ellos arrastrándose sobre la hierba, y el viejo adelantó su mano para acariciar la cabeza del animal, y creo que hizo esto sin interrumpir su charla.

De pronto apareció otro ser que daba saltos rítmicamente espaciados. Se trataba de algo monstruoso, pero, sin embargo, no sorprendí la menor alarma ni en los ángeles ni en mí mismo. Imaginaos un ser de forma parecida al canguro, sólo que de ocho pies de alto y de color verde. Pero, en realidad, sólo la gruesa cola balanceante y las enormes patas se parecían a las del canguro. El cuerpo que había encima de los macizos muslos no era menudo, sino grueso y cuadrado; las patas delanteras y las manos en que terminaban eran casi humanoides. Y la cabeza era redonda, parecida a la de un hombre, excepto el rostro, que tenía una nariz con un solo agujero y una boca vertical. Los ojos eran anchos y de aspecto manso. Recibí la impresión de un ser de alta inteligencia y natural nobleza. Llevaba en una de sus manos, tan parecidas a las del hombre, dos herramientas tan familiares y conocidas por mí que mi cuerpo, junto a la mesa de la cocina, se echó a reír al reconocerlas asombrado. Pero, después de todo, una azada y un rastrillo son herramientas básicas. Una vez inventadas —creo que nosotros los inventamos en la edad neolítica— hay pocas razones para que cambien a través de los milenios.

Este granjero fue detenido por los ángeles y los tres conversaron durante un rato. La gran cabeza hizo signos de asentimiento y ademanes de agrado. Creo que el ángel joven dijo un chiste; por lo menos, las convulsiones que agitaron la gran cabeza me hicieron pensar que aquello era risa. Luego, aquel amable monstruo, se dedicó a rastrillar la hierba en un cuadrado de pocas yardas, rompiendo el césped y dejando una superficie completamente lisa, lo mismo que haría cualquier competente jardinero de la Tierra... excepto que aquel se movía con la tranquila facilidad de un ser cuya fuerza excedía en mucho a la que se requería para la tarea...

Regresé a mi cocina con los ojos de cada día. Mi ángel estaba explorando la mesa. Yo tenía allí una rebanada de pan y un plato de fresas con nata. El ángel se comió una migajita de pan y pareció gustarle mucho. Yo entonces le ofrecí las fresas. El ángel rompió una de ellas y la probó, pero no pareció gustarle del todo. Yo le presenté un cucharón lleno de nata azucarada; el ángel extendió ambas manos para sacar una poca. Creo que le gustó. Yo había sido muy tonto al no darme cuenta de que necesariamente tendría hambre. Entonces saqué vino del armario. El ángel me observaba intrigado, así que yo eché un par de gotas en el mango de una cuchara. Esto le gustó de veras. El ángel sonrió y se dio golpecitos en su pequeño estómago, aunque creo que aquel jerez no era bueno del todo. Luego le presenté migajas de tarta, pero el ángel me indicó que ya estaba ahíto. Llegó hasta mi rostro y me hizo señas de que bajara la cabeza.

El ángel se estiró hacia mi cara hasta que pudo cogerme la frente con ambas manos —yo sentí bastante palpablemente que sus manos estaban allí— y permaneció así durante un largo tiempo intentando decirme algo.

Era difícil. Las imágenes se me presentaban con relativa facilidad. Pero ahora, el ángel me estaba transmitiendo una abstracción de tipo complejo, y mi torpe cerebro sufría realmente al esforzarse en recibirlo. Algo me quedó, sin embargo.

Tuve la sensación de haber visto algo. Imaginaos un triángulo equilátero; y colocad las siguientes palabras en cada uno de sus lados: «reparar», «congregar», «salvar». y el significado que el ángel quería transmitirme debía hallarse en el centro del triángulo.

Tuve, además, la sensación de que el mensaje era una explicación parcial de la diligencia que el ángel tenía que llevar a cabo en este mundo encantador y execrable al mismo tiempo.

El ángel pareció cansado y se apartó de mí. Extendí mi mano y él saltó a su palma para ser conducido de nuevo al nido.

Esta noche no me ha hablado ni ha comido, pero me ha explicado la razón de ello. Ha salido de debajo de las plumas de Camilla lo suficiente para poderse volver y enseñarme los salientes de las alas. Las vainas protectoras han desaparecido, y las alas le están creciendo rápidamente. Con toda probabilidad estaban húmedas y débiles. El ángel parecía cansado y regresó casi en el acto a la tibia oscuridad.

Camilla debía sentirse asimismo exhausta. No creo que haya dejado el nido más de dos veces desde que la coloqué dentro de la casa.

4 de junio

Hoy el ángel ha volado.

Lo supe por la tarde, cuando vagabundeaba por el jardín mientras Judy se hallaba echada al sol, tal como le gusta.

Algo que no veía ni oía me hizo volver rápidamente a la casa. Vi a mi ángel a través del cristal de la puerta antes de abrir ésta. Uno de sus pies se había enganchado en un alambre suelto que formaba un lazo en el roto de un enrejado. Alarmado, tiró del pie, y el lazo se apretó de tal forma que sus pequeñas manos no fueron capaces de deshacerlo.

Afortunadamente no perdí la cabeza y pude cortar el alambre con unos alicates. El pie del ángel quedó libre sin que sufriera daño alguno. Camilla se mostraba frenética, yendo de un lado para otro con las plumas encrespadas, pero... y esto es muy raro, perfectamente silenciosa. Nada de los conocidos ruidos que hacen las gallinas cuando se encuentran en apuros; si a un pollito ordinario le hubiera ocurrido una desgracia, la gallina habría hecho saltar el tejado con sus gritos.

El ángel voló hacia mi e hizo unos ademanes cogiéndome la frente con las manos. El mensaje resultó claro: «Ningún daño». Luego se dirigió volando hacia Camilla para decirle lo mismo.

Sí, y de la misma forma. Vi que Camilla estaba junto a mis pies con el cuello alargado y la cabeza alta, y que el ángel ponía sus manos a ambos lados de la áspera cresta de la gallina. Camilla se tranquilizó entonces, cloqueó normalmente y abrió sus alas invitando al ángel a que se refugiase bajo ellas. El ángel lo hizo, pero creo que sólo por ser amable con Camilla. El caso es que sacó un momento la cabeza por debajo de las plumas de las alas y me guiñó un ojo.

Pero el ángel debió ver algo más, pues al poco rato salió de nuevo, voló hacia mí y me tocó la mejilla con un dedo; miró luego el dedo, vio que estaba mojado, se lo llevó a la boca, hizo una mueca y, mirándome, se echó a reír.

Luego salimos al sol, Camilla también, y el ángel me ofreció una exhibición de lo que era el vuelo. Ni siquiera la música de Schubert puede compararse a la alegría que rezumaba el primer vuelo del ángel. Quedaba colgado delante de mis ojos, radiante y encantado, y un momento después era sólo un puntito de color bajo una nube. Imaginad aun colibrí, pero mucho menos torpe y perezoso.

Las alas producían un zumbido. Más suave que el del colibrí, pero más fuerte que el de la libélula.

Era algo parecido, por ejemplo, al zumbido que produce la hawk-moth, o sea la heinmaris thisbe, el insecto que yo, cuando era niño, llamaba la mariposa colibrí.

Yo me sentí asustado, naturalmente, sobre todo al principio, temiendo que al ángel pudiera sucederle algo. Pero pronto vi que no había motivo para ello. El ángel no tenía nada que temer de los animales salvajes, excepto tal vez del hombre.

Vi que un halcón de cobre descendía oblicuamente hacia el remolino de color en donde el ángel estaba bailando solo; muy pronto, el ángel empezó a describir círculos iridiscentes alrededor del animal, pero cuando éste a su vez empezó también a describir pequeños círculos, cesé de ver al ángel. Pero quizás éste sintió mi miedo, pues se presentó en seguida ante mi, tocándome la frente de la manera acostumbrada. Supe que ángel se sentía divertido y capté la idea de que el halcón era «un personaje perezoso». No es ésta la manera en que yo describiría el accipeter cooperi, pero tal era el punto de vista del ángel. Creo que éste estuvo cabalgando sobre la espalda del halcón, y seguramente logró esto colocándole las manos habladoras sobre su terrible cabeza.

Más tarde me asustó el pensamiento de que quizás el ángel no quisiera volver a mí. ¿Podía yo competir con la luz del sol y con los cielos abiertos? Pero ese terror hizo que el ángel volviese de nuevo rápidamente, y sus manos me dijeron con gran claridad: «No temas nada. No tienes que temer nada».

Durante esta tarde, me sentí triste en una ocasión al percatarme de que Judy tomaba poca parte en la alegría. Me acordaba de que, en otros tiempos, la perrita corría contra el viento. El ángel debió sentir este pensamiento mío, pues pasó largo rato junto a la soñolienta cabeza de Judy mientras la cola de la perra oscilaba alegremente sobre la tibia hierba...

Durante el crepúsculo, el ángel ingirió una buena comida compuesta por dos o tres migajas de tarta y una gota de jerez. A continuación sostuvo conmigo una conversación que casi se podía llamar así. Esta vez la transcribiré en forma de diálogo en lugar de buscar otra forma más exacta. Yo le pregunté:

—¿Está muy lejano de aquí tu hogar?

—Mi hogar es esto —contestó.

—¡Gracias a Dios! Pero quiero decir... ¿cuál es el lugar de donde tu gente vino?

—Está a diez años luz.

—Las imágenes que me mostraste... aquel tranquilo valle... ¿estaban a diez años?

—Sí. Aquel era mi padre hablando contigo a través de mi. Ya era viejo cuando empezó el viaje. Tiene doscientos cuarenta años... nuestros años que tienen treinta y dos días más que los vuestros.

Noté que experimentaba una sensación de alivio. Yo temía, partiendo de los principios en que se basa nuestra biología, que el rápido crecimiento del ángel, después de ser empollado, significaba una vida breve para él. Pero no. Todo estaba muy bien. El ángel me sobreviviría, y por varios centenares de años.

—¿Tu padre está aquí ahora, en este planeta? —pregunté—. ¿Le podré ver?

El ángel separó sus manos de mí para escuchar, según creo. La respuesta fue:

—No. Y lo siente. Está enfermo y ya no le queda mucho tiempo de vida. Yo iré a verle dentro de algunos días, cuando vuele un poco mejor. El me estuvo enseñando durante mis primeros veinte años.

—No comprendo. Yo creía...

—Más tarde lo comprenderás, amigo. Mi padre te está agradecido por tu amabilidad conmigo.

Yo no supe qué pensar de aquello. Sólo puedo decir que no noté el menor rastro de condescendencia en aquel mensaje.

—¿Y él me ha estado mostrando cosas vistas por él hace diez años luz? —pregunté.

—Sí.

A continuación, el ángel quiso que yo descansara un poco. Estoy seguro de que él sabe el enorme esfuerzo que un cerebro primitivo tiene que realizar para funcionar de esta forma.

Pero antes de terminar la conversación y marcharse zumbando a su nido, me dijo algo que me pareció oír con tal claridad que no había error posible. Fue lo siguiente:

—Mi padre dice que hace sólo cincuenta millones de años aquello era una jungla, lo mismo que la Tierra lo es ahora.

8 de junio

Cuatro días después, al despertar, me encontró con que el ángel estaba tomando su desayuno y también con que la pequeña Camilla había muerto. El ángel me observó al frotarme los ojos y también observó cómo descubría yo el cadáver de Camilla. Entonces voló hacia mí, y yo recibí esta pregunta:

—¿Te hace esto desgraciado?

—No lo sé exactamente —contesté.

Uno puede querer a una gallina, sobre todo cuando se trata de una vieja gallina quisquillosa y casera cuya personalidad tiene mucho en común con la de uno mismo.

—Era vieja. Deseaba tener un montón de pollitos, y yo no podía quedarme con ella. Así que... —siguió algo oscuro; probablemente, mi mente tenía que realizar un gran esfuerzo para entenderlo—... así que le salvé la vida.

No pude sacar nada más en claro. Había dicho: «salvé la vida».

La muerte de Camilla parecía haber sido natural, excepto que no habían habido contracciones, pues la paja no estaba desordenada. Quizás el ángel había arreglado luego, por decoro, el cadáver, aunque ignoro de dónde podía sacar tanta fuerza muscular para hacerlo. Camilla pesaba por lo menos siete libras.

Mientras me hallaba enterrando el animal en un extremo del jardín al tiempo que el ángel volaba por encima de mi cabeza, recordé algo que, cuando sucedió, yo rechacé de mi memoria cual si se tratara de un sueño. Se trataba simplemente de una imagen iluminada por la luz de la Luna, en la que se veía el ángel situado en la caja-nido con las manos sobre la cabeza de Camilla y, presionando con su boca gentilmente sobre la garganta de la gallina poco antes de que la cabeza de la misma quedara fuera de mi línea de visión. Probablemente me desperté entonces y vi lo que había sucedido. El caso es que no estoy disgustado... y cuanto más pienso en ello más complacido me siento.

Después del entierro, las manos del ángel dijeron:

—Siéntate sobre la hierba y charlaremos... Hazme preguntas. Te responderé a lo que pueda responderte. Mi padre te pide que todo lo escribas luego.

Así que escribir es lo que he estado haciendo durante los pasados cuatro días. He estado lo que se dice yendo a la escuela, siendo un alumno más bien torpe, pero rebosante de buena voluntad. En lugar de escribir nada en este diario —por las noches me sentía exhausto— iba tomando rápidas notas lo mejor que podía. El ángel se ha ido ahora a visitar a su padre y no volverá hasta por la mañana. y yo voy a intentar transformar mis notas en una versión comprensible.

Como el ángel me había invitado a hacer preguntas, yo empecé con una que, como naturalista, tenía lo que se dice en la punta de la lengua. ¿Cómo unos seres del tamaño de los adultos que yo vi en aquel valle podían poner huevos del tamaño de los de Camilla? Y otra cosa. Tampoco podía yo comprender cómo, si surgían del empollamiento casi en condición de adultos y capaces de comer alimentos variados, tenía mi ángel aquellos ridículos, encantadores y al parecer funcionales senos.

Cuando el ángel entendió las preguntas se echó a reír... una risa a su manera, dando un paseo por todo el jardín, despeinándome luego con una de sus alas al pasar y pinchándome al mismo tiempo en el lóbulo de la oreja. Luego se agachó sobre una hoja de ruibarbo e hizo en mi honor una graciosa representación en la que simulaba ser una gallina poniendo un huevo, con cacareo y todo. Yo me tambaleaba de risa, una risa a mi manera, y ambos tardamos algún tiempo en quedar tranquilos de nuevo. Entonces el ángel hizo todo lo posible por explicarse.

Ellos eran verdaderos mamíferos, y los hijos —no más que dos o tres en toda una vida, cuya duración media era de unos doscientos cincuenta años— eran puestos en el mundo de la misma manera que lo hacían los humanos. El niño es alimentado a la manera humana hasta que su cerebro empieza a responder un poco a su lenguaje sin palabras; esto lleva de tres a cuatro semanas. Entonces es colocado en un medio totalmente diferente. El ángel no pudo describirme esto con claridad, pues en mi almacén de conocimientos no había el suficiente material para ayudarme a comprenderlo. Parece que se trata de un medio gaseoso que impide que el cuerpo crezca durante un período casi indefinido, mientras el crecimiento de la mente continúa. El ángel añadió que habían tardado unos siete mil años en perfeccionar esta técnica: al parecer, no tienen ninguna prisa. El niño permanece bajo este delicado y cuidadoso control durante un período que va de quince a treinta años. La duración depende no sólo de su vigor mental, sino también del tipo de vida que elige en cuanto su cerebro adquiere la suficiente potencia para poder elegir. Y durante este período, su mente es guiada con infinita paciencia por maestros que...

Al parecer, esos maestros conocen muy bien lo que llevan entre manos. Me costó asimilar esto, aunque el hecho quedó demostrado con la suficiente claridad. En su mundo, la profesión de maestro es considerada la más alta y noble de todas —¿puede ser esto posible?— y tan difícil es ejercerla que sólo las mentes más poderosas pueden intentarlo (yo tuve que descansar un poco después de asimilar esto). Un aspirante a maestro debe pasarse quince años, sin incluir el período de la educación infantil, sólo en la preparación, mientras que la adquisición de conocimientos en sí, sin la idea de transmitirlos, lleva tan sólo una pequeña parte de esos quince años. Entonces... si ha podido aprobar, desempeña un pequeño papel en la instrucción elemental de algunos niños, y si esto lo hace bien durante otros treinta o cuarenta años, puede ser considerado como un estudiante prometedor... ¡Y pensar en que hubo un tiempo en que yo luché en clases atestadas intentando meter algunos hechos predigeridos (me pregunto ahora cuántos de ellos eran verdaderos hechos) en las mentes de unos adolescentes aburridos y preocupados, algunos de los cuales incluso me querían un poco! Yo estaba entonces dispuesto siempre incluso a cambiar apretones de manos y ser amable con sus padres, los cuales, llenos de terribles buenas intenciones, me explicaban cómo debían ser educados sus hijos. La mayoría de nuestros esfuerzos humanos se desperdician en futilidades. A veces me pregunto cómo hemos logrado pasar de la Edad de Bronce. El caso es que lo hicimos, de una manera u otra, e incluso avanzamos bastante.

Cuando termina el primer estadio de la educación de un ángel, el niño es transportado a un ambiente más corriente, y su cuerpo crece normalmente en poco tiempo. Las alas salen de pronto, tal como yo había podido comprobar, y el niño alcanza la altura máxima de seis pulgadas, que es la altura de mi ángel. Sólo entonces ingresa en esa vida que dura doscientos cincuenta años, y es entonces cuándo su cuerpo empieza a envejecer. Mi ángel ha sido una personalidad viviente durante muchos años, pero no celebrará su primer cumpleaños hasta que no transcurra casi un año. Me gusta pensar en esto.

Aproximadamente en la misma época en que descubrieron los principios de los viajes planetarios (aproximadamente hace doce millones de años) esos seres aprendieron también que, mediante el uso de un sistema ligeramente diferente, el crecimiento puede ser detenido en cualquier punto mientras no se haya alcanzado la plena madurez. Al principio se usaba esto sólo para controlar las pocas enfermedades que aún les aquejaban de cuando en cuando por aquel tiempo. Pero cuando tomaron en consideración los largos periodos de tiempo que se requerían para los viajes por el espacio, las ventajas de detener el crecimiento fueron obvias.

Así que, al parecer, mi ángel ha nacido hace diez años luz. Recibió lecciones de su padre y de muchos otros que le instruyeron en la sabiduría acumulada durante setenta millones de años (ésta es la duración aproximada de su historia archivada) y luego, el ángel fue convenientemente abrigado y colocado en lo que mi cerebro superamébico tomó por un huevo azul. Su educación no avanzó durante esta época. Su mente tenía que dormir, lo mismo que el cuerpo. Cuando el calor de Camilla hizo que despertara y siguiera creciendo, el ángel recordó lo que tenía que hacer con aquellos bultos duros que tenía en los codos. y salió a la luz... en este planeta. Dios le bendiga.

Yo me pregunté por qué su padre había elegido una combinación tan inverosímil como una gallina y un ser humano. Sin duda podía haber dispuesto de excelentes medios para mantener el huevo a la temperatura requerida. Su elección me debía halagar inmensamente, pero no por eso dejaba de asombrarme.

—Camilla era una gallina simpática, y mi padre estudió tu espíritu mientras dormías. Fue un aterrizaje malo, y muchas cosas se rompieron. No se había hecho nunca antes un aterrizaje después de un viaje tan largo: cuarenta años. Sólo cuatro adultos pudieron venir con mi padre. Tres de ellos murieron en ruta, y mi padre está muy enfermo. y hay otros nueve niños que cuidar, según me explicó el ángel.

Sí, yo sabía que el ángel había dicho con el pensamiento que tenía confianza en mí. Si me sorprende, todo lo que tengo que hacer es mirarle y luego mirarme al espejo. En cuanto a la explicación, sólo puedo llegar a la conclusión de que había algo más que yo no acababa de comprender. Me preocupaban aquellos otros nueve niños, pero el ángel me aseguró que todos estaban bien, y yo sentí que no debía preguntar ahora nada más sobre ellos...

El ángel me explicó que su planeta era muy parecido al nuestro. Un poco más grande. Describía otra órbita un poquito mayor alrededor de un sol parecido al nuestro. Tiene dos brillantes lunas, más pequeñas que la nuestra. Sus órbitas están combinadas de tal forma que raramente se ven noches de dos lunas. Esas noches de dos lunas son mágicas, y el ángel tiene intención de pedir a su padre que me muestre una si puede. Su año tiene treinta y dos días más que el nuestro; a causa de su más lenta rotación, sus días tienen veintiséis de nuestras horas. Su atmósfera está formada en su mayor parte por nitrógeno y oxígeno en las proporciones familiares para nosotros, pero es ligeramente más rica en alguno de los gases raros. El clima es lo que aquí llamaríamos tropical y subtropical, pero han conocido los rigores de la época glacial. lo mismo que nosotros en tiempos pasados. Hay solamente dos grandes masas de tierra continental y varios millares de islas grandes.

Su población total asciende solamente a cinco mil millones de habitantes...

Muchas de las formas de vida que aquí conocemos tienen allí paralelo... algunos incluso son exactas réplicas: conejos, ciervos, ratones, gatos. Los gatos han llegado a tener una inteligencia muy superior a la que poseen en nuestra Tierra. Parece que es posible, según dice el ángel, mantener una conversación intelectual con sus gatos, que aprendieron hace muchos millones de años que si matan, deben hacerlo con gran precisión y sin torturar. Los gatos tienen bastante dificultad para comprender el dolor en otros organismos, pero una vez llegaron a comprenderlo, fue fácil su desarrollo. En la actualidad, los gatos son populares contadores de chismes; hace unos cuarenta millones de años servían ya ocasionalmente como fuerza especial de la policía. ayudando a los ángeles con verdadero heroísmo.

Parece que mi ángel desea estudiar la vida animal de la Tierra. ¡Y yo seré su maestro! De todas formas, le doy las gracias de todo corazón por haberme elegido como maestro. Cada noche hablamos de animales durante un par de horas. Esto es un descanso para mí después del esfuerzo mental que significa comprender otras materias más difíciles. Judy ha representado una cosa nueva para el ángel. Ellos, en su planeta, tienen varios deliciosos monstruos, pero desde el punto de vista del ángel, también los tenemos aquí. El ángel me ha hablado de una serpiente de mar azul de cincuenta pies de larga y relativamente inofensiva, que muge como una vaca y que empujada por la marea llega hasta los pantanos para poner allí huevos negros. Yo entonces le hablé de la ballena. El ángel me habló a su vez de un animal diurno con alas de murciélago, mamífero, con cuerpo en forma de pelota, esponjoso grande como mi cabeza y que pesa menos de una onza. Yo le hice la réplica con el tití. El ángel intentó apabullarme con un brontosaurio de muy pequeño tamaño y de color rosa, pero extremadamente raro. Pero yo no me achiqué y le hablé del platypus con pico de gato... y esto hizo que cambiáramos varias bromas a propósito de los huevos de los mamíferos; y el ángel se dio por vencido. Todo trivial si queréis. Pero también la más feliz velada de mis cincuenta y tres confusos años de vida.

El ángel se mostró un poco reservado en relación con la especie de canguro que yo vi, pero me habló de él al estar seguro de que yo deseaba que me hablara de él. Parece ser que esos animales son lo más parecido a la vida humana que existe en aquel planeta. De carácter agradable y siempre amistoso —aunque yo estoy seguro de que a veces no es así—, y en algún sentido con inteligencia más despierta que la que nosotros poseemos, son en su mayor parte trabajadores manuales, pues lo prefieren hoy en día, pero a despecho de esto, algunos de ellos son excelentes matemáticos. La primera nave espacial que dio resultado fue inventada por un grupo de ellos, con alguna ayuda, naturalmente...

Los nombres ofrecen dificultades. A causa de la naturaleza del lenguaje angélico, hacen escaso uso de los nombres, excepto en el archivo descripto, y escribir, naturalmente, tiene muy poco papel en su vivir diario. No hay necesidad de escribir una carta cuando un millar de millas no es obstáculo para una conversación mental. El nombre de etiqueta de un ángel es tan importante para él como. por ejemplo, es para mí el número de mi Seguro Social. El ángel no me ha dicho el suyo porque la fonética de su lenguaje escrito no tiene paralelo en mi mente. Es como si pronunciásemos el nombre de un amigo y un ángel proyectara inmediatamente en la mente receptora del amigo nuestra imagen. Eso es más agradable y más íntimo según creo... aunque para mí fue una desagradable sorpresa al principio contemplar mi propia y fea cara con el ojo de mi mente. Se escriben ocasionalmente cuentos, sobre todo si hay en ellos algo digno de ser conservado y sigue estando tal como se contó al principio; pero, en su mundo, el contador de cuentos que lo hace personalmente tiene más importancia que lo que se imprime... El contador de cuentos les ofrece uno de sus más tranquilos y mejores placeres: un buen contador de cuentos mantiene quieto a su auditorio durante una semana sin cansarle.

—¿Qué es ese ángel que hay en tu mente cuando piensas en mí? —me preguntó el ángel.

—Un ser que los hombres han imaginado durante siglos cuando pensaban cómo les gustaría haber sido y no como eran.

No hice demasiada fuerza para aprender mucho sobre los principios de los viajes espaciales. Lo más que mi cerebro sacó de su explicación fue algo como sigue: «Cohete... Luego, fototropismo». Y eso tiene para mí poco sentido. Según mis conocimientos, fototropismo es un movimiento hacia la luz, un fenómeno orgánico. Uno piensa en ello como una respuesta del protoplasma en algunas plantas y en organismos animales, la mayoría de ellos simples, a los estímulos de la luz; y, ciertamente, no como una fuerza capaz de mover la materia inorgánica. Creo que sea cual sea el principio que el ángel describía, la palabra «fototropismo» era simplemente la cosa más próxima a mi archivo lingüístico. Ni siquiera los ángeles pueden crear comprensión en la vacía ignorancia. Por lo menos, yo he aprendido a no intentar pasar de los límites de lo posible.

(Pero hubo un tiempo en que lo hice, sin embargo. Todavía me veo, no muchos años atrás, pequeño como un homunculus, agachado a los pies de Mr. McKinley y mostrándole dos puñados de barro unidos por mí y gritando: «¡Mire la gran montaña que yo he hecho!».)

Pero aunque. yo conociera los principios físicos que trajeron aquí a los ángeles y pudiera escribir sobre ellos en términos accesibles para técnicos parecidos a mí, no lo haría.

Hay algo que temo que no será creído por ningún lector de este diario: esa gente, como ya he dicho, aprendieron sus métodos para viajar por el espacio hace unos doce millones de años. Pero ésta es la primera vez que han utilizado ese sistema para trasladarse a otro planeta. Los cielos se hallan llenos de mundos, según me ha dicho el ángel; en muchos de ellos hay vida, aunque a menudo en niveles muy primitivos. No existe ninguna fuerza externa que prohíba a los ángeles ir a esos mundos, colonizarlos, conquistarlos, hacer de ellos lo que quisieran. Habrían podido poblar una Galaxia. Pero no lo hicieron, y por la siguiente razón: creyeron que aún no estaban a punto. Con más precisión: que no eran lo bastante buenos.

Sólo hace cincuenta millones de años, según el ángel, aprendieron. como nosotros podemos aprender cualquier día, que la inteligencia sin la bondad es como un potente explosivo en las manos de un niño. Para seres apenas por encima del nivel del Pitecántropo, la inteligencia es una ventaja barata... No es difícil desarrollarla y resulta terriblemente fácil de usar para fines desconsiderados. Pero la bondad no puede ser alcanzada sin un interminable esfuerzo de los más duros, llevado a cabo dentro de uno mismo, y el mayor o menor éxito de ese esfuerzo determina si el ser será hombre o ángel.

Está claro, incluso para mi, que dominar el mal es sólo un paso, pero no el más importante. Porque la bondad, así intentó explicármelo el ángel, es una cualidad positiva muy diferente. La naturaleza viviente que se goza con monstruosidades tales como la crueldad, la ruindad, la envidia, el egoísmo, no quedará inmunizada como con una vacuna cuando tales horrores desaparezcan. Cuando se expulsa de una habitación un gas ponzoñoso, se intenta inmediatamente llenar el cuarto de aire limpio. La bondad... El que defina a la bondad sólo como una ausencia de crueldad, no ha empezado aún a comprender la naturaleza de ambas cosas.

Pero esos ángeles no aspiran a la perfección: sólo a lo asequible... La época vivida hace cincuenta millones de años fue evidentemente un tiempo de gran sufrimiento y confusión. Guerras y todas las plagas subsiguientes. Se sucedieron varios siglos en los que los adelantos técnicos empeoraban las cosas y aumentaban el peligro de auto destrucción. Pero salieron a tiempo de esto. La guerra fue descartada, de modo que era imposible recurrir a ella, y entonces podía darse comienzo a la idea de desarrollar plenamente los seres racionales. Entonces estaban ya a punto para empezar su verdadero desarrollo a través de milenios de autoinvestigación, autodisciplina, intentando separar lo simple de lo complejo, aprendiendo a utilizar el conocimiento y no ser utilizados por él. Pero aún entonces, naturalmente, retrocedían bastante a menudo. Se producían lo que el ángel llama «eras de fatiga». Durante su lejano pasado, tuvieron muchas edades negras, civilizaciones perdidas, principios esperanzadores que al final se convirtieron en polvo. Anteriormente habían salido de la ciénaga, lo mismo que nosotros.

Pero su período de mayor incertidumbre, de mayor necesidad de firmeza para juzgarse a sí mismos no se presentó hasta hace doce millones de años, cuando supieron que el Universo podía ser suyo con sólo el trabajo de tomarlo. Y decretaron que aún no eran lo bastante buenos.

Los ángeles no tenían más prisa que las estrellas. Al llegar a este punto, mi ángel intentó hacerme comprender algo, cosa que estaba más allá de sus posibilidades, y con mucho más motivo de las mías para comprenderlo. Tenía algo que ver con la idea de que el tiempo (no lo que yo entiendo por tiempo) es quizás el atributo esencial de Dios (tampoco esta última palabra era yo capaz de comprenderla del todo). Al ver que mi mente estaba exhausta, el ángel dejó de esforzarse, y más tarde me explicó que el concepto había resultado extraordinariamente difícil para él... no sólo, según comprendí, a causa de su juventud y su relativa ignorancia. En suma, hizo una pequeña alusión a que su padre podría no querer que él me hablara de cosas como aquella...

Naturalmente, habían explorado el espacio. Sus pequeñas naves espaciales escudriñaron los misterios del éter mucho antes de que nada parecido al hombre viviera en la Tierra...

Escudriñaron y escucharon, observaron, archivaron datos. Pero sin tomar parte nunca en la vida de ningún planeta, fuera del suyo. Durante cinco millones de años se prohibieron a sí mismos salir de su propio sistema solar, aunque les habría sido fácil hacerlo. Y durante los siguientes siete millones de años mostraron la misma severa reserva, aunque llegaron ya a viajar hasta enormes e increíbles distancias. Pero esta reserva no se parecía en nada a lo que nosotros llamaríamos miedo... Creo que entre ellos el miedo es algo tan extinto como el odio. ¡Tenían tanto que hacer en su planeta! Me gustaría poderme imaginar el cuadro. Dibujaban mapas de todo el cielo, pero jugaban a la luz de su sol.

Naturalmente, yo no puedo explicar lo que es la bondad. Sólo sé, relativamente, lo que parece significar para nosotros los humanos. Creo que, tras enormes dificultades, los mejores de entre nosotros pueden lograr una manera de vivir en que la bondad domine razonablemente, con un equilibrio no demasiado arriesgado, durante la mayor parte del tiempo. A menudo, hombres sabios al parecer han indicado que no hay esperanzas de nada mejor que nuestra condición presente. En otras palabras: sólo una parte del ser humano tiene vida. El resto se halla en la oscuridad. Dante era un amargo masoquista. Beethoven, un delirante y miserable snob. Shakespeare escribía engendros literarios hechos sin ton ni son. Y Cristo dijo: «Padre, si es posible, aparta de mí este cáliz».

Pero esperemos a que transcurran cincuenta millones de años... No soy pesimista. Después de todo, he observado a organismos de una célula en la ciénaga y he escuchado la Cuarta de Brahms. Anteanoche le dije al ángel:

—A despecho de todo, tú y yo somos parientes.

El ángel estuvo de acuerdo conmigo.

9 de junio

El ángel se hallaba reclinado en mi almohada esta mañana, así que pude verlo cuando desperté.

Su padre había muerto, y el ángel se encontró a su lado cuando el hecho ocurrió. Experimenté de nuevo la impresión mental que podía traducirse a algo así como que su vida había sido «salvada». Yo me hallaba aún dominado por el sueño cuando mi mente preguntó:

—¿Y qué harás?

—Me quedaré contigo, si tú lo deseas, todo el resto de tu vida.

Esto dijo el ángel. Ahora bien, la última parte de su mensaje estaba algo confuso. Pero yo ya estoy familiarizado con ello... Parece significar que existe algún otro elemento que escapa a mi comprensión. Claro que no me podía equivocar sobre el papel que me correspondía. Y se me ocurrían raras especulaciones. Después de todo, tengo sólo cincuenta y tres años; aún puedo vivir otros treinta o cuarenta años...

El ángel estaba preocupado esta mañana, pero yo ignoraba si lo que sentía ante la muerte de su padre era algo parecido al dolor que experimentamos los seres humanos. Me dijo tan sólo que su padre sentía no haberme podido enseñar lo que era una noche de dos lunas.

En este mundo queda, pues, un adulto del mundo de los ángeles. Excepto que tiene doscientos años de edad y que ha soportado con éxito un largo viaje, el ángel no me ha contado nada acerca de él. Y también quedan aquí diez niños, incluyendo a mi ángel.

Algo brillaba en la garganta de mi ángel. Cuando él se dio cuenta de mi interés, se lo quitó, mientras yo iba a buscar una lupa. Se trataba de un collar; bajo la lupa, resultaba muy parecido al más fino trabajo humano de artesanía, contando con que vuestra imaginación pueda reducirlo a la escala necesaria. Las piedras eran parecidas a las piedras preciosas que conocemos: brillantes, zafiros, rubíes, esmeraldas... Los brillantes reflejaban todos los colores imaginables; pero había también dos o tres piedras color púrpura oscuro que no se parecían a nada de lo visto por mí hasta ahora... No eran amatistas, estoy seguro de ello. El collar está montado en algo más fino que una tela de araña, y el dibujo de la cadena es tan delicado que ni con la ayuda de la lente de aumento pude verlo. El collar había sido de su madre, según me dijo el ángel. Cuando de nuevo se lo colocó en la garganta, vi en el ángel el mismo tímido orgullo que siente cualquier muchacha cuando se adorna con algo bonito.

El ángel quiso mostrarme otras cosas que había traído y voló hacia la mesa, en donde había dejado una especie de saquito de una pulgada y media de largo... Aquello representaba para el ángel un gran peso, sobre todo para llevarlo mientras volaba. Pero su traslúcido material resultaba tan ligero que cuando el ángel colocó el saco sobre mi dedo, yo apenas la sentí. El ángel extrajo de él alegremente varios artículos para enseñármelos, y yo cogí la lupa para examinarlos. Uno de ellos era un peine adornado con piedras; el ángel lo pasó por el plumón de su pecho y de sus piernas para mostrarme su utilidad. Luego había una serie de utensilios demasiado pequeños para ser reconocidos; más tarde supe que se trataba de los utensilios de un costurero. Después un libro y un instrumento para escribir que se parecía mucho a un lápiz de metal. Imaginad un libro y un lápiz que podían ser usados cómodamente por manos no más grandes que las patas de una mosca... No puedo decir otra cosa para describirlos. El libro, según tengo entendido, es un archivo en blanco para que el ángel lo use en caso de necesidad.

Finalmente, cuando ya estuve despierto del todo, vestido, y hube tomado mí desayuno, el ángel buscó en el fondo del saquito, sacó un paquete muy pesado para él y me dio a entender que se trataba de un regalo.

—Mi padre lo hizo para ti —dijo—, y anoche mismo lo puse yo en el saco.

Desenvolvió el paquete. Se trataba de un anillo, y precisamente del tamaño de mi dedo meñique.

Quedé desconcertado. El ángel lo comprendió y se colocó en mi hombro, acariciando el lóbulo de mi oreja hasta que de nuevo fui dueño de mí.

Aquella piedra preciosa... No tenía idea de lo que era. Brilló a la luz pasando del tono púrpura al verde jade, y del verde jade al ámbar. El metal en que está montada se parece un poco al platino, pero muestra un tono rosado a ciertos ángulos de luz... y cuando miro la piedra me parece ver... Pero no me hagáis caso. No me hallo en situación de escribir lo que pienso, y quizás nunca lo esté. De todos modos, he de asegurarme.

Nuestra vida en común empezó más entrada la mañana. Yo enseñé la casa al ángel. No es el Cabo Codder, ni mucho menos: dos habitaciones arriba y dos abajo. Todos los rincones le interesaron, y cuando el ángel encontró una caja de zapatos dentro del armario del dormitorio, me la pidió. Siguiendo sus instrucciones, he colocado la caja en una cómoda cercana a mi cama y próxima a la ventana, que ha de estar perennemente abierta. El ángel dice que los mosquitos no me molestarán, y yo no tengo la menor duda de que así será.

Busqué una bufanda de seda blanca para ponerla en el fondo de la caja. Después de pedirme permiso —¡como si yo pudiera negarle nada!—, el ángel cogió su costurero y después de cortar de la bufanda un cuadrado de varias pulgadas, lo dobló sobre sí mismo unas cuantas veces y luego lo cosió, formando una especie de estrecha almohada de una pulgada de longitud. Así que ahora el ángel tiene una cama apropiada y una habitación para él solo. Yo habría deseado disponer de algo menos tosco que la seda, pero el ángel insiste en que la encuentra agradable.

Hoy no hemos hablado mucho. Por la tarde, el ángel se marchó volando para pasar una hora de juego en el campo; cuando regresó. me hizo saber que necesitaba una larga sesión de sueño. Ahora está aún durmiendo, según creo. Yo escribo esto en la planta baja, temiendo que la luz artificial pueda molestarle.

¿Será posible que yo pueda vivir treinta o cuarenta años en su compañía? Me pregunto cuánto podrá aprender todavía mi mente. Durante todo el tiempo que pueda hacerlo tendré que asimilar hechos nuevos. Con prudentes cuidados, este desengañado esqueleto puede durar aún. Naturalmente, los hechos, no poseyendo una imaginación sintética, no son más que ladrillos desparramados. Pero quizás mi imaginación...

Lo ignoro.

Judy quiere salir. Le abro la puerta y torno a abrirla cuando quiere entrar. Me pregunto si la vida de la pobre Judy podría ser... la palabra que busco es «salvada». Tengo que enterarme.

10 de junio

Anoche, cuando terminé de escribir, me fui a la cama, pero me sentía intranquilo, sin deseos de dormir. A primeras horas de la noche —yo tenía la luz encendida— el ángel voló por encima de mí. La tensión nerviosa me desapareció como desaparece una enfermedad y me sentí con la mente capaz de funcionar con cierta calma.

En primer lugar. hice constar (creo que el ángel lo sabía ya) que yo no sería nunca un interlocutor fácil y espontáneo para él. El ángel me dio a entender entonces que tenía dos alternativas para el resto de mi vida. La elección, según dijo el ángel, tenía que ser hecha por mí, y yo debía tomarme el tiempo necesario para estar seguro de mi decisión.

Yo puedo seguir viviendo según tengo por costumbre, continuando en todo mi manera de hacer y pensar, y el ángel no me dejará solo nunca por mucho tiempo. Vendrá a aconsejarme, a enseñarme, a ayudarme en todo lo que emprenda. El asegura que se divertirá con esto. Por alguna razón, y como diríamos en nuestro lenguaje, me quiere. Ambos nos divertiremos.

¡Dios mío, los libros que yo podría escribir! Ahora lucho por encontrar las palabras adecuadas, según la costumbre humana. Pero lo que pongo en el papel es una miserable fracción de lo que pienso; las palabras son muy rara vez las adecuadas. Pero bajo la guía del ángel...

Podía representar un papel importante en la tarea de sacudir al mundo. Sólo con palabras. Podría predicar a la gente de mi país. Al poco tiempo de hacerlo me escucharían.

Yo podría estudiar e investigar. ¡Qué pequeños mordiscos hemos dado al montón de conocimientos aprovechables! Supongamos que yo encuentro una hoja del jardín, o bien un vulgar gusanito... A las pocas horas de estudiar ambos ambas cosas yo he aprendido más sobre mi propia especialidad que con una gran cantidad de los mejores libros de texto.

El ángel me ha hecho saber que cuando él y los que vinieron con él aprendan un poco más sobre la naturaleza humana, les será posible mejorar considerablemente mi salud, y, probablemente, alargarán mi vida. No es que yo crea que mi espalda pueda ser enderezada, pero el ángel piensa que harán desaparecer mis dolores, posiblemente sin tener que emplear drogas. Yo podría tener una mente más clara en un cuerpo que no sentiría la fatiga ni me atormentaría.

Pero ahora viene la otra alternativa.

Al parecer. los ángeles han desarrollado una técnica por medio de la cual cualquier sujeto viviente que no se resista y cuyo cerebro sea capaz de memoria, puede experimentar una total revocación. Se trata de un producto secundario, según deduzco de su manera de hablar sin palabras, siendo reciente su puesta en práctica. Parece que lo han practicado solamente unos miles de años, y como ni ellos entienden el fenómeno por completo, lo han clasificado entre sus técnicas experimentales. En sentido general se puede comparar, en cierto modo, a eso de revivir el pasado que los psicoanalistas llevan a cabo de manera limitada con fines terapéuticos. Pero uno se puede imaginar lo que debe de ser cuando se utiliza de una manera tremendamente clarificada y magnífica, capaz de incluir todos los detalles registrados en el cerebro del sujeto. En cuanto al resultado, es muy distinto. El propósito no es terapéutico, tal como nosotros entendemos el vocablo, sino tal vez lo contrario. El resultado final es la muerte. Todo lo que el sujeto recuerda por este proceso se transmite a la mente receptora, que archiva parte o el total de lo que recibe, según se desea, pero en el sujeto que va recordando se inicia una marcha sin retorno. Esto no es un verdadero «recordar», sino un darse. La mente queda limpia, desnuda de todo su pasado, y al mismo tiempo que la memoria, huye de ella la vida. Con mucha suavidad. Al final, supongo que debe de suceder algo así como permanecer sin hacer resistencia ante las olas del tiempo, hasta que finalmente las aguas le cubren a uno.

Así, según parece, fue «salvada» la vida de Camilla. Cuando finalmente comprendí esto, no pude por menos de echarme a reír. y el ángel, naturalmente, adivinó lo que me hacía reír. Yo había pensado en mi vecino Steele, que albergó a la vieja dama en su gallinero durante dos inviernos. Guardando en algún lugar de los archivos angélicos, debe de encontrarse la imagen reflejada en un ojo de gallina del remiendo de la parte trasera de los pantalones de Steele. Bien... ¡Qué gracia! Y, por supuesto, la visión que Camilla recordara de mí. Espero que no estaría falta de amabilidad... El animalito no podía remediar la expresión de su rígida carita, y yo no creo que eso significara nada.

Por otra parte, tenemos la vida «salvada» del padre de mi ángel. La tarea de recordar puede ser un largo proceso, según dice él, que depende, en cuanto a su duración, de lo intrincado de la mente recordadora, así como de su riqueza. También dice que en los últimos estadios, el proceso puede ser detenido a voluntad. La revocación llevada a cabo por su padre empezó cuando se encontraban aún en un lugar muy lejano del espacio, dándose cuenta entonces de que no sobreviviría mucho al término de su viaje. Cuando el viaje concluyó, la revocación había avanzado tanto que en su memoria actual poco le quedaba de sus recuerdos del otro planeta. Le quedaba lo que podríamos llamar una «memoria deductiva». Basándose en el material acumulado durante los años que aún no habían desaparecido de sus recuerdos, él podía reconstruir los otros. Y yo supongo que los otros adultos que aún sobrevivían podrían apartarle de los errores que la falta de memoria podía traer consigo. Esto, según infiero, es la razón de porqué no podía mostrarme una noche de dos lunas. Se me olvidó preguntar al ángel si las imágenes que me envió respondían a la memoria de entonces o a la deductiva. Supongo que a la deductiva, pues había en ellos cierta sensación de lejanía que no existe cuando mi ángel me envía una imagen de algo visto por sus propios ojos.

Por cierto que los tales ojos del ángel son verde jade. ¿No estabais preguntándoos cuál sería su color?

Siguiendo ese mismo sistema, mi propia vida puede ser salvada. Cada aspecto de la existencia que yo he tocado o que me ha tocado a mí puede ser transmitido a un perfecto archivo. La naturaleza del archivo escrito se halla más allá de mis posibilidades de comprensión, pero no dudo de su relativa perfección. Nada importante, bueno o malo, se pierde. Y los ángeles necesitan conocer a la humanidad, si han de verificar a fondo lo que tienen en la mente.

La cosa será difícil, según me dice el ángel, y a veces penosa. La mayor parte del esfuerzo tendría que hacerlo él, pero yo también tendría que esforzarme. En su período de educación infantil, él eligió como trabajo lo que nosotros llamaríamos zoología; por esta razón, se le suministró un intensivo entrenamiento teórico sobre esta técnica. Y yo sospecho que ahora sabe con más exactitud que nadie en este planeta no sólo por qué cacarea una gallina, sino lo que se siente cuando se es gallina. Aunque principiante, el ángel es ya un experto en todo lo esencial. El ángel cree que si yo elijo esta alternativa, él podrá ayudarme... Por lo menos facilitarme las cosas cuando éstas se presenten difíciles, suavizar mi resistencia, sostener mi valor cuando éste decaiga...

Porque parece que esto de la revocación resulta penoso para un intelecto avanzado (el ángel, sin sombra de condescendencia, asegura que estamos avanzados), pues como toda pretensión y todo autoengaño han desaparecido, queda tan sólo la conciencia, que funciona aún de acuerdo con los patrones sobre lo bueno y lo malo que el individuo ha seguido durante toda su vida. ¡Lo que conocemos actualmente sobre nuestros auténticos motivos es un principio tan patéticamente pequeño! Se trata de un principio apenas más fuerte que el primer esfuerzo que hace un recién nacido para mirar con sus ojos. Me figuro que si elijo este camino, una gran cantidad de mi vida me parecerá horrorosa. Ciertamente, la mayor parte de las «buenas acciones» que aún recuerdo, como todos los que, de niños, fueron bien educados, se transformarán en cosas hechas bajo el estimulo del egoísmo, de la vanidad o de cosas peores.

No es que yo sea un mal hombre en el razonable sentido de la palabra. Nada de eso. Me he respetado a mí mismo. No he envilecido ni rebajado mi corazón. No me avergüenzo si me comparo con cualquier representante justo de la especie. Pero ya veis: soy humano. Y mirado desde el punto de vista de la eternidad, sobre todo después de la sesión de esta noche, eso me parece una cosa seria.

Sin saberlo a ciencia cierta, creo que esto del recuerdo total es algo así como atravesar un corredor con miríadas de imágenes, ahora obscuras, ahora brillantes. ahora agradables, ahora horribles... sin que le guíe a uno ninguna certidumbre, excepto la seguridad de que hay una puerta obscura abierta al final del corredor. Podrá haber sus momentos agradables y sus consuelos. Pero esto no tiene punto de comparación con el placer y la satisfacción de vivir unos pocos años más en este mundo con un ángel que se me posa en el hombro para hablarme siempre que lo desea.

Tengo que preguntarle al ángel de qué les serviría a ellos archivar toda mi vida. Pero ahora caigo que podría serles de gran utilidad. Es obvio... que los ángeles no nos pueden servir de nada hasta que nos comprendan del todo, y entonces vendrán aquí a ayudarnos, lo mismo que se ayudan ellos mismos. Y comprendernos, para ellos, significa entender todo nuestro interior de una manera más completa de lo que puedan imaginarse nuestros más esforzados intelectuales. Recuerdo esos doce millones de años: ellos no nos tocarán hasta que no estén seguros de que ningún daño podrá derivarse de ello. Para nuestro torturado planeta, sin embargo, existe el factor tiempo. Ellos saben esto muy bien, por supuesto... La revocación no puede empezar a menos que el sujeto esté deseoso de ello o, por lo menos, no haga resistencia. Para los ángeles, el no resistirse significa querer, pues aquí no existe ningún ser con la suficiente inteligencia para elegir con conocimiento de causa. Me pregunto cuántos individuos estarían de veras deseosos de emprender ese incómodo viaje hacia la muerte sin ningún premio final, excepto la seguridad de que estaban sirviendo a su propia especie y a los ángeles.

Y a mayor abundamiento, me pregunto también a mí mismo: ¿seré yo capaz, aun contando con la ayuda del ángel, de sentir ese deseo?

Cuando el ángel me hubo explicado todo esto, me encareció de nuevo la necesidad de no tomar decisiones precipitadas. Y a continuación, el ángel apuntó lo que en mis pensamientos estaba ya empezando a delinearse: ¿por qué no ambas alternativas... dejando entre ellas, naturalmente, un razonable margen de tiempo? ¿Por qué no podría yo vivir diez o quince años más en su compañía, y luego iniciar la tarea de la total revocación... aguardando, para empezar esa tarea, a que mis fuerzas físicas empezasen a bajar la cuesta de la senilidad? Yo reflexioné profundamente.

Esta mañana tenía ya casi decidido elegir esta solución acertada y consoladora. El cartero no tardó en traerme mi periódico. No es que yo necesitara tal recordatorio.

Por la tarde pregunté al ángel si sabía que fuera posible, en el presente estado de la tecnología humana, que el mundo fuese destruido por nuestra propia locura. El ángel no lo sabía de cierto. Tres de los otros niños se habían dirigido a diferentes partes del mundo para enterarse de lo que pudieran acerca de esto. Pero yo quería que el ángel me dijera si tal cosa había sucedido ya en algún lugar de los cielos. No tenía en modo alguno la intención de escribir una carta a los periódicos adelantando una explicación de la ocasional aparición de una nova entre las estrellas. A otros ya se les había ocurrido la misma hipótesis sin la ayuda de los ángeles.

Y esto no era todo lo que yo debía considerar. Yo podía morir por accidente o por súbita enfermedad antes de haber empezado a dar mi vida.

Sólo que ahora, en aquel mismo último instante, mientras me frotaba la sudorosa frente y contemplaba las luces de aquel maravilloso anillo, me fue posible reunir algunos de los hechos obvios, formando la requerida síntesis.

Yo no sé, naturalmente, qué formas adoptarán las ayudas que ellos nos presten. Sospecho que los seres humanos tardarán un largo tiempo en ver y oír a los ángeles. De cuando en cuando, sus decisiones pueden ser alteradas y producirse desastres, y los que se creen más responsables no sabrán por qué sus mentes trabajan de aquella forma. Aquí y allá, algún espíritu fácil de influenciar se encontrará impulsado hacia un camino mejor. Algo así. Se producirán súbitos descubrimientos e inventos que tenderán a neutralizar la amenaza de nuestras peores plagas. Pero sea lo que sea lo que los ángeles decidan hacer, el archivo y el análisis de mi vida, una vida no demasiado atípica, será una ayuda. Puede ser incluso el pequeño peso que decide la balanza entre el triunfo y el fracaso. Este es el motivo primero.

Motivo segundo: Mi ángel, lo mismo que sus hermanos y hermanas, con todo su alto nivel de adelantos, están hechos de protoplasma mortal lo mismo que yo. Por lo tanto, si esta pelota de Tierra se transforma en una pelota de llamas, también ellos serán destruidos. Aunque ellos cuenten con medios para emplear de nuevo su nave espacial o para construir otra, puede ocurrir fácilmente que el peligro no les dé tiempo de escapar. Y por todo lo que yo sé, esto puede ocurrir esta misma noche. O mañana.

Por lo tanto, ya no puedo tener ninguna duda sobre mi elección, y así se lo diré cuando el ángel se despierte.

9 de julio

Esta noche no hay revocación... He de descansar un poco. Veo que ha transcurrido casi un mes desde la última vez que me dediqué a mi diario. Mi total revocación empezó hace tres semanas, y ya he logrado desterrar de mí los primeros veintiocho años de mi vida.

Como yo ya no tengo necesidad de un sueño normal, las sesiones diarias de revocación empiezan por la noche, cuando en el pueblo se apagan las luces de las casas y hay poco peligro de que me interrumpan. De día, hago mi vida normal. He vendido a Steele mis gallinas, y la vida de Judy fue salvada hace una semana; esto, prácticamente, liquida todos mis asuntos, excepto que pienso añadir un codicilo a mi testamento. Lo puedo hacer ahora; aquí mismo, en este diario, en lugar de molestar a mi notario. Creo que será legal.

Para quien le concierne:

Yo, el abajo firmante, dejo a mi amigo Lester Morse, doctor en medicina, natural de Augusta, Maine, el anillo que será encontrado a mi muerte en el quinto dedo de mi mano izquierda; y encargo al doctor Morse que conserve este anillo mientras viva y que cuide de que cuando llegue su muerte vaya a parar a una persona en cuyo carácter tenga la mayor confianza.

Firmado: David Bannerman

Esta noche el ángel ha salido un rato, y yo puedo descansar o hacer lo que quiera hasta que regrese. Pasaré el tiempo llenando algunas lagunas de este diario, pero temo que me salga un trabajo muy imperfecto, que no satisfará a los lectores deseosos del bendito y viejo deseo de que les presenten hechos. Y eso se deberá en su mayor parte a que hay mucho de mi vida que ya no me importa. Es molesto tener que decidir qué cosas serán consideradas importantes por los extraños que se interesen.

Excepto la ausencia de deseo de dormir, y una laxitud no del todo desagradable, no noto hasta ahora ningún efecto físico. No recuerdo absolutamente nada de mi vida antes de los veintiocho años. Pero mi memoria deductiva es bastante eficaz, y estoy seguro de que podría reconstruir la mayor parte de mi historia si me pareciera necesario: esta tarde he estado hojeando cartas de ese período, pero no eran nada interesantes. Mi conocimiento del inglés no se ve afectado de ningún modo; puedo aún leer alemán científico y algo de francés, ya que tuve ocasión de emplear bastante estas lenguas después de los veintiocho años. Pero las nociones de latín, que datan de mi bachillerato, han desaparecido de mi memoria. También el álgebra y todos los enunciados, menos los más sencillos, de la geometría del bachillerato: nunca necesité echar mano de ellos. Puedo recordar que pensé en mi madre después de los veintiocho, pero no sé si la imagen que recuerdo se parece realmente a ella; mi padre murió cuando yo tenía treinta y un años, así que le recuerdo viejo y enfermo. Creo que tuve un hermano menor, pero debió morir de niño.

La muerte de Judy fue tranquila, muy agradable para ella, según creo. Nos costó mucha parte de un día. Fuimos a un campo abandonado que yo conozco y la perra se echó al sol con el ángel junto a ella, mientras yo cavaba una fosa: y luego arrojaba en ella algunas frambuesas silvestres. Hacia el anochecer el ángel se me acercó y me dijo que todo había acabado. Y añadió que de manera muy interesante. No me explicó cómo puede haber algo desagradable en la muerte de Judy. Después de todo, lo que más nos duele en realidad es que nos quiten los pequeños sufrimientos de cada día.

Como me ha explicado el ángel, los ángeles, sus gatos, sus animales parecidos a canguros, el hombre y posiblemente los gatos de nuestro planeta —el ángel no ha visto ninguno aún— son los únicos seres de entre los que él conoce que son lo suficientemente introspectivos para desarrollar el autoengaño y las afecciones que traen como consecuencia. Yo sugerí al ángel que podía encontrar aquí algo parecido, por lo menos en sus formas rudimentarias, en algunos de los otros animales. El ángel se mostró inmensamente interesado y quiso que yo le explicase todo lo que pudiera acerca de los chimpancés y monos. Parece ser que hace muchísimo tiempo, en el otro planeta, había unos seres torpes y alados que se parecían a los ángeles aproximadamente como el gran antropoide se parece a nosotros. Esos animales desaparecieron hace cuarenta millones de años, a pesar de los esfuerzos que se hicieron para mantener viva la especie. Su media de nacimientos era insuficiente para que la especie continuara viviendo, como si faltara algo necesario para que nacieran normalmente. Fue como si la naturaleza o el nombre que se quiera dar a lo desconocido, hubiese decretado el fin.

No be encontrado penosa la revocación, por lo menos en sentido retrospectivo. Debe haber habido momentos duros, misericordiosamente olvidados, junto con sus causas, como si el proceso hubiese sido llevado bajo una anestesia. Ciertamente, debían existir dichos incidentes en mis primeros veintiocho años que no habría querido contar a nadie a no ser a los ángeles. Muy a menudo debí mostrarme ruin, egoísta, infame en muchos sentidos, por lo menos así lo deduzco al juzgar todo lo que hice después de los veintiocho. Aquellas viejas cartas aludían a algunas de esas cosas. Para mí, esas cosas no son ahora más que material para un archivo que se halla seguro fuera de mi alcance.

Sin embargo, a las personas que yo pueda haber hecho daño. deseo decirles lo siguiente: habéis sido dañadas por aspecto de mi humanidad que dentro de algunos millones de años no serán tan frecuentes entre nosotros. Yo luché, a mi manera humana, contra esos obscuros elementos, lo mismo que hacéis vosotros. El esfuerzo no está desperdiciado.

Durante la semana que siguió al día en que notifiqué al ángel mi decisión de llevar a cabo la revocación, él se dedicó a prepararla. Durante toda la semana, ahondó en mi mente presente mucho más de lo que yo imaginaba que fuera posible: el ángel tenía que asegurarse. Y me hizo preguntas tan profundas que me atrevo a decir que aprendió más sobre mí especie que lo que puede estar archivado en el despacho de un médico. Por lo menos así lo espero. A cualquier psiquiatra que pudiera hacer objeciones a esto le ofreceré una respuesta de naturalista: después de un tiempo de dedicarnos a ello, hemos observado perfectamente todo lo que ofrece a nuestra vista un trozo de terreno. Pero... alterad un poco el punto de vista... ahondad en la Tierra con una pala, por ejemplo, o trepad a la rama de un árbol y mirad hacia abajo... Es un mundo completamente nuevo.

Cuando el ángel no exploraba mi espíritu en este sentido, se esforzaba en hacerme pensar en las satisfacciones y en los millones de experiencias llevadas a buen término de que yo hubiese podido gozar de haber elegido el otro camino. Comprendo lo necesario que esto debe de ser, pero entonces me pareció algo casi cruel. El ángel. por mi propio bien, tenía que hacerlo, y me siento feliz al ver que de un modo u otro he sido capaz de mantenerme firme en mi primera elección.

Al final, el ángel también se sintió feliz. Incluso me ha dicho que me quiere más debido a ello. Lo que el turbado verbo querer significa para él cae más allá de mis posibilidades de comprensión, y yo me siento satisfecho al tomar la frase en el sentido de los humanos.

Una tarde de esa semana, creo que fue el día 12 de junio, Lester se presentó en casa buscando una copa de jerez y una partida de ajedrez. Hacía mucho tiempo que yo no le veía, y no había podido, por lo tanto, jugar al ajedrez con nadie. Este verano se ha presentado una pequeña epidemia de polio y el hombre anda muy atareado. El ángel se escondió tras unos libros en el estante mas alto —temo que habrá encontrado bastante polvo— y se divirtió con nuestro ajedrez. Disfrutaba de la hermosa vista de su calva, Lester; más tarde me dijo que le encontraba a usted agradable. Pero que... ¿por qué no hacía usted algo para perder peso? El ángel me sugirió un extraño método que creo, sin embargo, que ya se le ocurre de cuando en cuando a la clase médica... El método es el siguiente: comer menos.

Quizás no debió el ángel hacerlo que hizo con aquella partida de ajedrez. Durante mis primeras diez jugadas actué con mi manera de jugar habitual. Pero supongo que por entonces el ángel había asimilado ya los principios del juego y con disimulo tomó parte en él. Yo no me di cuenta de ello hasta que no vi que Lester parecía un pato cocido. Me había imaginado hasta entonces que mis asombrosas jugadas eran dictadas por mi propia y maldita inteligencia.

En serio se lo digo, Lester: recuerde aquella tarde. Usted ha tomado parte en torneos de aficionados de bastante importancia. Usted conoce su habilidad en el juego, y también conoce la mía. Pregúntese a sí mismo si yo era capaz de hacer aquello sin ayuda. Se lo digo de nuevo: yo no llevé a cabo ninguna clase de estudio durante el intervalo en que usted estuvo fuera de la sala de estar. No he tenido jamás un libro de ajedrez en la biblioteca, y aunque lo hubiese tenido, ningún estudio me habría colocado a la altura de usted. No he poseído nunca mentalidad de ajedrecista. Sólo puedo ser su humilde compañero de juego derrotado, y me ha gustado siempre jugar con usted sobre esta base, lo mismo que usted puede disfrutar viendo como un cirujano prima donna realiza algún milagro que usted no ha soñado nunca intentar... Aun cuando usted no se encontrara en forma aquella tarde, y no creo que esto sucediera, yo no habría podido nunca, sin ayuda, ganarle a usted tres veces seguidas. Aquella tarde se enfrentó usted con alguien que estaba por encima de su clase, eso es todo.

Yo no podía decirle a usted nada entonces... El ángel se mostraba categórico en esto... Así que sólo podía hacer y hacer jugadas, y derrotarle a usted. Pero el ángel quiere que yo escriba todo lo que se me ocurra en este diario, y yo le digo, Lester, que va a encontrar usted muy interesantes las décadas que aún tiene ante si. Porque usted es aún joven, unos diez años más joven que yo, y creo que podrá usted ver muchas cosas que a mí me habría gustado ver en el pasado... o que me gustaría ver en el futuro si no estuviera convencido de que he elegido el camino mejor.

La mayoría de esos acontecimientos no serán espectaculares, según creo. Muchos de los cambios que se efectúen en busca de un camino mejor no serán apenas reconocidos por los de su tiempo, por usted o por los demás. Es innegable que siendo nuestra naturaleza como es, no podemos saltar al cielo de la noche a la mañana. Esperar eso sería tan absurdo como imaginar que cualquier fórmula, ideología o teoría sobre la estructura social nos puede llevar a la Utopía. Tal como yo lo veo, Lester —y creo que su sala de consultas le habrá suministrado a usted la misma idea, si es que no bastaba su propia intuición—, existe sólo una batalla de importancia: la de Armagedón. Y el campo de Armagedón se halla en el interior de cada uno, un mundo sin fin.

En este momento, creo que soy el hombre más feliz que nunca existió.

He olvidado toda mi vida, excepto los últimos diez años. La fatiga física que siento —continúa siendo agradable— es muy grande. No estoy nada preocupado por la cizaña y malas hierbas que crecen en mi jardín, el trozo donde yo tenía planeado que crecieran otras cosas... Se trata, meramente, de diferente clase de flores. Hace una hora, el ángel me trajo la hinchada semilla del diente de león con objeto de que yo viera lo bonita que es... No creo que nunca me hubiese fijado en ello. Espero que quien venga a vivir a este lugar lo transforme de nuevo en granja. Dicen que los diez acres que se extienden hacia abajo por detrás de la casa son de buena tierra para patatas... Hermoso terreno joven.

Me resulta delicioso sentarme al sol... como si ya fuera... viejo.

Después de hojear las primeras páginas de este diario, he visto que en muchas ocasiones hablo con mordacidad de mis prójimos. Deduzco que debo haber sido un hombre solitario con una soledad autoimpuesta. Una gran parte de mi mordacidad es la fea consecuencia de una vida transcurrida en la soledad. Otra parte se debió sin duda a causas objetivas, aunque no creo que existiera otra causa que la que empuja a cualquier hombre un poco inteligente a desear que su mundo sea un poco más agradable que lo que es. Mi ángel me dice que el dolor que siento en la espalda se debe a una herida recibida en algún temprano estadio de la guerra mundial que aún continúa. Seguramente este debió agriar mi carácter. Ahora ya ha pasado... y todo está en el archivo.

El ángel está jugando a carreras con un colibrí... pero creo que se queda atrás para ofrecer un respiro a la vaporosa bola verde.

Otra nota para usted, Lester. Ya tengo dispuesto que mi anillo sea para usted. No quiero decirle lo que he descubierto referente a sus propiedades por miedo a que entonces no proporcione a usted el mismo placer e interés que me ha proporcionado a mí. Naturalmente, como todo objeto de colores y luces cambiantes, resulta una ayuda para la autohipnosis.

Pero es mucho, mucho más que eso. Aunque... quiero que lo encuentre usted solo, en una época en que esté un poco apartado de las distracciones de cada día. Sé que no le puede hacer a usted daño, pues conozco su procedencia.

A propósito: desearía que hiciera usted saber a los editores que me van editando de una manera irregular mi Introducción a la Biología mi deseo de que si sale una nueva edición, ésta sea revisada de acuerdo con algunas notas que encontrará usted en el cajón más alto de la parte izquierda del escritorio de mi biblioteca. Eché una mirada a ese libro cuando mi ángel me aseguró que lo había escrito yo, y quedé atónito. Sin embargo, temo que mis notas estén algo embrolladas (las llamo mías usando una licencia poética), y quizás son demasiado avanzadas para los tiempos actuales... aunque la revisión, en su mayor parte, atañe a ciertas generalidades que no tienen razón de ser. Déjese llevar de su buen juicio: se trata de un libro de texto de menor cuantía y, después de todo, la cosa no es tan importante. Una última concesión a mi vanidad personal.

27 de julio

He visto una noche de dos lunas.

Me fue ofrecida por el otro adulto compañero del padre de mi ángel al final de una maravillosa visita que me ha hecho acompañado de seis de aquellos otros niños. Creo que fue anoche... Sí, debió de ser anoche. Primero se oyó un murmullo de alas por encima de la casa. Mi ángel, riendo, llegó hasta mí; luego, todos estuvieron allí, a mi alrededor. Llenos de alegría y de colores, moviéndose de la manera que sabían me iba a agradar. Cada uno de ellos tuvo para mí una frase graciosa y amistosa. Uno de ellos me trajo una imagen en movimiento del río San Lorenzo visto por la mañana desde una altura de media milla... nubes... águilas... ¿Cómo diablos sabía lo que me encantaría semejante cosa? Y todos me dieron las gracias por lo que había hecho.

Yo pensaba: «¡Pero si ha sido todo tan fácil!».

Al final de la visita, el de más edad —su piel era casi de color castaño, y su plumón, blanco y gris— me ofreció una imagen de lo que era una noche de dos lunas. El la había visto unos sesenta años antes.

Ni siquiera se me ocurre hacer un esfuerzo para describirla apropiadamente... Además, no voy a seguir empuñando este lápiz por mucho más tiempo esta noche. Elevados edificios de color blanco y ámbar, campos tranquilos, plata brillante sobre ríos serpenteantes, un relámpago de mar abierto; una luna que se alza llena de claridad, y otra medio escondida entre una maraña de nubes. Y entre ambas, un puñado de estrellas no familiares para mí. Y aquí y allá, los ángeles, dignos, tras de cincuenta millones de años, de vivir en tal noche. No, no puedo describir nada de eso. Pero para vosotros, seres de raza humana como yo, puedo hacer algo mejor.. Puedo deciros que esa noche de dos lunas, gloriosa como era, no resultaba, sin embargo, más hermosa de lo que puede ser una noche de una sola Luna de esta vieja Tierra nuestra... si sois capaces de imaginaros que la basura del mal humano ha sido al fin descartada de este mundo y que nuestra especie ha dado principio al fin a la más grande de todas las exploraciones.

29 de julio

Nada me queda ya que olvidar a no ser el recuerdo del tiempo en que me ha acompañado mi ángel. Ahora puedo descansar todo que quiera y escribir también todo lo que guste. Luego me echaré en la cama y permaneceré allí como si durmiera. El ángel me ha dicho que puedo mantener los ojos abiertos: él me los cerrará cuando yo ya no le vea.

Estoy convencido de que hay esperanzas para nuestro caso, el caso humano. Me siento seguro de que dentro de sólo unos millares de años, seremos capaces de llevar a cabo algunas de las tareas preparatorias más simples, tales como desechar el mal y amar a nuestros semejantes. Y si esto es así, ¿quién puede dudar de que dentro de otros cincuenta millones de años podemos encontrarnos a un nivel sólo un poco más abajo del que gozan los ángeles?

Nota del bibliotecario

Como se sabe, el original del diario de Bannerman se encontraba en posesión del doctor Lester Morris cuando éste desapareció en 1964, desaparición que ha permanecido hasta el presente como un secreto sin solución. Se sabe que McCarran visitó al capitán Garrison Blaine en octubre de 1951, pero no consta nada referente a esa visita. El capitán Blaine era soltero y vivía solo. Resultó muerto en acto de servicio en diciembre de 1951. Se cree que McCarran no había escrito ni dicho nada a nadie acerca del asunto Bannerman. Es casi seguro que fue él quien extractó el diario y apartó otros papeles de las carpetas (¡extraoficialmente, desde luego!) en 1957, cuando dejó de pertenecer al FBI. De todos modos, la totalidad de los papeles fueron encontrados entre sus efectos personales después de su asesinato y, mucho tiempo después, puestos a disposición del público por Mrs. McCarran.

El siguiente memorándum estaba originariamente unido al extracto del diario de Bannerman; va firmado con las iniciales de McCarran.

11 de agosto de 1951

La carta original del doctor Stephen Clyde, doctor en medicina, referente a la autopsia, mencionada en la carta del capitán Blaine incluida aquí, se ha perdido desgraciadamente, debido quizás a un error de los archiveros.

El. presunto personal responsable de esta pérdida ha sido amonestado para que no se repita en lo sucesivo tal error, a menos de que se trate de algo necesario.

Al margen de esta nota hay algo escrito a lápiz y más tarde borrado. Quedan, sin embargo, algunos rasgos que muestran inequívocamente la caligrafía de McCarran. Incluso puede leerse en parte lo escrito. Dice así: No es propio de un McC. perder su empleo a menos que se trate de algo en favor, por, o si... El resto es indescifrable, excepto una palabra final que desgraciadamente no se puede repetir.

Declaración de Lester Morris, doctor en medicina, fecha: 9 de agosto de 1951.

En la tarde del 30 de julio de 1951, actuando bajo los efectos de lo que pudo describirse como un impulso inesperado, me dirigí al campo con objeto de visitar a mi amigo el doctor David Bannerman. No le había visto ni tenido noticias de él desde la tarde del 12 de junio de este año.

Entré sin llamar en la casa de Bannerman, tal como tenía por costumbre. Di voces en la planta baja sin obtener la menor respuesta, así que subí a su dormitorio, encontrándole muerto. Le reconocí superficialmente, juzgando que la muerte había tenido lugar durante la noche anterior. Se hallaba echado en su cama sobre el lado izquierdo, cómodamente dispuesto, como para dormir, pero vestido por completo. Llevaba una camisa limpia y unos pantalones de verano también limpios. Sus ojos y su boca estaban cerrados, y no había a su alrededor el menor signo del desorden que puede esperarse en un caso de muerte, por natural que ésta sea. Debido a ello, pensé, en cuanto comprobé la frialdad del cuerpo y la ausencia de latidos cardíacos y de aliento, que algún vecino le debía de haber encontrado ya, arreglándole siguiendo los ritos de respeto hacia un difunto y probablemente avisando al médico local o a otra persona con cargo de responsabilidad. Por lo tanto, decidí esperar —Bannerman no tenía teléfono— confiando en que no tardaría en llegar alguien.

El diario del doctor Bannerman se encontraba sobre la mesilla de noche abierto por la página en que el difunto había añadido un codicilo a su testamento. Leí dicho codicilo. Más tarde, mientras esperaba que llegase alguien, leí el resto del diario, tal como él esperaba que yo hiciera, según creo. El anillo que menciona se encontraba, en efecto, en el quinto dedo de su mano izquierda, y ahora se halla en mi posesión.

Al escribir aquel codicilo, el doctor Bannerman olvidó o pasó por alto el hecho de que en su verdadero testamento, escrito algunos meses antes, me nombraba albacea. Si hay que llevar a cabo algunos procedimientos legales. estoy dispuesto a cooperar en todo lo que haga falta con las autoridades competentes.

El anillo. sin embargo, permanecerá custodiado por mí, ya que éste fue el expreso deseo del doctor Bannerman, y no estoy dispuesto. bajo ninguna circunstancia. a dejar que lo examinen ni que sea objeto de ninguna discusión.

Las notas relativas a la revisión de uno de sus libros de texto estaban en el escritorio, tal como decía el diario. No están «embrollada» ni mucho menos; tampoco hay en ellas nada que revolucione la ciencia, si se exceptúa tal vez, que el difunto deseaba rehacer, a título de teoría o hipótesis, algunas afirmaciones que yo había supuesto que podían ser consideradas como axiomáticas. Aunque éste no es mi campo y no soy lo suficientemente competente para juzgar, hablaré del asunto con los editores a la primera oportunidad.

Según puedo determinar, y teniendo en cuenta los resultados de la autopsia llevada a cabo por Stephen Clyde, doctor en medicina, la muerte del doctor David Bannerman no fue incompatible con la presencia de una embolia de algún tipo que no es posible distinguir post mortem. Así lo he afirmado yo en el certificado mortuorio. Parece que es de interés público que no haya la menor duda sobre estas cuestiones. Estoy dispuesto, por lo tanto, a añadir algún párrafo de tipo médico, por si es necesario. Helo aquí:

Yo no soy psiquiatra, pero, dedicado a la práctica de la medicina general, y teniéndome que enfrentar con enfermedades de toda índole, pensé que tenía que estar al día sobre las corrientes y las opiniones referentes a esa rama de la medicina. El doctor Bannerman poseía. en mi opinión, una estabilidad emocional e intelectual en más alto grado que cualquier persona de su misma inteligencia conocida por mí, o sea entre todos mis amigos y compañeros de profesión. Caso de sugerirse una psicosis alucinatoria, yo sólo puedo decir que las alucinaciones sufridas por él debían pertenecer a un tipo muy distinto de las conocidas por mi experiencia, y no descriptas, según mis noticias, en ningún lugar de la literatura de la psicopatología.

En la tarde del 30 de julio, la casa del doctor Bannerman ofrecía un aspecto de perfecto orden. Cerca de la ventana, abierta y sin ninguna persiana, de su dormitorio, había una caja de zapatos destapada, que tenía en su fondo una bufanda doblada de seda. No encontré en ella el almohadón descripto por el doctor Bannerman en su diario, pero descubrí que a la bufanda le habían cortado un cuadrito. En esta caja, y cerca de ella, flotaba una fragancia peculiar, débil. aromática y muy agradable, no olida nunca por mí antes. y por lo tanto, que me es imposible describir.

No sé si puede o no puede atañer al caso el hecho de que mientras permanecí en la casa de Bannerman aquella tarde, no experimenté sensación de pena o de pérdida personal, a pesar de que el doctor Bannerman había sido un amigo querido y honrado por mí durante un número de años.

Lo único que experimenté, y lo sigo experimentando, fue la convicción de que, después de haber llevado a cabo una gran hazaña. el doctor Bannerman había encontrado la paz.