PRESENTACIÓN

La ciencia ficción no es monárquica

La ciencia ficción, una de las grandes desmitificadoras de nuestro tiempo, ha impugnado, en un momento u otro, de una forma u otra, la mayoría de los prejuicios básicos de nuestra cultura, como corresponde a un género eminentemente crítico y especulativo, que busca, más allá de lo cotidiano, más allá de lo admitido, el rostro oculto de las cosas y sus posibilidades latentes.

Y uno de los prejuicios que más asiduamente ha impugnado la ciencia ficción —la buena ciencia ficción— es el ridículo antropocentrismo de la moral cristiano-burguesa, la arbitraria ecuación inteligencia = hombre.

Esto queda claro por el mero hecho de que la posibilidad de que exista vida inteligente en otros planetas es un —por no decir el— tema fundamental de la ciencia ficción. Y sólo en las peores manifestaciones del género se usa esta posibilidad para reafirmar la primacía del hombre. La ciencia ficción más madura, por el contrario, suele utilizar este recurso para mostrarnos nuestras contradicciones e invitarnos a la revisión de nuestros presupuestos: su lección es básicamente una lección de humildad.

Pero no hace falta alzar los ojos a las estrellas para pensar en otras formas de raciocinio. Mucho antes de que los científicos llegaran a la conclusión de que no hay una diferencia radical entre la inteligencia de un hombre y la de un chimpancé, los autores de ciencia ficción se habían planteado, desde los más diversos ángulos, la posibilidad de que la inteligencia animal evolucionara hasta equipararse —o superar— a la humana, o —lo que es más inquietante— que seres que consideramos inferiores posean ya facultades mentales que ni siquiera podemos detectar.

En las tres novelas cortas que componen esta selección encontramos otros tantos enfoques, muy diferentes pero con un trasfondo común, del tema de la inteligencia animal. El gato «embrujado» de Nave de sombras, los animales sabios de la granja de Bester y el enigmático Dientes Largos (¿oscuro eslabón perdido de la cadena de la evolución?) son muy distintos entre sí, pero todos ellos nos recuerdan que la pretensión del hombre de ser el rey de la creación no es más que eso, una pretensión. Pues, para empezar, la naturaleza, más sabia que nosotros, no es monárquica.

CARLO FRABETTI