Capítulo II

H. Seton Davenport, de la División Norteamericana del Bureau Terrestre de Investigación, se frotó la cicatriz en forma de estrella que exhibía en su mejilla izquierda. Lo hizo pensativamente.

—Sé, señor, que los ultras son peligrosos —dijo.

El jefe de la división, M. T. Ashley, miró a Davenport con los ojos entornados. Sus resecas mejillas mostraban ciertas líneas de desaprobación. Como una vez más había dejado de fumar, tomó de encima de la mesa una pequeña pastilla de goma de mascar y la introdujo en su boca, haciendo una mueca de repugnancia. Estaba haciéndose viejo, persona amargada, y sonó suavemente el vello de su bigote grisáceo cuando lo frotó con los nudillos de una mano.

Luego dijo:

—No sabes lo peligrosos que son. Y me pregunto si hay alguien que lo sepa. Son poco numerosos, pero fuertes entre los más poderosos quienes, después de todo, están perfectamente dispuestos a considerarse a sí mismos como la élite. Nadie sabe con seguridad quiénes son ni cuántos hay.

—¿Ni siquiera el Bureau?

—El Bureau está en el alero del tejado. Ni siquiera nosotros estamos libres de ese tinte. ¿Lo estás tú?

Davenport frunció el ceño y respondió secamente:

—Yo no soy ultra.

—No dije que lo fueras —adujo Ashley—. Te pregunté si estabas libre de tal sospecha. ¿Se te ha ocurrido pensar en lo que sucede en la Tierra desde hace un par de siglos? ¿No se te ha ocurrido pensar que un moderado descenso de su población sería cosa buena? ¿No se te ha ocurrido pensar tampoco que sería maravilloso desembarazarse de las personas poco inteligentes, liquidar a los incapaces, a los insensibles, y dejar al resto vivos? Pues a mí sí, ¡maldita sea!

—Creo que soy culpable también de haber pensado en eso algunas veces, sí. Pero una cosa es pensar en algo como un deseo, y otra el proyectar ese algo para llevarlo a la realidad, a una realidad hitlerizada…

—La distancia que hay del deseo a la acción no es tan grande como piensas. Si te convences de que el fin es suficientemente importante, de que el peligro es enorme, entonces verás que los medios son cosa que va adquiriendo cada vez menos importancia. Ahora que el asunto de Estambul se ha solucionado, permíteme ponerte al corriente de este otro asunto. Estambul no tenía la menor importancia en comparación… ¿Conoces al agente Ferrant?

—¿El que desapareció? Personalmente, no.

—Bien, hace dos meses se encontró en la Luna una nave perdida. Había transportado a un equipo de exploración financiado particularmente; se trataba de una expedición selenográfica. La Sociedad Geológica Ruso-Norteamericana había apadrinado el vuelo e informó sobre la desaparición de la nave. Más tarde se llevó a cabo una búsqueda de rutina y la localizaron sin muchas dificultades a una razonable distancia del punto desde el cual había emitido su último informe.

»La nave no estaba dañada, pero había desaparecido su nave rastreadora y con ella un miembro del equipo. Su nombre era Karl Jennings. El otro hombre, James Strauss, vivía aún, pero en pleno delirio; se había vuelto loco. Todavía lo está, y eso es importante.

—¿Por qué? —interrogó Davenport.

—Porque el equipo de médicos que le examinaron informó sobre anormalidades de tipo neuroeléctrico y neuroquímico de una naturaleza sin precedentes. Jamás habían visto un caso semejante. Nada que fuese humano podía haber producido tal dolencia.

En el rostro solemne de Davenport, sus labios esbozaron una ligera sonrisa.

—¿Acaso sospechas de invasores extraterrestres? —preguntó.

—Puede ser. Pero déjame continuar, una búsqueda de rutina, por las cercanías del lugar donde se encontraba la nave perdida, no reveló la menor huella sobre el paradero de la nave rastreadora. Entonces la estación Luna informó haber recibido señales débiles de origen incierto. Se suponía que procedían del borde occidental del Mare Imbrium, pero no era seguro si procedían de algún ser humano o no, y no se creía que en las proximidades hubiese alguna nave. Por lo tanto, se ignoraron tales señales. Sin embargo, pensando todavía en la nave rastreadora, el grupo de búsqueda y rescate se puso en marcha hacia Mare Imbrium y allí la localizaron. Jennings estaba a bordo. Muerto. Mostraba una herida de cuchillo en un costado. Y resultaba sorprendente que hubiera podido vivir tanto tiempo.

»Mientras tanto, los médicos se mostraban completamente desorientados ante la naturaleza de la enfermedad de Strauss. Se pusieron en contacto con el Bureau y nuestros dos hombres de la Luna… Sucedía que uno de ellos era Ferrant… Llegaron hasta la nave.

»Ferrant estudió las cintas grabadas de las conversaciones a bordo. No se podían hacer preguntas porque no había ni hay forma de llegar hasta Strauss. Hay un alto muro entre el universo y él, probablemente un muro que será permanente para siempre. Sin embargo, las grabaciones hechas en pleno delirio, aun cuando repetían constantemente muchas cosas, tenían cierto sentido. Ferrant sumó entonces dos y dos, como si estuviese resolviendo un jeroglífico.

»Al parecer, Strauss y Jennings habían hallado un objeto que consideraron no era de fabricación humana, un artefacto perteneciente a una nave estrellada contra la Luna hacía siglos. Y al parecer dicho artefacto poseía la propiedad de dominar y dirigir la mente humana.

Davenport le interrumpió:

—¿Y fue eso lo que volvió loco a Strauss? ¿No fue así?

—Exactamente. Strauss era un ultra, podemos decir que «era» ya que está vivo sólo técnicamente, y Jennings no deseaba entregarle aquel objeto. Cosa razonable también. Strauss habló de emplearlo en una media liquidación, como él la calificaba, de todo ser humano indeseable. Quería que en la Tierra solamente existieran unos cinco mil millones de habitantes, esta era su idea. Hubo entonces una lucha durante la cual solamente Jennings, al parecer, pudo manejar aquella cosa que «pensaba», pero Strauss sostenía en su mano un cuchillo. Cuando Jennings se fue iba herido, pero la mente de Strauss había quedado destruida para siempre.

—¿Y dónde está ese extraño dispositivo que encontraron?

—El agente Ferrant actuó con decisión. Registró la nave e inspeccionó una vez más las cercanías. No había nada por ninguna parte que no fuesen naturales formaciones lunares o un producto evidente de la tecnología humana. No había nada que se pudiese calificar de «objeto pensante». Entonces registró la nave rastreadora cuidadosamente e hizo lo mismo con sus alrededores y tampoco halló nada de nada.

—Quizá el primer equipo de búsqueda, el equipo que nada sospechaba, se llevó consigo algo sin saber lo que era.

—Juraron no haberlo hecho y no hay razón alguna para sospechar que mientan. Entonces, el compañero de Ferrant…

—¿Quién era?

—Gorbansky —replicó el jefe del distrito.

—Le conozco. Hemos trabajado juntos.

—Lo sé. ¿Qué opinas de él?

—Honrado y capaz.

—Está bien. Gorbansky encontró algo. No un artefacto extraño, sino algo que era muy humano, evidentemente. Se trataba de una tarjeta corriente, de color blanco, que medía tres por cinco pulgadas, escrita, y enrollada en el dedo anular de la manopla de Jennings. Probablemente este último la había escrito antes de morir, y quizá representaba la clave del lugar donde había escondido el objeto en cuestión.

—¿Qué razón hay para creer que lo había escondido?

—Dije que no lo hemos encontrado en ninguna parte.

—Me refiero a… ¿y si lo destruyó como algo peligroso si se dejaba intacto?

—Eso es muy dudoso. Si aceptamos la conversación que se ha reconstruido en el delirio de Strauss, y Ferrant formó lo que parece ser un perfecto registro de palabra por palabra, Jennings debió pensar que aquel artefacto era de importancia clave para toda la humanidad. La calificó de «clave de una inimaginable revolución científica». No podía destruir una cosa semejante. Simplemente, la ocultaría a los ultras e intentaría informar al Gobierno sobre su paradero. De lo contrario, ¿por qué y para qué molestarse en dejar una pista?

Davenport movió la cabeza dubitativamente y dijo:

—Camina usted formando círculos, jefe. Dice usted que dejó una pista, una clave, porque usted cree que existe un objeto escondido, y cree que hay un objeto escondido porque Jennings dejó una clave.

—Admito eso. Todo resulta muy dudoso. ¿Significa algo el delirio de Strauss? ¿Es válida la reconstrucción de Ferrant? ¿Es realmente una clave lo que ha dejado Jennings? ¿Existe en realidad un «objeto pensante», como Jennings lo llamó, o no existe? No vale la pena hacer tales preguntas. Ahora mismo debemos actuar bajo la suposición de que existe tal artefacto y que debe ser hallado.

—¿Porque Ferrant desapareció?

—Exactamente.

—¿Raptado por los ultras?

—Nada de eso. La tarjeta desapareció con él.

—¡Oh…, comprendo!

—Ferrant desde hacía tiempo estaba bajo sospechas de ser un ultra secreto. Y no es el único del Bureau sobre el que existen tales sospechas. Las pruebas que había no aconsejaban una acción abierta. Sabes que tampoco podemos andar por ahí sospechando e investigando, porque de ser así habría que investigar al Bureau completo de arriba abajo. Ferrant estaba sujeto a vigilancia.

—¿Por quién?

—Por Gorbansky, por supuesto. Afortunadamente, Gorbansky fotografió la tarjeta y envió la copia al cuartel general de la Tierra, pero admitió que no consideraba a tal tarjeta más que como una nota jeroglífica sin sentido alguno y que la incluía en el informe enviado a la Tierra con el deseo de que su informe fuese rutinariamente completo. Ferrant, el mejor cerebro de los dos, supongo, se dio cuenta del significado y decidió actuar. Lo hizo así a gran costo, ya que se ha denunciado a sí mismo y destruido su futura utilidad a los ultras, pero es probable que no haya futura utilidad. Si los ultras controlan el dispositivo…

—Quizá Ferrant ya tenga en sus manos tal artefacto.

—Recuerda que estaba bajo vigilancia. Gorbansky jura que el dispositivo no apareció por ninguna parte.

—Gorbansky no pudo detener a Ferrant al partir con la tarjeta. Quizá tampoco pudo impedirle que encontrara el dispositivo.

Ashley tamborileó con las yemas de sus dedos sobre la pulida superficie de la mesa, con ritmo desigual. Finalmente, dijo:

—No quiero pensar en eso. Si encontramos a Ferrant, podremos saber el daño que se ha hecho. Hasta ese momento debemos buscar el dispositivo. Si Jennings lo escondió, debió intentar alejarse del lugar del escondite. De no ser así, ¿por qué dejar una clave?

—Quizá no viviera lo suficiente para alejarse mucho de tal lugar.

Una vez más, Ashley golpeó suavemente la mesa con sus dedos.

—La nave rastreadora muestra señales de haber realizado un largo vuelo, y un vuelo veloz hasta detenerse al final. Eso encaja con el punto de vista de que Jennings estaba tratando de poner gran distancia entre él y el lugar del escondite.

—¿Puede usted calcular de qué dirección partió?

—Sí, pero no es probable que ayude nada. A juzgar por el estado de las troneras laterales de la nave, es evidente que estuvo derivando de acá para allá deliberadamente.

Davenport suspiró hondo.

—Supongo que tendrá usted una copia de la tarjeta.

—Sí, aquí está…

Ashley alargó a Davenport una copia de la tarjeta en cuestión. Davenport la examinó durante unos momentos. En ella aparecía lo siguiente:

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Davenport dijo finalmente:

—No veo que esto tenga algún significado.

—Al principio, tampoco yo vi nada ni tampoco aquellos a quienes consulté. Jennings debió pensar que Strauss le perseguía. Quizá ignoraba que Strauss estaba fuera de combate definitivamente. Por lo tanto, temería que cualquier ultra lo encontrara antes de que lo hiciese un moderado. No se atrevía a dejar una clave demasiado clara…

Hubo un silencio entre los dos hombres, y a continuación el jefe de la división golpeó la tarjeta con un dedo, añadiendo:

—Esto representa una clave que es oscura en su superficie, pero lo suficientemente clara para cualquiera que tenga un poco de ingenio.

—¿Podemos confiar en eso? —interrogó Davenport con tono de duda—. Después de todo, Jennings era un hombre moribundo, atemorizado, que podía en aquellos momentos estar sujeto a un fallo mental. Es probable que no pensara claramente, ni siquiera humanamente. Por ejemplo, ¿por qué no hizo un esfuerzo por alcanzar la estación lunar? Casi trazó una enorme circunferencia a su alrededor. ¿Acaso se hallaba tan confundido o inconsciente para no pensar claramente? ¿Quizá excesivamente desequilibrado para llegar hasta la estación lunar? ¿O quizá no confiaba en tal estación? ¡Sí, debió intentar llegar allí al principio, puesto que recogieron sus señales, pero lo que en realidad estoy diciendo es que esta tarjeta, que parece estar cubierta con un jeroglífico, no es más que eso, un incomprensible jeroglífico.

Ashley movió la cabeza solemnemente.

—Cierto. El pánico se había apoderado de él. Y supongo que careció de la suficiente presencia de ánimo para alcanzar la estación lunar. Solamente le impulsaba el ansia de huir. Aun así, esto no puede ser un jeroglífico. Estos signos encajan demasiado bien unos con otros. Cada anotación de esta tarjeta puede tener sentido, y el total bien interpretado puede dar algo.

—Entonces, ¿dónde está ese sentido, jefe?

—Verás que hay siete signos en el lado izquierdo y dos en el derecho. Primero examinemos la parte izquierda. El tercer signo parece un signo de «igual». ¿Significa algo para ti el signo «igual»…, algo en particular?

—Una ecuación algebraica.

—Eso es en general. Me refiero a algo en particular.

—No.

—Supongamos que lo consideras como un par de líneas paralelas.

—¿Quinto postulado de Euclides? —sugirió Davenport.

—¡Bien! Hay un cráter en la Luna llamado Euclides… nombre griego del célebre matemático.

Davenport asintió con un movimiento de cabeza. Luego dijo:

—Ya veo adónde quieres ir a parar. En cuanto a F/A, eso es la fuerza dividida por la aceleración, la definición de la masa, según Newton, en su segunda ley del movimiento…

—Sí, y hay un cráter llamado Newton en la Luna, igualmente.

—Sí, pero espera un momento. El signo más bajo es el símbolo astronómico del planeta Urano y no hay ningún cráter o ningún otro objeto lunar, que yo sepa, que lleve ese nombre.

—También tienes razón. Pero Urano fue descubierto por William Herschel, y la H que forma parte del símbolo astronómico es la inicial de su nombre. Sucede que hay un cráter en la Luna llamado Herschel… En realidad hay tres, porque uno se llama así en nombre de Caroline Herschel, su hermana, y otro se llama John Herschel, su hijo.

Davenport reflexionó unos momentos, y después dijo:

—PC/2… Medida de presión, la mitad de la velocidad de la luz… No estoy familiarizado con esta ecuación.

—Prueba con los cráteres. Prueba la P para Ptolomeo, y la C para Copérnico.

—¿Y sacar una media? ¿Significaría eso el lugar exacto entre Ptolomeo y Copérnico?

—Me decepcionas, Davenport —respondió Ashley sardónicamente—. Creí que conocías la historia de la astronomía algo mejor que todo eso. Ptolomeo, o Ptolomaeus en latín, presentó un cuadro geocéntrico del Sistema solar, con la Tierra en el centro; mientras que Copérnico presentó uno heliocéntrico, con el Sol en el centro. Un astrónomo trató de establecer un compromiso entre el de Ptolomeo y el de Copérnico…

—¡Tycho Brahe! —exclamó Davenport.

—Muy bien. Y el cráter Tycho es una de las características más visibles de la superficie de la Luna.

—Bien…, ahora veamos el resto. La C-C es una forma corriente de anotar un tipo normal de grado de afinidad química y creo que hay un cráter llamado Bond[1].

—Sí, llamado como el astrónomo norteamericano, W. C. Bond.

—La primera anotación, XY2. Bien… XYY. Una X y dos Y. ¡Espera!… Alfonso X. Era el astrónomo real de la España medieval, a quien llamaron Alfonso X el Sabio. X el Sabio. XYY. El cráter Alphonsus.

—Muy bien. ¿Y SU?

—Eso me desorienta, jefe.

—Te diré una teoría. Se refiere a la Unión Soviética, antiguo nombre de la Región Rusa. Fue la Unión Soviética la que primero trazó el mapa de la cara oculta de la Luna, y puede que allí haya un cráter. Tsiolkovsky, por ejemplo. Entonces, los símbolos de la izquierda se pueden interpretar como relacionados con un cráter: Alphonsus, Tycho, Euclides, Newton, Tsiolkovsky, Bond, Herschel…

—¿Y qué me dices de los símbolos del lado derecho?

—Eso está enormemente claro. El círculo dividido en cuatro partes es el signo astronómico de la Tierra. Una flecha señalándole indica que la Tierra debe estar directamente encima.

—¡Ah! —exclamó Davenport—. El Sinus Medii… La Middle Bay, sobre la cual la Tierra está perpetuamente en cenit. Eso no es un cráter, y por eso está en el lado derecho, lejos de los demás símbolos.

—Está bien —dijo Ashley—. Las anotaciones tienen sentido o se puede hacer que lo tengan, de manera que por lo menos hay una buena oportunidad de que no sea un jeroglífico y que tales anotaciones tratan de indicarnos algo. Pero…, ¿qué? Hasta ahora tenemos siete cráteres y uno sin mencionar y, ¿qué significa esto? Es de suponer que el dispositivo se encuentre sólo en un cráter.

—Bien —dijo Davenport calmosamente—, un cráter puede ser un lugar enorme para efectuar una búsqueda de esa clase. Aun cuando supongamos que Jennings eligió la sombra para evitar la radiación solar…, aun así pueden existir docenas de millas para explorar en cada caso. Supongamos que la flecha que señala al símbolo de la Tierra define el cráter donde escondió el dispositivo, el lugar desde donde el cual puede verse a la Tierra más próxima al cenit.

—En eso ya se ha pensado, muchacho. Elimina un lugar y nos deja con siete cráteres, los situados en la extremidad sur del ecuador lunar y los situados en la extremidad norte de los del sur. Pero… ¿cuál de los siete?

Davenport reflexionaba con el ceño fruncido. Hasta entonces nunca había pensado en nada que ya estuviera más que pensado.

—Investigarlos todos —replicó.

Ashley se echó a reír bruscamente, y respondió:

—En todas las semanas que han transcurrido desde que surgió esto ya lo hemos hecho con todo cuidado.

—¿Y qué han encontrado?

—Nada. No hemos encontrado nada de nada. Aunque todavía estamos buscando.

—Evidentemente uno de los signos no está interpretado correctamente.

—¿Evidentemente…?

—Tú mismo has dicho que había tres cráteres llamados Herschel. El símbolo SU significa la Unión Soviética, si es que significa esto y por lo tanto el otro lado de la Luna puede referirse a cualquier cráter situado en el otro lado: Lomonosov, Julio Verne, Joliot-Curie…, cualquiera de ellos. Y de igual manera el símbolo de la Tierra podría referirse al cráter Atlas, puesto que se le describe sosteniendo a la tierra en algunas versiones del mito. La flecha podría significar la Muralla Recta.

—Ahí no hay discusión, Davenport. Pero aun cuando interpretemos bien los símbolos, ¿cómo los reconoceremos entre todas las interpretaciones erróneas o entre las interpretaciones correctas, de los símbolos equivocados? Tiene que haber algo que salte hacia nosotros desde esta tarjeta y nos proporcione una información clara y terminante, algo que nos diga inmediatamente qué es lo que debemos hacer. Todos hemos fracasado y necesitamos quizá una mente fresca, Davenport. ¿Qué es lo que tú ves aquí?

—Te diré una cosa, te diré lo que podríamos hacer —respondió Davenport de mala gana—. Podríamos consultar a alguien que yo… ¡Oh, cielo santo…!

Y al lanzar esta última exclamación Davenport se levantó a medias de su asiento.

Ashley hizo un esfuerzo terrible por dominar su repentina excitación y preguntó:

—¿Qué es lo que ves?

Davenport sintió cómo temblaban sus manos. Esperaba que no ocurriera lo mismo con sus labios. Respondió:

—Dime, ¿han investigado el pasado de Jennings?

—Desde luego que sí.

—¿A qué colegio fue?

—A la Universidad Oriental.

Davenport estuvo a punto de lanzar una exclamación de júbilo, pero se contuvo. Aquello aún no era suficiente.

—¿Estudió algún curso de extraterrología?

—Sí, desde luego. Eso es pura rutina para un geólogo.

—Entonces, bien, ¿no sabes quién enseña extraterrología en la Universidad Oriental?

Ashley hizo sonar dos dedos y respondió:

—Ese rechoncho de… ¿cómo se llama…? Wendell Urth.

—Exactamente, un rechoncho que es un hombre brillante en su terreno, y también un rechoncho que ha actuado como asesor del Bureau en varias ocasiones y con maravillosos resultados en cada una de ellas. Iba a sugerirte que le consultáramos esta vez y entonces me di cuenta de que esta tarjeta nos estaba diciendo que «debíamos» hacerlo así… Una flecha señalando el símbolo de la Tierra. Una indicación que no podría estar más clara: «Ir a Urth», escrita por un hombre que en otro momento fue un estudiante de Urth y le debe conocer bien[2].

Ashley miró la tarjeta.

—¡Cielos! —exclamó—, es posible…, pero, ¿qué podría decirnos Urth sobre esta tarjeta que no podemos ver por nosotros mismos?

Davenport dijo, con paciencia, cortés:

—Sugiero que se lo preguntemos a él.