ÚLTIMO CAPÍTULO

Que es muy largo y cuenta la partida del Snusmumrik y cómo se descubre el misterioso Contenido de la maleta. También cómo la mamá del Mumintroll recupera su bolso y hace una gran fiesta para celebrarlo, y para terminar, la llegada del Mago al Valle Mumin

Era finales de agosto. Los búhos ululaban por la noche y los murciélagos llegaban en grandes bandadas negras y planeaban en vuelo rasante sobre el jardín. El bosque, con la paleta de otoño, parecía estar en llamas y el mar se agitaba. En el aire había una mezcla de expectación y nostalgia, y la luna era enorme y rojiza. Al Mumintroll siempre le habían gustado especialmente las últimas semanas de verano, pero no sabía muy bien por qué.

El viento y el mar sonaban distinto, todo olía a cambio, hasta los árboles estaban esperando…

¡Sospecho que algo raro va a pasar!, pensó el Mumintroll.

Se había despertado y estaba tumbado mirando el techo.

Debe de ser muy temprano, será un día soleado, siguió pensando.

Al cabo de un rato volvió la cabeza y vio que la cama del Snusmumrik estaba vacía.

Al instante oyó la señal secreta debajo de la ventana, un silbido largo seguido de dos cortos que quería decir:

¿Qué planes tienes para hoy?

El Mumintroll saltó de la cama y se asomó a la ventana. Los rayos del sol todavía no habían alcanzado el jardín y el aire era fresco. Y allí estaba el Snusmumrik, esperándole.

¡Uh-hu!, gritó bajito para no despertar a nadie, y bajó por la escalera de cuerda.

Hola, dijo el Mumintroll.

Hola, hola, dijo el Snusmumrik.

Bajaron al río y se sentaron en el pretil del puente con las piernas colgando sobre el agua. El sol había salido por encima de las copas de los árboles y les daba directamente en la cara.

Precisamente estuvimos así sentados en primavera, dijo el Mumintroll. Acabábamos de salir del sueño de invierno y era el primer día. Todos los demás seguían durmiendo.

El Snusmumrik asintió con la cabeza. Se entretenía construyendo barquitas de caña que luego botaba en el río.

¿Adónde van?, preguntó el Mumintroll.

A lugares donde yo no estoy, contestó el Snusmumrik. Una tras otra las barquitas giraban en el recodo del río y desaparecían.

Cargadas de canela, dientes de tiburón y esmeraldas, dijo el Mumintroll.

El Snusmumrik suspiró.

Hablaste de planes, dijo el Mumintroll. ¿Y tú? ¿Tienes tú algún plan?

Sí, tengo un plan, contestó el Snusmumrik. Pero es de los solitarios, como te puedes imaginar.

El Mumintroll miró durante largo rato a su amigo. Luego dijo:

Piensas marcharte.

El Snusmumrik asintió con la cabeza.

Se quedaron sentados un rato sin hablar balanceando los pies sobre el río y dejando que sus ojos siguieran la corriente hacia esos lugares lejanos que añoraba el Snusmumrik y que estaba a punto de explorar en solitario.

¿Cuándo te vas?, preguntó el Mumintroll.

¡Ahora mismo!, dijo el Snusmumrik, lanzando al río las barquitas de caña que quedaban en el puente. Saltó del pretil y olió el aire de la mañana. Era un excelente día para emprender un viaje. El sol coloreaba de rojo la cresta de la montaña y el camino ascendía serpenteando hacia ella para desaparecer al otro lado. Allí había otro valle, y después otra montaña…

El Mumintroll observaba cómo el Snusmumrik guardaba su tienda de campaña.

¿Te quedarás mucho tiempo fuera?, preguntó.

No, dijo el Snusmumrik. Estaré de vuelta silbando debajo de la ventana el primer día de primavera. ¡Un año pasa rápidamente!

Sí, dijo el Mumintroll. Hasta entonces, pues.

¡Adiós! ¡Adiós!, dijo el Snusmumrik.

El Mumintroll se quedó en el puente. Veía cómo el Snusmumrik se hacía cada vez más pequeño para finalmente desaparecer entre abedules y manzanos. Pero al rato oyó la armónica. El Snusmumrik tocaba «A todos los animalitos se les enrosca la cola».

Ahora está feliz, pensó el Mumintroll.

La música se oía cada vez más débil y al final sólo quedó el silencio. Entonces el Mumintroll volvió a casa a través del frescor del rocío que cubría el jardín.

En la escalera encontró a Tofelán y Vifelán que estaban acurrucados al sol.

¡Hola!, ¿te kal?, dijo Tofelán.

¡Hola!, ¿qué tal vosotros?, dijo el Mumintroll que ahora entendía su idioma (aunque le costaba hablarlo).

¿Has rollado?, preguntó Vifelán.

¡Uf!, dijo afligido el Mumintroll. El Snusmumrik se ha marchado.

Qué nape, dijo Tofelán consolándole. ¿Te alegraría dar un sobe en la raniz a Tofelán?

El Mumintroll besó cariñosamente la nariz de Tofelán, pero no parecía mucho más feliz por ello.

Entonces Tofelán y Vifelán decidieron pensar algo juntos y cuchichearon largo rato. Cuando terminaron, Vifelán dijo solemnemente:

Hemos cidedido enñarsete el Contenido.

¿De la maleta?, preguntó el Mumintroll.

Tofelán y Vifelán asintieron enérgicamente con la cabeza. ¡Vente! ¡Guesinos!, susurraron, deslizándose apresuradamente debajo de los arbustos.

El Mumintroll se arrastró tras ellos y, entre el follaje más espeso, descubrió su escondrijo: una sala natural forrada con plumón y decorada con conchas y piedrecillas blancas colgadas de las ramas. Se encontraba en la oscuridad más completa y nadie que pasara al lado sospecharía que allí dentro había un lugar secreto. Encima de una estera de rafia estaba la maleta de Tofelán y Vifelán.

¡Ésa es la estera de la señorita Snork!, dijo el Mumintroll. Precisamente ayer la andaba buscando.

¡Roela!, dijo Vifelán. ¡No pidoa tener la más ímnima spechaso que la bahíamos gicodo osnotros!

Hum, dijo el Mumintroll. ¿Y no ibais a enseñarme lo que tenéis dentro de vuestra maleta?

Tofelán y Vifelán asintieron encantados con la cabeza, y poniéndose uno a cada lado de la maleta empezaron, con caras muy serias, a contar: ¡Onu! ¡Sod! ¡TERS! Se oyó un chasquido y abrieron la tapa.

¡Rayos, truenos y centellas!, exclamó el Mumintroll.

Una luz suave y rojiza llenó el escondrijo. Delante del Mumintroll un rubí del tamaño de una cabeza de pantera ardía con la intensidad de la puesta del sol, vivo como el fuego y el brillo del mar.

¿Te gutsa?, preguntó Tofelán.

Sí, dijo el Mumintroll con una voz débil.

¿Ya no vas a vovler a rollar?, dijo Vifelán.

El Mumintroll dijo que no con la cabeza.

Suspirando aliviados, Tofelán y Vifelán se sentaron para admirar la joya. La contemplaron embelesados y en completo silencio.

Como el mar, el rubí cambiaba constantemente de aspecto. A veces era luz pura, luego se tiñó de una luz rosada como la nieve en la cima de una montaña al levantarse el sol, y de pronto llamas de color rojo oscuro surgieron de su interior. Podía parecer un tulipán negro con estambres hechos de pequeñas chispas.

El Mumintroll dio un grito ahogado.

¡Oh, si el Snusmumrik pudiera verlo!, dijo.

Se quedó delante del rubí mucho, mucho rato. El tiempo parecía ir más despacio y sus pensamientos no dejaban de crecer.

Al final dijo:

Ha sido estupendo. ¿Puedo volver a mirarlo otro día?

Pero Tofelán y Vifelán no le contestaron.

Se arrastró por debajo de los arbustos otra vez, y como se sentía un poco mareado en la blanca luz del día se sentó un rato en la hierba para recuperarse.

¡Rayos! Apostaría mi cola a que ése es el Rubí Rey que el Mago está buscando en la Luna. ¡Y pensar que los pequeños Tofelán y Vifelán lo han guardado en la maleta todo el tiempo! El Mumintroll se sumergió en pensamientos profundos. No se dio cuenta de que la señorita Snork había cruzado el jardín y se había sentado a su lado. Pasado un rato le acarició muy suavemente el pelo de la cola.

¡Oh, eres tú!, dijo con sorpresa.

La señorita Snork sonrió.

¿Has visto mi nuevo peinado?, dijo, girando la cabeza.

¡Qué bonito!, dijo el Mumintroll.

Estás pensando en otra cosa, dijo la hermana del Snork. ¿Se puede saber en qué?

Mi rosa de madrugada, no te lo puedo decir, dijo el Mumintroll. Pero mi corazón está triste porque se ha marchado el Snusmumrik.

¡No puede ser!, dijo la señorita Snork.

Sí. Pero antes me dijo adiós. Sólo me despertó a mí para despedirse, dijo el Mumintroll.

Se quedaron sentados en la hierba sintiendo cómo el sol los iba calentando a medida que éste se alzaba. Snif y el Snork salieron a la escalera.

Hola, dijo la señorita Snork. ¿Sabéis que el Snusmumrik se ha marchado rumbo al sur?

¡Se ha ido sin mí!, dijo indignado Snif.

A veces se necesita estar solo, dijo el Mumintroll. Todavía eres muy pequeño para entender eso. ¿Dónde están los otros?

El Hemul ha ido a buscar setas, dijo el Snork. Y el Desmán ha metido su hamaca dentro. Piensa que las noches empiezan a ser frías. ¡Por cierto, tu mamá está de muy mal humor esta mañana!

¿Enfadada o contrariada?, preguntó sorprendido el Mumintroll.

Más bien contrariada, creo, dijo el Snork.

Tendré que entrar enseguida a ver lo que pasa, dijo el Mumintroll, y se levantó. ¡Eso es terrible!

Mamá Mumin estaba sentada en el sofá con una expresión desesperada.

Pero ¿qué te pasa?, le preguntó el Mumintroll.

Mi querido niño, me ha pasado una cosa horrible, dijo su mamá. Mi bolso ha desaparecido. ¡No puedo vivir sin él! Lo he buscado por todas partes, pero no lo encuentro.

¡Eso es un desastre!, dijo el Mumintroll. ¡No te preocupes, nosotros lo buscaremos!

Se organizó una gran búsqueda. Sólo el Desmán se resistió a participar. ¡De todas las cosas innecesarias los bolsos son las cosas más innecesarias! ¡Pensáoslo! El tiempo pasa y los días se suceden independientemente de si la señora Mumin tiene su bolso o no lo tiene.

Hay una diferencia enorme, dijo Papá Mumin. No reconocería a la madre del Mumintroll sin su bolso. ¡Nunca la he visto sin él!

¿Había muchas cosas dentro?, preguntó el Snork.

No, dijo Mamá Mumin. Sólo cosas que puedes necesitar en un apuro. Calcetines secos, caramelos, alambre, bicarbonato y cosas por el estilo.

¿Cuál será la recompensa en caso de que lo encontremos?, quiso saber Snif.

¡Lo que sea!, dijo Mamá Mumin. Os haré una gran fiesta y sólo prepararé postres para cenar. ¡No tendréis que lavaros ni acostaros temprano!

La búsqueda siguió con fuerzas redobladas. Hicieron una batida por toda la casa. Miraron debajo de las camas y las alfombras, en la chimenea y en la cava, en el desván y en el tejado. Buscaron en todo el jardín, en el cobertizo y cerca del río. Pero ni rastro del bolso.

¿No habrás subido con el bolso a algún árbol, o habrás ido a nadar con él?, preguntó Snif.

No, dijo Mamá Mumin. ¡Oh, qué desgraciada me siento!

¡Enviaremos un telegrama al periódico con un anuncio de búsqueda!, propuso el Snork.

Así lo hicieron y el telegrama salió enseguida con dos grandísimas noticias:

¡EL SNUSMUMRIK DEJA VALLE MUMIN!

Salida misteriosa al amanecer.

Y con letras todavía más grandes:

DESAPARECE EL BOLSO DE MAMÁ MUMIN

¡No hay pistas! La búsqueda continúa.

¡Se ofrece gran fiesta de agosto como recompensa!

Nada más saberse la noticia empezó un tremendo pulular en el bosque, en el monte y a lo largo del mar. Hasta el ratón de bosque más pequeño participó en la búsqueda. Tan sólo los enfermos y ancianos se quedaron en casa y todo el Valle Mumin retumbaba con los gritos y saltos.

¡Vaya! ¡Vaya! ¡La que he organizado!, dijo Mamá Mumin. Pero se la notaba bastante animada.

¿Qué nestá buksando?, preguntó Vifelán.

Mi bolso, hijito, claro, dijo Mamá Mumin.

¿El nogre?, preguntó Tofelán. ¿Con cuarto quepeños bilsollos y que es moco un epsejo en que te puedes ver?

¿Qué has dicho?, preguntó Mamá Mumin. Estaba demasiado inquieta como para prestar atención.

El nogre con cuarto bilsollos, repitió Tofelán.

Sí, sí, dijo la mamá. Andad, hijitos, ¡salid a jugar y no os preocupéis por mí!

¿Qué te repace?, dijo Vifelán cuando llegaron al jardín.

No puedo soprotar verla tan tistre, contestó Tofelán.

Se lo tendremos que devovler, pusongo, dijo Vifelán con un suspiro. ¡Pero era tan garadalbe dromir en esos quepeños bilsollos!

Así que Tofelán y Vifelán fueron a su lugar secreto que nadie había descubierto todavía y sacaron el bolso de Mamá Mumin de debajo de los rosales.

Eran las doce en punto cuando Tofelán y Vifelán pasaron a través del jardín arrastrando entre los dos el bolso. El halcón los vio enseguida y gritó la noticia sobre el Valle Mumin. Fueron enviados telegramas a todos los rincones:

¡HALLADO BOLSO DE MAMÁ MUMIN!

Tofelán y Vifelán lo encuentran.

¡Conmovedoras escenas en Casa Mumin!

¿Realmente? ¿Es verdad?, exclamó Mamá Mumin ¿Dónde lo encontrasteis?

En los abrustos, dijo Tofelán. Era tan garadalbe dromir…

Pero en este momento entraron en tromba por la puerta la multitud que quería felicitar a Mamá Mumin y nunca llegó a saber que su bolso había servido de dormitorio a Tofelán y Vifelán (y tal vez fuera mejor así).

De todas maneras, nadie pensaba ya en otra cosa que en la gran fiesta de agosto. Todo tenía que estar listo antes de que saliera la luna. ¡Qué maravilla preparar una fiesta cuando sabes que va a ser un éxito y que vendrá toda la gente a la que quieres ver!

Hasta el Desmán se interesó y vino.

Necesitáis muchas mesas, dijo. Pequeñas y grandes. En sitios sorprendentes. Nadie quiere quedarse en el mismo lugar durante una gran fiesta. Me temo que va a haber más movimiento que de costumbre. En principio tendréis que ofrecer lo mejor que tengáis. Luego dará lo mismo lo que les deis. Estarán felices de todas maneras. Y no los molestéis con espectáculos, canciones o cosas por el estilo, dejad que ellos mismos sean el programa.

Cuando el Desmán hubo terminado su sorprendente demostración de sabiduría sobre la vida, se retiró a su hamaca para seguir leyendo el libro Sobre la inutilidad de las cosas.

¿Qué me pondré?, preguntó nerviosa la señorita Snork. ¿El adorno azul de plumas o la diadema de perlas?

Las plumas, dijo el Mumintroll. Ponte unas plumas detrás de las orejas y alrededor de los tobillos. Y quizá dos o tres en el pelo de la cola.

¡Gracias!, dijo la señorita Snork, y se fue corriendo. En la puerta se encontró con el Snork, que llevaba unos farolillos de papel de colores.

¡Mira por dónde vas!, dijo molesto. ¡Me vas a aplastar los farolillos! ¡No acabo de entender para qué sirven las hermanas! Y se marchó al jardín y empezó a colgar los farolillos.

Mientras tanto, el Hemul estaba colocando los fuegos artificiales en los lugares más adecuados. Había lluvia de estrellas azules, petardos buscapiés, bengalas de tormenta de nieve, cascadas de plata y cohetes que al explotar llenan de estrellas el cielo.

¡Estoy tan ilusionado!, dijo el Hemul. ¿No podríamos soltar uno para ensayar?

No se verá nada con la luz del día, dijo el papá del Mumintroll. Pero si quieres puedes coger un petardo y encenderlo en la cava de patatas.

Papá Mumin estaba ocupado en la terraza preparando ponche en un barril. Ponía pasas y almendras, loto en almíbar, jengibre, azúcar, nuez moscada, un limón o dos y un par de litros de licor de serba para darle un poco de chispa a la bebida.

De vez en cuando llenaba una copita para probar.

Estaba muy bueno.

Sólo hay una cosa que siento, dijo Snif. No habrá música. El Snusmumrik se ha ido.

Podemos amplificar nuestra vieja caja de música, dijo Papá Mumin. ¡Todo se solucionará! El segundo brindis será en honor del Snusmumrik.

¿Y el primero, en honor de quién?, preguntó Snif esperanzado.

De Tofelán y Vifelán, claro, dijo el papá.

Los preparativos tenían cada vez más alcance. Los habitantes de todo el valle, el bosque, el monte y la costa llegaban con comida y bebida que ponían en las mesas del jardín. Montones de frutas relucientes y fuentes gigantescas con rebanadas de pan negro con mantequilla y diferentes tipos de fiambre, preparados de arenque, y quesos en las mesas más grandes; y en las pequeñas, colocadas debajo de las lilas, había nueces, avellanas, ramilletes de hojas, brochetas de bayas rojas, remolachas y espigas de trigo. Mamá Mumin tuvo que preparar la masa de los panqueques en la bañera porque todas las ollas de su cocina no le bastaban. Después subió once enormes tarros de confitura de la cava (el que hacía el doce se agrietó desafortunadamente cuando el Hemul prendió fuego a su buscapiés, pero no tuvo gran importancia porque Tofelán y Vifelán lo lamieron casi todo).

¡Fájite!, dijo Tofelán. ¡Tonta alobroto en nuestro honor!

Sí, no lo netiendo, agregó Vifelán.

Tofelán y Vifelán ocuparon los asientos de honor en la mesa más grande.

Cuando hubo oscurecido lo suficiente para encender los farolillos, el Hemul dio un golpe de gong, lo que significaba: «Podemos empezar».

Al principio todo fue muy solemne.

Todos llevaban sus mejores galas y se sentían un poco incómodos. Se saludaba mucho, se hacían reverencias y se decía: ¡Qué suerte que no llueva!, ¡Qué bien que el bolso se encontró por fin!

Y nadie se atrevía a sentarse.

Papá Mumin pronunció un pequeño discurso de bienvenida en el que explicó por qué se hacía la fiesta y dio las gracias a Tofelán y Vifelán. Luego habló de la brevedad del verano nórdico y dijo que era su deseo que todos se divirtieran mucho, y después empezó a hablar de su juventud.

En aquel momento entró Mamá Mumin con una carretilla llena de panqueques y todos se pusieron a aplaudir.

Enseguida se relajaron las formas y se animó la fiesta. Todo el jardín, no, mejor dicho, todo el valle, estaba lleno de mesitas iluminadas y por todas partes se veían los destellos de luciérnagas y gusanos luminosos. En los árboles los farolillos se mecían como grandes y bellas frutas en la suave brisa de la noche.

Los cohetes dibujaban elegantes arcos contra el cielo de agosto y explotaban muy, muy arriba en una lluvia de estrellas blancas que lentamente caía sobre el valle. Y todos los bichitos levantaban la nariz hacia la lluvia de estrellas gritando hurra. ¡Era maravilloso!

Luego se alzaba la cascada de plata y las bengalas de tormenta de nieve se desataron como torbellinos sobre las copas de los árboles.

Había llegado la hora de los brindis. Papá Mumin venía por el camino del jardín haciendo rodar delante de él el gran barril de ponche rojo. Todos acudieron corriendo con sus copas y Papá Mumin no daba abasto llenando cada vaso, taza, cuenco, concha, escudilla, cubilete de corteza de abedul y hasta los cucuruchos hechos de hojas.

¡Vivan Tofelán y Vifelán!, gritó el Valle Mumin entero. ¡Hurra! ¡Hurra! ¡Hurra!

¡Rahu!, gritaron Tofelán y Vifelán, y brindaron chocando sus copas.

Luego el Mumintroll se puso de pie en una silla y dijo:

Ahora quiero brindar a la salud del Snusmumrik que esta noche está caminando rumbo al sur, solitario, pero sin duda tan feliz como nosotros. ¡Deseémosle un lugar propicio para poner su tienda y alegría en su corazón!

Y una vez más los habitantes del valle entero alzaron sus copas.

¡Has hablado muy bien!, dijo la señorita Snork cuando el Mumintroll volvió a sentarse.

Gracias, si tú lo dices, dijo el Mumintroll tímidamente. ¡Lo cierto es que lo tenía preparado de antemano!

Entonces el papá sacó la caja de música al jardín y la conectó a un altavoz enorme. Al instante, el valle se llenó de brincos, saltos, pisadas, piruetas y revoloteos. Las hadas de los árboles bailaban en el aire con su cabellera al viento y parejas de ratones de torpes piernas giraban y daban vueltas en plazas y glorietas.

¿Me concedes un baile?, preguntó el Mumintroll haciendo una reverencia a la señorita Snork.

Pero cuando levantó su mirada vio una franja brillante sobre las copas de los árboles.

Era la luna de agosto.

A medida que iba saliendo parecía más grande que nunca, anaranjada y un poco mellada en el borde como un albaricoque en conserva. Dejaba una luz misteriosa sobre el Valle Mumin, que se llenó de luces y sombras.

Esta noche se pueden ver incluso los cráteres de la luna, dijo la señorita Snork. ¡Mira!

Debe de ser un lugar terriblemente desolado, dijo meditativo el Mumintroll. ¡Pobre Mago allí arriba buscando!

Si tuviéramos un buen telescopio tal vez podríamos verle, dijo la señorita Snork.

Sí, dijo el Mumintroll. ¡Pero ahora vamos a bailar!

Y la fiesta continuó todavía más animada.

¿Estás candaso?, preguntó Vifelán.

No, dijo Tofelán. Setoy senpando. Todos son tan pimsáticos con nosotros. Derebíamos hacer agio rapa ellos.

Tofelán y Vifelán cuchichearon un rato. Luego movieron las cabezas dejando saber que estaban de acuerdo y después cuchichearon algo más.

Al final se adentraron en su lugar secreto. Cuando volvieron a salir llevaban consigo la maleta.

Hacía rato ya que habían dado las doce cuando de repente el jardín se llenó de un esplendor rojizo. Todos dejaron de bailar pensando que era otro fuego artificial. Pero no. Era simple y llanamente que Tofelán y Vifelán habían abierto su maleta. El Rubí Rey brillaba sobre la hierba con una luz más bella que nunca. Los fuegos, los farolillos, incluso la luna palidecieron a su lado. Silenciosos y con un sentido de recogimiento, todos se congregaron en grupos cada vez más grandes y densos alrededor de la resplandeciente joya.

¡Pensar que algo tan precioso existe!, exclamó Mamá Mumin.

Snif suspiró profundamente y dijo:

¡Qué suerte han tenido Tofelán y Vifelán!

Pero el Rubí Rey brillaba como un ojo rojo en medio de la tierra oscura de la noche, y allí arriba en la luna el Mago lo vio. Había renunciado a seguir buscando, y exhausto y disgustado se había sentado en el borde de un cráter para descansar, mientras su pantera negra dormía un poco más allá.

Enseguida se dio cuenta el Mago del significado del puntito rojo abajo en la tierra. ¡Era el Rubí Rey, el rubí más grande del mundo, el que hacía cientos de años que él andaba buscando! Se levantó bruscamente y con ojos ardientes miró hacia la tierra mientras se ponía sus guantes blancos y se abrochaba la capa alrededor de los hombros. Arrojó por el suelo todas las joyas que había guardado en ella: al Mago sólo le importaba una única joya, la que dentro de menos de media hora tendría entre sus manos.

La pantera se lanzó al aire con su amo en el lomo. Más rápidos que la luz atravesaron el espacio. Meteoros cruzaron su camino con un silbido amenazador y polvo de estrellas se posó en la capa del Mago como nieve de una ventisca.

Debajo de él la chispa roja brillaba cada vez con más intensidad. Cabalgaban directamente hacia el Valle Mumin y, con un último salto, la pantera aterrizó suavemente en una cima de las Montañas de la Soledad.

Los habitantes del Valle Mumin estaban todavía sentados ante el Rubí Rey admirándolo silenciosamente. En sus llamas veían reflejados los momentos más felices, nobles y atrevidos que habían conocido y tenían ganas de volverlos a recordar y vivir. El Mumintroll recordó su paseo nocturno con el Snusmumrik y la señorita Snork pensaba en su triunfal conquista de la reina de madera. Mamá Mumin se imaginaba otra vez tumbada en la cálida arena bajo el sol viendo el cielo entre las cabezas de los claveles de mar que se balanceaban delicadamente en la brisa marina.

Todos y cada uno de ellos se hallaban lejos de allí, perdidos en sus recuerdos. No es de extrañar, pues, que se sobresaltaran cuando un ratoncito blanco con ojos encarnados salió de la sombra y se acercó al Rubí Rey. Detrás le seguía un gato negro negrísimo que fue a estirarse en la hierba un poco más allá.

Nadie estaba al tanto de la existencia de un ratón blanco en el Valle Mumin y tampoco de un gato negro.

¡Miss, miss, miss!, le hizo el Hemul.

Pero el gato cerró los ojos y no se molestó siquiera en responderle.

¡Buenas tardes, primo!, dijo el ratón de bosque.

El ratón blanco le contestó al ratón de bosque con una larguísima mirada roja oscura.

Papá Mumin se adelantó con dos copas para ofrecer a los recién llegados un poco de ponche.

Una cierta aprensión se adueñó del Valle. Cuchicheos y rumores. Tofelán y Vifelán se pusieron un poco nerviosos y volvieron a poner el rubí en su maleta y cerraron la tapa. Pero cuando iban a llevársela el ratón blanco se puso sobre sus patas traseras y empezó a crecer.

Fue creciendo y creciendo hasta llegar a ser casi tan grande como la Casa Mumin. Creció hasta convertirse en el Mago con guantes blancos y ojos rojos, y cuando acabó de crecer se sentó en la hierba mirando a Tofelán y Vifelán.

¡Vete jievo feo!, dijo Vifelán.

¿Dónde habéis encontrado el Rubí Rey?, preguntó el Mago.

¡Y a ti qué te improta!, dijo Tofelán.

Nunca nadie había visto a Tofelán y Vifelán tan valientes.

Llevo trescientos años buscándolo, dijo el Mago. ¡Es lo único en el mundo que me interesa!

¡A osnotros nos sapa igual!, dijo Vifelán.

¡No puedes quitarles el Rubí Rey!, dijo el Mumintroll. ¡Lo compraron honradamente a la Bu!

Pero el Mumintroll no mencionó que lo habían conseguido a cambio del viejo sombrero del mismísimo Mago. (Por cierto, ¡llevaba uno nuevo!)

¡Necesito tomar algo!, dijo el Mago. ¡Esto me está sacando de quicio!

Mamá Mumin se adelantó y le dio un plato lleno de panqueques y confitura.

Mientras el Mago comía, todos se fueron acercando un poco. ¡Alguien que come panqueques y confitura no puede ser tan terriblemente peligroso! Se puede hablar con él.

¿Están boneus?, preguntó Tofelán.

Sí, gracias, dijo el Mago. ¡Hacía ochenta y cinco años que no comía panqueques!

Todos sintieron lástima por él y se acercaron aún más.

Cuando el Mago terminó de comer se limpió sus bigotes y dijo:

No os puedo arrebatar el Rubí Rey, porque lo que se ha comprado, o se ha de volver a comprar o se ha de regalar. ¿No me lo podríais vender por, digamos, dos montañas de diamantes y un valle lleno de joyas variadas?

¡De ninguna marena!, dijeron Tofelán y Vifelán a coro.

¿Y no me lo podéis regalar?, preguntó el Mago.

¡De ninguna marena!, repitieron Tofelán y Vifelán.

El Mago suspiró y se quedó pensando un rato con aspecto apenado.

Luego dijo:

¡Que siga la fiesta! Haré un poco de magia para vosotros. Por favor, ¡que cada uno piense un deseo! Cada cual verá cumplido el suyo. ¡Primero los señores Mumin!

La mamá del Mumintroll estaba dubitativa.

¿Tienen que ser cosas?, preguntó. O ¿pueden ser ideas? ¿Sabe el señor Mago lo que quiero decir?

¡Claro que sí!, dijo el Mago. Obviamente es más fácil con cosas, pero ideas también valen.

Entonces me gustaría mucho que el Mumintroll dejara de llorar la ausencia del Snusmumrik, dijo Mamá Mumin.

¡No sabía que se me notara tanto!, dijo el Mumintroll, sonrojándosele la nariz.

El Mago agitó una vez su capa y enseguida la melancolía voló del corazón del Mumintroll. Su añoranza se había convertido en esperanza, y se sintió mucho mejor.

¡Tengo una idea!, gritó el Mumintroll. Querido Mago, ¡haz que toda esta mesa con todo lo que hay encima vuele hasta donde esté en este momento el Snusmumrik!

Al instante la mesa ascendió en el aire entre las copas de los árboles y voló rumbo al sur con panqueques y confitura, con frutas y flores y ponche y caramelos, además del libro del Desmán que éste había dejado en una esquina.

¡Vamos, lo que faltaba!, dijo el Desmán. ¡Pido que se invierta la magia y que se me devuelva mi libro enseguida!

¡Lo hecho, hecho está!, dijo el Mago. Pero el señor tendrá un libro nuevo. Aquí lo tiene.

El Desmán leyó el título: Sobre la utilidad de todas las cosas.

¡Pero éste no es! ¡Él que yo tenía trataba de la inutilidad de todas las cosas!

Creo que ahora me toca a mí, dijo el papá del Mumintroll.

¡Pero es terriblemente difícil decidir qué elegir! He pensado en un montón de cosas, pero nada me termina de convencer. Un invernadero, es más divertido hacerlo uno mismo. Una barca también. ¡Por cierto, yo ya tengo de casi todo!

Tal vez no necesitas pedir ningún deseo. Déjame tu deseo y así pediré yo dos cosas, propuso Snif.

Quizá, dijo Papá Mumin. Pero sería una lástima no pedir nada cuando por una vez tienes la oportunidad…

¡Date prisa!, dijo Mamá Mumin. ¿Por qué no pides unas tapas bonitas para encuadernar tus memorias?

Sí, ¡qué buena idea!, dijo el papá feliz. Todos gritaron de admiración cuando el Mago le entregó unas tapas de cuero rojo repujado en oro e incrustaciones de perlas.

¡Ahora a mí!, chilló Snif. ¡Un barco para mí solito! ¡Un barco con forma de concha y con velas color púrpura! ¡Con mástil de jacarandá y todos los toletes de esmeraldas!

¡Menudo deseo!, dijo el Mago amablemente, y agitó su capa.

Todos contuvieron la respiración, pero el barco no aparecía.

¿No ha podido ser?, preguntó Snif decepcionado.

¡Claro que ha podido ser!, contestó el Mago. Pero lo he dejado en la playa, ¿comprendes? Lo encontrarás allí mañana.

¿Con toletes de esmeraldas?, preguntó Snif.

Desde luego. Cuatro y uno más de repuesto, dijo el Mago. ¡El siguiente!

Vamos a ver, empezó el Hemul. Para decir la verdad, he roto la pala de botánico que me dejó el Snork. De modo que voy a necesitar una igual.

Al recibir la nueva pala hizo educadamente una reverencia femenina, ya que con falda le pareció ridículo hacerla a la manera de los hombres.

¿No es cansado hacer magia?, preguntó la señorita Snork.

¡No cuando se trata de cosas tan fáciles!, dijo el Mago. ¿Y qué querrá la pequeña señorita?

Probablemente sea algo más difícil, dijo la señorita Snork. ¿Puedo susurrárselo al oído?

Cuando terminó de susurrar, el Mago tenía cara de sorpresa y preguntó:

¿Está la señorita segura de que le sentarán bien?

¡Sí, absolutamente segura!, insistió la señorita Snork.

Bueno, dijo el Mago. ¡Pues ahí va!

Al instante un grito de asombro salió de la multitud. La señorita Snork había cambiado totalmente de aspecto.

¡¿Pero qué te has hecho?!, exclamó el Mumintroll enfurecido. He pedido los ojos de la reina de madera, dijo la señorita Snork. Pensaste que era tan guapa, ¿no?

Sí, pero…, murmuró desesperado el Mumintroll.

¿No te parecen preciosos?, dijo la señorita Snork y empezó a llorar.

Vamos, vamos, no llore, dijo el Mago. Si no está contenta, el hermano de la señorita puede pedir que retornen sus ojos.

Sí, pero yo había pensado en algo totalmente distinto, protestó el Snork. ¡Si ella tiene deseos estúpidos no es mi culpa!

Y tú, ¿en qué habías pensado?, preguntó el Mago.

¡En una máquina calculadora!, contestó el Snork. Una máquina que puede calcular si las cosas son correctas o incorrectas, buenas o malas.

¡Eso es demasiado difícil!, dijo el Mago negando con la cabeza. Con eso no me atrevo.

Bueno, si no puede ser, una máquina que escriba, dijo el Snork. ¡Me imagino que mi hermana verá igual de bien con sus ojos nuevos!

Sí, pero no es igual de guapa, dijo el Mago.

¡Querido hermanito!, dijo entre sollozos la señorita Snork, que había encontrado un espejo. ¡Por favor, pide que vuelvan mis antiguos pequeños ojos! ¡Tengo un aspecto espantoso!

Bueno, sí, dijo magnánimo el Snork. Los tendrás por el honor de la familia. Pero espero que a partir de ahora seas un poco menos caprichosa.

La señorita Snork volvió a mirarse en el espejo y gritó emocionada. Sus antiguos y simpáticos ojos estaban otra vez en su sitio, pero, de hecho, ¡las pestañas eran un poco más largas! Abrazó feliz a su hermano y gritó:

¡Cariño, eres maravilloso! ¡Te regalaré una máquina que escriba como regalo de primavera!

¡Bof, no tiene importancia!, dijo el Snork que se sintió un poco abochornado. Pero no me beses en público. Simplemente no podía soportar verte con ese aspecto espantoso.

Ajá, ahora sólo quedan de la Casa Mumin Tofelán y Vifelán, dijo el Mago. ¡Tenéis que pedir un deseo entre los dos porque no se os puede distinguir el uno del otro!

¿No vas a depir algo rapa ti?, preguntó Tofelán.

No puedo, dijo triste el Mago. ¡Sólo puedo cumplir los deseos de los demás y convertirme en diferentes cosas!

Tofelán y Vifelán le miraron fijamente. Luego se pusieron a pensar juntos y cuchichearon durante largo rato.

Al final dijo Vifelán solemnemente:

Hemos cidedido depir un deseo para ti, porque eres muy pimsático. ¡Requemos un rubí tan dangre y bello como el nostreu!

Todos habían visto al Mago reír, pero nadie le creía capaz de sonreír. Y ahora toda su cara estaba iluminada por una gran sonrisa. Estaba tan contento que todo él irradiaba felicidad: las orejas, el sombrero, ¡incluso las botas! Sin decir palabra agitó su capa sobre la hierba. ¡Y mira! Una vez más el jardín se llenó de una luz rojiza. ¡En la hierba, ante ellos, apareció un gemelo del Rubí Rey: ¡Un Rubí Reina!

¿Por fin eres lefiz?, preguntó Tofelán.

¿Que si lo soy?, gritó el Mago, y cogió con mimo la luminosa joya en su capa. ¡Y ahora todos los que estáis aquí, ratoncillos, bichitos y criaturas diversas de todo el valle, podéis pedir lo queráis! Cumpliré vuestros deseos hasta al amanecer porque tengo que estar en casa antes de que salga el sol.

¡Y entonces sí que empezó la verdadera fiesta!

Delante del Mago se formó una cola interminable de criaturas del bosque que gorjeaban, reían, gruñían y gritaban esperando su turno para pedir un deseo. Si alguien pedía una tontería podía pedir otra vez, ya que el Mago estaba de un humor espléndido. El baile empezó de nuevo y salieron más carritos de panqueques que colocaron debajo de los árboles. El Hemul disparó fuegos artificiales sin parar y Papá Mumin sacó sus memorias con sus preciosas tapas para leer en voz alta sobre su niñez.

¡Nunca se había festejado tanto en el Valle Mumin!

Oh, ¡qué maravilla, cuando se ha comido todo, bebido todo, hablado de todo y bailado hasta agotar las piernas, volver a casa para dormir en la hora silenciosa antes de levantarse el sol!

El Mago vuela hasta el fin del mundo y la mamá ratón se enrosca en su nido debajo del árbol, tan feliz el uno como el otro.

Pero tal vez el más feliz de todos sea el Mumintroll que vuelve a casa con su madre a través del jardín en la hora del amanecer en que la luna se hace transparente y los árboles se mecen suavemente en la brisa del mar. Ahora llega la frescura del otoño al Valle Mumin. Ha de ser así para que vuelva la primavera.