Capítulo 19
La ciudad destruida
El Gran Bulp Fudge I, el Grande
La noche del Cataclismo había sido una noche de verdadero terror en la ciudad de Xak Tsaroth. Cuando la montaña de fuego asoló Krynn, la tierra se resquebrajó. La bella y antigua ciudad de Xak Tsaroth se derrumbó por el acantilado cayendo en una inmensa grieta. Al quedar sepultada dentro de una enorme gruta, los hombres creyeron que la ciudad había desaparecido por completo devorada por el Nuevo Mar. Varios edificios en ruinas quedaron sostenidos por las toscas paredes de la gruta, distribuidos en diferentes niveles.
El edificio al que había ido a parar el grupo —Tanis opinó que debió haber sido una panadería—, estaba en el nivel medio. Proveniente de corrientes subterráneas, un arroyuelo bañaba la calle, arremolinándose entre las ruinas.
Tanis siguió el recorrido del agua con la mirada. Fluía en medio de la resquebrajada calle de guijarros, pasando entre pequeñas tiendas y casas donde la gente había vivido e instalado sus negocios. Cuando la ciudad se derrumbó, los altos edificios alineados en la calle se habían ladeado, apoyándose unos contra otros, formando sobre el empedrado de guijarros un pasaje abovedado de losas de mármol resquebrajadas. Había trozos de puertas y vidrieras esparcidos por doquier. A excepción del rumor del agua, reinaba un silencio absoluto. Se respiraba una atmósfera rancia y pesada, y a pesar de que el aire era más cálido en aquel nivel que en el superior, todo era tan lúgubre que helaba la sangre.
Nadie habló. Aprovecharon el agua para lavarse lo mejor que pudieron y luego llenaron sus cantimploras. Sturm y Caramon examinaron la zona y afortunadamente no encontraron draconianos. Tras un rato de descanso, los compañeros se pusieron en marcha.
Bupu les guió por una calle en dirección al sur, bajo la bóveda de edificios destruidos. La calle desembocaba en una plaza donde el arroyuelo se convertía en un río que fluía hacia el oeste.
—Seguir río —señaló Bupu.
Tanis frunció el ceño; además del sonido del río, oía el estruendo de una gran cascada. Pero ante la insistencia de Bupu, los compañeros siguieron adelante, rodeando la plaza y chapoteando en el agua. Cuando llegaron al final de la calle encontraron la catarata. La calle desaparecía bruscamente y el río, fluyendo entre despedazadas columnas, caía al fondo de la gruta desde una altura de unos quinientos pies. Allá abajo descansaba la destrozada ciudad de Xak Tsaroth.
Gracias a la débil luz que se filtraba por las grietas del techo de la caverna, a bastante altura, pudieron ver que el corazón de la vieja ciudad yacía en el fondo de la gruta. Algunos edificios estaban intactos mientras otros, en cambio, no eran más que miserables ruinas. Sobre la ciudad flotaba una fría neblina originada por los diversos saltos de agua que bajaban al fondo de la gruta. La mayoría de las calles se habían convertido en ríos que confluían en un profundo abismo de la parte norte. A unos cientos de pies de distancia, también en dirección norte, los compañeros divisaron a través de la neblina la inmensa cadena que sostenía las marmitas. Al verla comprendieron que el mecanismo subía y bajaba a gullys y a draconianos, cubriendo un salto de unos mil pies de altura.
—¿Dónde vive el Gran Bulp? —preguntó Tanis mirando hacia la ciudad muerta.
—Bupu dice que vive por allí —señaló Raistlin—, en esos edificios que hay en la parte oeste de la gruta.
—¿Y quién habita esos edificios reconstruidos?
—Jefes —contestó Bupu con expresión ceñuda.
—¿Cuántos jefes?
—Uno, y uno, y uno —Bupu siguió contando hasta que hubo utilizado todos los dedos de sus dos manos—. Dos —dijo—. No más de dos.
—Lo cual quiere decir cualquier número desde doscientos a dos mil —rezongó Sturm— . ¿Cómo vamos a llegar hasta el Gran Jup?
—¡Gran Bulp! —Bupu le miró fijamente—. Gran Bulp Fudge I, el Grande.
—¿Cómo vamos a llegar hasta él sin que nos sorprendan los jefes?
Como respuesta, Bupu señaló hacia arriba, hacia la marmita repleta de draconianos. Tanis, palideciendo, miró a Sturm, quien se encogió de hombros, enojado. Bupu suspiró exasperada, volviéndose hacia Raistlin, pues sin duda alguna consideraba al resto del grupo incapaces de comprenderla.
—Jefes ir arriba. Nosotros ir abajo.
Raistlin miró el mecanismo a través de la niebla y asintió.
—Probablemente los draconianos piensen que nos hemos quedado atrapados arriba y que nos es imposible llegar hasta la ciudad. Si la mayoría de ellos ha subido, podremos movemos con cierta seguridad aquí abajo.
—De acuerdo —dijo Sturm—, pero, ¿cómo, en nombre de Istar, vamos a descender? ¡Sólo Raistlin puede volar!
Bupu extendió las manos.
—¡Enredaderas! —dijo. Al ver la confusa expresión de sus rostros, la enana gully caminó hasta el borde de la catarata y señaló hacia abajo. A lo largo de la rocosa escarpa colgaban enredaderas verdes y frondosas como gigantescas serpientes. Las hojas estaban rotas, desgarradas y, en algunos tramos, completamente arrancadas, pero los tallos, aunque resbaladizos, parecían gruesos y resistentes.
Goldmoon, extrañamente pálida, se acercó al borde y, tras echar una mirada, retrocedió rápidamente. La pendiente, de unos quinientos pies, daba directamente a una calle de piedra cubierta de cascajos. Riverwind la rodeó con el brazo, reconfortándola.
—He trepado por lugares peores —comentó Caramon con satisfacción.
—Pues a mí no me gusta —dijo Flint—. Pero no puede haber nada peor que deslizarse por una alcantarilla.
—Sujetándose a la planta trepadora, se descolgó por el saliente y comenzó a descender lentamente, colocando una mano tras la otra—. ¡No está mal! —les gritó a los de arriba.
Tasslehoff se deslizó tras él con tal destreza que recibió un gruñido de aprobación por parte de Bupu.
La enana gully miró a Raistlin y frunció el ceño, señalando la larga y ondeante túnica que éste llevaba. El mago le sonrió con tranquilidad, situándose al borde del precipicio y diciendo en voz baja: Pveathrfall. Cuando el cristal de su bastón se iluminó, el mago saltó, desapareciendo entre la niebla. Bupu se estremeció. Tanis la sujetó, temiendo que la enana gully se lanzara tras él.
—No le ocurrirá nada —le aseguró el semielfo sintiendo una punzada de compasión al ver la expresión de angustia que se dibujaba en el rostro de la enana—. Es un mago, utiliza la magia, ¿sabes?
Evidentemente, Bupu no lo sabía, pues miró a Tanis con suspicacia, se colgó la bolsa alrededor del cuello y, agarrándose a una de las plantas trepadoras, comenzó a descender por las resbaladizas rocas. Cuando el resto del grupo se disponía a seguirla, Goldmoon lanzó un ahogado suspiro:
—No puedo —dijo.
Riverwind la tomó de las manos:
—Kan-toka. No pasará nada. Ya oíste lo que dijo el enano. No mires hacia abajo.
Goldmoon negó con la cabeza, le temblaba la barbilla.
—Debe haber otro camino. ¡Lo buscaremos!
—¿Qué sucede? —preguntó Tanis —. Deberíamos apresuramos...
—Tiene miedo a las alturas —le contestó Riverwind.
Goldmoon le apartó de su lado.
—¿Cómo osas revelarle algo así? —gritó, enrojeciendo de furia.
Riverwind la miró con frialdad.
—¿Por qué no? El no es uno de tus súbditos, por tanto puede saber que eres humana, que tienes debilidades humanas. Ahora sólo tienes un súbdito al que impresionar, Reina, ¡Y ése soy yo!
Goldmoon sintió una punzada de dolor, como una puñalada, por las palabras de Riverwind. El color desapareció de sus labios, sus ojos se agrandaron y su mirada se tornó fija, como la de un cadáver.
—Por favor, átame la Vara a la espalda —le dijo a Tanis.
—Goldmoon, él no pretendía...
—¡Haz lo que te digo! —ordenó ella secamente; sus ojos azules relampaguearon furiosos.
Tanis, suspirando, ató la Vara a su espalda con un pedazo de tela. Goldmoon ni siquiera miró Riverwind, y cuando la Vara estuvo fuertemente atada, comenzó a caminar hacia el saliente. Dando un brinco, Sturm se situó frente a ella.
—Dejadme que descienda delante vuestro, si vos resbalaseis...
—Si resbalo y caigo, caerías conmigo. Lo único que conseguiríamos es morir los dos — le interrumpió ella echándose al suelo, se sujetó con firmeza a la enredadera y se descolgó por ella. Un segundo después, sus manos sudorosas resbalaron. Tanis contuvo la respiración. Sturm se abalanzó a pesar de saber que no podía hacer nada, y Riverwind la observó con expresión impasible. Goldmoon se agarraba desesperadamente, colgada de las hojas más grandes y del grueso tallo, incapaz de respirar y de seguir adelante. Temblando, apoyó el rostro sobre las hojas mojadas, cerrando los ojos para no ver la enorme distancia que había hasta el suelo. Sturm, acercándose al borde, se descolgó hasta donde ella estaba.
—Déjame sola —le dijo Goldmoon con los dientes rechinantes. Respiró profundamente y mirando a Riverwind, orgullosa y altiva, comenzó a descender por la planta.
Sturm permaneció cerca de ella, sin perderla de vista mientras se descolgaba habilidosamente por la escarpada pared hasta llegar, por fin, a tocar suelo firme. Tanis deseaba reconfortar a Riverwind, pero temía empeorar la situación. Sin decir una palabra, se acercó al borde del saliente. El bárbaro le siguió en silencio.
Al semielfo el descenso le pareció fácil, aunque resbaló en el último tramo, aterrizando en un charco. Raistlin estaba temblando de frío, y su tos empeoraba debido a aquella atmósfera húmeda. Alrededor del mago había varios enanos gully que le observaban con ojos de adoración. Tanis se preguntaba cuánto duraría aquel encantamiento de amistad. Goldmoon se había apoyado contra la pared, temblando. No miró a Riverwind cuando éste llegó al suelo y pasó junto a ella con expresión distante.
—¿Dónde estamos? —gritó Tanis para poder ser oído a pesar del tremendo rugir de la cascada. La niebla era tan espesa que lo único que podía verse eran unas columnas destruidas, cubiertas de hongos y enredaderas.
—Hacia la Plaza Grande, esa dirección —Bupu señaló hacia el oeste con sus sucios dedos—. Vosotros seguir. ¡Ir a ver a Gran Bulp!
Cuando la enana comenzaba a caminar, Tanis la sujetó, obligándola a detenerse. Ella le miró fijamente, profundamente ofendida. El semielfo retiró la mano.
—Por favor. Escúchame sólo un momento! ¿Qué ocurre con el dragón? ¿Dónde está el dragón?
Los ojos de Bupu se agrandaron.
—¿Quieres dragón?
—¡No! No queremos ver al dragón. Sólo necesitamos saber si el dragón vive en esta parte de la ciudad... —Sintió el brazo de Sturm sobre su hombro y desistió—. Olvídalo, no te preocupes —dijo cansado—. Sigamos.
Bupu miró a Raistlin con profunda simpatía, compadeciéndole por tener que soportar a gente tan chiflada. Tomó la mano del mago y comenzó a trotar por la calle en dirección oeste, seguida de un enjambre de enanos gully. Ensordecidos por el estruendoso ruido de la cascada, los compañeros chapotearon tras ellos, mirándose unos a otros, inquietos, temiendo que en cualquier momento apareciesen los escamosos draconianos armados. Pero los enanos gully no parecían preocupados, chapaleaban por la calle, manteniéndose lo más cerca posible de Raistlin y parloteando en su tosco lenguaje.
A medida que avanzaban, el ruido de la catarata fue ahogándose en la distancia. No obstante, la niebla continuaba arremolinándose a su alrededor y el silencio de la ciudad muerta era opresivo. Caminaron por un cauce de oscuras aguas que fluían y gorgoteaban a lo largo de la calle empedrada. De pronto, la calle desembocó en una inmensa plaza circular. A través del agua, se entreveían en el pavimento de losas los vestigios de un complicado diseño que representaba un amanecer. En el centro de la plaza, al río se le unía otra corriente proveniente del norte. Las aguas formaban un pequeño remolino antes de unirse y continuar hacia el oeste sorteando un grupo de edificios derruidos.
La plaza estaba iluminada, pues por una grieta del techo, a cientos de pies de altura, se filtraba la luz del exterior a raudales, iluminando la fantasmagórica niebla y danzando en la superficie del agua cada vez que la bruma despejaba.
—Otro lado Gran Plaza —señaló Bupu.
El grupo se detuvo entre las sombras de los derruidos edificios. Todos pensaron lo mismo: La plaza tenía un diámetro de unos cien pies y estaba totalmente al descubierto. Una vez se aventuraran a cruzarla, no podrían ocultarse.
Bupu, que trotaba despreocupadamente, de repente se dio cuenta de que sólo la seguían los enanos gully, ya que Raistlin se había soltado de su mano. Miró hacia atrás, enojándose por la tardanza.
—Vosotros venir. Gran Bulp este camino.
—¡Mira! —Goldmoon sujetó a Tanis por el brazo.
En el lado opuesto de la plaza, había unas altas columnas de mármol que sostenían un tejado de piedra. Las columnas se habían resquebrajado, por lo que el techo estaba combado. La niebla se despejó y Tanis entrevió fugazmente un patio; más allá del patio se distinguían unas formas oscuras de edificios altos y abovedados. Un segundo después, la niebla los envolvió. Aunque esa estructura estaba ahora en ruinas, se adivinaba que en su día debía haber sido la más espléndida de Xak Tsaroth.
—El Palacio Real —confirmó Raistlin entre toses.
—¡Shhhh...! —Goldmoon sacudió el brazo de Tanis—. ¿No lo ves? No, espera...
La niebla envolvió las columnas y por unos instantes los compañeros no pudieron ver nada. Cuando nuevamente se dispersó, retrocedieron espantados. Los enanos gully se detuvieron en seco en medio de la plaza y, girándose rápidamente, se apresuraron a esconderse detrás de Raistlin, junto al resto del grupo. Allí estaba el dragón. Bupu miró a Tanis sin dejar de agarrarse a la túnica del mago.
—¡Ese ser dragón! —dijo—. ¿Tú quieres?
Negro, brillante, reluciente, con las alas dobladas en los costados, Khisanth surgió bajo el tejado, agachando la cabeza al pasar por la curva fachada de piedra. Sus patas, terminadas en garras, resonaron en las escaleras de mármol hasta que se detuvo y miró hacia la vaporosa niebla con sus ojos rojos y centelleantes. No se le veían ni las patas traseras ni la pesada cola de reptil, pues parte de su cuerpo, que medía como mínimo unos treinta pies, estaba aún dentro del patio. Junto a él caminaba un pérfido draconiano, y ambos estaban enzarzados en una intensa conversación.
Khisanth estaba enojado. El draconiano le había traído noticias preocupantes: ¡era imposible que alguno de aquellos forasteros hubiese sobrevivido a su ataque en el pozo! Pero el capitán le notificaba que había forasteros en la ciudad. Advenedizos que habían atacado a sus ejércitos con destreza y osadía, extraños que llevaban una Vara marrón cuya descripción era conocida por cualquier draconiano destinado en esa parte del continente de Ansalon.
—¡Me niego a creer estas noticias! ¡Nadie puede escapar a mi llamarada mortal! —la voz de Khisanth era baja, casi ronroneante; no obstante, el draconiano tembló al escucharla—. Ninguno de ellos tenía la Vara, hubiese percibido su presencia. ¿Dices que esos intrusos están aún arriba, en las cámaras superiores? ¿Estás seguro?
El draconiano tragó saliva y asintió.
—No hay otra forma de llegar abajo, Su Alteza, excepto utilizando el mecanismo.
—Sí que hay otras posibilidades, asquerosa lagartija —dijo Khisanth con desprecio—. Esos miserables enanos gully pasean por el lugar como parásitos. Los forasteros tienen la Vara y planean llegar a la ciudad, eso sólo puede significar una cosa... ¡Están buscando los Discos! ¿Quién les habrá informado de su existencia? —El dragón retorció la cabeza de izquierda a derecha, arriba y abajo, como si pudiese ver a través de la espesa niebla a aquellos que atentaban contra sus planes. Pero la niebla se arremolinaba a su alrededor, más espesa que nunca.
—Podríais destruir los Discos —sugirió el draconiano con gran osadía.
—¿Crees que no lo hemos intentado? —prorrumpió Khisanth levantando la cabeza—. De ahora en adelante será demasiado peligroso permanecer aquí. Si los forasteros conocen el secreto, no deben ser los únicos. Debemos llevar los Discos a un lugar seguro. Informa a Lord Verminaard que me marcho de Xak Tsaroth para reunirme con él en Pax Tharkas, y que llevaré a los intrusos conmigo para que sean interrogados.
—¿Qué yo informe a Lord Verminaard? —preguntó el draconiano sorprendido.
—Muy bien —respondió Khisanth con sarcasmo—. Si insistes en la pantomima, pide permiso a Lord Verminaard. ¿Supongo que habrás enviado a la mayor parte de nuestras fuerzas arriba, al nivel superior?
—Naturalmente, Su Alteza —el draconiano hizo una reverencia.
Khisanth reflexionó sobre el asunto.
—Mira por donde, quizás no seas tan idiota. Yo me encargaré de este nivel, tú concentra la búsqueda en los niveles superiores de la ciudad. Cuando encontréis a esos intrusos, traédmelos directamente. No les hagáis más daño del que sea necesario para prenderlos. ¡Y tened cuidado con la Vara!
El draconiano cayó de rodillas frente al dragón, el cual, después de un gesto de mofa, retrocedió hacia las sombras de las que había surgido.
El draconiano bajó corriendo las escaleras, reuniéndose con varias criaturas más que surgieron de entre la niebla. Tras un breve y apagado diálogo en su propio idioma, comenzaron a caminar por una de las calles del norte. Andaban indolentemente, riéndose de algo gracioso. Pronto se evaporaron en la niebla.
—No parecen preocupados —comentó Sturm.
—No lo están —dijo Tanis ceñudo—. Creen que no tenemos escapatoria.
—Afrontémoslo, Tanis, tienen razón. El plan que hemos discutido tiene un gran defecto. Aunque consigamos entrar sin que el dragón se dé cuenta, aunque consigamos los Discos, aún tendremos que salir de esta desolada ciudad perseguidos por todos estos draconianos
—Te lo he preguntado antes, y vuelvo a preguntártelo ahora. ¿Acaso tienes un plan mejor?
—Yo tengo un plan mejor —dijo Caramon bruscamente—. No te lo tomes como una falta de respeto, Tanis, pero todos sabemos lo que los elfos opinan sobre la lucha. —el guerrero señaló el palacio—. Evidentemente, ahí vive el dragón. Apartémosle de ahí tal como hemos planeado, sólo que esta vez luchemos contra él en lugar de entrar sigilosamente en su cubil como si fuésemos ladrones. Cuando nos hayamos deshecho del dragón, podremos conseguir los Discos.
—Querido hermano —susurró Raistlin—, tu fuerza está en tu espada, no en tu cabeza. Tanis es juicioso, como ya dijo el caballero cuando comenzamos esta pequeña aventura. Harías bien en prestarle atención. ¿Qué sabes tú de los dragones, hermano mío? Ya has visto los efectos de su mortífero aliento...
Le sobrevino un ataque de tos y sacó de la manga de su túnica un pedazo de tela. Tanis vio que la tela estaba manchada de sangre. Segundos después, Raistlin continuó:
—Tal vez pudieras defenderte de ella, y de las agudas garras y colmillos, y de la fustigante cola con la que es capaz de derribar esas columnas. Pero, ¿qué utilizarás, querido hermano, contra su magia? Los dragones son los más antiguos hechiceros. Podría encantarte tal como yo he encantado a mi pequeña amiga. Podría hacer que te durmieras tan sólo pronunciando una palabra, para después asesinarte en tu sueño.
—De acuerdo —musitó Caramon desazonado—. Yo no sabía nada de todo esto.. ¡Maldita sea! ¿quién demonios sabe algo sobre esas criaturas?
—En Solamnia los dragones son parte de la tradición —dijo Sturm en voz baja.
También él quiere luchar contra el dragón —pensó Tanis—. Está pensando en Huma, el perfecto caballero, apodado Aniquilador de Dragones.
Bupu tiró de la manga de Raistlin.
—Vamos. Venir. No más jefes. No más dragón. Ella y los demás enanos gully comenzaron a chapotear por la plaza.
—¿Y bien? —dijo Tanis mirando a ambos guerreros.
—Parece que no hay otra opción —dijo Sturm un poco tenso—. No nos enfrentamos al enemigo, ¡nos escondemos detrás de enanos gully! ¡Llegará un momento, tarde o temprano, en el que nos enfrentaremos a esos monstruos!
Girando sobre sus talones, comenzó a caminar con la espada en alto y los bigotes encrespados. Los demás le siguieron.
—Tal vez nos estemos preocupando sin necesidad —Tanis se atusó la barba, mirando hacia atrás, hacia el palacio ahora obscurecido por la niebla—. Tal vez sea éste el único dragón que quede en Krynn, el único que sobrevivió a la Era de los Sueños.
Raistlin torció la boca.
—Recuerda las estrellas, Tanis —murmuró—. La Reina de la Oscuridad ha regresado. Recuerda las palabras del Cántico: «el enjambre de sus ululantes huestes». De acuerdo con los ancianos, sus ejércitos eran de dragones. ¡Ella ha vuelto y sus huestes han regresado con ella!
—¡Este ser camino! —Bupu tiró de Raistlin, señalándole una calle que se ramificaba en dirección norte—. ¡Esto casa!
—Por lo menos no hay agua —refunfuñó Flint. Se dirigieron hacia la derecha, dejando el río tras ellos. La bruma les envolvió justo cuando alcanzaban otro grupo de edificios en ruinas. Esta parte de la ciudad debía haber sido la más pobre, incluso en sus días gloriosos. Los enanos gully comenzaron a gritar y a vociferar mientras corrían por la calle. Sturm, preocupado por el barullo, miró a Tanis.
—¿No puedes intentar que hagan menos ruido? —le preguntó Tanis a Bupu—. Para que los draconianos... o... los Jefes, no nos encuentren.
—¡Puf! —Bupu se encogió de hombros—. No jefes. Ellos no aquí. Miedo al Gran Bulp.
Tanis tenía sus dudas respecto a esto último pero miró a su alrededor y no encontró rastro alguno de draconianos. Por lo que había observado, los hombres-lagarto parecían llevar una vida ordenada, de tipo militar. Las calles, en esta parte de la ciudad, contrastaban con las otras, pues estaban llenas de basura y suciedad. Los derruidos edificios estaban plagados de enanos gully, varones, mujeres y sucios y andrajosos niños que les observaban con curiosidad mientras caminaban por la calle. Tanto Bupu, como el resto de enanos gully hechizados por Raistlin, hormigueaban alrededor del mago prácticamente transportándole en vilo.
Indudablemente, los draconianos eran listos —pensó Tanis—. Dejaban que sus esclavos vivieran en paz —mientras no causaran problemas. Una buena idea, considerando que los enanos gully eran más numerosos que los draconianos, en una proporción de diez a uno. A pesar de ser esencialmente cobardes, los enanos gully tenían fama de ser peligrosos luchadores cuando se les ponía entre la espada y la pared.
Bupu les indicó que se detuviesen frente a uno de los más oscuros, sórdidos y sucios callejones que Tanis hubiese visto nunca, del que manaba una fétida bruma. Los edificios estaban inclinados, sosteniéndose unos contra otros como un grupo de borrachos tambaleantes al salir de una taberna. El semielfo observó que unas pequeñas y oscuras criaturas se deslizaban fuera del callejón y algunos niños gully comenzaban a perseguirlas.
—Comida —chilló uno relamiéndose los labios.
—¡Son ratas! —gritó Goldmoon horrorizada.
—¿Tenemos que entrar ahí? —gruñó Sturm observando los tambaleantes edificios.
—Sólo el olor ya es suficiente para tumbar un troll —añadió Caramon—. Además, preferiría morir bajo las garras de un dragón a que me cayera encima la choza de un enano gully.
Bupu señaló hacia el callejón.
—¡Gran Bulp! —dijo indicándoles el edificio más ruinoso del bloque.
—Si os parece, quedaos aquí y esperad —les dijo Tanis—. Yo entraré a hablar con el Gran Bulp.
—No —el caballero frunció el entrecejo—. En esto estamos metidos todos.
La calleja se dirigía en dirección este unos cientos de pies, luego viraba hacia el norte terminando bruscamente. Frente a ellos se alzaba una pared de ladrillos medio derruida. El camino por el que habían entrado quedó bloqueado por los enanos gully que les habían seguido.
—¡Emboscada! —exclamó Sturm desenvainando la espada.
Caramon comenzó a rugir ruidosamente. Los gully, al ver el frío destello del acero, se atemorizaron. Cayendo unos sobre otros, dieron la vuelta rápidamente y salieron de allí volando.
Bupu miró a Sturm y a Caramon con expresión enojada. Se volvió hacia Raistlin.
—¡Tú hacer que se detengan! —ordenó señalando a los guerreros—. O no llevar ante Gran Bulp.
—Enfunda tu espada, caballero —susurró Raistlin—, a menos que consideres haber encontrado un adversario que merezca tu atención.
Sturm miró a Raistlin con el rostro encendido. Por un momento, Tanis creyó que iba a atacar al mago, pero el caballero enfundó la espada.
—Ojalá supiera cuál es tu juego, mago —dijo Sturm con frialdad—. Tenías muchos deseos de venir a esta ciudad, incluso antes de que supiéramos lo de los Discos. ¿Por qué? ¿Qué es lo que buscas?
Raistlin no respondió. Miró malévolamente al caballero con sus extraños ojos dorados y después se volvió hacia Bupu.
—No te molestarán más, pequeña.
Bupu miró a su alrededor para asegurarse de que se hubiesen amilanado lo suficiente, después se acercó a la pared y la golpeó dos veces con su sucio puño.
—Puerta secreta —dijo dándose importancia. Dos golpes contestaron a los de Bupu.
—Esta es la señal, tres golpes. Ahora dejar entrar.
—Pero si sólo han golpeado dos veces... —Tas comenzó a reírse.
Bupu le miró fijamente.
—¡Shhh...! —Tanis reprendió al kender.
No sucedió nada. Bupu, frunciendo el ceño, llamó dos veces más. Se oyeron dos golpes de respuesta. La enana esperó. Caramon, vigilando el callejón, comenzó a moverse, ansioso, balanceándose sobre los pies. Bupu volvió a golpear dos veces. Se oyeron dos golpes de respuesta. Al final, Bupu le chilló a la pared.
—¡Golpeo código secreto, dejar entrar!
—Código secreto cinco golpes —contestó una voz ahogada.
—¡Golpeo cinco golpes! ¡Dejar entrar!
—Haber golpeado seis veces.
—Yo cuento ocho golpes —arguyó otra voz.
Bupu, de pronto, empujó la pared con ambas manos. Se abrió con facilidad y metió la cabeza asomándose al interior.
—Golpeo cuatro veces. ¡Dejar entrar! —dijo alzando un puño.
—De acuerdo —gruñó la voz.
Bupu cerró la puerta y llamó dos veces. Tanis, esperando evitar más retrasos e incidentes, miró fijamente al kender, quien se retorcía de risa. La puerta se abrió de nuevo.
—Entrar. Pero eso no cuatro golpes —le dijo el guardia a Bupu en voz alta. Ella lo desdeñó y pasó ante él despreciativa, arrastrando su bolsa por el suelo.
—Nosotros ver Gran Bulp —anunció.
—¿Llevar todos estos a Gran Bulp? —uno de los guardias pegó un respingo cuando vio al gigantesco Caramon y a Sturm. Sus compañeros retrocedieron.
—Ver Gran Bulp —insistió Bupu con orgullo.
El enano gully, sin apartar la mirada de aquel extraño grupo, retrocedió hacia un sucio y maloliente recibidor y empezó a correr, chillando a todo pulmón.
—¡Un ejército! ¡Entrar un ejército! —desde el recibidor se oía el eco de sus gritos.
—¡Bah! —resolló Bupu—. Venir. Ver Gran Bulp.
Comenzó a caminar por la estancia, sosteniendo su bolsa a la altura del pecho. Los compañeros aún podían oír el eco de los gritos del enano gully resonando en los pasillos.
—¡Un ejército! ¡Un ejército de gigantes! ¡Salvar al Gran Bulp!
El Gran Bulp Fudge I, el Grande, era todo un enano gully. Era casi inteligente, se rumoreaba que era muy sano y un notable cobarde. Los Bulps eran desde hacía tiempo la elite de los clanes de Xak Tsaroth, o «Th» como la llamaban ellos, desde que una noche, Nuef Bulp, estando ebrio, cayó por un pasadizo y descubrió la ciudad. A la mañana siguiente, ya sereno, la reclamó para su clan. Los Bulps se trasladaron a ella al poco tiempo y, años después, permitieron amablemente a los clanes Slud y Gulp que vivieran con ellos. En la ciudad en ruinas, la vida no estaba mal —sobre todo para la escala de valores de los enanos gully—. El mundo exterior les dejaba tranquilos, pues nadie sabía que estaban allí, y aunque lo hubiesen sabido, a nadie le hubiese importado. Para los Bulp, mantener su dominio sobre los otros clanes había sido fácil, fundamentalmente porque había sido un Bulp con mentalidad científica (Glunguu, de quien algunos celosos miembros del clan Slud rumoreaban que su madre había sido una gnoma), el que había inventado el mecanismo, que les permitía desarrollar sus actividades de recogida de basuras en los restantes niveles de la ciudad enterrada, ya que hasta entonces sólo las practicaban en el nivel superior de la misma. Para este trabajo utilizaron las dos inmensas marmitas de hierro negro que anteriormente usaban los ciudadanos para cocinar. Este hecho mejoró ostensiblemente el nivel de vida de los Bulp. Glunguu Bulp se convirtió en un héroe y fue proclamado por unanimidad Gran Bulp. Desde entonces, la jefatura de los clanes había pertenecido a la familia Bulp.
Pasaron los años y, súbitamente, el mundo exterior se interesó por Xak Tsaroth. La llegada del dragón y de los draconianos constituyó un triste acontecimiento para los enanos gully. Al principio, la intención de los draconianos había sido deshacerse de esas sucias y molestas criaturas, pero los Aghar —dirigidos por el Gran Fudge—, gimieron, los adularon, se arrastraron y se postraron ante ellos tan abyectamente, que los draconianos acabaron por ablandarse y les tomaron como esclavos.
Así fue como los gully, por primera vez tras cientos de años de vivir en Xak Tsaroth, se vieron obligados a trabajar. Los draconianos reconstruyeron edificios, organizaron las cosas con rigor militar y, en general, les hicieron la vida imposible a los enanos gully, quienes tuvieron que cocinar, limpiar y reparar un montón de cosas.
No es necesario decir que el Gran Fudge no estaba satisfecho con esta nueva forma de vida. Se pasaba largas horas meditando una forma de deshacerse del dragón. Desde luego conocía la situación exacta de su cubil, incluso había descubierto una ruta secreta que conducía directamente al lugar. En realidad, una vez se había deslizado hasta allí cuando el dragón se hallaba fuera y se había sentido sobrecogido por la gran cantidad de piedras preciosas y relucientes monedas que había amontonadas en aquella inmensa sala del nivel subterráneo. En su juventud, el Gran Bulp había viajado bastante y sabía que en el mundo exterior había muchos paisanos que codiciaban aquellas piedras y que hubieran dado por ellas grandes cantidades de telas ostentosas de brillantes colores (Fudge sentía una gran debilidad por los tejidos hermosos). Aprovechando su hallazgo, el Gran Bulp había dibujado un mapa para no olvidarse de cómo llegar al tesoro. Incluso había tenido la suficiente presencia de ánimo como para llevarse algunas de las piedras más pequeñas.
Fudge soñó con esas riquezas durante mucho tiempo, pero nunca encontró otra oportunidad para regresar. Esto se debía a dos factores: uno, que el dragón nunca volvió a marcharse y, dos, a que Fudge no podía descifrar el mapa que había dibujado.
Si el dragón se fuera para siempre, pensaba, o si algún héroe viniera y le asestara al dragón una buena estocada... Estos eran los profundos deseos del Gran Bulp cuando oyó gritar a uno de sus guardias anunciando que estaban siendo invadidos por un ejército.
Por lo tanto, cuando Bupu consiguió finalmente hacerle salir de debajo de la cama y convencerle de que no estaban a punto de ser atacados por un ejército de gigantes, el Gran Bulp comenzó a creer que sus sueños podían hacerse realidad.
—Así que estáis aquí para matar al dragón —le dijo el Gran Bulp Fudge I, el Grande, a Tanis semielfo.
—No —respondió Tanis pacientemente—, no es por eso.
Los compañeros se hallaban en el salón del trono de la Corte de los Aghar, ante el Gran Bulp. Al entrar, Bupu no dejó de observar la expresión de los compañeros, que podría muy bien describirse como de asombro total.
Los primeros Bulps habían arrancado todos los adornos de la ciudad de Xak Tsaroth para decorar el salón del trono. Según su filosofía, si una yarda de tela de oro era algo maravilloso, cuarenta yardas lo eran todavía más. Totalmente carentes de sentido estético, los enanos gully habían convertido el salón del trono del Gran Bulp en una obra maestra del mal gusto. Pesadas telas de oro deshilachadas cubrían todas las paredes de la habitación, no quedaba ni una sola pulgada al descubierto. Los tapices, que debían haber sido bellísimos y bordados en delicados colores, mostraban escenas de la vida de la ciudad y describían historias y leyendas del pasado. Pero los enanos gully, queriendo reavivarlos, los habían pintado de chillones y llamativos colores. A Sturm se le partió el alma cuando vio a Huma pintado de un rojo brillante, batallando contra un dragón de topos morados bajo un cielo verde esmeralda. La habitación también estaba adornada con gráciles estatuas desnudas, todas ellas mal colocadas. Los enanos también habían realzado las estatuas, pues consideraban al mármol blanco demasiado monótono y depresivo. Las habían pintado con tal realismo y minuciosidad, que Caramon —después de una embarazosa mirada a Goldmoon—, enrojeció y no levantó los ojos del suelo.
La verdad es que a los compañeros les fue muy difícil mantener serio el semblante cuando fueron conducidos a esa galería de horrores artísticos. A uno le fue totalmente imposible: a Tasslehoff le sobrevino tal ataque de risa que Tanis se vio obligado a enviarle a la sala de espera para que intentase contenerse. Los demás hicieron una solemne reverencia ante el Gran Fudge —a excepción de Flint, que se mantuvo erguido y repiqueteando con los dedos sobre el hacha de guerra, sin que en su anciano rostro apareciera la más leve señal de una sonrisa.
Antes de entrar, el enano había posado su mano sobre el brazo de Tanis.
—No te dejes embaucar por estos locos, Tanis, estas criaturas pueden ser muy ladinas —le aconsejó.
Cuando los compañeros entraron, el Gran Bulp quedó un poco aturdido, especialmente al ver a los inmensos guerreros. Pero Raistlin hizo un par de comentarios que le apaciguaron y sosegaron considerablemente.
El mago, entre ataques de tos, le explicó que no querían causar problemas, que sencillamente planeaban recuperar un objeto de valor religioso que se encontraba en el cubil del dragón y que luego se marcharían, preferiblemente sin molestar al monstruo.
Esto, por descontado, no coincidía con los planes de Fudge. Por lo tanto, fingió no haber oído correctamente. Envuelto en ostentosas túnicas, se reclinó en su desconchado trono de doradas hojas y repitió pausadamente:
—Vosotros aquí. Tener espadas. Matar dragón.
—No —dijo Tanis de nuevo—, tal como os ha explicado nuestro amigo Raistlin, el dragón tiene un objeto que pertenece a nuestros dioses. Queremos recuperarlo y escapar de la ciudad antes de que se dé cuenta.
El Gran Bulp frunció el ceño.
—¿Cómo yo sé vosotros no apoderaros de todo el tesoro, dejando al Gran Bulp sólo un dragón furioso? Haber muchos tesoros, piedras bonitas...
Raistlin alzó la mirada, sus ojos relucieron. Sturm miró al mago con desprecio, echando mano a su espada.
—Os traeremos las piedras bonitas —le aseguró Tanis —. Ayudadnos y tendréis todo el tesoro. Nosotros sólo queremos encontrar esa reliquia de nuestros dioses.
Esta respuesta le confirmaba al Gran Bulp que estaba tratando con ladrones y mentirosos, no con los héroes que él esperaba. Aquella gente parecía estar tan asustada del dragón como él, lo cual le dio una idea.
—¿Qué querer de Gran Bulp? —preguntó solícito e intentando ocultar su regocijo.
Tanis suspiró aliviado. Por fin parecían ponerse de acuerdo. Señalando a la enana gully que seguía agarrada de la túnica de Raistlin dijo:
—Bupu nos comentó que vos erais el único de la ciudad que podía acompañamos hasta el cubil del dragón.
—¿Acompañar? —por un momento el Gran Fudge perdió su compostura, agarrándose nerviosamente al trono—. ¡No acompañar! Gran Bulp no arriesgar. Gente necesitarme.
—No, no. No quería decir acompañar —rectificó rápidamente Tanis—. Si tuvierais un mapa o pudierais enviar a alguien que nos mostrase el camino.
—¡Un mapa! —Fudge se secó el sudor de la frente con la manga de la túnica—. Haber dicho esto en primer lugar. Un mapa. Sí. Envío buscar mapa. Mientras vosotros comer. Invitados de Gran Bulp. Guardias llevar vosotros comedor.
—No gracias —dijo Tanis educadamente, incapaz de mirar a los otros.
Cuando se dirigían a ver al Gran Bulp habían pasado por el comedor de los enanos gully. El fétido olor había sido suficiente para acabar, incluso, con el apetito de Caramon.
—Tenemos nuestra propia comida —prosiguió Tanis—. Nos gustaría disponer de un poco de tiempo para descansar y discutir más a fondo nuestros planes.
—Por supuesto. —El Gran Bulp se deslizó hacia delante y dos de sus guardias se acercaron a ayudarle a bajar del trono, pues sus pies no llegaban al suelo—. Volver a la sala de espera. Sentar. Comer. Yo envío mapa. ¿Quizá contar planes a Fudge?
Tanis observó al Gran Bulp y vio que sus furtivos ojos relampagueaban ladinos. El semielfo tuvo un escalofrío, comprendiendo, de pronto, que ese enano gully no era un payaso. Tanis deseó haber hablado más a fondo con Flint.
—Aún no hemos ultimado nuestros planes, Su Majestad —dijo el semielfo.
Pero el Gran Bulp lo sabía mejor que ellos. Años atrás, había abierto un agujero en la pared de la habitación llamada «sala de espera», para poder espiar a los súbditos que esperaban audiencia; así se enteraba de sus propósitos antes de hablar con ellos. Por lo tanto, ya sabía bastante sobre los planes del grupo y no insistió en el asunto. Posiblemente, el empleo del término «su majestad» también había influido; el Gran Bulp nunca había escuchado algo tan apropiado.
—Su Majestad —repitió Fudge suspirando de placer. Le dio unos golpecillos en el hombro a uno de sus guardias—. Recuerda. Desde ahora llamar «Su Majestad».
—Sssi, ssu... um... majestad —farfulló el enano gully.
El Gran Fudge agitó airosamente su sucia mano y los compañeros hicieron una reverencia y salieron del salón. El Gran Bulp Fudge I se quedó durante unos segundos al lado del trono, sonriendo, manteniendo una actitud encantadora hasta que sus huéspedes abandonaron la sala. Entonces, su expresión cambió, transformándose en una sonrisa tan malévola y taimada que sus guardias se agruparon en torno a él, ansiosos de conocer sus planes.
—Tú —le dijo a uno—, ir alojamientos. Traer mapa. Dar a locos de habitación de al lado. El guardia saludó y se apresuró a cumplir las órdenes. El otro guardia no se movió, esperando impaciente y boquiabierto. Fudge miró a su alrededor, después se acercó aún más al guardia, intentando encontrar las palabras exactas para su próxima orden. Necesitaba unos héroes, y si se veía obligado a fabricarlos con esa escoria recién llegada, lo haría. Si morían en el intento no sería una gran pérdida. Los enanos gully conseguirían algo más valioso para ellos que cualquiera de las piedras bonitas de Krynn; ¡Volver a los dulces y felices días de libertad y acabar con esa tontería de subir y bajar!
Fudge se agachó y le susurró al guardia en la oreja. —Tú ir al dragón. Llevarle los mejores deseos de su majestad Gran Bulp Fudge I, el Grande, y decirle que...