24
—¿Estas aquí, Dahlia? —El cuarto estaba muy oscuro.
—Sí, Michael. Aquí estoy.
Sintió su mano sobre el brazo.
—¿Me quedé dormido?
—Has dormido dos horas. Es la una de la mañana.
—Enciende la luz. Quiero ver tu cara.
—Muy bien. Aquí está. La misma de siempre.
Le cogió la cara con ambas manos y acarició suavemente con los pulgares los suaves hoyuelos debajo de sus pómulos. Habían pasado tres días desde que comenzó a ceder la fiebre. Le aplicaban doscientos cincuenta miligramos de Eritromicina cuatro veces al día. Daba resultado, pero muy lentamente.
—Veamos si puedo caminar.
—Mejor será esperar…
—Quiero saber ahora si puedo caminar. Ayúdame a levantarme —se sentó en el borde de la cama del hospital—. Listo, ahí vamos —pasó su brazo por encima de los hombros de la muchacha y ella lo sujetó por la cintura. Se levantó y dio un paso algo vacilante—. Qué mareo —dijo—. Sigamos.
Lo sintió temblar.
—Volvamos a la cama, Michael.
—No. Quiero llegar hasta la silla. —Se sentó en la silla y luchó contra el mareo y las náuseas. La miró y sonrió débilmente—. Son ocho pasos. Desde el camión a la cabina no son más de veinticinco. Hoy es 5 de enero, no, 6 de enero, pasada ya la medianoche. Nos quedan cinco días y medio. Lo lograremos.
—Jamás lo dudé, Michael.
—Por supuesto que dudaste. Y dudas ahora mismo. Serías una tonta en no dudar. Ayúdame a volver a la cama.
Durmió hasta entrada ya la mañana y tomó gustoso el desayuno. Era hora ya de decírselo.
—Michael, mucho me temo que algo le haya ocurrido a Fasil.
—¿Cuándo hablaste con él por última vez?
—El martes dos. Llamó para avisar que el camión estaba guardado en el garaje. Debía haber vuelto a llamar anoche. No lo hizo. —No le había contado a Lander lo del piloto libio. Nunca lo haría.
—¿Crees que lo han pescado, verdad?
—No es tipo de olvidarse de llamar. Si no lo ha hecho mañana por la noche, quiere decir que lo han detenido.
—¿Si lo hubieran atrapado lejos del garaje, que podría llevar para que lo descubrieran?
—Solamente su juego de llaves. Quemé el recibo de alquiler en cuanto lo recibí. El ni siquiera lo tuvo. No tenía nada para que pudieran identificarnos. En caso contrario, ya estaría aquí la policía.
—¿Y el número de teléfono del hospital?
—Lo sabía de memoria. Y utilizó teléfonos públicos para llamar aquí.
—Seguiremos adelante, entonces. O bien el plástico está todavía allí o no. Será más complicado cargar la barquilla siendo solamente nosotros dos, pero podremos hacerlo si obramos rápidamente. ¿Hiciste las reservas?
—Sí, en el Fairmont. No pregunté si la tripulación del dirigible estaba allí porque me dio miedo.
—Está bien. La tripulación siempre se aloja allí cuando vamos a Nueva Orleans. Lo mismo harán en esta oportunidad. Caminemos un poco más.
—Se supone que debo llamar esta tarde a la oficina de Aldrich para hacerles saber cómo te encuentras.
Se presentó como la hermana de Lander cuando llamó para avisar que estaba enfermo.
—Diles que todavía estoy mal y que no podré volver hasta dentro de una semana y media. Tendrán a Farley como primer piloto y a Simmons como segundo oficial. ¿Recuerdas que aspecto tiene Farley? Lo viste una vez nada más, cuando volamos de noche sobre el Shea.
—Lo recuerdo.
—En casa hay otras fotografías de él por si quieres refrescarte la memoria.
—Mañana —respondió—. Mañana iré a casa. Debes estar harto de verme siempre con el mismo vestido. —Había comprado unas mudas de ropa interior en una tienda frente al hospital y se había bañado en el baño de Lander. Fueron las únicas veces que se apartó de su lado. Apoyó la cabeza sobre el pecho de Lander. El sonrió y le acarició el cuello.
No oigo ruidos, pensó. Sus pulmones están limpios.