Capítulo Treinta y siete

Portia sintió punzadas de hambre, cada vez peores. El nudo en su estómago se apretaba mientras se retorcía en la cama donde aún estaba encadenada, y su garganta se sentía tan seca como papel de lija. Su padre había cumplido su amenaza y la haría morirse de hambre para obligarla a cumplir su orden. Ella hacía mucho que había dejado de llorar. La decepción por el desprecio de su padre ante sus sentimientos, había dado paso a la desesperación hace muchas horas antes.

Con cada hora que pasaba, ella se volvía más débil, entrando y saliendo de periodos de sueño, con sensaciones de delirio por la sed y el hambre, ya sea de sangre o alimentos de consumo humano. En el estado en que estaba, mordería cualquier cosa que se le acercara lo suficientemente a la boca.

Portia apretó la mandíbula cerrándola, tratando desesperadamente de evitar la necesidad de hundir sus colmillos en algo. Ante sus ojos, la habitación comenzó a girar, los muebles aparentemente moviéndose por sí solos, hacia un lado y luego hacia el otro. El fuego a gas en la vieja chimenea, destellaba como burlándose de ella, intensificando su calor. Ella supo entonces que su mente le estaba jugando una mala pasada y que estaba empezando a tener alucinaciones por el hambre. Si fuera humana, el hambre tardaría mucho en llegar, pero su cuerpo híbrido exigía más alimento que un cuerpo humano.

Su padre ganaría después de todo. Desesperada por sobrevivir, mordería a cualquier hombre que su padre le presentara. Sellaría su destino. Se convertiría en parte de un grupo de fanáticos, aprisionados por su lunática ideología y su loca idea de gobernar este mundo.

Portia tiró con fuerza de sus cadenas, sus hombros y brazos se sentían casi adormecidos por las largas horas que habían estado en esa posición, tendidos sobre su cabeza. La plata chocaba contra la pesada viga de acero a la que estaba adherida, y ahora que ella estaba cada vez más débil, sentía los efectos de la plata, incluso a través de los vendajes en las muñecas que estaban destinados a proteger su piel.

El calor empezó a traspasar la tela protectora, y sentía el inicio de una sensación de ardor. Ella cambió de posición, tratando de reducir al mínimo el contacto con la plata.

Un ruido fuerte en la planta baja, la sacudió. Luego, un grito. Después más gritos.

¿Estaban cada vez peor sus alucinaciones?

Portia levantó la cabeza, tratando de enfocar sus ojos, pero todo estaba borroso. La puerta hacia el pasillo parecía torcida, el tocador frente a la cama parecía moverse por sí misma. Los mareos la abrumaron, obligándola a dejar caer la cabeza hacia atrás sobre la almohada. Más ruido golpeaba su cabeza, burlándose de ella, como redobles de tambores marcando el tiempo hasta la ceremonia de la medianoche que sellaría su destino.

Un cristal se hizo añicos cerca. Vibraciones recorrían la casa.

Entonces ella sintió una presencia que fue reconfortante y tranquilizadora. Suspiró alegremente, dejándose llevar más profundo en su sueño. Allí, en su mundo de fantasía, Zane estaba a su lado, el hombre que la amaba, que la miraba como si ella significara todo el mundo para él.

—¡Portia!

Su voz estaba tan cerca, tan fuerte. Él la salvaría de la locura y borraría de su memoria los dos últimos días y noches. En su sueño, estaban de regreso en la cabaña en Tahoe, haciendo el amor delante de la chimenea.

—Oh, niñita, ¿qué te ha hecho?

La pregunta de Zane no encajaba en su sueño. No, ella no quería que le recordara su situación, quería volver a vivir momentos felices.

Su cabeza golpeaba de lado a lado mientras ella trataba de quitarse de encima la intromisión a su sueño—. ¡No!

Una mano fuerte capturó su cara.

Sus ojos se abrieron de golpe. Su visión era borrosa. Alguien estaba ahí. Una cara que reconocía, pero que sabía que no podía ser real.

—No —susurró.

—Niñita, mírame.

Portia vio el movimiento de sus labios, su aliento acercándose como un fantasma sobre su piel, e inhaló sus palabras y su olor. El parpadeo de sus ojos se abrió paso entre la niebla que la envolvía.

La impresión la hizo catapultarse de su posición agachada, pero las esposas se sacudieron hacia atrás—. ¡Zane! —¿Seguía soñando?

—He venido por ti.

Mientras las palabras adquirían sentido, su mente se despertó. Él era real, es cierto. Pero no era un motivo de alegría. Había venido por ella. ¿Qué era lo que había dicho la última vez que lo había visto? Que la mataría al igual que mataría a su padre.

Presa del pánico, se echó hacia atrás, y por primera vez realmente lo vio. Zane estaba vestido completamente de negro. Llevaba una camisa ajustada manga larga y jeans negros. Sobre ella, su chaqueta de cuero estaba abierta. Alcanzó a ver un arsenal de armas en sus bolsillos interiores. Armas para matar a un vampiro… o a un híbrido.

Portia abrió la boca con ganas de gritar, no por ayuda sino por desesperación, Zane apretó la mano sobre su boca.

—Lo siento, niñita.

Lágrimas llenaron sus ojos. ¿Para qué la seguía llamando así? ¿Cómo podía ser tan cruel, cuando ella ya sabía que había venido a matarla?

***

Portia parecía asustada. Tenía miedo de él. Había estado a punto de gritar, pero Zane no podía permitir eso.

Sus colegas estaban atacando desde el exterior la planta baja en el otro lado de la gran mansión victoriana para atraer a Müller y a sus secuaces a ese lado de la casa, por lo que había sido capaz de deslizarse a través de una ventana en el segundo piso y buscar a Portia. No podía arriesgarse a que alertara a su padre.

Zane miró las esposas de plata en sus muñecas. Maldijo. Había traído armas para matar vampiros, pero no esperaba que su padre mantuviera cautiva a Portia con plata, el único metal que no podía romper. La frustración aullaba a través de él, y su mano libre se apretó en un puño.

Los ojos asustados de Portia lo inmovilizaron.

—Yo nunca te haría daño —se apresuró a asegurarle.

Su expresión pasó del miedo a la duda.

—Por favor, confía en mí.

Cuando una lágrima rodó por su mejilla, la limpió con el pulgar—. Por favor, no llores, niñita.

Lentamente le quitó la mano de la boca, listo para sujetarla de nuevo si ella decidía gritar. Pero sus labios permanecieron en silencio, y sus ojos estaban fijos en él.

Entonces vio las cuerdas moviéndose en su garganta—. Dime que no me amas —murmuró en voz tan baja que casi ni la oyó.

—No puedo hacer eso. —Su corazón se expandió mientras advertía un brillo en sus ojos. La esperanza floreció. Ella no había renunciado a él todavía. No había dejado de amarlo a pesar de las cosas crueles que le había dicho.

—Zane.

Suavemente, Zane le acarició la mejilla con la palma de su mano, incluso cuando escuchó los sonidos de la lucha desde abajo—. Perdóname por las cosas que dije. No sabía lo que estaba haciendo.

Ella levantó la cabeza para acercarse, y él tomó la invitación y bajó sus labios hacia los suyos. Mientras tomó su boca en un desesperado beso, la apretó contra él. Las esposas de plata chocaron contra la viga de acero mientras ella trataba de mover los brazos. El sonido los trajo de regreso a la realidad. Tenía que liberarla. Él se apartó, soltándola.

Ella trató de llegar a él, sus colmillos de pronto sobresalieron de sus labios.

—¿Qué pasa?

—Tengo sed… —Portia apartó los ojos.

—¿Él te ha estado matando de hambre? —Quería gritar de frustración. Si hubiera sabido, le habría traído sangre humana embotellada para ella.

Ella asintió con la cabeza—. Él quiere que yo haga el vínculo de sangre esta noche. Le dije que no… me vincularía con el hombre que él ha elegido. —Su voz se quebró, evidenciando que ella estaba débil.

No tenían tiempo que perder—. Tenemos que sacarte de aquí. Ahora.

Zane presionó el dedo contra el pequeño dispositivo inalámbrico en la oreja para conectarse con el centro de mando—. Thomas, la he encontrado. Él la encadenó con plata. Necesitamos cortadoras de alambre, y sangre humana. Rápidamente.

—Ubicación —pidió Thomas.

—Segundo piso, en el suroeste, habitación de la esquina.

—Entendido.

Desde abajo el ruido se intensificó. Él esperaba que sus colegas pudieran mantener a Müller y a sus matones a raya hasta que él liberara a Portia y la pusiera en un lugar seguro. Sólo entonces regresaría para acabar con Müller.

Los ojos de Portia se lanzaron hacia la puerta—. ¿Quién está contigo?

—La mitad de Scanguards. Están luchando contra Müller y su gente. —Se abstuvo de referirse a Müller como su padre, con la esperanza de mantener la realidad lejos de ellos. Porque la realidad era una amante cruel. El hecho era que odiaba al padre de la mujer que amaba, y él estaba allí para acabar con él de una vez por todas.

Sus miradas se enfrentaron—. Lo vas a matar, ¿no?

Zane soportó su escrutinio por unos segundos antes de romper el contacto—. Voy a matar a cualquiera que te haga daño.

Cuando no obtuvo respuesta, él la miró y se dio cuenta de que ella había cerrado los ojos.

Sintió que el pánico lo atravesaba—. ¡Niñita!

—Tan cansada —murmuró Portia—. Tan sedienta.

Tenía que hacer algo antes de que ella se desvaneciera lejos de su alcance. La necesitaba coherente para sacarla de ahí, y por el aspecto que tenía en ese momento, no estaba seguro que fuera capaz de caminar. A pesar de que sabía que la sangre de vampiro le prestaría sólo alimento temporal, incrementaría su fuerza durante un corto tiempo, el tiempo suficiente hasta que pudiera conseguir sangre humana. Había funcionado para él cuando se había alimentado del vampiro checo en el campamento. Funcionaría ahora.

—Tienes que alimentarte. —Le levantó la cabeza.

Portia abrió los ojos a medias, y puso su muñeca en sus labios.

—Hazlo, niñita, aliviará tu sed. —Incluso si lo debilitaba por unos momentos, necesitaba hacerlo. No podía soportar verla sufrir.

Cuando su boca se abrió más y sus colmillos le rozaron la piel, Zane se estremeció involuntariamente. Dios, la había extrañado. Parecía imposible, pero en el poco tiempo que la había conocido, no sólo se había convertido en una parte de su vida, sino de él.

Las puntas afiladas de sus colmillos llegaron a su piel y se alojaron en su carne. El calor cubrió su cuerpo a medida que comenzó a alimentarse de él.

—Oh, Dios —murmuró, tratando de contener la necesidad de deslizarse sobre ella y tomarla. Este no era el momento ni el lugar.

El sonido de las bisagras de las puertas chirriantes detrás de él, le hicieron girar la cabeza.

—¡Tú! —Azotó la furiosa mirada de Müller contra él mientras entraba en la habitación.

En una fracción de segundo, Zane captó a su oponente. Se veía igual que en aquel entonces: el pelo rubio oscuro y pómulos salientes. Pero también estaba diferente. Su boca estaba torcida en una mueca, y los colmillos sobresalían de ella. Sus ojos podrían haber sido aún marrones, pero ahora brillaban en rojo. Estaba en pleno modo de combate.

Con los colmillos de Portia todavía alojados en su muñeca, Zane perdió un valioso segundo tratando de quitarle el brazo. Sus ojos se abrieron, y a pesar de su estado de debilidad, pareció sentir la presencia de su padre en la habitación. Ella de inmediato soltó su muñeca, devolviéndole todo su movimiento a él.

Sin embargo, Müller ya estaba sobre él, una garra cortó el hombro de Zane. La chaqueta que llevaba lo protegió—. ¡No la toques, judío asqueroso!

Zane se levantó y corrió hacia Müller, ambos se estrellaron contra el tocador—. ¡La lastimaste, hijo de puta! —Él aterrizó un gancho de derecha contra la mejilla de su enemigo.

La cabeza de Müller se batió a un lado, pero regresó con la misma rapidez—. ¡Tú la manchaste! —Hizo hincapié a su punto de vista, pateando su rodilla hacia arriba.

Pero Zane anticipó el movimiento y lo bloqueó, girando hacia el costado para evitar un golpe en la entrepierna. Supuso que el hijo de puta iría por sus testículos.

—¡Es mía! —Zane dijo con los dientes apretados.

Un golpe en contra de su plexo solar lo hizo callar, el aire salió de sus pulmones más rápido que el estallido de un globo. Recuperándose rápidamente, Zane contra atacó, apuntando sus puños hacia la cabeza de Müller de nuevo.

La sangre le salpicó, mientras la piel de Müller se abría cerca de su ojo.

Con furia en los ojos, Müller usó el peso de su cuerpo entero para lanzarse contra Zane, robándole el equilibrio. Se tambaleó hacia atrás, escuchando los gritos angustiados de Portia mientras se estrellaba contra la puerta de la habitación de al lado. El impacto abrió la puerta de par en par, poniendo a Zane de culo en la otra habitación.

Aprovechando el escritorio contra el cual había golpeado, Zane se impulsó hacia arriba al mismo tiempo en que Müller se lanzaba hacia él nuevamente. Zane tiró una patada hacia fuera, golpeando el costado de las rodillas de Müller.

La cara de Müller se distorsionó por el dolor—. ¡Maldito cabrón! Debería haberte matado en ese entonces.

—Demasiado tarde.

Zane se catapultó hacia adelante y lanzó una descarga de golpes contra su oponente mientras recibía varios golpes a cambio. Ambos se sentían bien. Esta lucha había sido esperada un largo tiempo. Él no podía limitarse a hacerla corta sacando una de las armas dentro de su chaqueta. Necesitaba eso, necesitaba vencer al hombre que le había robado tanto, robado la vida de tantos, y torturado a los más inocentes de todos ellos.

Respirando con dificultad, sus ojos recorrieron la habitación, un estudio. Un escritorio con equipo de computadora, una estantería, una silla y un mueble con cajones era todo lo que contenía. Muchas cosas que Müller podía utilizar en su contra. Y Müller tendría que hacerlo, dado que eran igual de fuertes. Su masa corporal era similar, y ninguno tenía ventaja en fuerza o agilidad. En cualquier otro momento, Zane habría disfrutado luchar contra un oponente que era su igual, desafiándolo en todos los sentidos. No esta noche. Esta noche, sólo había dos cosas que quería, hacer que Müller pagara y sacar a Portia de este infierno.

Desde la planta baja, ahora podía oír una cacofonía de sonidos de cuerpos y muebles chocando contra las paredes y pisos, gritos, así como disparos de armas de fuego. Scanguards había logrado tomar por asalto la casa y estaba luchando contra el enemigo desde dentro. Gruñidos y gritos furiosos se mezclaban con las órdenes y la confusión de los habitantes de la casa. Sus colegas lo manejarían, pero de Müller él se tenía que encargar por sí mismo.

Sabiendo cómo el hijo de Brandt había actuado irracionalmente cuando sus emociones habían tomado el control, decidió provocar a Müller para que cometa el mismo error.

Después de un golpe contra su hombro, Zane giró en su propio eje, sin perder nunca el equilibrio.

—¡Tu hija me quiere. No se puede satisfacer de mí, un judío sucio! —Provocó a Müller.

Müller gruñó, mostrando agresivamente los colmillos.

Zane se rio en su cara—. Sí, la he tenido. Y voy a quedarme con ella.

Sus palabras parecían tener el efecto deseado.

—¡Nunca! —prometió Müller—. ¡Ella es mejor que tú!

Su garra giró tan rápido, que Zane apenas la vio venir. Tratar de evitarla fue inútil. Cortó un lado de su cuello, la sangre goteó de inmediato por la herida. No fue lo suficientemente profunda para causarle algún daño inmediato, pero cuanto mayor fuese la continua pérdida de sangre, más débil lo pondría.

Sabiendo que tenía que actuar rápido, Zane dio su propia avalancha de golpes, patadas, y cortes. Müller logró bloquear algunos de ellos, pero otros llegaron a su objetivo. Zane jadeaba fuertemente, bombeando su cuerpo para llenarlo del muy necesitado oxígeno. Su cerebro le decía que lo terminara, que sacara su cuchillo de plata y lo abriera como Müller había hecho con sus víctimas, pero su corazón protestó. No estaba satisfecho todavía. Tenía que golpear a Müller por más tiempo, para hacerle daño, para conectar sus garras con su carne, para herirlo con sus propias manos.

Sólo de esa manera, Zane sentiría la necesidad de venganza lentamente alejarse. Sólo al sentir sus garras en contacto con la piel de Müller y la sangre de sus heridas corriendo sobre sus manos, la bestia en él sería feliz. Finalmente se estaba vengando. Zane absorbió ese conocimiento, tal como inhalaba el hedor de la sangre de Müller y el olor de su sudor. Cuanto más lo golpeaba, más sentía adrenalina disparando a través de él.

Una emoción se extendió en su cuerpo a pesar de las lesiones que Müller le había infligido. Y quería hacerlo durar hasta que estuviera verdaderamente listo para enviar a su enemigo al infierno, donde debía estar.

Zane arrinconó a su rival, atrapándolo contra la pared, la estantería a la izquierda evitaba que se deslizara más allá de él.

Desde la derecha, Müller agarró una lámpara de pared, con una pantalla de volantes y la arrancó de su conexión, rasgando el cable eléctrico de la pared. Levantó el brazo para golpear con ella a Zane, pero Zane lo esquivó, y en su lugar la lámpara se estrelló contra la puerta abierta, aterrizando en la habitación de al lado.

De reojo, vio que se estrelló contra la parrilla por delante de la chimenea.

Un grito de sobresalto de Portia le hizo apartar los ojos de su oponente. Fue su error.

La mano de Müller había llegado hasta un portalibros de hierro pesado que ahora se estrellaba en dirección a la cabeza de Zane. Al volverse hacia un lado, evitó un golpe directo a la cabeza, pero el portalibros golpeó la clavícula, en su lugar. Oyó el sonido de rotura de huesos, y sintió el correspondiente dolor irradiar a través de su cuerpo.

¡Mierda! Ya era hora de dejar de perder el tiempo y poner fin a esto.

Zane metió la mano en el bolsillo interior de su chaqueta y tiró de la primera cosa de la que sus dedos se apoderaron. La estaca de madera se sentía suave en la palma de su mano. Tenía que ser suficiente. Él hubiera preferido utilizar su cuchillo de plata para proporcionarle una muerte más dolorosa a Müller, pero no había tiempo para cambiar su arma ahora, con Müller atacándolo aún más ferozmente que antes.

Él no era el único que quería llevar la lucha al siguiente nivel. Müller había, obviamente, también decidido llevar las cosas a un nivel superior.

Mientras Müller saltaba hacia el escritorio, tomó la silla en el instante siguiente, estrellándola contra la pared con tal fuerza que se fragmentó.

Zane se fue tras él, pero no pudo evitar que Müller tomara uno de las patas rotas de la silla y lo agarrase como si fuera una estaca. A medida que se enfrentaba con su oponente, la mano libre de Zane atrapó el cuello de Müller y lo apretó. La mano de Müller que sostenía la estaca, salió disparada hacia adelante, pero Zane la bloqueó con el codo y siguió apretando.

—Esto es por todos aquellos que torturaste —Zane dijo entre dientes y alzó su brazo que sostenía la estaca. Arremetió.

—¡Ayúdame! ¡Zane! ¡Fuego!