VEINTE
Viernes, 31 de diciembre, 16.00 horas
Quantico, Virginia
Fue Jay Gridley quien trajo las malas noticias.
Alexander Michaels estaba bastante satisfecho porque no se hubiesen producido más filtraciones de documentos clasificados, y difundidos en la red durante los días hábiles de la semana. Estaba a punto de marcharse a casa y beberse tranquilamente un par de cervezas en Nochevieja. Esperaba haberse quedado dormido cuando diesen las doce, empezase el año 2011 y la serie de penas y alegrías que éste fuese a acarrear. Pero mientras se preparaba para salir de su despacho, dispuesto a vérselas con el tráfico, llegó Jay con dos hojas de papel que acababa de imprimir.
—Creo que deberías echarle un vistazo a esto, jefe.
—¿No puede esperar hasta el lunes?
—No lo creo.
—A juzgar por tu tono…, debe de ser algo grave. Jay le tendió las hojas. Michaels las miró y empezó a leerlas en voz alta.
—«Descreídas bestias de América. Sabed, bestias, que vuestros días están contados. Sabed, opresores de los desamparados, que el número de la bestia es el 666, y que el número se acerca rápidamente. Nosotros, los representantes del pueblo; nosotros, los Frihedsakse, esparciremos vuestros despojos por la Tierra, vuestros despojos, maestros de la tiranía». —Alzó la vista y, mirando a Jay, añadió—: ¿Qué significa Frihedsakse?
—Nuestro traductor universal dice que en danés significa «Eje de Libertad».
—¿En danés? Es la primera vez que oigo hablar de terroristas daneses. Dinamarca es un país pacífico y civilizado donde puedes dejar que tu abuela salga a pasear sola por la noche sin temor a que la atraquen.
—Sí. Atracarla puede que no la atraquen, pero puede resbalar y quedarse congelada, convertida en un témpano —dijo Jay.
Michaels meneó la cabeza y siguió leyendo.
—«Porque vuestra perversidad es manifiesta e infinita, y nosotros les revelaremos a todos vuestra maldad. Todos os conocerán por vuestra maldad y las armas de vuestros pecados serán utilizadas contra vosotros, porque el poder del conocimiento es la luz que todos los demonios temen y el poder del conocimiento le es dado al pueblo». —Hizo una pausa mirando de nuevo a Jay, y luego le preguntó—: ¿Por qué no has metido esto con el montón de reivindicaciones que han hecho todos esos chiflados que se atribuían las filtraciones?
—Siga leyendo, jefe.
—«No podéis ocultaros de la luz de la justicia, ni podréis escapar al castigo del pueblo, ninguna fortaleza bastará para protegeros, porque el pueblo os odia».
—Me suena a una interpretación bastante macarrónica de Maquiavelo —dijo Jay.
—«Y contra vosotros el pueblo lanzará todo lo que sea necesario para derrotaros. El fin está cercano. Preparaos para vuestra condenación».
Lo firmaba «El Eje de la Libertad».
Michaels volvió a mirar a Jay.
—Lee la otra página —lo apremió Jay.
La siguiente página contenía una lista de números.
—Está claro que se trata de una relación de la fecha y la hora en que se ha producido cada una de las filtraciones que hemos detectado. Según esto, sólo hay un par que se nos han escapado. Hemos vuelto a activar el programa de análisis Super Cray Colander. Hemos localizado un envío de la lista maestra de los nombres y números de los clientes del último mes de American Express. La otra filtración que se nos había escapado revela los códigos de toda la señalización luminosa de la red de ferrocarriles, controlada por ordenadores, entre Washington y Baltimore. Un hacker inteligente podría utilizarla para convertir en chatarra media docena de trenes antes de que nadie se percatara de lo que estaba pasando. Ya hemos llamado a la American Express y a la compañía de ferrocarriles Amtrak para alertarlos.
—¡Dios mío!
—Es improbable que alguien conociese estos detalles, excepto quienes los archivaron en primer lugar, jefe.
Michaels miró la lista de números. Los últimos eran: 31/12/2010-23.59.59 horas.
—O sea, esta noche, ¿no? El 31 de diciembre, un segundo antes de las doce.
—En efecto, señor. Si todo encaja, esos canallas van a filtrar algo importante antes del nuevo año. A eso se le llama querer aguar la fiesta.
—¡Qué horror!
—Sí, jefe.
—¿No hay modo de saber cuál ha sido la fuente?
—Por supuesto que sí. Ya la hemos localizado. Ha sido enviada hoy mismo desde una cabina telefónica de la estación central de los ferrocarriles Grand Central de Nueva York, a las 15.15 horas. Hora punta… Nochevieja… No lo firma nadie. No incluye ninguna identificación. No ha quedado rastro de ADN en la caja del módem ni tampoco huellas dactilares. La cabina es una de un grupo de seis que está al lado de una cafetería. Los teléfonos quedan fuera del radio de acción de las cámaras de vigilancia. Los contadores muestran que se realizaron treinta y siete llamadas desde esas seis cabinas entre las 17.00 y las 17.20 horas. No será nada fácil averiguar quién las hizo.
—Pues me temo que vas a tener que decirle al personal de relevo que nada de fiesta esta noche.
—Ya lo he hecho —repuso Jay—. Estamos rastreando todas las redes importantes que podemos con todos los programas de indagación de que disponemos. Hemos dado la alerta para que se analice con lupa todo comunicado a través de la red y todo correo entre las 23.55 y las 0.05 horas. Va a ser un latazo leer miles de veces «¡Feliz Año Nuevo!», pero si alguien difunde algo importante en la red, lo detectaremos en seguida.
—Buen trabajo, Jay —dijo Michaels—. Me parece que no voy a moverme de mi despacho.
—Pues… ¡Feliz Año Nuevo, jefe!
—Sí eso… Feliz Año Nuevo.