52. HERMANN HESSE A STEFAN ZWEIG
[Marzo de 1909]
Querido señor Zweig:
¡Bienvenido a Europa! Sus viajes son más aguerridos que los míos: hace poco bajé por el Rin hasta Dusseldorf,[168] y aquello me pareció algo temerario y distante. A decir verdad, ahora tengo dos hijos.[169] Tengo también un jardín que ha sido ampliado recientemente, en el que debo trabajar como un culi. Me alegra mucho el arribo de ese Buda, el Excelso, el maestro del camino de ocho sendas, y espero que haya llegado bien.
¡También le agradezco las tarjetas postales que me envió desde la India y Ceilán![170] Ambas me impresionaron.
Por favor, salude a Ginzkey y a los demás amigos, también al doctor Fleischer.[171]
Afectuosamente suyo,
H. HESSE
53. HERMANN HESSE A STEFAN ZWEIG
Gaienhofen [verano de 1910]
Mi querido señor Zweig:
Su amable carta[172] me llega como un consuelo y un estímulo en días algo aciagos, por lo cual le estrecho afectuosamente la mano.
Me complace saber que estas horas ahorradas las ha dedicado a trabajar en una obra seria.[173] Dondequiera se cree una obra, dondequiera se sueñe un sueño, donde se siembre un árbol o nazca un niño, allí está obrando la vida, abriendo una brecha en las tinieblas del tiempo, ese que yo jamás recorro sin esperanza, pero sí, a menudo, embargado por una profunda tristeza. Mi mujer y mis hijos han salido de viaje, y yo estoy completamente solo en casa bajo el gran olmo, y, mientras reflexiono, siento la satisfacción de tenerle como un amigo en el que se puede confiar.
Afectuosamente le saluda su servidor,
H. HESSE
Hesse realizó una segunda visita a Viena en octubre de 1913. No nos ha quedado ninguna correspondencia entre Hesse y Zweig en los años que van desde 1911 hasta 1914.
54. STEFAN ZWEIG A HERMANN HESSE
9 de noviembre de 1915
Muy querido señor Hesse:
No se asombre de que, después de varios años de silencio —en los que estuve viviendo como un nómada en algún lugar del mundo—,[174] me dirija de nuevo a usted, de repente, por primera vez, pero sentí la necesidad de decirle algunas palabras de gratitud. Desde los primeros días de la guerra me conmovió sobremanera su actitud humana y poética, y cada una de sus palabras, cada vez que las encontré en medio de las otras muchas voces que me dolían, me conmovieron en lo más íntimo. Luego me escribió mi amigo Rolland,[175] diciéndome que estaba muy cerca de usted, y eso me proporcionó una nueva alegría. Pero casi nada de eso me hubiera puesto en condiciones, a mí, al portador de esa carta, de enviarle a usted un saludo si yo no hubiera sentido en la hostilidad de aquellos ataques una soledad frente a la cual la aclamación y la admiración constituyen un deber. Su artículo de ayer en Die Zeit decía una vez más lo que yo siento.[176] Con nobleza y belleza ha dominado usted su misión de poeta. Tolstói[177] y Björnson,[178] las dos grandes voces de la conciencia, se han acallado estos días, en los que cada individuo estaba obligado a enfrentarse a la multitud y, por lo menos, salvar su alma y permanecer fiel a sí mismo. Rolland me ha ayudado mucho con su ejemplo moral: él fue para mí la más fuerte voz de alerta en defensa de la justicia.
También tengo que agradecerle su Knulp[179] Sus últimos libros son, para mí, verdaderamente los más hermosos. Y si me permite hablarle con toda franqueza, entonces le diré lo que me pareció: después de los primeros dos libros,[180] noté en usted un ligero agotamiento de la imaginación poética, o por lo menos ésa fue mi impresión. Tal vez estuviera pasando por una mala época, tal vez se lo estuviesen impidiendo aquellas circunstancias poco favorables. Y a veces —y se lo digo con franqueza— tuve el callado temor de que su camino fuera cuesta abajo y comenzara a declinar. Luego volví a leer, cada vez con mayor frecuencia, algunos versos aislados, y tuve la impresión, con los últimos dos libros, de que se había producido una regeneración interior. Está todo tan impregnado de alma en sus últimos libros, es tan universal. Jamás hubo tanto horizonte, tanta pureza y una visión tan amplia en su obra. Y fue entonces cuando, al antiguo amor, vino a sumársele una renovada admiración.
Mucho me gustaría poder adjuntar a esta carta un libro a modo de gratitud. Pero desde hace dos o tres años lo mantengo todo paralizado, principalmente los últimos poemas. Sólo he terminado un libro sobre Dostoievski,[181] en el que están comprimidos, en unas cien páginas, tres años de trabajo y mucho amor. Creo que usted podrá admirarlo si sale publicado cuando llegue la paz. (¿Cuándo? ¿Oh, cuándo?). Ahora no estoy en condiciones de hacer nada para mí, mi servicio militar[182] me acapara del todo. Esto ya dura varios meses, y sólo se animó y cobró un poco de colorido gracias a un viaje de tres semanas que hice por toda la región de Galitzia,[183] casi en las mismas espaldas de los rusos. Por cierto, me ha contado Robert Michel[184] sobre el descuido por el que no fue aceptado usted de inmediato en el cuartel general de la prensa de guerra:[185] creo que puedo arreglar eso en cualquier momento, siempre y cuando usted todavía lo desee. De todos modos, no se lo aconsejaría: uno allí pasa semanas enteras sin poder estar solo nunca, siempre rodeado de gente, siempre en medio de conversaciones y movimiento. También Bartsch[186] regresó de su viaje algo perturbado.
Pero le estoy escribiendo demasiado, y yo sólo pretendía, en realidad, enviarle estas breves palabras: ¡gracias! ¡Muchísimas gracias!
Con la antigua admiración de siempre, suyo,
STEFAN ZWEIG
55. HERMANN HESSE A STEFAN ZWEIG
Berna,
20 de noviembre de 1915
Querido señor Stefan Zweig:
Responder a su amable y hermosa carta sin máquina de escribir y sin prisas, en un agradable estado de ocio, sería hoy uno de mis deseos preferidos. Pero por desgracia no puede ser, pues acabo de regresar de Alemania, tengo unas sesenta cartas sin responder relacionadas con prisioneros, debo asistir cada día a reuniones y cumplir con otras tareas vinculadas a esos temas. A todo eso se añade la horrible historia del periódico. Ahora ya está resuelta, del resto se ocupará el abogado, y aunque me ha minado mucho, me ha sido tal vez de utilidad. Los amigos verdaderos que tenía siguen firmes a mi lado; de los demás, me alegra haberme librado. También, de ese modo, ha quedado expresada con claridad mi posición con respecto a los acontecimientos actuales, por lo menos en lo que atañe a un poeta. Supongo que usted conoce cuál es esa posición. No es muy distinta de la de Rolland, sólo que yo, a pesar de todo, trabajo directamente en interés de Alemania, también desde un punto de vista periodístico. Pero no participo en ninguna parte donde se incite al odio y a la revancha, y espero una Alemania y una «alemanidad» futuras que sean muy distintas a la de la mayoría de los actuales vociferantes.
Usted ha mencionado en su carta muchas cosas, y ha insinuado otra que me demuestra lo bien que me conoce. Su intuición es correcta en todos los casos. Las oscilaciones en mi producción, superadas desde hace años, se remontan en el fondo al hecho de que, en su momento, tras el primer éxito, las cosas me fueron demasiado bien. Eso ha cambiado radicalmente, desde entonces he bebido de muchos cálices amargos y he sufrido tanto, incluyendo en lo más íntimo, que me hubiese hundido si no hubiera encontrado un punto sólido en mí que hace que el mundo se me haga cada vez más prescindible. Y esto, durante la guerra, se ha convertido en una experiencia totalmente consciente.
¡Me alegra que le guste el Knulp! Para mí este libro es, junto a Rosshalde[187] y a algunos poemas, el más querido de mis escritos.
La visita de Rolland el último verano fue una agradable y buena experiencia para mí.[188] La comunicación estuvo bastante limitada debido a mi incapacidad para expresarme en francés, pero nos comprendimos enseguida, y veo, por algunas líneas de su carta, que Rolland me estima e intuye con claridad mi lado más auténtico. Es un hombre magnífico, de una gran pureza, y para mí es agradable y consolador saber que me estima.
No me escribe usted nada de su servicio militar. ¡Permítame saber algo sobre ello en cuanto tenga tiempo y deseos de hacerlo! Yo he sido, ahora por segunda vez, licenciado del servicio (hasta finales de dic[iembre]), por solicitud de la delegación alemana en este país, y trabajo como intermediario y hombre de confianza entre la Cruz Roja alemana y algunas organizaciones benéficas neutrales de aquí. Sobre todo me ocupo de las bibliotecas para prisioneros.[189] Si supiera usted de algún rico que quisiera donar algo o de algún buen editor que quisiera regalarnos algunos libros, se lo agradecería. Pero que eso no se convierta en una molestia para usted. La gente en el país, la que se ocupa de la lectura para los prisioneros, es bastante proclive a la literatura de tratados, de modo que yo siempre tengo que estar completando y ayudando con mis propios recursos.
¡Ojalá que vivamos la paz en algún momento antes de que sean mayores los destrozos! Para entonces usted publicará algún nuevo libro, cosa que me alegra desde ahora. De mi cosecha sigue apareciendo siempre alguna cosa, aun en contra de mi voluntad. Saqué un pequeño y fútil librito[190] en Constanza, sólo con el propósito de ganar un poco de dinero para las bibliotecas. El libro de poemas Unterwegs [De camino][191] saldrá próximamente, más barato y con un apéndice que incluye poemas contemporáneos.
Mi pregunta al general Dankl[192] para que se me acogiera en el cuartel general de la prensa fue una especie de intento desesperado, ya que por entonces estaba intentando, en vano, asegurarme un trabajo valioso y duradero en el servicio público. Ahora lo tengo, y es más de lo que puedo rendir, y me alegra no necesitar más aquella opción, sobre la cual tuve muchas dudas desde el mismo comienzo.[193]
¡Si viera usted a Bartsch o a Ginzkey, transmítales muchos saludos! Desde que empezó la guerra no sé nada de ellos de forma directa. Gregori[194] me envió en dos ocasiones saludos desde Sajonia, donde se dedica a vigilar prisioneros. Ludwig Finckh es médico en un hospital de campaña de Constanza.
Confórmese por ahora con este saludo, ya llegará otra vez el momento de que podamos hablar tranquilamente.
¡Y muchísimas gracias por acordarse de mí!
Suyo,
HERMANN HESSE
56. HERMANN HESSE A STEFAN ZWEIG
Berna, 13 de septiembre de 1917
Querido señor Zweig:
He leído de inmediato el Jeremías[195] y el poema me ha causado una hermosa y profunda impresión, y sus convicciones y su seriedad hacen que usted esté de nuevo cerca de mí como un ser querido. También percibí con mucha fuerza la actualidad de la obra, y desearía que algunos de sus parlamentos fundamentales, como los del segundo cuadro, gocen de la mayor divulgación y efecto.
¡Muchas gracias por este libro!
Afectuosamente suyo,
HERMANN HESSE
57. HERMANN HESSE A STEFAN ZWEIG
Berna, 20 de noviembre de 1917
Querido amigo Zweig:
Mientras esté usted en Suiza,[196] me gustaría mucho verle, como sea. El miércoles por la noche, probablemente, no estaré libre, pero por lo general lo estoy todas las noches, también durante el día, si lo sé con antelación. Mi teléfono es el 3207.
El próximo lunes estaré quizás en Zúrich para ofrecer una lectura en la sala del tribunal de jurados. Pero todavía no es del todo seguro que se realice.
¡Piense en esa posibilidad! Me gustaría mucho hablar con usted.
Suyo,
H. HESSE
58. HERMANN HESSE A STEFAN ZWEIG
[Hacia finales de 1917]
Querido señor Zweig:
¡Es una pena que no hayamos podido vernos esta vez en Berna! Pero confío mucho en que venga usted de nuevo hasta aquí y me lo haga saber con antelación.
Después de su partida, volví a leer su Brennendes Geheimnis [Ardiente secreto],[197] y la intensidad y la verdad de ese querido poema me hablaron de nuevo en toda su pureza y su fuerza.
Le saluda afectuosamente, su servidor,
H. HESSE
59. STEFAN ZWEIG A HERMANN HESSE
18 de febrero de 1918
Querido Hermann Hesse:
El día 27 de febrero es el estreno aquí de Jeremías. ¿Es preciso que le diga que me alegraría verle en él? No obstante, tengo en cuenta su lejanía y en cualquier caso iré otra vez para verle.
Muy afectuosamente, suyo,
STEFAN ZWEIG
60. HERMANN HESSE A STEFAN ZWEIG
Berna, 25 de febrero de 1918
¡Me alegra que se haya acordado de mí! Pero, por desgracia, no puedo ir; estoy metido (para poder tomarme algunas vacaciones hacia finales de marzo) en una empresa que no me deja ni una hora libre al día.
Los mejores deseos de su
H. HESSE
61. HERMANN HESSE A STEFAN ZWEIG
[Marzo de 1918]
Gracias por su escrito,[198] que me da una gran alegría. Ya veo que está usted en Rüschlikon. En la vieja casa junto a su hotel,[199] donde vivió una vez Brahms, residen dos queridos amigos míos.[200]
Desde hace mucho tiempo no dispongo de una hora libre fuera de la asistencia a los prisioneros. Ahora tengo que tomarme un respiro. La semana próxima viajaré de vacaciones al Tesino.
Le saluda afectuosamente, suyo,
H. HESSE
62. STEFAN ZWEIG A HERMANN HESSE
Rüschlikon, 12 de agosto de 1918
Querido señor Hesse:
Hoy sólo quisiera decirle lo hermoso que me ha parecido su artículo sobre el «lenguaje» publicado en el Frankf[urter] Zeitung,[201]cuánta claridad hay en usted y qué bien sabe expresar sus palabras: me gusta su arte hoy más que nunca.
Y su manera tan humana. Sus palabras en la Friedenswarte[202] fueron tan puras y claras. He visto cómo le atacaba el periódico de Clemenceau[203] y la gente que quería allí su «victoria», pero eso sólo le honra. Jamás nuestra palabra fue más necesaria que ahora. Alemania está atravesando una crisis de conciencia: ya se ha esfumado la hipnosis, y se despierta otra vez el sentimiento, se intuye el sufrimiento. Y en este mes de agosto corresponde tomar una decisión. O se crea la paz ahora, o ésta sólo ocurrirá dentro de un año. Tenemos que emplear todas nuestras fuerzas para que sea ahora, y no por un sentimiento de patriotismo cualquiera (aunque para mí la continuación de la lucha significa el insalvable hundimiento de los poderes centrales), sino por el deber ante las personas. Detesto la política, pero ahora tenemos que servir a aquello que está por encima de ella, la preservación de la vida. Por lo menos eso es lo que siento en este instante.
Me rebela el sentimiento de que el destino es inconmensurablemente grande y aguarda después de estos días. Destino para todos nosotros, para niños y abuelos. Y si pudiera gritar lo que siento, sería mejor para mí y para la época.
Le estrecho afectuosamente la mano, con fiel admiración, suyo,
STEFAN ZWEIG
63. STEFAN ZWEIG A HERMANN HESSE
Rüschlikon, Hotel Belvoir
[hacia el 24 de septiembre de 1918]
Querido señor Hesse:
Gracias por el envío. Su misión tal vez se torne más difícil en la medida en que los libros se vuelvan más escasos y valiosos. Ahora se imprimirá del Jeremías una tirada que le hará alcanzar entre cinco mil y ocho mil ejemplares, y espero entonces quedarme con algunos para su hermosa misión.[204]
Desde hace seis meses estoy aquí, en Rüschlikon, viviendo y trabajando tranquilamente. Me asquea la política, estos tiempos me hacen desesperar, y trabajo para olvidar. La única cosa pública que he escrito[205] ha sido para el suplemento de la Friedenswarte (lástima que no quiera usted aprovechar esa oportunidad de decir unas palabras, pero tal vez lo recupere más tarde, en otro momento).[206] ¿Ha leído usted, por cierto, en el último número, el magnífico artículo de Otto Flake, «Die Aufgaben der deutschen Intellektuellen» [Las tareas de los intelectuales alemanes]?[207] Merecería ser divulgado en cien mil ejemplares.
Pienso a menudo y con afecto en usted. Me gustaría ir a verle de nuevo, si no temiera tanto a Berna, esa ciudad mezclada, con tanta gente que habla y piensa en términos políticos, con un objetivo y una intención, gente a la que apenas consigo evitar.[208] Estuve dos días con Rolland:[209] ¡fueron jornadas maravillosas!
Le agradezco de corazón: por su recuerdo, su manera de pensar y por su obra. Desearía que pronto pudiera volver a ser usted mismo: entre el nuevo mundo y nosotros jamás podrá alcanzarse de nuevo un auténtico orden. Todos nos estamos convirtiendo en personas retrógradas, nostálgicamente proclives a un pasado mejor: hasta ese momento en el que el futuro vuelva a ser puro y valga la pena vivirlo; ya a nosotros, tal vez, no nos alcanzarán los años.
Un saludo muy afectuoso para usted y su esposa de su fiel
STEFAN ZWEIG
64. STEFAN ZWEIG A HERMANN HESSE
18 de octubre de 1918
Muy querido Hermann Hesse:
Tengo que agradecerle desde lo más íntimo el pequeño libro[210] y muchas otras cosas. Entre todos los poetas de aquí, es usted el más sólido: hay algo en usted que nada puede estremecer, ya que está arraigado mucho más profundamente que en la época. No dejo de ver cuál es el precio de esa seguridad: una infinita resignación ante los avatares de la vida exterior, renuncia y abnegación. Ha vivido usted unos años difíciles: percibo eso en sus versos, que son ahora tan plenos, tan maduros y claros. Y sé que ya no podrá sucederle nada más.
Expreso todo esto de un modo torpe, pero creo que se da cuenta de lo que quiero decir. Espero estar pronto de ese otro lado en el que se encuentra usted ahora, en ese más allá desde el que se puede mirar a este mundo enloquecido con un espíritu creativo y lúdico, pensando en esos otros mundos que uno ha soñado de un modo más profundo. Ah, ¡por qué no puedo decir todo esto de mejor forma! Sin embargo, lo siento claramente, en donde más duele, con esa claridad que ahora es en usted tan obvia en la palabra, en el pensamiento y en su esencia. Usted mismo no sabe, querido Hermann Hesse, cuánto ha madurado en estos últimos años. Yo sí que lo sé, y por eso se lo digo: si escribiera usted ahora un libro, sería uno absolutamente maravilloso. Hay muy pocas personas de las que esté tan seguro como de usted. Y sin duda no hay ninguna a la que le diría esto de una manera tan impúdica y natural: porque nada sería más fatídico que el hecho de que, una vez que todo en usted ha alcanzado tal madurez y claridad, le sobreviniera otra vez el cansancio o que esta época de desvarios lo arrastrase en su torbellino.
Con afectuosa admiración, su siempre fiel
STEFAN ZWEIG
65. STEFAN ZWEIG A HERMANN HESSE
[Hacia finales de octubre de 1918]
Querido señor Hesse:
No es mi estilo enviar a gente para que conozca a otra gente ni a amigos para que conozcan a otros amigos. Pero me gustaría mucho que conociera usted a mi querido Frans Masereel,[211] el maravilloso dibujante belga y una de las personas más nobles y sencillas (su Image de la passion d’un homme[212] [Imagen de la pasión de un hombre] me parece una de las obras inolvidables de esta época). Él sabe alemán y le gustan mucho sus obras.
El lunes vendrá a Berna por unas horas, a eso de las 16.30, y se quedará hasta las 18.00. Tal vez pueda escribirle usted unas palabras poste restante sobre dónde puede encontrarle en la ciudad o en cualquier otro sitio.[213]
¡Qué giro ha dado todo mientras tanto! Ya no estoy tan contaminado políticamente como para no sentir una infinita tristeza ante tanto sufrimiento.
Muy afectuosamente, suyo,
STEFAN ZWEIG
Hasta el lunes, M[asereel] estará aquí, conmigo.
66. HERMANN HESSE A STEFAN ZWEIG
Berna, 15 de noviembre de 1918
Querido señor Zweig:
Todavía le debo las gracias por su carta tan amable. No me refiero a aquélla en la que me anunciaba usted a Masereel, pues esta última llegó demasiado tarde, en un momento en el que apenas podía hacer nada, sino a la anterior. En ella usted me decía, entre otras cosas, que ya «no podía sucederme nada más», y le entiendo muy bien, si es que con ello se refería a que me he concentrado en un punto tan distante y fuera de la vida mundana, que ya el destino no puede provocarme más dolor. Por desgracia, eso sólo es cierto en la medida en que ése era mi objetivo. Pero no lo he conseguido en absoluto, y, precisamente en los días en los que usted me escribía eso, me sucedieron muchas cosas. Después de meses que fueron en parte terribles, mi esposa sufrió un trastorno nervioso y está desde hace poco internada en un sanatorio,[214] ya no me es posible llevar las labores domésticas y tengo que enviar fuera a los niños, dos de los cuales ya se han marchado.[215] El tumulto en el mundo y la incertidumbre de todo futuro también hacen su efecto, aunque ahora lo sintamos poco. Estoy solo, sumido en profundas preocupaciones. Pero, mientras tanto, no le cuente nada a nadie acerca de esto.
En estos días, concretamente anteayer, debía hacerle la primera visita a mi esposa, pero entonces se interpuso la huelga. Es cierto que todo ese teatro no me conmueve demasiado. El trabajo con los prisioneros debe continuar, pues es ahora más necesario que nunca, y todavía es muy incierto lo que será de ellos o cuándo saldrán en libertad. Por el momento, sin embargo, todo esto se ha interrumpido, los internos están allí sentados, indecisos, la embajada no tiene ninguna directiva y, en parte, tampoco tiene crédito. Eso hace que también falte el consuelo de una labor a la cual, en condiciones normales, podría aferrarme.
Veo cuánto me ha sobrevalorado recientemente en su amable carta. Por algunas horas aflora la sensación de que todos estos acontecimientos y miserias son sólo imágenes que no penetran hasta lo más íntimo. Pero es difícil vivir luego las horas restantes.
Reciba un saludo de este servidor,
H. HESSE
67. STEFAN ZWEIG A HERMANN HESSE
Salzburgo, 28 de julio de 1920
Querido Hermann Hesse:
Desde hace cuatro semanas, desde que leí el Klingsor,[216] tengo intenciones de escribirle una carta. Pero no he estado en condiciones de hacerlo. Klingsor ha sido para mí una experiencia tan personal, he sentido tantas cosas en ese libro que también hierven de un modo notable en el ritmo sanguíneo de nuestros años, que se ha apoderado de mí cierta sensación de vergüenza, sí, una auténtica y estúpida vergüenza infantil de hablar con usted acerca de ello (sobre todo sin que nadie me lo haya pedido y, más que todo, sobre una hoja de papel). Sólo le digo que lo subterráneo, lo peligroso en estas novelas cortas (ah, vaya palabra tonta esa de «novela corta») me han hablado con tono fraternal, y seguramente usted me entiende. También el Dostoievski de los Tres maestros,[217] que espero haya recibido de la editorial Insel (de lo contrario le enviaría un ejemplar), le dice a usted algo.
Querido Hermann Hesse, su senda es tan maravillosamente recta, precisamente porque ese camino se ha adentrado en alguna ocasión hasta las sombrías profundidades de las cosas. He aprendido tantas cosas de usted en sus últimas obras, y ahora lo aprecio como nunca antes. Y poco a poco, también Alemania comienza a darse cuenta de lo que significa tenerle. Perdone usted esta estúpida carta de su siempre devoto
STEFAN ZWEIG
Esta carta, que acabo de releer, es en verdad ilícitamente incoherente, o por lo menos así lo parece: acéptela tan sólo como señal de mi voluntad de decirle que le estoy muy agradecido; le escribiré próximamente una misiva razonable.
68. HERMANN HESSE A STEFAN ZWEIG
Berna [sellado en correos el 4 de agosto de 1920]
Querido señor Zweig:
Gracias por su amable carta; me ha dado con ella una gran muestra de afecto. Estoy solo, casi siempre enfermo, y empiezo a envejecer, y en esos casos se experimentan pocas cosas alegres. Comienza la glaciación.
Si viera usted a Ginzkey, salúdelo afectuosamente de mi parte.
Fiel y suyo,
H. HESSE
69. STEFAN ZWEIG A HERMANN HESSE
Salzburgo,
2 de noviembre de 1920
Querido Hermann Hesse:
En alguna ocasión fue usted un hombre (¿lo es todavía?) para el que un buen libro constituía una alegría para varios días. Yo, que estoy aquí encerrado entre el jardín y la casa,[218] he desarrollado un nuevo amor por estas mariposas de la habitación, esas cosas coloridas, tranquilas y sin palabras; de modo que puede usted ponderar la alegría que sentí cuando recibí ayer su Wanderung [Peregrinación][219] un libro en el que, ya desde el mismo exterior, se ha alcanzado una armonía a la que muy raras veces se llega.
Y luego, cuando uno lo ha abierto y se ha sumergido en él, cuán maravillosamente agasajado se siente. Está usted hoy, Hermann Hesse, en una hora magnífica. Habla con tal desparpajo desde el sentimiento como sólo es capaz de hacerlo un hombre libre, alguien que ha apartado de sí esos «peores enemigos del hombre», el miedo y la esperanza, alguien que no tiene necesidad de rendir cuentas ante sí mismo y que sólo vive en ese sentido último tan parecido al original, al sentido meramente vegetativo. Créame que para alguien como yo, que ha seguido año tras año cada uno de sus pasos, representa un enorme placer sentir que ha dado usted de pronto un salto que le ha llevado desde su antiguo y pequeño universo hasta el mundo eterno. Sólo alguien como yo, que ha permanecido dos décadas inquieto, en eterna peregrinación, sabe toda la voluptuosidad que encierra vivir «en el aire», como dice Beethoven, amigo del azar y del encuentro eterno.
En aquella ocasión en que me envió usted aquella triste tarjeta, tuve intenciones de escribirle unas palabras para animarle. Pero usted no las necesita, usted podrá recuperarse por sí solo. Lo único que deseo repetirle es esto: deje que alguna vez los vientos le traigan hasta nosotros, hasta este hermoso mundo de Salzburgo. Aquí puede vivir también con libertad y sin quejas, mucho más barato incluso que en Suiza. También hay aquí algunas personas que encenderían velas en una pequeña ceremonia por su presencia.
Vivo aquí con tranquilidad, trabajo. Pero en primavera partiré a Italia[220] por cuatro semanas: tal vez entonces nuestros caminos se crucen.
Con muchos saludos, su fiel y devoto
STEFAN ZWEIG
70. HERMANN HESSE A STEFAN ZWEIG
Locarno, 10 de noviembre de 1920
Querido señor Zweig:
Su amable y hermosa carta me sorprende estando en cama. Yazgo enfermo en la casa de un amigo médico de Locarno,[221] dado que no encontré atención médica en Montagnola, pero ya estoy un poco mejor. Sus saludos me proporcionaron una gran alegría; pienso a menudo en usted y me sé unido a su persona. Si en algún otro momento vivo una época en la que tenga deseos de viajar, cuando se desvanezca mi terror a las oficinas de pasaportes, iré de nuevo a Salzburgo.[222] Tampoco está tan lejos. ¡Salude a los amigos!
Afectuosamente, suyo,
H. HESSE
STEFAN ZWEIG, «TRES MAESTROS (BALZAC, DICKENS, DOSTOIEVSKI)»
Hermann Hesse
Un libro exquisito, a pesar de cierta tendencia a lo literario y también a lo retórico. Stefan Zweig, ese hombre de fino olfato, describe en un ensayo, hermoso por su forma, las figuras de los tres grandes poetas románticos del siglo pasado: Balzac, Dickens y Dostoievski. Balzac, el poeta de la Francia pos-napoleónica, el poeta de la ambición, de las ansias de poder insatisfechas, del arribismo. Dickens, el idílico de la Inglaterra harta, el entusiasta de lo pequeño, lo cotidiano, lo menudo.
Y Dostoievski, el insaciable, para el que el mundo no significa nada, para el que el sentimiento de la vida significa todo, que prefiere el amado tormento a la saciedad, el desmedido y volcado únicamente hacia su interior, para quien toda realidad se convierte en fantasmagoría, todo sufrimiento en un himno a la vida. Particularmente el trabajo sobre Dostoievski, con mucho el más amplio del libro, ahonda en las profundidades y se convierte en una hazaña creativa.
De Vivos voco,
Berna y Leipzig, noviembre de 1920
STEFAN ZWEIG, «ROMAIN ROLLAND»
Hermann Hesse
Es la primera biografía alemana sobre Rolland, y está escrita por Stefan Zweig, quien conoce al poeta desde hace mucho tiempo, quien, en los años de la guerra, estuvo a menudo muy cerca de él y se declaró públicamente partidario, en varias ocasiones, del ideal pacifista de Rolland: por lo que este libro llega en el momento justo. Si bien todavía no es posible emitir un juicio definitivo sobre el poeta Rolland, sobre el hombre Rolland, en cambio, sobre su figura espiritual y su significado para esta época, el autor, Stefan Zweig, ha dicho en este hermoso libro palabras que perdurarán. La obra ha surgido a partir de un amor y un respeto que refulge en muchas de sus páginas, y lo hace de un modo conmovedor y dominante. Yo también puedo apoyar esa afinidad, ya que la figura de Rolland fue igualmente para mí, durante la guerra, una consoladora garantía para la persistencia del pensamiento europeo; también a mí me facilitaron la subsistencia espiritual, en algunos días sin esperanza de aquellos terribles años, el testimonio, la aprobación y la mera presencia de este valiente y solitario testigo. A muchos les sucedió algo parecido. En el libro de Zweig se muestra de una manera concluyente cómo la vida y el destino íntimo de Rolland apuntaban durante la guerra hacia esa posición solitaria pero influyente en los cuatro puntos cardinales.
De Wissen und Leben,
Zúrich, 15 de junio de 1921
STEFAN ZWEIG, «MARCELINE DESBORDES-VALMORE RETRATO DE LA VIDA DE UNA POETISA»
Hermann Hesse
La poetisa francesa Desbordes-Valmore era hasta ahora, por lo menos hasta donde sé, una total desconocida en Alemania. Nació en 1786 y murió en 1859, y su vida, en gran parte, se compuso de miseria, peregrinación y pobreza de comediante. En medio de una vida de estrecheces, esta mujer delicada y magníficamente valiente no perdió la fe jamás, amó por encima del círculo de su vida personal, fue compasiva y repartió consuelo con bondad maternal; familiarizada ella misma con todo sufrimiento, aprendió a transfigurar ese pesar. Y en la miseria de sus pobres pisos alquilados, entre las penurias de dinero, las preocupaciones familiares, las labores domésticas y el teatro, se consoló a sí misma y acunó sus lamentos en versos maravillosos y sencillos, salidos del corazón. En Francia, en su época, era bien conocida, Sainte-Beuve, Baudelaire y Balzac llamaron la atención del mundo sobre esta poeta. Y ahora Stefan Zweig les narra por primera vez a los lectores alemanes esta notable vida. Su hermosa biografía va acompañada de una selección de sus poemas, traducidos en versión libre por Gisela Etzel, así como de una abundante selección de cartas de la poeta. Es conmovedor y emocionante leer este libro, y los versos de esta mujer (por suerte muchos de ellos aparecen también en su versión original) resuenan en nosotros no como una bella literatura, sino como una naturaleza hermosa e íntima.
De Vivos voco,
Leipzig, febrero de 1922
71. STEFAN ZWEIG A HERMANN HESSE
Salzburgo
[hacia el otoño de 1922]
Querido señor Hesse:
Esta vez sólo pretendía pedirle disculpas por haberle hecho llegar mi nuevo libro, Amok,[223] directamente a través de la editorial: los paquetes para Austria tardan catorce días, antes de pasar por todas esas instancias que los retrasan, como la aduana o las oficinas de exportación, y el envío más reciente de cosas a Suiza es otra vez una calamidad. Por eso se lo hice llegar directamente a través de la editorial Insel, pero quisiera que sienta que está pensado personalmente para usted. Tengo la sensación de que algunas cosas en él le resultarán comprensibles y cercanas. Sin pretensiones de vanagloriarme, siento que en muchas ocasiones recorremos interiormente caminos muy próximos, que a los dos esta época nos ha estremecido de igual modo, y que hemos sido empujados hacia un camino interior que a algunos les parecerá tal vez demasiado apartado, como una huida, mientras que nosotros sabemos que es, precisamente, un intento por llegar a lo esencial.
Me parece admirable la frecuencia y la claridad con la que usted, con esa plasticidad que le es innata, expresa lo que a mí me conmueve en medio de mi propia confusión. Sólo que usted es mucho más concentrado, tal vez porque sus sufrimientos han sido mayores, y por los años que lleva de ventaja.[224] Pronto hará veinte años que sigo su camino, ese camino que, por muy duro que a usted le parezca, es maravillosamente hermoso. ¡Cuán lejana parece ahora la distancia entre obras en apariencia tan maduras como Camenzind y El último verano de Klingsor! Usted no se dará cuenta tan plenamente, porque, en su sentimiento, incluye (¡de un modo inconsciente!) el precio que ha tenido que pagar al destino por esa depuración, mientras que nosotros, sus amigos, sólo sentimos el mero peso del valor y cómo cada cosa nueva presiona un poco más el cascarón. No permita usted, por ello, que las horas se le oscurezcan en su soledad, en ese exilio que usted mismo ha escogido, unas horas cuyo reflejo en el espíritu, en la imagen poética, nos hace tan felices. Y recupere otra vez un hábito de su juventud: ¡el de peregrinar! Ello renueva al hombre desde abajo. Tres semanas en Italia el año pasado, una semana en París, una semana junto al mar en la primavera y en el verano, me han liberado este año, una vez más, de todo lo que amenazaba con sepultarme, y me he jurado no quedarme quieto nunca más por mucho tiempo, mientras las piernas me soporten. Al único sitio que no pude ir fue a Lugano, en parte por consideración a la familia (mi anciano padre,[225] que estaba muy enfermo por esa época, se hallaba solo en Viena), en parte por miedo a las multitudes y a mi cansancio creciente cuando estoy entre mucha gente. Pero usted, querido y admirado Hermann Hesse, no desaprenda lo que es el mundo: venga alguna vez a vernos, siempre tenemos lista una habitación para usted si decide pasar por aquí; en todas partes hay gente esperándole para darle las gracias, en todas partes le aguarda el viejo mundo para entregar algo de su eterna juventud.
¡Acepte esto a modo de gratitud por su saludo! ¡Le recordamos muy a menudo, siempre con un profundo cariño! Muy fielmente, suyo,
STEFAN ZWEIG
72. HERMANN HESSE A STEFAN ZWEIG
De viaje, 27 de noviembre de 1922
Querido Stefan Zweig:
Su amable carta me ha encontrado enfermo, internado en el balneario de Degersheim, en Toggenburg,[226] donde se me han echado encima con ayunos y métodos para sudar, con una auténtica cura de caballos que he soportado durante cinco semanas; ahora, sin embargo, me siento frágil, y estoy en el viaje de regreso al Tesino, lentamente, donde iré a visitar a dos de mis hijos y a algunos amigos.
Me ha escrito usted una carta muy amable, por la cual le estoy agradecido.
Ahora recibirá usted un libro mío,[227] cuyos tres últimos capítulos le mostrarán con claridad el último tramo de mi peregrinación interior. ¡Acójalo como un gesto de fraternidad! Ya cuando leí su leyenda del juez justo[228] me pareció que ésta estaba emparentada un poco con mi Siddhartha. Mi santo viste un atuendo indio, y su sabiduría está más próxima a la de Lao Tsé que a la de Gotama. Lao Tsé se ha puesto ahora muy de moda en nuestra buena y pobre Alemania, pero casi todos lo ven en realidad como una paradoja, mientras que su pensamiento, precisamente, no es paradójico, sino rigurosamente bipolar, de modo que tiene una dimensión más. Y yo bebo con frecuencia de esa fuente.
Desde su primera visita a Gaienhofen se nos han ido acumulando todo tipo de vivencias que nos unen, y yo suelo mecerme de vez en cuando, con placer y gratitud, sobre ese puente colgante, y entonces pienso en usted con un sentimiento de amistad. Salúdeme a su querida esposa de mi parte. Afectuosamente, suyo,
H. HESSE
73. STEFAN ZWEIG A HERMANN HESSE
Salzburgo,
13 de diciembre de 1922
Querido Hermann Hesse:
¡Llegue hasta su plácido mundo mi profunda gratitud por sus amables palabras! También yo siento, cuando miro en retrospectiva todos estos años, que entre nosotros hay una curiosa andadura conjunta en la lejanía. No es casualidad que, hace ya más de veinte años, hayamos comenzado con esa afinidad en la poesía y luego hayamos coincidido una y otra vez en cuestiones decisivas como las de la guerra o Rolland; que ambos, al mismo tiempo, hayamos, a través de una leyenda del mundo indio, introducido variaciones en unos conocimientos similares. Intuyo con exactitud que eso no es fruto del azar, sino que obra en ello un destino, que son algunas de esas misteriosas similitudes por las cuales me gusta tan infinitamente una obra como Klingsor. Quizás usted, al mismo tiempo, podrá leer en mi nueva novela corta, Amok—que espero le hayan enviado de la editorial Insel; y de no ser así, le ruego me lo comunique—, algunas cosas que permanecen oscuras o cerradas para los demás. Precisamente en estos días me he sentado para escribir un resumen acerca de sus últimos libros[229] —tal vez no saldrá sin que roce lo personal, pues en la actualidad ya no me parece correcto hablar desde lo alto, desde una cátedra literaria imaginaria; tengo que tratar un asunto en la medida en que lo hago mío, de lo contrario no me interesa—. Espero poder concluir en estos días el ensayo, que pronto le mostrará en qué medida veo reflejado en sus obras su propia metamorfosis.
La mayoría de los narradores y prosistas de Alemania en la actualidad escriben, para mi sentir, muchas cosas intrascendentes (si bien lo hacen de forma magistral), cosas que se caracterizan por la carencia de valor en la psicología, y toda esa problemática me parece, en aquéllos, orientada hacia el azar, mientras que, en su caso, siento con mucha fuerza ese movimiento penetrante hacia lo central, hacia el nervio de la existencia.
Querido Hermann Hesse, me han alegrado mucho sus palabras. Antes, cuando éramos jóvenes y no pesaban sobre nuestros hombros la carga de la correspondencia ni la agencia del llamado éxito, nos enviábamos alguna que otra hoja de papel de tiempo en tiempo. No permitamos que se pierda esa buena costumbre de antaño y, sobre todo, déjese usted ver alguna vez. Sabe, porque ya se lo dije en una ocasión, que aquí le esperamos con hospitalidad, y tengo ahora la sensación, más cierta que nunca, que nos sentiremos muy a gusto estando juntos.
Reciba un afectuosísimo saludo de su
STEFAN ZWEIG
EL CAMINO DE HERMANN HESSE
Stefan Zweig
Toda altura alcanzada es siempre el retorno de un comienzo: es por eso, precisamente, que el artista famoso y querido por todos permanece encerrado en una especie de anonimato, de un modo similar —o incluso más— que el desconocido; vive encostrado, petrificado dentro del concepto llano y manejable que el mundo se ha creado de su singularidad, y sus transformaciones y metamorfosis más profundas se hunden bajo esa superficie de un modo igual de misterioso e imperceptible para los otros. La opinión pública clava siempre la vista, únicamente, en la sombra que ha arrojado sobre el mundo el esplendor temprano del primer éxito de sus poetas, y durante mucho tiempo no se da cuenta de que, entretanto, el hombre vivo —que anda cuesta arriba o cuesta abajo— ha abandonado su antiguo molde. Uno de esos ejemplos contemporáneos de mirada imprecisa me parece encontrarse en la valoración que se hace de Hermann Hesse, cuya notable, asombrosa y significativa transformación y profundización de su esencia poética ha permanecido casi inadvertida debido a la popularidad generalizada, amplia y satisfecha, calentada incluso en el ámbito de un público hogareño. Sin embargo, no conozco en la literatura alemana de los últimos tiempos un camino más singular de desarrollo interior que el suyo, un camino con todas sus sinuosidades, pero recto a fin de cuentas.
Hermann Hesse comenzó a escribir hará ahora unos veinte o veinticinco años, y comenzó como lo hace el hijo de un pastor de Wurtemberg: con versos, versos muy suaves y añorantes. Por entonces trabajaba como ayudante de librero en Basilea, era tremendamente pobre y estaba solo. Pero, como siempre sucede con los poetas anhelantes, cuanto más amarga es la vida, más dulces son su música y sus sueños. Todavía hoy me sé de memoria algunos de aquellos poemas (que a mí, el más joven, me cautivaron por su tono sedoso, por la delicadeza del sonido), y todavía hoy me parecen excepcionalmente hermosos, todavía hoy siento el aliento puro de un poema como éste, titulado «Elisabeth»:
Como una blanca nube
en el alto cielo,
así de blanca, bella y distante,
eres tú, Elisabeth.
La nube pasa y se marcha,
sin que apenas la percibas,
y a través de tus sueños
penetra en la oscura noche.
Pasa con tan argénteo brillo,
que luego, sin descanso,
sientes la dulce nostalgia
de esa nube blanca.
No había ningún tono nuevo en esos poemas, como sí los había, por ejemplo, en aquellos del joven Hofmannsthal o de Rilke, que coronaban las bóvedas del lenguaje lírico por la misma época, llenándolas de sonidos; era el mismo bosque romántico alemán de antaño, en el que sonaban los cornos de Eichendorff y resonaba sobre las praderas la dulce chirimía de Mörike. Sin embargo, en ese tono de añoranza vibraba una pureza notable que hizo que entones algunas personas aguzaran el oído. Entretanto, aquel hombre vehemente se había escapado de la tienda de libros, vagó por las calles como un nómada y bajó hasta Italia; escribía en algunas ocasiones, uno o dos libros de los que apenas nadie tomó nota. Y de repente, en cuanto la Neue Rundschau y la editorial S. Fischer publicaron su primera novela, Peter Camenzind, el joven se hizo famoso. Exactamente lo mismo que en un principio nos conmovió tanto de sus poemas a unos pocos jóvenes, conmovía ahora, con fuerza arrolladora, a un círculo mucho más amplio: la profundidad, la pureza de esa añoranza, la prosa sonora, educada con Gottfried Keller, y —esto hay que decirlo para explicar la gran amplitud del éxito— cierta germanidad en el sentimiento, un brío suave en la sensibilidad, la cautelosa sordina de todas las pasiones, esa manera del sentimiento alemán que se expresa en los cuadros de Hans Thoma, como aquél en el que un adolescente está sentado con un violín a la luz de la luna, aquellos cuadros de sentimiento puro y tonos delicados que fascinan tanto a los jóvenes y que luego, a pesar de todo el respeto, le parecen a uno, de algún modo, tenuemente vergonzosos. También sus novelas siguientes, Bajo la rueda y Rosshalde, así como algunas novelas cortas, conservaron esa pureza suave y se hicieron muy populares: se las puede calificar, con justicia, como el noble prototipo del arte narrativo germano-burgués.
Entonces hubiese podido creerse que con ello quedaría satisfecha la añoranza del peregrino; entonces el otrora pobre ayudante de librero estaba asentado en su casa junto al lago de Constanza, tenía una mujer y dos luminosos hijos a su lado, un jardín, un bote, una cifra escandalosa de ediciones y una celebridad literaria y burguesa muy extensa. Podía, pues, vivir plácidamente y bien. Pero, hecho llamativo, cuanto más lo colmaba el exterior, cuanto más sosiego acudía a él, tantas más cosas se inflamaban, se desataban y movían en el interior de este hombre curioso. Y poco a poco aquella añoranza, otrora pálida, tan alemana y sentimental, se fue transformando en una inquietud humana, demasiado humana, una conmoción impaciente y buscadora de todo el ser. Por algunos pequeños síntomas se notó primero que ese hombre no reposaba en sí mismo, en su éxito, que quería siempre otra cosa, algo más esencial, que él —para emplear el genial diagnóstico de Goethe sobre el hombre de espíritu genuinamente poético— era de aquellos que tienen una pubertad repetida, un recomienzo eterno de la juventud. Eso lo sacó de nuevo de la sólida casa y lo llevó de viaje otra vez, lo atrajo hasta la India; luego, de repente, empezó a pintar, a practicar la filosofía, incluso una especie de ascetismo; poco a poco la inquietud, la voluntad de transformación a partir de un elemento meramente poético y anímico, se convirtió en una disposición del alma, en una emoción dolorosa y profunda del hombre en su conjunto.
En sus obras, sin embargo, esa transformación no se reveló de forma tan inmediata. Los hermosos volúmenes de novelas cortas de aquellos años de tránsito forman parte, ciertamente, de la prosa narrativa más pura, y Knulp, ese solitario rezagado de un universo romántico, me parece un imperecedero fragmento de esa pequeña Alemania, un cuadro de Spitzweg que, al mismo tiempo, está lleno de una música pura, como una canción popular. Sin embargo, para mi gusto personal, en todas aquellas novelas cortas de Hermann Hesse, tan justamente populares, hay siempre cierta cautela comedida, una consideración sentimental que, con su música y su lirismo, se desentiende del problema allí donde éste es más caliente, más quemante e hirviente; yo no sabría expresarlo de otra manera. No es que él, como la mayoría de los grandes poetas alemanes, falsifique las cosas, ni que, de un modo consciente, describa a sus personajes dotándolos de una psicología fraudulenta, porque eso tampoco lo hace jamás ninguno de los románticos, ni Stifter, ni Storm. Lo único que hacen estos, últimos es no decir la verdad completa, se evaden y apartan allí donde la realidad les parece sensual y, por lo tanto, ya no tan poética. Y ese gesto cobarde de volver la cabeza (o, para decirlo de un modo más respetuoso: ese púdico gesto de volver la cabeza), ese reconocimiento que, al mismo tiempo, no quiere ver, no hace sino restar valor a la mayoría de las novelas cortas de Hermann Hesse escritas en aquellos años, al igual que disminuía otras novelas cortas de Stifter y de Storm, y es que a estos escritores les falta esa voluntad resuelta y decidida para acorralar la realidad y acorralarse a sí mismos, en lugar de envolverla en un velo romántico en el último instante. En la persona se presentía ya al hombre entero, en los libros se presiente aún el eco del adolescente que no se atrevía a ver el mundo de otro modo que no fuera romántico, poético.
Entonces vino la guerra —y a uno se le quema la boca al atribuirle a esta última algún mérito—, la cual, debido a la excesiva presión reinante en la atmósfera, exprimió lo decisivo de tanta gente, y fue ella también la que promovió en Hermann Hesse esa brecha interior. Toda la vida del autor se volvió un caos entonces: hacía tiempo que había perdido ya su luminosa casa, el matrimonio había terminado, los hijos estaban lejos; solo, en medio de un mundo que se derrumbaba, rechazado con violencia en su desmembrada y romántica fe en Alemania y Europa, Hesse, como un desconocido, como un principiante, tuvo que poner de nuevo manos a la obra. Y a partir de una espléndida intuición de esa profunda roturación de su esencia, de la total renovación de su destino, de un nuevo comienzo de la vida, Hermann Hesse hizo entonces algo que no se había atrevido a hacer desde hacía mucho tiempo ningún poeta de rango en Alemania (algo que cualquiera debería intentar en su vida por lo menos una vez): publicó la primera obra de su nueva etapa no con el estandarte seguro de su nombre, sino que la lanzó al mundo con el más estricto anonimato de un seudónimo insignificante. De repente, la novela de un desconocido Emil Sinclair comenzó a levantar cierto revuelo en los círculos literarios: Demian se titulaba aquel libro notablemente oscuro y profundo, que contaba la historia de una juventud de una manera curiosamente ramificada que se adentraba hasta las mismas tinieblas del alma. Cuando lo leí, pensé en Hesse, pero sin sospechar que él pudiera ser el autor: a mí el tal Sinclair me parecía un vástago de la misma especie, un joven que había leído mucho a Hesse, pero que lo superaba con creces en el conocimiento del alma, en una sinceridad bastante poco frecuente. Porque allí estaba ausente del todo ese carácter elusivo, ese tono vacilante en la psicología; por el contrario, había en ese libro un sentido aumentado que iba perforando el elemento misterioso de la vida con un espíritu más que despierto; las acuarelas de las vivencias del alma, que antes pasaban con mano temblorosa y trazos delicados por encima de los destinos oscuros, habían cedido el paso aquí a unas tonalidades sensuales y cálidas. Y mi asombro se volvió respeto cuando, dos años más tarde, supe que Emil Sinclair era Hermann Hesse, pero un nuevo Hermann Hesse que había llegado hasta su propia esencia, el Hermann Hesse real, el hombre, no el soñador.
Ese límite es hoy absolutamente nítido, y desciende hasta las raíces más recónditas de su esencia, No es que la problemática del otrora tan delicado observador se haya convertido en algo distinto que penetra hasta lo más profundo y que absorbe lo oscuro dentro de sí; no es que una tormenta interior se haya llevado con un soplo, y por completo, el aliento, sentimental de la boca del hombre que habla; sólo que ahora una mirada distinta y más sabia lo domina todo: lo inconcebible, la contemplación, la pupila. El misterio ronda desde siempre el invisible avance de un artista hacia sí mismo, y eso es algo que las palabras no pueden expresar. En el caso de los pintores es más obvio, uno puede ver de forma sensorial cómo aflora en ellos, de repente —por ejemplo, después de un viaje a Italia o cuando han contemplado por primera vez a un nuevo maestro de la pintura—, el misterio de la luz, del aire, del color; entonces puede apreciarse cómo comienza una nueva fase de su arte. En el caso de los poetas, esa transformación es menos palpable, sólo el nervio puede sentirla. Ahora, cuando Hesse describe un árbol, un ser humano, un paisaje, no me siento en condiciones de explicar por qué su mirada y su tono son distintos, más plenos, más sonoros, más claros; no soy capaz de decir por qué todas las cosas son un grado más auténticas y están más próximas a lo que son en sí mismas. Pero léanse aquellos libros completamente fortuitos, posteriores al Sinclairs Notizbuch [Cuaderno de apuntes de Sinclair] (publicado por la editorial Rascher & Co., de Zúrich), y el texto Wanderung [Peregrinación], estos últimos ilustrados con acuarelas propias, y compárense con aquellas descripciones poéticas juveniles. Aquí todo es savia y fuerza en el lenguaje, y cuenta con esa economía que sólo puede permitirse la abundancia; todavía ondula en el autor la antigua inquietud, sólo que ahora lo hace con un oleaje más profundo. Pero lo más maduro, lo más rico y singular que nos ha dado hasta ahora este nuevo Hesse es su novela corta El último verano de Klingsor, que en mi opinión, y según una valoración consciente, es una de las obras más significativas de la nueva prosa. En ella se ha alcanzado una transformación muy poco frecuente: la mirada se ha vuelto mágica, consigue, a partir de la propia fuerza de su alma, crear un resplandor titilante y fosforescente aun en aquellas zonas oscuras, un resplandor que ilumina el misterio de las fuerzas concomitantes. Nada abarca más amplia y tibiamente todo que esa luz centelleante y concentrada, para ella la vida se vuelve fatal y demoniaca, una atmósfera eléctrica que se crea una iluminación abismal a partir de sus propias fuerzas. En el cuadro vital del pintor Klingsor; los colores de Van Gogh han sido transformados en una nueva composición en prosa, y nada muestra con mayor claridad el camino que ha transitado Hermann Hesse: desde Hans Thoma, ese poeta-pintor de la Selva Negra, el hombre idealista y de trazos llanos, hasta esa magia poseída de los colores, hasta la disputa eternamente apasionada entre la oscuridad y la luz. Y cuanto más inabarcable, múltiple y misterioso, tanto más mágica, confusa y difuminada es la manera en la que el autor siente el mundo, con tanta mayor seguridad y claridad se yergue dentro de sí mismo el hombre que conoce. La notable pureza de la prosa, la maestría de la expresión de esos estados inefables le otorgan a Hermann Hesse una categoría muy particular en el marco de la poesía alemana, esa que, por lo general, intenta describir y reflejar lo más poderoso a través únicamente de formas o no-formas caóticas, a través del grito y del éxtasis.
La última obra de Hesse también está pletórica de esa economía: se trata de su poema indio Siddhartha. Hasta ahora, Hesse, en sus libros, siempre había lanzado al mundo preguntas anhelantes a través de si mismo; aquí, sin embargo, intenta responder por primera vez. Su parábola no es altanera ni tiene pretensiones sabias ni aleccionadoras, reposa en una contemplación que respira con tranquilidad: jamás su estilo fue más claro, transparente y despreocupado que en esta casi objetiva descripción de los senderos espirituales de un hombre que se va aproximando a sí mismo, escindido entre la fe y el descreimiento. Después de aquellas oscuras melancolías, de las púrpuras desgarraduras del libro de Klingsor, aquí la inquietud pasa a ser una suerte de reposo: parece haberse alcanzado en ella un peldaño desde el cual puede tenerse una amplia perspectiva del mundo. Sin embargo, uno presiente que ése todavía no es el último. Porque lo esencial de la vida no es su reposo, sino su movilidad. Quien desee aproximarse a esa esencia tiene que insistir en una eterna peregrinación del espíritu, en una eterna inquietud del corazón; cada paso de esa peregrinación es, al mismo tiempo, un acercamiento a uno mismo. Pocas veces, salvo con Hermann Hesse, he sentido con mayor fuerza esto en un poeta contemporáneo en el ámbito de nuestra literatura alemana. Aunque originalmente, en efecto, Hesse es menos talentoso que otros en términos de creatividad, y está, además, gracias a una pasión innata, menos embebido de lo demoníaco de la existencia, poco a poco ha ido acercándose a sí mismo a través de esa profunda inquietud, ha ido penetrando cada vez más en lo hondo del mundo verdadero, y lo ha conseguido más que todos sus compañeros de juventud, lo ha hecho más allá de su propia fama, de la popularidad general de la que goza: todavía es imposible delimitar su esfera, mucho menos sus posibilidades definitivas. Pero sí que hay una cosa cierta: toda obra poética que sale hoy de la pluma de Hermann Hesse, después de esa metamorfosis interior al mismo tiempo tan abnegada y perseverante, tiene la pretensión de una validez moral extrema y cuenta también con nuestro amor. Y algo más que es cierto: a pesar de la admiración por todo lo ya hecho, se puede, y se debe, poner en este hombre de algo más de cuarenta años las mismas expectativas que mostramos ante un principiante.
De Neue Freie Presse,
Viena, 6 de febrero de 1923
74. HERMANN HESSE A STEFAN ZWEIG
Montagnola,
10 de febrero de 1923
Querido señor Stefan Zweig:
Como consuelo para una nevada repentina, que vino ayer a cubrir de nuevo nuestra primavera en ciernes, me llegó su ensayo, que leí esta mañana en la cama, y ahora me dispongo a darle las gracias y a expresarle la sincera alegría por la sagacidad, la sensibilidad y el esmero que muestra ese texto. Yo veo algunos detalles de un modo diferente; por ejemplo, no pienso que Rosshalde sea un libro de la misma índole que Bajo la rueda, etcétera, sino que marca claramente y con énfasis un punto medio, ese punto de la contención y la reflexión, al que le siguen Märchen [Cuento de hadas],[230] el primer despertar, y Demian,[231] la primera obra esencialmente distinta. Pero nada de eso tiene importancia, y sólo lo digo para demostrarle que he leído su ensayo con atención.
Desde mi punto de vista, mi camino sería el siguiente: en la temprana juventud, debido a una obstinación contra la casa paterna, no conseguí desarrollarme dentro del mundo religioso-espiritual en el que crecí; es decir, no logré convertirme en un cristiano a mi manera, sin que ello significase la pérdida de mi propia personalidad. Ante tal situación, era fácil convertirse en poeta; por eso, durante muchos años, la poesía fue para mí un paraíso en el que jamás dejaba entrar del todo los conflictos de mi vida personal y espiritual. Desde muy temprano me dediqué a los estudios sobre la India, a los métodos de vida indios, y encontré mi religión dentro del lenguaje de imágenes de la India y de China; es decir, di con la religión que me parecía echar en falta en Europa. Que ella aparezca aún en Siddhartha bajo el ropaje hindú no significa que todavía me resulte importante lo hindú que hay en ese libro; sin embargo, sólo cuando ese elemento hindú empezó a dejar de ser importante para mí, se me hizo posible describirlo, del mismo modo que siempre me parecen descriptibles aquellos elementos de la vida que me dicen adiós y se alejan de mí.
Esto está mal formulado y, por supuesto, sólo queda dicho entre nosotros.
Reciba mis saludos en su querida Salzburgo; me alegra saber que está usted allí, es una idea que me resulta agradable. Montagnola sigue prestándome un servicio, y por ahora no parece que nada vaya a cambiar. Pero ¡quién puede saberlo!
Le saluda afectuosamente, con la lealtad de siempre, este servidor,
H. HESSE
75. STEFAN ZWEIG A HERMANN HESSE
Salzburgo,
21 de febrero de 1923
Querido Hermann Hesse:
Muchas gracias por su amable carta. Si le he proporcionado una alegría, entonces se ha cumplido el propósito inicial. Ahora la Neue Freie Presse me ha solicitado que se ponga usted mismo en contacto con ellos y les haga llegar ocasionalmente algún texto (dicho en privado, ellos aceptan que les envíen trabajos que aparezcan simultáneamente en publicaciones alemanas o de la Bohemia de habla alemana, pero no reimpresiones).
Muy afectuosamente, suyo,
STEFAN ZWEIG
76. HERMANN HESSE A STEFAN ZWEIG
Zúrich, 14 de marzo de 1923
Querido Stefan Zweig:
Su libro Amok es hermoso, hay muchas cosas en él que me han conmovido muy de cerca, y por eso lo releo una y otra vez.
Le agradezco también su tarjeta, pero no me apetecería trabajar con la Neue Freie Presse.
Los ciruelos comienzan a florecer; yo, en cambio, padezco muchos dolores y pronto tendré que someterme a una nueva cura.[232]
Le saluda afectuosamente este servidor,
H. HESSE
77. STEFAN ZWEIG A HERMANN HESSE
[Friburgo, 20 de febrero de 1925]
Querido Hermann Hesse:
¡Tan cerca de usted, a quien tanto desearía volver a ver! ¡Pero espero que eso suceda pronto!
Su fiel servidor,
STEFAN ZWEIG
Espero poder visitarle pronto. ¡Hasta la vista!
Suyo,
PHILIPP WITKOP[233]
Mis saludos más devotos,
W. MOMBER[234]
Y para acabar, uno que sí irá a verle con toda seguridad, y muy pronto,
EMIL RONIGER[235]
78. STEFAN ZWEIG A HERMANN HESSE
Salzburgo, 14 de mayo de 1925
Querido señor Hesse:
Tengo que escribirle algunas líneas acerca de su libro sobre el balneario en Baden,[236] que me llegó ayer y que leí de inmediato. Permítame ser inmodesto por dos minutos y, por mor de nuestra antigua relación, decirle algo que resulta casi altanero: creo que existen pocas personas que sientan de un modo más íntimo lo que a usted le importa en realidad. Para mí está muy claro el camino que conduce desde Demian hasta Klingsor, Siddhartha y ahora hasta este libro, y eso tal vez se deba a que yo mismo tengo cada vez una mayor proclividad a la pasión por la psicología y a la autenticidad. Percibo muy claramente cómo ha pasado usted desde el nivel superficial de ese elemento juvenil todavía sentimental (Peter Camenzind), y ha ido bajando, de un modo inexorable, a regiones más profundas, hasta llegar a su verdadera esencia; lo que me parece otra vez maravilloso en este nuevo libro es la manera en que usted, a través de la poesía, haciendo incluso uso de un ligero humor, ha sabido soltar lo doloroso y, en cierto sentido, el lado científico del diagnóstico.
Nos conocemos mutuamente, querido Hermann Hesse, y esto desde hace tiempo, el suficiente como para que tenga yo ahora que untarle la boca con miel, de modo que podrá usted creerme cuando le digo que he recibido este libro con un goce inaudito y una satisfacción verdaderamente fraternal. Es, por cierto, un placer especial ver cómo usted, por obra y gracia del azar, ha rozado una esfera emparentada con la de Thomas Mann (el particular estado del alma de un enfermo en un sanatorio); sin embargo, su libro libera, mientras que el de Mann deprime. En fin, que me he sentido muy próximo a usted y sería un verdadero holgazán si no le escribiera por lo menos unas líneas para decírselo. Yo también le he enviado un libro mío, Der Kampf mit dem Dämon [La lucha contra el demonio],[237] el cual, espero, lleve ya varios días en sus manos. Pero no por eso necesita usted decirme nada sobre él, salvo, quizá, si aún no lo hubiese recibido; en ese caso infórmeme de ello con unas breves palabras para hacer que se lo vuelvan a enviar.
Que le vaya bien, querido y muy estimado Hermann Hesse; si no me equivoco del todo, nos queda un año para cumplir el primer cuarto de siglo desde aquel momento en el que intercambiamos nuestro primer saludo. ¡Con tanta mayor satisfacción pasamos ahora a ese segundo cuarto de siglo! Su fiel servidor,
STEFAN ZWEIG
79. HERMANN HESSE A STEFAN ZWEIG
Montagnola, 17 de mayo de 1925
Querido señor Zweig:
Reciba usted mi gratitud por su amable carta, con la cual me ha deparado una alegría. No son muchas las personas, aparte de usted, de quienes haya esperado una palabra de auténtico entendimiento de mi breve libro sobre el balneario, y como nosotros, además del noble instinto de entender, poseemos además el deseo algo sentimental de ser entendidos, me siento muy contento con su amable carta.
He recibido su libro, y le doy las gracias por ello, pero, en vista de que no deseo leerlo de un modo superficial, sólo he podido llegar hasta la parte dedicada a Hölderlin, un fragmento que disfruté y al que le he tomado cariño. He vuelto a pasar este invierno en Basilea, como el anterior,[238] pero no me sentó nada bien, y todavía no sé si repetiré el experimento. Llevo muchos años viviendo en soledad, a menudo he pasado incluso meses sin hablar con nadie, y ahora que de cuando en cuando intento de nuevo ver el mundo y tratar con personas, se pone de manifiesto que tengo una costra a mi alrededor y que huelo a algo que la gente no puede soportar, por lo cual me dejan solo una vez más, de forma rápida y espontánea,[239] aun en los casos en los que yo ni siquiera busque eso. Desde hace algunas semanas estoy de nuevo en mi casa del Tesino, y he retomado mi oficio del verano, la pintura con acuarela. Ello y, en ocasiones, la lectura son las únicas alegrías que me han quedado. Mientras le escribo esto, entra por la ventana el viento, el trueno de una tormenta y el canto de un cuclillo.
Le saluda afectuosamente, suyo,
H. HESSE
80. HERMANN HESSE A STEFAN ZWEIG
[Stuttgart, 1925]
Querido Stefan Zweig:
Su La lucha contra el demonio es un libro muy hermoso, por el cual le doy las gracias ahora una vez más.
Afectuosamente, suyo,
H. HESSE
81. HERMANN HESSE A STEFAN ZWEIG
[29 de mayo de 1925]
Querido señor Stefan Zweig:
Con satisfacción he recibido aquí en mi casa a un compatriota suyo, alguien de su círculo de amigos, y hemos pensado con afecto en usted.
Muchos saludos de este servidor,
H. HESSE
Un afectuoso saludo.
Estamos sentados en un bosque de castaños, delante de una bodega, con vino, pan y queso.
FELIX [BRAUN][240]
82. STEFAN ZWEIG A HERMANN HESSE
[6 de noviembre de 1926]
Mi querido Hermann Hesse:
Puede usted tirar tranquilamente estas pocas líneas si le parecen estúpidas o impertinentes. Sólo quería decirle que sus poemas publicados en el N[eue] R[undschau],[241] después de cierta resistencia inicial, me han conmovido en lo más profundo; por lo general, no me gustan esas confesiones colectivas de los antiguos cristianos, pero aquí el aspecto lírico, gracias a su desenfado, tiene un sonido tan estremecedor, a veces intencionadamente metálico u óseo, que he llegado a sentir un escalofrío. Sin embargo, de un modo casi mágico, me siento muy cercano a usted en muchas vivencias —algo de por sí curioso y que he advertido con suma frecuencia—, he experimentado algunas cosas suyas bajo mi propia piel, en la misma medida en que observaba, entendía y me contemplaba. Sé cómo ahora, en su caso —un hombre que fue demasiado suave durante demasiado tiempo—, el diablo le ronda, sé cómo se ha desgarrado usted la piel delgada y pálida, hasta sacarse sangre, a fin de palpar debajo la carne roja y caliente. Querido Hermann Hesse, en todo este desvaído estercolero de la literatura, le aprecio a usted muchísimo, más que nunca antes, y sólo deseaba decírselo. Tengo la sensación de que si pudiéramos sostener un día una larga charla, nos entenderíamos. Siempre nos hemos entendido, cuando todavía no sabíamos nada; tanto mejor nos entenderemos ahora, que llevamos en el cabello esas primeras canas que soportamos de mala gana. ¡Es una carta estúpida, lo sé! Pero algo tenía que decirle cuando leí aquellos poemas, porque ellos enseguida apelaron a mí. Las palabras son indiferentes. Ojalá sienta usted lo que quiero decir.
Muy afectuosamente, suyo,
STEFAN ZWEIG
Tengo hoy, en el Burgtheater, el estreno de mi versión de Volpone,[242] pero estoy en Salzburgo. Ya no puedo soportar los teatros, me enferman los grandes grupos de personas, me provocan náuseas, como si fuera una mujer embarazada. Eso de la soledad es un arma de doble filo.
83. HERMANN HESSE A STEFAN ZWEIG
Zúrich,
10 de noviembre de 1926
Querido amigo Stefan Zweig:
Aquellos poemas publicados en la Rundschau son una selección tomada de un pequeño ciclo que debe aparecer hacia finales del invierno.[243] Entre las pocas direcciones que he dado para que se envíen ejemplares privados, está también la suya. Ya ve usted que había contado con que me entendiera, de modo que también puede imaginar la alegría que significó para mí la amable carta suya que acaba de llegarme hoy.
Le escribo sin sosiego, en un entorno poco favorable: acabo de llegar aquí para pasar una parte del invierno; estoy sentado entre las maletas a medio deshacer y todavía no he conseguido acostumbrarme de nuevo al ruido de la ciudad. No obstante, no quisiera poner su carta junto a todas aquellas que uno se propone responder más tarde, y por eso me veo obligado a enviarle de inmediato, por lo menos, un breve saludo.
Puedo imaginar que mi problema es, en parte, también el suyo. No se trata del problema del hombre que empieza a envejecer y que tiene que empezar a saborear los difíciles años alrededor de la cincuentena, sino más bien el problema del autor al que su oficio se le ha vuelto dudoso y casi hasta imposible, porque ha perdido el sentido y el suelo bajo sus pies. Desde la guerra, eso ha ido aumentando en mí de manera constante, y los siete años de vida en solitario en mi pueblo del Tesino no lo han hecho más fácil.
En un principio, a partir de esa miseria, y de la enorme dificultad a la hora de crear (cada palabra me produce un tormento), no conozco otra salida que el intento de expresar esa misma miseria, es decir, escribir confesiones, y una parte de esas confesiones son estos poemas. Todavía no sé cuándo me estará permitido escribir de nuevo «objetivamente» y actuar y crear de un modo puro, como artista. El mero propósito de sobrellevar la vida es en principio, a pesar de algunos momentos felices, lo suficientemente difícil.
Estaré de viaje más o menos desde el 22 de noviembre hasta mediados de diciembre, visitando a amigos en Fráncfort y en sus alrededores,[244] ofreciendo lecturas para pagar la gira, también en otros dos sitios, algo que hago en muy raras ocasiones. Por lo demás, pienso vivir todo el invierno en Zúrich, y si viniera usted por aquí en algún momento, me daría una alegría. Sin embargo, le pido que no le diga a nadie más cuál es mi dirección en esta ciudad.[245]
Muchas gracias por su amable aclamación, y reciba un afectuoso saludo de su
H. HESSE
84. HERMANN HESSE A STEFAN ZWEIG
[Baden, 5 de noviembre de 1928]
Querido Stefan Zweig:
Muchas gracias por su discurso sobre Rilke;[246] lo leí con satisfacción e interés. Estoy curándome en un balneario de aguas sulfurosas, y pretendo pasar el invierno en Zúrich (Schanzengraben 31); no regresaré a Montagnola hasta la primavera.
Reciba un afectuoso saludo de su
H. HESSE
85. HERMANN HESSE A STEFAN ZWEIG
[18 de noviembre de 1929]
Querido señor Zweig:
De regreso de un breve viaje a Suabia,[247] enfermo y congelado, me encuentro con el correo de hace catorce días. Y para olvidarlo por un día, cogí su Kleine Chronik [Breve crónica][248] y he permanecido tumbado, leyendo y pensando en usted durante todo esta gris jornada.
¡Muchas gracias por pensar en mí!
Vivo bastante tranquilamente, intentando dificultarle aún más al mundo la tarea de alcanzarme. Pero eso no siempre funciona. El mundo, en la actualidad, está tan diabólicamente a gusto y satisfecho consigo mismo, como si hubiese comenzado de nuevo una «gran época». Pero a veces hay sol y mariposas, y otras veces se siente una dicha plácida mientras se hace música (versos), y hay otras en las que aparece un fructífero rayo salido de alguna máxima de los antiguos chinos.
Le saluda, de todo corazón,
HERMANN HESSE
[Hacia el final del año 1931, Stefan Zweig le envió a Hesse el manuscrito de la bibliografía de sus obras, reunida por Erwin Rieger y Fritz Hünich. Ese libro, que fue publicado en la editorial Insel con motivo del quincuagésimo cumpleaños de Zweig, registraba, entre otras, más de cien traducciones de obras de este autor a otros idiomas, V. K.]
86. STEFAN ZWEIG A HERMANN HESSE
Salzburgo,
9 de diciembre de 1933
Querido Hermann Hesse:
Esta época se ha vuelto tan extraña, y uno mismo se siente tan inseguro de todas las relaciones, que un simple saludo nos hace más felices que antes un exuberante regalo. Por eso su poema[249] fue para mí algo más que un saludo, fue un auténtico deleite. He pensado a menudo en usted, y mi silencio ha comprendido el suyo. Durante meses me he resistido a decir una sola palabra en medio de toda esta locura,[250] aunque han estado tirando de mí tanto desde la derecha como desde la izquierda, y ahora la gente, a través de la publicación de algunas cartas privadas, ha logrado arrastrarme de algún modo por todo este estercolero de la política.[251] Dentro de dos o tres meses, sin embargo, recibirá usted un pequeño libro mío con carácter de confesión. He elegido a Erasmo de Rotterdam como salvador, el hombre del centro y de la razón, que también se vio atrapado entre las ruedas de molino del protestantismo y del catolicismo; como nosotros, que ahora nos encontramos en medio de los grandes movimientos contrapuestos de nuestros días.[252] Fue para mí un pequeño consuelo ver lo mal que le fue, saber que uno no está solo cuando se atormenta, como hombre decente, a la hora de tomar decisiones y resoluciones difíciles, en lugar de acomodarse y salir corriendo en busca de resguardo tras las espaldas de un partido.[253]
Hace dos meses hablé largamente con Rolland acerca de usted. Él le estima mucho y me contagió unas ganas enormes de ir a visitarle, pero estuve seis semanas en Londres y allí, en la Biblioteca del Museo Británico, ¡encontré una soledad mucho más agradable que en cualquier otra parte del mundo europeo!
Con el cariño y la admiración de siempre, su fiel servidor,
STEFAN ZWEIG
87. HERMANN HESSE A STEFAN ZWEIG
[Hacia 1934]
Querido señor Stefan Zweig:
Muchas gracias por su Erasmo, una figura que siempre me gustó; de todos los humanistas, los que más estimo son él y Tom[ás] Moro. También me satisface la belleza del libro en su exterior. ¡Espero que le haya llegado el pequeño regalo que le envié en reciprocidad!
Le saluda y le recuerda con afecto, un servidor,
H. HESSE
88. STEFAN ZWEIG A HERMANN HESSE
A bordo del «SS Manhattan»,
30 de enero de 1935[254]
Querido Hermann Hesse:
He estado viajando un poco por Estados Unidos: ahora que el mundo se tambalea, hace uno bien en contemplarlo de nuevo desde todos sus lados. El viaje ha sido magnífico, agotador y consolador a la vez, pero, por suerte, ahora en el barco se puede disfrutar de tranquilidad y de tiempo. Y es cuando me he acordado de una deuda moral. Porque pocas veces una obra poética y de pensamiento me ha conmovido tanto como su Das Glasperlenspiel [El juego de abalorios],[255] y quería decírselo, pero el tiempo se me ha echado encima. No hay nada más importante que la idea sobre cómo lo individual puede desplegarse en oposición a la mecanización (tal y como se pone de manifiesto en Estados Unidos de una manera visible), y el hecho de que usted resuelva ese problema en un sentido afirmativo, y no con la forma habitual de la mera resignación, ha sido de mucho provecho para mí. Querido Hermann Hesse, cuán hermoso es su camino, qué bien sabe usted, tras cada nueva fase interior, iniciar una superior, en el sentido de la espiral de Goethe: retorno al punto de partida pero en una superficie más elevada.[256] Cuán extenso es el camino desde Camenzind hasta el hombre que hay en usted, y cuán seguro se ha mantenido erguido en todas estas etapas. Estimo y aprecio mucho su actitud resoluta en lo más íntimo, una actitud que no reacciona ante los movimientos periféricos; he aprendido a detestar honradamente la política, que siempre tiene que sobredimensionar las cosas, que traiciona a la palabra por la consigna, al dogma por su hipérbole, y he aprendido a detestarla como el polo opuesto a la justicia. La he visto ya en demasiados países como para no saber que la política no es, como decía Napoleón,[257] el destino moderno, sino únicamente la incierta sombra de movimientos que ni siquiera a nosotros nos está dado identificar; sólo es, en realidad, un juego, tanto más fortuito cuanto más legal y teórico se muestra hacia el exterior. Creo con firmeza que es precisamente esa exteriorización la que tiene que forzar una interiorización de los mejores, y en la misma medida en que los otros se vuelven más gregarios, con tanta mayor tozudez afirmarán su derecho los hombres que caminan solos.
Espero poder verle alguna vez más. Estoy colgado, con bastante inseguridad, de una frágil rama; mi casa en Salzburgo (desde cuya ventana puedo mirar hacia Baviera) ya no es más mi hogar,[258] no tengo talento de emigrante, de modo que ahora vivo prácticamente como un estudiante, a veces allí, otras veces acá, y percibo casi como una dicha el haber sido expulsado de esa mullida y segura existencia. He aprendido mucho durante el año pasado en Londres, y ahora en Estados Unidos. Ojalá todo ese saber salga a la luz, porque el intermezzo biográfico ya ha terminado, y quiero intentar decir y crear de nuevo lo que me resulta importante en lo más íntimo.
Acepte usted este pequeño regalo como pago de una enorme deuda interior y como muestra de mi cariño: ¡no sonría usted, pero hace ya treinta y cinco años que nos carteamos por primera vez!
Muy afectuosamente, suyo,
STEFAN ZWEIG
89. HERMANN HESSE A STEFAN ZWEIG
Montagnola,
[15 de] febrero de 1935
Querido Stefan Zweig:
Su amable carta, enviada cuando estaba a bordo del Manhattan, constituyó una alegría para mí. En los últimos tiempos, las cosas se han desenvuelto de modo tal que nosotros, ya antes bastante aislados, nos vemos ahora detestados e infamados por nuestros propios correligionarios, y todo porque no nos entregamos como mero instrumento de lucha política. En alguna parte deben de quedar algunas existencias que den continuidad, aunque sea a través de finos hilos, a ciertas tradiciones, y no pienso tanto en esas hermosas cosas idílicas, sino en algunas antiguas y respetables convenciones como la honestidad intelectual, etcétera. Entre esas tradiciones a las que hago referencia y cuya protección nos incumbe, están, sobre todo, el sentido de la calidad, el no doblegarse ante la cantidad. Es por eso que me alegra saber de la existencia de algunos camaradas, y eso apoya mi creencia.
Usted mismo acaba de confirmarme que hace treinta y cinco años que estamos al tanto el uno del otro. Es un tiempo hermosamente largo y, al calcularlo, se percibe que todo lo frágil, en sí mismo, ratifica cierta tendencia al envejecimiento y al final. Entretanto, el mundo, en la época más reciente, nos ha facilitado ver el lado consolador de nuestra transitoriedad.
Yo, después de varios años viviendo solo, estoy casado de nuevo,[259] siempre en Montagnola, a una hora de Lugano, y hace mucho tiempo que no hago ningún viaje, salvo una vez al año, cuando voy a Zúrich. Tengo amigos en Rüschlikon, y cada vez que veo allí la colina con el Belvoir me acuerdo de usted.[260]
A. Ehrenstein[261] me ha escrito bastante animado desde Rusia. Casi envidio a los que pueden creer en el ideal comunista, si éste no produjera tales hecatombes humanas o si pudiera tropezarme con más frecuencia, entre los actuales representantes de esa idea, con gente cabal o con pensadores de tal elegancia y tan bien formados como, por ejemplo, Ernst Bloch. Entonces sí que estaría bien. Pero en principio no es así.
Sería una alegría para mí poder verle alguna vez por aquí.
Afectuosamente, su servidor,
H. HESSE
90. HERMANN HESSE A STEFAN ZWEIG
Montagnola
[hacia el 20 de febrero de 1935]
Querido señor Stefan Zweig:
Cuando le escribí recientemente, olvidé algo que ahora quisiera retomar. Ya sabe usted cuánto aprecio su Erasmo, y tal vez tampoco ignore que la figura de este pensador me resultó familiar y querida desde muy temprano, gracias a mis cercanas relaciones en Basilea: conocí muy bien a Hans Trog, el último traductor de los Coloquios,[262] y esto ya desde 1900, años más, años menos. Hasta ahora no he encontrado sitio en ninguna parte para escribir unas palabras de recomendación; se lo solicité a un periódico suizo, pero éste se negó a ello. Ahora me he propuesto, a modo de prueba, escribir dos veces al año, para Suecia (en la Bonniers Lit[t]er[ära] Magasin), una reseña sobre libros alemanes de importancia. Acogería el Erasmo en ese proyecto, si le fuera posible a usted gestionar con la editorial el envío de un ejemplar de la segunda edición revisada.[263]
Hace poco H[ans] Carossa,[264] que estaba de paso, fue nuestro huésped, y eso me proporcionó una alegría; también hablamos sobre usted. Le saluda afectuosamente, un servidor,
H. HESSE
Sobrecubierta de la segunda edición (1935) de Triunfo y tragedia de Erasmo de Roterdam, de Stefan Zweig.
STEFAN ZWEIG, «TRIUNFO Y TRAGEDIA DE ERASMO DE ROTTERDAM»
Hermann Hesse
Stefan Zweig ha escrito un libro titulado Triumph und Tragik des Erasmus von Rotterdam [Erasmo de Rotterdam: triunfo y tragedia de un humanista] (editorial Herbert Reichner; Viena), Con su estilo ágil, pero con una gran calidez salida de lo más hondo del corazón, Zweig no traza la biografía privada del gran humanista de aquella época, sino más bien su postura y su destino intelectuales. A la batalla final con Lutero, ese firme y furibundo luchador, dedica el autor un capítulo realmente conmovedor, sin dejar de reconocer, al hacerlo, la grandeza del propio reformador. Sin embargo, la verdadera contraparte de este sagaz erudito, del amigo de la razón y la justicia, del heraldo de una doctrina de la paz y del humanismo, no fue Lutero, sino el no menos sagaz Nicolás Maquiavelo, el racionalista teórico de la política del poder. A él opone Zweig, en el último capítulo, al humanista Erasmo, y llega a la conclusión de que, a pesar de todas las guerras y todas las victorias de la política de poder, siempre estará vivo el ideal de una justicia supranacional y una «humanización de la humanidad», ideal que ejerce también su influencia, como fuerza espiritual, en la educación de los hombres. Erasmo, hombre célebre y, sin embargo, apenas leído, el amigo del gran Tomás Moro, en cuya casa escribió su Laus stultitiae en el año 1509, cobra en esta biografía una notable actualidad, y, en la medida en que el lector aprenda a ver de un modo nuevo a esta figura ejemplar, también sabrá apreciar de una manera inédita al autor de este libro.
De Bonniers Litterära Magasin,
Estocolmo, septiembre de 1935
91. HERMANN HESSE A STEFAN ZWEIG
[18 de abril de 1935]
Querido señor Stefan Zweig:
Ayer llegó su nuevo libro[265] con la cariñosa dedicatoria; se lo agradezco y me alegra; pronto mi esposa me lo leerá en voz alta, porque a ella también le atrae sobremanera.
Si lee de vez en cuando la Neue Rundschau (S. Fischer), encontrará en ella, cada dos meses, algunas reseñas mías sobre ciertos libros, reseñas que constituyen por el momento mis únicas publicaciones. Y en el número siguiente, el de mayo, encontrará una referencia a C[hristoph] Schrempf[266] que me mantuvo ocupado durante unos seis meses. Este hombre, que en los próximos días cumplirá setenta y cinco años y que hace poco acaba de enterrar a su mujer, vino hasta mí en un viaje, estuvo varios días en Montagnola y tuvimos varias conversaciones largas, a pesar de estar yo en un pésimo estado de salud. Este anciano maravilloso y adorable, de quien me separan algunas diferencias (él, por ejemplo, tiene una postura absolutamente opuesta al arte), se me ha vuelto aún más entrañable después de esta visita, porque hasta ahora no lo conocía personalmente. Tal y como yo lo veo, este hombre tiene dos orígenes. Por un lado, proviene directa y claramente del pietismo del sur de Alemania, de una forma poco entusiasta de pietismo, una forma más bien sobria y moralmente muy estricta; y puesto que se liberó bastante tempranamente no sólo del pietismo, sino también del cristianismo y de cualquier religión dogmática, asimismo está muy marcado por ese hecho en su manera sobria e insobornablemente honrada. Su segundo origen, que es también su patria espiritual, está en Sócrates, que es para él como un padre y un hermano (ha escrito el libro sobre Sócrates más original y sugestivo).[267] Y en la línea que va de Sócrates a Schrempf está también Lessing, al que Schrempf conoce al dedillo y que le ha servido de sólida inspiración, en especial, Ernesto y Falk. Conversaciones para masones[268] y La educación del género humano.[269]
Este anciano sabio y modesto llegó justamente en un momento en el que yo me encontraba en un estado físico miserable y con el ánimo muy agotado, y aunque al lado de este hombre de setenta y cinco años me sentía ridículamente consumido y cansado, el contacto con él me ha hecho muchísimo bien. Hoy viajo a Zúrich, en parte para volver a escuchar la Misa en si menor, en parte, también —por desgracia—, para discutir a fondo algunas cosas con mi editor sobre su situación y la mía,[270] una perspectiva nada agradable. Esta tarde, por lo tanto, pasaré de nuevo por Rüschlikon, junto a la colina en la que usted vivió durante un tiempo. También por aquellas fechas escuché una interpretación de la Misa en si menor[271] en plena guerra, y el dona nobis pacem fue entonces casi insoportable de escuchar por la manera en que se clavaba en el corazón.
¡Addio, me he extendido demasiado en mi cháchara, pero acéptelo usted con amabilidad! Afectuosamente, un servidor,
H. HESSE
92. STEFAN ZWEIG A HERMANN HESSE
Viena,
4 de mayo de 1935
Muy querido Hermann Hesse:
Sólo puedo corresponder a su hermoso envío con un pequeño obsequio que ha aparecido como suplemento de Philobiblon.[272] Para mí los manuscritos son lo que para usted los cuadros, y tal vez lo sean incluso de un modo más místico, porque son mucho más herméticos.[273] Supongo que ahora, durante dos o tres semanas, en Zúrich podré combinar de un modo agradable esos dos elementos que contentan a un peregrino: un paisaje hermoso y una buena biblioteca.[274] La mía propia ha quedado bastante abandonada en Salzburgo, y tengo la sensación de haberla leído entera, una sensación que es falaz, por supuesto, pero, en cualquier caso, estoy cansado de mis propias habitaciones y estoy disfrutando de esta vida nómada de ocio estudiantil. Creo que usted también experimentó, cuando tenía exactamente los años que ahora cuento yo, cierta tendencia a salir de viaje, y esa inclinación parece formar parte de una vida en toda regla, ser algo orgánico de un organismo normal, no una anormalidad. En cualquier caso, me dejo llevar mientras que quede un resto de impulso interior, y hace mucho que no me pregunto dónde voy. Sé que por muy frenéticamente que baile la peonza, ésta en algún momento cae. En cualquier caso, Viena era también un sitio agradable, y a mí me hubiese gustado tenerle aquí para que participase de las sólidas charlas que tuvimos con Bruno Walter[275] antes y después de la presentación del Mesías, de Händel, porque también a mí me atrae mucho la música (al parecer como a usted mismo); ella actúa magníficamente por encima de lo mundano y de la política, lo que le confiere un efecto tranquilizador. Tal vez nada me ha ayudado más en este último año que la estrecha relación con Toscanini[276] y Bruno Walter, y el hecho de que aún no haya perdido el equilibrio (como sí le ha sucedido a la mayoría) se lo debo a ese elemento consolador.
Sé que Zúrich no está muy lejos del Tesino y que tal vez usted me permita dar un salto hasta ahí abajo para verle en algún momento. Sé que soy un huésped poco peligroso, que no incomoda por mucho tiempo a nadie y al que tampoco le gusta que otros le roben demasiado tiempo.
Por desgracia, mi esposa, en su momento, me prohibió que hiciera pintar bajo el reloj de sol de nuestra antigua y hermosa casa salzburguesa el breve poema que había concebido para él:
El sol sólo se toma un breve descanso,
toma su ejemplo, querido huésped.
A mi esposa le pareció sumamente descortés. Pero creo que eso me hubiese salvado de demasiadas horas aburridas.
Con el mismo cariño y afecto de siempre, este servidor que le admira,
STEFAN ZWEIG
93. STEFAN ZWEIG A HERMANN HESSE
Londres [¿1936?]
Querido señor Hesse:
Hemos hablado tan animadamente de usted, que ahora no tenemos más remedio que enviarle un rotundo saludo con nuestra admiración de siempre. ¿Cuándo se publica El juego de abalorios?
Su fiel servidor,
STEFAN ZWEIG
Muy querido señor Hesse:
Estoy de camino hacia Estados Unidos. Regresaré en enero; espero que usted y su esposa se encuentren bien.
Muy afectuosamente, suyo,
JOACHIM MAASS[277]
94. HERMANN HESSE A STEFAN ZWEIG
[17 de agosto de 1936]
Querido señor Stefan Zweig:
Su tarjeta enviada desde Londres me llenó de contento, estimo mucho a Joachim Maass y me alegra que estuvieran juntos. El juego de abalorios está terminado más o menos hasta la mitad (a lo sumo). Y puesto que para la primera mitad he necesitado unos cuatro años, todavía tardará algún tiempo.[278]
Le saluda muy afectuosamente, este servidor,
H. HESSE
95. HERMANN HESSE A STEFAN ZWEIG
[25 de junio de 1937}
Querido Stefan Zweig:
Estoy recuperándome de una enfermedad,[279] pero me encuentro bastante hundido. Su amable carta[280] me ha llegado al corazón, ¡y le agradezco mucho que se haya acordado! ¿Nos veremos alguna otra vez? Tendría que ser en mi casa, en Montagnola.
Le saluda, de todo corazón, este servidor,
HERMANN HESSE
Un libro mío[281] ha sido enviado recientemente a su dirección en Salzburgo; espero que, a pesar de todo, lo reciba.
96. STEFAN ZWEIG A HERMANN HESSE
Villa Castagnola au Lac, Lugano-Lido
[12 de septiembre de 1937]
Querido amigo:
Estoy aquí por ocho días, y si pudiera ir a verle o si pudiera reunirme con usted en algún otro lugar, ¡sería una alegría!
Suyo, stravecchio,[282]
STEFAN ZWEIG
97. HERMANN HESSE A STEFAN ZWEIG
[13 de septiembre de 1937]
Querido Stefan Zweig:
Muchas gracias, me alegra que esté usted allí.
Tal vez pueda venir usted el miércoles o el jueves con el coche del correo, que parte de Lugano a las tres de la madrugada, llamando un día antes a mi esposa. En esta época vienen muchas visitas, y yo quisiera tenerle, de ser posible, sólo para mí.
En la guía telefónica está nuestro número (le ruego no lo divulgue), con el nombre de Bodmer,[283] Montagnola.
Afectuosamente, suyo,
H. HESSE
98. STEFAN ZWEIG A HERMANN HESSE
Lugano-Lido, viernes
[17 de septiembre de 1937]
Querido Hermann Hesse:
Cuando bajé de la montaña, tuve que reprimir el deseo de darle las gracias por una estupenda tarde, puesto que temí que pudiera usted interpretarlo como un apremio para poder repetir una visita tan agradable. Y ahora a mi alegría se une esta carta suya de saludo.[284] ¡Por desgracia, el miércoles ya me habré marchado! El martes por la mañana viajo al «isolino» de Toscanini[285] para visitar a ese admirado amigo y echar un vistazo a esa islita del archipiélago Borromeo que el director me ofreció con tanta frecuencia como alojamiento durante mi estancia en Estados Unidos. Luego partiré de inmediato a París,[286] a fin de poner ante mis pupilas los grecos[287] y las miniaturas, y luego —casi no me atrevo a decirlo— voy a casa, a Londres. Cuánto me duele perderme por un día una visita a usted y a su querida esposa, pero el reloj de arena del verano ya ha cerrado su ciclo para mí; por eso, en lugar de recibirme a mí, recibirá pronto dos libros a modo de saludo.[288]
¡Muchas gracias! Fue tan agradable verle, como en Gaienhofen y en Berna (y en un similar y oscuro momento del mundo).
Su más devoto amigo,
STEFAN ZWEIG
99. HERMANN HESSE A STEFAN ZWEIG
10 de noviembre de 1937
Querido señor Zweig:
La editorial Reichner me ha enviado, seguramente por encargo suyo, Hombres, libros y ciudades; le doy las gracias por ello y le deseo que pase usted un buen —por lo menos soportable— invierno en esa gran ciudad que no soy capaz de imaginar.
Afectuosamente,
HERMANN HESSE
100. HERMANN HESSE A STEFAN ZWEIG
Montagnola, 7 de julio de 1938
Querido Stefan Zweig:
Perdone la molestia, llevo mucho tiempo, y aún más intensamente desde el 11 de marzo,[289] ocupado con la atención a los emigrantes, etcétera, y quisiera dirigirme a usted ahora para tratar un caso que me toca muy de cerca.
Desde hace algunos días tenemos en casa, como huésped, a una muy buena amiga de mi esposa, la señorita Elisabeth Löbl,[290] una médico de Viena, y muy buena, por cierto; tardó muchísimo en poder salir de su ciudad, en un principio estará con nosotros, pero quisiera, en caso de que sea posible de algún modo, partir de aquí rumbo a Inglaterra, a fin de someterse en ese país a un examen de homologación, etcétera, etcétera.
Nuestro ruego es el siguiente: tendríamos que saber con exactitud lo que se necesita para matricular a médicos extranjeros que desean revalidar su título en la Universidad de Edimburgo (post graduation).
En segundo lugar: ¿es posible que usted o alguno de sus conocidos se ponga en contacto con alguien de allí para que autorice la matrícula? Según nuestras averiguaciones, una solicitud hecha desde aquí probablemente no tendría éxito alguno, mientras que esa misma solicitud, hecha por alguien que resida en Inglaterra, tiene muchas más perspectivas de éxito.
Le ruego me envíe una respuesta y, de ser posible, me brinde su ayuda.
También nosotros aquí sufrimos mucho las circunstancias actuales, mis relaciones en Alemania se desmoronan, por el momento ya no recibo pagos desde ese país;[291] por todas partes me acaparan las necesidades de los emigrantes y los refugiados. En una atmósfera como ésta, uno se cansa bastante de la vida.
¡No me tome usted a mal que haya osado molestarle con este caso! Seguramente ya el propio Rolland le ha comentado que se ha retirado a Burgund;[292] su alquiler en Villeneuve estará vigente durante uno o dos años más, y quiere ir allí de vez en cuando.
Le saluda afectuosamente,
H. HESSE
101. STEFAN ZWEIG A HERMANN HESSE
Londres, 9 de julio de 1938
Querido Hermann Hesse:
En el servicio de auxilio, que actualmente me aparta del trabajo propio no menos que a usted, la prisa es important.[293] En el caso de la doctora, la señorita Löbl, he hecho de inmediato varias averiguaciones. Adjunta a esta carta encontrará la información. La técnica inglesa, en estos asuntos, es como en todas las otras cosas: no comprometerse, mantener una falta de claridad absoluta. En ninguna parte se puede averiguar si todavía aceptan estudiantes ni por cuánto tiempo lo harán. Sólo puede hacerlo, in situ, el propio interesado, pero con un enorme despliegue de energía, y siempre ad personam. Ya tenemos experiencia aquí en estos temas. Cualquier otro esfuerzo es denegado o aplazado. Lo más triste, querido Hermann Hesse, es que el trato forzoso y constante con personas desesperadas y sin salida lo debilita a uno demasiado; y éstas, las que nos arrasan, son únicamente las primeras oleadas de una avalancha descomunal. Usted tendrá su montaña,[294] ese lugar maravillosamente apartado, pero tanto usted como yo hemos leído nuestro Fausto, y sabemos cómo las preocupaciones ajenas entran por el hueco de la cerradura.
Mis mejores deseos para usted y su entrañable esposa,
STEFAN ZWEIG
[Adjunto]
Los médicos extranjeros que posean un doctorado tienen en principio la posibilidad, después de alrededor de un año de estudios en Edimburgo, de hacer el examen inglés. La primera premisa para ello es que el interesado consiga una plaza de estudios en un hospital particularmente cualificado en Inglaterra (no ha de ser necesariamente en Edimburgo), plazas que tienen un cupo limitado. Una vez que tenga dicha plaza, se necesita, expedida por la Home Office, una autorización para estudiar, autorización que hasta el momento, y por lo general, siempre ha sido otorgada. En ocasiones la única condición es que el estudiante se comprometa por escrito, desde el mismo comienzo de los estudios, a no solicitar establecerse en Inglaterra una vez vencido el examen. El tema sobre si se debe dejar entrar o no a los médicos austríacos es objeto de acaloradas disputas entre sus colegas ingleses, de modo que la perspectiva es que se le permita el establecimiento en Inglaterra a un número muy reducido de médicos, una vez que éstos hayan aprobado el examen. Por tal razón, un estudio en este país es un asunto extremadamente incierto, ya que casi todas las colonias se han negado hasta ahora a acoger a los médicos.
A juzgar por todos los casos conocidos, la obtención de una plaza de estudios sólo es posible mediante una presentación personal, ya que no existe ninguna dependencia central, sino que uno está obligado a entregar una detallada solicitud a continuación de la otra.
102. HERMANN HESSE A STEFAN ZWEIG
Leukerbad, 27 de julio de 1938
Querido Stefan Zweig:
Muchas gracias por sus informaciones para nuestro emigrante, he encendido varias velas por él y esperamos que lo de Inglaterra funcione todavía. ¡Entretanto tenemos nuevos casos cada día! Algunos sin esperanza. La amargura nos impregna en ocasiones como el agua a la esponja.
Le saluda con afecto, su servidor,
H. HESSE
[Con esta carta, la última de las que nos ha quedado constancia, concluye la correspondencia entre Hermann Hesse y Stefan Zweig, quien apenas cuatro años más tarde se quitaría la vida en Brasil. Ese mismo año, en 1942, Hesse había terminado su obra de madurez, El juego de abalorios, el cual, en vista de que no podía ser publicado en Alemania, apareció en Suiza en 1943. Hesse, galardonado en el primer año de la posguerra con el Premio Nobel de Literatura, sobrevivió a Zweig veinte años, y murió, a la edad de ochenta y cinco años, en Montagnola.
Poco antes de que se desatara la Segunda Guerra Mundial, Stefan Zweig se marcharía de Londres en compañía de su secretaria, Lotte Altmann (con la que contraería matrimonio el 6 de septiembre de 1939), y se establecería en el balneario inglés de Bath, en el cual residían muy pocos emigrantes. Allí solicitó la nacionalidad británica, que le fue concedida en marzo de 1940. A partir de entonces, comenzó a llevar una intranquila pero muy productiva existencia de nómada, con viajes de lecturas y conferencias y estancias de trabajo en Estados Unidos y América del Sur, donde dijo adiós a la vida el 22 de febrero de 1942, en compañía de su esposa, enferma de asma.
En una carta de condolencia a la primera esposa de Zweig, Friederike, Thomas Mann recapitulaba los motivos de aquel colega al que conocía tan bien: «El fallecido fue un hombre con una incondicional y radical convicción y disposición al pacifismo. En la guerra actual, cuya llegada teníamos que anhelar […], él jamás vio otra cosa que lo que era, una guerra, una sangrienta desgracia y una negación de su esencia. Alabó a Francia por no querer combatir, con lo cual consiguió “salvar París”. No quería vivir en ningún país en guerra; como ciudadano británico, abandonó Inglaterra y marchó a Estados Unidos, de allí se fue a Brasil, donde fue objeto de grandes honores. Y cuando se vio claramente que también ese país sería arrastrado a la guerra, se despidió de la vida. Eso tiene consecuencias que escapan a cualquier crítica. No queda otra opción que sellar con la muerte su naturaleza y su convicción. La muerte es un argumento que derrota cualquier réplica», V. K.]