1. HERMANN HESSE A STEFAN ZWEIG
Basilea [enero de 1903]
Muy estimado señor:
¡No se asuste usted porque ahora de repente, le aborde con un saludo y una petición!
Adjunto a esta carta encontrará usted mi librito Gedichte[1] [Poemas], que contiene, entre otras cosas, una traducción de Verlaine.[2] Si algo en este libro resultara de su agrado, le ruego encarecidamente que me regale en reciprocidad su libro sobre Verlaine[3] (los poemas de usted[4] ya los tengo). Me haría muy feliz poseer ese hermoso volumen con una línea de dedicatoria escrita de su puño y letra.
Me proporcionará usted una alegría enorme. Soy ridículamente pauvre[5] y me veo obligado a ir mendigando mis contentos acá o acullá. En esa empresa, sin embargo, he encontrado siempre, por azar, muchos amigos queridos, como su compatriota Schaukal,[6] por ejemplo. ¿Tendré la misma suerte con usted?
¿O no?
Le saluda afectuosamente, su devoto servidor,
HERMANN HESSE
Cubierta del primer libro de Stefan Zweig, la colección de poemas Silberne Saiten [Cuerdas de plata], de 1901.
Diseño de Hugo Steiner-Prag.
2. STEFAN ZWEIG A HERMANN HESSE
Viena, 2 de febrero de 1903
Muy apreciado señor Hesse:
Tengo que pedirle de todo corazón que no considere una mera frase que le diga, agradecido, que su libro me ha deparado una gran alegría. Se lo agradezco de verdad, desde lo más hondo, y tengo que pedirle también que crea lo que voy a decirle a continuación: hace mucho tiempo que tenía la intención de dirigirme a usted para pedirle este libro. Sólo temía tropezarme con alguien que no compartiese mi parecer de que tampoco los poetas —o precisamente ellos, menos que nadie— necesitan tratarse entre sí con convencionalismos. He creído siempre en aquella «Liga Secreta de los Melancólicos» de la que habla Jacobsen en su Maria Grubbe;[7] sostengo también que los que sentimos, en lo íntimo de nuestro ser, cierta afinidad del alma, no debemos permanecer desconocidos los unos para los otros. Conocerle ahora personalmente a usted, a quien estimo mucho desde hace tiempo por algunos versos aislados leídos en revistas, me depara una alegría sincera.
¿Me permite decirle algo sobre su libro? No, mejor no lo hago, pues aún no lo he leído en su totalidad, sólo lo he abierto aquí y allá. Pero sí que lo he tomado en mis manos y, guiándome por mi sensibilidad más clara y viva, se lo he llevado a algunos amigos para leerles distintos pasajes en voz alta. Con toda sinceridad, me doy cuenta de que, junto a El libro de las imágenes, de Rilke,[8] a Der Spiegel [El espejo], de Wilhelm von Scholz[9] y al Adagio stiller Abende [Adagio de atardeceres apacibles], obra de mi querido amigo Camill Hoffmann[10]—libro que, además, siento extraordinariamente cercano—, éste es [para mí] el más querido poemario de este año. Con satisfacción puedo colocarlo junto a los otros libros que me han sido dedicados; y la compañía allí, por cierto, no es nada despreciable: Johannes Schlaf,[11] R[ainer] M[aria] Rilke, Camille Lemonnier,[12] Wilhelm von Scholz, Franz Evers,[13] Wilhelm Holzamer,[14] Hans Benzmann,[15] Richard Schaukal, Otto Hauser[16] y Busse-Palma[17] son los que puedo mencionar. También me gustaría, en cuanto se preste la ocasión, hacer algo por su libro, y hacerlo en una gran publicación, donde sepa que mis palabras no se las llevará el viento.[18]
Recibirá mi Verlaine[19] en unos ocho días. Le pediré hoy mismo a mi editor algunos ejemplares nuevos; he tenido, por cierto, muchas satisfacciones con él, se vende magníficamente bien y espero que en otoño vea la luz una segunda edición, con una tirada de tres mil ejemplares. Quiero, para entonces, añadir su magnífico poema,[20] y le pido que eventualmente me haga llegar otras pruebas.
Y una cosa más: en vista de que ha sido usted, con su fuerza y su desenfado, quien ha roto el hielo, no quisiera que perdamos del todo el contacto. Me gustaría conocer más de usted de lo que cuenta Carl Busse.[21] No soy un autor de cartas muy fiable; mantuve correspondencia durante un tiempo con Richard Schaukal (él también me escribió hablándome de usted), pero luego no pude continuarla, porque mis estudios[22] no me dejan tiempo para diálogos epistolares sobre literatura. De todos modos, sigo escribiendo unas tres cartas al día, a pesar de que en este momento sólo mantengo correspondencia con Wilhelm von Scholz, Fritz Stöber,[23] algunos amigos alemanes y unos cuantos franceses,[24] como Camille Lemonnier y Charles van der Stappen.[25] Sin embargo, siempre constituye para mí una dicha poder decirle a algún amigo al que aprecio cosas más íntimas y personales, esas que nos mueven y nos ocupan en lo más profundo; sólo que, en mi caso, esas cartas surgen de manera espontánea: no salen nunca con el próximo correo, sino que tardan a menudo tres semanas o más. Si se atreve usted, en tales circunstancias, a referirme muchas más cosas acerca de su persona, me sentiré satisfecho y hondamente agradecido, y creo que, en ese caso, podrá contar conmigo. Como poeta no me tengo en muy alta estima, por eso no dudo jamás en considerarme un ser totalmente superfluo para el mundo, a menos que me valore teniendo en cuenta la virtud de ser «amigo de mis amigos». Y tengo la impresión de que podré contarle a usted entre ellos.
Se lo repito una vez más: ¡gracias, sinceramente, desde lo más profundo de mi corazón! Si en algún momento tiene usted una hora de tristeza en la que tema que su canto y su vida se apaguen sin dejar resonancia alguna, levántese de nuevo con la certeza de que le ha brindado a alguien más de lo que otros, tan mencionados en Alemania, le han dado, más que Falke,[26] que Hartleben,[27] que Schaukal o que Bierbaum,[28] etcétera, etcétera, y ese alguien es esta persona que ahora le saluda desde la más afectuosa estima,
STEFAN ZWEIG
3. HERMANN HESSE A STEFAN ZWEIG
Basilea, 5 de febrero de 1903
Muy estimado señor:
¡Gracias por su amable y amistosa carta! Me alegra enormemente saber que recibiré su libro.
Debido a mi naturaleza inconstante, me resulta imposible aceptar compromisos u obligaciones. Por otra parte, no siento ninguna inclinación hacia los intercambios epistolares de corte literario. A ello se añade que mis ojos, normalmente tan claros e incansables, se muestran últimamente muy débiles ante el papel (durante el último año pasé meses sin poder leer ni escribir).[29] Pero, a fin de cuentas, ¡ni usted ni yo pretendemos contraer matrimonio! Aunque no suelo escribir cartas, siempre contará con mi gratitud por cualquier saludo amistoso o cualquier forma de acercamiento personal, y en algunas ocasiones también compartiré con usted, con mucho gusto, alguna pena o alegría. ¡Pero sin plazos ni términos previamente fijados! ¿Me entiende usted?
De mí hay poco que contar. Aparte de algunos amoríos, mi corazón jamás ha pertenecido a las personas, sino únicamente a la naturaleza y a los libros. Adoro a los antiguos novelistas italianos y a los románticos alemanes, pero estimo aún más las ciudades de Italia y, mucho más que todo eso, amo las montañas, los ríos, los desfiladeros, el mar, el cielo, las nubes, las flores, los árboles y los animales. Andar, remar, nadar y pescar están para mí por encima de todo. Sólo que no practico nada de eso como deportista, sino como un soñador, como un ser holgazán y fantasioso. Apenas me cae un poco de dinero en las manos, lo más probable es que desaparezca, sin haberme despedido de nadie, en algún rincón perdido de la montaña o de la costa de Italia.
Sin embargo no soy, en realidad, un hombre poco sociable. Me gusta tratar con los niños, con los campesinos, con la gente de mar, etcétera, y siempre se me puede encontrar empinando el codo en las tabernas de marineros. Pero siento un horror enorme ante esos lugares a los que se accede con guantes blancos o palabras selectas y, desde hace dos años, me mantengo estrictamente alejado de toda «vida social». Durante la semana trabajo en una pequeña librería de viejo; por las noches leo o juego al billar,[30] y los domingos me pierdo en alguna que otra montaña o valle, siempre en solitario. Me acostumbré a ciertos caprichos literarios ocasionales, pero como cosa secundaria.
Adquirí algunos conocimientos un poco más sólidos en dos materias predilectas: la historia del Romanticismo alemán y la pintura toscana del siglo XV; así como en un par de cosas más. A ello se añade un conocimiento de los vinos locales, típicos de las regiones de Baden, de Alsacia y de Suiza,[31] saber basado en una experiencia seria. Estudié filosofía algunos años, pero sin poder hallar ninguna perla, y acabé por apartarme por completo de dicho estudio.
Hasta ahora me he librado totalmente de cualquier éxito literario. Mis libritos[32] yacen en las casas editoras, empaquetados en hatillos. Eso me molestó en alguna que otra ocasión, pero jamás enturbió mi alma, porque sé bien que soy un tipo raro que nada tiene que decir al mundo. Para convertirme en folletinista soy en parte demasiado torpe, en parte demasiado orgulloso y, en parte también, demasiado perezoso. La creación, para mí, es siempre goce, nunca trabajo. No obstante, de vez en cuando tengo que hacer cosas de ese tipo para ganarme la vida.
No sé si con esto tiene usted una imagen aproximada de mí, ¡uno se conoce tan poco! Por lo demás, ha de saber que no estoy acostumbrado a hablar de mí mismo, y mucho menos a tenerme como tema de conversación. ¡De modo que dese usted por satisfecho!
Olvidé decir que, en mi insociabilidad, hago siempre una excepción con los artistas plásticos (pintores y arquitectos). En sus talleres, donde huele a pintura y a trabajo creativo, donde cuelgan los planos o las carpetas con estudios,[33] me siento siempre a gusto. Por el contrario, tengo cierta aversión por los literatos, los actores y los músicos. Los pintores hablan siempre de la naturaleza; los demás, únicamente de sus obras o de algún que otro colega al que envidian.
En fin, no sé qué más decirle por hoy. [Con esto,] pienso dejar a un lado ya mi autorretrato y hablarle en otra ocasión, preferiblemente, de temas más agradables, de excursiones a pie, de planes de futuro y otros asuntos.
Le saludo muy afectuosamente y le ruego no me niegue su oído y su respuesta en futuros momentos de charla,
HERMANN HESSE
4. STEFAN ZWEIG A HERMANN HESSE
Viena, 2 de marzo de 1903
Estimado señor Hesse:
Créame que, a pesar de que entre su carta y la mía media todo un mes, he pensado muy a menudo en usted. He leído con mucho cariño su Hermann Lauscher[34] y le agradezco de corazón este libro. Mientras leía el principio, pensé para mis adentros: «Qué contento estarías ahora si no tuvieras en las manos un librito tan delgado, sino uno mucho más grueso, si esto no fuera más que un fragmento: el primer capítulo de una novela. ¡Entonces sí que podríamos felicitarnos realmente!». Pero ¡quién sabe!: lo que aún no es, bien podría llegar a ser algún día.
Y opino que no debería mostrarse usted tan inconforme con su vida, si ésta le ha concedido escribir este libro. Si fuera yo quien quisiera reunir ahora, a toda prisa, mis vivencias infantiles, habría en ellas soles y nubosidades, pero jamás tendrían aquella luz pura y apacible que la embriagadora naturaleza le ha obsequiado a usted. El destino de una gran urbe puede tener el mismo carácter trágico, pero nunca la misma grandeza. Yo, aquí, también suelo apartarme de los caminos de la literatura. Creo —o por lo menos ésa fue mi impresión en Berlín— que en el extranjero se imaginan la literatura austríaca como una enorme mesa de café alrededor de la cual permanecemos sentados todos, día tras día. Ahora bien, yo, por ejemplo, no mantengo una relación estrecha ni con Schnitzler,[35] ni con Bahr,[36] ni con Hofmannsthal,[37] ni con Altenberg;[38] es más, a los tres primeros ni siquiera los conozco. Recorro mis caminos por el campo con algunos autores más silenciosos: Camill Hoffmann, Hans Müller,[39] Franz Karl Ginzkey,[40] un poeta franco-turco, el doctor Abdullah Djaddet Bey,[41] y algunos pintores y músicos. Creo que, en el fondo, todos nosotros —y con «nosotros» me refiero a los que sentimos esta afinidad— vivimos de un modo parecido. Yo también he prodigado, y no poco, la vida, sólo me falta ese último desbordamiento: el de la embriaguez. En cierto modo, siempre permanezco sobrio, algo que Georg Busse-Palma, el más grande juerguista de nuestros días, jamás me pudo perdonar. Creo que ya no estará en mi mano aprenderlo, porque la capacidad para la profundidad en todas las cosas se me hace cada día más extraña: si los nuevos poemas no fueran para mí más valiosos que los de mi libro de poemas Silberne Saiten, un poco acuosos y demasiado llanos, pensaría que me estoy volviendo trivial.
¡Y para colmo tengo que practicar la ciencia! Ahora trabajo como un clemente para acabar el año que viene, de una vez por todas, con lo del título de Doctor philosophiæ,[42] y así poder arrojarlo a mis espaldas como si se tratase de unos molestos harapos. Esta es, tal vez, la única cosa que hago para complacer a mis padres, en contra de mi propio yo. Me siento totalmente aniquilado de tanto quemarme las cejas, algo que sólo interrumpo de vez en cuando para pasar alguna noche de locura, pero nunca para divertirme o liberarme; espero poder imponer en casa el consentimiento para ir, en Pascua, por diez días a Italia. He aprendido italiano y estoy ávido de ver los cuadros de Leonardo, que sé que me encantarán, a pesar de que hasta ahora los conozco sólo a través de reproducciones.
Una carta suya, apreciado señor Hesse, me proporcionará un gran contento, y cuanto más pronto, mejor. No tome a mal que este servidor, que le saluda afectuosamente, haya dejado, a causa de su gris estado de ánimo, de darle las gracias anteriormente por sus líneas.
Suyo,
STEFAN ZWEIG
5. HERMANN HESSE A STEFAN ZWEIG
Basilea, 6 de marzo de 1903
Muy estimado señor:
Muchas gracias por su amable carta. Puesto que entiendo bastante bien la esencia de su persona, puedo imaginarme, en parte, su actual situación.
¡Lo que más me alegró de su carta es saber que desea viajar a Italia en Pascua! Diez días es realmente muy poco tiempo, pero, a pesar de eso, podrá usted ganar algunas experiencias magníficas. Ahora bien, apenas encontrará allí algún cuadro de Leonardo, y en cuanto a Milán, donde se encuentra el cenacolo[43] del pintor, le desaconsejo ir, ya que como ciudad deja mucho que desear. La ciudad que le queda menos apartada de Viena es Venecia, y para diez días ésa sería la visita más bella, y la que merecería más la pena. Florencia está algo más lejos, aunque en primavera es incomparablemente hermosa. Yo mismo espero poder ir en mayo por algunos días a Venecia.[44] Le encarezco que no haga por Italia un viaje apresurado e impulsado por motivos indefectibles, sino que se dedique más bien a vagar, aun cuando haciéndolo conozca sólo una única ciudad.
¿Me permitiría molestarle con un ruego que es muy importante para mí? Su amigo Hoffmann debería obsequiarme su Adagio[45] un libro que adoro (de ser posible, en edición encuadernada, pero ¡en cualquier caso, con dedicatoria!). ¡Por ello les estaría agradecido de todo corazón, tanto a él como a usted!
Piense que yo también he tenido esa capacidad para embriagarme, pero casi la he perdido del todo. En cambio, de un tiempo a esta parte, la vida apacible de la naturaleza se me ha vuelto cada vez más familiar; en ella puedo perderme completamente de vez en cuando. Por eso espero con impaciencia el comienzo de la primavera. Cuando comienza la temporada de calor y uno puede permanecer echado sobre la hierba el día entero, o medio día, siento que ha llegado mi época, y sacrificaría toda la literatura por una nube hermosa o el trino de un ave.
Si viajase usted al sur, ¡piense en mí cuando esté allí y cólmese de luz y de calor!
Pienso en usted con afecto y le saludo una vez más. La brevedad de mis cartas no se debe a una falta de simpatía, sino al mal estado de mis ojos, que desde hace meses vienen deparándome continuas preocupaciones y tormentos.
Muy afectuosamente, suyo,
H. HESSE
6. STEFAN ZWEIG A HERMANN HESSE
Marienbad [sellado en correos el 16 de julio de 1903]
Querido señor Hesse:
De aquí viajo a la región de Bretaña.[46] Desde allí le enviaré algunas líneas. Y durante el viaje de regreso, en septiembre, haré un pequeño desvío hasta Basilea para conocerle. Le deseo que el verano le depare una cosecha más madura de lo que hasta el momento ha sido para mí, pues me han retenido alguna enfermedad en la familia y los estudios.
Muy afectuosamente, suyo,
STEFAN ZWEIG
7. STEFAN ZWEIG A HERMANN HESSE
Viena [sellado en correos el 7 de octubre de 1903]
Querido señor Hesse:
Acabo de ver que ha aparecido una novela suya en la Neue D[eutsche] R[undschau],[47] y me he alegrado como un niño con la noticia. ¡Le deseo mucha, muchísima suerte! Cuánto me hubiese gustado visitarle en Basilea, pero, por desgracia, eso no fue posible. Le ruego que le escriba a este servidor, que le felicita de la manera más sincera y cálida,
STEFAN ZWEIG
8. HERMANN HESSE A STEFAN ZWEIG
Calw, 11 de octubre de 1903
Estimado amigo:
¡Qué curioso! Ayer estaba pensando en usted y había decidido enviarle muy pronto un saludo, y hoy llegó su amable tarjeta. ¡Muchas gracias! Sólo me temo que mi novela de la Rundschau (novela que luego saldrá en forma de libro) matizará, posteriormente, su alegría inicial: es lo suficientemente torpe y burda como para ello.
Fue una suerte que no pudiera visitarme en Basilea. Me marché de allí y, desde hace muy poco, me he instalado de nuevo en mi antiguo terruño de la Selva Negra,[48] donde pienso quedarme por lo menos durante todo el invierno. Mi antigua habitación, pequeña aunque muy cómoda, desde cuyas ventanas tengo una vista panorámica de los lugares por donde paseaba cuando era niño, ya está acondicionada, con un aspecto de aplicación y erudición, con su escritorio y los muchos libros y un intenso olor a tabaco. De la pared cuelgan mi caña de pescar, el retrato de mi madre y el de mi novia,[49] que se quedó en Basilea; hay también un par de pipas y un mapa de Italia ante el cual me detengo a veces, ensimismado. ¡Cuán distante está ahora todo eso!
He encontrado aquí lo que buscaba: absoluta quietud y soledad. No hay en este lugar nadie que lea libros ni que escriba versos, que beba té, fume cigarrillos y sepa de todo; nadie que haya estado ni en Italia ni en París y nadie que hable varios idiomas: eso me resulta agradable.
Este invierno espero poder trabajar con denuedo en alguna novela o en algo semejante.[50] Ahora estoy ocupado principalmente con los preparativos para el frío invernal, lo que quiere decir que no hay día que no acarree a casa dos pequeños sacos llenos de piñas de abeto,[51] con las cuales caldearé luego la vivienda. Ya tengo llena una caja enorme, pero necesito muchas más. Mientras recojo las piñas, veo y experimento en el bosque una gran cantidad de cosas bellas; anteayer, por ejemplo, estuve espiando a una legión de perdices; hoy a una liebre, etcétera. Esto es, con mucho, más interesante y divertido que la vida en la ciudad.
Sólo que ahora, por desgracia, estoy separado de mi novia y necesito pagar mucho en franqueo. Espero casarme este invierno, pero el padre[52] ha dicho rudamente que no, y no había dinero, por eso ahora debo trabajar y ganar algo, pues en cuanto tenga lo necesario en la saca ya nadie le preguntará nada a ese testarudo.
En primavera, cuando todas esas preocupaciones estaban todavía lejos, en el horizonte, pasé un mes en Italia;[53] en Venecia bebí otra vez grandes cantidades de ese vino chipriota barato y dulzón; también capturé algunos cangrejos, oí algo de Händel y visité cierto número de palacetes antiguos que no conocía. Ahora todo eso me parece un sueño.
La literatura sigue proporcionándome pocas alegrías. Recientemente recibí una nueva reseña, hermosa, por cierto, sobre mis poemas, pero no hay nadie que los compre, y si tampoco funciona la última novela, ya todo me resultará demasiado estúpido, y entonces me veré en la situación de tener que intentar algo diferente.
Me haría usted un favor si le hiciese llegar al señor Ginzkey la carta que aquí le adjunto; salúdelo de mi parte, si es tan amable.
¿No ha escrito usted nada? ¿Y Camill Hoffmann? Si tanto usted como él tienen algo nuevo, les ruego me lo envíen. Reciba mis saludos cordiales; espero escuchar más buenas noticias de su parte. Afectuosamente, suyo,
H. HESSE
9. STEFAN ZWEIG A HERMANN HESSE
[Viena, primero de noviembre de 1903]
Querido Hermann Hesse:
Le escribo inmerso en un estado de profunda alegría. No tengo necesidad de hacer cumplidos, pero qué maravillosos y bellos, qué sublimes son los tres primeros capítulos de su libro, que he leído con el corazón conmovido, con añoranza, pero sin envidias. Son algo tan alemán, tan auténtico y bueno; me alegra desde ahora el sonoro toque de clarín, al que deseo anticiparme y que con toda probabilidad acompañará la publicación de la novela, porque, aun si llegase a darse el caso de que el desarrollo y el final se viesen algo disminuidos, esa obra, tan sólo por su comienzo, no debería fracasar.
Es usted, muy querido señor Hesse, excesivamente modesto y recatado. ¿O acaso debería decir que es usted demasiado exigente? Ha escrito treinta poemas magistrales que fueron muy aplaudidos, y aunque eso no es suficiente —y así lo he enfatizado también públicamente, hace poco, en el Magazin für Literatur—,[54]¿no está satisfecho usted de haberlos creado? ¿No significa nada para usted que alguien le diga —y yo me cuento entre quienes le harían saber esto— que Hermann Hesse es hoy uno de los primeros en Alemania, un joven y gran escritor, más poeta que Holz,[55] que Bierbaum,[56] que Schaukal,[57] que Otto Ernst,[58] más que todos los que en la actualidad son ensalzados en el país con estruendosos tañidos de campana? ¿Acaso no es un éxito que Fischer acepte una novela suya? ¡Ya quisiera yo haber llegado tan lejos! ¿Quiere usted éxitos materiales? Tampoco faltarán, puesto que sus libros ganan amistades; el donativo que usted nos ha proporcionado con sus obras ya ha dado sus réditos: ha vendido tan sólo cuatro ejemplares, pero ha recibido ocho o veinte veces esa cifra en términos de admiración y respeto. Tengo algunos amigos que conocen sus versos de memoria —no son pocos los que yo mismo sé—, y los recitan siempre que se habla de obras de calidad. Creo que está demasiado aislado en la Selva Negra como para ser consciente de ello. Quédese allí, sin embargo, y escríbanos otro libro; no necesito decir que ese libro será bueno.
¿Qué puedo contarle acerca de mí, de este pobre diablo que enferma a causa de la vanidad de sus padres, que quieren verlo llevando un birrete de doctor? En la Bretaña, en esa amada y apacible isla en la que me refugié para trabajar, creé un relato delicado y artístico[59] que vendrá a completar mi volumen de novelas cortas. Desde entonces sólo traduzco de vez en cuando algún poema de Emile Verhaeren, el gran poeta franco-belga. Eso se convertirá en un nuevo libro.[60] Pero no tengo ningún deseo de sostener en las manos ni de ponerme a hojear unos folios de papel repletos de mis extravagancias; quisiera estar de nuevo en la Île de Bréhat,[61] en mi esbelto velero de color marrón, conduciéndolo hacia el mundo, hacia esos sitios que no conozco ni sospecho que existen. O hallarme en París, junto a esas hermosas mujeres que me mimaron tanto, hasta el punto de que ahora ando aquí, con paso desganado, de una aventura en otra, descontento y aburrido sin confesármelo. Paso cada vez más tiempo soñando. La creación se convierte en un tormento frente a ese puro goce de la antigua India, de no agrupar las imágenes de forma creativa, sino dejarlas deambular al azar, sin lógica, avanzando las unas hacia las otras, como en el sueño. En seis meses he conseguido hacer uno o dos poemas: alguien que normalmente era capaz de escribir muchísimo en seis días. Pero no pretendo quejarme: tal vez estos caminos tengan también una meta. No quiero ser altanero.
Cuénteme usted, querido señor Hesse, de su vida allí arriba en la Selva Negra. Y no se tome tan al pie de la letra lo de las cartas: en medio del silencio se escribe con mayor facilidad, y un urbanita adopta una postura patriarcal cuando se extiende demasiado. Pero no por eso me siento menos a gusto ante usted.
Me agradaría tener un retrato suyo; le correspondería con un donativo igual. Reciba un cordial saludo de su amigo
STEFAN ZWEIG
¿Ha escrito el Berliner Tageblatt alguna vez sobre sus poemas? De no ser así, podría intentarlo con ellos.
10. HERMANN HESSE A STEFAN ZWEIG
Calw, 2 de noviembre de 1903
Querido señor Zweig:
Le respondo muy brevemente porque estoy dando un paseo en este momento. No he hecho nada en los últimos dos días, después de haber terminado un breve trabajo.[62] El domingo pasado transcurrió de un modo monacal y devoto: me dediqué a pintar con acuarela las letras capitulares de un hermoso libro antiguo. Hoy he serrado en el jardín dos viejas ramas del ciruelo, y algunos trozos de ellas crepitan ahora en mi estufa. Por lo demás, no hago más que fumar en pipa y leer las cartas que mi amor me escribe desde Basilea.
Lo que más me gusta de Peter Camenzind es el final. Usted me escribe de un modo tan halagüeño sobre el libro que pudiera relamerme todos los dedos, pero la continuación y el final le enfriarán los ánimos.
El Berliner Tageblatt, hasta donde sé, no ha reseñado mis poemas. Pero no se esfuerce por mi causa, ¡no estoy tan insatisfecho como usted cree!
¿Acaso ha pretendido usted hacerme la boca agua con su velero francés y sus mujeres parisinas? Pero, en fin, a cambio de eso tiene usted que terminar su doctorado, una ceremonia que siempre me parece un poco monstruosa y ridícula.
Quisiera poder responder a sus bondadosas y afectuosas palabras de un modo similar. Pero frente a esos tonos de elogio, por mucho que me guste escucharlos, mi pelaje áspero se eriza de un modo instintivo. Ya sabe usted que no sólo soy receptivo a la comprensión y la amistad, sino que también me siento agradecido en lo más profundo de mi ser. Por cierto, yo mismo consideraba mis Gedichte un libro maravilloso hasta hace un año, pero ya no me gusta tanto, salvo por tres o cuatro poemas que tengo por mis favoritos. También el bueno de Camenzind empieza a mostrarme a posteriori, burlonamente, sus malignos perjuicios. Mientras uno escribe, se siente como un pequeño dios, pero al final ve que lo que ha hecho no pasa de ser un trabajo de escolar, nada más. Uno jamás está satisfecho. ¡Cuántas veces no he pensado en las magníficas imágenes que crearía si, en lugar de poeta, fuera pintor! Sin embargo, no soy capaz de dibujar ni pintar un solo trazo.
No puedo enviarle mi retrato porque no recibiré nuevas copias hasta después de Año Nuevo. Llegado ese momento, tendrá que recordármelo otra vez. Por cierto, mi aspecto en él es peor que en persona.
A la editorial Fischer le debo mi librito Hermann Lauscher.[63] Este cayó en manos del editor, quien, posteriormente, me contactó. De modo que, por lo menos, él mismo tendrá la culpa si se lleva un chasco conmigo.
Por ahora tiene usted que contentarse con esto: últimamente estoy demasiado perezoso y cansado como para escribir mejor. ¡Mi amistad y mi gratitud quedan garantizadas todo el tiempo!
Suyo,
H. HESSE
11. STEFAN ZWEIG A HERMANN HESSE
Viena [hacia diciembre de 1903]
Querido señor Hesse:
¿Cuántas cosas buenas no podría desearle con motivo de la Navidad? Es cierto que, en cuestiones literarias, tenemos criterios bastante parecidos sobre el valor y la estima de los acontecimientos, pero, debido a esos centenares de kilómetros de distancia que hay entre nosotros, no sé lo que le agradaría personalmente; de todos modos, le deseo para estas fiestas que pueda pasarlas con alegría en su ciudad natal.
Entre las decenas de miles de deseos que tengo yo mismo, está el de poder leer este año muchas hermosas cosas suyas. He terminado ahora de leer la novela en el Neue D[eutsche] R[undschau], y no me decepcionó, más bien le felicito por esa obra de arte madura y tan genuinamente alemana. Creo que nadie podrá evitar la impresión de que ha estado usted hurgando con ambas manos muy en lo profundo de sí mismo. Y eso ya es muchísimo. Yo, personalmente, sólo afloro en mis relatos de una manera tímida, en mis dos grandes novelas cortas oculté mi persona tras los personajes de dos muchachas,[64] de modo que yo soy el único que sabe en realidad lo que se revela en la narración y lo que queda oculto en lo más íntimo. Este volumen de novelas cortas ha sido, por cierto, un parto doloroso: no ha salido del púlpito. En alguna ocasión fue un paquete listo para ser enviado a la editorial S. Fischer, pero en el último momento rompí los cordeles y lo puse de nuevo sobre el escritorio. Una de esas novelas cortas[65] fue aceptada por la Neue Freie Presse y espera desde hace un año y medio para ser publicada. Sin embargo, el conjunto, en general, no está pensado para el público. También he terminado una traducción de un poema de Verhaeren; pero no sueño con los laureles de la gloria, sino con un negro birrete de doctor que me amedrenta. Por lo demás, vivo de un modo bastante inteligente, disfruto de la temporada de óperas y conciertos de Viena, que es única y magnífica; me la paso muy bien con mis amigos, que crecen y cosechan éxitos. Ahora que sé que debo marcharme dentro de seis meses,[66] nuevamente empieza a gustarme mucho mi vieja y querida ciudad, con su gente amable y su tranquilo y noble estilo de vida; ya comienza a dolerme el tener que dejar a personas tan entrañables como Camill Hoffmann, Franz Karl Ginzkey, Hans Müller, así como a otros a los que me siento muy unido. Pero ¿acaso estos pequeños sentimentalismos no son ya heraldos del filisteísmo venidero? Tampoco me agrada el hecho de no escribir más versos, y es que me desanima la parálisis de ese viejo y a veces tan fuerte y molesto afán. ¿Será, quizá, debido a la sombra del birrete de doctor por lo que las rosas ya no quieren florecer?
¡Un breve recordatorio! Usted quería enviarme su retrato para Año Nuevo: yo todavía no he encontrado los míos, pero no tardaré en devolverle la atención. Por hoy, sólo me resta transmitirle mis mejores deseos, el sentimiento de amistad, y que éstos le lleguen bajo el árbol navideño de la Selva Negra, con el ponche de Nochevieja en la mano. Su devoto servidor,
STEFAN ZWEIG
12. HERMANN HESSE A STEFAN ZWEIG
Calw, 4 de enero de 1904
Querido señor Zweig:
¡Muchas gracias por sus amables deseos! El ponche de Nochevieja que usted me suponía bebiendo se ha transformado para mí en candentes reveses: yazgo en estos días con grandes dolores y una grave inflamación de los sacos lagrimales, con supuraciones en el ojo izquierdo. ¡Como no soy ningún héroe a la hora de soportar el dolor, dejo escapar muchos suspiros e improperios en estos días de enero! Todavía no he sanado completamente y sólo puedo escribir con mucho esfuerzo, pero, de todos modos, quisiera por lo menos corresponder a sus buenos deseos para el Año Nuevo y decirle que aún estoy vivo. En cuanto al retrato, envié el encargo a Basilea, ¡pronto lo recibirá desde allí![67]
Comprendo en parte su estado de ánimo afligido. Sin embargo, ¡el hecho de ya no ser capaz de escribir poemas no debe preocuparle en absoluto! ¡En los últimos diez meses no he escrito ni siquiera seis poemas! La vena lírica nos llegará de nuevo, tanto a usted como a mí, para alegría nuestra y espanto de los editores.[68]
Sus elogios de la temporada de conciertos vienesa me suenan como algo de fábula. Con la excepción de una sola vez, en los últimos tres años no he estado en ningún concierto: en Basilea me resultaban demasiado caros, y aquí no los hay. Sin embargo, a decir verdad, tampoco puedo decir que los eche de menos. Es cierto que estoy ávido de música, pero he sido tan mal educado y soy tan fantasioso, que prefiero escuchar el trino de las aves, el agua y el viento, e imaginarme que son música, hallarles un ritmo y tararear algunas melodías ingenuas, sin estilo, acordes con mi necesidad.
En este tiempo que llevo escribiendo ya me duele de nuevo la cabeza, por eso debo dar por finalizada esta carta. Conténtese con estos fragmentos y tenga la garantía de mi complicidad amistosa en relación con todo aquello que le sea cercano. En cualquier caso, habrá de enviarme, en su momento, su tesis doctoral, salvo que su tema esté demasiado fuera de mis horizontes.
A usted y a sus amigos, los afectuosos saludos de un servidor,
H. HESSE
13. STEFAN ZWEIG A HERMANN HESSE
[Probablemente el 17 de enero de 1904]
Querido señor Hesse:
Sólo quiero agradecerle, con toda prisa, su hermoso e impresionante retrato, que he recibido desde una dirección desconocida de Suiza. Encaja muy bien con la imagen interior que sus libros han avivado en mí; tal vez me lo había imaginado con unas líneas más suaves, pero, por otro lado, esa angulosidad constituye cierta garantía de una voluntad consciente de sus metas y casi obstinada. Lavater sabría descubrir muchas más cosas en su fisonomía:[69] yo podría, a lo sumo, añadir algunas bellas palabras más sobre ella, pero eso ahora no es necesario. El señor Ginzkey me contó que su Camenzind ya viste el atuendo de libro. Espero que me haga llegar usted ese hermoso libro personalmente o a través del editor: en medio de mi actual vorágine de trabajo, quisiera dedicarle algunas palabras introductorias.[70] En cualquier caso, ¡enhorabuena por su viaje a través del país de las tiradas innumerables!
¡Mi retrato de reciprocidad le llegará pronto! ¡Por hoy, sólo le envío a su solitario rincón de la Selva Negra muchos saludos y mis mejores deseos!
Suyo,
STEFAN ZWEIG
14. HERMANN HESSE A STEFAN ZWEIG
Calw, 9 de febrero de 1904
Querido señor Zweig:
¡No se enfade conmigo porque lleve tanto tiempo sin responderle! No he estado muy bien, tuve algunos pequeños asuntos que resolver y mañana parto hacia la Jura de Suabia y [hacia] Tubinga para una breve recuperación. ¡Es por eso que hoy sólo me alcanza el tiempo para un apresurado saludo!
Ni yo mismo sé si Camenzind apareció ya oficialmente. Pero en cuanto lo haga, usted recibirá un ejemplar del editor, que desde hace mucho tiempo tiene su dirección. Ojalá que el libro no se malogre y me proporcione por lo menos un poco de éxito crediticio.
Este infame invierno, que no es tal, está sacándome de mis casillas. Tuvimos nieve por muy poco tiempo, y lo disfruté muchísimo: estuve medios días enteros paseando en el trineo de montaña. Pero desde entonces la nieve se funde, y llueve, el aire está templado y húmedo, siempre con vientos secos y cálidos del sur, sin carácter. Que el diablo se lleve esas raras ocasiones en las que los veranos son fríos y los inviernos cálidos: son algo que lastima mi alma, porque adoro el calor y el frío intensos, los colores brillantes y la luz clara.
Mañana pretendo salir de paseo por el periodo de un par de días, a menos que vuelva a llover con tanta furia. En primavera espero poder viajar a Múnich por una semana, más o menos.[71]
En lo que se refiere al trabajo, desde Año Nuevo he hecho en realidad muy poco, pero pronto empezaré otra vez. Fui muy aplicado durante todo el otoño, algo desacostumbrado en mí, ya que no estoy muy apto para el trabajo demasiado fatigoso. Pero cuando es preciso hacerlo, todo funciona. Hace un año no hubiese creído que conseguiría mostrar un empeño tan respetable.
¿Y usted? Le deseo que su trabajo continúe prosperando y que pronto pueda usted torcerle el cuello, para que le sea posible realizar una actividad más libre y agradable. Sería una pena que se convirtiera en un erudito.
Con muchos saludos, su servidor,
H. HESSE
15. HERMANN HESSE A STEFAN ZWEIG
Freudenstadt, Selva Negra,
[hacia febrero o marzo de 1904]
Querido señor Zweig:
No es ninguna negligencia de mi parte que no haya recibido usted antes el Peter. El editor consideró mejor posponer la edición hasta ahora. En caso de que escriba usted algo sobre la novela —a lo que no quisiera apremiarle en ningún modo—, le estaría agradecido si, además de al editor, me enviase una copia también a mí. La dirección sigue siendo la de Calw.
¡Muchos saludos!
H. HESSE
16. STEFAN ZWEIG A HERMANN HESSE
Viena,
5 de abril de 1904
Muy apreciado y querido señor Hesse:
Aquí le envío algunas palabras sobre su libro.[72] Mi examen[73] me impidió extenderme todo lo que hubiese deseado. Considere estas palabras únicamente como una señal de sentimiento afectuoso y de viva complicidad; por el momento no puedo escribir más, y paso la palabra a nuestro querido Franz K. Ginzkey. Con saludos cordiales, suyo,
STEFAN ZWEIG
Querido señor Hesse:
Sobre su libro he «perpetrado», no hace mucho, una reseña, un monstruo de ocho folios, y ahora debemos esperar para ver dónde se publica.[74] Le saluda muy afectuosamente, su devoto
F. K. GINZKEY
Primera edición de la primera novela de Hesse, Peter Camenzind, publicada en 1904 por S. Fischer.
Diseño de Franz Christophe.
UNA NOVELA DE HERMANN HESSE
Stefan Zweig
Es un libro hermoso y apacible este que quiero comentar. De muchos modos podría describirse su estilo suave, afable y fielmente alemán; podría decirse que es como una nube blanca que recorre suavemente su piadoso camino, como el tañido de una campana al atardecer o como una honesta plegaria. Hay muchas cosas dulces y misteriosas en la vida que nos asaltan de la misma forma. Pero estas comparaciones sólo intentarían enunciar algo inconcebible, algo demasiado único o conmovedor que flota entre el cielo y la tierra, perteneciendo a ambos y a ninguno a la vez. Esta hermosa obra es ingenua en el sentido más sonoro, pero es, al mismo tiempo, tan sensible de oído y sabia, tan dura y suave a la vez. Un destino se alza aquí con fuerza y vuelve a decaer sin poder abarcar la vida a lo grande, la vida brutal y multicolor; sin embargo, ese destino está colmado de toda la fuerza telúrica, embebida de su aroma más profundo. Hacía mucho tiempo que no teníamos un libro que hablase tan poco de acontecimientos y [haya] aprendido tan infinitamente de la vida.
Y ese libro se titula Peter Camenzind (Berlín, S. Fischer, 1904) y es de Hermann Hesse. Los más exquisitos adoran su estilo y una obrita aparecida bajo seudónimo, Hermann Lauscher, y lo hacen de un modo tan íntimo y callado, como sólo se valoran las obras de arte más selectas. Ya sabían desde hace mucho que él es, en Alemania, uno de nuestros mejores escritores. Ahora, Hesse pasa a ser conocido de muchos, y les entrega la historia de un chico campesino, un mozo duro y musculoso pero que lleva sobre los hombros la meditabunda cabeza de soñador del propio Hermann Hesse. Y he ahí su carácter trágico: alguien como él no consigue orientarse en la vida. No en lo externo, pero sí, quizás, en su interior. En lo externo hay demasiadas líneas torcidas entre él y los hombres: timidez, mala suerte, tosquedad, desasosiego, acritud, y todo eso le impide acercarse a los resbaladizos y dóciles burgueses cosmopolitas. En su interior, sin embargo, este joven abarca maravillosamente la vida: con su paso lento y sus suaves cavilaciones, concluye allí donde Spinoza, con esfuerzo more geometrico, había marcado, con trazo firme de compás, su sabiduría, en el más puro y bondadoso amor universal y en el suave fervor de los grandes amantes. Una auténtica ventisca de pureza corre sobre este último capítulo en las montañas, donde todo se aclara y reconcilia.
En este libro también se habla del amor. Cuando ese amor, sin embargo, se dirige a las mujeres, el final es siempre tragicómico y elegiaco. Pero cuando se dirige a los desdichados, se vuelve maravillosamente puro y piadoso; y cuando abarca la naturaleza, su rumor es como un coral en el que coinciden fraternalmente todas las voces de la vida. Este amor del universo es para mí lo más entrañable e imperecedero en esta obra de Hermann Hesse. Desde el punto de vista técnico, sin embargo, su novela no es siempre perfecta: Hesse narra la historia no como la vida misma, sino como un sueño que repite un destino y da realce a lo amado al tiempo que olvida lo negativo; un sueño que se aleja deprisa, con pie ligero, de los años malos, para olvidarse más dulcemente en la contemplación de las imágenes familiares. La maestría artística de Hermann Hesse es por eso indiscutible; su estilo es claro, pulido y, al mismo tiempo, carece de todo brillo artístico. En ocasiones uno recuerda la Biblia. A menudo se piensa también en Gottfried Keller, del que tanto ha aprendido el autor: la alegría de lo apacible, el placer en las ondulaciones y lo divertido, y, por último, el gran arte de la sonrisa melancólica, más dulce que cualquier pasión. Para el alemán del norte, puede que tenga unas líneas excesivamente suaves y sea demasiado poco «eficiente» para sus ideales, demasiado soñador: pero eso sólo puede hacérnoslo más amable. Para mí, personalmente, Hesse ha escrito la novela alemana más amable desde la aparición de Ludolf Ursleu, la obra de Ricarda Huch.
Por eso he escrito estas palabras desde una satisfacción afectuosa y espontánea; por eso, también, he revelado en esa satisfacción muy poco sobre el libro. Pero lo prefiero así. Sólo quería pronunciar dos palabras: Hermann Hesse. Todavía son palabras mudas y vacías, y en un par de días las habrán olvidado nuevamente. Pero lean su libro, y entonces esas palabras refulgirán bajo una luz tan suave que ya no podrán olvidarlas.
De Die Freistatt,
Múnich, 2 de abril de 1904
17 HERMANN HESSE A STEFAN ZWEIG
[Hacia el 20 de abril de 1904]
Querido señor Zweig:
¡Muchísimas gracias por sus amables líneas y por la elegante reseña! Hoy sólo puedo agradecerle y saludarle a toda prisa. Acabo de regresar de Múnich, donde estuve catorce días, y tengo aquí muchísima correspondencia y cosas por escribir.
Múnich fue divertido e interesante. Además de ver a mi amigo pintor, conocí también a algunos poetas, como, por ejemplo, a Ricarda Huch,[75] al barón Bernus,[76] etcétera, pero en realidad estoy contento de haber escapado al pavimento de la gran ciudad. ¡Si viera usted a Ginzkey, transmítale los más afectuosos saludos de mi parte! Le escribiré tan pronto encuentre un momento de ocio.
Afectuosamente, suyo,
H. HESSE
18. STEFAN ZWEIG A HERMANN HESSE
[23 de mayo de 1904]
Muy querido señor Hesse:
Muchas gracias por su amable librito,[77] que he recibido y leído con alegría. Mi Verlaine —por desgracia todavía no tengo ni una sola noticia de él— lo recibirá usted seguramente como todos mis demás libros; y este año serán dos.[78] Cuánto me alegra por su Camenzind; por todas partes afloran los merecidos elogios, por todas partes ese consuelo íntimo que usted se ha ganado. Menos valiosos me parecieron sus versos publicados en la Neue Rundschau[79] no me parecieron tan maravillosamente puros como sus primeros poemas italianos. Ya ve que soy muy sincero, pero en realidad lo soy únicamente con aquellos que estimo y aprecio tanto, como es el caso del poeta autor de Peter Camenzind. Cuéntele en alguna ocasión acerca de sus planes, de sus éxitos y de esas cosas terrenales a este amigo que le saluda afectuosamente y desde la más absoluta prisa,
STEFAN ZWEIG
19. HERMANN HESSE A STEFAN ZWEIG
[Hacia finales de mayo de 1904]
Muy querido señor Zweig:
Muchísimas gracias por la tarjeta[80] y la carta; en estos momentos, como me quiero casar en verano,[81] estoy en plena vorágine, y sólo puedo escribirle rápidamente. De aquellos versos ital[ianos] publicados en la N[eue] Rundschau, sólo aprecio todavía el que se titula «Chioggia»,[82] los demás son precisamente eso: un diario.
Dígame una cosa, ¿existe una edición de Baudelaire realizada por usted?[83] ¡Me encantaría tenerla! ¿Y cuándo llegará el Verhaeren? Por desgracia, no soy crítico y no se me dan muy bien las reseñas, pero entre mis amigos suelo hacer lo que puedo por los libros que me gustan. Todavía no estoy en condiciones de comprar casi nada (los «libros que son un éxito» parecen más rentables de lo que son en realidad), y todavía no sé con exactitud de qué voy a vivir teniendo una esposa. Pero es también muy agradable y divertido, todo saldrá bien y la mera perspectiva me causa satisfacción.
Muchas gracias, y reciba los más afectuosos saludos de su amigo
H. HESSE
20. HERMANN HESSE A STEFAN ZWEIG
Calw, 15 de junio de 1904
Muy querido señor Zweig:
Ayer llegó su libro[84] y me sentí encantado, en primer lugar, de poder palparlo y contemplarlo en una magnífica y agradable édition de luxe. El papel, la portada y el diseño, el formato, el busto,[85] la impresión: todo es magnífico y refinado, y su cariñosa dedicatoria ha incrementado considerablemente la alegría por poseer este espléndido libro. Pasé el día de hoy enfrascado en la lectura. A Verhaeren, por supuesto, sólo lo conocía de nombre, de modo que he podido disfrutar con este libro el placer pleno de la primera vez.
Así que muchas gracias, querido amigo, por este obsequio realmente noble. Aunque mi dicción no es buena, lo leí entero en voz alta, y a menudo quedé profundamente asombrado y feliz al ver la fuerza y la plenitud del efecto. La mayor impresión me la causaron «Regen» [Lluvia] y «Novemberwind» [Viento de noviembre]. ¡Los ha traducido usted de una manera inefablemente bella y poderosa! Luego, aunque no con la misma perfección en su pureza y su atmósfera, me gustaron las elegantes y tristes «Klagende Lieder» [Canciones de queja]. Y después resaltaría una gran cantidad de detalles, pasajes como, por ejemplo, los de la página 45:
Y a lo lejos refulge, púrpura y enorme,
con millones de ojos, la mar espumosa…
¡Eso es inmensamente bello!
¡Luego me gustó «Zum Meere hin!» [¡Hacia el mar!]!
Su delicioso libro significó para mí más, muchísimo más de lo que significan los míos propios, y disfrutando de sus maravillosas «versiones poéticas» gocé todo el tiempo, de un modo silencioso e íntimo, del hecho de ser su amigo. ¡Por eso le doy las gracias con especial satisfacción y afecto!
Muy pronto se desatará aquí un enorme caos: en unas seis o siete semanas quiero casarme, y ya me rodea todo un enjambre de preocupaciones y planes.
Pero en cuanto vuelvan a reinar la paz y el sosiego, leeré en voz alta mi tesoro de Verhaeren y le escribiré otra vez. Por favor, salude también a Ginzkey muy afectuosamente de mi parte.
Su siempre leal, agradecido y devoto
H. HESSE
21. HERMANN HESSE A STEFAN ZWEIG
[Hacia finales de junio de 1904]
Querido señor Zweig:
¿No ha escrito usted nada sobre Verhaeren que pueda enviarme y prestarme por un breve periodo de tiempo?[86] En cualquier otro caso, tal vez podría hacerme llegar rápidamente en una tarjeta (con el propósito de escribir un breve comentario sobre sus traducciones) algunas notas sobre cuándo nació V[erhaeren], desde cuándo es conocido para el público, lo que ha publicado, etcétera. En el fondo, no tiene mucha importancia, pero tiene que haber un poco de orden, ¡y la gente siempre quiere conocer «datos»! Se lo agradezco de antemano y le saludo cordialmente. Su servidor,
H. HESSE
Primera edición de la selección de poemas de Émile Verhaeren en versión de Stefan Zweig.
Diseño de Théo van Rysselberghe.
«POEMAS ESCOGIDOS» DE ÉMILE VERHAEREN
EN VERSIÓN DE STEFAN ZWEIG
Hermann Hesse
La editorial ha dotado este libro de una gran belleza y elegancia, tan agradables y serios son el formato, el papel, la tipografía y las ilustraciones, que es una pena que estos versos aparezcan en una tirada tan pequeña y a un precio tan elevado, lo que significa que han sido editados únicamente para el reducido círculo de los exquisitos. En lugar de quinientos ejemplares, debieron editarse dos mil, y ser más baratos, de manera que cualquiera pueda comprarlos y regalárselos a sus amigos. Pero eso, quizá, podamos verlo todavía.
Hace algún tiempo, Stefan Zweig publicó en esta misma revista (Das literarische Echo VI, p. 972 y ss.) un estudio sobre el poeta flamenco Émile Verhaeren, en cuyo final el autor prometía ya la pronta aparición de sus versiones de los poemas de Verhaeren. Ahora éstas han aparecido con el título mencionado arriba, y se trata de una publicación loable y refinada. Quien todavía no conozca a este poeta de Flandes, podrá hacerlo de un modo acertado a través de una selección deliciosamente concebida, de una organicidad elegante, la cual abarca desde sus primeras pinturas, fríamente naturalistas, hasta la altura de su arte más poderoso y conmovedor. Las muestras escogidas son, sin excepción, piezas maestras.
Sobre Verhaeren, el más grande de todos los poetas contemporáneos que escriben en francés, el pensador apasionado y artista poderoso, Zweig dijo en aquel ensayo todo lo esencial. A mí sólo me resta hablar de estas «versiones», es decir, celebrarlas con gratitud y contento. Porque son magistrales, poseen una gran delicadeza de matices y de tono y, al mismo tiempo, tienen una elegancia y una flexibilidad de ritmo que uno encuentra en contadísimas ocasiones en las traducciones de versos. En particular, el magnífico poema «Der Regen» [La lluvia] y la colorida fantasía de «Fernab» [Lejos], desconcertante debido a la intensa claridad de sus visiones, han sido traducidos con fuerza descomunal y gran creatividad. Sin embargo, sería injusto elogiar en especial algunos poemas individuales, ya que todos ellos, en lugar de haber sido simplemente traducidos, han sido recreados y transformados en un valioso patrimonio de la poesía en lengua alemana, todo gracias a la delicadísima interpretación que de sus bellezas originales ha hecho un muy talentoso poeta. Sólo nos queda desear que Stefan Zweig pronto nos entregue una nueva selección y que ésa, unida a esta primera ahora publicada, sea asequible para un mayor círculo de lectores.
De Das literarische Echo,
Leipzig, 15 de octubre de 1904
22. STEFAN ZWEIG A HERMANN HESSE
[Hacia julio de 1904]
Querido señor Hesse:
¡Contento como una bandera al viento, le hago llegar mis felicitaciones! ¡Mucha suerte tanto en el arte como en la vida! Ya con la tercera reimpresión de Camenzind había tenido una enorme alegría, pero ahora usted me proporciona una segunda con su tarjeta.[87] Ahora sólo querría que su eventual viaje de bodas[88] le conduzca a Italia a través de Viena.
También Camill Hoffmann, mi querido amigo, ha tomado la decisión de casarse, para gran contento nuestro, porque por muchos amigos que uno pierda con ello —se quiera o no, pasa uno a la segunda fila, o incluso al último encuentro—, entra a formar parte de los triarios,[89] los veteranos pero fiables.
Si su joven dicha, que deseo no envejezca nunca, le diera alguna vez tiempo para escribir una carta sobre su vida y su obra, piense usted en mí y tenga la certeza de que con ello me proporcionará una gran alegría. Transmita mis respetos a su esposa y reciba usted mismo un saludo afectuoso de su amigo sincero y devoto,
STEFAN ZWEIG
Cuando hayan pasado los dolores de los exámenes, le escribiré con más detalle desde algún escondite veraniego. Ahora me lo prohíbe esa diosa que ignoro desde hace tanto tiempo: la obligación.
23. STEFAN ZWEIG A HERMANN HESSE
[Hacia finales de julio de 1904]
Querido señor Hesse:
Preste atención a mi firma. Será la primera vez —y para usted, la última— que firmo una carta, con alegría y orgullo, como Dr. Stefan Zweig. No porque quiera darme ínfulas con esas dos letras; es tan sólo un suspiro después de tanto estudio monótono. Ahora empiezo de nuevo a holgazanear con un goce del que he prescindido durante mucho tiempo, y me dedicaré a hacerlo sin reprocharme nada a mí mismo, sin miedos. El trabajo ya se presentará en cuanto los viajes me dejen tiempo. Por estos días voy a visitar a mis padres en Marienbad. Estaré allí unos ocho días, vagando por esos bosques de Bohemia cuyos abetos, con su rumor, siempre parecen decirme cosas particularmente hermosas, cosas más profundas que la normal cháchara de hojas de los bosques anchurosos. Luego viajaré, bien a Bélgica, país del que me atrae la apacible y callada ciudad de Brujas, la cual me resulta más entrañable que Venecia o que cualquier otra ciudad italiana que conozca; o bien me iré al Tirol, o a Suiza, en busca de la paz de un lugar solitario. Mis planes literarios los dejaré esta vez reposando en casa: sólo quiero trabajar un poco en mi ensayo sobre Verlaine,[90] si es que se presentan las ganas y el ambiente. Y usted, querido señor Hesse, aunque no sea ninguna pequeña muchachita, o precisamente por no serlo, recibirá concienzudamente algunas tarjetas postales. Soy tan poco moderno como para considerar hermoso eso de mostrarle a otros el lugar donde uno está.
Me alegra ver que el interés por su magnífico Camenzind sigue creciendo; hace poco deduje otra vez por una carta que Hugo Salus[91] es un entusiasta aficionado a su rapaz suizo. Ojalá que haya nuevas reimpresiones y una buena descendencia.
¿Es usted ya un esposo, querido señor Hesse? Si la Selva Negra no estuviese tan distante de mi itinerario, me gustaría pasar por allí para estrecharle la mano. Si hacia finales de este tiempo venidero estuviera usted por Múnich, haría con sumo gusto un desvío de mi ruta. Tengo la sensación de que podría pasar con usted, charlando, un par de magníficas noches de verano. A falta de eso, echo mano de vez en cuando a su Camenzind y hago que el libro me cuente algo del personaje. Y espero que la charla no sea menos divertida e inteligente con su Hans Amstein.[92]
Salude a su señora esposa de mi parte y de todo corazón. Quién sabe cuánto de lo que los demás amamos en usted se lo debemos a ella, por lo menos algunos de esos nuevos versos que capturo de vez en cuando en una que otra revista y que me han conmovido sobremanera.
¡Y muchos saludos también para usted, querido señor Hesse!
DR. STEFAN ZWEIG
24. HERMANN HESSE A STEFAN ZWEIG
[Hacia finales de julio 1904]
Señor doctor:
¡Le saludo de todo corazón! Si su itinerario (a partir de la segunda semana de agosto) le acercase al lago de Constanza, me encontrará en Gaienhofen (en la orilla del Untersee del lado de Baden, en la estación de barcos), donde he alquilado una cabaña de campesinos.
En este instante estoy empacando mis poquísimas cosas. ¡No es posible siquiera pensar en escribir! Muchos saludos satisfechos le envía este servidor,
H. HESSE
25. STEFAN ZWEIG A HERMANN HESSE
Berlín [sellado en correos el 3 de septiembre de 1904]
Querido señor Hesse:
Tengo que felicitarle continuamente por las nuevas ediciones, ojalá que muy pronto sea con motivo de la vigésimo quinta.[93] Saludos cordiales de sus devotos
E. M. LILIEN[94]
STEFAN ZWEIG
26. STEFAN ZWEIG A HERMANN HESSE
Viena, 8 de septiembre de 1904
Querido señor Hesse:
De regreso de mi peregrinación, lo primero que me alegra es disfrutar de nuevo de la calma y el silencio que uno encuentra siempre con satisfacción en casa (por lo menos al principio, porque luego el deseo de viajar y la inquietud interior aportan una hermosa dosis de insatisfacción en esas horas de sosiego). Y estoy aprovechando esa satisfacción para escribirle a usted una carta que le he escamoteado durante mucho tiempo. Me he alegrado con tanta frecuencia y tan sinceramente por usted, que ahora siento la necesidad de decírselo. Las circunstancias han sido muy variadas: por un lado, la relectura del Peter;[95] en otra ocasión fue una noticia sobre el elevado número de tiradas; luego, también, el principio de «Die Marmorsäge» [La serrería de mármol][96] —como crítico severo, no voy a contar el Hans Amstein entre esos goces absolutos—, y, sobre todo, la agradable sensación de ver cómo el público y la crítica trabajan en colaboración para mostrarle a usted la gratitud que merece.
Tengo la sensación de que su vida, ahora, va avanzando a un ritmo bastante pausado, sobre todo después de que se desvanecieran tan pronto las preocupaciones que usted tenía acerca de su joven matrimonio. Desde lejos, todas no son más que hipótesis, pero seguramente que, visto de cerca, debe de haber «dicha suficiente»[97] entre sus cuatro paredes. Me alegraría mucho recibir de usted mismo una confirmación de este mi deseo.
Mi viaje estuvo lleno de momentos hermosos, si bien fue demasiado agitado como para ser armónico. Ostende, Blankenberghe,[98] Heyst,[99]hermosas horas en Brujas, momentos heroicos en Berlín; al cabo, sentimientos encontrados. Las horas más deliciosas fueron las que pasé en casa de Verhaeren, cuya humanidad noble y hermosa no está en contraste alguno con la grandiosa imaginación de sus obras creativas. Vive alejado del mundo, con una mujer muy distinguida y cariñosa,[100] en una absoluta soledad rodeada de verde,[101] en medio de gente extremadamente primitiva que lo quiere mucho por su bondad, que le impide distanciarse de ellos. Jamás tuve ante un poeta esa sensación de grandeza como con él, y ello se debe, precisamente, a que no se anda con extravagancias ni poses, todo en él es cordialidad y moderación. No podré olvidar tan pronto esos días, del mismo modo que no olvidaré el tiempo pasado con Lemonnier,[102] Meunier,[103] Van der Stappen,[104] etcétera.
Ahora quiero dedicarme de nuevo al trabajo. Mi estudio sobre Verlaine estará listo pronto, y mi volumen de novelas cortas[105] ya está impreso, aunque no saldrá hasta febrero. He escrito algunos versos que me han proporcionado gran satisfacción, pero no por eso me daré prisa en sacar un nuevo libro de poemas,[106] no tanto porque me sienta del todo despojado de temores y de apresuramientos, sino porque esta vez estoy totalmente seguro de mí mismo. En el invierno, que pasaré en París, deseo poner a prueba por fin mis músculos, no sólo mis nervios: quiero emprender un trabajo de mayor envergadura,[107] aunque todavía hay cierto temor murmurando dentro de mí y diciéndome que es demasiado pronto. Pero el intento será más bien una consolidación, no un impedimento. Me han encargado un par de ensayos. Y precisamente para uno de ellos quisiera molestarle ahora a usted: debo escribir de nuevo sobre las nuevas «generaciones de poetas»[108] en Die Weite Welt, el gran semanario de la editorial August Scherl, y esta vez lo adornaré con su retrato. En esa serie estarán retratados los siguientes poetas: Hermann Hesse, Agnes Miegel,[109] Hans Müller y dos o tres más. Espero que esté usted de acuerdo. Poseo un retrato suyo que debo a la bondad de su esposa: yo podría enviarles ése y usted luego me enviaría otro sin falta. En reciprocidad, recibirá usted doble copia de mi retrato: primero una de las hermosas fotografías que me hizo mi querido amigo E. M. Lilien,[110] y en segundo lugar un grabado que él mismo ha empezado.
Le ruego su aprobación y un nuevo retrato. Ojalá que ese amor súbitamente despertado en Alemania no le agobie demasiado, para que de vez en cuando pueda escribirme también a mí: sobre sus planes y sus horas de matrimonio, de las que ojalá todavía no se haya alejado ese ambiente de luna de miel. Le ruego salude a su esposa de mi parte de todo corazón, y esté seguro de los afectuosos sentimientos que, junto con los otros, abriga por usted, de un modo más especial, su devoto y sincero
STEFAN ZWEIG
Le adjunto también unos cordiales saludos de Ginzkey; si de vez en cuando, a la hora del atardecer, le suenan los oídos, debe de ser que nos acordamos de usted con suma frecuencia durante nuestros paseos a la hora del crepúsculo.
Le adjunto a esta carta, como a las otras, una invitación para que venga a Viena cuanto antes, y espero que algún día la acepte, quizá durante alguno de sus viajes de paseo a Italia.
27. HERMANN HESSE A STEFAN ZWEIG
Gaienhofen,
11 de septiembre de 1904
Mi querido señor Zweig:
Ahora que ha regresado, ya es posible escribirle de nuevo. Su amable y hermosa carta, así como todas las tarjetas enviadas desde su viaje,[111] fueron para mí una verdadera alegría. Aunque en la última carta sí que había algo que me cautivó menos.
¡La historia de los retratos! Si ya no se pueden cambiar las cosas, no voy a hacer, por supuesto, un escándalo por eso. ¡Pero si todavía se puede impedir que mi retrato se publique en ese semanario, me sentiría infinitamente satisfecho! ¡Se lo ruego! Por lo demás, escuché con placer todo lo que me cuenta. También me ha interesado mucho que me dijera que el Amstein no le gustase. Yo mismo no tengo ningún juicio sobre mis escritos, y a menudo lo más fútil me parece lo mejor. Ahora bien, aunque tampoco espero nada de la crítica, siempre me alegra cuando un amigo me dice lo que le gusta y lo que no le gusta. Escribí Hans Amstein hace un año y medio y no he vuelto a leerlo desde entonces. «La serrería de mármol» fue escrita durante el último invierno y la primavera.
Ahora vivo aquí, en el lago de Constanza (en el Untersee), desde principios de agosto, soy un hombre casado y espero sinceramente que usted, más tarde o más temprano, venga a visitarme. Porque, desde que vivo en el campo, Viena me resulta cada vez más lejana e imposible.
Gaienhofen es un pueblecito adorable, no tiene ferrocarril, ni comercios ni industria, ni siquiera tiene un párroco propio, de modo que esta mañana tuve que atravesar los campos durante media hora bajo una lluvia horrible para acudir al entierro de un vecino. Tampoco tiene agua corriente, de modo que debo sacar toda el agua del pozo; y no hay artesanos, por lo que es preciso que yo mismo haga cualquier reparación en la casa; tampoco hay carnicero: traigo la carne y los embutidos, etcétera, en una embarcación que atraviesa el lago desde el villorrio de Turgovia más cercano.[112] En cambio, hay tranquilidad, el aire y el agua son excelentes, hay un hermoso ganado, frutas célebres y gente buena. No tengo ninguna compañía, salvo la de mi esposa y la de nuestro gato. Vivo en una pequeña casa de campesinos alquilada, por la que pago al año 150 (ciento cincuenta) marcos de renta.
¡Viva Peter Camenzind! Sin él no hubiera podido casarme ni mudarme aquí. Me ha reportado unos dos mil quinientos marcos, de los cuales puedo vivir dos años, por lo menos, si permanezco aquí.
La «celebridad», que al principio me alegró, es menos divertida de lo que pensé. Los maestros de escuela y las asociaciones me piden, en cartas redactadas en un estilo comercial, ejemplares gratuitos de mis libros, etcétera. Un periodista escribió que quería entrevistarme para un libro sobre «contemporáneos». Le respondí diciéndole que debía dirigirse a un establecimiento para hidroterapias. Eso fue cuando todavía vivía en Calw; hasta aquí, hasta Gaienhofen, no viene nadie, está demasiado apartado. Por cierto, el flujo de cartas, etcétera, ha disminuido, y otra vez vuelve la paz al campo.
Mi boda tuvo lugar a todo galope. Como el suegro no estaba de acuerdo y no quiere saber nada de mí, viajé hasta aquí mientras él estaba ausente de Basilea, y luego fuimos, subitissimo, directamente al Registro Civil. Ahora el anciano ruge desde lejos, pero poco a poco se va tranquilizando.
Ahora soy un hombre casado, y por el momento se ha acabado el nomadismo de gitano. Esta mujercita es cariñosa y razonable. Por cierto, todavía no sabe que he encargado hoy un pequeño barril de vino blanco. El vino de aquí es infame por lo ácido.
¿Se va usted en invierno a París? ¿Y su volumen de novelas cortas sale en febrero? ¿Y ahora pretende trabajar en uno mayor? Querido señor y amigo, ¡acepte usted para todo ello mis mejores deseos! ¡Y acérquese alguna vez hasta el lago de Constanza! Aquí no verá demasiadas cosas nuevas como las que yo encontraría en Viena, pero sería agradable pasar una tarde con usted en el lago y la noche en mi habitación de labriego, sentados en el banco de la cocina. Ya me ocuparé yo de que el vino no se acabe. Y si todavía es posible, ¿retirará usted mi foto de allí? Me he burlado tan a menudo de todas esas fotografías de poetas que ahora no puedo participar de lo mismo. En el texto, no obstante, puede mencionarme.
¡Le ruego que sea amable conmigo y me haga partícipe siempre de su vida y de sus trabajos! Por ejemplo, me gustaría saber cuál es el título de su tesis doctoral. Fiel y agradecido, siempre suyo,
H. HESSE
28. STEFAN ZWEIG A HERMANN HESSE
Viena, 20 de septiembre de 1904
Querido señor Hesse:
¿Puede creerme que su carta casi me causó más enojo que alegría? No por lo del retrato, que es, en definitiva, una simple y tonta historia con la cual esperaba proporcionarle alguna satisfacción. (De todos modos, pronto tendrá usted que abandonar esa resistencia ante la fama creciente, porque Die Woche[113] no deja que se le escape nadie al que los laureles hayan rozado siquiera). Por supuesto que el retrato no será publicado. Pero es otra cosa muy distinta la que me causó el enojo. Perdóneme si no soy muy bueno calculando, razón por la cual sería un pésimo hombre de negocios, pero, en mi alegría por la anunciada tirada de diez mil ejemplares, había calculado para usted una suma igual en marcos. Sin embargo, ahora usted me escribe con orgullo diciendo que sólo son dos mil quinientos. Querido señor Hesse: usted tiene ahora una esposa —y espero que pronto tendrá algo más—, y por eso no debe dejarse timar de esa forma por un editor. No debe usted envolverse del todo en una modestia que le sienta a su rostro como la túnica de un pobre pecador. Usted significa mucho para Alemania en la actualidad, y cualquier editor estaría feliz de decir que es suyo su siguiente libro. Créame a mí, que veo todas estas cosas desde una perspectiva más amplia que usted, en su plácido rincón de Gaienhofen, y haga lo que le digo: ponga condiciones que le parezcan irrisorias a usted mismo. Ya verá con cuánta celeridad son aceptadas.
Pero ahora dejemos esta prédica de Martes de Carnaval. Hay otra cosa que quisiera decirle, pero no me siento capaz de hacerlo como es debido: usted lo sentiría mejor si pudiera estrechar su mano. Desde hace muchísimo tiempo no he leído nada que me conmoviera tanto, que me tocara el corazón con tan delicada mano, hasta el borde de las lágrimas, ni siquiera nada en Peter Camenzind me conmovió tanto como la continuación de «La serrería de mármol» que he leído hoy. La descripción de esa inquietud previa al momento en que se clarifican los sentimientos, ese caminar hacia la noche fue escrito por usted en una hora bendita. Con cuánto anhelo espero ahora el final, porque sé la maestría con la que suele usted acallar los acordes. Le deseo tantas horas felices como las que usted me ha deparado con esta novela corta.
Ahora me sobrecoge un temor: dentro de un mes pensaba poner en sus manos mi tomo de novelas cortas, pero ahora me temo que pueda usted menospreciarme al ver que a estos relatos no les han salido las alas todavía, que aún no han abandonado del todo el cascarón de la primera juventud. Sin embargo, espero que sepa usted escarbar algo aquí o allá que merezca no ser desechado.
Casi le envidio su vida apacible. Tanto más porque este año tengo planes de ir al lugar de mayor efervescencia: a París, ciudad a la que me atraen muchas cosas y hacia la que me desvía cierto ímpetu incontrolable. En primavera quiero gastarme el dinero de mi viaje de doctorado; primero iré al sur de España, luego, en marzo, estaré en las islas Baleares, y después, con la llegada de la primavera, con esa bendita compañía, me iré a dar un paseo por el norte, hasta los Pirineos, y me adentraré más tarde en Provenza, hasta llegar a la querida región de Bretaña, a la que todavía le debo un hermoso verano.[114] Algún que otro trabajo se presentará por sí solo en este tiempo.
Jamás he tenido la oportunidad de estar totalmente ocioso por mucho tiempo. Ahora he terminado el borrador de una tragedia en verso (en un solo acto): sin embargo, todavía no puedo sentirme en buenos términos con la obra, desde que ha cobrado su forma definitiva. Por eso, pretendo cambiar dos de sus escenas, que son demasiado heroicas, o dejarla que se impregne durante un par de años del polvo del escritorio. Quizá con ello cobre una fuerza nueva.[115]
Salúdeme de todo corazón a todo aquel que le sea entrañable en su pequeño mundo, y perdone que me haya inmiscuido en sus asuntos con el editor; y, por favor, no olvide que una carta suya siempre me depara un rato de alegría. Su amigo devoto, con lealtad y afecto,
STEFAN ZWEIG
29. HERMANN HESSE A STEFAN ZWEIG
Gaienhofen,
22 de septiembre de 1904
Querido señor Zweig:
Me veo obligado a responder, a modo de rectificación, algunas palabras a su amable carta. Las cosas no son tan graves como usted las supone. Sobre todo, no hay ahora, tal y como usted ha oído decir, diez mil ejemplares en el mercado, sino la mitad de esa cifra (cinco ediciones de mil ejemplares cada una). De ello yo percibo un veinte por ciento del precio de venta, lo cual hace alrededor de la mitad de la ganancia de todas las ediciones.
Espero que el asunto del retrato no le haya puesto de mal humor. Por cierto, ¿por qué habría de permitirle a Die Woche lo que le niego a usted? Die Woche ya tuvo antes algunos de mis mejores poemas y los rechazó; de modo que si ahora quisiera un retrato, yo estaría encantado de responderles con una carta bien seca. Ayer también me preguntaron de Über Land und Meer[116] si podía enviarles un retrato, pero me negué.
Se aproxima un tiempo de sosiego para mí. He entregado ya todos los manuscritos que tenía, y por el momento no pienso hacer nada nuevo. Ahora, en cambio, leo mucho otra vez, y de antemano me alegra de corazón el arribo de su libro.
Sus planes para España y la Provenza me hacen la boca agua. ¡Pero después (aunque no lo haga durante el viaje a París) podrá usted venir tal vez hasta Gaienhofen para que conozca este rincón en el que vivo!
Tengo que terminar por hoy, pues me reclaman algunos deberes domésticos. ¡Próximamente tendrá más! Fiel y afectuosamente suyo,
H. HESSE
30. HERMANN HESSE A STEFAN ZWEIG
Gaienhofen, 15 de octubre de 1904
Querido señor Zweig:
¡Muchísimas gracias por su Erika[117] que he leído en los últimos días! El libro me ha deparado variadas alegrías y le felicito por ello. No quiere eso decir que lo considere perfecto, pues me resulta —¿cómo decirlo?— un tanto vago en su esbozo y demasiado delicado en el lenguaje, demasiado lírico. La verdadera narración desaparece quizá tras lo descriptivo, tras un razonamiento de carácter psicológico. El personaje de Erika, en particular, palidece un poco a causa de ello.
Pero éstos son, a fin de cuentas, aspectos de carácter técnico. En general, sus novelas cortas encierran una hermosa poesía y están respaldadas por una personalidad muy bien definida: eso es lo principal. Esa delicadeza sólo dificultará el éxito externo, pero no, ciertamente, el que se puede alcanzar dentro de un círculo más pequeño de lectores.
Es una lástima que el libro no encaje en el marco de mis reportajes mensuales,[118] en los que suelo ocuparme preferiblemente de una literatura más popular. Pero tal vez usted pueda conseguir que yo reseñe su Erika en Das literarische Echo. ¿Qué le parece? Lo haría con enorme satisfacción.[119]
Perdone mi brevedad de hoy. Pienso en usted con mucho afecto, pero mi tiempo y mi estado de ánimo se ven arruinados de momento, debido a una enfermedad de mi esposa[120] y cierta sobrecarga de trabajo. De todos modos, no quería hacer esperar mis muestras de gratitud. Siempre desde la amistad más afectuosa y agradecida, suyo,
H. HESSE
Primera edición de la primera novela de Stefan Zweig, El amor de Erika Ewald, publicada en 1904.
Diseño de Hugo Steiner-Prag.
STEFAN ZWEIG, «EL AMOR DE ERIKA EWALD»
NOVELAS CORTAS
Hermann Hesse
Stefan Zweig, quien ha hecho grandes méritos por dar a conocer a Verlaine en Alemania, y quien, además, ha publicado hace poco una selección de poemas traducidos de Verhaeren, se presenta ahora por primera vez al público como narrador con las cuatro novelas cortas que conforman el presente libro. «Novela corta» no es, quizá, la forma adecuada para definir estos delicados y casi tímidamente esmerados estudios del alma. El elemento narrativo no aparece aquí como algo autoritario ni obvio, sino que se pliega, como si buscase un sostén, a las soluciones psicológicas, extremadamente delicadas, y a una calidez de la expresión que aparece, en ocasiones, líricamente transfigurada.
Con ello quedan insinuadas las bellezas y las carencias de este libro singular y prometedor. Todavía le faltan la alegría y la fuerza ingenua y robusta del gran narrador. En cambio, los acontecimientos emergen bien preparados desde las iluminadas profundidades del alma, de un modo sencillo y serio; no asombran ni estremecen, pero son inteligibles, y su efecto perdura durante mucho tiempo en el silencio. No es, por cierto, una casualidad que sea precisamente la última y más extensa novela la que comprenda el contenido más genuino del género, ni que sea, además, la que presenta una mayor fuerza en la observación reflexiva, cierta psicología vacilante, que hace que el argumento, por sí mismo efectivo y lleno de color (el surgimiento y el deterioro de un retablo en un altar de Amberes), un argumento ciertamente delicado y suave, sea también más pálido y menos sólido en su esbozo. Uno desearía tener aquí, en ocasiones, una intervención más audaz, una mano más tosca y osada.
Pero en esta obra, como siempre sucede, los aspectos bellos están inseparablemente imbricados con las eventuales deficiencias, de modo que al final uno no desea que el conjunto fuese distinto, y se puede seguir con gusto hasta el final a su autor, un poeta de observación tan aguda y tan concienzudamente tierno. Porque Zweig, aunque no es todavía un narrador maduro y acabado, es una personalidad muy singular y entrañable, y eso vale más que cualquier aspecto técnico. Es por eso que le deseo a este primer libro no sólo muy buenos sucesores, sino también buenos lectores y amigos atentos.
De Das literarische Echo,
Leipzig, 15 de noviembre de 1904
31. STEFAN ZWEIG A HERMANN HESSE
París, 21 de noviembre de 1904
Querido señor Hesse:
El número de Das literarische Echo en el que ahora leo sus amables comentarios me recuerda que, además de mis palabras de sincera gratitud, le debo a usted una carta. Pero usted ya conoce París,[121] y aunque no le guste la ciudad, sabrá cuánto lo acapara ésta a uno desde todos los frentes. He encontrado un piso muy hermoso con vistas a un jardín, tan tranquilo como si estuviese en medio del campo, rodeado de infinitas praderas. Eso me alegra mucho: poder estar con más frecuencia a solas, tranquilo conmigo mismo, disfrutando a mi manera; tengo algunos conocidos aquí para el momento en que quiera, y ello me complace. A Holzamer,[122] al que conozco desde hace bastante tiempo, lo quiero mucho; y también me relaciono con algunos vieneses y con un par de jóvenes franceses, y si viene Verhaeren, tendré a un compañero valioso y bueno.
He empezado aquí, con muchas ganas, mi Verlaine,[123] y lo he terminado con prisa antes de que me sobrecoja el creciente malhumor: no quiero estar atado ni comprometerme nunca más. Eso le destruye a uno lo más hermoso: la espontánea alegría en la creación.
Por lo que parece, está viviendo usted unos días felices. Me alegró mucho lo del Wiener Bauernfeldpreis [Premio Bauernfeld de la Ciudad de Viena],[124] tanto más cuanto que se sabe que esos queridos caballeros vieneses son un poco testarudos. Y la Navidad está divulgando seguramente por todo el mundo nuestro querido Peter Camenzind—hace poco lo encontré incluso en forma de versos en un poema de Bernus—.[125] Ojalá que todas las demás preocupaciones se hayan ido al diablo y viva usted de forma placentera, disfrutando de la creación.
De todos modos, querido señor Hesse, le ruego que no me olvide totalmente. Cuénteme si podemos esperar algo nuevo de usted o si está ahora en barbecho para futuros años de cosecha. Eso me alegraría muchísimo. Me hubiera gustado hacer una breve excursión para verle, estuve a sólo dos horas de camino durante mi viaje a París, pero, como me escribió que su esposa no se encontraba bien de salud, me abstuve de informarle para no forzarle a salir de casa. Tengo la confianza de que nos encontraremos en alguna ocasión, y en ese caso me gustaría mucho recorrer ese par de kilómetros para verle.
¿Y los viajes? ¿Se ha olvidado usted de ellos? Yo no, verdaderamente no; tengo la inquietud de viajar a todas partes, de verlo y disfrutarlo todo, me da miedo la vejez y perder esto —mi más querida posesión— en el abatimiento y la pereza. En marzo iré a España, que debe de ser el país más hermoso de Europa, lo intuyo. ¡Venga conmigo, usted sí que sería un compañero de viaje! No sé, pero cada vez que pronuncio la palabra España, siento como un tirón. Me alegra tanto la perspectiva de este viaje; ya estoy estudiando español.
Reciba usted unos afectuosos saludos, de los cuales tendrá que compartir algunos con su esposa. Suyo, siempre fiel en mi devoción y mi amistad,
STEFAN ZWEIG
32. HERMANN HESSE A STEFAN ZWEIG
Gaienhofen,
26 de noviembre de 1904
Querido señor Zweig:
Gracias por su amable carta parisina. Esta vez no me resulta tan fácil responder, ya que no tengo muchas cosas alegres que decir. Demasiados pequeños y molestos trabajos, sumados a la mala suerte en lo doméstico, me han dejado en cierto modo hecho polvo. Mi esposa lleva ahora más de tres meses enferma, y hace dos que se marchó para someterse a una severa cura en Basilea, donde la visito con suma frecuencia. Me encantaría poder estar solo ahora, pero las labores domésticas y la preocupación por la esposa pesan como plomo sobre mí. Antes estaba acostumbrado a no inquietarme por nadie, vivía como un pájaro, de modo que ahora las preocupaciones se me hacen doblemente amargas.
Pero esto de aquí es hermoso. Desde anteayer tenemos nieve, que reposa montaña arriba y en los bosques, a la altura de la rodilla, y he estado cada día un par de horas fuera, caminando a través de esa blanca magnificencia. Mi barquita está ahora en tierra, y mañana la recogeré con otros tres hombres, un carro y una vaca, ya que habrá de pasar el invierno en el cobertizo.
Ahora no estoy escribiendo, y es mejor que no me hable de viajes. Si todavía fuera un jovencito, no dudaría en irme con usted a España. Un amigo mío está ahora recorriendo Córcega[126] y cada vez que recibo una postal suya tengo una sensación extraña.
En cuanto mi esposa esté sana de nuevo, las cosas serán diferentes. Viviré una vida matrimonial de acuerdo con mi propio estilo y sin modelos previos. ¡Entonces vendrá usted aquí para ser nuestro huésped y podrá ver este esplendor! Siento mucho que haya usted pasado la última vez tan cerca. ¡Es suficiente por hoy! Fiel y atentamente suyo,
H. HESSE
33. HERMANN HESSE A STEFAN ZWEIG
[23 de marzo de 1905]
Querido señor Zweig:
Muchas gracias por sus magníficas tarjetas postales,[127] que en cada ocasión me depararon una sincera alegría e incitaron mi envidia.
¿Cuándo estará usted de regreso en París? No es imposible (pero todavía no hay nada seguro) que vaya brevemente a principios de mayo.[128] ¡En cualquier caso, le espero aquí durante su viaje de regreso a casa!
Afectuosamente, suyo,
H. HESSE
34. HERMANN HESSE A STEFAN ZWEIG
[Gaienhofen, finales de marzo de 1905]
Aquí le envío un breve saludo; me alegraría recibir también en su momento el Verlaine, por el que siento una gran curiosidad.
Afectuosamente, suyo,
H. HESSE
35. HERMANN HESSE A STEFAN ZWEIG
Gaienhofen, 1 de abril de 1905
Querido señor y amigo:
De regreso de una caminata a través de unos húmedos prados cubiertos de violetas, me pongo a hojear una vez más el librito sobre Verlaine[129] y deseo expresarle a usted mi gratitud. Me ha reportado una auténtica alegría, y me resulta valioso tanto desde un punto de vista literario como psicológico; me alegra mucho, además, que en lugar de aquellas antiguas frases hueras de los cenáculos parisinos aporte usted un análisis sólido y elegante. He aprendido mucho de su presentación, y sentí una alegría serena al leer este tomito, como me sucede con todo lo que me llega de usted.
Lástima que no se encuentre usted aquí, la noche está increíblemente hermosa y llena de luz, y tengo la casa repleta de violetas. Ahora dígame pronto cuándo viaja usted, para que esta vez pueda producirse ese encuentro. Lo más hermoso sería que viniera hasta aquí y se quedara unos días.
Tenía en mente viajar a París, más o menos a principios de mayo, pero todo parece indicar que, por cientos de razones, eso no se concretará. Tanto menos deseo por lo tanto perderme ese encuentro con usted. Por la vía de Constanza, Radolfzell o Schaffhausen se llega fácilmente hasta aquí, y yo podría recogerle en alguno de esos lugares.
Mientras tanto, reciba usted los afectuosos saludos y agradecimientos de su fiel
H. HESSE
36. STEFAN ZWEIG A HERMANN HESSE
París, 5, rue Victor Massé,
4 de abril de 1905
Querido señor Hesse:
Sus líneas me han alegrado muchísimo, y por eso quiero enviarle de inmediato, en aras de no retrasar todavía más el momento de conocernos personalmente, cuáles son mis planes de viaje. En cualquier caso, me quedaré en París hasta el 10 de junio (15 de junio), y luego viajaré a Viena pasando antes por el lago de Constanza. Esta vez no dejaré escapar la oportunidad de visitarle, y también a Wilhelm von Scholz,[130] con quien intercambio de vez en cuando alguna carta desde hace años y a quien iré a visitar en ese mismo lugar.
Por eso debería usted venir a París, y sería menester que lo hiciera entre el 5 y el 10 de mayo, porque para entonces no sólo estará aquí Verhaeren, en quien hallará a una de las personas más sencillas y puras que puedan conocerse, sino que también se encontrará Ellen Key,[131] que me ha anunciado su arribo. Una reunión así sería magnífica, aunque fuera por unas pocas horas, y eso me haría muy feliz.
Yo podría dedicarle aquí casi todo el día —siempre y cuando eso no constituya ningún impedimento para usted—, porque mis nuevos trabajos se resisten a avanzar como es debido. Es curioso: mientras que en Viena y en el campo mis versos me salen en las calles y los jardines, con lo cual siempre están prosperando, aquí me siento demasiado despierto, demasiado pendiente del aspecto urbano, como para decir que soy dueño de mí. Aquí las mujeres tienen a veces unas miradas que no sólo despiertan a los soñadores, sino también a los muertos.
Hay algo que sí quisiera prometerle en aras de atraerle hasta aquí, querido poeta Hermann Hesse: no le voy a hablar ni una sola vez de España ni de África. Porque, en mi deseo de fortalecer su antiguo placer de vagabundo, haría que usted se entristeciera al escuchar cuanto se ha perdido; además, yo empezaría a añorar de nuevo esos lugares, aunque, en realidad, aún no he levantado mi tienda. Porque en Viena no me siento del todo a gusto, como en realidad, a la larga, no me siento a gusto en ninguna parte; soy —como dice tan hermosamente nuestro Grillparzer en un poema— «un caminante que tiene dos extranjeros y ninguna patria».[132] Dios sabe dónde estaré a lo largo del año, tal vez con las golondrinas en el sur, tal vez de nuevo en Francia o en Alemania, pero seguramente no por mucho tiempo en Viena. Pero, en fin, ¿quién pretende convertirse en un astrólogo?
Me hubiese gustado mucho saber cómo le va con sus nuevas obras. Tenga la seguridad de que, a pesar de los muchos que ahora rondan su nombre, hay pocos que tengan una avidez tan irrefrenable de sus nuevos libros como yo. Y creo que usted no me hará esperar mucho tiempo, ni con el libro ni con la visita (involuntariamente, las dos palabras riman.[133] ¡Perdón!). Con la misma devoción y amistad de siempre,
STEFAN ZWEIG
37. HERMANN HESSE A STEFAN ZWEIG
[Abril de 1905]
Querido señor Zweig:
Una vez más, mis planes de viaje han cambiado en contra de mi voluntad. Estuve en Basilea, y estoy ahora por poco tiempo donde los Camenzind, en Gersau,[134] y sólo dentro de ocho días estaré de nuevo en casa, en Gaienhofen, donde le espero con alegría. Con muchos saludos, afectuosamente suyo,
H. HESSE
38. HERMANN HESSE A STEFAN ZWEIG
[Gaienhofen, junio de 1905]
Querido señor Zweig:
Me alegra sobremanera su llegada. De todos modos, quisiera tenerlo un poco para mí solo aquí en Gaienhofen. Tal vez podría hacer las cosas de tal manera que pase usted el martes con Scholz[135] en Constanza, y luego, el martes por la tarde, viaje a Steckborn a las 6.55 o a las 8.02 (es media hora en tren), desde donde el barquero lo traerá [hasta aquí] en unos pocos minutos. Luego podrá pasar la noche en mi casa y quedarse todo el miércoles, o parte de ese día. Si Scholz no pudiera el martes, entonces venga usted directamente aquí con el vapor (que parte a las 11.50 de Constanza). Gaienhofen es una de las estaciones del barco. El equipaje puede dejarlo en Constanza.
En caso de que desee quedarse todo el martes allí, o si está muy cansado, el miércoles por la mañana temprano sale un barco de Constanza; zarpa a las 6.35 y llega aquí a las 7.45.[136]
Muchos saludos de su
H. HESSE
39. STEFAN ZWEIG A HERMANN HESSE
[Finales de julio de 1905]
Querido señor Hesse:
Con tardanza vengo a saldar mi deuda. Pero he estado vagando por viejas sendas, y lo hice tan deprisa que apenas me quedó tiempo para los amigos que están lejos. Sólo hoy puedo enviarle los retratos: en primer lugar, el que le muestra como un audaz cazador, y en segundo y tercer lugar, las fotografías de los juncos de la orilla y de las personas (en la reproducción, algo apartadas), situadas en medio de ellos. Para mí, sin embargo, sigue siendo el valioso recuerdo de unas hermosas horas pasadas junto al lago, la cuales me proporcionaron una agradable confirmación de todo lo bueno que había esperado de usted durante tanto tiempo.
De todos modos, no aguantaré mucho más: quiero ser a toda costa el señor Urian,[137] que puede contar acerca de sus viajes. Por eso me iré dentro de catorce días al Tirol, probablemente al pequeño lago de Misurina, y luego, en otoño, a la bendecida Florencia. Tengo algunos proyectos de trabajo en la mochila, y también tengo ganas de acometerlos: si es que las cosas no se quedan por el camino,[138] algo que me ha sucedido ya varias veces.
¿Está todavía el señor Finckh[139] con usted? Si es así, transmítale mis más afectuosos saludos, y no menos a su esposa, que no debe enfadarse conmigo por el hecho de que en mis fotos aparezca con el rostro tan salpicado por el sol. ¡Esas fotos no serán publicadas! Sólo la suya como cazador tuve que regalársela a una muchachita que adora de un modo fanático el Peter Camenzind y, según me temo, también un poco a su señor autor.
Cuando esté remando en el azul lago de Constanza, piense usted alguna vez de nuevo en mí. O cuando se reúna con Bodman,[140] o en cualquier momento. Nosotros (id est: Ginzkey y yo) pensamos ayer en usted mientras bebíamos una botella de Gumpoldskirchner. Tal vez no sepa lo que es el Gumpoldskirchner: pues lo más sencillo sería que viniera usted a Viena y se lo mostraremos. Eso le complacerá, y, de modo especial, nos complacerá a nosotros. Hasta entonces le saluda con el mismo sentimiento de amistad su devoto servidor,
STEFAN ZWEIG
¡¿Ya ha entablado usted amistad con mi querido Casanova?![141] ¡Debería hacerlo!
40. STEFAN ZWEIG A HERMANN HESSE
Viena, 17 de octubre de 1905
Muy querido señor Hesse:
Ya estoy de nuevo en casa. Y apenas llegué, revolví los libros que ocupaban mi escritorio y saqué de entre ellos su nueva novela.[142] Ya la he leído.
Muchas palabras sobre ella estarán llegando en estos días hasta su apacible morada: tanto impresas como escritas. Pero permítame decirle, por lo mismo, cómo lo he sentido yo. El sentimiento no significa crítica, por eso puedo decirlo sin tener la necesidad de hacer comparaciones (tal y como hará todo el mundo, que parangonará este libro con el Camenzind).
Me gusta mucho esta historia profunda y narrada con un arte tan maravilloso, y me gusta, sobre todo, por su humanidad. Hay en ella cosas que yo mismo he sentido en mis años de adolescente y que luego perdí: y con este libro han aflorado en mí aquellas antiguas horas, esas horas amargas y dulces sobre las cuales nunca supimos que serían lo más hermoso que podríamos tener. Usted ahora lo ha descrito de un modo tan conmovedor, que estrecho agradecido sus manos desde la lejanía. Y luego están esas dos escenas de amor, que ahora forman parte de mi vida como si de acontecimientos propios se tratara.
¿Acaso no es algo inefable? ¿Puede hacer más un poeta? Apenas. Ya sé: tengo ciertas objeciones a algunos elementos aislados de la composición (todos nosotros tenemos una excesiva formación literaria como para no saber definir el sabor de esas cosas), pero todo eso se difumina en la abrumadora impresión que me ha causado el alma del libro.
Quisiera que todos se sintieran tan satisfechos de ello como yo mismo. Pero, por desgracia, no lo creo así. Tal vez escuchará usted algunas cosas feas: hay en Alemania suficientes personas de esas que no le perdonan a ningún escritor vivo que tenga diez ediciones. Valore todo lo desagradable, pero al mismo tiempo disfrute del entusiasmo que le hará sentir lo que usted significa para Alemania; y que tenga suerte en la pesca. Sé que eso es más importante para usted.
No sé si escribiré algo sobre este libro.[143] Creo que, en la actualidad, uno llega demasiado tarde a todas partes, y usted es actuel. Pero no importa: más tarde o más temprano quisiera recoger de una forma coherente y redonda todo lo que le debo a través de sus libros.[144]
Reciba, por lo tanto, mis felicitaciones. Y muchos saludos a su esposa, y también para usted, de este su devoto y fiel amigo,
STEFAN ZWEIG
41. HERMANN HESSE A STEFAN ZWEIG
[Finales de diciembre de 1906]
Querido señor Zweig:
Die frühen Kränze[145] me proporciona una gran alegría, se lo agradezco y le envío mis mejores deseos.
Mi Bubi[146] crece y prospera. Finckh se ha comprometido y pretende casarse en enero. He tenido mucho trabajo en esta última etapa y quiero permitirme una buena dosis de tranquilidad para este invierno. Con muchos saludos, suyo,
H. HESSE
42. HERMANN HESSE A STEFAN ZWEIG
Gaienhofen,
21 de febrero de 1907
Querido y apreciado señor Zweig:
Muchísimas gracias por los libros que le entregaré a Finckh.[147] Él se encuentra ahora en Karlsruhe, pero luego estará de nuevo aquí, en labores de construcción.
Tengo muchísimo trabajo, y también dolores en los ojos, otra vez con suma frecuencia. El volumen de novelas cortas[148] aparecerá este año. En primavera viajaré quizás un poco por Italia;[149] por lo demás, no tengo otros planes en perspectiva, salvo trabajar mucho, entre esos trabajos algunos verdaderamente gratos, como la construcción de una pequeña casa.[150] Le estoy dictando estas líneas a mi esposa, que también le saluda.
Fielmente suyo,
H. HESSE
43. HERMANN HESSE A STEFAN ZWEIG
Gaienhofen, 1 de abril de 1908
Querido señor Zweig:
Ésta es, según creo, mi primera carta a usted escrita en máquina de escribir,[151] razón por la cual la doto con algunos ceremoniosos ornamentos. He recibido hoy su tragedia,[152] cuya próxima lectura me alegra y por la cual, de momento, le doy las gracias.
Son algunos los hilos que nos retrotraen hasta los tiempos antiguos. También a mí me sucede así, y he comenzado hoy un breve relato que tiene lugar en el Asia Menor del posterior periodo imperial (bajo mandato de Probo).[153]
El próximo invierno, quizá, Deo volente,[154] podría por fin ir a Viena. Es decir, un amigo me ha convencido para que dicte una conferencia en esa ciudad, en la cual él me va a apoyar como buen recitador que es. Todavía no se ha acordado nada, y tampoco me he informado aún sobre las condiciones ni las circunstancias de esas «veladas poéticas» (que a mí me resultan, por supuesto, ridículamente antipáticas). Pero hay tiempo todavía para eso; por el momento, me alegra mucho la posibilidad de hacer un viaje a Viena.
Hace mucho tiempo que no sé de usted, pero he podido ver con satisfacción, gracias a su amable dedicatoria, que no me ha olvidado. ¡Espero que podamos regocijarnos de un reencuentro antes de que seamos dos caballeros muy ancianos! También tenemos en Ginzkey[155] a un amigo común que está muy cercano a mí.
Mis saludos cordiales y mis mejores deseos, también para la obra de teatro, de este viejo amigo,
HERMANN HESSE
44. HERMANN HESSE A STEFAN ZWEIG
Gaienhofen, 12 de abril de 1908
Querido señor Zweig:
A pesar de su consejo, es mejor que dejemos las cosas en esas cartas de cortesía.[156] Todo funciona según el principio de reciprocidad, aunque a veces ese principio no sea del todo recíproco: ahora estoy leyendo aquel manuscrito y voy a interceder por él ante la redacción de März,[157] y usted, a cambio, puede aconsejarme en lo de mi viaje a Viena.
Me vendría bien ir en octubre, ya que tampoco quisiera conocer Viena en pleno invierno. También me agrada mucho su proposición sobre la pequeña sala en la librería Heller,[158] y ya había considerado la perspectiva de tener una estancia de unos ocho días. Sólo creo que tendré que hacer una segunda velada de lectura para poder paliar los costes. Y esto, por desgracia, es necesario, porque desde la construcción de mi casita, con la cual me equivoqué un poco en los cálculos, no puedo permitirme hacer meros viajes de placer.
Tal vez usted (o el propio Heller) podría aconsejarme sobre lo que tengo que hacer para organizar en esa misma semana una segunda velada, y esté en condiciones de decirme cuánto es posible obtener, aproximadamente, con una velada de esa índole. No pretendo lucrarme, sólo deseo, por lo menos, cubrir los gastos del viaje y de la estancia, y soy tan torpe en esas cuestiones de negocio como nadie puede imaginar.
Mucho me alegra la perspectiva de verle a usted y a la querida y antigua ciudad de Viena. Debía haber viajado antes, cuando todavía era un hombre insaciable y podía participar en todo (pero desde entonces he perdido una buena porción de salud), pero, así y todo, me prometo muchas cosas agradables e inolvidables de esta visita a Viena y del encuentro con ustedes (usted, Ginzkey, Bartsch[159]).
He echado un breve y rápido vistazo al manuscrito, pero me parece que lo recomendaré a Múnich. ¡Sobre esto, más tarde!
Con saludos afectuosos, su servidor,
H. HESSE
45. HERMANN HESSE A STEFAN ZWEIG
Gaienhofen, 8 de mayo de 1908
Querido señor Zweig:
¡Un saludo en medio de la prisa, para que no crea que me he olvidado de usted! Hemos pasado unos días terribles: mi mujer yace enferma, no tenemos una empleada que sirva, y, en estos días, he de partir hacia Berna. ¡Por eso sólo le envío hoy estas pocas palabras!
Me he puesto de acuerdo con Heller y he dado mi aprobación para mediados de octubre. Todavía tenemos que precisar algunos detalles. Cuando llegue el momento, me comunicaré con usted para pedirle que consiga algún alojamiento cerca de su casa en alguna pensión tranquila y modesta.
Me alegra mucho la perspectiva de este viaje. Tal vez pueda ver también al señor Bessemer,[160] que me envió ayer un amable saludo y al que le ruego salude de mi parte.
Si usted, o alguno de los amigos vieneses, fueran a pasarse por el lago este verano, les ruego que no me olviden, sino que se acerquen a conocer mi nueva casita y a mi pequeño hijo.[161]
Le saluda afectuosamente, suyo,
H. HESSE
46. HERMANN HESSE A STEFAN ZWEIG
[Hacia septiembre de 1908]
Querido señor Zweig:
Tendré mi primera conferencia (íntima) en Viena el 15 de octubre, por lo tanto, llegaré, a más tardar, el día 13, y me quedaré unos diez o doce días (posiblemente incluyendo una estancia en Graz). ¿Podría usted alquilarme una habitación privada, en lo posible que sea tranquila? De lo contrario se lo pido a Ginzkey. Próximamente le diré la fecha exacta de mi llegada. Me alegro mucho.
Suyo,
H. HESSE
47. STEFAN ZWEIG A HERMANN HESSE
Bolzano, 28 de septiembre de 1908
Querido señor Hesse:
Ginzkey hará las primeras averiguaciones en lo relativo a su habitación, y luego, en cuanto yo regrese a Viena, me ocuparé a fondo de ese asunto. No se arrepentirá de hacer este viaje. Estaré en Viena a partir del día 8 de octubre, y me alegra enormemente el poder ayudarle a conocer la ciudad.
Muy afectuosamente, suyo,
STEFAN ZWEIG
48. HERMANN HESSE A STEFAN ZWEIG
[Principios de octubre de 1908]
Ahora llegaré a Viena el 12 de octubre, a la 7.15 de la tarde (procedente de Múnich).
Hasta pronto, suyo,
H. HESSE
49. HERMANN HESSE A STEFAN ZWEIG
Viena, 17 de octubre de 1908
Querido señor Zweig:
Hoy salgo de viaje,[162] iré por dos días a Semmering, lo necesito. ¡Así que hasta pronto!
Afectuosamente, suyo,
H. HESSE
50. HERMANN HESSE A STEFAN ZWEIG
Semmering [23 de octubre de 1908]
Querido señor Zweig:
Es una pena. Ayer llegué tan tarde a casa,[163] que hoy dormí toda la mañana. Ahora ya tengo cita para el mediodía y para la noche, y debo correr para poder cumplir con ellas. Mañana, bien temprano, la partida. Es por eso que, desgraciadamente, tengo que despedirme por escrito y hacerle llegar también por esta vía mi afectuosa gratitud por su enorme hospitalidad. Mantendré un grato recuerdo de Viena y de usted.
¡Quisiera que mis mejores deseos le acompañen durante sus viajes a Dresde, Kassel[164] y la India![165]
Agradecido y siempre fiel, suyo,
H. HESSE
51. STEFAN ZWEIG A HERMANN HESSE
[Elefanta,[166] finales de 1908]
¡No olvidaré su Buda![167]
Muy afectuosamente, suyo,
STEFAN ZWEIG