Capítulo 11

Zack daba vueltas y vueltas en la cama. No podía dormir. Estaba tan excitado que le resultaba imposible conciliar el sueño.

Quizá debería abandonar la lucha. Quizá debería aliviarse él solo, masturbarse como un adolescente.

¿Y poner perdidas las sábanas?, pensó. Riendo amargamente, se colocó una almohada entre las piernas...

Cuando sonó el teléfono, se incorporó a la velocidad del rayo.

—¿Natalie?

—¿Cómo sabías que era yo?

—No lo sabía —contestó él—. ¿Qué ocurre?

—No puedo dormir.

—Yo tampoco.

—No he tomado las pastillas que me dio la psicóloga, pero tampoco he tomado café. Y no puedo dejar de pensar en ti.

El cerró los ojos.

—¿Estás en la cama?

—Sí.

Zack lo pensó un momento. Y entonces tomó una decisión.

—¿Puedo ir a tu casa?

—¿Para dormir en el sofá?

—No.

—¿Para tocarme, para hacerme el amor? —preguntó Natalie.

—Sí —contestó él. Para tocarla por todas partes, para hacerle el amor como nunca—. Por última vez.

—¿Yo puedo tocarte a ti? ¿Puedo usar la boca?

Zack tragó saliva.

—Me moriría si no lo hicieras.

—Te esperaré.

—Llegaré en cuanto pueda.

Demasiado excitado como para pensar, olvidó ponerse los calzoncillos. Pero tenía prisa, no podía perder tiempo. De modo que se abrochó los vaqueros como pudo sobre la carne túrgida y se echó encima la primera camiseta que encontró en el cajón.

Una vez en el coche, encendió un cigarrillo. ¿Qué estaba haciendo?, se preguntó.

Cuando llegó a casa de Natalie su conciencia no lo dejaba en paz. ¿Cómo podía seguir haciendo algo que estaba prohibido? ¿Cuánto tiempo iba a seguir traicionando su placa?

Cuando Natalie abrió la puerta tuvo la respuesta. Llevaba un camisón muy parecido al que él había imaginado. Era de color azul medianoche, casi transparente. No llevaba nada debajo y podía ver la curva de sus pechos, la sombra entre sus piernas...

—Hola.

—Hola. ¿Lo que has dicho antes por teléfono... lo decías en serio? —preguntó Zack, apretándola contra su entrepierna. Natalie cerró los ojos, tan excitada como él.

—¿Qué?

—Lo de usar la boca.

—Sí. Quiero volverte loco...

Él dio un paso atrás para mirarla, a punto de hacer realidad su fantasía.

—Entonces hazlo —Zack se quitó la camiseta y se bajó la cremallera del pantalón—. Vuélveme loco.

Cuando Natalie dio un paso adelante, su corazón se aceleró. Y cuando se puso de rodillas y lo tocó con la punta de los dedos, un roce suave como un pecado... pensó que iba a perder la cabeza.

—Zack —murmuró su nombre antes de chupar la punta de su erección, seduciéndolo con su húmeda lengua.

Él no cerró los ojos. No podía hacerlo. No podía dejar de mirarla. Cuando ella levantó la cabeza, supo que estaba perdido.

Natalie usaba los labios y él movía las caderas, siguiendo su ritmo, animándola para que lo tomase hasta el fondo. Acariciaba su cara mientras lo hacía. Incluso trazó el contorno de sus labios mientras ella chupaba y lo volvía loco.

El corazón pareció estallarle dentro del pecho. No podía pensar...

—Natalie...

Parecía una gata mientras restregaba la cara contra su erección, contra sus mulos...

—No voy a hacerlo —dijo él con voz ronca. Estaba demasiado excitado, demasiado enfebrecido como para derramarse.

Natalie se apartó un poco, lo suficiente como para masturbarlo con la mano, para hacerle llegar a un orgasmo que lo dejó mareado. Zack se dejó ir sobre el escote del camisón, empapándolo.

Ella se levantó y, muy despacio, se quitó el camisón y lo dejó caer al suelo. Zack la apretó contra su pecho. Era tan fácil hacerse adicto a aquella mujer...

Natalie lo besó entonces, un beso suave, lleno de ternura.

—No quiero que esto acabe nunca.

—Aún no ha terminado. Acabamos de empezar —murmuró Zack, tomando su mano para llevarla al dormitorio—. Ahora me toca a mí. Quiero volverte loca.

Natalie esperó un momento mientras Zack se quitaba los vaqueros y las zapatillas de de porte. No había un hombre más hermoso en el mundo...

Él era todo lo que deseaba.

—Si me tumbo, ¿te pondrás de rodillas encima de mí?

—¿Encima de ti? —repitió ella.

Zack sonrió.

—Encima de mi cara. La última vez te gustó.

—Ya, pero no estaba encima de ti —protestó Natalie, un poco cortada.

—Pero es que me apetece —dijo Zack, como un niño malo.

—Ya, pero...

—¿Pero qué?

—No sé —murmuró Natalie, nerviosa.

—¿Halloway fue tu primer amante?

Ella asintió con la cabeza.

Supongo que por eso le intrigaba tanto. Vivía en las calles, con jóvenes prostitutas, con strippers, pero seguía siendo virgen.

—¿Él te enseñó todo lo que sabes?

—Sí. Por eso se me da tan bien... por eso sé usar la boca. Se lo hacía todo el tiempo porque era lo que más le gustaba. Pero él nunca me lo hizo a mí.

—Bastardo egoísta —murmuró Zack.

—No estoy acostumbrada a que un hombre me haga eso.

—Cariño, no esperaba que fueses tan tímida —dijo él entonces, tomándola por la cintura. Cayeron sobre la cama riendo, acariciándose, besándose—. Deja que te quiera. Déjame hacerlo.

Armándose de valor, Natalie se colocó sobre su cara. Pero cuando la rozó ahí con la punta de la lengua tuvo que contener un grito.

Zack sujetaba sus caderas y la empujaba hacia abajo, hacia su boca. La chupaba despacio, sabiamente, convirtiéndola en un volcán a punto de erupción.

Olvidando sus inhibiciones, Natalie arqueó la espalda, frotándose contra él... Zack tomo su mano y la animó a que se tocase.

Cuando empezó a sentir las primeras convulsiones del orgasmo, clavó las rodillas en la cama. La habitación parecía dar vueltas... incapaz de parar, tuvo el orgasmo sobre la boca de Zack, que disfrutaba lamiéndola.

Después, se tumbó sobre él, saciada y sorprendida.

—No te duermas.

—¿Yo? —rió Natalie—. ¿Vas a dormir conmigo?

—Claro. No pienso volver a casa ahora.

—¿Quieres que desayunemos juntos mañana?

—Si tú quieres... —murmuró él, acariciando sus nalgas.

—¿Otra vez?

— Otra vez —rió Zack.

—¿Te gustaría desayunar en la cama? A mí me encanta.

—Si digo que sí, ¿podremos hacerlo otra vez?

Natalie soltó una carcajada. Pero por dentro se le rompía el corazón. ¿Cómo iba a estar sin él? ¿Cómo iba a enfrentarse a la vida cada día si no lo tenía a su lado?

—Ya veremos... Pero seguro que ya tienes una postura en mente.

—Sí, tú podrías hacer el pino y...

—¡Tonto!

—No, la postura del misionero me vale. Y unas esposas, claro.

—Eres un hombre peligroso.

—Y tú eres una mujer increíble —sonrió Zack, besándola con una ternura que la hizo amarlo todavía más.

Cuando la penetró, sin dejar de acariciarla por todas partes, Natalie enredó las piernas en su cintura, mirándolo a los ojos. Estaban haciendo el amor. Dos cuerpos derritiéndose, convirtiéndose en uno solo.

A la mañana siguiente, Zack despertó un poco confuso. Pero al ver a Natalie dormida a su lado recordó todo lo que había pasado la noche anterior...

Natalie se merecía más de lo que podía darle. Halloway la había usado y, en cierto modo, también él la estaba usando.

—Lo siento —dijo en voz baja.

Lamentaba no poder quedarse en su vida, no poder ayudarla a librarse de sus demonios.

Suspirando, se levantó de la cama y fue al salón para recoger la ropa que habían dejado tirada por la noche. Sonriendo, tomó el camisón del suelo. Qué generosa era, pensó. Qué dispuesta a darle todo lo que le pedía...

Después de ducharse, preparó el desayuno y llamó suavemente a la puerta.

—¿Natalie? ¿Estás despierta?

—Mmmmmm.... buenos días.

—Dijiste que querías el desayuno en la cama.

—Gracias —murmuró ella, muy seria.

—¿Qué te pasa?

—Yo...

—Cuéntamelo. Sabes que puedes contarme lo que quieras.

—Lo que he hecho está mal.

—¿Te refieres a lo de anoche? —preguntó Zack.

—No, a eso no. Me refiero a David... Yo no tenía derecho a acostarme con un hombre casado.

—Sí, estuvo mal —suspiró él—. Pero eras muy joven. Y lo que Halloway te hizo a ti es mucho peor.

—Ya... David tiene hijos.

—Lo sé.

—Un chico y una chica. Seguramente piensan que soy lo peor —murmuró Natalie.

—Halloway debería haberse divorciado. Es él quien cometió el error, no tú. Y su mujer... ha seguido casada con él porque le gusta el poder. No ha testificado contra su marido a pesar de que es un gángster y un asesino. ¿Crees que ella es mejor que tú?

—No...

—Natalie, tienes que seguir adelante. Tienes que empezar una nueva vida. Eso es lo único que importa.

—Sí, tienes razón —suspiró ella—. Pero no quiero perderte como amigo, Zack. Nunca he tenido un amigo de verdad... y tú eres la primera persona que me ha tratado con respeto.

Ese comentario sólo consiguió que se sintiera peor. Natalie le daba las gracias por una amistad que él estaba decidido a destruir.

Y esa ruptura sería mucho más dolorosa que su divorcio.