Capítulo 2

A Zack no le gustaba nada la tensión sexual que había entre Natalie Pascal y él. Querría culparla a ella, pero no podía porque lo único que estaba haciendo era comer su sándwich.

De todas formas, aquella chica conseguía despertar su imaginación. Además, había oído todo tipo de rumores sobre ella. Rumores calientes, eróticos. Rumores de la mafia, suponía. Historias que el FBI había pasado al Programa de Testigos Protegidos.

Aunque Zack no solía prestar oídos a esos cotilleos, conocía bien el crimen organizado. Su tío había trabajado para el Programa de Testigos Protegidos cuando La Cosa Nostra estaba en su apogeo. Y aunque la familia mafiosa de la Costa Oeste no estaba relacionada con la mafia italiana, habían creado la organización siguiendo el mismo patrón.

Zack no recordaba quién había empezado a hacer circular los rumores sobre Natalie. No fue su tío Joe porque él había muerto antes de que la familia de la Costa Oeste llegase al poder. Pero de todas formas, Zack recordaba haber oído hablar de Nancy Perris.

Y ahora él estaba ayudándola a empezar una nueva vida.

Según la leyenda, Nancy era el sueño de cualquier mafioso porque era buena con las manos y mejor con la boca. Por lo visto, le gustaba excitar a David Halloway en lugares públicos poniendo la cabeza entre sus piernas.

¿Sería verdad? Zack no lo sabía, pero como cualquier hombre con sangre en las venas, fantaseaba con enterarse.

—¿Te gusta el sándwich?

Ella asintió, tomando la servilleta.

Cuando la vio limpiándose un poquito de mayonesa de los labios, su entrepierna envió una peligrosa señal a su cerebro. Y estuvo a punto de salir corriendo. Lo último que necesitaba era caer en la tentación del «¿quieres que ponga mi cabeza entre tus piernas?» Aunque no recordaba la última vez que una mujer le hizo eso.

—¿Y el tuyo? —preguntó ella.

—¿Qué?

—Que si está bueno tu sándwich.

—Ah, sí —contestó Zack, tomando un largo trago de refresco.

Si tuviera una chica, se iría a su casa de inmediato para echar un polvo.

Natalie levantó la mirada.

—¿Cuánto tiempo tendré que estar contigo?

Demasiado, pensó él.

—Eso depende de cuánto tiempo necesites para instalarte y empezar una nueva vida.

Durante el primer mes, normalmente estaba con los testigos de lunes a viernes. Pero unos testigos necesitaban más ayuda que otros.

—Tienes que familiarizarte con la zona, comprar un coche, buscar un local para tu tienda... y amueblar la casa.

—También quiero ir a la universidad. Me gustaría hacer un curso de verano.

—Sí, claro —murmuró él. Sabía que esos eran sus planes y sabía también que Natalie a duras penas terminó el bachiller.

—Me dijeron que podría hacer un curso de verano en la universidad de Idaho.

—¿Y qué piensas estudiar?

—Administración de empresas.

—¿Para llevar tu boutique?

—Sí —contestó ella—. Trabajé en una cuando era más joven, así que tengo cierta experiencia.

Zack sonrió. Por lo que él sabía, sólo había trabajado durante un mes.

—Eso fue hace mucho tiempo.

—No importa.

—Supongo que estudiar te vendrá bien.

Según los antecedentes, Natalie había conocido a David en uno de sus clubs de strip tease mientras hacía una audición. Y eso, desde luego, no tenía nada que ver con una boutique.

—Te llevaré mañana a la universidad.

—¿Y los muebles? ¿Puedes llevarme mañana también?

—Claro.

Ella dejó escapar un suspiro de alivio.

—También tengo que comprar algo de ropa. Los del Programa me compraron algo, pero la selección es más bien limitada.

Zack estudió el traje de chaqueta.

—Pues a mí me parece que no eligieron mal.

—Este traje es mío. ¿Qué iba a ponerme para el viaje, un saco? ¿O esperabas que me enviasen a Idaho desnuda?

Él se aclaró la garganta. Imaginarla desnuda no era precisamente apropiado en ese momento.

—Muy bien, te llevaré a unos grandes almacenes en cuanto tenga tiempo. Pero no me pidas mucho dinero...

—No iba a pedírtelo. Ya te he dicho que yo tengo dinero —replicó ella, desafiante.

Pero el Programa de Testigos Protegidos tenía que pasarle una cantidad mensual hasta que su negocio empezase a funcionar.

Por fin, terminaron de comer y Zack se levantó.

—¿Quieres que vayamos al mercado?

—No, la verdad es que ahora no me apetece.

—Entonces, dame una lista. Yo me encargaré de traer la comida.

—Muy bien —dijo ella, levantándose para tomar el bolso.

Zack se volvió para mirarla, preguntándose cómo habría hecho la audición de strip tease. ¿Le habría dado David Halloway el trabajo?

No había una nómina a su nombre, pero eso no significaba que el mafioso no hubiera estafado al Estado escondiendo sus ingresos.

Natalie volvió con papel y bolígrafo para hacer la lista y, mientras escribía, él intentaba evaluarla. Algunas de las strippers de Halloway trabajaban a la vez como prostitutas, pero Natalie no lo había hecho. O eso creían.

Cuando le dio la lista, Zack comprobó que sólo había anotado: pan, huevos y fruta.

De modo que estaba más interesada en ropa que en comida... o, más bien, en quitarse la ropa, se recordó a sí mismo. En los clubes de Halloway las chicas trabajaban completamente desnudas y los espectáculos tenían fama de ser... fuertes.

—¿Seguro que esto es todo lo que quieres?

—¿Te importaría traerme la maleta antes de irte?

Cuando volvió con la maleta, ella estaba de pie en medio del salón. La vacía pared que tenía detrás parecía tragársela y, de repente, Zack no quería marcharse. ¿Podía dejarla sola? De nuevo parecía tan vulnerable...

Nancy Perris. Natalie Pascal. La mujer que lo estaba volviendo loco.

A la mañana siguiente, Natalie se miró al espejo atentamente. Aún no estaba acostumbrada al pelo rubio, pero el pelo no era el único cambio. Su cuerpo también era diferente.

Había pasado de una talla 38 a una 36 en poco tiempo. Además, se había quitado los implantes de silicona. David había insistido en que aumentara el pecho... Él mismo había elegido el cirujano y había pagado por la operación. Y ella sencillamente obedeció, sin protestar. En su opinión, las mujeres tenían derecho a cambiar su aspecto como quisieran para sentirse más atractivas, pero aumentarse el pecho y embutirse en estrechísimos vestidos no era la respuesta para nada.

Suspirando, miró a aquella desconocida que tenía delante. Esa mujer cuyo sueño estaba plagado de pesadillas.

¿Cuántas veces tendría que revivir la noche del asesinato? ¿Cuántas veces recordaría lo que David había dicho después de disparar a aquel hombre? Estaba tan asustada, tan angustiada que no se lo contó a nadie, ni siquiera al FBI.

Pero daba igual. Lo que pasó entre David y ella no cambiaría el resultado del juicio.

Aún delante del espejo, arrugó el ceño al ver sus ojeras. Había intentado cubrirlas con maquillaje, pero era imposible disimularlas.

Angustiada, miró el reloj. Zack estaba a punto de llegar porque habían quedado a las diez. No le gustaba depender de él, pero ¿qué otra cosa podía hacer? ¿Quejarse al Programa de Testigos Protegidos? ¿Decirle que el comisario era dominante y crítico con ella? Sí, claro. Y, además, podría admitir delante de todo el mundo que se sentía atraída por él. Así se ganaría el respeto de todos.

No, pensó. No diría nada. Si tenía alguna queja, se la haría directamente al interesado.

Cuando sonó el timbre, Natalie se sobresaltó. ¿Por qué tenía que ponerla tan nerviosa?

Zack llevaba vaqueros, una camisa de color beige y una chaqueta de verano. Y gafas de sol. Aunque le habría gustado verle los ojos. Tenía la sensación de que estaba estudiándola, observándola detrás de esos cristales oscuros.

—¿Lista?

Ella se estiró todo lo que pudo, esperando mostrar un aire confiado. Se decía a sí misma que no era un fraude pero, de repente, la idea de ir a la universidad le parecía demasiado ambiciosa para una chica que había aprobado a duras penas las asignaturas del bachiller.

—Sí, estoy lista.

—Entonces, vámonos —dijo Zack, encendiendo un cigarrillo.

—Mala costumbre —murmuró Natalie. David también era fumador.

—¿Ah, sí? A mí me mantiene sano.

—Seguramente te matará algún día.

—Eso es mejor que volverse loco.

Cuando llegaron a la universidad, Natalie decidió que no era tan malo tener escolta. Zack no era el tipo más agradable del mundo, pero al menos iba armado. En alguna parte debía esconder un arma. ¿Bajo la chaqueta? ¿En el cinturón? Había oído que los policías del Programa de Testigos Protegidos estaban acostumbrados a disparar desde la cadera, sin sacar la pistola.

David solía hablar de esas cosas. Las armas de fuego eran una de sus pasiones.

—¿Quieres ver el campus? —preguntó Zack después de pedir un programa de estudios.

—Sí, claro.

Natalie había visto unos grandes almacenes cerca de la universidad, pero no quiso decir nada. No quería volver a discutir sobre el asunto de la ropa. Prefería ir sola. Por supuesto, para eso debía arriesgarse a ir sin protección, pero tendría que acostumbrarse tarde o temprano. Zack no era su guardaespaldas, no estaría viviendo en la puerta de su casa veinticuatro horas al día.

—¿Cuándo vas a llevarme a un concesionario? Necesito un coche.

—¿Ya estás deseando conducir?

—¿Y por qué no?

—¿Qué conducías antes, en tu antigua vida?

—Un Mercedes.

—Ah, claro, un SL 500 descapotable, seguro —dijo él, quitándose las gafas de sol—. Plateado, por supuesto, con asientos de piel... beige.

Natalie giró la cara, incómoda. Que hubiese descrito su coche con tal exactitud la ponía nerviosa. ¿Qué decía eso de ella?

—David no me lo compró. Me lo compré yo.

—¿Ah, sí? Pues no esperes un Mercedes del Programa de Testigos Protegidos.

—¿He dicho yo que espero un Mercedes? —replicó ella, sin dejar de caminar.

—Por si acaso.

El campus de la universidad era estupendo, situado entre el lago Coeur d'Alene y el río Spokane.

—Esto es precioso.

—Y la matrícula de la universidad no es demasiado cara. ¿Quieres que busquemos una sombra para echarle un vistazo al programa de estudios?

Natalie asintió y, en silencio, se acercaron a la orilla del lago. La temperatura era muy agradable y el lago, de aguas azules, parecía infinito.

Zack eligió un camino de hierba bajo los árboles. Era un lugar muy tranquilo, seguramente porque durante el verano había menos estudiantes. Natalie se sentó en el suelo, al lado de Zack, preguntándose si alguna vez habría ido de merienda al lago.

La última vez que ella salió a la calle de forma normal fue el día que David cometió el asesinato, el día que la destruyó.

—Vamos a echar un vistazo al programa...

De repente, podía oler su colonia, un aroma masculino que se mezclaba con el olor de la hierba.

—Todas estas materias son importantes —murmuró Natalie. En su mente, ya podía ver la boutique. Había soñado cada detalle, pero tenía miedo de fracasar—. ¿Tú fuiste a la universidad?

—Sí, estudié criminología —contestó Zack.

—Ah. ¿Cuántos años tienes?

—Cuarenta.

Natalie estudió su perfil. Tenía la misma edad que David, pero David se tapaba las canas y estaba eternamente preocupado por las patas de gallo que habían empezado a formarse alrededor de sus ojos.

—Mira —murmuró él, estudiando el programa de estudios—. Aquí hay un curso de administración de empresas... doce sesiones de tres horas los miércoles por la noche.

Natalie lo leyó atentamente.

—La primera clase empieza la semana que viene.

—Perfecto, ¿no? Tendrás unos días para instalarte antes de empezar el curso.

Emocionada por su entusiasmo, el corazón de Natalie dio un saltito. Nadie la había animado nunca para que estudiase. Y cuando Zack levantó la cara, se dio cuenta de que estaban muy cerca. Demasiado cerca.

Tan cerca como para besarse.

Pero ese pensamiento la hizo sentir vergüenza.

—¿Estás casado?

—¿Qué? No —contestó él, haciendo una mueca—. Estoy divorciado.

—¿Recientemente?

—Hace cuatro años.

—¿Fue una separación difícil? —preguntó Natalie, sin poder disimular su curiosidad.

—¿Difícil? Fue más que amistosa. Especialmente cuando amenacé con pegarle un tiro a su amante en las pelotas.

Natalie lo miró, sorprendida.

—¿Te engañaba?

—Esas cosas pasan —contestó él.

Como había pasado entre David y ella. ¿La estaría culpando por ser «la otra mujer»? ¿Estaría del lado de Ellen Halloway?

Natalie arrancó una brizna de hierba. Zack debía saber que la mujer de David Halloway había contratado a un asesino para matarla. Ellen había perdonado a su marido, pero no pensaba perdonarla a ella por entregarlo a la policía. Ni por meterse en su cama.

¿Debería explicárselo? ¿Debería intentar que Zack la entendiese?

—Yo no sabía que David estaba casado —murmuró, mirando las tranquilas aguas del lago—. Al principio, no lo sabía. Cuando hablaba de su familia, yo pensé que se refería... bueno, ya sabes, a la familia de la Costa Oeste. Nunca mencionó a Ellen. O a los niños.

—¿Y qué hiciste al enterarte?

—Le dejé.

Él la miró, perplejo.

—¿Le dejaste?

—Me fui a vivir a casa de una amiga y busqué trabajo. No sabía hacer nada, pero siempre me ha gustado la moda...

—¿Fue entonces cuando trabajaste en la boutique? Yo pensé que había sido antes de conocer a Halloway.

—No, fue después.

—Pero luego volviste con él —dijo Zack, sacando un cigarrillo—. Cuando la cosa se puso difícil, dejaste tu trabajo y volviste con Halloway.

—No fue fácil para mí —replicó ella—. Pero sí, volví con David.

—¿Aun sabiendo que estaba casado?

—Decía que iba a dejarla cuando sus hijos se hicieran un poco mayores, cuando pudiese evitar un divorcio difícil.

—¿Y te lo creíste? ¿Una chica tan lista como tú? Venga ya... Eso es una excusa, Natalie.

—¿Ah, sí? —ella apartó la mirada, dolida. Y temiendo que Zack tuviera razón.