Capítulo 14

James escuchaba la apacible respiración de Sarah. Sentía una profunda relajación física y una intensa paz, pero no podía dormir. El recuerdo de lo que acababa de ocurrir era demasiado vivido.

Aunque el alivio físico era previsible, la realidad había sido mil veces más gratificante de lo imaginado. Y había imaginado el acontecimiento en detalle incontables veces la sedosidad de la piel de ella, el perfume dulce de su cuerpo acalorado, su sabor ligeramente picante; los suaves suspiros y gemidos, la cremosa belleza de sus pechos y vientre. Y luego la sensación de esas largas piernas y esos suaves muslos rodeándole las caderas y de las delicadas manos deslizándose por su espalda. Al entrar en su cuerpo estrecho y húmedo se había sentido en casa.

Eso era lo inesperado. La liberación espiritual que había llegado con la física. Había vertido su vida dentro de ella, no sólo su semilla, también su alma. El sentimiento de amar y ser amado lo había abrumado. No quería separarse de ella, aun sabiendo que el peso de su cuerpo la aplastaba. Había hundido la cara en el pelo y el cuello de Sarah y aspirado el olor almizclado de la piel perlada de sudor después del sexo, mezclado con el perfume familiar de sus sábanas de lino.

Esperaba que hubieran concebido un niño, aquí en la cama en que los Alvord habían sido concebidos por generaciones. Un hijo que continuara su linaje o una hija con una cabellera del color del ocaso, igual a la de Sarah. Con una sonrisa le pasó la mano por la espalda. Ella masculló algo y se acurrucó más cerca.

James sintió que estaba volviendo a excitarse. Le parecía una lástima malgastar la noche durmiendo. Sarah estaría demasiado dolorida para otra cópula, pero había otras formas de hacer el amor. Deslizó la mano desde el hombro hasta el pecho de la joven.

Y se paralizó. Todos sus sentidos entraron en estado de alerta. Contuvo el aliento para escuchar mejor. Sí, ahí estaba otra vez. No había sido su imaginación. Un levísimo sonido en el corredor, al otro lado de la puerta: una bota que raspaba el suelo. Aún era muy temprano para que los criados estuvieran en pie.

- Sarah -susurró, poniéndole un dedo sobre los labios para que se quedara quieta al despertar-. Métete debajo la cama.

Por un instante ella le miró fijamente y luego asintió.

La observó desaparecer por un costado de la cama y entonces

se volvió para ir a darle la bienvenida a su visitante.

A Sarah le llevó un segundo entender lo que quería decir James. Luego ella también oyó un paso en el corredor. Asintió con la cabeza y deslizándose entre las sábanas se dejó caer al suelo.

Se escabulló bajo la cama. No quería que la doncella la viera, así como tampoco lo quería James, sin importar lo que dijese. Ahora que no estaba narcotizada por su presencia, estaba escandalizaba por su propio comportamiento. ¿Cómo podía haber actuado con tal lujuria? Prácticamente le había rogado que le quitara el camisón.

¿Dónde estaba su camisón? Se estremeció. Tenía carne de gallina en los brazos. No veía absolutamente nada entre las densas sombras debajo de la cama. Tanteó alrededor. Sus dedos tropezaron con algo duro y redondo. Al tacto parecía un antiguo orinal.

La cama soltó un agudo crujido y el colchón se hundió hacia ella. Oyó gruñidos apagados, ruido de golpes. Sin duda no era la doncella quien provocaba semejante alboroto. Algo andaba mal. Cogió el orinal y salió gateando de debajo de la cama.

James estaba trabado en una lucha cuerpo a cuerpo con un hombre envuelto en una capa y enmascarado.

No había tiempo para pensar. Sosteniendo en alto su improvisada arma le asestó al intruso un fuerte golpe en la parte trasera de la cabeza. Éste gruñó y cayó hacia delante sobre James, quien empujó el cuerpo al suelo y luego buscó debajo de la almohada para sacar un arma de fuego.

- ¡Bien hecho! -dijo sonriéndole.

Ella le miró fijamente.

- ¿Guardas un arma debajo de la almohada? -Tragó saliva, ligeramente mareada-. ¡Podrías haberme disparado cuando entré antes!

- Jamás te dispararía a ti, amor.

- Pues deberías haberle disparado a él -dijo señalando al hombre que yacía en el suelo.

- Oh, no lo creo. Las armas tienen efectos permanentes y este tipo puede servirnos más vivo que muerto. -Se levantó de la cama y quitó el pañuelo que cubría parcialmente la cara del hombre-. Aja. Parece que finalmente hemos encontrado a nuestro amigo Dunlap.

La puerta se abrió de golpe.

- ¡Ah, Harrison! Justo el hombre que necesitaba. Entra y échame una mano, ¿quieres?

Harrison entró y cerró firmemente la puerta tras de sí, dejando fuera a un creciente grupo de lacayos. Se las arreglaba para verse digno aun con el gorro de noche ladeado y los tobillos peludos sobresaliendo por debajo de su camisa de dormir.

- Buenas noches, vuestra alteza, señorita Hamilton. -Harrison mantenía los ojos firmemente fijos en el techo-. ¿Si me lo permite, vuestra alteza, puedo sugerir que la señorita Hamilton tome prestada una de sus batas? -Metió lo mano al armario y sacó una larga bata de color azul oscuro. La alargó en dirección a ellos.

- Estupendo, Harrison. -James tomó la bata y le cubrió los hombros a Sarah. Ésta metió torpemente los brazos en las mangas y cerró la bata ajustándola a la cintura -La señorita Hamilton ha extraviado su camisón.

- Por supuesto. -Harrison echó un rápido vistazo en dirección a ella y se mostró visiblemente aliviado al hallarla decentemente cubierta-. Estoy seguro de que aparecerá. -Miró a James-. Quizás usted también quiera ponerse algo encima, vuestra alteza.

- Buena observación.

James alzó sus pantalones del suelo. La parte de su anatomía que generalmente estaba cubierta por esa prenda de vestir atrajo los ojos de Sarah. La parte en cuestión se veía diferente de como ella la había sentido. Mientras era observada, se movió y se hizo más gruesa. Miró inquisitivamente a James.

- Más tarde, cielo -murmuró él, virtualmente saltando dentro de sus pantalones. Se echó encima una camisa-. No creo que tengas una cuerda, ¿verdad, Harrison? Quisiera atarle las manos a Dunlap antes de que vuelva en sí.

- Me temo que no tengo, vuestra alteza, pero podríamos usar algunas de sus corbatas de segunda clase.

- Brillante. Tráemelas.

Sarah observó cómo James ataba a Dunlap. Le ató las manos detrás de la espalda y luego anudó el otro extremo de la corbata al cuello del tipo.

- Eres bastante bueno en esto.

- He tenido alguna experiencia, a ambos lados de la cuerda. Afortunadamente el francés que me amarró no era un experto en este arte. -James ajustó el último nudo-. Ahí los ojos de Dunlap se abrieron dificultosamente. Rodó para apoyarse sobre su costado.

- Alvord. ¿Cómo diablos te las arreglaste para golpearme detrás de la cabeza?

- La señorita Hamilton hizo los honores. Creo que tenía con usted una cuenta pendiente

Dunlap la miró. Sus ojos se fijaron en la bata demasiado grande que llevaba Sarah y en sus pies descalzos.

- Qué conveniente que haya estado por aquí -dijo secamente.

- Claro que sí. Quizás también le interese a usted saber que la señorita Hamilton ha aceptado casarse conmigo y que esperamos entrar en ese bendito estado hoy mismo.

Dunlap cambió de posición en el suelo.

- Mis felicitaciones.

James respondió con una inclinación la cabeza.

- Creo haber oído algunos desagradables rumores acerca de que el casarse conmigo podría tener efectos adversos sobre la buena salud de la señorita Hamilton. Estoy seguro de que tales rumores son infundados. ¿Usted qué cree?

Dunlap se encogió de hombros.

- Los rumores son como el trigo: un granito de verdad y mucha paja.

James dio un tirón a la corbata y los brazos de Dunlap se movieron hacia arriba sobre su espalda. Éste hizo una mueca de dolor.

- Más vale que estos rumores no tengan ni un grano de verdad, Dunlap. ¿Entiende lo que quiero decir?

- Perfectamente.

- Bien, entonces sugiero que pase los próximos minutos contándome todo lo que sepa sobre las acciones de mi primo.

- No puedo.

- Oh, pues yo creo que sí puede. La franqueza es sin duda lo que más le conviene. Puede que usted no esté del todo familiarizado con las costumbres de la sociedad británica, pero un duque esgrime significativamente más poder que un simple señor Runyon. Yo podría hacerle colgar por tratar de matarme. Sin embargo, si me proporciona la información correcta consideraré otras opciones para librarme de su presencia.

- ¿Como por ejemplo un pasaje para marcharme de esta isla sumida en la ignorancia? -resopló Dunlap-. Estaría encantado de librarme de ese diabólico primo suyo.

- Lo mismo digo. Dígame lo que necesito saber y podrá zarpar de regreso a su tierra. Por ejemplo, ¿qué clase de poder tiene Richard sobre usted?

- Hubo un desafortunado accidente en París hace cosa de un año…

- Se refiere usted a Chuckie Phelps.

- Exactamente. No fue lo que parecía, pero yo no estaba en situación de poder presentarme ante las autoridades a aclarar las cosas.

- No, supongo que no. O sea que Richard ha estado chantajeándolo.

- Sí, él tenía algunas de mis cartas. Chuckie y yo manteníamos una amistad bastante… eh… intensa.

- Sí, sí. -James echó un vistazo a Sarah-. No hace falta entrar en detalles. Lo que más me interesa son los planes de mi primo.

- En resumen, no quiere verle a usted casado, jamás. Está un poco desequilibrado al respecto.

- Ya lo he notado.

Dunlap trató de encogerse de hombros.

- Es inútil intentar razonar con él. ¿Podría aflojar estas ataduras? Me están cortando la circulación hacia las manos.

- Qué pena. Tómelo como un castigo por su modo de tratar a la señorita Hamilton en el baile de Palmerson.

Dunlap lanzó una mirada en dirección a Sarah.

- Mis disculpas, señora. Realmente no quería hacerlo.

Sarah se arrebujó más en la bata de James.

- Señor Dunlap, es usted un gusano repugnante.

Él agachó la cabeza.

- En realidad, no esperaba comprensión de su parte.

- Al salir del Spotted Dog, Lord Westbrooke y yo nos hemos encontrado con los hombres que envío usted -dijo James-. ¿Por qué terminó haciéndose cargo de esta tarea personalmente?

- Su primo insistió. Yo prefiero encargar a otro este tipo de trabajo. Como usted mismo pudo ver, estoy tristemente fuera de forma.

- No le estaba yendo tan mal. Me alegré mucho al recibir la ayuda de la señorita Hamilton. -James se reclinó hacia atrás contra la cama-. Entonces, mi propuesta es ésta: usted escribirá una confesión…

- Tendrá usted que aflojar estas mald… perdón. -Le lanzó una mirada a la joven-. Estas ajustadas ataduras si quiere que escriba algo. Y más vale que lo haga pronto o mis dedos estarán tan adormecidos que les llevará días recobrar la sensibilidad.

- No se preocupe. Podrá escribir. También estará bien custodiado. Escribirá usted una confesión detallando su participación y la de Richard. A cambio, yo arreglaré las cosas para que aborde el próximo barco con destino a los Estados Unidos, a condición de que no vuelva a ensuciar las costas inglesas con su presencia.

- No hay peligro de que lo haga. No veo la hora de sacudirme de las botas el polvo británico. He descubierto que el clima no me va.

- Eso es. -James levantó su pistola y le apuntó-Harrison, ¿invitarías a dos de nuestros lacayos más fornidos para que vengan a hacernos compañía?

- No van a poder ser los de Bow Street -dijo Dunlap cuando Harrison hubo salido.

- Ah, veo que sabe de ellos. Me preguntaba por qué aún no habían derribado la puerta.

- Creo que quizás porque en este momento no sintieron nada. Tuve que animarles a tomarse un muy merecido descanso.

- ¿De veras? No quiero ni pensar que pueda usted habernos privado de dos de los mejores hombres de Bow Street.

- No en forma permanente -se apresuró a aclarar Dunlap-. Despertarán en la mañana con sendos dolores de cabeza. Les puse algo en el vino.

Hubo un ruido en la puerta.

- Sarah, cariño, te ves encantadora con mi bata, pero quizás ahora prefieras perder algo de protagonismo -dijo James.

Sarah se retiró al rincón más alejado de la habitación cuando Harrison entró con dos lacayos. Arrastraron a Dunlap hasta el escritorio, empujándole para que se sentara. James le soltó las ataduras mientras los sirvientes le impedían moverse.

- Por favor, escriba sus recuerdos con lujo de detalles -dijo James-. Tal vez lo pase un poquito mejor en su viaje a los Estados Unidos si me convence de que ha escrito todo lo que sabe. Pero no vaya a adornar el relato.

- Ni en sueños se me ocurriría hacerlo.

Dunlap pasó un tiempo considerable escribiendo algo.

- Listo -anunció reclinándose en la silla.

James volvió a atarle las manos y luego leyó atentamente la confesión.

- Esto debería servir -dijo. Hizo un gesto a Harrison y a los lacayos-. ¿ Seríais tan amables de escoltar a nuestro huésped hasta los muelles? Decidle al Capitán Rutledge, del Flying Gull que el señor Dunlap necesita viajar a Nueva York. Él sabrá qué hacer.

- Supongo que no tendré que pasarme el viaje atado como un ganso navideño, ¿verdad? -preguntó Dunlap mientras los dos lacayos le llevaban deprisa hacia la puerta.

- No. Rutledge se encargará de que no escape usted antes de que zarpe el barco y luego probablemente le ponga a trabajar. Supongo que tendrá una travesía tolerable. Mejor de la que se merece.

Sarah salió de las sombras cuando James hubo cerrado la puerta tras Dunlap.

- ¿Realmente crees que se irá sin intentar nada más?

James la tomó entre sus brazos.

- Sí. Parecía realmente ansioso por marcharse de Inglaterra. Y Rutledge es un buen hombre. No le perderá de vista.

Ella le apoyó la cabeza sobre el hombro.

- Me sentiré mejor cuando sepa que Dunlap ha partido.

- Rutledge mandará avisar apenas zarpe el barco. -Le frotó la espalda con movimientos descendentes-. Pero de veras creo que todo irá bien.

- Qué lástima que no se pueda despachar a Richard en el mismo barco.

- Sí. -James le pasó una mano por el cabello-. Aunque no estoy seguro de que debiéramos maldecir a tu tierra con el malvado de mi primo.

- Es verdad. -Ella lanzó un suspiro. Era maravilloso sentir los dedos de James-. ¿Será suficiente la confesión de Dunlap para conseguir que Richard nos deje en paz?

- No lo sé. Me alegra tenerla, por mi propio bien. Hubo momentos en los que llegué a preguntarme si el papel de Richard en todo esto no sería fruto de mi imaginación. Pero si la palabra de un norteamericano dueño de burdeles será suficiente para detener a Richard… -James se encogió de hombros-. Eso ya lo veremos. Aunque primero voy a obtener una licencia especial. -Apartó el cabello de Sarah de su cuello y la besó detrás de la oreja. Ella ladeó la cabeza para que se moviera con más comodidad. Riendo, él la apartó de sí-. Esto tendrá que esperar. Cuando Harrison regrese, tendré que vestirme y poner todo en marcha para celebrar nuestra boda esta noche.

- ¿Y yo, qué hago?

- Vete a la cama. A la tuya, desgraciadamente. -La atrajo hacia sí nuevamente, besándole el otro lado del cuello-. Espero que ésta sea la última vez que duermas allí. -Sonrió abiertamente-. Es más, espero que ésta sea la última voz que duermas hasta dentro de mucho tiempo. Así que aprovecha para descansar. -La soltó y se volvió hacia su cama-. Ahora veamos si podemos encontrar ese escurridizo camisón.

Tras algunos minutos de búsqueda, finalmente James lo encontró. Había volado atravesando media habitación y se encontraba cerca de la puerta.

- Es un milagro que Dunlap no haya tropezado con él -dijo él.

- Es un milagro que los lacayos no hayan notado -dijo Sarah.

- Bueno, si lo notaron, probablemente estén festejándolo en las habitaciones de la servidumbre. -Recogió el camisón-. Mejor vuelve a ponértelo. Dudo que quieras vagar por los corredores vestida sólo con mi bata.

- Te aseguro que no. -Alargó la mano hacia el camisón, pero James lo puso fuera de su alcance.

- No, no. Te daré tu camisón cuando tú me devuelvas mi bata.

Sarah se sonrojó, sintiendo una repentina timidez. Respiró profundamente. «Esto es ridículo» se dijo. Después de todo lo que James y ella habían hecho juntos, estar desnuda de pie frente a él no debería importarle. Se desató la bata y sacudió los hombros dejando que la prenda se deslizara bajando por sus brazos hasta formar un pequeño montículo a sus pies. Echó un vistazo a James.

- Dios mío, Sarah. -Alargó la mano para tocarle los hombros, la cintura, las caderas y los pechos-. Eres hermosa. -Tomando entre las manos la cabellera de la joven, atrajo su cuerpo hacia sí y la besó.

Sarah se perdió en el calor de aquel beso. Sus rodillas cedieron y se dejó caer contra él. Se estiró, rodeándole el cuello con los brazos, apretando su piel, sus pechos y piernas contra la firmeza de aquel cuerpo y la aspereza de la ropa que lo cubría. Las manos de James abarcaron la curva de las nalgas, acercándola a la dura cresta que sobresalía bajo sus pantalones. Cuando ella se movió, del fondo de la garganta de James brotó un gemido. Su lengua se deslizó dentro de la boca de Sarah, como una caricia.

- ¿Vuestra alteza?

Sarah oyó el ruido apagado de alguien rascando la puerta.

- ¿Vuestra alteza? Soy Harrison.

La muchacha dio un salto hacia atrás, como escaldada. Harrison estaba del otro lado de la puerta y ésta podía abrirse en cualquier momento. Cogió su camisón de manos de james y se lo metió por la cabeza. Forcejeaba atrapada dentro de la voluminosa prenda.

- Anda, cálmate -suspiró James-. Estás tratando de meter la cabeza por una de las mangas. Déjame ayudarte.

- ¡Vaya! -se le oyó decir a través de los pliegues de tela.

James asió los brazos que se agitaban violentamente y la mantuvo quieta.

- Basta de dejarse llevar por el pánico. -James halló la abertura para el cuello en el enredo de tela-. Mete la cabeza por aquí.

La cabeza de Sarah emergió de golpe entre la tela. Lanzó una mirada desesperada en dirección a la puerta.

- Harrison no va a entrar hasta que yo se lo permita, cariño. Creo que tiene una idea bastante aproximada de lo que puede estar sucediendo aquí dentro.

- ¡Qué vergüenza!

- Entonces supongo que tendré que lograr que la pasión te haga perder la cabeza hasta tal punto que ni se te ocurra pensar en la vergüenza. Pero no ahora, desgraciadamente. -Se volvió hacia la puerta-. Adelante.

Sarah temía ver una sonrisa irónica en el rostro de Harrison, pero éste tenía un aspecto tranquilizadoramente normal, como si no hubiera nada de extraño en los frenéticos susurros y los sonidos de agitación que se oían tras la puerta cerrada del dormitorio de su amo.

- ¿Dunlap se marchó del modo previsto?

- Sí, vuestra alteza. Cuando Thomas y William lo en regaron en el coche de alquiler, prácticamente saltó dentro, Creo que estaba contento de que alguien se ocupara de su regreso a los Estados Unidos.

- Espero que tengas razón. Sin duda esto nos facilitará las cosas. ¿El personal ha regresado a sus habitaciones?

- Sí, vuestra alteza, pero las doncellas pronto esta ni n levantadas.

- Entonces será mejor que yo lleve a la señorita Hamilton a su habitación.

- Quizás eso sea lo mejor, vuestra alteza.

- Muy bien. ¿Podrías prepararme la ropa? Tengo mi día ocupado.

James asomó la cabeza al corredor para confirmar que no había criados dando vueltas antes de tenderle la mano a Sarah y llevarla hasta su habitación. Una vez allí, él se zambulló dentro, cerró la puerta y la besó otra vez.

- Sueña conmigo, ángel. Te veré a mi regreso. Entonces le contaremos las novedades a tía Gladys, Lizzie y Amanda, ¿de acuerdo?

- Decididamente no quiero contárselas yo sola. -La sola idea hacía sentir a Sarah ligeramente indispuesta.

- Ser una duquesa inglesa no te parece tan terrible, ¿verdad, Sarah? -De repente James se había puesto serio.

Sarah le apoyó una mano sobre la mandíbula.

- Quiero ser tu esposa, James. Si eso significa que debo convertirme en duquesa, entonces que así sea. Sólo espero no desilusionarte.

El la atrajo hacia sí en un rápido abrazo.

- Eso nunca sucederá. Ahora duerme un poro, si puedes.

Él abrió la puerta y tomó el corredor en dirección a su cuarto.

Sarah se quedó mirándole mientras se alejaba. No podía creer que él fuera suyo, o que lo iba a ser dentro de algunas horas. Bostezó y cerró la puerta. No creía poder pegar ojo. Ahora su cama le parecía pequeña y fría. Solitaria.

Se metió bajo las colchas y apoyó la cabeza en la almo-hada. Estaba segura de que reviviría la asombrosa noche que acababa de pasar, pero estaba más cansada de lo que pensaba. Tan sólo unos minutos después sus ojos se cerraron y se quedó dormida.