Capítulo 2

Sarah contemplaba horrorizada la multitud de rostros en la puerta.

El desagradable posadero la miraba con gesto de desprecio y a la vez se restregaba las manos. Un par de lacayos reían con disimulo. El caballero borracho de la noche anterior intentaba sin éxito sofocar la risa. También lo presenciaron dos ancianas damas, una alta y la otra baja, de rostros arrugados y ojos perspicaces e inquisitivos enmarcados por sombreros la moda.

- James -volvió a decir la más alta, esta vez sin gritar.

Ella y su dama de compañía tenían los ojos fijos en la almohada de Sarah, que era todo cuanto la separaba de la ex-posición total. La joven se ruborizó y deslizándose hacia abajo se metió en la cama, cubriéndose hasta la barbilla con la delgada manta.

- Tía, qué alegría verte. Disculpa que no me levante.

James podía sentir un rubor caliente cubriéndole la cara. No le sorprendería que el rojo hubiera cubierto todo su cuerpo, incluyendo esa parte rebelde que estaba formando una indecorosa elevación en la delgada manta. Cambió de posición.

- James…

Su tía parecía haberse quedado sin palabras.

Él sonrió ligeramente mientras examinaba a la gente de pie en su puerta. Lady Gladys Runyon, la hermana mayor de su padre, alta y de rasgos angulosos, con más de setenta años en su haber, le miraba fijamente, cubierta de un rubor que emulaba el suyo. Detrás de ella, su habitual dama de compañía, Lady Amanda WallenSmyth. En la mitad de su sexta década, era pequeña y de aspecto delicado. Una engañosa ilusión. Bastaba que el menor chisme se atravesara en su camino para que fuera a la caza de los detalles como un hurón tras una ratonera. Ahora sus perspicaces ojos castaños se movían rápidamente de un lado a otro de la habitación, prestando minuciosa atención a todo, las ropas de la muchacha junto al fuego, los pantalones de él en el suelo. Finalmente se posaron sobre la joven. James juraría haber visto la nariz del hurón moverse nerviosamente. La muchacha se arrastró aún más abajo, cubriéndose con las mantas.

Robbie por fin había conseguido dominar la risa. Ahora su cabeza sobresalía por encima de la de la tía Gladys. Abría y cerraba la boca como un pez fuera del agua, pero sin producir sonido alguno. Hacía con la mano el gesto de cortarse la garganta. James no estaba seguro de qué estaba tratando de decir, pero no le parecía mala idea cortarle la cabeza a alguien, preferentemente a Robbie.

- Robbie, ten la amabilidad de llevar abajo a tía Gladys y a lady Amanda. Y cierra la puerta al salir.

- James…

- Sí, tía. Enseguida bajo. Ahora, por favor, bajad con Robbie.

James suspiró aliviado cuando la puerta finalmente se cerró. Se volvió hacia la muchacha. Ésta aún apretaba las mantas contra el pecho, mirándole cautelosamente. Sin duda era una prostituta muy extraña.

- Por favor, no grites de nuevo -dijo él-. Mis pobres oídos ya han sufrido demasiado.

- Entonces no haga nada para hacerme gritar. -La mirada la joven se desvió un momento hacia el pecho de él y enseguida volvió apresuradamente hacia su cara-. ¿Lleva usted algo de ropa encima?

El dibujó una amplia sonrisa.

- No, ¿y tú?

Toda la piel que él podía ver tomó un tono tan rojo como el cabello de la muchacha. Sintió deseos de ver si el rubor se extendía tanto como el suyo, pero no había tiempo. Tía Gladys no esperaría pacientemente. Si él no bajaba rápido, volvería a subir para arrastrarle fuera de la cama, vestido o no.

Frunció ligeramente el ceño. Ahora que no tenía una almohada atacando sus orejas podía concentrarse en la voz de la muchacha. Era muy agradable, suave y educada. Indudablemente no parecía una prostituta del lugar, ni siquiera una aventurera londinense más cotizada.

- Pareces norteamericana.

- Soy norteamericana. -La muchacha se cuidaba mucho de mirarle sólo la cara. Para ser una prostituta estaba sorprendentemente turbada por el pecho masculino desnudo.

- De Filadelfia.

- Es un largo camino para venir a conocer el Green Man, cariño. Estamos bastante orgullosos del lugar, pero estaba realmente sorprendido de que su fama se haya extendido a través del Atlántico.

- No vine hasta aquí para hospedarme en el Green Man -dijo ella bruscamente-, y no puedo decir que esté demasiado impresionada por una posada cuyas puertas no tienen cerrojos.

James rió entre dientes.

- Es verdad, entonces si no viniste a disfrutar de la dudosa hospitalidad del Green Man, ¿por qué estás aquí?

- Para ver a mi tío. La diligencia llegó demasiado tarde como para ir directamente a su casa anoche.

James creía conocer muy bien a toda la gente de la zona, pero no había oído de un aldeano que tuviera una sobrina norteamericana.

- ¿Tu tío? ¿Quiénes tu tío?

- El conde de Westbrooke.

James sintió que la sorpresa le hacía quedar boquiabierto.

- ¿Westbrooke es tu tío?

- Sí.

James juraría haber visto centellear ardientes chispas doradas en los ojos avellana de la joven.

- Mi nombre es Sarah Hamilton y mi padre era el hermano menor del conde.

- David. Claro, él se fue a América. -James asintió con la cabeza-. De modo que está usted aquí para ver al conde de Westbrooke

Sonrió. Luego la sonrisa se hizo más amplia. Finalmente se desplomó sobre la almohada y comenzó a aullar de risa.

- Ay, Dios -jadeó-. ¡El conde de Westbrooke! ¡No puedo creerlo!

Sarah asió con más fuerza la manta contra su pecho mientras miraba fijamente al hombre muerto de risa sobre la cama. Esa mañana no podía ser más extraña. ¿Estaría loco? Desnuda o vestida tendría que haberse puesto en manos de las mujeres mientras aún podía.

- No le veo la gracia.

- No, es que no la tiene. -El hombre se incorporó y dibujó una amplia sonrisa-. En realidad yo debería estar llorando en vez de reír. Pero no estoy exactamente descontento. Este inusual incidente puede convertirse en lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo.

Sarah trataba de mirarle sólo la cara. Habría ayudado que él mostrara la menor turbación por estar desnudo, pero ahora que las ancianas se habían marchado parecía bastante cómodo en su propia piel. Una piel muy agradable, por cierto. La manta se había deslizado hasta sus caderas, revelando una fina capa de vello dorado, apenas más oscuros que el cabello. Sintió el impulso de recorrer con sus dedos la línea que bajaba desde las clavículas hasta el ombligo, pasando por el pecho y los músculos del vientre plano. Se ruborizó, alzando la vista para encontrarse con los ojos de él que la observaban.

- Cariño, con mucho gusto la dejaría hacer lo que sea que esté pensando, pero si no me visto y bajo pronto, tía Gladys volverá a invadir la habitación para ayudarme.

No tengo la menor idea de qué está usted hablando.

- ¿No? Pues quizás es sólo mi mente sucia que está imaginando todas las cosas deliciosas que podríamos estar haciendo si yo no tuviese que bajar… y si usted no fuera una dama, por supuesto.

Se volvió para sacar las piernas de la cama. Antes de sumergirse bajo las mantas, Sarah admiró los músculos marcados en la ancha espalda. Le oyó reír y moverse por la habitación.

- No hay moros en la costa -dijo él-. Estaré en la puerta cuando usted esté lista.

Al oír el clic del pestillo, ella se destapó la cabeza y respiró profundamente. Bueno, al menos ahora sabía quién era el misterioso James. Es decir, ya sabía qué aspecto tenía. La cubrió un ardiente rubor. Había visto qué aspecto tenía gran parte de su cuerpo.

Aun así, no sabía su apellido. ¿Cómo iba a llamarle? James no. Jamás se había dirigido a un hombre por su nombre de pila, Pero tampoco había dormido nunca antes con un hombre desnudo. ¡Desnuda y con un hombre desnudo! Un poco más de calor en su rostro haría arder en llamas la cama. Se levantó y corrió hacia la chimenea para recuperar sus ropas.

Si tenía que hallar un hombre en su cama, sin duda ha-había dado con un excelente espécimen. Sabía que las hermanas Abington le dirían que no debería notar esas cosas, pero tampoco estaba ciega y sólo una mujer que lo estuviera no hubiese hallado maravilloso a este hombre de cabello rubio oscuro, hombros anchos y ojos color ámbar. ¡Y su voz! le hacía pensar en la miel tibia. Dulce, profunda, mágica. Sin duda la había hechizado.

Se puso el vestido y sacó un peine de su bolso. Miró su cabello en el espejo. Debería haberlo trenzado la noche anterior, pero entonces no se hubiera secado. Pues ahora tenía su merecido. Lo tenía hecho una maraña, una maraña roja. Empezó a tirar para que el peine atravesara los mechones enredados mientras recordaba cómo se habían lamentado las hermanas Abington a causa de lo desafortunado del tono de su cabello.

- Quizás se oscurezca cuando crezcas -le había dicho cuando ella tenía trece años Clarissa Abington- y se parezca más al de tu padre.

- Sólo déjate el sombrero puesto, querida, y nadie lo notará -le susurraba Abigail.

- A veces, Sarah, los hombres piensan que las chicas pelirrojas son fáciles, así que debes tener especial cuidado -decía Clarissa meneando su grueso índice debajo de la nariz de Sarah-. El cabello rojo es una maldición: así de simple. Los hombres supondrán que eres una fulana.

La mano de Sarah se quedó inmóvil. ¿Acaso el hombre que estaba en su cama esa mañana la había creído una prostituta? Con el corazón golpeándole en el pecho se apoyó contra la pared para no perder el equilibrio. ¿Qué era exactamente lo que había sucedido la noche anterior?

Respiró profundamente y trató de dominar el creciente pánico que la invadía. ¿Todavía sería virgen? Sin duda lo sabría si ya no lo fuera ¿verdad? Se sentiría… diferente.

Bueno, indudablemente se había sentido diferente al despertar esa mañana. ¿Eso era suficiente evidencia? No lo sabía. Nadie se había molestado jamás en explicarle la mecánica de la procreación. ¿Bastaba con estar con un hombre? Las hermanas Abington habían sido siempre tan cuidadosas que ninguna de sus pupilas se había quedado jamás a solas con los caballeros que las visitaban. Sarah tomó entre las manos sus mejillas ardientes. ¡No se había limitado a tomar el té a solas con un hombre en el salón de la escuela! No, ella había estado en la cama con él. De noche. Sin ropa.

Apoyó una mano temblorosa sobre su vientre. ¿Podría haber ya un niño creciendo dentro de ella?

¿Y por qué se había reído él al enterarse de su identidad? Parecía haberle creído. Ahora ya debía haberse dado menta de que no era una prostituta.

Tomó una profunda bocanada de aire y lo dejó salir lentamente. No permitiría que su imaginación se desbocara, Por el momento no había nada que pudiera hacer al respecto. Se limitaría a controlar la preocupación que le anudaba el estómago.

Recogió su cabello en un moño sobre la nuca y lo aseguró con horquillas. Examinó el resultado. Nada elegante, pero al menos ya no parecía un pajar rojo. Abrió la puerta.

El hombre estaba esperándola en el corredor, como había prometido. Vestido se veía muy elegante. Inaccesible.

- Aquí está usted. -Le ofreció el brazo-. Bajemos a enfrentar a los dragones.

Sarah se le acercó. Ahora que le veía de pie era bastan-te alto. Estaba acostumbrada a mirar a los hombres a los ojos, pero a éste le llegaba sólo hasta los hombros.

- No vas a presentársela a tu tía, ¿verdad, James? Yo puedo llevarla abajo y ajustar cuentas por ti, si es que no has tenido tiempo de hacerlo.

Sarah se sobresaltó. No había advertido que había otra persona en el pasillo. Era el pelirrojo de la noche anterior. La joven frunció el ceño. ¿Por qué la había llevado a la habitación de su amigo? Abrió la boca para cantarle las cuarenta, pero James ya estaba hablando.

- Resolveremos esto abajo, Robbie. No me gusta hablar de negocios en el corredor, ni hace falta que pasemos por esta más de una vez.

- Pero James, no puedes…

James alzó la mano.

- Ten cuidado con lo que dices, Robbie. Estoy muy seguro de que lo lamentarás.

Robbie lo miró fijamente y se encogió de hombros.

- Como quieras. Supongo que sabes lo que estás haciendo. Como siempre.

Se abrió otra puerta y un tercer hombre salió al pasillo. Era más bajo y más robusto que los otros dos y tenía el cabello castaño y rizado.

- Buenos días, James, Robbie, señorita. Eh… presencié la conmoción de esta mañana. ¿Me encargo de la dama?

- Buenos días, Charles. Acompáñanos. -James miró a Sarah-. Discúlpeme por no tomarme el tiempo para hacer las presentaciones, querida. Le aseguro que es mejor esperar a tener más privacidad abajo.

Sarah asintió con la cabeza. No tenía ni idea de qué estaba sucediendo y decidió que era mejor callarse. Vio a Charles lanzarle una mirada inquisitiva a Robbie. Éste se encogió de hombros.

El pequeño grupo avanzó por el corredor y bajó las escaleras, deteniéndose delante de una puerta cerrada.

- Ánimo -susurró James tocándole la mano.

Sarah y los hombres entraron a un salón privado. La anciana alta y su dama de compañía más baja levantaron la vista de sus tazas de té. La dama de compañía frunció la nariz como si se hubiera encontrado con una porqueriza.

James miró a Sarah y le sonrió. Le chispeaban los ojos, como si estuviera disfrutando de una tremenda broma. Se volvió hacia las ancianas.

- Tía, lady Amanda, permitidme que os presente a la señorita Sarah Hamilton, de Filadelfia. Sarah, ésta es mi tía, lady Gladys Runyon y su dama de compañía, Lady Amanda WallenSmyth.

- ¡Maldición!

Sarah miró en derredor para ver de dónde había venido la palabrota. Charles parecía perplejo; Robbie, enfermo.

Las ventanas de la nariz de Lady Amanda se ensancharon tomo si el cerdo hubiera salido del chiquero y tenido la audacia de hocicar sus faldas.

- Alvord, no me interesa si usted importa sus ful… Lady Gladys levantó una mano para hacer callar a Lililí/ Amanda.

- ¿Sarah Hamilton, dijiste?

- Exactamente, tía. Está aquí para visitar al conde de Westtbrooke. Creo que son parientes. Robbie gruñó.

James (el señor Alvord, se corrigió Sarah al pensar en él parecía realmente jubiloso cuando se volvió para presentarla a sus amigos:

- Señorita Hamilton, éste es el Mayor Charles Draysmith.

El Mayor Draysmith hizo una reverencia. -Es un placer, señorita Hamilton. -Y éste -dijo James, con una sonrisa aún más amplia es Robert Hamilton, Robbie. El conde de Westbrooke. A Sarah empezó a faltarle el aire. Lord Westbrooke hizo una brusca reverencia.

- Usted no puede ser mi tío. Es demasiado joven. Robbie se pasó las manos por el cabello, tan parecido al del padre de Sarah.

No, lo siento. Soy su primo. Mi padre murió el año pasado. Recientemente hemos abandonado el luto. -Sonrió débilmente.

¿Así que eres la hija de David Hamilton, muchacha? dijo lady Gladys.

Sarah se volvió para mirarla de frente.

Sí, señora. Lady Gladys asintió con la cabeza.

- Ahora que te miro veo el parecido. Los Hamilton siempre procrean de acuerdo a la raza. ¿Y dónde está tu padre? Seguramente te acompañó a través del Atlántico.

- Mi padre murió a principios de diciembre.

- Lo lamento, pequeña. -Lady Gladys de verdad parecía sentirlo-. Siempre me gustó tu padre. Tenía una vehemencia fascinante. ¿Y tu madre? ¿También ha fallecido?

- Así es, señora.

- ¿Por qué te marchaste de América tan pronto después de la muerte de tu padre? -Lady Amanda miró a Sarah con recelo.

Sarah decidió que no tenía sentido ocultar su situación. Pronto estaría clara. Dudaba de que su primo la acogiera, así que necesitaría ayuda para encontrar un empleo.

- Mi padre era muy activo en política y un médico respetado, pero no se interesaba demasiado por los asuntos prácticos. Obsequiaba su dinero con generosidad y nunca insistía en que sus pacientes le pagaran por sus servicios. Hubiera tenido muy poco de qué vivir si me hubiera quedado en Filadelfia. Pero no podía quedarme. Le prometí a mi padre que vendría a Inglaterra a buscar a su hermano.

Lady Gladys sacudió la cabeza.

- Pues siento mucho su pérdida, señorita Hamilton, pero eso no explica qué hacía en la cama de mi sobrino. Sin duda no es así como se comportan en las colonias, ¿verdad?

Sarah se ruborizó y levantó la barbilla.

- Pensé que era mi cama. El señor Alvord se presentó más tarde. Me sorprendí tanto como usted al encontrarlo allí esta mañana.

- ¿Señor Alvord? ¿James?

- Sí, tía. Resolveremos eso en breve. Lo que yo quisiera saber es por qué te sentiste obligada a invadir mi cuarto.

Lady Gladys movió displicentemente la mano en dirección a él, pero Sarah notó que había tenido la delicadeza de sonrojarse.

Anoche no viniste a casa. Estaba preocupada. Tía, tengo veintiocho años. He arriesgado la vida por mi país. ¡Creo que si decido no ir a casa una noche es asunto mío!

- Pero nunca lo haces, James. Es decir, lo de no regresar a casa. Eres muy responsable. Y además está ese asunto de Richard. Por supuesto que estaba preocupada. Podrías haber estado malherido.

Jamos miró el techo pensando qué responder e hizo una nota mental acerca de que su tía algo sabía sobre «el asunto de Richard». El Ministerio de Asuntos Exteriores podía tomar clases de su tía y de lady Amanda. Tenían una red de espionaje más vasta que la de Gran Bretaña o Francia.

- ¿Y no se te ocurrió preguntar por mí al posadero?

- Estaba preocupada, James. No se me ocurrió preguntar. ¿Y cómo iba él a saber si te había ocurrido algo duran-te la noche?

- Aparentemente sí que le ocurrió algo durante la noche.

James eligió ignorar el comentario entre dientes de lady Amanda.

- Por Dios -dijo dirigiéndose a su tía-. ¿No se le ocurrió siquiera llamar a la puerta?

- Creía que te estabas muriendo. No había tiempo para llamar. -Lady Gladys tosió y desvió la mirada. Se ruborizó. Yo, eh… me sorprendí bastante por el espectáculo con que me encontré.

- S1, SI.

James no quería que su tía se desviara hacia ese camino. -Sabes que tendrás que hacer lo correcto, ¿no es así? lady Gladys hizo un gesto hacia Robbie-. Como cabeza de familia, ese idiota de allí debería exigirlo.

Robbie tenía los pelos de punta. Entrecerró los ojos.

- James… -empezó a decir.

- Espera, Robbie. Estoy más que dispuesto a casarme con la señorita Hamilton.

- James rió-. Me salva de la Reina de Mármol, ¿verdad?

- ¡Casarse conmigo!

Sarah apenas logró pronunciar las palabra». Sentía como si le hubieran puesto un tremendo peso sobre el pecho.

- Estás totalmente comprometida, muchacha -dijo lady Gladys-. La mitad del pueblo te vio en la cama con mi sobrino como viniste al mundo.

- ¡Pero no sucedió nada! -Sarah frunció el ceño-. Al menos eso es lo que yo espero.

Un repentino acceso de tos atacó a Robbie y a Charles. Lady Gladys y lady Amanda miraban a Sarah como si ésta se hubiese vuelto loca.

- Qué sucedió o qué no sucedió es irrelevante, joven-cita. No pretendo saber cómo son las cosas en las colonias, pero en Inglaterra cuando un caballero compromete a una dama se casa con ella, y créeme, no hay duda de que tú estás comprometida. James lo comprende.

- Sí, tía.

Sarah se volvió hacia el señor Alvord.

- Pero fue un accidente.

Hasta Sarah podía oír el pánico apoderándose de su voz.

James le dirigió una sonrisa tranquilizadora y luego miró a su tía.

- Tal vez sería buena idea que la señorita Hamilton y yo pasáramos unos minutos a solas para solucionar esto.

Lady Gladys resopló.

- No hay nada que solucionar.

- Aun así, necesitamos algunos minutos de privacidad. -James volvió a mirar a Sarah-. Señorita Hamilton, ¿me acompañaría a dar un paseo? El Green Man está muy cerca de un arroyo muy agradable. Sugiero que vayamos hasta allí.

Sarah asintió con la cabeza, aunque tenía la clara sensación de que no se necesitaba su conformidad.

- Lamento toda esta confusión -dijo él cuando final-mente se hubieron alejado del ruido de la posada-. Ha sido una verdadera comedia de enredos, ¿no es verdad?

- No estoy segura de si es una comedia o una tragedia, señor Alvord.

- James.

- Pero yo apenas lo conozco. De ningún modo podría llamarlo por su nombre de pila.

- Por supuesto que puede. Yo pienso llamarla Sarah.

Sarah lo miró con el ceño fruncido, pero él le sonrió.

- En cualquier caso, señor Alvord no es correcto. Mi apellido es Runyon. Alvord es mi título.

- ¿Su título?

- Estoy seguro de que a su alma republicana no va a gustarle esto, Sarah, así que no me atrevo a informarle de que mi nombre completo es James William Randolph Runyon, Duque de Alvord, marqués de Walthingham, conde de Southegate, vizconde Balmer, barón Lexter.

- ¡No!

Sarah se detuvo y le miró, respirando con dificultad.

James sacudió la cabeza.

- Así es.

Sarah repasó mentalmente la larga lista de títulos.

- ¡Usted es un duque!

- De Alvord. Sí.

- ¿Eso significa que tengo que llamarle «milord»?

- Técnicamente se supone que usted debería dirigirse a mí como «vuestra alteza».

- ¿Mi alteza?

James sonrió.

- Sería un placer ser su alteza.

Sarah lo pensó. Luego sacudió la cabeza.

- No puedo hacerlo.

- Está bien. Yo preferiría que me llamara James.

- Aja. ¿Serviría señor Runyon?

Me temo que eso sería demasiado revolucionarlo. No hace tano tiempo que la «Señora Guillotina» estaba separando a nuestros hermanos franceses de sus cabezas. Despojadnos a nosotros, los nobles británicos, de nuestros títulos y nuestros hombros empezarán a moverse nerviosamente.

Sarah le miró de reojo.

- Usted no es uno de esos Lores que han perdido todo su dinero, ¿verdad?

- No, mi patrimonio está intacto. ¿Qué le hace pensar que tengo problemas financieros?

- No puede costearse una camisa para dormir.

- ¿Una camisa para dormir? -Lanzó un bufido-. Estoy seguro de tener por lo menos una docena de esas cosas. Simplemente no las uso.

- ¿Por qué no? Mi padre las usaba. ¿Los ingleses no las usan?

- No tengo ni idea de qué hacen o no hacen los ingleses como nación. No lo he investigado. ¿Podría señalar, aunque no es que sea una queja, que usted tampoco llevaba un camisón cuando la ví por primera vez?

Sarah se ruborizó.

- Eso fue sólo porque mi equipaje tuvo un accidente en Liverpool; a los marineros se les cayó por la borda cuando estaban descargando. Las que tiene usted delante de sus ojos son las únicas ropas que poseo ahora.

Habían llegado a un hermoso arroyo sombreado por una hilera de árboles. James la guió hasta un tronco caído. Sarah se sentó; él apoyó sobre el tronco uno de sus pies y se reclinó sobre la rodilla.

- ¿Por qué no me cuenta qué sucedió anoche? -Dijo James-. ¿Cómo fue usted a dar a mi habitación?

- ¡Yo no sabía que ésa era su habitación!

Él sonrió.

- Está bien. Entonces cuénteme cómo terminó en esa habitación.

Sarah se arregló las faldas.

- En realidad no es algo tan misterioso, pero reconozco que no tenía que haber sucedido. Llegué anoche en la diligencia, sin doncella ni equipaje. No le gusté al posadero. Iba a echarme fuera cuando ese amigo suyo, mi primo, apareció.

Se miraba fijamente los pies.

- Sabía que Robbie estaba borracho, pero estaba tan cansada que no hice preguntas. Estaba desesperada por un cuarto con una cama. -Volvió a mirar a James-. No me sientan bien los viajes en barco. No dormí bien en la travesía a Liverpool. Y como no tenía mucho dinero, tomé el coche del correo hasta Londres y luego la diligencia hasta aquí, sin detenerme. Anoche fue la primera vez en dos meses que dormí en una cama que no se moviera.

James sonrió.

- Pobrecilla. Cuando llegué a la habitación, sí que in-tenté despertarla. Como no pude hacerlo enseguida, supuse que estaba exhausta y la dejé dormir.

Sarah le devolvió la sonrisa tímidamente.

- ¿Su tía generalmente irrumpe así en su habitación?

- No. -Él se encogió de hombros-. Aunque tiene razón. Por lo general estoy en casa. No le avisé que pasaría la noche fuera.

Sarah frunció el ceño.

- Pues sí que me parece un poco extremo dejarse llevar por el pánico sólo porque usted no regresó a dormir a su casa. Tampoco es que sea un muchachito.

James lanzó un suspiro.

- No, pero mi tía a veces olvida que no lo soy. Ella me crió después de que mi madre muriese cuando yo tenía once años, Cuesta vencer los viejos hábitos.

- Sí, ya veo. -Sarah se movió sobre el tronco. No había forma de evitar el tema. Tenía que preguntar-. Hay algo que necesito saber.

- ¿Sí? -James sonrió abiertamente-. Espero que no tenga nada que ver con camisas de dormir.

- Pues no exactamente. -Se mordió el labio. No se ría.

- Haré lo posible.

- Su tía dijo que yo estaba completamente comprometida.

- Sí, eso es muy cierto. Creo que no hay duda al respecto.

- ¿Qué significa eso exactamente?

James rió entre dientes.

- Me temo que usted debe casarse conmigo.

Sarah tragó saliva y se retorció las manos.

- ¿Entonces estoy embarazada?

- ¿Cómo? -James se quedó boquiabierto. Luego sus ojos se encendieron y se cubrió la mano con la boca. Sus hombros comenzaron a sacudirse.

- Prometió que no se reiría.

Él asintió con enérgicos movimientos de cabeza.

- Sé que es tonto que no sepa acerca de estas cosas, especialmente cuando mi padre era médico, pero no sé. Es decir, tengo una vaga idea. Mire. -Se dispuso a enumerar las evidencias-. Dormimos en la misma cama, de noche. No llevábamos nada encima. Usted me besó. ¿No basta con eso?

James negó con la cabeza.

- Entonces, si no estoy embarazada, ¿cómo puedo estar comprometida o al menos completamente comprometida? -Sarah frunció el ceño-. ¿Todavía soy virgen?

- No perdió usted su virginidad conmigo.

- Entonces, si no estoy embarazada y aún soy virgen usted no tiene por qué casarse conmigo, ¿verdad?

James movió el pie apoyado sobre el tronco.

- No es tan simple

- ¿Por qué no? -Sarah cruzó los brazos sobre el pecho-. Ninguno de los dos hizo nada malo, así que, ¿por qué debemos ser castigados?

- La cuestión no es si hemos hecho algo malo, Sarah, sino si parece que lo hemos hecho.

- Eso es ridículo.

- Puede serlo, pero es así como funciona el mundo, al menos el nuestro. Y no puedo creer que la sociedad de Filadelfia sea tan diferente.

- Pues no sabría decirle si lo es. Yo no era parte de la sociedad de Filadelfia. -Sarah sonrió-. Y como no tengo deseo alguno de ser parte de la sociedad inglesa, mi reputación o falta de ella no importa, ¿verdad?

James frunció el ceño.

¿Que piensa hacer entonces, Sarah? Según le dijo usted misma a ría Gladys, ha cortado sus lazos con América.

Sarah alisó la falda sobre sus rodillas.

- Bueno, sí. No puedo regresar, eso es verdad. Aun si pudiera conseguir el dinero para el pasaje, en realidad no tengo donde ir.

Pensó en las hermanas Abington. Le permitirían continuar trabajando duro para ellas en la Academia Abington para Señoritos. Hizo una mueca. Verdaderamente no iba a

volver a cruzar el Atlántico para eso.

- Francamente, no he pensado demasiado más allá de llegar hasta aquí. Mi padre se mostró tan insistente en que viniera… Me imagino que él contaba con que el conde me ayudaría… No creo que Robbie esté casado, ¿verdad? No.

Sarah suspiró.

Entonces por ese lado no tengo esperanza. No puedo vivir con él, hasta yo sé eso. Voy a necesitar un empleo. Tengo alguna experiencia como maestra. ¿Sabe de alguna escuela para señoritas que necesite emplear a alguien? ¿O de alguna familia que esté buscando una institutriz? Soy mejor en estudios clásicos que en pintura o música, pero si son niñas pequeñas estoy segura de que también podría desempeñarme adecuadamente en esas materias.

James se sentó junto a ella y le tomó la mano.

Sarah, en la enseñanza más que en cualquier otra actividad se necesita tener una buena reputación. No creo que una madre confiara la educación de su hija a una mujer que tiene secretos en su pasado. Y usted ahora tiene uno, y muy grande además. Usted y yo sabemos qué fue lo que sucedió en esa habitación, pero intente explicárselo a alguien que no estuvo allí. Una madre nunca pasaría por alto las palabras «cama», «desnudos» y, francamente, tampoco «duque de Alvord». No, querida, si va a quedarse usted en Inglaterra tendrá que pensar en su reputación. ¿Casarse conmigo sería realmente un castigo?

- ¿Cómo voy a saberlo? No lo conozco. Usted podría ser un jugador empedernido o un maltratador de esposas.

- Me declaro inocente de ambos cargos -dijo James, sonriendo-. Bueno, como nunca he estado casado no puedo refutar la última acusación con completa certeza, pero nunca en mi vida he lastimado físicamente a una mujer, y le aseguro que no siento deseo alguno de golpearla a usted.

Le cogió la otra mano, dándole un suave tirón. Ella se volvió para mirarle de frente.

- Mire, Sarah, este arreglo tiene ventajas para ambos. Usted necesita un hogar. Si se casa conmigo lo tendrá, y además con una familia ya constituida: tía Gladys, que en realidad tiene un corazón de oro, y mi hermana Lizzie. Incluso lady Amanda. Algún día, si somos afortunados, tendremos hijos. Y estará cerca de su primo. Robbie vive prácticamente al lado de casa.

Sarah se ruborizó. Se sentía rara (acalorada, sin aliento, y un poco temblorosa) ante la idea de darle hijos a este hombre. No podía negar que lo que él le ofrecía era atractivo. Ella tenía poca familia. Cuando era muy pequeña habían muerto su madre y su hermanito recién nacido. Su padre había estado tan ocupado con su trabajo y sus causas que había dejado su crianza en manos de dos solteronas, las hermanas Abington. Había sido una vida carente de amor. Sintió una oleada de anhelos tan fuerte que se quedó sin aliento.

Pero James no la amaba (ni ella a él, se apresuró a recordarse). ¿Por qué querría un duque inglés casarse con una norteamericana sin un centavo?

- ¿Y usted qué ganaría?

- Una esposa. Necesito una. -En su rostro se dibujó Una amplia sonrisa. Sarah notó las arrugas que se formaban en los ángulos de sus ojos al sonreír-. En realidad iba camino a Londres a buscar una novia. Me ha ahorrado usted una gran cantidad de problemas.

- No puedo creer que le cueste encontrar una muchacha inglesa para casarse. Deben estar peleándose para atraparlo.

James pareció sorprenderse.

- Lo tomaré como un cumplido. Sin embargo, las damas de Londres no vienen por mí, lo que quieren atrapar es mi título y mi dinero.

- No lo creo ni por un segundo.

Él hizo una mueca.

- Créalo. -Miró el agua que corría sobre las piedras-. ¿Qué le parece si llegamos a un acuerdo? No nos compromete-remos ahora. Como usted dice, en realidad anoche no sucedió nada, así que no hay prisa. Usted puede alojarse en Alvord, con tía Gladys y lady Amanda como carabinas. Cuando llevemos a Lizzie a la ciudad dentro de algunas semanas puede ayudar a cuidarla. Tiene diecisiete años y es un poco traviesa. Realmente no creo que tía Gladys esté a la altura de la tarea y al parecer usted tiene algo de experiencia con jovencitas. Si quiere puede considerarlo como su primer empleo. Le dará tiempo para acostumbrarme a la idea del matrimonio.

No es que usted no me guste -se apresuró a decir ella_. Parece muy agradable. Sólo que no lo conozco.

James asintió con la cabeza. -eso es completamente comprensible. Sólo hay dos

condiciones.

_¿Si?

- Primera: si se divulga lo de nuestra noche en el Groen Man, deberá usted casarse conmigo. No permitiré que se destruya su reputación. Y no seré yo el hombre acusado de haberla destruido.

A Sarah no le parecía probable que el rumor se divulgara. ¿A quién le importaba Sarah Hamilton? Y de todos modos las únicas personas que conocían el incidente eran la familia y los amigos de James… y el odioso posadero y los lacayos.

- No puedo imaginarme que su tía divulgue la historia, pero esos lacayos… Y al posadero no le he caído nada bien.

- No se preocupe. James no dirá una sola palabra. Sabe que si me hace enojar los días de su posada como establecimiento que reporta ganancias están contados. Y él se encargará de que los lacayos no hablen.

- Entonces está bien. ¿Y cuál es la segunda condición?

James la miró con una amplia sonrisa y Sarah sintió algo raro en el estómago, como si le diera una pequeña voltereta.

- Segunda condición: me reservo el derecho de intentar persuadirla a que acepte mi petición.

- ¿Qué significa eso?

- Oh, varias cosas. Principalmente esto.

Se inclinó hacia ella y suavemente cubrió sus labios con los suyos.

Sarah dejó de oír el borboteo del arroyo junto a sus pies y de sentir la áspera corteza del tronco sobre el que estaba sentada. Su mundo se redujo a James y a sus labios rozando ligeramente los de ella. Esta vez estaba completamente despierta, pero aun así el contacto de esa boca sobre la suya provocaba sensaciones asombrosas en su interior.

Sólo otro hombre la había besado. El hijo del carnicero, que olía a salchichas y a sangre, la había acorralado en la cocina de su padre. Eso había sido un asalto. Esto era una invitación. Pero ¿a qué? Sin aliento, retrocedió y miró a James. Sus ojos tenían la misma expresión extraña y absorta de esa mañana, cuando se habían clavado en sus… en sus pechos. Sarah se ruborizó.

- No estoy segura de que ésa sea una buena idea, milord, eh… mi alteza.

- James -dijo con voz grave y enronquecida-. Realmente debo insistir en que me llame así, querida. A sus labios republicanos les está costando sortear este laberinto de Lores y altezas.

Sus ojos se posaron en esos labios. La joven los humedeció nerviosamente con la lengua. La mirada de él se agudizó y empezó a inclinarse hacia ella otra vez. Ella se levantó abruptamente.

- Sí, bueno, ya veremos. -Lo miró, impotente-. ¿De qué estábamos hablando?

Él sonrió abiertamente.

- De esto -dijo tocándole ligeramente los labios con el índice. Frotó suavemente la punta áspera contra el labio inferior-. Y de la segunda condición para aplazar nuestro compromiso: que me permita cortejarla.

- ¿Tengo opción?

Su sonrisa se hizo aún más amplia.

- No.