Capítulo 20
POR suerte, Albemarle Street no estaba lejos. No le costó ningún esfuerzo encontrar la casa estrecha, pues Horatia se la había señalado al pasar. Demonio vivía allí solo, con Gillies, su factótum general, cosa que Flick agradecía enormemente, pues al menos no tendría que tratar con extraños.
Deslizándose entre las sombras hasta los escalones delanteros, se fijó en un carruaje solitario que había unas puertas más abajo, en la misma calle. El cochero estaba removiéndose en la caja, tapándose con una manta; por suerte, estaba de espaldas a ella. Flick subió los escalones sigilosamente y llegó al aldabón de bronce. Se armó de valor y cuando se dispuso a golpearlo levemente la puerta cedió unos centímetros escasos. Contuvo el aliento y se quedó mirando la rendija. Empujó con los dedos y la puerta se abrió lo bastante para que pudiera colarse por ella.
Flick entró y, una vez en la penumbra que se extendía detrás de la puerta, miró a su alrededor y luego cerró la puerta tras de sí. Estaba en un pasillo estrecho y, justo delante, tenía un tramo de escaleras. La casa contigua compartía la pared que quedaba a su derecha y a su izquierda había una puerta cerrada que sin duda daba al salón. Junto a las escaleras se extendía un estrecho pasillo.
Tal vez Demonio no estaba en casa, pues no se veía luz por debajo de la puerta del salón. Flick alzó la vista y vislumbró una débil luz en el descansillo del piso superior. La habitación de arriba era probablemente su dormitorio.
Se mordió el labio y miró hacia las estrechas escaleras… Y oyó el ruido de una súbita refriega, seguido del rechinar de las patas de unas sillas sobre el suelo de madera pulida. Y, justo después, oyó con toda claridad el ronroneo de una voz femenina, con acento extranjero, que no dejaba de arrastrar las erres:
—Harrrrry, mi demonio…
Flick empezó a subir las escaleras sin pensárselo dos veces.
En el piso de arriba se oyó un sonoro exabrupto y, a continuación:
—¡¿Qué diablos estás haciendo aquí, Celeste?!
—Bueno, he venido a hacerrrte compañía, Harrry… Esta noche hace frrrrío, y vengo a arrrroparrrrte…
Demonio profirió otro exabrupto, igual de airado que el anterior, a modo de respuesta. A continuación, añadió:
—Esto es ridículo. ¿Cómo has entrado?
—Eso no imporrrrta. Aquí estoy. Deberrrías, como mínimo, recompensarrrme por mi hazaña.
Entre las sombras del descansillo, pegada a la puerta, Flick oyó un suspiro grave, muy masculino, de exasperación.
—Celeste, ya sé que no dominas mi idioma, pero «no» suele ser «no» en casi todas las lenguas del mundo. ¡Te lo he dicho al menos cuatro veces! Se acabó. Finís!
Sonó como si hubiese pronunciado aquella frase apretando mucho los dientes.
—No puedes decirrrlo en serrrio, ¿cómo puedes…?
El tono de Celeste era de incredulidad absoluta. El suave frufrú de la seda llegó hasta los oídos de Flick y esta se acercó aún más a la puerta, apoyando una oreja en el panel de madera.
Un explosivo improperio le dio un susto de muerte.
—¡Maldita sea! ¡No hagas eso!
Siguió una breve escaramuza. Una confusa trifulca de imprecaciones y exabruptos mezclados con las tácticas de seducción de Celeste, cada vez más explícitas, hicieron que Flick frunciera el ceño hasta que…
La puerta se abrió de golpe.
—¡Gillies!
Flick se apartó de un salto… y se encontró mirando directamente al rostro de Demonio, cuya expresión ceñuda se transformó en un instante en un gesto de desconcierto absoluto.
Demonio estaba de pie, en mangas de camisa, en la puerta de su dormitorio, con gesto de total incredulidad y sus facultades aún dominadas por la furia, apresando con una mano las muñecas de su acosadora examante y mirando fijamente a los desorbitados ojos azules de su futura esposa. Por un instante, la cabeza empezó a darle vueltas literalmente. Flick, por fortuna, estaba igual de atónita que él, mirándolo sin decir una sola palabra. Acto seguido, Gillies apareció por el pasillo:
—¿Sí, señor?
Demonio se asomó a las escaleras. A sus espaldas, Celeste se revolvía y le arañaba las manos. Demonio ocupó todo el quicio de la puerta para que esta no pudiese ver a Flick, que ahora estaba agazapándose en el rincón del minúsculo descansillo, calándose la gorra y tapándose la cara con la bufanda.
Demonio tomó aliento, dio un paso adelante y se volvió, apretujando a Flick en el rincón que había tras él.
—La condesa se marcha. ¡Ahora mismo! —Obligó a Celeste a salir de su habitación y la soltó. Impertérrito, le señaló las escaleras.
Celeste se detuvo un instante, escupiendo furia con sus ojos negros; a continuación pronunció tres palabra malsonantes que Demonio se alegró de no comprender, irguió la cabeza tratando de conservar la poca dignidad que le quedaba, se echó la capa por los hombros y desapareció por las escaleras. Gillies le abrió la puerta.
—Su coche la espera, señora.
Sin echar la vista atrás, Celeste salió de la casa y Gillies cerró la puerta.
Flick, todavía agazapada detrás de Demonio, esbozó una sonrisa de satisfacción: lo había visto todo por debajo de su brazo. Se levantó de un salto y se quedó pegada a la pared mientras él se volvía hacia ella y le pedía explicaciones con un rugido.
—¿Y se puede saber qué narices crees que haces tú aquí?
—¿Cómo? —Perplejo, Gillies miró hacia arriba—. Oh, Dios santo…
Teniendo en cuenta lo que veía en los ojos de Demonio, Flick no creía que Dios fuese a servirle de mucha ayuda. Apenas recordaba la respuesta a su pregunta.
—He visto a Bletchley.
Él pestañeó y retrocedió un paso.
—¿Bletchley?
Ella asintió.
—En una de las esquinas por las que pasamos de camino a casa al volver de la velada musical.
—¿De Guilford Street?
Asintió de nuevo.
—Había una taberna en la esquina, él estaba bebiendo y charlando con unos mozos. Y además… —hizo una pausa dramática— ¡llevaba librea!
Lo cual, por supuesto, explicaba por qué no lo habían encontrado, por qué no había aparecido por ninguno de los lugares habituales de encuentro entre caballeros para reunirse con los miembros de la organización. Seguramente trabajaba en la propia casa de alguno de los miembros.
Demonio examinó la cara de Flick mientras su mente trabajaba a toda velocidad.
—¿Gillies?
—Sí, iré a por un coche. —Se puso el abrigo y salió a la calle.
Demonio se irguió e inspiró hondo, manteniendo la mirada en los ojos de Flick.
—¿Qué esquina era?
—No lo sé, no conozco bien las calles de Londres. —Ladeó la barbilla y lo miró directamente a los ojos—. Lo sabría si la viese de nuevo.
Él le lanzó una mirada suspicaz, pero ella no apartó los ojos. Mascullando una imprecación, Demonio se dio media vuelta.
—Espera aquí.
Fue a buscar su abrigo, se lo puso y luego la acompañó por las escaleras hasta el coche. Siguiendo sus órdenes, Gillies también los acompañó y se subió al pescante, junto al cochero.
—A Guilford Street, lo más rápido que pueda. —Demonio cerró la portezuela y se sentó.
El conductor siguió sus órdenes al pie de la letra. Ni Demonio ni Flick pronunciaron una sola palabra mientras avanzaban traqueteando por las calles y doblando las esquinas a toda velocidad. Al llegar a Guilford Street, Demonio le dijo al cochero que se dirigiese rumbo a Berkeley Square, siguiendo las instrucciones que le daba Flick. Con el cuerpo inclinado hacia delante, la joven fue examinando las calles y escogió la ruta necesaria sin equivocarse.
—Era un poco más adelante… ¡justo ahí! —Señaló la pequeña taberna de la esquina—. Estaba allí, de pie junto a aquel barril.
Por desgracia, Bletchley había desaparecido.
—Échate hacia atrás. —Demonio la apartó de la ventanilla y luego ordenó al conductor que se parase al llegar a la siguiente esquina. Cuando el coche se detuvo por completo, Gillies se bajó del vehículo y se acercó a la portezuela. Demonio señaló a la taberna con la cabeza—. Ve a ver qué averiguas.
Gillies asintió y, con las manos en los bolsillos, se marchó silbando una tonada muy poco melodiosa.
Flick se desplomó en el asiento de cuero y se quedó mirando la noche. A continuación, bajó la mirada y jugueteó con sus dedos. Dos minutos después inspiró hondo y levantó la cabeza.
—La condesa es muy guapa, ¿verdad?
—No.
Miró a Demonio con sorpresa.
—¡No seas ridículo! Esa mujer es preciosa.
Demonio volvió la cabeza y la miró a los ojos.
—No para mí.
Se miraron fijamente el uno al otro, se hizo un largo silencio y a continuación él bajó la mirada. Levantó una mano, extendió el brazo, le tomó a Flick una de las suyas y la envolvió con sus largos dedos.
—Ella, y todas las demás, vinieron antes de conocerte. Ya no me importan, ya no significan nada para mí. —Deslizó los dedos entre los de ella y le apretó la mano con fuerza—. Mi gusto —siguió diciendo en voz baja mientras apoyaba sus manos entrelazadas encima de su muslo— ha cambiado últimamente… desde que visité Newmarket por última vez, para ser más exactos.
—¿Ah, sí?
—Sí. —El fantasma de una sonrisa planeaba sobre su voz—. Últimamente encuentro los rizos dorados mucho más atractivos que los rizos morenos. —Una vez más la miró a los ojos y luego continuó admirando la totalidad de su rostro—. Y las facciones que podrían ser obra de Botticelli, mucho más hermosas que las meramente clásicas.
Una fuerza muy poderosa empezó a agitarse en la oscuridad que los separaba… Flick la percibió. Se le fue acelerando el corazón, le latía desbocado. Y cuando la mirada de Demonio se posó sobre sus labios, empezaron a palpitar con fuerza.
—He descubierto que prefiero mil veces el sabor de la dulce inocencia que los manjares más exóticos. —Su voz se había transformado en un murmullo grave que se deslizaba sutilmente por las terminaciones nerviosas del cuerpo de Flick. Demonio se detuvo para tomar aliento, y bajó la mirada—. Y ahora, los miembros esbeltos y firmes, las curvas delicadas, me parecen mucho más fascinantes, mucho más seductores, que otras formas más exuberantes.
Flick sintió que su mirada, más tórrida que el sol, le recorría el cuerpo de abajo arriba. Demonio escudriñó sus ojos y luego levantó su otra mano para acariciarle la cara. Apresó su barbilla con los dedos, la miró a los ojos, la sujetó, y muy, muy despacio, la atrajo hacia sí.
—Por desgracia —susurró, exhalando la palabra ante sus labios anhelantes—, sólo hay una mujer que reúne todos mis requisitos.
Ella abandonó la admiración de sus labios alargados y esbeltos y, alzando las pestañas, se sumergió en sus ojos.
—¿Sólo una?
Apenas acertó a pronunciar las palabras.
Él sostuvo su mirada.
—Una. —Bajó la mirada hasta sus labios y dejó caer las pestañas al tiempo que se acercaba un poco más a ella—. Sólo una.
Sus labios se rozaron, se acariciaron, se acoplaron…
La tonada desafinada de Gillies se oía cada vez más cerca.
Demonio renegó para sus adentros y, a regañadientes, se alejó de Flick y se sentó en el asiento.
Flick también estuvo a punto de soltar una imprecación. Aturullada, sin aliento, con un apetito voraz, trató por todos los medios de apaciguar su respiración.
Gillies apareció en la portezuela.
—Efectivamente, era Bletchley. Es el mozo de alguien, pero, al parecer, aquí nadie sabe quién es su amo. No es un cliente habitual. Esta taberna es donde los cocheros suelen esperar a que sus amos acaben en… —Gillies se interrumpió y palideció de repente.
Demonio frunció el ceño. Se inclinó hacia delante, miró hacia la calle y se recostó hacia atrás.
—¿Las casas? —sugirió. Gillies asintió.
—Sí, eso es.
Flick le echó un vistazo a la elegante hilera de casas.
—Tal vez podríamos averiguar qué casas ha tenido invitados esta noche y luego preguntar quiénes eran.
—No creo que esa sea una opción. —Demonio sacudió la cabeza y Gillies aprovechó la ocasión para volver a subir al pescante—. A Berkeley Square.
El carruaje se puso en marcha. Demonio se arrellanó hacia atrás y fingió no ver el gesto ceñudo de Flick.
—No entiendo por qué no podemos preguntar en las casas, ¿qué podemos perder? —Se recostó en el asiento y se cruzó de brazos—. Son casas del todo normales, tiene que haber algún modo de averiguarlo.
—Mañana me encargaré de eso y daré instrucciones a mis hombres —mintió Demonio. Era mejor mentir que dejar que ella investigase por su cuenta. Aquella hilera de casas «normales» contenía un buen número de prostíbulos de lujo a los que no complacería responder preguntas indiscretas sobre la identidad de los clientes que habían requerido sus servicios la noche anterior—. Iré a ver a Montague mañana por la mañana y pondré a investigar a nuestra gente en el asunto. —Demonio asintió para sus adentros. Las cosas empezaban a cuadrar.
Flick se limitó a hacer una mueca de descontento. Demonio indicó al cochero que los dejara en la esquina de Berkeley Square y que luego llevase a Gillies a Albemarle Street. Demonio examinó las inmediaciones de Berkeley Square, pero era muy tarde, de modo que no había nadie que pudiera ver a Flick, el mozo de cuadra, entrando con él en la casa. Sólo esperaba poder burlar a Highthorpe.
—Vamos. —Echó a andar por la acera y Flick avanzó a su lado. Cuando subían las escaleras que conducían a la casa de sus padres, Demonio la miró—. Sube las escaleras sin hacer ruido, yo distraeré a Highthorpe. —Agarró el pomo de la puerta y trató de hacerlo girar—. ¡Maldita sea! —Lo intentó de nuevo y empujó, pero fue en vano. Lanzó un improperio—. Mi padre debe de haber regresado temprano. Han cerrado con llave.
Flick miró a la puerta, horrorizada.
—¿Y cómo voy a entrar?
Demonio lanzó un suspiro.
—Por el salón trasero. —Miró a su alrededor, y luego la tomó de la mano—. Vamos, te lo enseñaré.
Volvieron a bajar la escalinata, la condujo por el estrecho hueco que separaba la casa de sus padres de la casa vecina y se adentraron en un callejón que recorría la parte posterior de las mansiones. Un muro de piedra de más de dos metros de altura flanqueaba el callejón. Demonio intentó abrir la puerta del muro, pero también estaba cerrada. Flick miró el muro y gimió.
—Otra vez no…
—Me temo que sí. Venga. —Demonio entrelazó las manos. Refunfuñando, Flick apoyó en ellas su bota y él la impulsó hacia arriba. Como en Newmarket, tuvo que colocar la mano debajo de su trasero y empujarla hacia arriba. Flick volvió a refunfuñar. Demonio se agarró a la parte superior del muro, tomó impulso para encaramarse y pasó al otro lado de un salto, reuniéndose con Flick en los arbustos de abajo. La tomó de la mano, y desaparecieron entre los rododendros en dirección a la terraza posterior. Demonio le hizo señas para que Flick permaneciera en silencio y, acto seguido, sacó una pequeña navaja y se dispuso a abrir las puertas cristaleras del salón trasero. En menos de un minuto, la cerradura cedió y las puertas se abrieron.
—Ya está. —Se metió la navaja en el bolsillo y le hizo señas a Flick para que entrara.
Ella traspasó el umbral con gesto vacilante y él la siguió para desaparecer de la terraza, expuesta a la vista de todos…
Ella lo agarró de la manga.
—Todo parece tan distinto en la oscuridad… —murmuró—. Nunca había estado en esta habitación; tu madre nunca viene aquí. —Ella lo agarró con más fuerza y lo miró—. ¿Cómo llego a mi habitación?
Demonio la miró fijamente. Quería estar a solas con ella, hablar con ella en privado, pero para hacerlo necesitaba un entorno más formal, a plena luz del día; de lo contrario nunca conseguiría decirle lo que tenía que decirle. Acabaría olvidándose de sí mismo y no podría dejar de besarla. Protegido por la oscuridad, arrugó la frente.
—¿Dónde está tu habitación?
—Tengo que girar a la izquierda por la galería, ¿no es esa la otra ala?
—Sí. —Reprimiendo una imprecación, Demonio cerró las puertas cristaleras y la tomó de la mano, añadiendo—: Ven, te acompañaré.
La casa era grande, laberíntica en la oscuridad, pero Demonio había recorrido sus pasillos en la oscuridad de la noche en muchas ocasiones. Había crecido en aquella casa y, por tanto, era capaz de encontrar el camino con los ojos cerrados.
Flick esperó el momento oportuno y lo siguió por las escaleras y luego hasta la larga galería. Las cortinas de los ventanales estaban corridas y la luz de la luna derramaba sus haces plateados sobre la alfombra oscura. Esperó a haber dejado atrás el segundo ventanal y luego dio un traspié y, se cayó…
Demonio se agachó y la tomó en brazos… En un abrir y cerrar de ojos, ella se incorporó, levantó los brazos, le tomó la cara entre sus manos y lo besó apasionadamente, con furia… no pensaba esperar a averiguar si él tenía planeado besarla. ¿Y si no pretendía hacerlo?
Con su acción preventiva, los planes de Demonio quedaron relegados al olvido. Las imprecaciones se agolpaban en la cabeza de Demonio, pero él hacía oídos sordos a todas y cada una de ellas. El ruido ensordecedor de su corazón, del súbito rugir de su deseo no le permitían oírlas. Ella tenía los labios abiertos bajo los suyos y, sin pensarlo, Demonio se zambulló en ellos, saboreándola, regocijándose con su dulce misterio, bebiéndosela entera.
Y ella se ofreció a él, sin miramientos, sin timidez, con un ansia tan vehemente que le dio vértigo.
Demonio se echó hacia atrás para tomar aire, percibiendo con cada poro de su piel la exuberancia de aquellos senos henchidos que se oprimían contra su pecho. Se incorporó, y ella se agarró con fuerza a su nuca. Con los ojos encendidos, Flick se abalanzó de nuevo sobre sus labios.
Él fue al encuentro de más besos ardientes, sintiendo que la sangre le palpitaba en las venas, anticipándose a la satisfacción absoluta que prometía el cuerpo de ella, apretado contra el suyo con dulce abandono. La rodeaba con sus brazos, pero era ella quien se hundía contra él con una entrega espontánea tan evocadora que todo su cuerpo se puso a temblar.
Demonio se apartó e inspiró hondo; aturdido, la miró a la cara, sutilmente iluminada por la luz de la luna. Bajó sus tupidas pestañas, ella se sumergió en su rostro y, con un dedo, le recorrió el labio inferior.
—Lady Osbaldestone me dijo que has estado guardando las distancias entre nosotros porque eso es lo que exige la sociedad. —Arqueó una delgada ceja—. ¿Es eso cierto?
—Sí. —Y se dispuso a degustarla de nuevo; era tan dulcemente embriagadora que lo estaba emborrachando.
Ella le entregó su boca sin tapujos, envolviéndole la lengua con la suya y luego retirándola.
—Dijo que cuando me llevaste aquella vez a pasear por el parque te estabas declarando. —Susurró aquellas palabras junto a sus labios, y luego lo besó.
Esta vez fue él quien se entregó y luego se retiró, con todos sus sentidos de experto libertino pendientes de cualquier sutil cambio. La miró y parpadeó. Soltó una imprecación para sus adentros y trató por todos los medios de no perder la cabeza, que no dejaba de darle vueltas. Como de costumbre, era ella quien marcaba el paso… Y a el sólo le quedaba seguirla a la zaga.
Flick levantó la cabeza, atrajo los labios de Demonio hacia los suyos y le dio otro beso lento e íntimo que los arrastró hasta el borde de la locura.
—¿Querías que el paseo por el parque fuese una declaración?
—Sí.
Demonio se dispuso a besarla de nuevo. Flick se echó hacia atrás.
—¿Por qué?
—Porque te quería. —Implacable, volvió a atraerla hacia sí.
Durante un largo rato, sólo reinó el silencio; fundidos en un abrazo, ambos ardían intensamente. Cuando volvieron a separarse para tomar aliento, los dos estaban jadeando. Tenían el corazón desbocado y la mirada salvaje, y sin que sus labios dejaran de rozarse, detuvieron el beso por unos instantes.
—Lady Osbaldestone dijo que te habría gustado presionarme, ¿por qué no lo hiciste?
Demonio se estremeció. La fuerza suave de ella, tan delicada, le llegaba a los huesos y lo hacía sentir débil, ansioso de poseerla.
—Quién sabe…
Quiso besarla de nuevo, pero ella se lo impidió: colocó una mano en uno de sus bíceps y luego la fue desplazando hacia su pecho. Se detuvo justo encima de su corazón, extendió los dedos y trató de hacer presión con ellos… pero no hicieron mella en el músculo completamente tenso de Demonio.
—Dijo que estabas frustrado. —Lo miró a los ojos—. ¿Tenía razón?
Él tomó aliento y se tensó aún más.
—¡Sí!
—¿Por eso no me dejas acercarme ni siquiera cuando estamos juntos?
Vaciló un instante y la miró en lo más profundo de sus ojos.
—Puedes achacarlo a la virulencia de mis sentimientos. Tenía miedo de que se me notaran demasiado. —Nunca jamás iba a decirle que ella era transparente, que brillaba.
Y en ese preciso instante, lo hizo: resplandeció con un brillo cegador. Él se abalanzó sobre ella y tomó su boca y ella se entregó con avidez, hundiéndose aún más en él, abierta y gozosamente, sintiendo su necesidad. Sus labios eran suaves, su lengua dispuesta a enmarañarse; él tomó cuanto ella libremente le ofrecía y se lo devolvió con creces.
—No podía soportar verte rodeada de esos perritos falderos, y los otros eran aún peor.
—Deberías haberme rescatado, deberías haberme llevado contigo. Yo no los quería.
—No lo sabía. No me lo habías dicho. —Demonio no sabía de dónde salían sus palabras, simplemente las veía flotar en el aire—. No soporto verte bailar el vals con otros hombres.
—No lo haré… nunca más.
—Bien. —Tras otro beso intenso, él añadió—: Sólo porque no esté a todas horas contigo no significa que no sea lo que más deseo en este mundo. —El «¡ajá!» de ella sonó profundamente satisfecho. Se dulcificó en los brazos de él. Con la respiración entrecortada, Demonio dio rienda suelta a sus instintos: el cuerpo de Flick, todavía enfundada en sus pantalones de montar, se deslizaba con la promesa de la seda cálida sobre su erección. Demonio apretó los dientes y se oyó a sí mismo admitir—: Por poco me vuelvo loco pensando que te enamorarías de uno de ellos, que preferirías a uno de ellos en lugar de a mí.
Ella se echó hacia atrás. A la luz de la luna, Demonio vio la sorpresa y el estupor en su rostro. Luego, su expresión se dulcificó. Poco a poco, le sonrió… y refulgió de nuevo.
—Eso no sucederá jamás.
La miró a los ojos y dio gracias a Dios, a la providencia… a quienquiera que lo hubiese preparado. Ella lo amaba… y lo sabía. Demonio pensó que tal vez podía dejarlo ahí, ahora que ya había admitido tantas cosas y aplacado los absurdos temores de Flick, sus ideas de que todas las precauciones que él había tomado eran signos de desinterés, de que su afán de contención e inhibición no era más que frialdad. Demonio se sumergió en sus ojos, se regocijó en su fulgor. Tal vez podría dejar que las cosas se resolviesen por sí solas…
Al cabo de un segundo, su pecho volvió a henchirse, inclinó la cabeza y la besó, intensamente, reclamándola, y cuando Flick comenzó a perder el juicio, cuando la cabeza le daba vueltas sin cesar, Demonio le susurró a los labios:
—Quería preguntarte…
Demonio se retiró un poco más y se abandonó en la contemplación de aquel rostro angelical, de esas facciones delicadamente dibujadas, la suave piel de marfil, los labios hinchados y rosados, los ojos brillantes bajo las espesas pestañas, los rizos dorados reluciendo aún a la luz de la luna… Su gorra había desaparecido, al igual que su bufanda. Y también su buen juicio.
—No pretendía que fuese así. Hoy has estado ocupada todo el día; tenía pensado venir mañana para hablar contigo formalmente. Los labios de Flick dibujaron una sonrisa y sus brazos le estrecharon con más fuerza.
—Prefiero esto. —Arqueando levemente la espalda, apretó su cuerpo contra el de él. Demonio contuvo el aliento—. ¿Qué querías preguntarme?
Flick esperó y, con la escasa capacidad de razonar que le quedaba, se preguntó qué sería. Se sentía tan feliz, tan segura, tan deseada… Profunda, sincera e incontrolablemente deseada.
La miró a los ojos, y percibió que se estaba armando de valor.
—¿Qué hace falta para que me digas que sí? —Al cabo de un momento, le aclaró—: ¿Qué quieres de mí? ¿Qué quieres que haga? —Ella quería su corazón, quería que se lo ofreciese a sus pies. Flick oyó sus propias palabras en el interior de su cabeza, que había empezado a darle vueltas demasiado rápido. Tomó aliento—… Dime qué quieres. —Demonio hablaba en un susurro casi inaudible, pero Flick sintió sus palabras en su corazón.
Con los ojos muy abiertos, Flick le sostuvo la mirada y se quedó pensativa unos instantes: se preguntaba si se atrevería a hacerle la única pregunta que se había dicho a sí misma que nunca podría formularle. Se quedó unos instantes observando su rostro, y vio su fortaleza, y una devoción nueva, más visible, tan inamovible como inquebrantable, que estaba allí para servirle de apoyo. Nada de esto la sorprendió. Lo que la dejó sin aliento fue descubrir el deseo desnudo en sus ojos, en los áridos surcos de su rostro; por primera vez, Flick vio claramente la crudeza de su necesidad. Conmovida por aquella imagen, trastornada por sus consecuencias, se estremeció. Le había preguntado cuál era el precio de su corazón; tendría que decirle que era el suyo.
Flick inspiró hondo, se serenó y se tranquilizó. Aquella era, sin duda, la valla más alta que había tenido que saltar jamás. Sintió que los brazos de Demonio la rodeaban, que su corazón latía junto al suyo. Con los ojos fijos en los de él, ahora negros como la negra noche, inspiró hondo una vez más y le habló con el corazón en la mano.
—Necesito saber, creer que me amas. —Sus pulmones se quedaron paralizados y tuvo que forzarse para tomar aire—. Si me amas, te diré que sí.
La expresión del rostro de Demonio no se alteró. La miró durante largo rato y ella sintió los latidos de su propio corazón en la garganta. Luego Demonio se movió, envolviéndola por completo en su abrazo. Con la mirada fija en sus ojos, se acercó la mano de Flick a los labios.
Le besó el dorso de la mano.
—Podría decirte «te amo»… y así es. —Abrió los ojos y se topó con los de ella—. Pero no es tan sencillo, no para mí. Nunca quise una esposa. —Tomó aliento—. Nunca quise amar, ni a ti ni a ninguna otra mujer. Nunca he querido arriesgarme, nunca he querido que me obligasen a averiguar si podía soportar la tensión. En mi familia, amar no es fácil, no es un simple sentimiento alegre que hace a todo el mundo feliz. El amor, para nosotros, para mí, siempre iba a ser dramático, poderoso, inquietante… una fuerza ingobernable. Una fuerza que me controla, y no al revés. Sabía que no iba a gustarme… —La miró a los ojos de nuevo—. Y no me gusta. Pero… no es, por lo que parece, algo sobre lo que yo pueda decidir. —Esbozó una leve sonrisa—. Pensaba que estaba a salvo, que mis defensas eran fuertes e inviolables, lo bastante sólidas para que una mujer no pudiese traspasarlas así como así. Y durante muchos años ninguna las traspasó. —Hizo una pausa—. Hasta que llegaste tú.
»No recuerdo haberte invitado, ni siquiera recuerdo haberte abierto la puerta… Sólo me volví un día y ahí estabas tú… una parte de mí. —Titubeó un momento, sumergido en los ojos de Flick, y luego su rostro se endureció y su voz se hizo más grave—. No sé qué es lo que logrará convencerte, pero nunca te dejaré escapar. Eres mía, la única mujer con la que puedo imaginarme casado. Tú puedes compartir mi vida, sabes distinguir un jarrete de un espolón, sabes tanto de montar a caballo como yo. Puedes ser mi compañera en todas las aventuras que emprenda, no una espectadora distante que lo contemple todo desde la barrera. Tú estarás en el centro de todo, a mi lado.
»Y allí te querré siempre, a mi lado, tanto aquí como en Newmarket. Quiero construir una vida contigo, formar un hogar contigo, tener hijos contigo.
Hizo una pausa; Flick contuvo el aliento, muy consciente de la tensión acerada que investía los músculos de Demonio, de la fuerza brutal que la abrazaba, del poder de su voz, de sus ojos completamente centrados en ella.
Le soltó la mano y le metió un rizo rebelde por detrás de la oreja.
—Eso es lo que significas para mí. —Las palabras eran graves, solemnes, convincentes—. Eres la mujer que quiero, ahora y para el resto de mi vida. El único futuro que quiero es estando a tu lado. —Demonio tomó aire, la miró a los ojos y vio que unas lágrimas brillantes se formaban en el azul intenso. Y entonces, sin saber si las lágrimas significaban la derrota o la victoria, Demonio empezó a temblar por dentro. Tragó saliva y preguntó, con una voz casi inaudible—: ¿Te he convencido?
Ella escudriñó su rostro y luego le sonrió… y resplandeció.
—Te lo diré mañana.
Las manos de Demonio, una en la cintura de ella y la otra en su cadera, se tensaron y él se esforzó en relajarse. Sintió que la decepción se iba apoderando de él, pero… ella parecía feliz. Profundamente satisfecha. En todo caso, su fulgor había alcanzado cotas más altas, nuevas dimensiones.
Estudió su mirada, difícil de interpretar en la penumbra plateada, y luego se obligó a sí mismo a asentir con la cabeza.
—Vendré a media mañana. —Le levantó la mano y le plantó un fervoroso beso en la palma. Si tenía que esperar, eso era todo lo que iba a hacer.
Armándose de valor, se dispuso a apartar sus brazos de ella pero, al instante, Flick se aferró de nuevo a él, con los ojos muy abiertos.
—¡No! ¡No te vayas! —Lo miró de hito en hito—. Te quiero a mi lado esta noche.
Ella no quería comunicarle su decisión con palabras, pues nunca iba a poder estar a la altura de su elocuencia. Tenía la intención de decírselo de forma más directa, de un modo que estaba segura de que él entendería. Las palabras podían esperar hasta el día siguiente. Esa noche…
Él hizo una leve mueca de dolor.
—Flick, cariño, por mucho que quiera estar contigo, esta es la casa de mis padres y…
Ella lo interrumpió con un beso, el más vehemente y vigoroso de que era capaz.
Mucho antes de que ella se detuviese a tomar aliento, Demonio ya había olvidado la base de su argumento…, ya había perdido las riendas de su montura. La única base sobre la que estaba dispuesto a apoyarse estaba entre sus muslos, pero… un honor profundamente arraigado en su carácter lo forzó a echarse atrás, a contener el aliento…
Ella lo tocó. Con mano inexperta, sin la firmeza suficiente… pero estaba aprendiendo. Él se estremeció, gimió… y le cogió la mano.
—¡Flick…!
Ella se rio y él tuvo que moverse rápidamente para atrapar su otra mano antes de que lo redujese a la más pura indefensión.
—¡Maldita sea, Flick, se supone que eres una chiquilla inocente…!
Su risa tórrida insinuaba todo lo contrario.
—Te di toda mi inocencia en The Angel, ¿es que ya no te acuerdas?
—¿Cómo podría olvidarlo? Cada minuto de aquella noche está esculpido en mi cerebro.
Ella sonrió.
—¿Como un grabado?
—Si un grabado también puede transmitir sensaciones, entonces sí. —Los recuerdos lo habían reconfortado, lo habían torturado durante semanas.
Ella sonrió aún más.
—En ese caso, recordarás que ya no soy una dulce muchacha inocente. —Su expresión se dulcificó y brilló—. Te di mi inocencia. Era un regalo, ¿no vas a aceptarlo?
Demonio admiró su bello rostro… no podía pensar. Ella bajó la mirada hasta los labios de él.
—Si no te quedas aquí conmigo, volveré a tu casa.
—No.
—Te seguiré, no puedes detenerme. —Sus labios dibujaron una nueva sonrisa y lo miró a los ojos—. Quiero ver tus grabados.
Demonio la miró a los ojos, unos ojos tan llenos de amor que se preguntó cómo podía haber dudado de su respuesta. Ella lo amaba, lo había amado siempre, con independencia de que él la amara o no. Pero él la amaba… desesperadamente. Lo cual significaba que se casarían pronto. ¿Por qué la estaba apartando de él? Parpadeó y, al cabo de un instante, le soltó las manos, la rodeó con los brazos y la atrajo con fuerza hacia sí.
—¡Dios, eres tan testaruda…!
La besó… apasionada y vehementemente, soltando las riendas de forma deliberada, sintiendo que ella se las quitaba de las manos y las apartaba a un lado.
En algún momento de las tórridas escenas que se sucedieron, lograron doblar la esquina de la galería y encontrar la puerta de la habitación de Flick. Una vez dentro, Demonio se apoyó contra la puerta, y dejó que ella hiciese con él lo que quisiese. Era una experiencia nueva y extrañamente valiosa: dejar que una mujer lo embistiese y lo amase de una forma tan arrebatadora.
Se deleitó con los besos ardientes que le prodigaba por todo el cuerpo, con los ávidos zarpazos con que sus dedos arañaban su pecho desnudo. Ella le había arrancado el fular y había arrojado al suelo su chaqueta y su chaleco. Su camisa había perdido todos los botones. Cuando empezó a emitir un ronroneo gutural acercándose a la cinturilla de sus pantalones, Demonio hizo acopio de fuerza suficiente para detenerla y llevarla hasta la cama.
—Espera, todavía no. —La cogió de las manos y la inmovilizó—. Quiero verte primero.
Pese a haberla poseído más de una vez, todavía no había tenido ocasión de saciar sus sentidos como quería, de verla completamente desnuda. Quería eso, y lo quería en ese momento.
—¿Verme?
—Ajá. —No le dio más explicaciones, ya lo entendería cuando llegase el momento. En The Angel la había visto desnuda de espaldas, pero no de frente, y siempre en la penumbra. Gracias a su atuendo masculino, desvestirla fue sencillo: en menos de un minuto ya estaba en ropa interior.
Para entonces, los ojos de Flick lo miraban con expectación.
Él permaneció de pie y ella dio un paso hacia atrás, examinando la habitación y fijándose en las velas que había encendidas encima de su tocador y en la mesilla de noche, en el brillo titilante que proyectaban las llamas. Demonio tardó apenas unos segundos en despojarse del resto de su ropa, y unos pocos segundos más en quitarse las botas.
A continuación volvió a sentarse en la cama, con los muslos abiertos. Ella se volvió para mirarlo y esbozó una sonrisa tímida. Obedeciendo al pulso regular de su deseo, al impulso de este, Demonio se dispuso a moverse, a extender un brazo para tocarla y atraerla hacia sí…
Pero Flick se movió primero.
Con la misma sonrisa tímida en los labios, tiró hacia arriba del dobladillo de su camisola y empezó a quitársela muy despacio, por la cabeza. A Demonio se le paró el corazón: si su vida hubiese dependido de no mirarla, de no devorarla con los ojos, habría muerto. No estaba seguro de no haber muerto: no podía respirar, no podía pensar… Desde luego, no podía moverse. Todos sus músculos se habían paralizado, preparados, dispuestos… Le costó un enorme esfuerzo tomar aliento, levantar la vista de las poderosas ondulaciones de sus muslos, del nido dorado de rizos que había en el vértice de estos, de la suave curva de su vientre, para ascender por su cintura, que podía abarcar con las manos, hasta las protuberancias de sus senos erectos, gráciles y coronados de rosa.
Sus pezones se estremecieron cuando él los acarició con la mirada; Demonio sintió que sus propios labios se curvaban y supo que su sonrisa era voraz.
Estaba hambriento, ansioso por llegar hasta ella, por estrecharla entre sus brazos y poseerla, por hundir su miembro palpitante en lo más hondo de sus entrañas, por cabalgar con ella hasta el dulce infinito.
Flick sostenía la camisola en una mano, pero no la acercó a su cuerpo, no trató de ocultarse de la tórrida mirada de Demonio. Se estremeció, pero dejó que él se embebiese de ella por completo; cuando su mirada llegó a su rostro, lo miró a los ojos.
No había posibilidad de error en el brillo de sus ojos, era una invitación al placer compartido: contenía el canto de una sirena y la seguridad de una mujer que se sabe deseada.
Si alguna vez miraba a otro hombre con aquella mirada, le rompería el corazón. Una sensación de vulnerabilidad le recorrió todo el cuerpo: Demonio era consciente de ello; la aceptó y la dejó pasar. Extendió el brazo, le arrebató la camisola, la arrojó al suelo, y luego cerró la mano en torno a la cadera de Flick.
La atrajo hacia él y ella acudió, con timidez, pero sin vacilación. Flick apoyó las manos en sus hombros y él deslizó las suyas por su cintura y la sujetó, percibiendo su ágil fortaleza; a continuación, miró hacia arriba; se detuvo en sus ojos y recorrió con las palmas de ambas manos la extensión de sus caderas hasta abarcar las esferas firmes de sus nalgas. Desplegó los dedos y volvió a sujetarla, acariciándola y masajeándola suavemente; unos segundos después, su piel se humedeció y se enardeció. Sus pupilas se dilataron, y entornó los ojos; contuvo el aliento y se tensó levemente.
Sosteniéndole la mirada, negándose a permitir que interrumpiese el contacto, Demonio dejó que una mano se demorase en sus rincones recónditos, trazando suaves curvas y valles ocultos, acariciando la parte interna de sus muslos. Colocó la otra mano sobre su vientre. Ella inspiró hondo y se tensó aún más. Sin dejar de sostenerle la mirada, él desplazó la mano hacia arriba muy despacio, rozando con la punta de los dedos la parte inferior de uno de sus senos, tan sensibles, y cerrando luego la mano en torno al firme promontorio.
Ella dio un grito ahogado; abrió los ojos y luego volvió a cerrarlos. Él sonrió y siguió acariciándola, mimándola, enloqueciéndola, viendo que el deseo iba apoderándose de su rostro. Flick separó los labios y los acarició con la lengua para humedecérselos. Respiraba entrecortadamente, todavía sin jadear, pero con una urgencia cada vez mayor. Volvió a pestañear al sentir que él la descubría, que la exploraba…
Con una sonrisa voraz, Demonio inclinó la cabeza hacia delante.
La exclamación de estupor de Flick recorrió toda la habitación; lo agarró de la cabeza, clavándole los dedos mientras él le acariciaba con la lengua el pezón que acababa de succionar, torturándolo aún más. Al cabo de un instante, Flick empezó a jadear intensamente y él se retiró hacia atrás. El deseo se había apoderado de ella, y había transformado el marfil de su piel en un rojo vivo. Demonio deslizó la mano hasta su cintura, la miró a los ojos mientras acariciaba con delicadeza la tensión de su vientre, y luego desplazó la mano hacia abajo, pasando sus dedos por los rizos delicados, oprimiendo la carne suave que se desperezaba a su paso.
Ya estaba húmeda, henchida y lista; él la acarició y ella se estremeció. Flick se apoyó en uno de sus muslos y se agarró al hombro de Demonio para no perder el equilibrio.
En apenas segundos, Flick tomó aliento, abrió los ojos y buscó los botones de él. Sus dedos ágiles los desabrocharon de inmediato y luego deslizó la mano en el interior…
Demonio cerró los ojos y lanzó un gemido.
Ella cerró la mano y él se estremeció. Dejó caer las manos a ambos lados de su cuerpo; con la cabeza ladeada y los puños cerrados, permaneció inmóvil mientras ella avanzaba y lo exploraba con avidez. Demonio apretó los dientes. No quería abrir los ojos, pero sus pestañas no resistieron más y se separaron justo lo suficiente para que pudiera ver el brazo esbelto de Flick hundido en sus pantalones, flexionando los delicados músculos mientras lo acariciaba y lo exploraba.
Luego lo abrazó con más fuerza. El gemido que le arrancó era de auténtico dolor… su erección lo había llevado al borde del paroxismo y amenazaba con estallar.
Con la otra mano, Flick lo empujó hacia atrás.
—Túmbate.
Obedeció y se tumbó de espaldas, respirando con dificultad; había perdido el control. Ella retiró la mano y Demonio se quejó por haber perdido el contacto de su piel.
—Sólo un momento.
Incrédulo, notó que le tiraba de los pantalones hacia abajo. No era así como él lo había planeado, pero… con un gemido de resignación, levantó las caderas y dejó que lo desnudara. Cuando le hubo bajado los pantalones hasta las rodillas, Flick se detuvo de repente.
No fue hasta entonces cuando Demonio cayó en la cuenta de que ella no había visto nunca lo que con tanto éxito había albergado hasta cuatro veces en el interior de su cuerpo.
«Oh, Dios…», pensó. Abrió los ojos y la vio de pie entre sus muslos, completamente desnuda, contemplando su entrepierna con absoluta fascinación, mirando su poderoso miembro viril, tan grueso como su muñeca, que en esos momentos se erguía reclamando toda la atención de su habitual refugio de vello castaño.
Reprimió un gemido y se dispuso a incorporarse para abrazarla antes de que se alejara de un salto, para tranquilizarla, para calmarla… En ese momento, la expresión perpleja del rostro de ella se transformó en una sonrisa exultante, y una luz maliciosa, ávida y puramente sensual, asomó a sus ojos. Soltó sus pantalones y acercó la mano hacia él…
—¡No!
Con la respiración agitada, permaneció tendido en la cama y la miró con horror absoluto. Había detenido sus dedos a escasos centímetros de su miembro, que estaba creciendo e hinchándose aún más por momentos. La miró a la cara.
Flick abrió los ojos con gesto sorprendido y arqueó las cejas. Parecía cualquier cosa menos una dulce muchacha inocente, y en sus ojos brillaba un puro desafío sensual. Al ver que Demonio no respondía, al ver que se quedaba allí quieto, mirándola estupefacto y a su merced, Flick apretó la mandíbula.
Demonio inspiró hondo.
—Está bien —dijo—. Pero, por el amor de Dios, quítame los pantalones primero.
Ella soltó una carcajada picara y obedeció: le bajó los pantalones hasta los tobillos y se los quitó.
Él aprovechó el momento para hacer acopio de fuerzas: Flick iba a acabar con él.
Los pantalones cayeron al suelo; al cabo de un instante, Flick se encaramó ágilmente a la cama y… volvió a sorprenderlo de nuevo. Había supuesto que correría a acurrucarse a su lado, pero, en lugar de eso, se colocó entre sus muslos sentada de rodillas justo delante de lo que, a todas luces, era su principal obsesión en esos momentos.
Demonio tomó aliento… y se le quedó atrapado en los pulmones, que se paralizaron cuando Flick lo apresó entre sus manos. Con demasiada delicadeza. Con un gemido, Demonio extendió el brazo y cerró la mano en torno a la de ella, enseñándole cuánta presión debía ejercer. Como todo lo demás, lo aprendió muy deprisa. Después de aquello, lo único que podía hacer era limitarse a permanecer tumbado y pensar en Inglaterra, en lady Osbaldestone… en cualquier cosa que pudiese distraerlo. Pero no lo consiguió: era del todo imposible sustraerse al roce de su mano, a sus caricias cada vez más explícitas. Envolviendo con los dedos de una mano la totalidad de su miembro erecto, desplazó la otra hasta su pecho, recorriéndole los músculos firmes, que se tensaron aún más.
Ella se inclinó sobre él y, aunque no pudo alcanzarle los labios, sí alcanzó sus pezones planos. Cuando el cuerpo de él dio una sacudida, ella dejó escapar una risa ahogada… y cuando empezó a gemir de placer, lo chupó todavía con más ansia. Acto seguido le prodigó un sinfín de besos tórridos, húmedos, por todo el pecho, y luego fue bajando poco a poco hasta alcanzar los relieves de su abdomen. Demonio se puso rígido cuando sus labios trazaron el sendero de vello que se iniciaba en su ombligo…
Y estuvo al borde de la muerte cuando apresó en su boca el palpito de su glande.
La atrapó en sus brazos, asiéndola con fuerza, librando una batalla desesperada para no revelarse y empujarla más adentro. Mareado, casi desfallecido, apretó la mandíbula e inspiró hondo tres veces mientras disfrutaba de la íntima caricia.
A continuación deslizó las manos más abajo, la sujetó y tiró de ella hacia arriba. Flick abrió los ojos con gesto sorprendido cuando él la sostuvo un instante por encima de su cuerpo y luego metió las piernas entre las suyas.
—¿Es que no te ha gustado? La miró a los ojos un instante.
—Demasiado. —Pronunció la palabra entrecortadamente, pues casi no tenía fuerzas para hablar. La colocó a horcajadas sobre sus caderas—. Necesito estar dentro de ti.
Mientras hablaba, empujaba hacia su interior flexionando los músculos, tensando las venas, luchando por actuar con delicadeza. Debería haberla preparado más, suavizado un poco más, pero…
Demonio alzó la vista y ella lo miró a los ojos, se sumergió en ellos, y luego sonrió con un ardor intenso, y soltó su risa maliciosa. Colocando las manos sobre su pecho para encontrar el equilibrio inclinó el cuerpo hacia delante, sólo un poco.
Se abrió como una flor para él. Antes de que Demonio pudiese tomar aliento para empujar hacia arriba, ella ya se había hundido en él, muy despacio, sin precipitación, pues él estaba demasiado dotado para eso. Demonio cerró los ojos y ella contuvo el aliento. Arrugando la frente para concentrarse, mordiéndose el labio inferior, Flick se deslizó hacia abajo, centímetro a centímetro, empujando incluso con la parte posterior para tomarlo por entero. Lo envolvió en una seda húmeda y caliente, empapada con su propia pasión; cuando estuvo hincada por completo, dejó escapar el aliento que había contenido… y se apretó con fuerza en torno a él.
Después de eso, Demonio ya no consiguió recordar nada más con claridad, sólo momentos asombrosos de dulce y rabiosa sensualidad, un placer que no había experimentado jamás. Mientras ella lo montaba, lo amaba, utilizaba su cuerpo para darle placer, él permaneció tumbado, conquistado, derrotado, y se rindió y se limitó a disfrutar. La dejó marcar el paso, la dejó galopar, trotar o amblar a su antojo. Mientras se movía a horcajadas sobre él, hacia arriba y hacia abajo, Demonio dejó sus manos errabundas, refrescando su memoria, aprendiendo más… dándose un festín de sensaciones, disfrutando de la intimidad.
Y cuando, enfebrecida y jadeante, se desplomó al fin sobre él, entre convulsiones, saciada, entre sus brazos, Demonio decidió que aquello tenía que ser el cielo. Sólo un ángel podía haberle dado tanto.
La sostuvo en sus brazos, la tranquilizó y esperó hasta que ella hubo recobrado el aliento para colocarla debajo de él. Separándole las piernas, la embistió con vehemencia, hasta el fondo… Ella contuvo de nuevo el aliento, se abrió aún más, y entonces se aferró a él.
Permaneció con él mientras la montaba, levantando la mano para acariciarle el pecho. Lo miró un momento a los ojos y le sonrió, con la sonrisa de un gato que acaba de saborear un tazón entero de leche.
—Te amo. —Sus ojos se cerraron con el susurro, y su sonrisa no abandonó su rostro.
—Lo sé —murmuró él antes de cerrar los ojos y concentrarse en amarla él también.
Una sonrisa leve y vanidosa se paseó por los labios de Flick. Al cabo de dos minutos desapareció.
Ella parpadeó y le lanzó una mirada perpleja, que inmediatamente se desvaneció de su rostro con un grito ahogado y con movimiento de espalda. Él sofocó un jadeo mientras ella se tensaba y se cerraba en torno a él una vez más. Él estaba tan profundamente enterrado en ella que creía que iba a perder la razón.
Ella perdió la suya antes y se deshizo en una serie de pequeños estallidos, una emanación agotadoramente larga y prolongada.
Él siguió cabalgándola, con fuerza y aplomo, esperando hasta que se hubo calmado, hasta que toda la tensión hubo abandonado sus miembros, hasta que se quedó tumbada debajo de él, abierta y poseída, aceptándolo con su cuerpo sin resistencia… Y en ese instante, justo antes de que ella empezase a alejarse a la deriva, justo antes de que él se uniese a ella en el vacío, Demonio se inclinó y la besó con ternura.
—Yo también te amo.