dieciseis
«Continuaremos donde lo hemos dejado.» Eso podría significar…
O también…
¡Dios mío! Cada vez que me acuerdo me da un vuelco el corazón. No puedo concentrarme en el trabajo ni pensar en otra cosa.
«El Día de la Familia es una fiesta de la empresa, no una cita», me repito una y otra vez. Es una celebración estrictamente profesional y no creo que haya ninguna posibilidad de que Jack y yo hagamos algo más que saludarnos como jefe y empleada. Nos daremos la mano, eso es todo.
Pero nunca se sabe lo que puede pasar después.
«Continuaremos donde lo hemos dejado.»
¡Dios mío! ¡Dios mío!
El sábado por la mañana me levanto muy pronto, me froto con fuerza por todas partes, me depilo las axilas, me pongo mi crema corporal más cara y me pinto las uñas de los pies.
Sólo porque ir arreglada es lo más normal, no por otra cosa.
Elijo mi sujetador Gossard de encaje, unas braguitas a juego y mi vestido de verano más favorecedor.
Luego, con un ligero sonrojo, meto unos condones en el bolso. Simplemente porque siempre hay que estar preparada. Es una lección que aprendí en las exploradoras cuando tenía once años, y no la he olvidado. Bueno, entonces nos aconsejaban llevar pañuelos de repuesto y aguja e hilo, pero el principio es el mismo, ¿no?
Me miro en el espejo, me aplico una última capa de brillo de labios y me vuelvo a rociar con perfume. Soy la seducción en persona. Muy bien, lista para el sexo.
Es decir, para Jack.
Es decir… Bueno, da igual.
La fiesta se celebra en la Mansión Panther, una casa de campo que la empresa tiene en Hertfordshire. Suelen utilizarla para cursillos, conferencias y sesiones de puesta en común de procesos creativos, a los que jamás me invitan. Así que no he estado nunca en ella. He de confesar que cuando bajo del taxi me quedo gratamente impresionada. Es un edificio muy bonito, con muchas ventanas y columnas en la parte delantera, de estilo… muy antiguo.
— Una magnífica arquitectura georgiana -comenta alguien que pasa a mi lado por el sendero de grava.
A eso me refería.
Guiada por la música, rodeo la casa. En la extensa explanada de la parte trasera, engalanada con banderitas de colores, la fiesta está en pleno apogeo. Sobre el césped han instalado varias casetas de lona, un grupo de música toca sobre un pequeño escenario y los niños juegan y chillan en un castillo inflable.
— ¡Emma! ¿Y tu disfraz? -pregunta Cyril, que avanza hacia mí vestido de bufón, con un sombrero rojo y amarillo acabado en punta.
— ¡Vaya! -exclamo intentando parecer sorprendida-. No sabía que hubiera que traer uno.
Lo que no es del todo cierto. Ayer por la tarde, a eso de las cinco, Cyril envió un correo electrónico urgente a todos los empleados que decía: «Recuerden que el Día de la Familia es obligatorio acudir disfrazado.»
Pero, la verdad, ¿cómo iba a hacerme uno con tan poco tiempo? Y de ninguna manera me pondría hoy un horrible modelito de nailon comprado en una tienda.
Además, ¿qué puede pasarme?
— Lo siento -me disculpo distraída mientras busco a Jack a mi alrededor-. De todas formas…
— ¡Sois de lo que no hay! Lo decía bien claro en el memorándum y en el boletín informativo. Tendrás que ponerte uno de los que han sobrado -añade agarrándome por el hombro cuando trato de escabullirme.
— ¿Qué?
— Me imaginaba que ocurriría algo así y he sido previsor -me informa con un sutil tono de triunfo.
Un escalofrío me recorre el cuerpo. No estará insinuando que…
— Tenemos un montón entre los que elegir.
Ni hablar. He de huir como sea.
Lucho por zafarme, pero su mano es como un cepo. Me empuja hacia una caseta en la que hay dos señoras de mediana edad junto a un colgador lleno de… ¡Santo cielo! Son los disfraces caseros más horrorosos y chillones que he visto en mi vida. Peores que los de las tiendas. ¿De dónde los habrán sacado?
— La verdad es que preferiría seguir como estoy -suplico espantada.
— Todo el mundo tiene que llevar uno. Las instrucciones lo decían bien claro -replica Cyril con firmeza.
— Pero si ya voy disfrazada. Me había olvidado de decírselo. Es un vestido de verano para celebraciones al aire libre de los años veinte, un auténtico…
— Emma, hoy es un día para divertirse y eso se consigue en parte cuando vemos a nuestros compañeros y parientes con trajes graciosos. Y ahora que me acuerdo, ¿dónde está tu familia?
Pongo la cara de pesar que he estado ensayando toda la semana.
— No ha podido venir.
Lo que podría ser verdad, porque no les he contado nada.
— Se lo dijiste, ¿verdad? Les enviaste el folleto -inquiere con ojos llenos de recelo.
— Sí -contesto con los dedos cruzados por detrás de la espalda-. Por supuesto. Les habría encantado estar aquí.
— Pues entonces tendrás que alternar con los familiares de tus compañeros. Toma, serás Blancanieves -me ordena mientras me mete por la cabeza un espantoso vestido de nailon con mangas abombadas.
— No quiero ser… -protesto, pero me callo al ver que a Moira, de Contabilidad, le están poniendo un disfraz de gorila-. Vale, de acuerdo.
Estoy a punto de echarme a llorar. Mi hermoso y favorecedor vestido está en una bolsa de percal, listo para que lo recoja al acabar la fiesta, y llevo un modelito con el que parezco una niña de seis años, sin ningún gusto y daltónica.
Cuando salgo desconsolada de la caseta, el grupo está tocando Um-pa-pa, de la película Oliver, y alguien anuncia algo ininteligible por los altavoces. Miro a mi alrededor, entrecerrando los ojos por el sol, y trato de adivinar quién se esconde detrás de cada disfraz. Paul pasea por el césped vestido de pirata, con tres niños que corretean a la altura de sus piernas.
— Tío Paul, tío Paul. Pon tu cara terrorífica otra vez -grita uno de ellos.
— Quiero un chupa-chups. Cómprame un chupa… -le pide otro.
— Hola -lo saludo-. ¿Lo estás pasando bien?
— Deberían fusilar al que inventó esta fiesta -asegura sin rastro de buen humor-. ¡Aparta de mi camino! -le espeta a uno de los críos, y todos se echan a reír encantados.
Artemis pasa a nuestro lado disfrazada de sirena, junto a una autoritaria mujer que lleva un enorme sombrero.
— Mamá, no tengo ganas de ir al servicio -sisea.
— No es necesario que te ofendas -brama su madre.
Esto es muy extraño. Cuando la gente está con su familia, se comporta de una manera completamente distinta. Gracias a Dios que la mía no ha venido.
¿Dónde estará Jack? Puede que dentro de la casa. A lo mejor debería…
— ¡Emma! -me llama Katie, que se acerca con un estrafalario traje de zanahoria del brazo de un hombre mayor con pelo gris, que supongo que será su padre.
Lo que me parece muy raro porque me dijo que acudiría con… -Te presento a Phillip -dice sonriente-. Phillip, ésta es mi amiga Emma. Gracias a ella nos conocimos.
¿Qué?
No entiendo nada.
¿Éste es su nuevo novio? Pero si debe de tener setenta años.
Atónita, estrecho una mano seca y apergaminada como la de mi abuelo y consigo a duras penas hacer algún comentario sobre el tiempo, aunque sigo sin salir de mi asombro.
No me malinterpretéis. Para mí, la edad no es importante. No estoy en contra de nada. Creo que todo el mundo es igual, sean blancos o negros, hombres o mujeres, jóvenes o…
¡Pero si es un anciano!
— ¿A que es encantador? -comenta Katie con cariño cuando Phillip se va a buscar algo de beber-. Es tan atento… Nada le parece demasiado. Jamás había salido con un hombre como él.
— Eso me lo creo. ¿Cuántos años os lleváis?
— No estoy segura. No se lo he preguntado nunca. ¿Por qué?
Su expresión es radiante y risueña, de genuina inconsciencia.
— Por nada. Ahora que me acuerdo, ¿dónde lo conociste?
— Ya lo sabes, tonta -me reprende en broma-. Tú me sugeriste que fuera a comer a otro lugar. Bueno, pues encontré uno de lo más curioso, escondido en un callejón. De hecho, se lo recomendaría a todo el mundo.
— ¿Un restaurante? ¿Un café?
— No exactamente. No había estado nunca en un sitio como ése. Entras, te dan una bandeja y tienes que cogerte tú la comida. ¡Y sólo cuesta dos libras! Después hay algo de diversión. A veces es una partida de bingo o de cartas. Otras, cantar alrededor de un piano. Un día organizaron un bonito baile. He hecho un montón de amigos.
— Katie, ¿no será un centro de día para la tercera edad?
— Esto… -balbucea desconcertada.
— Intenta recordar. ¿Toda la gente que va es un poco… mayor?
— ¡Vaya! -exclama arrugando el entrecejo-. Ahora que lo dices, sí que son todos un poquito… maduros. Pero, de verdad, deberías venir algún día. Nos lo pasamos en grande.
— ¿Sigues yendo?
— A diario. Estoy en el comité social.
— Hola de nuevo -saluda alegremente Phillip, que ha aparecido con tres vasos.
Sonríe a Katie y le da un beso en la mejilla, y ella sonríe también. De pronto me emociono. Sé que es muy raro, pero dan la impresión de ser una pareja muy enamorada.
— El tipo del puesto parecía agobiado, pobre chico -comenta él mientras tomo un sorbo de delicioso Pimm's cerrando los ojos para saborearlo.
Humm. No hay nada más agradable en un día de verano que un buen vaso de…
Un momento. Abro los ojos. ¡Pimm's!
Mierda, le prometí a Connor que lo ayudaría. Miro el reloj y veo que ya llego diez minutos tarde. Maldita sea, no me extraña que esté estresado.
Me disculpo ante Katie y Phillip y corro tan rápido como puedo hacia la caseta que hay en uno de los rincones de la explanada. Connor se enfrenta con valentía a una larga fila él solito. Va vestido de Enrique VIII, con mangas abombadas, calzones y una poblada barba postiza de color rojo. Debe de estar asándose.
— Perdona -me excuso colocándome a su lado-. He tenido que ponerme el disfraz. ¿Qué se supone que debo hacer?
— Servir vasos de Pimm's -replica con brusquedad-. A una libra y media. ¿Crees que podrás?
— Por supuesto que sí -le aseguro un tanto molesta.
Durante un buen rato estamos demasiado ocupados para hablar. Después, la cola desaparece y nos quedamos solos.
Connor ni siquiera me mira y ordena los vasos con tanta fuerza que temo que rompa alguno. ¿Por qué estará de mal humor?
— Lamento haber llegado tarde.
— No pasa nada -contesta fríamente, y comienza a cortar hojas de menta como si quisiera matarlas-. ¿Lo pasaste bien la otra noche?
Era eso.
— Sí, gracias.
— Con tu nuevo y misterioso amigo.
— Así es -confirmo mientras miro de reojo el atestado césped en busca de Jack.
— Es alguien del trabajo, ¿verdad? -pregunta de improviso, y siento una sacudida en el estómago.
— ¿Por qué lo dices?
— Por eso no quieres contarme quién es.
— No es por… Connor, ¿podrías respetar mi intimidad?
— Creo que tengo derecho a saber por quién me has dejado -afirma lanzándome una mirada cargada de reproche.
— No lo tienes -replico, pero me suena un poco mezquino-. Es que no creo que hablar de esa cuestión nos ayude.
— Bueno, pues ya lo averiguaré. No me costará nada.
— Por favor, Connor.
— Emma, no soy tonto. Te conozco mucho mejor de lo que piensas.
Vacilo por un momento. Puede que lo haya subestimado. A lo mejor sí que me conoce. ¡Santo cielo! ¿Qué pasará si se entera?
Empiezo a cortar un limón mientras observo la multitud. ¿Dónde está Jack?
— Ya lo tengo -exclama Connor de repente con una expresión triunfal-. Es Paul, ¿verdad?
— ¿Qué? -pregunto boquiabierta con ganas de echarme a reír-. No, no es él. ¿Cómo se te ha ocurrido algo así?
— Pues porque lo miras cada dos minutos -argumenta indicando hacia donde está mi jefe.
— Sólo estoy… contemplando el ambiente.
— ¿Y por qué merodea por aquí?
— No lo está haciendo. Te lo digo en serio, no salgo con él.
— ¿Crees que soy estúpido o qué? -pregunta enfadado.
— No, no lo creo, pero esto no tiene sentido. Jamás te…
— ¿Es Nick? Siempre ha habido cierta chispa entre vosotros.
— No, no es él -niego exasperada.
De verdad, las historias clandestinas ya son lo bastante difíciles como para que tu ex novio te interrogue. No debería haberme com prometido a ayudarlo.
— ¡Santo cielo! -susurra Connor-. ¡Mira!
Lo obedezco y siento un tremendo escalofrío. Jack avanza por la explanada directamente hacia nosotros, vestido de cowboy, con zahones de cuero, camisa de cuadros y sombrero.
Está tan sexy que creo que voy a desmayarme.
— Viene hacia aquí. Rápido, retira esas cáscaras de limón. Buenos días, señor. ¿Le apetece un vaso de Pimm's?
— Muchas gracias, Connor. Hola, Emma, ¿disfrutando del día?
— Hola -saludo con una voz seis tonos más aguda que de costumbre-. Sí, es fantástico.
Con manos temblorosas, lleno un vaso y se lo entrego.
— Te has olvidado de la menta -masculla Connor.
— No te preocupes -dice Jack con sus ojos clavados en los míos.
— Puedo ponérsela si quiere -digo.
— Está bien así. -Sus ojos brillan un instante y toma un buen trago.
Esto es irreal. No podemos quitarnos la vista de encima. Seguro que todo el mundo se está dando cuenta de lo que pasa. Connor lo va a notar. Aparto la mirada rápidamente y finjo ocuparme del hielo.
— Emma -dice Jack con tono despreocupado-, ¿recuerdas el trabajo extra que te encargué? El del expediente Leopold.
— ¿Sí? -contesto nerviosa, y se me cae un cubito en el mostrador.
— ¿Tendrás tiempo para que lo comentemos un poco antes de que me vaya? En la casa hay habitaciones adecuadas.
— Sí, claro -afirmo con el corazón a mil.
— ¿A eso de la una?
— Muy bien.
Se aleja tranquilamente con el vaso en la mano y me quedo mirándolo mientras los cubitos se esparcen por la hierba. Habitaciones. Eso sólo puede significar una cosa. Jack y yo vamos a hacer el amor.
De pronto, sin previo aviso, empiezo a ponerme nerviosísima.
— He sido un idiota -gruñe Connor dejando el cuchillo-. He estado ciego. Ya sé quién es -añade con ojos llenos de tristeza.
Ahora sí que me asusto.
— No es posible. No tienes ni idea. De hecho, no es nadie del trabajo. Eso me lo he inventado. Es un chico que vive en la parte oeste de Londres, al que no conoces. Se llama… Gary y es cartero.
— No mientas. Sé perfectamente quién es. Es Tristan, el de Diseño, ¿verdad? -pregunta cruzando los brazos y lanzándome una mirada penetrante.
En cuanto acabo mi turno en la caseta, me libro de Connor y voy a sentarme bajo un árbol con un vaso de Pimm's. Miro el reloj cada dos minutos. Estoy hecha un flan. A lo mejor Jack sabe un montón de trucos. Quizá espere que sea sofisticada y que le haga todo tipo de acrobacias de las que ni siquiera he oído hablar.
No es que sea mala en esas cuestiones.
En términos generales, teniéndolo todo en cuenta.
¿Pero de qué nivel estamos hablando? De repente siento como si hubiera estado compitiendo en pruebas locales y me llevaran a las Olimpiadas. Jack es multimillonario. Debe de haber salido con modelos, gimnastas y mujeres con enormes y airosos pechos que practican juegos pervertidos para los que hay que utilizar músculos que no creo que yo tenga.
¿Con quién habré de rivalizar? ¿Y cómo? Empiezo a ponerme mala. No ha sido una idea genial. Jamás seré tan buena como la presidenta de Origin Software. Me la imagino, con unas piernas larguísimas, ropa interior de cuatrocientas libras y un cuerpo perfecto y bronceado; quizá con un látigo en la mano y una glamourosa y bisexual amiga modelo, lista para estimular aún más las cosas.
Basta ya. Esto es ridículo. Irá bien. Estoy segura. Será como un examen de ballet: una vez que estás en ello, te olvidas de los nervios. Mi profesora solía decirme: «Mientras mantengas las piernas levantadas y sonrías, lo harás de maravilla.»
Lo que supongo que también puede aplicarse a esta situación.
Miro el reloj y siento un espasmo nervioso. Es la una, en punto.
Hora de follar. Me levanto y hago unos cuantos ejercicios de calentamiento con disimulo, por si acaso. Inspiro profundamente y echo a andar hacia la casa con el corazón a toda velocidad. Cuando llego al final de la explanada, oigo una voz aguda.
— ¡Aquí, Emma! ¡Eh!
Parece mi madre. Qué raro. Me paro y me giro, pero no veo a nadie. Debe de haber sido una alucinación. Quizá sea la culpabilidad subconsciente, que intenta confundirme o algo así.
— ¡Aquí, Emma!
Un momento, ésa parece Kerry
Perpleja, escudriño la muchedumbre parpadeando por el sol. No veo a nadie. Miro a todas partes, pero nada.
De repente, como en uno de esos dibujos de ilusiones ópticas en los que hay que concentrarse para que aparezca la imagen, los descubro. Kerry, Nev, y mis padres avanzan hacia donde estoy. Van disfrazados. Mamá se ha puesto un kimono y lleva una cesta de picnic; papá va de Robin Hood y sujeta dos sillas plegables; Nev es Superman con una botella de vino; y Kerry luce un modelito completo de Marilyn Monroe, con peluca color platino y zapatos de tacón, con el que, orgullosa, atrae todas las miradas.
¿Qué está pasando?
¿Qué hacen aquí?
No les dije nada. Estoy segura.
— Hola -saluda Kerry cuando está cerca-. ¿Te gusta mi disfraz?
Se contonea un poco y se toca la peluca.
— ¿Quién se supone que eres tú, cariño? -pregunta mi madre mirando perpleja mi vestido de nailon-. ¿Heidi?
— ¿Qué hacéis aquí? No os…, esto, se me olvidó decíroslo.
— Ya, pero cuando te llamé el otro día, me lo contó tu amiga Artemis -aclara Kerry
La miro incapaz de pronunciar palabra. La mataré. Voy a asesinar a Artemis.
— ¿A qué hora es el concurso de disfraces? No nos lo hemos perdido, ¿verdad? -se interesa Kerry mientras le guiña el ojo a dos adolescentes que la contemplan embobados.
— No hay -digo una vez recuperada el habla.
— ¿En serio? -se lamenta decepcionada.
Esto es increíble. Para eso ha venido, ¿no? Para ganar un estúpido concurso.
— ¿Has venido hasta aquí solamente por eso? -pregunto sin poder contenerme.
— Pues claro que no -contesta adoptando su habitual expresión de desdén-. Nev y yo vamos a llevar a tus padres a Hanwood Manor y como esto cae de paso, hemos pensado en parar un momento.
Siento un gran alivio. Gracias a Dios. Hablaremos un rato y después se irán.
— Hemos traído algo para comer. Busquemos un sitio bonito -propone mamá.
— ¿Tenéis tiempo? A ver si pilláis un atasco. Casi deberíais marcharos ya para estar más seguros.
— Hemos reservado una mesa para las siete -interviene Kerry, que me mira con extrañeza-. ¿Qué os parece debajo de aquel árbol?
Observo en silencio a mi madre, que extiende una manta escocesa para picnic, y a mi padre, que abre las dos sillas. No puedo sentarme y disfrutar de una comida familiar mientras Jack está esperándome ardiendo en deseo. He de hacer algo rápidamente. Piensa.
— La cuestión es que… -comienzo en un momento de inspiración- me resulta imposible quedarme. Todos los empleados tenemos asignada una tarea.
— No me digas que no van a darte ni media hora libre -se sorprende papá.
— Emma es la piedra angular de toda la organización, ¿no os dais cuenta? -suelta Kerry con una risita sarcástica.
— Emma, ¡tu familia ha venido al final! ¡Y disfrazada! Estupendo -exclama Cyril, que se ha acercado y nos sonríe mientras la brisa mueve los cascabeles de su gorro de bufón-. Asegúrate de que compren números para la rifa.
— Lo haremos, no se preocupe. Nos preguntábamos si Emma podría dejar un rato sus ocupaciones para almorzar con nosotros -comenta mi madre.
— Por supuesto. Ya has acabado en la caseta de Pimm's, ¿verdad? Pues ahora, descansa.
— Fantástico. ¿No te parece una buena noticia, Emma?
— Genial -consigo decir con una sonrisa petrificada.
No tengo elección. No hay escape. Me dejo caer en la manta con las rodillas rígidas y acepto un vaso de vino.
— ¿Está Connor? -pregunta mi madre mientras sirve muslos de pollo en un plato.
— Shhh, no lo menciones -susurra papá imitando la voz de Basil en Fawlty Towers.
— Creía que ibais a vivir juntos -interviene Kerry tomando un trago de champán-. ¿Qué ha pasado?
— Emma le preparó el desayuno -se burla Nev, y mi prima suelta una carcajada.
Intento sonreír, pero no lo consigo. Es la una y diez y Jack estará esperando. ¿Qué puedo hacer?
En el momento en que mi padre me ofrece un plato, veo que Sven pasa a nuestro lado.
— ¡Sven! El señor Harper me ha preguntado antes por mis familiares. ¿Podría decirle que han aparecido de improviso?
Lo miro con desesperación, y en su cara veo que ha captado el mensaje.
— Enseguida se lo comunico.