La detenida recuperó sus recuerdos una tarde de enero, catorce días después de su regreso de Florencia, delante de un vaso de agua que se iba a beber. El vaso cayó al suelo, pero, Dios sabe por qué, no se rompió.
Juzgada el mismo año en la Sala de lo Penal de Aix-en-Provence, obtuvo un sobreseimiento en el asunto Serge Reppo, en razón de su estado en el momento del crimen. Fue condenada a diez años de reclusión criminal por complicidad en el asesinato cometido por Jeanne Murneau sobre la persona de Domenica Loï.
Se mostró muy pasiva en los debates, dejando muy a menudo que su antigua gobernanta respondiese a las preguntas que les hacían a título común.
Al escuchar el veredicto palideció un poco y se llevó una mano enguantada de blanco a la boca. Condenada a treinta años por la misma pena, Jeanne Murneau, por un reflejo habitual, le hizo bajar el brazo suavemente y le dijo unas palabras en italiano.
Al gendarme que la acompañaba fuera de la sala, la joven le pareció muy calmada. Adivinó que él había estado en servicio en Argelia. Pudo decirle incluso la marca de colonia de hombre que utilizaba. Había conocido a un muchacho, en tiempos, que se empapaba toda la cabeza con ella. Una noche de verano, en un coche, le había dicho la marca, un nombre enternecedor y de soldadesca, casi tan infecto como el olor: «Trampa para Cenicienta».