12

Qué interesante que haya venido sin Grayson —murmuró Barbara, con la mano encima del antebrazo de Hargreaves.

Volvió la cabeza e inspeccionó de nuevo la multitud.

—Tal vez él tenga intenciones de venir más tarde —contestó el conde, con más indiferencia de la que a ella le habría gustado.

Si Hargreaves dejaba de desear a Isabel Grayson, ella volvería a estar sola en su intento de recuperar a Grayson como amante.

Se soltó y dio un paso atrás.

—Trenton no está con ella. Ahora sería un buen momento para acercarte.

—No. —Hargreaves la miró con una ceja enarcada—. Ahora no es buen momento. Piensa en lo que dirían si nos vieran.

—Las habladurías son nuestra mejor arma —rebatió ella.

—Grayson es un hombre con el que no se puede jugar.

—Estoy de acuerdo. Pero tampoco lo eres tú.

El conde deslizó la vista por la sala de baile y se detuvo durante un instante en su antigua amante.

—Mira lo triste que está —insistió Barbara—. Quizá ya se arrepiente de la decisión que ha tomado. Pero nunca lo sabrás si no hablas con ella.

Fue esa última frase la que consiguió el efecto deseado y, con una maldición, Hargreaves se apartó de su lado y, decidido, echó los hombros hacia atrás.

Barbara sonrió y se dirigió en dirección opuesta, en busca del joven lord Spencer. Fingiendo que quería pasar por su lado, le pasó los pechos por el antebrazo y, cuando él se volvió para mirarla con los ojos abiertos como platos, ella se sonrojó.

—Lo siento, milord.

Lo miró con los párpados entornados.

Él esbozó una sonrisa indulgente.

—La disculpa no es en absoluto necesaria —dijo seductor, aceptando la mano que ella le tendía. Se apartó del camino de la dama, pero ésta lo retuvo y él arqueó una ceja, confuso—. ¿Milady?

—Me gustaría ir a la mesa de las bebidas, pero me da miedo pasar sola entre tanta gente. Y me estoy muriendo de sed.

—Será todo un honor ofrecerle mis servicios —contestó con una sonrisa experta.

—Es muy galante por su parte acudir en mi ayuda —dijo ella, caminando a su lado.

Barbara lo estudió de soslayo. Era muy guapo, aunque no del mismo modo que su hermano mayor. A pesar de su aparente indiferencia, Grayson tenía un aire peligroso que nadie podía pasar por alto. Sin embargo, en el caso de lord Spencer, esa indiferencia no era sólo una fachada.

—Mi objetivo en la vida es ayudar a las mujeres hermosas tan a menudo como me sea posible.

—Lady Grayson es muy afortunada de tener a los dos guapísimos Faulkner a su servicio.

El brazo de lord Spencer se tensó bajo su mano enguantada y Barbara no pudo reprimir una sonrisa. Algo iba mal en casa de Grayson, una circunstancia que sólo podía jugar a su favor.

Tendría que seducir al joven Faulkner con sus artimañas y descubrir de qué se trataba y, a decir verdad, la perspectiva le resultaba cada vez más atractiva.

Miró por encima del hombro para asegurarse de que Hargreaves había ido en busca de Isabel Grayson. Mientras, ella siguió avanzando satisfecha y decidió disfrutar el resto de la velada con lord Spencer.

—Isabel.

John se detuvo a una distancia prudencial y la recorrió con la mirada de la cabeza a los pies, admirando las perlas que llevaba entre los mechones de pelo rojizo y el precioso vestido verde oscuro, que hacía resaltar su piel de porcelana a la perfección. La gargantilla de tres vueltas que llevaba en el cuello ocultaba muy bien parte de su sonrojo, pero John lo vio de todas maneras.

—¿Estás bien? —le preguntó.

La sonrisa de Isabel fue a la vez cariñosa y triste.

—Tan bien como cabe esperar. —Se volvió hacia él—. Me siento muy mal, John. Eres un buen hombre y mereces a alguien que te trate mejor que yo.

—¿Me echas de menos? —se atrevió a preguntarle él.

—Sí. —Sus ojos castaños miraron directamente a los del hombre—. Aunque quizá no del mismo modo en que me echas de menos tú.

Él esbozó una sonrisa. Como de costumbre, admiró su franqueza. Isabel era una mujer que hablaba sin artificios.

—¿Dónde está Grayson esta noche?

Ella levantó la barbilla.

—No pienso hablar de mi marido contigo.

—¿Acaso tú y yo ya no somos amigos?

—Te aseguro que dejaremos de serlo si te entrometes en mi matrimonio —soltó ella. Y entonces se sonrojó y apartó la vista.

John abrió la boca para disculparse, pero de repente se detuvo. El mal humor de Isabel había ido apareciendo con más frecuencia a medida que su relación avanzaba. Y en ese momento se preguntó si su aventura amorosa estaba ya en declive antes de que Grayson regresara y él sencillamente había sido demasiado obtuso para darse cuenta.

Soltó el aliento e intentó analizar esa posibilidad con más calma. Sin embargo, el cambio repentino de postura de ella, que seguía estando a su lado, le llamó la atención. Al levantar la vista, se encontró con el marqués de Grayson de pie en el otro extremo del salón. Los ojos de Grayson se detuvieron primero en Isabel y después se desplazaron para inspeccionarlo a él.

Su mirada fue tan fría que heló a John, luego Grayson dio media vuelta y se fue.

—Tu marido ha llegado.

—Sí, lo sé. Si me disculpas…

Isabel ya había avanzado una corta distancia cuando John recordó el plan de Barbara.

—Si quieres, puedo acompañarte a la terraza.

—Gracias —contestó con un leve movimiento de cabeza que hizo que se le balancearan los rizos.

A él siempre le había encantado su cabello. La combinación de mechones castaños con otros más rojizos dejaba sin aliento.

Sólo con verlos casi se olvidó de la fría mirada azul que seguía clavándose entre sus omóplatos.

Casi.

—¡Grayson!

Gerard se quedó mirando a su esposa e intentó averiguar su estado de ánimo. Era obvio que estaba enfadada con él por algo, aunque Gray no tenía ni idea de qué podía ser. A pesar de su confusión, eso no lo sorprendió. Dejando a un lado la maravillosa tarde que habían pasado juntos en la cama, el resto del día había sido para él un infierno.

Suspiró agotado y se volvió.

—¿Sí, Bartley?

—Al parecer, tu hermano iba en serio cuando ha dicho que iba a venir aquí. Según el lacayo de la puerta, ha llegado hace más de una hora y todavía no se ha ido.

Gerard escudriñó entre la multitud, pero no vio a Spencer por ninguna parte, en cambio sí vio a Isabel saliendo a la terraza con Hargreaves. Deseó poder ir a hablar con ella, pero ya había aprendido que los problemas era mejor solucionarlos uno detrás de otro y, por el momento, Spencer era el más grave. Él confiaba en Pel. Sin embargo, no podía decir lo mismo del cabeza hueca de su hermano.

—Empezaré por la sala de juegos —murmuró, dando gracias por haberse encontrado con Bartley cuando éste salía de la taberna Nonnie’s.

A él nunca se le habría ocurrido buscar a Spencer en ese baile.

—¿Ése no es Hargreaves con lady Grayson? —le preguntó Bartley frunciendo el cejo.

—Sí.

Gerard se dio la vuelta.

—¿No deberías ir a decirle algo al conde?

—¿Como qué? Es un buen hombre e Isabel una mujer muy sensata. No pasará nada inapropiado.

—Bueno, eso incluso yo lo sé —dijo Bartley tras reírse—. Y es muy propio de ti que no te importe. Pero si dices en serio lo de que has vuelto para cortejar a tu esposa, te sugiero que al menos finjas que estás celoso.

Él negó con la cabeza.

—Menuda tontería. Además, estoy convencido de que Pel opinaría igual que yo.

—Las mujeres son criaturas muy peculiares, Gray. Tal vez yo sepa algo del sexo débil que tú desconozcas —se burló Bartley.

—Lo dudo. —Gerard se dirigió a la sala de juegos—. ¿Dices que mi hermano parecía alterado?

—Sí, al menos a mí me lo ha parecido cuando lo he visto antes. Claro que él sabe que tú y yo somos amigos y quizá por eso ha optado por mantener la boca cerrada.

—Esperemos que haya sido igual de discreto durante toda la velada.

Bartley lo siguió pegado a sus talones.

—¿Y qué harás cuando lo encuentres?

Gerard se detuvo de golpe, con lo que Bartley chocó contra su espalda.

—¿Qué diablos? —masculló éste.

Gerard se dio la vuelta y le dijo:

—La búsqueda será más eficaz si nos dividimos.

—Pero no será tan divertido.

—No he venido a divertirme.

—¿Cómo daré contigo si consigo encontrar a Spencer?

—Seguro que sabrás apañártelas, era un hombre de recursos. —Y dicho esto, siguió con su camino dejando a Bartley atrás.

El nudo del pañuelo lo estaba ahogando. Pel estaba cerca y, sin embargo, muy lejos; por otra parte, la inminente confrontación con su hermano empezaba a hacer mella en él… En resumen, que no estaba de buen humor.

Y cuanto más se alargaba la búsqueda de Spencer, más empeoraba.

Isabel salió a la abarrotada terraza decidida a ignorar el daño que le había hecho el desplante de Grayson. Pensó que sería una tarea difícil, pero en cuanto vio una cabeza de cabello oscuro con vetas plateadas, empezó a pensar en otra cosa de inmediato. Suspiró. Soltó a Hargreaves y le dijo:

—Nuestros caminos deben separarse aquí.

John siguió la mirada de ella y asintió dando un paso atrás, dejándola sola para que fuese en busca de la marquesa viuda de Grayson. La dama se reunió con Isabel a medio camino y la cogió del brazo para alejarla del resto de los invitados allí presentes.

—¿Acaso no tienes vergüenza? —le preguntó.

—¿De verdad espera que le conteste a eso? —contraatacó ella.

Habían pasado cuatro años y todavía no había aprendido a tolerar a aquella mujer.

—No logro entender cómo una dama de tu alcurnia puede ser tan irresponsable. Grayson siempre ha hecho todo lo posible para provocarme, pero casarse contigo ha sido lo peor de todo.

—¿Le importaría buscar algo nuevo con lo que atacarme?

Isabel negó con la cabeza y se apartó. Ahora que ya no estaban a la vista de nadie, ambas dejaron de fingir que se tenían afecto. El fervor que sentía la marquesa por proteger el buen nombre de la familia Grayson era comprensible, pero ella no podía justificar el modo en que lo hacía.

—Lograré que se deshaga de ti aunque sea lo último que yo haga.

—Pues buena suerte —masculló Isabel.

—¿Disculpa? —La marquesa viuda prestó atención.

—Desde su regreso, yo misma le he hablado a Grayson varias veces sobre la posibilidad de una separación. Se niega rotundamente.

—¿No quieres seguir casada con él?

Si no hubiese estado tan preocupada por el comportamiento de Gray después de abandonar el lecho aquella tarde, la atónita expresión de su suegra le habría hecho gracia.

Pero que él la hubiese dejado a un lado con tanta facilidad… Que la hubiese ignorado tan descaradamente… Que ella hubiese confiado en alguien que le había mentido…

Le dolía e Isabel se había prometido a sí misma que nunca más ningún hombre volvería a hacerle daño.

—No, no quiero —contestó orgullosa—. Los motivos por los que nos casamos ahora me parecen absurdos y ridículos. Estoy convencida de que siempre lo han sido, pero que ambos éramos demasiado obstinados como para darnos cuenta.

—Isabel. —La marquesa apretó los labios y, pensativa, se pasó los dedos por el collar de zafiros que llevaba al cuello—. ¿Estás hablando en serio?

—Sí.

—Mi hijo insiste en que una petición de divorcio no prosperará. Y dice que el escándalo nos perjudicaría a todos.

Isabel se quitó un guante y tocó los pétalos de una rosa que tenía cerca. ¿Así que Gray se había planteado poner punto final a su unión? Tendría que haberlo sabido.

Era pura mala suerte que ella necesitase compañía masculina. Era incapaz de estar sola. Si lo fuese, quizá no sentiría esa imperiosa necesidad de que la abrazasen y la cuidasen. Y no estaría en la situación en que se encontraba ahora.

Eran muchas las mujeres que practicaban la abstinencia. Ella, sencillamente, no podía.

Suspiró. Si presentaban una petición de divorcio al Parlamento, los chismes y las habladurías se cebarían con ellos y los destrozarían, pero ¿acaso seguir casada con Grayson no terminaría también por destrozarla?

Su primer esposo casi lo había logrado y la atracción que sentía por el hombre en que Gray se había convertido era igual de poderosa que la que había sentido por Pelham.

—¿Qué quiere que le diga? —le preguntó con amargura a la marquesa—. ¿Que estoy dispuesta a aceptar un futuro como mujer divorciada y adúltera? Pues no lo estoy.

—Pero en cambio estás decidida a terminar con este matrimonio. Puedo verlo en el modo en que tensas los hombros. Y estoy dispuesta a ayudarte.

Isabel se volvió de golpe.

—¿Que está dispuesta a qué?

—Ya me has oído. —Una sonrisa suavizó el gesto adusto de la mujer—. No estoy segura de cómo, pero voy a hacerlo. Lo único que necesitas saber es que haré todo lo que esté en mi mano. Quizá incluso te ayude a dejarte bien instalada.

De repente, los eventos de esa noche fueron demasiado para Isabel.

—Discúlpeme.

Iría en busca de Rhys y le pediría que la llevase de vuelta a casa. Los Faulkner la habían herido por todos lados y deseaba estar en su dormitorio, con una buena copa de madeira, más que ninguna otra cosa en el mundo.

—Estaremos en contacto, Isabel —le dijo la marquesa viuda al irse.

—Maravilloso —masculló ella, acelerando el paso—. Estoy impaciente.

Frustrado por no haber conseguido encontrar a Spencer, Gerard se sentía con ganas de pegarle a alguien. Decidido, dobló una esquina, pero se detuvo de golpe porque una mujer que salía caminando de espaldas de una habitación a oscuras le bloqueó el paso.

Ella dio media vuelta y se sobresaltó.

—¡Dios santo! —exclamó lady Stanhope llevándose una mano al corazón—. Grayson, me has asustado.

Él se quedó mirándola con una ceja arqueada. Estaba sonrojada y despeinada y era evidente que acababa de concluir algún encuentro fortuito. Cuando la puerta volvió a abrirse y salió Spencer con el pañuelo torcido, la segunda ceja de Gerard fue a hacer compañía a la primera.

—Llevo horas buscándote.

—¿En serio?

Su hermano estaba mucho más relajado que antes. Conociendo el apetito sexual de Barbara, a Gerard no le sorprendió. Sonrió. Así era exactamente cómo quería encontrar a Spencer.

—Me gustaría hablar contigo.

El joven se puso bien la chaqueta y miró a Barbara, que le sonrió.

—¿Podemos dejarlo para mañana?

Gerard lo contempló con detenimiento y le preguntó:

—¿Qué planes tienes para el resto de la noche?

No podía correr el riesgo de esperar, si su hermano estaba decidido a causarle problemas.

Spencer volvió a mirar a Barbara y Gerard se tranquilizó un poco. Si iba a pasarse la noche follando, no se metería en ninguna pelea.

—De acuerdo, ¿qué te parece si desayunamos en mi despacho? —le propuso.

—Muy bien.

Spencer se llevó la mano desnuda de Barbara hasta los labios, le hizo una leve reverencia y se fue, probablemente para preparar su inminente partida.

—Iré en seguida, cariño —le dijo ella, pero sin apartar los ojos de Gerard.

Cuando estuvieron a solas, él fue el primero en hablar.

—Te agradezco mucho que hayas entablado amistad con lord Spencer.

—¿Ah, sí? —Le hizo morritos—. No me importaría que te sintieras un poco celoso, Grayson.

Él resopló.

—No existe ningún motivo por el que tenga que sentirme celoso. Nunca ha habido nada entre tú y yo y nunca lo habrá.

Ella le colocó una mano en el estómago y sus ojos verdes brillaron entre sus pestañas.

—Podría haberlo si volvieses a mi cama. A pesar de lo breve que fue nuestro encuentro la otra noche, sirvió para recordarme lo similares que son nuestros gustos.

—Ah, lady Stanhope —dijo Pel, furiosa, detrás de Gerard—. Gracias por encontrar a mi esposo.

A él no le hizo falta volverse para saber que la noche sin duda había ido a peor.

Mientras la desaliñada condesa se alejaba de donde estaban, Isabel se quedó inmóvil y en silencio y con los puños apretados a los costados. Grayson la miró preocupado y expectante, con los hombros echados hacia atrás, mientras ella sopesaba cómo reaccionar. En su día había luchado con uñas y dientes por Pelham y el esfuerzo había sido agotador y completamente vano. Los maridos eran infieles y engañaban a sus esposas. Las mujeres prácticas lo entendían perfectamente.

Con el corazón metido de nuevo en la jaula de hielo que había construido a lo largo de los últimos años, le dio la espalda a Gray con intención de abandonar el baile, su casa, a él. En su mente ya se veía haciendo las maletas, su cerebro ya había empezado a hacer una lista de sus pertenencias.

—Isabel.

«Esa voz».

Se estremeció. ¿Por qué tenía que esa voz que destilaba lujuria y deseo?

Ella no aminoró el paso y cuando él la cogió por el codo para detenerla, pensó en los muebles de su antigua casa y en lo pasados de moda que estaban.

La mano enguantada de Gray le tocó una mejilla y la obligó a mirarlo a los ojos. Isabel se fijó en el azul de sus iris y pensó en el sofá del mismo color que tenía en un salón. Iba a tener que tirarlo.

—Dios —masculló él, dolido—. No me mires así.

La mirada de Isabel descendió hasta la mano de él, que seguía sujetándola por el antebrazo.

Antes de que supiera lo que estaba haciendo, Gerard tiró de ella y la metió en aquella habitación que olía a sexo, cerrando la puerta a su espalda.

A ella se le revolvió el estómago y, al notar una imperiosa necesidad de huir de allí, corrió a colocarse en el único extremo de la estancia iluminado por la luz de la luna. Estaban en una biblioteca, cuyo balcón daba al jardín. Se detuvo y, apoyando las manos en el respaldo de una butaca orejera, respiró profundamente varias veces aquel aire más limpio.

—Pel.

Gray se pegó a su espalda y le colocó las manos en los hombros. Se las deslizó por los brazos hasta conseguir que ella soltase la butaca y luego entrelazó los dedos con los suyos.

Isabel podía notar que el cuerpo de él quemaba como si tuviese fiebre. Ella empezó a sudar.

¿Verde? No, ese color tampoco. El despacho de Gray era verde. ¿Lavanda, quizá? Un sofá lavanda sería toda una novedad. O tal vez rosa. Ningún hombre querría sentarse en un sofá rosa. ¿Acaso eso no sería maravilloso?

—Háblame, por favor —insistió él.

A Gray se le daba muy bien insistir. Y seducir y conquistar y follar. Una mujer podía perder fácilmente la cabeza por él si no iba con cuidado.

—Borlas.

—¿Qué?

Le dio la vuelta para poder mirarla.

—Decoraré el salón de color rosa y colgaré borlas doradas —le dijo.

—Perfecto. El rosa me favorece.

—Tú no estarás invitado a entrar en mi salón.

Él apretó los labios y arrugó más el cejo.

—Maldita sea si no voy a estarlo. No vas a dejarme, Pel. Lo que has oído no significa lo que crees que significa.

—Yo no creo nada, milord —contestó serena—. Y, si me disculpas… —Intentó esquivarlo.

Gray la besó.

Igual que ante un brandy caliente, su estómago fue el primero que reaccionó al beso y después los dedos de sus pies. Isabel notó la erección de él pegada a su ombligo, pero siguió besándola con labios suaves y pasándole la lengua con delicadeza, sin devorarla.

El hielo que tenía en su interior empezó a derretirse ante su ardor y gimió desesperada. Los labios de Gray eran tan bonitos, los sentía tan dulces sobre los suyos.

Eran los labios de un ángel… y tenían la capacidad de engañarla como el diablo.

«La piel de Gray huele a limpio».

Él deslizó la boca por el pómulo de ella hasta su oreja.

—Aunque te parezca imposible, vuelvo a desearte. —Rodeó la silla y se sentó con Isabel en su regazo como si fuese una niña—. Después de lo de esta tarde, mi ansia tendría que ser más llevadera y, sin embargo, es incluso peor que antes.

—Sé lo que he oído —susurró ella, negándose a creer lo que su olfato le sugería que era verdad.

—Mi hermano es un alocado —siguió explicándole él, ignorando su comentario— y esta noche he pasado un montón de horas buscándolo. Pero aunque sé que puedo haberle hecho daño, o que creo que él puede hacérselo a alguien, lo único que me hacía sentir verdaderamente impaciente era el deseo de volver a estar contigo.

—Conoces a esa mujer íntimamente y has estado con ella. Hace poco.

—Y me he sentido del todo aliviado cuando he visto que mi hermano salía de esta habitación con cara de haber echado un polvo.

Isabel se quedó perpleja.

—¿Lord Spencer?

—Y todavía me ha gustado más cuando he visto que iba acompañado de lady Stanhope y que parecía dispuesto a proseguir su velada en un lugar más apropiado. Si Spencer está con ella, yo puedo pasarme el resto de la noche contigo.

—Ella te quiere a ti.

—Y tú también —contestó seductor—. Soy un hombre atractivo, con una fortuna muy atractiva y con un título todavía más atractivo. —La apartó suavemente para poder mirarla a los ojos—. Y resulta que tengo una esposa muy atractiva.

—¿Te la has follado desde que has vuelto?

—No. —Sus labios tocaron los de ella—. Y sé que te cuesta creerme.

Para su sorpresa, a Isabel no le costaba lo más mínimo.

—Si yo fuera tú, Pel, tampoco sé si creería a un canalla como yo, en especial teniendo en cuenta tu pasado.

Ella se tensó.

—Mi pasado no tiene nada que ver con esto.

Llevaba toda la vida soportando que le tuviesen lástima y eso era lo último que quería de Gray.

—Ah, sí que lo tiene, aunque justo ahora empiezo a comprender por qué.

La miró con los ojos entrecerrados. Las arrugas que ella había descubierto alrededor de sus labios tras su regreso habían vuelto a aparecer. Eran la prueba palpable de su tristeza.

—No soy el hombre que te conviene, Pel. No soy un buen hombre. Todas las personas tienen defectos, pero me temo que eso es lo único que yo poseo. Y, a pesar de todo, soy tuyo y tienes que aprender a soportarme, porque soy un egoísta y me niego a dejarte ir.

—¿Por qué?

Contuvo la respiración, pero fueron las palabras que él dijo a continuación las que la marearon.

—Porque tú me has curado.

Gray cerró los ojos y apoyó la mejilla en la suya y ese gesto tan cariñoso conmovió a Isabel hasta lo más hondo. El marqués de Grayson era conocido por muchas cosas, pero la ternura no era una de ellas. El hecho de que esas muestras de afecto fuesen cada vez más frecuentes la aterrorizaba. No podría soportar curarlo para que luego él le perteneciese a otra mujer.

—Quizá yo también pueda curarte a ti —susurró Gray pegado a su boca—. Si me dejas hacerlo.

Isabel presionó los labios sobre los de él un instante. Exhausta por los acontecimientos del día, lo único que deseaba era acurrucarse contra el pecho de Gray. Sin embargo, se levantó de su regazo y se puso en pie.

—Si para curarme tengo que olvidarme de todo, no lo quiero.

Él suspiró e Isabel vio que estaba tan agotado como ella.

—He aprendido muchas cosas de los errores del pasado, Gray, y me alegro de que así haya sido. —Se retorció las manos, nerviosa—. Yo no quiero olvidar. Nunca.

—Entonces enséñame a vivir con mis errores, Pel.

Se puso en pie y ella se quedó mirándolo. Observándolo.

—Tenemos que irnos de Londres —dijo Gray de repente, cogiéndole las manos.

—¿Qué?

Ella abrió los ojos exageradamente y se estremeció.

«Sola con él».

—Aquí no podemos funcionar como pareja.

—¿Como pareja?

Negó enfáticamente con la cabeza.

La puerta se abrió sorprendiéndolos a ambos. Gray la acercó a él a la velocidad del rayo, dispuesto a protegerla con todo su ser.

Lord Hammond, el propietario de la biblioteca y de la casa en la que se encontraban, apareció en la puerta y los miró confuso.

—Les pido disculpas —dijo retrocediendo, pero entonces se detuvo—. ¿Lord Grayson? ¿Es usted?

—Sí —contestó él en voz baja.

—¿Está con lady Grayson?

—¿Y con quién, si no, iba a estar en una habitación a oscuras?

—Bueno… Sí… —Hammond carraspeó—. Con nadie más, por supuesto.

La puerta empezó a cerrarse de nuevo y Gray aprovechó para tocarle a Isabel un pecho. Acercó los labios hacia los de ella, aprovechándose descaradamente de que no podía apartarse.

—Eh, ¿lord Grayson? —Hammond volvió a interrumpirlos.

Gray suspiró resignado y levantó la cabeza.

—¿Sí?

—Lady Hammond ha organizado una fiesta este fin de semana en nuestra casa de Brighton. Estaría encantada de que usted y su esposa asistieran. Y para mí sería un verdadero placer retomar nuestra amistad.

Isabel abrió atónita la boca al notar que Gray apretaba los dedos que tenía encima de su pecho. Sin una vela y con la chimenea apagada, nadie podía verlos. Pero saber que tenían a otra persona tan cerca mientras él la estaba tocando tan íntimamente le aceleró el corazón.

—¿Habrá muchos invitados?

—Me temo que no demasiados. La última vez que los conté eran una docena, pero lady Hammond…

—Suena perfecto —lo interrumpió Gray, tirando del pezón de Isabel con los dedos—. Aceptamos la invitación.

—¿De verdad? —La limitada estatura de Hammond se extendió al máximo.

—De verdad.

Gray cogió a Isabel de la mano y tiró de ella para esquivar al vizconde, que se sorprendió tanto que se apartó de su camino, y salieron de la biblioteca.

Con los sentimientos hechos un lío, Isabel lo siguió sin quejarse.

Hammond los siguió a ambos.

—¿Le parece bien partir el viernes por la mañana?

—Es su fiesta, Hammond.

—Oh, sí… Cierto. Entonces nos vemos el viernes.

Gray hizo un gesto con la muñeca para indicarle a un lacayo que fuese en busca de su carruaje y después se volvió hacia otro que había por allí cerca.

—Dígale a lord Trenton de mi parte que ha cumplido su parte del trato.

A Isabel no le pasó por alto lo fácil que le había resultado a él llevársela de allí. Casi deseó poder enfadarse, pero estaba demasiado estupefacta.

Gray no le había mentido ni le había sido infiel.

Aunque aún no sabía si eso era una suerte o una desgracia.