30
—Por supuesto, cuando fue a reunirse con su novio, él no estaba allí.
Las sombras en las paredes de la cocina de la casa de tía Laurel eran alargadas. Se extendían por la mesa redonda donde Claire y Cassidy se habían sentado, uno frente al otro ante las tazas de té aromatizado con naranja que ya se había enfriado.
Claire hablaba con voz distante; su expresión era melancólica.
—Al principio mamá pensó que con la excitación del momento había entendido mal la hora y el lugar de la cita. Fue al edificio de apartamentos donde vivía Jack, pero había desaparecido. No dejó ninguna dirección al encargado del edificio. Ni ningún indicio sobre el lugar donde Dios lo enviaría a continuación —añadió, con sarcasmo—. Cuando transcurrió una semana y mamá no tuvo ni una noticia de él, se dio cuenta de que le había robado el dinero y la había abandonado. —Alzó la vista hacia Cassidy—. ¿Quieres más té?
—No, gracias —respondió él con aspereza. Claire prosiguió su relato.
—Wild Jack Collins jugó sus cartas extremadamente bien. Cuando mamá le comunicó que estaba embarazada, podía haber desaparecido del mapa. Pero era demasiado listo. Sin duda alguna había descubierto que los Laurent estaban bien relacionados. Por lo que él sabía, mamá podía haberlo denunciado a la policía. Vio que era más aconsejable proponerle que se casaran. Hizo que todo sonara muy romántico. Fugarse y casarse en secreto. Escapar juntos para cumplir una misión del Señor. Recuerda que mamá era cristiana devota y creía en salvar a los que estaban perdidos. Pero también era increíblemente ingenua.
La expresión de Claire se volvió lejana y fría.
—Hasta el día que murió, hasta el día que yo lo maté, debió de reírse de ella, de darse palmaditas en la espalda por haber sido un tío tan listo. Vaya, si en algún momento se acordó de ella. Es imposible saber a cuántas otras mujeres abandonó con hijos ilegítimos durante aquellos primeros años de su prédica ambulante.
Cassidy apartó a un lado la taza y el plato y colocó los codos sobre la mesa.
—¿Cómo te has enterado de todo eso, Claire?
—Por los diarios de mamá. Documentaba meticulosamente todos los hechos desde aquel sábado por la mañana en que su padre la llevó a desayunar al café Du Monde y vio a Jack Collins predicando en la plaza. Encontré los diarios cuando murió tía Laurel. Ella continuó el diario cuando mamá ya no fue capaz de hacerlo.
—¿Entonces ella siempre supo quién era tu padre?
Claire asintió con un movimiento de cabeza.
—Pero nadie más. Cuando mi madre se dio cuenta de que la había dejado plantada, se enfrentó a sus padres y les dijo que estaba embarazada.
—¿Intentaron denunciar a Jack Collins?
—No. Ella nunca identificó a su amante, hizo creer a mis abuelos que pertenecía a la elite de su círculo de conocidos. La única persona que sabía la verdad era tía Laurel. Mamá le había confiado el secreto. Conque cuando Wild Jack Collins apareció años más tarde como el evangelista Jackson Wilde (y el cambio de nombre se debió indudablemente a que tenía que borrar su rastro), tía Laurel empezó a escribir acerca de su ascensión a la fama.
»Por lo visto, sedujo a la madre de Josh igual que a la mía. La familia de ella era protestante, y por eso aceptaron a Jack algo mejor de lo que habrían hecho los Laurent, que eran católicos hasta la médula. Eran también mucho más ricos que mis abuelos. Él vio una buena oportunidad y la aprovechó. Según sus escritos, tía Laurel supuso que él utilizó el dinero de sus suegros para ampliar su evangelización a la radio y a la televisión.
—Eso significa que Josh...
—Es mi hermanastro —le interrumpió ella con una sonrisa dulce.
—Y por eso decidiste encontrarte con él.
—Quería saber si era como nuestro padre o si por el contrario era un hombre íntegro. Es débil; sin embargo, a pesar de que sólo nos hemos visto una vez y poco rato, creo que es una persona respetable.
—No demasiado respetable. Se acostaba con la esposa de su padre.
Claire no percibió el leve reproche de él y se apresuró a defender a su hermanastro.
—Josh era otra víctima de los abusos emocionales de Jackson Wilde. Tener una aventura con Ariel fue su forma de vengarse.
—Y la tuya fue matarlo.
—Le hice un favor al mundo, Cassidy. Ariel finge ser una viuda afligida, pero ha obtenido de la muerte de Jackson lo que deseaba: la fama que antes tenía él. Y Josh se ha liberado de la persona que lo atormentaba.
—¿No estás exagerando un poco? Wilde no tenía encadenado a Josh.
—A nivel emocinal, sí. Josh quería ser concertista de piano. Wild Jack tenía otros planes. Quería un músico que se identificara plenamente con su obra, así que se mofó de las ambiciones de Josh y menospreció su talento, hasta que Josh perdió la seguridad en sí mismo. En definitiva, se convirtió en lo que su padre quería que fuera.
—¿Todo esto te lo contó Josh?
—Me dijo que puesto que Ariel lo había expulsada de la congregación, él quería volver a reemprender sus estudios de música clásica, su primer amor. Luego fui atando cabos.
—¿Y tu madre?
—¿Qué pasa con mi madre?
—¿Ha relacionado alguna vez a Jackson Wilde con Wild Jack Collins?
—No, gracias a Dios. Debió de haber cambiado mucho durante los últimos treinta años. Ya sabes que es incapaz de retener en la mente un pensamiento durante mucho tiempo, así que aunque lo hubiera reconocido de forma fugaz, no lo recordaría.
Cassidy frunció el entrecejo y la miró de reojo con escepticismo.
—Claire, te aconsejo de verdad que no digas nada más sin que esté presente un abogado.
—Renuncio a mi derecho a un abogado, Cassidy. He hecho una confesión pública y una multitud ha sido testigo de ello. No tengo intención de retractarme. Te diré todo lo que quieras saber. Aunque —añadió ella—, tú ya lo habías adivinado casi todo.
—¿Qué quieres decir?
—Que acertaste en lo de cómo entré en la habitación de Jackson Wilde. ¿Recuerdas nuestra charla mientras paseábamos por el barrio Francés, cuando reconstruimos la ruta que hice la noche del asesinato?
—Estás a punto de decirme que todo aquello fue una pérdida de tiempo.
—En realidad, aquella noche di un paseo. Mucho después. Cuando regresé a Sedas de Francia de mi paseo descubrí que mamá se había marchado.
—Por una extraña coincidencia, ella se había ido al hotel Fairmont aquella noche.
—Sí.
—Pues hizo una buena excursión.
—Tal vez cogió un autobús.
Cassidy se abstuvo de hacer comentarios.
—Continúa —dijo él—. Estabas a punto de decirme cómo entraste en la suite de Wilde. ¿Te ayudó Andre?
—No. En ningún momento —afirmó ella, negando rotundamente con la cabeza—. Andre es completamente inocente. Jamás he mentido acerca de eso. Nadie sabía lo que yo planeaba.
—¿Ni Yasmme?
—Ni siquiera ella. Lo hice todo sola. Jamás habría comprometido a un amigo.
—¡No, por Dios! Sin embargo, has sido capaz de asesinar a un hombre a sangre fría.
—¿Quieres oír esto o no?
Cassidy se levantó de un salto de la silla, haciendo tintinear las tazas.
—¿Qué demonios te crees? ¡No, maldita sea! ¡No quiero oírlo! —gritó él—. Y si tuvieras una pizca de sentido, llamarías a un abogado, y éste te prohibiría hasta decir «salud» si yo estornudaba.
Cassidy se había quitado la chaqueta al entrar en la casa, antes de que las ventanas que habían abierto tu vieran la oportunidad de ventilarla y refrescarla. Unos tirantes grises se cruzaban en su espalda. Se había subído las mangas de la camisa hasta los codos. Ahora se aflojó la corbata.
Claire observaba cómo los dedos ágiles de Cassidy aflojaban el nudo Windsor, sabiendo que jamás volvería a sentirlos sobre su piel. El recuerdo le provocó dolor en la parte inferior de su cuerpo, un vacío doloroso y penetrante. En lugar de recrearse en aquella nostalgia, Claire se concentró en la ira de él y la utilizó para convertirlo en su adversario.
—Mientras estábamos en el café Du Monde—prosiguió ella—, dijiste que suponías que el asesino estaba esperando a Wilde cuando él regresó a su suite. Tenías razón.
—No me lo digas, Claire.
Haciendo caso omiso de su consejo, ella continuó:
—Me dispuse a esperarlo en un pasillo contiguo. Cuando entró la camarera para abrir la cama, me colé en la suite de Wilde y me escondí en un armario. Estuve allí casi una hora antes de que él entrara.
—¿Solo?
—Sin Ariel, sí. Estuvo un rato mirando la televisión. Yo la oía desde el armario. Se duchó y luego se acostó. Cuando lo oí roncar, salí y me metí de puntillas en su dormitorio. Le disparé tres veces.
—¿Llegaste a hablar con él?
—No. Tuve la tentación de despertarlo. Quería ver el miedo en sus ojos. Me habría gustado que supiera que iba a morir a manos de su propia hija. Me habría gustado hablarle en nombre de mamá para comprobar si eso provocaba alguna respuesta por su parte, si despertaba algún recuerdo. Pero era un hombre corpulento. Tuve miedo de despertarlo. Podría haberse resistido y arrebatarme la pistola.
»Pero me quedé a los pies de su cama durante mucho rato. Lo contemplé, sintiendo que lo odiaba; odiaba la forma en que había abusado de las personas que lo habían amado Mamá. Josh. Ariel. Lo hice por todos nosotros.
»Él estaba allí, tumbado, durmiendo con aquel aire de satisfacción en una suite de lujo pagada por personas que no disponían de medios económicos para enviarle donativos, y que lo hacían porque creían en él. Había un Rolex encima de la Biblia, en la mesita de noche. Ese simbolismo me hizo sentir ganas de vomitar. Se aprovechaba de aquello por lo que los mártires habían muerto a través de los siglos, por lo que todavía mueren.
Impaciente, Cassidy regresó a su asiento, frente a ella.
—Le disparaste tres veces. ¿Por qué, Claire? ¿Por qué tres?
—En la cabeza por la forma en que deliberadamente distorsionó el cristianismo para servir a sus propósitos personales. En el corazón para que pagara por todos los corazones que había roto. En su virilidad por la forma poco escrupulosa en que sedujo y luego abandonó a una mujer joven y sana que merecía ser amada.
—Lo destrozaste, Claire.
—Sí. —Ella tragó con dificultad—. Fue repugnante. No esperaba... Cuando vi la sangre me marché corriendo.
—¿Cómo saliste del hotel?
—Igual que entré. Nadie del piso me vio porque los únicos que estaban registrados en aquellas habitaciones eran los Wilde. Bajé en el ascensor hasta el vestíbulo y salí por la salida de la calle University. —Se humedeció los labios y contempló a Cassidy con nerviosismo—. Y para ocultar mejor mi identidad, en caso de haber dejado alguna pista, me vestí como mamá.
—¿Que hiciste qué?
—Me puse uno de sus vestidos y el sombrero que utilizaba cuando planeaba fugarse, y llevaba su maleta.
—Muy inteligente. Y luego, si le preguntaban a un testigo a quién había visto en el hotel a aquella hora de la noche, describiría a Mary Catherine. Y luego la dejarían marchar inmediatamente, porque es sabido que ella actúa de una manera extraña y el personal del hotel está acostumbrado a verla pulular por allí vestida de aquella manera, con una maleta en la mano.
—Exacto. Con lo que no contaba es con que mamá fuera allí de verdad aquella noche.
—¿Sin su sombrero y sin su maleta?
La pregunta la desconcertó durante un momento.
—Por supuesto que los llevaba.
—Creía que habías dicho que los llevabas tú.
—Los llevaba yo. Pero volví a casa y me cambié de ropa antes de irme a pasear. Fue entonces cuando ella se escapó.
—No estoy seguro de que todo eso coincida con la hora de la muerte de Wilde —respondió Cassidy ceñudo—. Si yo fuera tu abogado, utilizaría esas discrepancias de horario para sembrar una duda razonable entre el jurado.
—No habrá jurado porque no habrá juicio. Ya he confesado. Una vez se dicte la sentencia, todo habrá terminado.
—Parece como si lo estuvieras deseando —protestó él, enfadado—. ¿Tantas ganas tienes de pasar el resto de tu vida en la cárcel?
—¿El resto de mi vida?
Ella apartó la mirada.
—Lo que quiero es acabar enseguida con esto.
Soltando tacos a mansalva, Cassidy se mesó los cabellos con los dedos.
—¿Por qué no te deshiciste de la pistola, Claire? ¿Por qué no la echaste al río aquella noche mientras paseabas?
—Ojalá lo hubiera hecho —contestó ella con tristeza—. Nunca imaginé que pudiera ir a parar al laboratorio de la policía.
—Las únicas huellas que había en aquella pistola eran las de Yasmine.
—Yo llevaba los guantes de mamá.
—Podemos examinarlos para buscar restos de pólvora.
—Los destruí y le compré unos nuevos. No encontraréis nada.
—Eres realmente lista, ¿verdad?
—Bueno, ¡en principio pretendía salir impune de esto! —dijo ella con aspereza—. Pero tú eres tan perseverante...
Él hizo caso omiso de aquello y preguntó:
—¿Cuándo birlaste la pistola del bolso de Yasmine?
—La semana antes de utilizarla. Ella vino aquí para pasar una noche. Viajaba tan a menudo en avión y era tan descuidada con sus pertenencias que yo sabía que cuando se diera cuenta de que la pistola había desaparecido no le daría importancia. La devolví unos días más tarde, después de que tú me interrogaras acerca del arma. Tal y como esperaba, Yasmine pensó que no la había buscado bien.
—Esto no cuadra con tu carácter, Claire. Al utilizar la pistola de Yasmine, la estabas implicando en un asesinato.
—No imaginé que esa pistola volvería a dispararse. Y ciertamente no esperaba que Yasmine se suicidara con ella. —Las lágrimas se agolparon en sus ojos. Los acontecimientos se habían desarrollado muy rápidamente desde su regreso de Nueva York, aquella mañana, y todavía no había tenido la oportunidad de llorar en privado la pérdida de su amiga—. Ojalá me hubiera deshecho de aquel maldito trasto. Yasmine estaba más destrozada emocionalmente de lo que pensaba. Se veía a la legua que ocurriría algo desastroso. Pero estaba demasiado ocupada para darme cuenta de eso, demasiado enfrascada en mi propia crisis, demasiado involucrada en... —De repente interrumpió la frase y miró a Cassidy, luego, rápidamente, bajó los ojos—. Estaba demasiado involucrada en esta investigación de asesinato para darme cuenta de que, aunque en silencio, estaba pidiendo ayuda a gritos. Le fallé.
Cassidy guardó silencio durante un momento. Luego preguntó:
—Aquella noche, cuando te encontraste cara a cara con Jackson Wilde en el Superdome, ¿qué sentiste por él?
—Es curioso —respondió ella suavemente—. No sentí el odio implacable que esperaba sentir. Creyó que yo era una nueva conversa y me colocó las manos sobre la cabeza. No hubo corriente cósmica. No sentí ningún vínculo místico, ni físico ni emocional. Cuando lo miré a los ojos esperaba experimentar una chispa de reconocimiento, un clic biológico, algo profundo dentro de mí.
»En lugar de eso, me encontré mirando a los ojos a un extraño. No sentí ninguna clase de atracción magnética hacia él. No quería reivindicarlo como mi padre, igual que él no deseó hacerlo conmigo hace treinta y dos años. —Levantó ligeramente la cabeza—. Me alegro de que nunca me conociera. Después de destrozar el corazón y la mente de mi madre, no merecía el privilegio de conocerme.
—Bravo por ti, Claire.
Él la contempló durante mucho rato, con una mirada rebosante de admiración. Incluso levantó la mano hacia la mejilla de ella, pero la dejó caer antes de tocarla. Por fin se levantó.
—Tengo que ir al coche y llamar a Crowder. Probablemente a estas horas ya se estará subiendo por las paredes. ¿Hay algo de comer en la casa?
—No tengo hambre.
—Tienes que comer algo.
Claire se encogió de hombros con indiferencia.
—Hay un café en la esquina. No parece nada especial desde fuera, pero el señor Thibodeaux hace unos bocadillos de ostras fritas muy buenos.
—Suena bien. Vamos.
—Yo me quedo aquí...
—Ni hablar. Además, prometiste a Harry que la telefonearías.
Claire no tenía energía suficiente para discutir con él. Su boca expresaba resolución y su postura no invitaba a discusión. Sintiéndose como si pesara quinientos kilos, Claire salió de la casa delante de él.
—Quiero hablar con el ayudante del fiscal Cassidy.
—Ha marcado un número equivocado. Está llamado al departamento de policía, señor.
—Ya lo sé. Pero la oficina del fiscal ya está cerrada.
—Así es. Llame mañana.
—¡No, espere! No cuelgue.
Andre Philippi se estaba poniendo nervioso. Finalmente se había armado del valor suficiente para llamar a Cassidy, pero sus intentos se habían frustrado, primero por el horario y luego por aquel funcionario incompetente, negligente y abúlico de la comisaría de policía.
—Es imprescindible que contacte esta noche con el señor Cassidy. Debe de haber alguna manera de encontrarlo después de las horas de trabajo. ¿Tiene un buscapersonas?
—No lo sé.
—Entonces, ¿puede preguntárselo a su superior?
—¿Es que quiere denunciar un crimen?
—¡Quiero hablar con el señor Cassidy! —La voz de Andre, de timbre agudo ya por naturaleza, se elevó hasta un falsete. Consciente de que se estaba poniendo histérico y dándose cuenta de que su forma de hablar lo delataba, se obligó a calmarse—. Es sobre el caso de Jackson Wilde.
—¿El caso de Jackson Wilde?
—Así es. Y si usted se niega a cooperar, estará obstruyendo el curso de la justicia. —Andre esperaba que ése fuera el término correcto. Había leído una vez esa frase y parecía apropiado utilizarla ahora. En cualquier caso, intimidaba lo suficiente para obtener resultados.
—No cuelgue.
Mientras Andre esperaba que el funcionario volviera a la línea, examinó una vez más la primera página de los periódicos de la tarde. Según los artículos de última hora, Yasmine había sido descartada de cualquier implicación en el caso del asesinato de Wilde. Pero el pie de una fotografía borrosa en blanco y negro sugería que Yasmine había participado en actividades subversivas y que posiblemente estuviera mentalmente perturbada. La injusticia de las alegaciones sentó a Andre como una bofetada. Al igual que su maman, a Yasmine no la habían apreciado ni protegido debidamente. No lo podía tolerar por más tiempo.
Y para empeorar más aquella injuria, el segundo titular decía que Claire Laurent había confesado ser la asesina de Jackson Wilde. Con seguridad, allí había algún error. ¿Por qué, en nombre del cielo, iba Claire a confesar ser la autora de un asesinato? Era absurdo. Y además era mentira. Sus intentos por encontrarla para que le diera una explicación no tuvieron éxito. En Sedas de Francia nadie contestaba al teléfono.
Todo el mundo parecía haberse vuelto loco. Él era el único que aún estaba cuerdo en medio de aquel desenfreno. Para acabar con esos lamentables malentendidos, no le quedaba otra opción que ponerse en contacto con el señor Cassidy.
—¿Hola? ¿Está usted ahí todavía?
—Sí —le contestó Andre con impaciencia—. ¿Me puede dar el número privado del señor Cassidy?
—No, lo siento. Me han dicho que él no estará en todo el día y que probablemente mañana por la mañana hará una declaración.
—Yo no soy de la prensa.
—Claro. Si usted lo dice.
—Lo juro.
—Mire, si quiere le daré su nombre y número a un detective que se llama Howard Glenn y que ha estado trabajando con Cassidy.
Andre se acordó de aquella bestia desaliñada que irrumpió en su hotel al día siguiente del asesinato.
—Sólo hablaré con el señor Cassidy.
—Como usted quiera, amigo.
El policía colgó, dejando a Andre nervioso y perdido. Reflexionó acerca de lo que debería hacer. Era incapaz de concentrarse en su trabajo. Por primera vez durante el ejercicio de su cargo como responsable de noche desatendía sus responsabilidades y a sus huéspedes. ¿Por qué no contestaba nadie el teléfono en Sedas de Francia? ¿Dónde estaba Claire? ¿Dónde estaba el señor Cassidy?
Y cuando finalmente hablara con él, ¿tendría el valor suficiente para decirle lo que tenía que decir?