Capítulo 16

BRITTANY había dicho que no quería volver a verlo.

Wes escuchó tres veces el mensaje que le había dejado en el contestador automático de su móvil, aunque había entendido cada una de las palabras desde un primer momento.

Se había terminado. Era tan simple como eso. Britt lo había dejado.

Y a Wes no le parecía gracioso. Aquello no tenía ni una pizca de gracia. Pero, de algún modo, le parecía que no tenía sentido, considerando todo lo que conocía de esa mujer.

Aunque cabía la posibilidad de que no la conociera tanto como creía.

Sin embargo, a pesar de que sólo habían pasado algunos días juntos, Wes conocía a Brittany Evans mejor de lo que conocía a cualquier mujer sobre la Tierra. La conocía por dentro y por fuera. Podía apostar todo lo que tenía a que ella lo amaba perdidamente.

Y, si no era suficiente, Wes se apostaba entero a que Britt lo amaba.

De hecho, era lo que estaba haciendo al conducir hacia Los Ángeles para forzarla a repetir esas falsas palabras de despedida, aunque esta vez, tendría que hacerlo frente a frente.

Todavía le faltaba media hora para llegar, a pesar de que iba a más velocidad de la permitida.

Ella había sonado tan alegre y relajada con la idea de no volver a verlo, que Wes no terminaba de creerla.

A ratos pensaba que, tal vez, se había equivocado. Que quizá los días que habían compartido para ella no habían sido más que un amorío ocasional. Apenas unos cuantos días llenos de risas, sexo intenso y diversión.

Brittany seguía buscando al hombre perfecto, al príncipe azul. Probablemente, no lo estaba buscando con desesperación, pero seguía deseando el final de los cuentos de hadas. Un marido que la amara, una familia y un hijo para vivir felices y comer perdices.

Pero él no era el príncipe azul. Ni siquiera se lo parecía. Era, simplemente, alguien con quien se había divertido durante algunos días. Alguien que no había sido más que una grata compañía.

Sin embargo, Wes no podía culparla por no querer tenerlo cerca el resto de su vida.

No quería pensar, pero aquella media hora que faltaba para llegar, se le estaba haciendo insoportablemente eterna.

Entonces, decidió llamarla desde su móvil. Marcó el número de la casa y espero. El timbre del teléfono sonó dos veces. Wes rogó que estuviera ahí 'para atenderlo.

—¿Hola?

Wes respiró hondo; necesitaba tranquilizarse y decir algo inteligente.

—Hola, Britt. Soy yo, Wes.

—Lo siento —respondió ella—. Andy no está en casa.

La respuesta lo confundió.

—Lo sé. No va a regresar hasta mañana por...

—Ah, hola, Beatriz —lo interrumpió—. No te había reconocido la voz. ¿Estás acatarrada? No, Andy se ha ido a Nevada a jugar un campeonato.

Wes no entendía nada. Se suponía que Andy viajaría a Phoenix, pero de todas maneras, estaba en San Diego acompañando a Dani. Por otra parte, no comprendía por qué Britt lo había llamado Beatriz.

—Brittany, qué...

—Le diré que lo has llamado —dijo ella. Su voz sonaba extraña y se notaba que estaba tensa.

—No te preocupes, le diré que ha llegado el libro que había pedido —continuó—. ¿Cuál era el título? ¡De los fusiles a las bombas. Historia de las armas de guerra modernas! Sí, lo estoy apuntando.

—Brittany, por Dios, ¿qué está pasando? Hay alguien más en la casa.

—Sí.

Wes hizo una pausa para pensar.

—¿Te están apuntando con un arma? —preguntó, aterrorizado.

—Sí.

Al escucharla, Wes pisó el acelerador a fondo.

—Ah, que hay otro libro más... —dijo Britt.

—¿Cuántos? ¿Quiénes son?

—Sólo uno. Perfecto, se llama Piedras preciosas de Norteamérica. Lo he apuntado. Gracias, Beatriz.

Era obvio que estaba tratando de decirle algo con el segundo título, pero Wes no alcanzaba a comprender qué.

—Brittany, no te entiendo. ¿Qué me estás diciendo? ¿Piedras preciosas...?

—Sí, es correcto. Andy está particularmente interesado en las piedras que tienen fósiles en su interior. ¿Cómo se llaman? Nunca lo recuerdo.

—Ámbar, esas piedras se llaman... —entonces, se dio cuenta de lo que estaba diciendo—. ¡Demonios! ¿Esto tiene que ver con Amber Tierney?

—Sí

—¿Ella también está ahí?

—No, es un viejo admirador. Ahora, Wes lo entendía todo. Quien estaba con Brittany era el hombre que acechaba a Amber.

—¿Te ha hecho daño? —preguntó.

—No, todavía... —respondió—. Ay, lo siento, Beatriz. Tengo que colgar. Alguien está llamando a la puerta.

—Estoy de camino, preciosa. En treinta minutos estoy contigo.

—No, no —dijo Britt—. Estoy... Me alegra saber que Andy está aprovechando tus consejos. Siempre lo he alentado para que pida ayuda cuando sea necesario.

—De acuerdo, pediré ayuda. Y llegaré tan rápido como pueda. Dios mío, preciosa... Te amo. Ten cuidado.

Pero ella ya había colgado.

Mientras conducía a toda velocidad por la autopista, Wes llamó a la policía.

A Brittany le ardía la muñeca de dolor, y se lastimó más cuando el hombre le arrancó el teléfono de las manos.

Wes le había dicho que estaba en camino.

Pero ella no quería que fuera hacia allá. Quería que llamara a la policía desde San Diego, donde estaba a salvo y fuera del alcance de aquel desquiciado con revolver que estaba en su cocina.

—Has hablado mucho —comentó el hombre.

Tenía los ojos fijos, casi con la mirada muerta. Britt se preguntó cómo diablos Amber había podido creer que alguien con unos ojos así podía ser inofensivo.

—Era Beatriz, la bibliotecaria —respondió—. Le gusta hablar conmigo... éramos amigas. Si le hubiese cortado, le habría parecido extraño, y podría haber pasado por aquí después del trabajo.

Brittany sabía que los martes por la tarde la biblioteca pública estaba cerrada, por lo que rezó para que el loco no estuviera lo suficientemente familiarizado con la biblioteca como para conocer los horarios y saber que allí no trabajaba ninguna Beatriz.En ese momento, él volvió a apuntarla con el arma.

—¿Cuál es su número de teléfono?

Otra vez estaba preguntando por Wes.

Britt necesitaba ganar tiempo, porque Wes debía de estar hablando con la policía de Los Ángeles, en ese preciso instante.

—Francamente, no lo sé de memoria —contestó—. Lo tengo escrito en un papel. Está en mi monedero.

Entonces, señaló hacia su bolso, que estaba sobre una de las sillas de la cocina.

El hombre alcanzó el bolso en dos zancadas y, luego, lo vació sobre la mesa.

No caminaba igual que en San Diego. Según parecía, el arrastrar los pies había sido una actuación.

Sin duda, sólo una parte de su interpretación de bicho raro inofensivo.

Britt comenzó a atar cabos. Todo comenzaba a tener sentido. Las llamadas constantes tanto a su casa como a la de Wes. Amber había estado recibiendo llamadas similares.

Después, la acusación en la terraza de la heladería.

—La has hecho llorar —había dicho el hombre en San Diego.

Evidentemente, se estaba refiriendo a Amber.

—¿Cuándo he hecho llorar a Amber? —preguntó Britt.

Él retrocedió y le indicó que se acercara a la mesa.

La mujer se estremeció de dolor al apoyar la muñeca para ponerse de pie.

—Ella llamó por teléfono a su novio, y él estaba contigo —respondió—. Se iba a quedar en ese hotel, pero después de salir de su garaje, estacionó al costado de la carretera y lloró.

Al parecer, el loco había pensado que eso había tenido alguna relación con Wes y Brittany. Y se había creado una historia mental, que los tenía a ellos tres como protagonistas del triángulo amoroso.

—¿No se te ha ocurrido pensar que Amber podía estar llorando porque tenía miedo? —preguntó

—. ¿.Por qué te tenía miedo?

Britt se arrepintió de lo que acababa de decir. No había sido una buena idea y el hombre no parecía muy feliz después de haberla oído.

—Lo siento —se disculpó, rápidamente—. Por supuesto que no.

—Encuentra ese teléfono —ordenó él.

—Lo estoy buscando —respondió, a la vez que revolvía entre los papeles de su bolso—. Dame un minuto.

Mientras tanto, Brittany rogó para que Wes no fuera hasta allí solo.

—No tengo mi arma —le dijo Wes a Bobby, que ya estaba a bordo de un helicóptero—. Tengo un cuchillo y un chaleco antibalas en el maletero. Pero además de eso, no tengo más que mis manos y mis pies.

Si conseguía entrar en la casa y acercarse al acechador lo suficiente, podría hacerle bastante daño. Aunque el maldito canalla tuviera un revólver, le bastaría con sus puños, unas cuantas patadas y un cuchillo bien afilado.

—Mike Lee ha localizado una zona de edificios cerca de la casa de Brittany —lo informó Bobby—. Llegaremos unos cinco minutos después que tú.

La policía de Los Ángeles lo había dejado esperando, así que Wes había decidido llamar al teniente Jones a la base naval. Tuvo suerte porque parte del equipo de helicópteros ya estaba en vuelo, camino a una zona de prácticas con armas no convencionales.

Jones lo había conectado con el helicóptero de Bobby, y les había indicado que se dirigieran a Los Ángeles.

En ese momento, Wes oyó la alarma que indicaba que tenía una llamada en espera y miró la pantalla de su móvil.

—Tengo una llamada, Bobby. Es Brittany. Te volveré a llamar en cuanto pueda. Cortó y tomó la otra llamada.

—¿Hola?

—Hola. ¿Wes? Soy Brittany.

El marino notó que su voz seguía sonando extraña. Como si alguien la estuviera apuntando con un arma a la cabeza.

—¿Estás bien? —preguntó. Era una pregunta estúpida. Era obvio que no estaba bien.

—Estoy bien. ¿Tú cómo estás? —respondió. Claramente, Brittany estaba intentado que pareciera una conversación normal.

—Me estoy volviendo loco. Estoy muy preocupado por ti, preciosa —afirmó Wes—. Creo que debo de tener suerte, porque no me ha detenido ningún coche patrulla en el camino, y estoy conduciendo más rápido que nunca. Aún me quedan siete minutos para salir de la carretera. He intentado llamar a la policía local un par de veces, pero no he conseguido comunicarme. Según pude oír en la radio, hay algún problema en el centro de la ciudad. Han tenido que sacar incluso a los carros antidisturbios. Pero está bien. Estaré contigo en unos minutos.

—No —gritó ella, pero luego se detuvo.

—No te preocupes —afirmó Wes—. No voy solo. Llevo refuerzos. Bobby y otros compañeros de equipo se reunirán conmigo cerca de tu casa. ¿Estás segura de que ese loco está solo y que no tiene más armas?

—Sí. Pero, Wesley...

—Nadie va a resultar herido —aclaró—. Te lo prometo.

—Te extraño —susurró Britt.

Wes no estaba seguro de si lo que ella acababa de decir era algo sincero, o formaba parte de la actuación que estaba haciendo para engañar al loco. En cualquier caso, al oírla hablar así se le había hecho un nudo en la garganta.

—Wes, ¿podrías venir a Los Ángeles?

Era claro que aquella pregunta respondía a las indicaciones del acechador. Pero resultaba casi irónico.

—¿Hoy? ¿Por favor? —agregó.

—Vamos a hacer una revisión de la zona antes des entrar —explicó Wes—. Vosotros no nos vais a escuchar, pero estaremos llegando dentro que quince minutos. En cuanto oigas algo, cualquier ruido que indique que estamos entrando, tírate al suelo, ¿de acuerdo? O mejor aún... Ya sé: dentro de quince minutos exactos, dile que necesitas ir al baño. Entra, cierra la puerta y quédate ahí. Métete en la bañera, tesoro. Túmbate ahí, ¿de acuerdo? Sé que suena estúpido, pero servirá para protegerte si él comienza a disparar.

—¿Crees que podrías llegar esta noche? Sí, a las ocho estaría bien.

—Lo estás haciendo muy bien, Britt. Deja que crea que pasarán varias horas antes de que yo llegue.

—Conduce con cuidado —respondió ella, siguiendo con su actuación.

—Cuídate tú, también.

—Nos veremos a las ocho, entonces.

—Nos veremos pronto, Britt. Recuerda, en quince minutos, vete al baño. Y no salgas hasta que yo te diga, ¿de acuerdo?

—De acuerdo. Adiós, Wes.

Un segundo después, cortó la conversación.

Wes se estremeció. El adiós de Britt sonaba a despedida y sintió que había algo que no había podido decirle.

Entonces, presionó aún más el acelerador.

Sólo faltaban catorce minutos para que Wes llegara. Pero por la expresión de los ojos del acechador, Brittany pensó que estaría muerta en un minuto.

—Estará aquí a las ocho en punto —dijo ella, devolviéndole el teléfono.

Entonces, el hombre comenzó a abrir los armarios de la cocina, buscando el cajón de los cuchillos.

Lo encontró, sacó el cuchillo de trinchar el pavo y lo apoyó en la encimera, cerca del fregadero.

—¡Epa! —dijo Britt—. Ése es un cuchillo muy grande. Ten cuidado, podrías cortarte.

Él se volvió para mirarla con aquellos aterradores ojos de loco.

—Nunca he tenido que cortarle la cabeza a nadie —respondió.

—¿Tener? No creo que sea algo que nadie realmente tenga que hacer.

—Pero es lo que va a suceder —informó.

Entre la sangre de la habitación y el diálogo que estaban manteniendo, la escena parecía salida de una mala película de terror. Brittany sabía que necesitaba hacer tiempo. Tenía que hacerlo hablar, todavía faltaban trece minutos y medio para que Wes llegara.

—De acuerdo. Llego a casa y encuentro toda esa sangre sobre mis sábanas. ¿Cómo sigue la historia?

—Tu amante llega a casa y te encuentra —contestó—. Muerta.

—Dios mío —murmuró Britt, aunque la respuesta no la había sorprendido—. ¿Y cómo? ¿Cómo me asesinan?

Sin lugar a dudas, aquélla era la conversación más rara de toda su vida.

Pero aquel hombre desquiciado, era hijo de alguien. Alguien lo había amado, a pesar de su enfermedad mental. En algún lugar, tenía que tener restos de humanidad. Quizá, si hablaban lo suficiente, Britt podría conectar con él.

—Te han disparado en la nunca —continuó el hombre—, y tu cabeza está en el fregadero de la cocina.

—Eso no es muy agradable.

—Lo que has hecho tampoco fue muy grato —replicó, furioso—. Le has robado el novio a Amber y le has roto el corazón. Ella no dejaba de llorar.

—¿Amber estaba en esa película? —preguntó.

Aquel terrible escenario tenía que haber salido de una película. En algún lugar, Britt había leído que Amber había hecho varias películas horribles de segundo nivel, antes de convertirse en una estrella de telenovelas. Seguramente, la pesadilla que Britt estaba viviendo estaba en el guión de alguna de esas películas.

—Si, se llamaba Hasta que la muerte nos separe —respondió—. Era genial. El novio de Amber se fugaba con otra mujer, y ella lloraba sin parar, porque no sabía que tenía un admirador secreto. Él los castigaba, a ellos... y a todos los que la habían hecho llorar.

—¿Y qué pasa con el novio de Amber? Britt tenía que mantenerlo hablando por once minutos más.

—Le disparan. Justo en el corazón. Y Amber se casa con su admirador secreto y viven felices para siempre.

La mujer no podía creer que él creyera que eso sería lo que ocurriría finalmente.

—¿No había una investigación policial? —preguntó—. ¿No lo arrestaban por asesinato? El hombre la miró sin comprender.

—¿Por qué lo arrestarían? Nadie sabía que los conocía.

—Pero sus huellas digitales estaban por todo el piso.

El loco frunció el ceño.

—Eso no estaba en la película.

—Justamente, porque se trataba de una película, y no de la vida real. En la vida real, la policía encuentra huella. Tú no quieres hacer esto de verdad, ¿no es cierto?

Él levantó el arma.

—No tengo tiempo que perder. No sé cuánto me voy a demorar en prepararlo todo.

Para entonces, aún restaban diez minutos para la llegada de Wes.

—Necesito ir al baño —dijo Britt. Era demasiado pronto, pero valía la pena intentarlo.

—Dentro de un minuto, ya no necesitarás ir —respondió y la apuntó con el revólver.

Wes llamó a Bobby desde el jardín lindero al piso de Brittany.

—Estoy aquí —afirmó, mientras habría el maletero y se ponía el chaleco—. ¿Dónde estáis, chicos?

—A tan sólo cinco minutos de allí —respondió Bobby.

—No puedo esperar —afirmó Wes—. Me voy a acercar a la casa, para echar un vistazo.

En ese preciso instante, sonó un disparo. Luego otro y otro y otro. Las explosiones retumbaron en todo el barrio.

Wes maldijo y corrió a casa de Brittany.

Brittany se metió en el baño y trabó la puerta con fuerza.

Gracias a la calidad de las construcciones de finales del siglo XIX, la sólida madera de la puerta ni siquiera tembló con el impacto de las balas.

Por suerte, el demente acechador nunca había ido a un campo de tiro, porque en una o dos clases le habrían enseñado a apuntar un arma correctamente

Aunque, desde luego, la nuca de una persona era un blanco muy pequeño. Disparar al corazón debía de ser mucho más fácil.

En el pasillo, el loco trataba de empujar la puerta con el cuerpo.

—¡Abre!

Pero ella sabía que si quería seguir con vida, bajo ninguna circunstancia, tenía que abrir esa puerta.

La ventana del baño estaba trabada. De todas formas, era demasiado pequeña para que pudiera escapar por ahí. Así que tendría que romperla, para poder advertirle a Wes lo que ocurría.

Llegaría en un minuto, y el psicópata admirador de Amber trataría de dispararle al corazón. Y ella no se lo iba a permitir que eso pasara.

Entre sollozos, agarró la tapa del tanque del inodoro y la lanzó contra la ventana con todas sus fuerzas. Al hacerlo, se golpeó la muñeca rota.

Wes se movió lentamente. Si embestía la puerta de entrada, el hombre armado tendría la ventaja definitiva.

Necesitaba estar tranquilo y hacer las cosas bien.

Tenía que trepar al segundo piso y mirar a través de las ventanas. Averiguar dónde estaba el acechador y dónde estaba Britt.

Mientras planeaba los pasos a seguir, rogó que ella estuviera viva.

El mundo de Brittany estaba sumergido en el dolor. Dolor y amarga desilusión.

La muñeca le dolía tanto que le provocaba arcadas. Pero, lo peor, era la desilusión.

Después del fallido intento con la tapa del tanque del inodoro, recordó que, hacía algunas semanas, Andy le había dicho que el casero había reparado la ventana con pegamento irrompible.

Por tanto, no podría ni abrirla ni romperla.

Por tanto, no tenía cómo prevenir a Wes.

Podía oír al helicóptero de Bobby acercándose al lugar. También oyó el sonido de unas sirenas en la distancia. Alguien había oído los disparos y había conseguido comunicarse con la policía.

La mayoría de las persianas de la habitación de Brittany estaban cerradas. Eso era bueno. Servirían para ocultarlo, mientras echaba un vistazo a la habitación a través de las tablillas.

Lo que vio dentro le hizo perder el equilibrio por un momento, y tuvo que obligarse a mirar de nuevo.

La habitación estaba bañada en sangre. Creyó que había llegado demasiado tarde y que Brittany estaba muerta.

Tenía que estarlo. Nadie podía sangrar tanto y seguir con vida.

Aunque sintió que una parte de él también había muerto, Wes se mentalizó para entrar en combate. El asesino de Brittany estaba ahí, en la sala, junto a la puerta del baño.

Wes se juró que lo mataría.

Acto seguido, agarró el cuchillo y se aferró a la cornisa que tenía encima. Luego se balanceó hacia atrás, pateó el vidrio con fuerza y entró a través de la ventana Wes subió tan rápidamente como pudo, aunque habría preferido estar armado con algo más que un cuchillo afilado.

Con la muñeca rota o no, Brittany estaba preparada.

Tras oír el ruido de los cristales rotos, abrió la puerta del baño.

Tal como suponía, el psicópata estaba ahí. Entonces le arrojó la tapa del tanque del inodoro encima. Apenas le rozó la cabeza, pero le golpeó un hombro y lo hizo caer.

Pero no alcanzó para evitar que disparase de nuevo.

Las explosiones fueron ensordecedoras. Dos disparos certeros que impactaron en el pecho de Wes, haciéndolo caer de espaldas al suelo.

Pero un segundo después, como si fuese algún tipo de máquina sobrehumana, se puso de pie y avanzó hacia el acechador con los ojos llenos de furia.

Brittany estaba parada ahí, viva y entera, cerca del hombre armado, sin ninguna herida abierta.

A Wes le dolía el pecho con una intensidad insoportable, pero le importaba. Lo único que sentía era euforia.

En ese momento, comprendió lo que la madre de Lázaro había experimentado al verlo volver de la muerte.

—¡Arroja el arma!

Wes había tratado de gritar mientras pateaba el arma que el acechador tenía en la mano, pero no había conseguido emitir más que un leve susurro.

En tanto que, en lugar de ponerse a salvo, Brittany levantó la tapa del tanque del inodoro sobre su cabeza, golpeó al psicópata y lo dejó inconsciente de un sólo golpe.

Entonces, a Wes se le doblaron las rodillas y tuvo que frenarse con las manos para no caer redondo al piso.

—Agarra el arma —trató de decirle a Britt, pero ella siguió sin oírlo.

En cambio, lo ayudó a recostarse. A él le costaba respirar y el dolor era terrible. Así lo sentía entonces.

Importó poco que Britt no fuera por el arma porque Bobby y los otros estaban ahí, asegurándose de que aquel loco no hiriera a nadie más.

—¡Hombre, qué fetidez! —comentó Rosetti.

—No te mueras —dijo Britt, mientras trataba de abrir el chaleco de Wes—. ¡No te atrevas a morir!

Él no se iba a morir. Trató de decírselo pero no tenía aire suficiente en los pulmones como para poder emitir sonido alguno.

Después, Bobby se inclinó sobre él, metió los dedos en los dos orificios de bala que había en el chaleco de Wes y dijo:

—¡Auch! Eso tiene que doler.

—Por Dios, Skelly —protestó Lucky O'Donlon—, ¿para qué has pedido refuerzos si pensabas entrar por la ventana antes de que llegáramos?

—Tienes razón, pero mira lo que vio —puntualizó Bobby—. Si éste hubiera sido en el piso de Colleen, y desde afuera hubiese visto esta cama, yo también habría atravesado una ventana.

—¿Alguien piensa llamar a una ambulancia? -reclamó Brittany.

Ella no lo podía creer.

Estaban todos parados alrededor, charlando, mientras Wes se desangraba.

Con una muñeca rota, Brittany no podía quitarle el chaleco ni tampoco saber cuan mal herido estaba bajo la prenda.

—Lleva puesto un chaleco —le informó Rió.

—Ya sé que tiene un chaleco —respondió ella—. ¿Alguien me podría ayudar a quitárselo?

—Es un chaleco antibalas —aclaró Bobby. Recién entonces, el corazón de Brittany volvió a latir.

—Gracias a Dios.

—Sí, aunque debo decir que viendo dónde han impactado las balas —dijo Bobby, señalando los orificios—, es posible que tenga una costilla rota. Y, probablemente, también la clavícula. Hombre, eso debe de doler.

—Estoy bien —murmuró Wes. Luego, levantó una mano y mientras acariciaba a Britt en la mejilla, agregó:

—De hecho, no puedo recordar que alguna vez me haya sentido mejor.

—Ha llegado la policía —anunció.

Y, efectivamente, allí estaban. También habían llegado los paramédicos, que de inmediato se ubicaron en torno a Wes. Al tiempo que uno le controlaba la presión sanguínea, otro le auscultaba los pulmones.

Una de las costillas rotas podía haberle perforado un pulmón, pero él estaba bien.

Entretanto, otro paramédico colocó un entablillado provisional en la muñeca de Britt, y un cuarto se dedicó a atender al acechador.

Después, se lo llevaron en una camilla mientras Brittany firmaba la declaración que les había hecho a la policía.

Todo había terminado, pero ahora, su piso era la escena de un crimen. Una desastrosa y maloliente escena de crimen.

Autorizaron a Brittany a entrar para empacar algunas cosas, porque tendría que quedarse en un hotel hasta que los fotógrafos de la policía terminaran de registrar la habitación. Hasta entonces, no podría limpiar aquel desastre.

Aprovechó para agarrar también las cosas de Wes, las metió en otro bolso y las cargó torpemente hacia fuera, sosteniendo los dos bolsos con la mano sana

Wes se sentó en las escaleras que conducían al piso de Brittany. Le ardían los costados y los hombros. Los paramédicos habían intentado llevarlo al hospital para hacerle radiografías, pero él se había negado a ir. Definitivamente, tenía la clavícula rota. Lo sabía porque ya se la había fracturado antes y sabía también que no había nada que ellos pudieran hacer por él. No era una fractura que se pudiera escayolar.

Sólo iba a doler de manera insoportable un par de semanas; momento en que pasaría a doler horriblemente durante algunas semanas más.

Wes necesitaba que le hicieran radiografías, pero no iba a ir al hospital sin Brittany.

Cuando la vio bajar por la escalera, le preguntó:

—¿Qué te ha pasado en la muñeca?

—El loco me empujó y caí mal.

—Tendría que haberlo matado cuando tuve la oportunidad. He oído lo que has declarado a la policía. Brittany, todo ha sido culpa mía. Si no hubiera venido a Los Ángeles...

Ella no iba a permitir que se culpara de ese modo.

—No digas tonterías. Él podría haber perseguido a Amber, o a cualquiera de sus amigas, y ninguna habría podido evitar que la lastimase.

—Pero te lastimó a ti, y mucho.

A Wes le bastaba saber cómo la había golpeado, para sentirse mareado. Por tanto, se negaba a pensar en todo lo que el acechador de Amber, quien supuestamente se llamaba John Cagle, había pensado hacerle a Brittany.

En ese momento, ella se miró la muñeca entablillada y afirmó:

—Créeme, podría haber sido peor.

—Lo sé, Britt. Y, de verdad, lo lamento.

—Yo también.

Acto seguido, le alcanzó el bolso con sus cosas. Las había empacado, tal como había dicho en el mensaje que le había dejado en el contestador del móvil.

Wes se angustió al pensar que, entonces, tal vez había hablado en serio acerca de terminar con la relación.

—Lo siento, te he arrastrado de una crisis a otra crisis completamente distinta —dijo Britt. ¿Cómo está Lana?

—No lo sé —respondió—. No he estado mucho en su casa. Ronnie Catalanotto y Amber se iban a quedar con ella mientras intentaba dormir un poco.

—Oh —exclamó ella.

Wes no entendía a qué se debía esa reacción.

—Britt, ¿yo te gusto?

—Por supuesto —respondió ella, sin vacilar.

Él se rió porque ésa era una de las típicas respuestas de Brittany. Por supuesto que él le gustaba, no había motivos para que no lo hiciera. Pero en cuanto soltó la primera carcajada, el dolor en las costillas se volvió más intenso y Wes no pudo evitar maldecir.

—Perdón, es que...

—Eso debe de doler mucho —comentó Britt, llena de simpatía y preocupación.

Entonces, Wes no pudo resistir un segundo más.

—¿Te casarías conmigo? —preguntó. La proposición la sorprendió tanto que Britt ni siquiera pudo contestar.

—¿Por favor? —agregó Wes. Aunque ya era un poco tarde para sumar puntos por ser educado.

Ella se sentó en las escaleras, cerca de Wes.

—¿Estás hablando en serio?

—Sí, muy en serio.

—Has recibido mi mensaje, ¿verdad? —preguntó, mirándolo inquisitivamente—. Porque, entre otras cosas, decía que no estaba embarazada.

—Lo sé —respondió. No quiero casarme contigo porque creo que estás embarazada. Aunque si lo estuvieras, para mí estaría bien. Pero no es por eso. Quiero casarme contigo porque... estoy enamorado de ti.

Al oír lo que Wes acababa de decir, Brittany emitió un sonido extraño. Mitad suspiro, mitad risa. El no podía asegurar si eso era bueno o malo. Lo único que había hecho era tratar de expresar lo que sentía por ella.

—Tenías razón —admitió Wes—. Desde que Ethan murió, he estado martirizándome por estar vivo. No podía permitirme disfrutar demasiado de nada, no podía permitirme ser feliz. Y tú tenías razón: encontré la manera de convertir mi vida en algo miserable al enamorarme de alguien a quien nunca podría tener.

Lo peor de todo era que no se había dado cuenta de lo qué había estado haciendo hasta que había conocido a Brittany. La misma mujer que acababa de decir que él le gustaba.

—Creo que, con el tiempo, dejé de amar a Lana y comencé a amar lo que Lana significaba. El hecho de que fuera inalcanzable la hacía incluso más atractiva, considerando que mi objetivo era ser miserable. Una vez, yo estaba completamente borracho y creo que ella también, la besé. Eso me asustó mucho. Creo que estaba más enamorado del no poder estar con Lana, que de Lana misma.

En ese momento, Wes se quedó con la mirada perdida por unos segundos. Pero, luego, continuó.

—En cuanto a Lana... creo que lo que realmente quería era que Quinn sintiera la devoción que yo sentía por ella. No lo sé. Pienso que nunca me quiso de verdad.

Después, miró a Brittany a los ojos.

—Pero tú sí. Tú me quieres —se rió, y el dolor lo hizo maldecir de nuevo—. No lo entiendo, pero parece que te gusto. Incluso, las partes más oscuras y aterradoras que temo mostrar a la mayoría de la gente. Pero no hay nada en mí que no quiera que veas, Britt. No hay nada en mí que sea demasiado intenso o extremo para ti. Tú sólo... lo aceptas.

Me aceptas a mí.

Wes se sentía tan cómodo con ella que no podía dejar de hablar.

—Cuando estoy contigo, tesoro, aunque sólo sea sentados como ahora, me siento tan feliz de estar vivo, tan extraordinariamente vivo. Cuando estoy contigo, no estoy molesto con el mundo, ni estoy molesto conmigo. De hecho, cuando estoy contigo, me gusto a mí mismo. Y si eso no es impresionante...

Brittany tenía los ojos llenos de lágrimas.

—Yo quiero ser ese hombre —dijo Wes—, el hombre que me gusta, el que veo reflejado en tus ojos. Y quiero serlo por el resto de mi vida. Así que cásate conmigo, por favor. Libérame de este suplicio y dime que también me amas.

—Te amo, Wes —respondió ella—. Y adoro la idea de casarme contigo.

Eso era todo lo que Wes deseaba, saber que ella estaría a su lado hasta el fin de los días.

Aunque lo mejor de la respuesta había sido la cálida sonrisa de Brittany y el amor con que lo miraba.

Si Wes hubiera sido del tipo de hombres que lloran, en ese momento, habría estada sollozando. Aún así, sentía que tenía los ojos peligrosamente húmedos.

En ese instante, la besó.

—¿Sabes una cosa? —dijo Britt, mientras lo besaba cuidando no rozarle el hombro—. Mi hermana y Jones nunca van a dejar que olvidemos que ellos fueron los que organizaron aquella cita a ciegas.

—Está bien, tesoro —contestó Wes, entre besos—. Porque yo nunca voy a dejar de agradecérselo