Capítulo 5
NO HABÍA ninguna duda. Wes pensó que la definición de la casa de Amber Tierney entraría rápidamente en la siguiente edición de los diccionarios y que lo haría junto a un adjetivo muy conocido: «pretencioso».
Aquello no era una casa, sino una especie de castillo. Y se preguntó para qué querría semejante residencia una chica de veintidós años.
—¿Estás seguro de que no le importará que tres mortales nos presentemos en su fiesta? —preguntó Brittany.
La propiedad estaba cercada por un enorme muro y se entraba a través de una gigantesca puerta de hierro forjado. Wes volvió a pensar en la metáfora del castillo, pero inmediatamente cambió de opinión: cualquiera podía trepar por los bloques de piedra del muro, y en cuanto a los pinchos que había sobre él, no le habrían impedido el paso ni a su abuela.
—Sí, estoy seguro. Le dije que me había quedado en tu casa a dormir, pensando que tal vez conociera a Jones y a Melody, pero al parecer no los conoce. Sin embargo me pidió que os invitara.
Aquella noche, Brittany no parecía pertenecer a la extensa gama de los simples mortales. Se había puesto un vestido negro que marcaba sus curvas de un modo muy llamativo, y aunque no era demasiado escotado ni demasiado transparente, resultaba ciertamente provocativo.
Se había recogido el pelo en un elegante moño y se había maquillado algo más de lo que tenía por costumbre, pero sin excederse. Además, su sonrisa era sincera y relajada.
Cuando por fin entraron en la casa, todo el mundo la miró como si se preguntara quién era.
—Todo el mundo te está mirando —susurró Brittany a Wes—. Está visto que no hay como un hombre con uniforme para despertar admiraciones.
Wes rió y pensó que debía presentarle a sus compañeros de la Marina para que supiera hasta qué punto era guapo por comparación.
—Siento llevarte la contraria, pero no me miran a mí sino a ti —dijo él.
Brittany rió a su vez y varios hombres la miraron.
Wes pensó que se sentía feliz entre los brazos de aquella mujer. Sólo llevaban unos minutos en la fiesta y no habían tenido ocasión de hacer gran cosa, pero ya lo había premiado con un abrazo tan apretado que había podido sentir todo su cuerpo. Y aquello bastó para que casi lamentara haberle contado el asunto de Lana.
Sin embargo, se sentía aliviado por habérselo contado a alguien. Nunca se lo había dicho a nadie; al menos, estando sobrio. Y la idea de habérselo contado a Brittany le resultaba especialmente agradable.
La deseaba. Por mucho que quisiera a Lana, no podía negar que deseaba a Brittany. Pero no le extrañó demasiado porque llevaba diez meses sin acostarse con nadie.
—¿Te he dicho ya que con ese vestido pareces una diosa? —preguntó él, en un murmullo.
Ella rió pero se ruborizó levemente.
Wes pasó un brazo alrededor de su cintura mientras caminaban hacia la enorme piscina de la casa. Lo hizo con la excusa de ayudarla a abrirse paso entre la concurrencia, pero en realidad deseaba tocarla. Era tan suave que quiso ir más lejos y averiguar lo que se sentía al acariciar su cuerpo desnudo.
Empezó a pensar en la forma de acostarse con ella, porque ya no podía negar que la deseaba. Pero la situación se había complicado después de contarle lo de su relación con Lana y supuso que ya no tenía ninguna posibilidad.
Nervioso, se dijo que necesitaba un cigarrillo. O mejor aún: un cigarrillo y una cerveza para tener las dos manos ocupadas y no tocarla.
Por desgracia, Brittany se giró hacia él en ese preciso momento. Se apretó contra el cuerpo de Wes y susurró:
—Dios mío, todos los actores de High Tide están aquí... ¿Ese no es Mark Wahlberg? ¿Y aquélla no es la chica que solía salir en esa otra serie de televisión...?
—Sí, sí, es ella —intervino Andy.
Wes se apartó ligeramente de Brittany porque lo estaba volviendo loco, pero ella no pareció darse cuenta.
—Incluso está esa actriz que hacía de enfermera... Es tan buena que debe de ser hija de una enfermera de verdad. ¿Podríamos avanzar un poco hacia ella?
—Id vosotros, si no os importa —dijo Wes—. Yo tengo que localizar a Amber y echar un vistazo al sistema de seguridad de la casa. Nos veremos más tarde, ¿de acuerdo?
Andy ya se había alejado en dirección a la actriz que tanto le gustaba, así que Britt aprovechó para preguntar:
—¿Seguro que no quieres que vaya contigo? Wes estaba deseando que lo acompañara, pero aquello no podía ser.
—No, no hace falta. Id a hablar con vuestra enfermera. Estaré de vuelta en unos minutos.
—Todo esto es muy divertido —confesó ella con ojos brillantes—. Te agradezco mucho que nos hayas traído.
—Ha sido un placer.
Entonces, Wes se alejó de Brittany y entró en el castillo de Amber.
Wes pensó que había cometido un tremendo error al ponerse el uniforme.
De haberse vestido de civil, no habría llamado tanto la atención y se habría podido mover tranquilamente entre tantas estrellas. Pero ahora, todas las miradas se dirigían a sus galones y condecoraciones, por no hablar de la chaqueta blanca que se ajustaba como un guante a su musculoso cuerpo.
Tenía la impresión de que todo el mundo hablaba sobre él. Y no sólo las jovencitas, sino también los hombres. Aunque no fueran necesariamente homosexuales.
Brittany oyó varios comentarios al respecto, y en determinado momento, varios actores se dirigieron a Wes con la intención de conocerlo. Alguien les había comentado que su uniforme no era un disfraz y que realmente trabajaba en los cuerpos de operaciones especiales.
En cuanto a Amber, se encontraba justo al otro lado de la piscina. Brittany tuvo la impresión de que se pavoneaba cada vez que la miraban, pero luego se dijo que tal vez fueran imaginaciones suyas.
Tomó un sorbo de su copa de vino y miró de nuevo a Wes, que seguía hablando con algunos invitados. No podía oír lo que decía ni lo que le decían, pero se fijó en que había mirado con evidente interés a una joven que llevaba un vestido muy escotado.
Unos segundos más tarde, cayó en la cuenta de que no miraba a la joven, sino el cigarrillo que llevaba en una mano.
Brittany lo miró como recriminándole su actitud y Wes sonrió, comentó algo a las personas que estaban con él, y todos miraron a Britt y alzaron sus copas a modo de brindis.
Aquello le resultó bastante desconcertante, pero a pesar de todo, también alzó su copa.
Se preguntó qué les habría dicho. Sentía una enorme curiosidad, así que decidió averiguarlo y avanzó hacia el grupo.
Cuando llegó, todos se apartaron como si estuvieran dejando paso a una reina.
—Hola, princesa —dijo Wes—. Precisamente les estaba hablando de ti... Os presento a Brittany.
—Hola a todos —dijo Britt.
Brittany intentó mantener la calma al distinguir varios rostros muy conocidos. Entre ellos se encontraba el propio George Clooney, o alguien que parecía su hermano gemelo. Fuera quien fuera, asintió a modo de saludo y le sonrió.
—Les estaba contando cómo me salvaste la vida cuando me hirieron en aquella emboscada —explicó Wes.
—¿Ah, sí? ¿A qué historia te refieres? Te he salvado la vida más de una vez...
Resultaba evidente que Wes se había inventado una historia sólo para impresionarlos, así que Brittany le siguió el juego.
—En efecto, es cierto: me has salvado la vida dos veces... Les estaba contando lo que pasó la segunda vez, cuando los médicos dijeron que no tenía salvación y yo abrí los ojos y te encontré allí. Tenía que elegir entre la muerte y tú, así que naturalmente te elegí a ti.
—Naturalmente —repitió ella, haciendo un esfuerzo por no reír—. Pero eso nos pasa por viajar a países tan peligrosos, querido. ¿Será porque te gustan las emociones fuertes? A algunos hombres los excitan...
Wes pasó un brazo alrededor del cuerpo de Brittany, se inclinó sobre ella y murmuró, sólo para sus oídos:
—Muchas gracias por seguirme la corriente. Ella sonrió y dijo:
—Sabes que me encanta hacerlo.
—¿Cómo lo llevas cuando sabes que Wes se encuentra en alguna situación de combate? —preguntó entonces una mujer de gafas oscuras.
Brittany no estaba segura, pero le pareció que era una actriz de otra serie de televisión.
—Lo llevo bien. Intento no pensar demasiado en ello y tener fe.
—¿Y no tienes miedo de que un día te ataque a ti en mitad de la noche?
—No, claro que no. Yo no soy un ejército enemigo.
—Supongo que si estás casada con él tendrás que acompañarlo a todas partes... Por tierra, aire y mar, como dicen. Debe de ser muy emocionante...
Brittany intentó encontrar una contestación apropiada. No conocía la vida militar y no se le ocurría nada interesante, de modo que decidió bromear al respecto. Además, la sorprendió mucho que aquella mujer diera por supuesto que estaba casada con él. Obviamente, Wes se había inventado una historia muy complicada.
—Bueno, por tierra y por aire lo he acompañado varias veces, pero por mar... ¿Te refieres a por debajo del mar o por encima del mar?
Britt rió, miró a Wes y añadió:
—La verdad es que bajo el agua lo hemos hecho unas cuantas veces, ¿no es cierto? Recuerdo especialmente una ocasión, mientras hacíamos submarinismo en Tailandia, y otra en el estrecho de Bering.
Wes tosió y Britt decidió aprovecharlo para marcharse de allí.
—En fin, espero que nos disculpéis. Creo que mi marido necesita tomar un poco el aire. Heridas de guerra, ya sabéis...
La gente se apartó y Brittany consiguió llevar a Wes al interior de la casa, cuya cocina era más grande que todo el apartamento de Britt. Como casi todos los invitados estaban en el jardín, tuvieron unos minutos de intimidad.
—¿El estrecho de Bering? —preguntó él—. ¿Sabes cuál es la temperatura del agua en el estrecho de Bering?
—No lo sé... ¿está fría?
—Muy fría, querida mía. A nadie se le ocurriría bucear en esas aguas, ni siquiera a un esquimal. Si lo hicieras sin ponerte un traje especial, te congelarías en cuestión de segundos. E incluso llevando el traje resultaría muy peligroso.
Brittany sonrió.
—Tal vez sea peligroso para los hombres. Son criaturas tan débiles...
—Y tú que lo digas —sonrió Wes—. Espero que me disculpes por haberles dicho que estás casada conmigo. Algunas de las mujeres se estaban empezando a comportar como tiburones y me habrían atacado en algún momento si no hubiera encontrado una buena excusa.
—¿Y se puede saber qué te molesta? ¿Es que no te gusta ninguna? Son enormemente atractivas y sospecho que sólo querrían un poco de diversión. Además, sabes de sobra que no puedes tener a Lana...
—No, no quiero acostarme con ninguna de esas mujeres —confesó, mientras se acercaba un poco más a ella—. ¿Ya te he mencionado lo bien que te queda ese vestido?
—Sí, lo has hecho varias veces. Pero volviendo al tema, creo que deberías reconsiderar el asunto... Puede que entre esas mujeres se encuentre el amor de tu vida, la persona que consiga que olvides a Lana. Y no lo sabrás si no les concedes una oportunidad.
Él suspiró.
—Britt, esas chicas no quieren charlar precisamente conmigo. Quieren darse un buen revolcón y pasarlo a lo grande conmigo.
—Oh, Dios mío, ¿qué es eso que ha tapado la luna? Debe de ser tu gigantesco ego... —bromeó ella.
Wes rió.
—Vamos, Brittany, sabes muy bien que no quieren acostarse particularmente conmigo. Lo que les gusta de mí es otra cosa: les gusta el uniforme. Lo asocian con la aventura y les parece exótico, nada más, pero yo ya estoy cansado de esos asuntos. Además, me gusta acostarme con mujeres con las que tengo algo en común.
—¿Y cómo vas a saber si tienes algo en común si no hablas con ellas?
—Dime una cosa, Brittany: ¿cuántas veces te has acostado con un desconocido sin saber nada de él?
—Nunca.
—¿Y cuántas veces te has acostado por simple placer, sin pretender nada más?
—Algunas, pero no demasiadas.
—Entonces, hazme caso porque tengo más experiencia que tú en esos asuntos. Es obvio que tú sueles buscar amistad o una relación profunda con la gente con quien te acuestas... En fin, ¿me acompañas? Tengo que echar un vistazo al garaje de Amber.
—Cómo no...
Entonces, Wes la miró, sonrió y dijo:
—Por cierto, tú también me gustas mucho.
El garaje estaba protegido con el mismo sistema de seguridad que habían instalado en toda la casa. No tenía ventanas, así que supuso que Amber estaba en lo cierto: el tipo que la seguía tenía que haber entrado necesariamente por la casa o haber esperado a que ella saliera en su coche.
Wes pulsó el botón que abría la puerta y observó que esa fachada del garaje era el muro que rodeaba la propiedad. Supuso que la entrada de la gran puerta de hierro forjado que habían observado al llegar a la casa la utilizaban sólo en ocasiones especiales.
Volvió a pulsar el botón y la puerta se cerró.
Como todo en aquel lugar, el garaje era muy espacioso. Pudo distinguir un Mazardi, un Porsche y un Triumph Spitfire de 1966, toda una delicia automovilística.
Además, había dos puertas que daban a la casa. Acababan de entrar por una de ellas, así que abrió la puerta para ver adonde daba.
—Este sitio es enorme...
—Sí que lo es —dijo ella.
La puerta daba a la habitación donde se encontraba la lavandería de la mansión, que a su vez se conectaba al sótano a través de una escalera.
Wes comprobó el ventanuco de la habitación, pero estaba bien cerrado.
—¿De verdad crees que un hombre podría introducirse en la casa por ese ventanuco? —preguntó ella.
—Podría hacerlo, no lo dudes.
—Tendría que estar tan delgado como tú. Si tuviera barriga, por pequeña que fuese, se quedaría atascado.
—Di la verdad: no has pretendido decir que estoy delgado, sino que soy pequeño. ¿No es cierto? —preguntó, mirándola con desconfianza.
—Tú no eres pequeño. Yo diría que eres... mucho más compacto que la mayoría de los hombres.
Wes rió.
—Pues mi padre y mi hermano Frank son verdaderos gigantes. Y mi hermana Colleen es muy alta; de hecho, es más alta que yo. Lamentablemente, creo que yo he salido a la familia de mi madre... Somos bajos, aunque rápidos y fuertes.
—Y ya veo que eso te molesta...
A Wes lo molestaba mucho, pero mintió.
—No, qué va. Aunque tardé unos cuantos años en asumir que mi hermana era más alta que yo y luego tuve problemas en el ejército para demostrar que mi falta de estatura no implica que no sea un tipo duro.
—Venga, no lo niegues... Wes la miró y sonrió.
—Sí, es cierto, me molesta. Y me molesta especialmente porque mi hermana tuvo mucho más suerte que yo.
—Te comprendo perfectamente. De pequeña me molestaba mucho que Melody fuera más guapa. La quiero con todo mi corazón, pero la envidiaba... La envidia es algo muy humano, sobre todo cuando se es un adolescente y todavía no se ha aceptado que no podemos controlarlo todo —explicó Brittany—. Por supuesto, me encantaría tener una nariz tan perfecta como la suya. Pero a fin de cuentas, la mía tampoco está mal.
—Tu nariz es preciosa.
—Gracias —dijo ella, sonriendo—. Es demasiado respingona, pero gracias de todos modos.
—Es que me gustan las narices respingonas...
—Y a mí me gustan los hombres compactos.
Los dos se miraron con intensidad. La luz de la sala era muy tenue y ambos pensaron que la situación estaba llena de posibilidades.
Pero Wes decidió reaccionar. No quería complicarse aún más la vida.
—Cuánto me apetece un cigarrillo...
—Pues no puedes fumar —le recordó ella, mientras avanzaba hacia las escaleras—. ¿Cuál es el siguiente paso de tu investigación?
—Tengo que hablar con Amber y averiguar si el sistema de seguridad estaba activado cuando aquel tipo entró en el garaje. Cabe la posibilidad de que lo hubiera desconectado casualmente por alguna razón. Cualquiera podría saltar el muro de la propiedad, esconderse en alguna parte y esperar a que alguien abriera una puerta para colarse dentro.
—¿Sabes una cosa, Sherlock? Si saltar ese muro es tan fácil como dices, este sitio es tan grande que ese tipo podría haber entrado en cualquier momento y haber hecho todo lo que quisiera sin que Amber se hubiera dado cuenta.
—Sí, es cierto.
—Resulta inquietante, ¿verdad?
—En efecto.
—Entonces será mejor que hables con ella y que te asegures de que tiene el sistema conectado todo el tiempo.
—Está bien, pero acompáñame de todas formas. Si no vienes conmigo, es posible que alguna de esas mujeres intente morderme.
Brittany rió.
—¿Quieres que ponga cara de enorme satisfacción, como si acabáramos de hacer algo interesante?
Wes también rió. La atrajo hacia sí y respondió:
—Limítate a estar conmigo. Y acaríciame el pelo de vez en cuando para que crean que me adoras.
Ella estiró un brazo y le apartó un mechón de pelo de la cara.
—¿Así? —preguntó.
Wes la miró, sin aliento, casi incapaz de controlarse.
Estaba tan cerca de él que podía besar sus labios con una simple inclinación de cabeza. Y deseaba hacerlo. Deseaba besarla apasionadamente y olvidar todas sus dudas.
Brittany sonrió entonces y él supo que lo había hecho para salir del paso y evitar el beso. Después, intentó convencerse de que sólo estaban jugando y recobró el sentido común.
—Está bien. Vamos a buscar a Amber.