CAPÍTULO 15
Daisy paseó la mirada por la suntuosa habitación verde y blanca.
—Creía que estabas arruinado, y esto parece que tenga que costar un dineral.
—Por eso inventaron la American Express, corazón, para que los tipos como yo no tengan que preocuparse hasta el mes siguiente.
—¿Tú también haces eso? —Sus labios dibujaron una sonrisa radiante—. Qué gracia, siempre te había imaginado contando billetes de mil de un fardo bien gordo. —Prefería mucho más la imagen de Nick saldando deudas con la tarjeta de crédito, porque lo hacía parecer un tipo más normal. Se quitó los zapatos con los pies mientras él la llevaba por la habitación—. Gracias a Dios por el plástico, ¿eh? No es que yo tenga crédito ilimitado ni nada por el estilo... me bajaron el límite a prácticamente nada cuando dejé el cuerpo. Bueno, no en cuanto dejé el cuerpo, supongo, sino en cuanto descubrieron que no solo había dejado de ser funcionaría, sino que además era autónoma.
—Daisy.
—¿Sí?
Se sentó en la cama con ella en su regazo.
—Calla y bésame.
Daisy rió con una risa profunda, porque Nick la hacía sentir tan sexy que todo era muy estimulante. Estaba aferrada a su cuello con el brazo derecho, y entonces le tomó el elegante mentón con la otra mano para apretar sus labios contra los de él. La forma en que abrió los labios bajo los suyos le hizo sentir una intensa vibración en todas las terminaciones nerviosas, y dio rienda suelta a su lengua para explorar su boca.
—Oooh.
Sin romper el beso, Nick se tumbó boca arriba en la cama e hizo que rodaran hasta quedar casi encima de ella. Su imperiosidad hundió la cabeza de Daisy en la mullida colcha floral y sus dedos se curvaron sobre uno de los finos tirantes que sostenían el vestido y lo hicieron resbalar por su hombro. El ligero canesú se aflojó, Nick lo retiró de su pecho y alzó la cabeza para contemplar lo que había dejado al descubierto.
Se inclinó y posó un delicado beso en su pezón, que inmediatamente se endureció como un diamante. Nick abrió la boca y lo atrapó con sutileza entre los dientes, tirando con suavidad, y un relámpago recorrió a Daisy por todo el cuerpo.
Entonces Nick se separó de ella y se puso de pie.
—¿Quieres desnudarte conmigo, rubita?
Se quitó la chaqueta del esmoquin y la lanzó sobre una de las sillas. Siguió por los gemelos de la camisa.
—Espera. —Daisy se sentó en la cama—. Deja que te ayude. Joder, ¿siempre vas tan rápido?
Una risa ahogada resonó en la garganta de Nick.
—Eso es muy gracioso, viniendo de ti. La última vez que hicimos esto casi me pusiste una pistola en la sien para que me diera prisa.
Daisy apretó los labios y soltó un leve bufido de desacuerdo. Recogiendo con elegancia el bajo de su vestido, avanzó de rodillas hasta el borde de la cama. A Nick se le hizo la boca agua al ver su pecho descubierto y la larga y firme extensión de sus muslos, que jugaban al escondite por la abertura frontal de su vestido.
—¿Llevas braguitas debajo de eso, Daise?
—¡Claro que llevo braguitas! —Sus ojos color chocolate estaban escandalizados—. Dios mío, ¿con qué clase de mujeres sueles salir? Parecen mucho más aventureras que yo.
Nick tenía la sensación de que eso no era muy difícil, sobre todo si ser aventurera era sinónimo de tener un extenso conocimiento carnal, pero fue lo bastante listo para no decir nada. Sonrió al ver cómo le desabrochaba los gemelos de la camisa. Daisy se creía una mujer muy dura, y admitir que tenía una experiencia limitada en cualquier campo no encajaba con la imagen que tenía de sí misma.
De pronto le bajó la camisa por los hombros y hasta media espalda con un suave movimiento. La tela del cuello hizo un fuerte ruido en el silencio de la habitación al desengancharse de la pajarita. Daisy le dejó la camisa enredada en los codos y alzó ambas manos hasta su pecho para dejar que sus dedos juguetearan con el sedoso abanico de vello que lo cubría. Se estiró para morderle el labio inferior.
Nick quiso inclinarse hacia ella y descubrió que aún tenía los puños abrochados. Su abrupto movimiento hizo que la camisa se volviera del revés, y las muñecas le quedaron atrapadas como en uno de esos juguetes chinos que aprietan más cuanto más se tira. Correspondió con intensidad al beso de Daisy durante unos instantes y después, respirando fuerte, alzó la cabeza.
—Se te ha olvidado desabrocharme los puños.
—Hummm, hummm.
Ella se inclinó para besarle el esternón, después volvió un poco la cara y pasó la mejilla por su pecho. Puso las manos en su espalda, le desató la faja y la dejó caer al suelo.
—Pues desabróchame.
—No me apetece. Te tengo en mi poder y eso te convierte en mi esclavo sexual.
Se sentó sobre los talones y alcanzó la cinturilla del pantalón de Nick.
—Seguro que te gusta el intercambio de papeles —dijo él.
Se peleó con los puños un poco más, pero el roce de los dedos de Daisy acariciándole el estómago mientras le desabrochaba el pantalón lo hizo parar. La miró: le estaba besando el vientre y alzó la cabeza para sonreírle.
—Sí —dijo—. Confía en mí. —Soltó una risa profunda—. Aunque también podríamos ir directamente a la parte en que libero todo lo que está sujeto.
Entonces le bajó la cremallera.
—Sí, eso —dijo él, medio divertido, recordando que había llamado «vergüenza» a su pene—. ¿Eres la misma mujer que...? Oooh, Dios, Daise.
Había metido la mano por la bragueta abierta de sus pantalones, había encontrado su miembro... y a él se le olvidó al instante lo que iba a decir. Quería decirle algo, pero ya no recordaba el qué. Ni que lo matasen.
—Pero bueno, Nicholas Sloan Coltrane —dijo Daisy en un suspiro— si eres tú el que no lleva ropita interior.
Nick bajó la mirada, los pantalones le resbalaron pierna abajo. Frunció el ceño.
—Lo hombres no llevan ropita interior —informó con crudeza.
—Eso ya lo veo.
—No, rubita. Quiero decir que los hombres llevan calzoncillos, no se ponen nada tan femenino como...
Daisy movió la mano de una forma que lo hizo respirar hondo para tomar aliento. Se quedó callado. Qué puñetas. Cuando un hombre estaba con los pantalones en los tobillos y tenía los brazos atados como un pavo listo para que lo rellenaran, no parecería más digno por muchos sermones que diera. Empezó a pelearse en serio con los puños. Intentar desabrocharse los gemelos a la espalda y desde el interior de las mangas era muy frustrante, pero por Dios que se libraría de ellos. A la señorita Parker había que demostrarle quién mandaba.
Daisy, como si se dispusiera a limpiar un par de gafas, se inclinó y exhaló aire caliente sobre la erección de Nick, que sostenía con la mano. Después le limpió su neblinoso aliento frotando la cabeza cada vez más sensible de su pene con la curva interior de su pecho desnudo.
—Oooh, joder.
Nick se quedó allí quieto, muy firme, mirándola y respirando entrecortadamente.
Daisy le correspondió la mirada y sus cejas se juntaron, preguntándose si había ido demasiado lejos. Entonces le dirigió una sonrisa torcida.
—Esa te la debía por lo de esta tarde. —Parpadeó con inocencia—. ¿No querías mis servicios profesionales?
En ese momento los juegos de palabras eran más de lo que Nick podía soportar.
—Ayúdame a quitarme la camisa, Daise —pidió con crudeza—. Vamos. Preferiría no tener que rasgarla, pero es lo que voy a hacer dentro de dos segundos si no...
—No creo que sea muy buena idea, Coltrane...
—Nick —corrigió él, mirándola—. Cualquiera que le dé brillo a mi muchacho como acabas de hacerlo tú tiene que tutear al propietario.
—Bueno, pues te digo una cosa, Nick. Se me ocurre que, si te ayudo a desenredarte, vas a hacerme pagar por haberme divertido un poco inocentemente.
—Y tienes razón al preocuparte. —Hincó una rodilla en el colchón y sonrió cuando ella se apresuró a apartarse—. Pero creo que no has pensado cuál es la situación que tenemos aquí.
—¿Y cuál es?
—Para empezar, voy a quitarme esta camisa de una forma u otra, aunque tenga que hacerla jirones. Además, no puedes irte a ninguna parte, Daisy, así que más te vale ayudarme a quitarme esta maldita cosa antes de que sea tarde. Si me obligas a destrozar la camisa sin ningún motivo, es probable que me sienta algo molesto cuando me haya liberado. ¿Y adónde irás entonces?
—De cabeza a la puerta del vestíbulo, con tus pantalones en mi puñito caliente.
Se colocó bien el vestido para cubrirse el pecho y buscó con la mirada los zapatos que se había quitado.
—¿Vas a dejarme aquí indefenso? Eres demasiado profesional. Además... —Se lamió los labios y se acercó un poco a ella—. A lo mejor te gusta la forma en que te lo hago pagar.
Daisy se deslizó los tirantes por los hombros, se meneó un poquito y el vestido le cayó hasta las caderas.
—Más vale que sea verdad, o seré yo quien te lo haga pagar de formas que no querrías ni imaginar. —Se quitó el cinturón de terciopelo y el vestido le cayó por las caderas hasta quedar encharcado en el colchón, alrededor de sus rodillas, dejándola solo con unos pantys negros y unas braguitas minúsculas—. Date la vuelta.
—¿Y perderme esta visión? Ni hablar.
—¿Quieres que te ayude a quitarte la camisa o no?
—Hay más de una forma de hacerlo, cariño. Experimenta. Tienes la oportunidad de ser más aventurera.
Se le acercó más, y ella a él. Ambos estaban arrodillados en mitad de la cama y los pechos desnudos de Daisy se apretaron contra el estómago de él al rodearlo con los brazos para volver a colocarle bien la camisa. Un segundo después le desabrochó los puños, le quitó la camisa y la tiró a un lado. Nick fue a quitarse la pajarita, pero ella lo detuvo.
—Me gusta que no lleves más que ese lazo... Es como si fueras un regalo para mí sólita. —Sonrió—. Aunque puedes quitarte los calcetines.
Él le miró los pantys.
—Tú también.
Nick terminó primero y se arrodilló sobre Daisy, que se había sentado para poder quitarse las medias. Alcanzó la cinturilla de sus pantys, que ella ya se había bajado hasta los muslos, y la empujó para hacerla caer sobre los codos y que viera cómo él se ocupaba de bajárselos por las piernas y quitárselos por los pies. Los tiró al suelo y se tumbó sobre ella para volver a besarla. Al cabo de un momento estaban juntos, enredados, respirando con dificultad.
Nick descendió un poco para besarle el cuello, después un poco más para ir encadenando besos por su clavícula, y más abajo, hasta la suave elevación de sus pechos. Sin embargo, aunque por un momento sostuvo su turgente abundancia en las palmas de las manos, siguió descendiendo más aún hasta que por fin llegó a su objetivo.
Se acomodó entre los muslos de Daisy y se arrodilló para tirar del jirón de raso que aún cubría sus caderas. Después se estiró boca abajo y se apoyó en los codos para acariciar con los dedos la parte interior de sus muslos sin dejar de mirar el exuberante triangulito de rizos rubios que había entre ellos.
De pronto la mano de Daisy le tapó la vista y se curvó sobre su pubis de forma protectora.
—Oh, Daisy, no —susurró él, alzando una mano para intentar quitarle los dedos de ahí—. No te tapes. —Alzó la vista y vio que ella lo miraba con inseguridad—. Es increíblemente bonito. —Volvió la cabeza y presionó su boca primero contra su muslo derecho, después contra el izquierdo—. Tierno, y femenino, y bonito.
Frotó la barbilla arriba y abajo contra sus suaves rizos.
Nick se tomó su tiempo, fue repartiéndole besos por los muslos, en la hendidura en que las piernas se unían al torso y por las aterciopeladas estribaciones de su sexo. La mimaba y la acariciaba, rozaba con delicadeza los rizos femeninos de su pubis.
Sin embargo, esperó a que las caderas de Daisy iniciaran un suave balanceo y sus muslos se separaran por propia voluntad para rozarla con la lengua. La recompensa fue oír su sincero gemido, sentir que sus piernas se abrían y se cerraban sobre sus orejas, y que sus dedos le asían el pelo para sostenerlo más cerca.
La excitó hasta dejarla a pocos segundos de un orgasmo delicioso, y justo entonces se retiró. Arrodillado entre sus muslos extendidos, se puso protección.
Los oscuros ojos de Daisy brillaban con una tenue luz; tenía las mejillas y el pecho sonrosados.
—Deprisa —susurró, mirándolo—. ¡Por Dios, Nick, deprisa!
Nick cayó sobre ella sosteniéndose con una mano y metió la otra entre sus cuerpos para inclinar su erección. Entonces empujó con las caderas hacia delante, inhaló con fuerza al notar el calor húmedo que se abría para él y se hundió hasta lo más profundo de ella, que se cerraba tensa a su alrededor.
—Dios, cómo me gusta.
Daisy emitió un grave sonido de aquiescencia y empezó a mover las caderas. Nick apoyó ambas manos en el colchón y echó las caderas hacia atrás, casi retirándose. Después entró otra vez.
Miró el rostro de Daisy mientras el lento balanceo de sus caderas la llevaba cada vez más cerca del orgasmo. Sus ojos se cerraban cada vez más, y se mordía el labio inferior mientras una oleada de rubor se extendía por sus mejillas. Daisy permanecía en silencio, salvo por el susurro de su respiración entrecortada, pero sus caderas se movían en sincronía con las de él, elevándose del colchón cada vez que él se hundía hacia abajo para facilitar una penetración profunda, y sus cortas uñas empezaron a hundirse cada vez más en la espalda de Nick.
—Oh, por favor —susurró—. Eres... —Tomó aliento rápidamente y alzó la vista para mirarlo mientras volvía a morderse el labio. Después, cuando los dientes soltaron el labio enrojecido, confesó con fervor—: ... maravilloso. Oh, Dios, Nick. Es maravilloso. Ojala durara para siempre.
Sin embargo, las caderas de Nick habían empezado ya a coger velocidad y ella no dudaba en acoger cada una de sus embestidas. Nick sentía aumentar la tensión en el interior de Daisy, pero por la forma en que ella correspondía a sus acometidas vio que no estaba cubriendo todas sus necesidades, así que cambió un poco el ángulo de la penetración, y una satisfacción salvaje lo recorrió al verla poner los ojos en blanco y sentir cómo se contraía alrededor de su pene. Sus uñas le fueron resbalando por la espalda con suficiente fuerza para dejarle verdugones en la piel, y sus muslos se cerraron con fiereza sobre sus caderas.
El pasadizo caliente y húmedo de Daisy no dejaba de encogerse y tirar de él, como si pidiera un compromiso equitativo.
Nick hundió las puntas de los pies en el colchón y entró aún más adentro, intentando retener el gemido que se aferraba a su garganta cuando la satisfacción empezó a bullir en su entrepierna. Entonces todo desapareció, se le arqueó la espalda y rugió el nombre de ella al correrse una vez, y otra, y otra más en violentas sacudidas hirvientes.
Por fin se dejó caer sobre ella y escondió el rostro en la curva de su cuello.
—Oh, Dios, Daisy.
Daisy lo abrazó.
Antes de tener un momento para pensarlo, Nick se oyó decir:
—¿Te he hablado de mi idea de una relación en doce pasos?
De inmediato sintió un nudo en el estómago. ¿De dónde había salido eso?
Daisy soltó una risa profunda.
—¿Qué narices es una relación en doce pasos?
Bueno... ya que se mojaba, mejor que lo hiciera hasta el cuello. Se apoyó en los codos para mirarla a la cara y el nudo del estómago se le relajó un poco al ver su sonrisa soñolienta y cómo alzaba los brazos para entrelazarlos en su cuello.
—Es una relación en la que tú y yo avanzaremos paso a paso... pensando en que tenemos un posible futuro por delante. A lo mejor. Algún día. —Daisy se quedó impávida, Nick notó que sus músculos se tensaban bajo él. Le acarició el rostro con los dedos—. Sé que seguramente estarás desconcertada, porque nunca te había dicho siquiera lo mucho que me gustas. Pero así es, ¿sabes?
—Sé que te gusta el sexo conmigo.
—Eso no hay ni que decirlo, pero, si crees que no hay nada más, rubita...
—No tienes que prometerme nada, Nick. —Separó los brazos y bajó las manos hasta sus hombros para apartarlo de ella. Él no se movió ni un centímetro, y Daisy puso ceño—. De hecho, preferiría que no lo hicieras. Hace mucho tiempo que acepté que las relaciones largas y yo somos un oxímoron. —Lo miró fijamente a los ojos—. No sé cómo decirlo más claro: no tengo nada de suerte en la sección de relaciones.
La vulnerabilidad de su tono asestó un golpe a Nick en el estómago, de modo que repuso con firmeza:
—Eso es porque yo nunca he sido tu novio. —Resultaba difícil creer que esa palabra que empezaba por «n» acabara de salir por su boca, teniendo en cuenta que siempre se le atragantaba. Aun así...—. Agarra bien la funda de tu pistola, cielo, porque tu suerte está a punto de cambiar.
Daisy se puso aún más tensa.
—¿Y cómo crees que va a suceder eso, Nick? ¿Embarcándonos en un relación como un par de borrachos a una botella del coma etílico? ¿Por qué no podemos dejar las cosas tal y como están? Disfrutemos de lo que tenemos mientras dure... y aceptemos que tarde o temprano llegará a su fin.
Nick abrió la boca para discutir... no sabía muy bien el qué: ¿sus impresiones sobre las cualidades duraderas de una relación?, ¿la relación que le ofrecía él específicamente? De cualquier forma, lo detuvo la expresión que vio en su rostro al decir:
—¿Podríamos cambiar de tema, por favor? No quiero volver a hablar de esto.
—Vale. ¿Quieres quedarte a dormir aquí esta noche?
—¿Después de la fortuna que te habrás gastado en la habitación? Desde luego.
—Eso quiere decir que mañana por la mañana tendrás que atravesar el vestíbulo llevando el vestido de gala.
Eso le provocó una profunda risa de sobresalto, una como Nick no le había oído desde que era adolescente.
—¿Y por qué se supone que eso tiene que importarme?
—¿Y yo qué voy a saber? Es una de esas cosas que repatearía a las mujeres con las que suelo quedar.
Ella le ofreció una sonrisa socarrona.
—No sé si preguntarme a cuántas mujeres has conseguido seducir y llevar a una habitación de hotel o comentar lo más evidente.
—¿Que es...?
—Que yo no soy la típica mujer intelectualoide con la que sueles quedar, aunque tengo mis dudas sobre lo intelectuales que son si van por ahí sin ropa interior. Pero eso no viene al caso. No soy más que una chica barata de los suburbios que no tiene nivel para sentirse avergonzada porque la vean con vestido de noche la mañana después.
—Eres de gustos baratos, cariño, yo no diría que seas barata.
—Como quieras, pero no soy tu tipo. Y, volviendo a lo de quedarnos a pasar la noche, al menos los matones no sabrán dónde encontrarnos, ¿no?
—Eso mismo. Aunque antes de que nos preparemos para dormir tendríamos que hacer una excursión a la tienda de regalos para comprar unos cuantos artículos de primera necesidad.
—¿Como por ejemplo?
—Pasta de dientes, cepillos. Más condones.
Ella volvió a empujarlo de los hombros, y esta vez Nick se apartó de encima.
—Pues ¿a qué estamos esperando? No nos vayan a cerrar la tienda antes de que compremos... —su mirada se paseó por el torso de él y se detuvo un instante en su sexo—... cepillos de dientes. Tener los dientes limpios es algo básico, ya lo sabes. —Bajó de un salto de la cama y le sonrió—. Oh, detesto ver cómo vuelves a ponerte la camisa. Me encantas solo con esa pajarita tan mona. A lo mejor tendría que bajar yo sola. Además, puedo vestirme más deprisa que tú.
—Preciosa, aún no ha nacido la mujer que se vista más deprisa que un hombre.
—¿No has aprendido nada en los últimos días? Veinte pavos a que te gano sin sudar siquiera.
—Como quieras.
Salieron disparados a por la ropa y, un instante después, ella se estaba abrochando ya el bolsito en el que guardaba el arma mientras que él seguía luchando con los numerosos gemelos de la camisa.
Daisy se puso los zapatos y se acercó a ayudarlo.
—Casi me siento culpable por aceptar tu dinero. Ha sido demasiado fácil.
—Te faltan los pantys.
—Menuda cosa. Podría ponérmelos y quitármelos tres veces y tú seguirías peleándote con estos estúpidos botones.
—En eso tienes razón. —Se dejó el cuello sin abrochar y con la pajarita por dentro, lanzó los gemelos de los puños en la cómoda y se arremangó—. ¿Lista?
Daisy soltó un bufido.
—Hace diez minutos, chaval.
Nick admiró el balanceo minimalista de sus caderas mientras lo precedía por la habitación y pensó en lo que había dicho sobre su suerte con las relaciones y eso de dejar las cosas como estaban. Sin duda tenía razón. Él mismo había argumentado eso mismo hasta la saciedad. Aun así, sonrió al cerrar la puerta tras de sí.
Porque a ella nunca la había cortejado un Coltrane, y a Nick se le ocurrió que le debía como mínimo una muestra de lo que se había estado perdiendo.