Capítulo

18

Dormí durante tres días seguidos una vez que regresamos a Londres. Lo necesitaba, y volver a mi ambiente me ayudó muchísimo —le dije a la doctora Roswell—. Estoy empezando el proyecto de investigación que me han aprobado en la universidad y tengo buenos amigos a mi alrededor ayudándome a organizar la boda.

—¿Cómo van los terrores nocturnos ahora que has dejado la medicación? —me preguntó.

—Son erráticos. Empecé a tenerlos otra vez cuando dejé las pastillas, pero con todo esto, ahora que mi padre ha muerto, han parado de nuevo. ¿Crees que se debe a que ahora mi cabeza está en otra cosa y eso ocupa el lugar de lo que soñaba antes?

La doctora Roswell me observó con atención.

—¿La muerte de tu padre es peor que lo que te ocurrió cuando tenías diecisiete años? —preguntó.

Guau. Esa era una pregunta importante. Y sobre la que nunca antes había reflexionado. Mi primer impulso fue responder que por supuesto, que la muerte de mi padre era peor, pero si era sincera conmigo misma, no creo que fuera así. Ahora era adulta y podía ver las cosas con más madurez que cuando era una adolescente; además había intentado suicidarme después del vídeo de la violación. Ahora ni siquiera tenía pensamientos de ese tipo. Quería vivir. Necesitaba vivir junto a Ethan y, sobre todo, cuidar de nuestro bebé. No había más alternativa. Allí, sentada en el consultorio de la doctora Roswell, en cierto modo todo se me iluminó en un momento. Vislumbrar por fin la luz me ayudó a darme cuenta de que estaría bien. Saldría de esta y la alegría volvería a mí, con el tiempo.

Negué con la cabeza y contesté a mi terapeuta con sinceridad.

—No. No es peor.

Anotó eso con su pluma estilográfica color turquesa tan bonita.

—Gracias por ayudarme a verlo todo claro, creo que por primera vez —le dije.

—¿Puedes explicarme lo que quieres decir con eso, Brynne?

—Creo que sí. —Cogí una bocanada de aire e hice mi mejor intento—. Sé que mi padre me quería y que él sabía lo mucho que yo le quería también. Tuvimos un tipo de relación en el que compartíamos nuestros sentimientos todo el tiempo, de modo que ahí no hay remordimientos. Me parte el corazón que nuestro tiempo se haya truncado de golpe, pero no hay nada que se pueda hacer al respecto. Así es la vida. Mira Ethan, él perdió a su madre cuando tenía cuatro años. Ellos básicamente no pasaron tiempo juntos, y apenas la recuerda. Yo tuve a mi maravilloso y cariñoso padre durante casi veinticinco años.

La doctora Roswell me dirigió una sonrisa radiante.

—Me hace muy feliz escucharte hablar así. Me temo que has descifrado el código secreto. Muy pronto no tendré excusa alguna para seguir mandándote una factura por mis servicios.

—Ah…, no, eso no pasará, doctora Roswell. No se separará de mí en unos años. Imagine todos los remordimientos que tendré en cuanto sea madre.

Ella rio con su dulzura habitual.

—Estoy deseando esas charlas —dijo mientras cerraba su cuaderno y ponía la tapa a su pluma estilográfica—. Bueno, cuéntame esos planes de boda. Quiero escuchar todos los detalles…

Había descubierto que Facebook era una herramienta más que buena para organizar una boda. Elaina me lo había recomendado porque ella estaba metida de lleno en la planificación de la suya y sabía de lo que hablaba. Me senté con un té Zinger de arándanos y abrí mi cuenta.

Creé un grupo privado para compartir fotos y enlaces comerciales que estaba compuesto por mí y por mi pequeño grupo de soldados de infantería: Gaby, Ben, Hannah, Elaina, Marie y Victoria, la organizadora oficial de la boda, que en realidad ahora estaba ganándose el sustento con lo que debía de ser un trabajo muy exigente, en mi opinión. Las cosas estaban yendo como la seda para contar con tan solo cinco semanas. Teniendo en cuenta que estaba embarazada y llena de hormonas, además de haber sufrido una devastadora pérdida personal, decidí que lo estaba haciendo muy pero que muy bien.

Ethan estaba tan ocupado en el trabajo que apenas nos veíamos y la mayoría de nuestras conversaciones eran a través de mensajes de texto. Sabía que él se preocupaba por mí y que intentaba prestarme toda la atención que podía, pero apenas había tiempo libre. Entendía la presión a la que estaba sometido, y yo generalmente necesitaba tiempo para aceptar todo lo que había pasado en las últimas semanas. Él llegaba a casa muy tarde y en cuanto lo hacía quería básicamente dos cosas: hacer el amor y tenerme cerca mientras dormía. La necesidad de contacto físico de Ethan seguía siendo tan fuerte como siempre. No me importaba. Yo lo necesitaba tanto como él, creo. Ambos nos preocupábamos por el otro.

Envié un mensaje rápido a Elaina sobre las fotos que había colgado de los arreglos florales y le dije en broma que hablábamos más por Facebook que en persona. En realidad era ridículo, sobre todo porque vivía en el mismo edificio que yo. Elaina y Neil estaban tan abrumados con sus trabajos en Seguridad Internacional Blackstone como lo estaba Ethan. Nadie tenía mucho tiempo libre.

Lo dejé ahí y miré mi perfil para ver algunos mensajes nuevos que me habían llegado. Había varias notificaciones de donativos procedentes del Meritus Collage Fund de San Francisco, que mi padre había apoyado durante años. Se trataba de una hermosa obra benéfica comprometida con ayudar a niños desfavorecidos pero motivados a obtener una educación universitaria. Sé que él lo habría querido así, de modo que anuncié que en lugar de flores podían mandar donativos directamente a Meritus. La fundación me enviaba amablemente una notificación cada vez que alguien dejaba un donativo en nombre de mi padre. Paul Langley había ofrecido un donativo, así como el personal de la Galería Rothvale y el padre de Gaby, Rob Hargreave. Su consideración me conmovió profundamente y así se lo dije a través de mensajes personales de agradecimiento.

Subí a mi perfil de Facebook una bonita foto de mi padre sosteniéndome cuando yo era un bebé. Me había entretenido escaneando fotos de los álbumes que había cogido de su casa y que me había traído conmigo. En esta en concreto, ambos estábamos vestidos con lo que parecían ser pijamas, por lo que debía de ser una foto hecha por la mañana. Mi padre me tenía sentada frente a él, en su mesa, mirando a cámara, y ambos lucíamos unas sonrisas enormes en nuestras caras. Me preguntaba quién la habría sacado. ¿Mi madre? Mi padre estaba tan joven en la foto… y parecía muy feliz. Al menos tenía recuerdos hermosos como este en el corazón.

Me puse triste cuando me di cuenta de que no tendría fotos de abuelo, con él y mi bebé. Ya no… Esa punzada se me clavó en el pecho y tuve que cerrar los ojos un momento y respirar.

El dolor que se siente al tener que recordarle a tu cerebro que nunca más los verás, los abrazarás, te reirás con ellos o hablarás con ellos de nuevo…

Es una mierda.

Aunque Jonathan sí tendrá fotos como abuelo. Sí, las tendría. Sé que el padre de Ethan será un abuelo muy comprometido. Me hace muy feliz pensar que Jonathan y Marie le cuidarán. Yo tenía a mi tía para ejercer de «abuela» de mi bebé en caso de que mi propia madre no mostrase interés. Uf. Cambio de tema, por favor.

Un mensaje nuevo apareció de pronto en una ventanilla con un pequeño sonido.

Karl Westman: Eh, hola. Acabo de meterme y he visto tu puntito verde. He logrado llegar a Londres para los Juegos y esperaba que pudiéramos reconectar mientras esté en la ciudad. En realidad llegué ayer por la mañana. Todavía ando recuperándome del jet lag :/ ¿Qué tal estás?

Karl… Me había encontrado por Facebook poco después del funeral y habíamos chateado un poco desde entonces. Recordaba que me había dicho que su empresa le iba a enviar a los Juegos Olímpicos, y Jess también me lo había recordado. En realidad ella estaba decepcionada por no haber podido venir con él, ya que le encanta el deporte. Los Juegos tienen mucho más que ver con ella que conmigo. Aun así, que los XXX Juegos Olímpicos tengan lugar en donde vives es algo emocionante, lo mires como lo mires.

Brynne Bennett: Las cosas van mejor… Gracias. ¿Dónde te alojas en Londres?

Karl Westman: ¡En Chelsea, por supuesto! No voy a perderme la historia de Jimi si estoy aquí.

Brynne Bennett: ¡Je! Lo recuerdo. Qué gracia, porque el padre de Ethan me va a llevar a comer hoy. Él era taxista en Londres y conoce todos los sitios y la historia de lugares como ese. Podrías unirte a nosotros si quieres y recibir una clase exprés de historia.

Karl Westman: Me encantaría. ¡Gracias! Envíame un mensaje con el restaurante cuando lleguéis y me reúno con vosotros.

Cerré Facebook y me dirigí a la ducha. Tenía una comida con mi futuro suegro y después una sesión de fotos. Hoy no había tiempo para el pecado de la desidia.

—Así que Ethan te ha encomendado hoy tareas de seguridad, ¿eh? —le pregunté a Jonathan mientras comía una ensalada de pollo rica de verdad. Tenía que acordarme de las pasas y el eneldo la próxima vez que la hiciera. Mi apetito estaba mejorando ligeramente, pero no sabía si se debía al embarazo o a que estaba aceptando la muerte de mi padre. En cualquier caso, ahora podía mirar la comida sin que me entraran ganas de girar la cabeza para no tener que vomitar.

—No sé nada de eso, querida. Quería llevar a mi futura nuera a comer, eso es todo —explicó encogiéndose de hombros, con un brillo en sus ojos marrones—, y Ethan me dijo que Len estaría fuera hoy.

—¡Ja! Eso pensé. —Me reí—. A estas alturas conozco sus tácticas, Jonathan. Ethan no afloja su protección fácilmente o sin muy buenas razones —añadí mientras le daba un sorbo al zumo—. Sé que es muy protector y que lo hace porque me quiere.

—Le conoces muy bien. De hecho, diría que tú has transformado a mi hijo en la persona en la que yo había esperado que se convirtiera algún día y a la que temía que jamás vería —dijo Jonathan sonriéndome con mucha dulzura y sin juzgarme en absoluto.

—¿Por la guerra? —pregunté—. Sé que algo malo le pasó en el ejército, pero no sé el qué. No es capaz de compartirlo conmigo… todavía.

Jonathan me dio golpecitos en la mano con delicadeza.

—Bueno, en eso ya somos dos. Yo tampoco sé qué le hicieron. Solo sé que volvió a casa con un brillo atormentado en su mirada y una dureza que antes no estaba presente. Pero lo que sí sé es que ahora que te ha encontrado se parece más al Ethan de cuando era más joven. Tú le has hecho volver a ser el que era, Brynne. Puedo ver cómo te mira y cómo os ayudáis mutuamente. —Le dio un sorbo a su cerveza—. En resumen, has hecho muy feliz a un anciano y le has quitado un gran peso de encima.

—Yo me siento con él de forma parecida en muchos sentidos. En realidad Ethan me ha salvado de mí misma.

Jonathan me escuchó con atención y señaló mi tripa.

—Ya comprobarás que nunca dejas de preocuparte por tus hijos, independientemente de lo mayores que se hagan.

—He oído decir eso mucho —dije suspirando profundamente—. Ya me preocupo ahora… por él o ella. —Me toqué la barriga—. Si algo me pasara…, bueno, entonces… ya me hago una idea de cómo funciona.

—No te va a pasar nada, querida. Ethan no lo permitirá y yo tampoco. En las próximas semanas estarás sumamente ocupada y tu agenda estará llena de planes y compromisos, pero pronto las cosas se tranquilizarán y los dos estaréis desentrañando la vida de casados y yo esperando la llegada de mi cuarto nieto.

Me sonrió y yo le devolví la sonrisa de todo corazón. En realidad el padre de Ethan estaba empezando a importarme. Sería un abuelo adorable para nuestro bebé, y me hacía sentir bien saber que apoyaba a nuestra pequeña familia. Para muchos resultaba algo insignificante, pero para mí era enorme. Jonathan me estaba dando algo que mi propia madre no podía o no quería darme: su simple bendición y sus mejores deseos para la nueva familia que empezaba.

Estábamos a punto de salir del restaurante cuando divisé a Karl entrando de golpe, con aspecto un tanto agobiado para ser aquel chico tranquilo que recordaba del instituto.

—¡Brynne! Jesús, siento mucho llegar tarde. Recibí tu mensaje, pero luego me entretuve una y otra vez —dijo sosteniendo en alto las manos—. Me entretuve con trabajo de la empresa —añadió mientras se acercaba para abrazarme y me besaba en la mejilla con cariño.

—Karl, este es mi… suegro, Jonathan Blackstone. Jonathan, Karl Westman, un viejo amigo de mi ciudad natal. Solíamos competir en atletismo en los viejos tiempos.

Estrecharon las manos y los tres hablamos un rato. Karl parecía frustrado por haberse perdido nuestra comida y no haber «reconectado», como él había dicho. Yo no estaba tan segura de si Ethan podría tolerar un contacto de cualquier tipo entre Karl y yo. Sinceramente, yo también podría vivir sin eso. No tenía nada en contra de una vieja amistad, pero en este caso existían bastantes emociones añadidas y eso lo hacía un pelín más incómodo para mí.

—Jess me matará por haber venido hasta Londres y no haber sacado tiempo para ponernos un poco al día —dijo antes de girarse hacia Jonathan—, y lamento haberme perdido la oportunidad de obtener sus valiosos consejos turísticos, señor Blackstone.

—Si estás interesado en la historia de Hendrix y sus rincones, puedo contarte lo que conozco. He llevado a cientos de turistas durante más de veinticinco años por esta ciudad. Creo que los he visto todos. —Jonathan le dio a Karl su tarjeta—. Mándame un correo electrónico y te enviaré lo que tengo. Imagino que querrás ir al hotel Samarkand, en el 21/22 de Lansdowne Crescent, Chelsea.

—Por supuesto, así es —dijo Karl y cogió la tarjeta de Jonathan y se la guardó en el bolsillo—. Gracias por todos los consejos que puedas darme. No tengo mucho tiempo y quiero aprovecharlo bien. —Se giró hacia mí—. Bueno…, ¿hay alguna posibilidad de que podamos quedar otra vez? Imagino que ahora tendrás cosas que hacer, ¿no?

—Sí, tengo una sesión de fotos en poco más de una hora y necesito tiempo para prepararme —dije pensando un momento—. Bueno, tú vas a asistir a los Juegos, ¿no? Ethan tiene entradas para todo lo que te puedas imaginar. ¿Por qué no nos organizamos para vernos en una de las pruebas de atletismo, como las carreras de obstáculos o los cien metros? La verdad es que me está apeteciendo mucho ver alguna competición.

—Perfecto —dijo—. Estaremos en contacto entonces.

Karl me abrazó de nuevo y nos separamos.

Jonathan estaba callado en el coche mientras me llevaba a la sesión de fotos. Parecía estar pensando, y yo me preguntaba: ¿qué pensará sobre lo de posar desnuda? ¿Qué le habrá contado Ethan al respecto? ¿Habrá visto alguna de mis fotos? Supongo que yo no lo sabría si no se lo preguntaba, pero eso era algo sobre lo que no me gustaba hablar con nadie. Mi faceta de modelo era personal y no estaba abierta a la negociación.

En lo que pareció un abrir y cerrar de ojos, Jonathan paró junto a la dirección en Notting Hill y esperó a que yo entrara en la elegante casa blanca en la que transcurriría mi sesión de fotos. Me despedí con la mano mientras entraba y acto seguido me fui a trabajar, centrando toda mi atención suavemente en aquello para lo que me habían contratado.

Las preguntas que hace la gente mientras habla son tan ridículas que a veces me cuestiono cómo no salto sobre la mesa y grito: «¿Cómo hacéis para ser tan estúpidos y apañároslas para seguir respirando?». Ay de mí… He aprendido a mantener la boca cerrada aunque me cueste muchísimo.

Estaba a punto de escabullirme para un necesitado chute de nicotina después de la absurda conferencia telefónica cuando Elaina llamó a mi despacho. No lo hacía muy a menudo, así que mi curiosidad se desencadenó de inmediato.

—Ethan, creo que deberías venir a recepción.

—¿Sí? ¿Qué sucede?

—Es Muriel…, del quiosco de prensa. Está aquí para entregarte un paquete en persona y no se lo dejará a nadie, pero…

Salí de mi despacho y corrí antes de que Elaina pudiera siquiera acabar la frase.

Mi corazón comenzó a latir con fuerza y una preocupación instantánea inundó mi cuerpo. Frené resbalando al atravesar las puertas de la recepción. Ahí estaba Muriel, esperándome con su bigote y sus horrorosos dientes en todo su esplendor. Sostenía un paquete entre sus manos manchadas de tinta y me dirigió una mirada con sus ojos verdes mientras me acercaba rápidamente a ella.

—Señor, tengo algo para usted —indicó agitando el sobre—. Usted dijo: algo o alguien sospechoso.

—Eso es. ¿Alguien ha dejado eso en tu quiosco justo ahora? —pregunté señalando lo que estaba sujetando.

Ella asintió y echó un vistazo a la sala, asimilando la decoración y probablemente calculando su valor.

—Sí, hace casi una hora. No podía dejar el puesto. Ponía «Blackstone» y recuerdo que me dijiste número cuarenta y cuatro.

Intenté que no me sorprendiera que supiera leer y asentí a su vez, con la adrenalina fluyendo dentro de mí. ¿De qué se trataba esta vez? ¿Más amenazas de muerte de Ivan?

—Tienes una memoria excelente, Muriel. Gracias por dejar tu puesto para venir hasta aquí a entregármelo en persona —dije mientras sacaba la cartera del bolsillo—. Aprecio tu atención.

Le extendí un billete de veinte e hicimos el intercambio. Ella asintió de manera fugaz y se giró para marcharse. Rompí la cuerda roja y abrí la solapa del sobre, totalmente consciente de que era idéntico al que había recibido el día de la gala Mallerton, el mismo sobre que contenía las fotos de Ivan además de un críptico mensaje que decía: «Nunca intentes asesinar a un hombre que se va a suicidar», y otras chorradas incoherentes para las que ahora no tenía tiempo. En cualquier caso, no podía arriesgar la vida de mi primo. Estaría en primera línea en los Juegos la semana siguiente, anunciando todas las competiciones de tiro con arco, sumido en el circo mediático, siendo entrevistado, a la vista de todo el mundo. Si alguien le tenía en su diana, necesitaba tomar precauciones in situ.

Metí la mano y saqué las fotos, de nuevo como la última vez: blanco y negro, con brillo, de ocho por diez. Sentí que me atravesaba un miedo terrible. No eran en absoluto fotos de mi primo. Se trataba de fotos de Brynne…

¡Joder! ¡No! ¡NO!

Las fotos eran una secuencia de instantáneas hechas en la calle: Brynne y yo el día que fuimos a nuestra primera cita con el doctor Burnsley y más tarde cuando almorzamos al aire libre antes de parar en Fountaine’s Aquarium. Los dos abrazándonos en la acera tras salir de la consulta del médico. Yo tocando su tripa y besándosela. Los dos comiendo nuestros sándwiches y hablando sobre nuestro encuentro en Nochebuena en la nieve. Había incluso una foto de Brynne sacándome una instantánea con su móvil, riéndose porque había sido justo después de salir de la tienda con el bebé que olía fatal. Tendría que haberme dado cuenta de que alguien sacaba fotos. Tendría que haberlos visto. ¿Cómo podía haber fallado? ¿¡Cómo cojones había fallado!?

Había estado distraído. La distracción es el enemigo número uno en el negocio de la seguridad y yo había fallado por completo. Estaba distraído por la visita al médico y después por la locura en el acuario, ¡demasiado concentrado en dónde estábamos y en la gente de nuestro alrededor como para ni siquiera percatarme de que alguien nos seguía!

Gruñí y las ojeé de nuevo. No pude encontrar ningún mensaje o nota ambigua en el reverso de ninguna de las fotos. Alcé la vista y me di cuenta de que Muriel se había marchado.

—¡Pon a Brynne al teléfono y dile que espere! —grité a Elaina—. Necesito hablar con ella ahora mismo. —Entonces corrí hacia el ascensor—. ¡Muriel, espera!

La encontré en el vestíbulo mientras salía del edificio. Estaba seguro de que la gente debía de pensar que estaba loco por el espectáculo que les estaba ofreciendo, pero no me importaba. Podían pensar lo que quisieran.

—¿Sí, señor?

—¿Quién? ¿Viste quién dejó el sobre?

Alzó los ojos y brillaron ligeramente. Ahí estaba: el momento de la verdad en el que ella o bien me ayudaba porque era una buena persona o bien se aprovechaba de mí porque no lo era.

—Sí, mientras se alejaba. Le vi la espalda.

—¿Qué recuerdas de él? Complexión, color del pelo, ¿algo que me puedas contar? Es muy importante —supliqué—. Mi chica…, había fotos de mi mujer en ese paquete. Su vida podría estar en peligro —bajé el tono—. Por favor, Muriel. Cualquier cosa que recuerdes podría ser de ayuda.

Lo sopesó un momento, sus ojos moviéndose sin cesar.

—Estaba hablando por el móvil y solo vi su espalda mientras se marchaba. Tenía el pelo castaño y no era tan alto como tú.

Pelo castaño y más bajo que yo. No era de mucha ayuda en un lugar con millones de personas así. Necesitaba volver arriba y asegurarme de que Elaina había localizado a Brynne.

—Gracias otra vez —dije con tono apagado, y me giré para irme.

—Aunque me di cuenta de algo más —me gritó Muriel—. Su voz… no era de aquí. Es yanqui.

El acosador es americano. Debe de ser de la gente de Oakley… O quizá Fielding no está muerto después de todo. Quizá esté aquí, en Londres. ¡Oh, no! ¡No, por favor!

Se me heló la sangre después de lo que me dijo Muriel, con todas las posibilidades y escenarios dando vueltas en mi cabeza, en un terrible torrente enrevesado.

Entonces mis piernas comenzaron a moverse.