PRINCIPIO

Tendremos que tomar una determinación, Vicent.

—Supongo que sí, Anders.

—Una determinación tajante.

—Con Saal no hay determinaciones tajantes que valgan y tú lo sabes.

Hubo un largo silencio entre los dos hombres. Un silencio plomizo, durante el cual los dos contemplaron la llanura ante ellos.

Todo en torno era amarillo. Con el amarillo profundo del verano. Estaban en pleno mes de agosto y la tierra parecía pedir a gritos un poco de agua. A lo lejos, el cielo se volvía blanquecino, hasta confundirse con la línea parda del horizonte.

Aquello era Shattuck, en Oklahoma. Un lugar al que había comenzado a llegar la fiebre negra del petróleo. Sobre el horizonte se alzaba una torre metálica. Su descarnada arboladura rompía la armonía de la llanura.

Anders Rygseck estuvo unos momentos quieto, contemplando la lejanía. Luego sacó la bolsa de tabaco y comenzó a liar despacio un cigarrillo.

—Saal nos ha provocado, Vicent.

—Nos ha provocado repetidas veces, Anders.

Y Vicent Kelley soltó entre dientes una risa dura, casi diamantina.

Anders Rygseck no le miró. Se lo sabía de memoria.

Sólo dijo:

—Sólo hay una forma de responder a sus provocaciones y es recurrir a sus mismas armas para conservar lo que es nuestro.

Hubo otro largo silencio entre los dos.

Como si ambos no tuvieran nada que decir.

Pero sí lo tenían. Había miles de cosas que decir, miles de planes que hacer, miles de hombres a los que podían recurrir en el caso que se encontraban. Todo se podía contar allí por miles, incluso la extensión de tierra que tenían ante sí: miles de hectáreas que les pertenecían a ellos dos, solamente a ellos dos... y que Vanne Saal estaba convirtiendo en un yermo con sus torres metálicas y sus brigadas de obreros.

Vicent murmuró de pronto:

—He oído decir que, hoy iban a instalar un nuevo taladro.

—Ya.

—Con una leva de presión, capaz de perforar mil pies más profundo que cualquier otra.

—Ya.

—¿Crees que...?

Y Anders, tajante, seco:

—Sal no es más que un advenedizo. Pero ha hecho fortuna en el Oeste y se le puede permitir todo. Incluso que compre al "sheríff".

El silencio. La llanura. El sol.

La tensión entre ambos.

La voz de Vicent, nuevamente:

—Saal ha contratado una pareja de pistoleros para que le sigan a todas partes como, perros falderos: a él y a su hija.

Anders rió entre dientes. Encendió el cigarrillo, que había liado ya y mantenía entre los dedos como si no se decidiera a hacer nada con él.

Dijo:

—Ya he decidido seguir sus mismos procedimientos, Vicent. De modo que... también nosotros contrataremos pistoleros. Si Saal quiere guerra; la va a tener. Por mi vida que la va a tener.

—Por la mía también.

Y los dos, nuevamente en silencio, contemplaron durante otro largo rato aquella torre metálica y negra que se alzaba sobre el horizonte, igual que una pincelada discordante en medio del paisaje.