Carta Número 10
París, día siguiente de Navidad, 1908
Usted ha de saber, querido señor Kappus, cuánto me alegró su hermosa carta. Las noticias que me daba, muy reales y precisas, me parecen buenas y cuanto más las medito más las percibo como objetivamente auténticas. En realidad, quería escribirle esto la víspera de Navidad. Pero a causa del ininterrumpido y múltiple trabajo en que vivo este invierno, la antigua fiesta transcurrió tan deprisa que apenas he tenido tiempo de realizar las tareas más urgentes y mucho menos para escribir.
Pero he pensado con frecuencia en usted estos días y me he imaginado qué tranquilo debe de sentirse en su solitario fortín en medio de desiertas montañas sobre las que se precipitan los grandes vientos del sur como si quisieran engullirlas a grandes bocados.
El silencio que acoge tales sonidos y movimientos debe de ser inmenso y si a todo esto se añade la lejana presencia del mar, que resuena en todo, tal vez, como el tono más íntimo de esta armonía más vieja que la historia, sólo le puedo desear que, lleno de confianza y de paciencia, deje obrar en usted esta grandiosa soledad que jamás se borrará de su vida y que, en todo lo que está a punto de vivir y de hacer, actuará como un influjo anónimo, constante, decisivo e imperceptible, de la misma forma, que, incansable, fluye en nosotros la sangre de nuestros antepasados, combinándose con lo que es nuestro para formar en cada recodo de nuestras vidas esa cualidad única e irrepetible que nos constituye.
Sí, me alegra que tenga esta existencia sólida y descriptible, ese grado, ese uniforme, ese servicio, todo eso tangible y limitado, que, en un entorno semejante, en medio de una tropa tan aislada como poco numerosa, adopta un aire de gravedad y necesidad, permite y crea, más allá de los pasatiempos y ocios de la profesión militar, una aplicación atenta y una atención independiente. Al fin y al cabo, lo único que necesitamos es encontrarnos en circunstancias que actúen sobre nosotros y que, de vez en cuando, nos coloquen ante inmensas manifestaciones naturales.
También el arte es sólo una manera de vivir y puede uno prepararse para él viviendo en la circunstancia que sea y sin darse cuenta. En todo lo real estamos más cerca del arte que en los oficios semiartísticos e irreales que, dándonos la ilusión de su proximidad, de hecho niegan su existencia y lo dañan, como sucede con todo el periodismo, con casi toda la crítica y con las tres cuartas partes de aquello que se llama o dice llamarse literatura. En una palabra, me alegra que haya superado ese peligro y se halle solo y animoso en una ruda realidad. Deseo que el año que está a punto de empezar le conserve y le afirme en ella. Siempre suyo,
Rainer Maria Rilke