ESCENA PRIMERA
Una antesala en la cruz de dos corredores. Sobre el muro se desenvuelve, en estampas que ostentan larga leyenda al pie, la historia amorosa de la Señorita de La Valiera[93]. En el fondo hay una ventana, desde donde EL CABALLERO se divierte tirando a los vencejos que vuelan en la tarde azul sobre el oscuro jardín de mirtos. DON JUAN MANUEL aún lleva una venda sobre el entrecejo. La fiebre le enciende los ojos y le ahonda las mejillas. Su mal, es la tristeza de recordar la figura amorosa y gentil que otras veces había encantado, como triunfo de rosas que florecen en viejo tronco, el soberbio declinar de su vida apasionada y violenta. DON GALÁN asoma por uno de los corredores.
EL CABALLERO.— ¿Has averiguado algo? Te dije que no te mostrases ante mis ojos, en tanto que no supieses si era viva o muerta. ¿Qué nueva me traes?
DON GALÁN.— Olfateo, mi amo. Ando como un can perdiguero de acá para acullá.
EL CABALLERO.— ¡No ha pensado que me dejaba solo, sumido en la tristeza, cuando voy para viejo! No, no me hubiera abandonado si yo tuviese diez años menos. Entonces sería mi esclava sin que le cansase estar ante mí de rodillas… ¡Otras han estado! Esta pena que siento ahora y que jamás he sentido, es la tristeza de la vejez, es el frío que comienza. Llegó el momento en que cada día, en que cada hora, es un golpe de azada en la sepultura. ¡Ah, como tuviese yo diez años menos!
EL CABALLERO se interrumpe y dispara sobre una bandada de vencejos. Ladran los perros en la lejanía. Por uno de los corredores llegan EL MOLINERO y su mujer.
EL MOLINERO.— Allí tienes al amo, Liberata.
LIBERATA.— Venturosos los ojos que tornan a verle con salud.
EL MOLINERO.— ¿Da su licencia?
EL CABALLERO.— Adelante. ¿Llegáis ahora?
LIBERATA.— Sí, señor.
EL CABALLERO.— Liberata, me han dicho que no andas buena, y te hallo pálida.
EL MOLINERO.— Pero no es el mal de antaño lo que la tiene con esa color de cera.
LIBERATA.— Antier[94] pasé un susto muy grande. ¡Creí que era llegada mi hora!
EL MOLINERO.— Por eso hemos venido los dos, para decirle que nos perdone…
LIBERATA.— No podemos seguir con el molino, mi amo. Don Pedrito nos tiene amenazados con picarnos el cuello.
EL CABALLERO.— ¿Y quién es Don Pedrito?
LIBERATA.— Habla tú, pariente.
EL MOLINERO.— Habla tú que mejor lo sabes, Liberata.
LIBERATA.— Dice que habemos de pagarle una renta o dejar el molino.
EL CABALLERO.— Y vosotros habréis temblado como liebres.
LIBERATA.— Nosotros, mi amo, queremos vivir en paz.
EL MOLINERO.— Tal, que le traemos la llave. Entrégasela al amo, Liberata.
EL CABALLERO.— Guardad la llave, y no me tentéis la paciencia.
LIBERATA.— Por todos los santos del cielo no me haga volver al molino. Don Pedrito quiso matarme, azuzóme los perros, y tengo mi cuerpo atarazado.
EL MOLINERO.— Dígole que da dolor verla. Muéstrale al amo cómo tienes las piernas, Liberata.
EL CABALLERO.— No sabe ese ladrón que no es tu carne para los perros.
LIBERATA.— Las señales de los dientes las tengo hasta en los pechos.
EL MOLINERO.— Muéstraselas, Liberata.
EL CABALLERO.— Pedro Rey, no quiero que ese bandido salga con su empeño. ¿Os conviene el molino con las tierras de Lantañón?
EL MOLINERO.— Hay que servir al amo, Liberata. Puesto que su gusto es que sigamos en el molino, habemos de seguir.
LIBERATA.— No lo temo yo por mí, sino por lo que llevo en mis entrañas.
EL CABALLERO.— ¿Os conviene?
EL MOLINERO.— Nos conviene lo que mi amo ordenare. Ya sabemos que no habrá de ser tirano para la renta.
EL CABALLERO.— Renta ninguna.
LIBERATA.— Aun así el corazón me anuncia una desgracia.
EL CABALLERO.— ¡Basta de lamentos! Pedro Rey, vuélvete al molino, y si ese faccioso asoma la cabeza por encima de la cerca, suéltale un tiro. Yo te doy mi palabra de que te sacaré de la cárcel. Y como para tales empresas las mujeres más estorban que ayudan, se quedará en mi casa Liberata. Aguarda: Quiero que le mates con mi escopeta y que sea cargada por mi mano.
Los molineros se miran a hurto, a la vez con gozo y temor. DON JUAN MANUEL vierte la pólvora en su palma trémula de cólera y después de repartirla en los dos cañones arranca con brío la baqueta[95]. La brisa perfumada del jardín, entra por la ventana y mueve la ola de su barba y sus cabellos blancos de Rey Mago.