ESCENA QUINTA
La velada en el molino. Hay viejos que platican doctorales a la luz del candil, que cuelga de una viga ahumada, y mozos que tientan a las mozas en el fondo oscuro, sobre el heno oloroso. En medio de la algazara la molinera plañe sus males en suspiros, y una abuela curandera, cerca de la lumbre, atiende al hervor del vino con romero, mientras adoba las yerbas del monte que tienen virtud para curar el mal de ojo a las preñadas.
LIBERATA.— ¡Cuitada[37] de mí!
LA CURANDERA.— Ten paciencia, Liberata.
LIBERATA.— ¡Ni moverme puedo!
UN MOZO.— Tiene malas entrañas ese Don Pedrito.
UNA VIEJA.— ¡Más negras que el luto de mi alma!
UNA MOZA.— El año pasado, por el tiempo de la siega, lo topé anochecido al cruzar los esteros, y vino corriendo tras de mí hasta cerca de la iglesia.
LIBERATA.— ¡Suerte que no te alcanzó!
UN MOZO.— No correría mucho.
UN VIEJO.— Como era anochecido buscaba compaña[38]. Juntos os quitabais mejor el miedo.
LA CURANDERA.— Pues los otros hermanos no son mejores que Don Pedrito.
EL MOLINERO.— ¡Caínes todos!
LIBERATA.— ¡Inda[39] peores!
EL MOLINERO.— Por la villa se pregona que son ellos quienes quisieron robar en el Palacio.
LIBERATA.— ¡Dónde se ha visto los hijos contra los padres!
UNA VIEJA.— ¡Dan dolor esos ejemplos en familias de tanto linaje! ¡Cómo se acaban las noblezas! ¡Ay, si hubieses conocido al abuelo Don Ramón María! ¡Era el primer caballero de estos contornos, un caballero de aquellos que ya no quedan!
EL MOLINERO.— ¿En dónde dejáis a mi amo? ¿Hay otro que lleve su vara más derecha lo mismo con ricos que con pobres? ¿Hay puerta de más caridad que la suya?
UN VIEJO.— En esa comparanza inda gana al padre y al abuelo. Las puertas del rey no son más caritativas. Recuérdome un año, por la fiesta, que mandó dar de beber y comer a todos los rapaces que bailaren. Yo era rapaz entonces.
UN MOZO.— ¿Y con las rapazas qué hizo?
UNA MOZA.— Eso no se cuenta.
La fragancia del vino que hierve con el romero se difunde por la corte como un bálsamo oloroso y rústico, de aldeanos y pastores que guardasen la tradición de una edad remota, crédula y feliz. Si alguna moza se duerme en la vela, luego la tienta un mozo parletano[40]. Entre el reír de los viejos y el rosmar de las viejas, las manos atrevidas huronean bajo las haldas[41]. LA CURANDERA sopla el hervor que levanta el vino, y en medio de la algazara plañe siempre sus males LIBERATA LA BLANCA.
LIBERATA.— ¡Maldecidos sean el amo y los canes!
LA CURANDERA.— Maldice del amo, pero no de los canes, que tienen la bendición de Dios Nuestro Señor.
UNA VIEJA.— O maldice tan sólo de sus dientes.
LA CURANDERA.— De todos los animales, solamente los canes tienen saludable la saliva. Cuando Nuestro Señor Jesucristo andaba por el mundo, sucedió que cierto día, después de una jornada muy larga por caminos de monte, se le abrieron en los pies las heridas del clavo de la cruz. A un lado del camino estaba el palacio de un rico, que se llamaba Centurión. Nuestro Señor pidió allí una sed de agua, y el rico, como era gentil, que viene a ser talmente como moro, mandó a unos criados negros que le echasen los perros, y él lo miraba desde su balcón holgándose con las mozas que tenía. Pero los canes, lejos de morder, lamieron los divinos pies, poniendo un gran frescor en las heridas. Nuestro Señor entonces los bendijo, y por eso denantes vos decía que entre cuantos animales hay en el mundo los solos que tienen en la lengua virtud de curar son los canes. Los demás: Lobos, jabalises, lagartos, todos emponzoñan.
UN MOZO.— ¿Los lobos también?
LA CURANDERA.— Los lobos, al que muerden le infunden su ser bravío. Solamente los canes tienen la bendición de Dios Nuestro Señor.
LIBERATA.— ¡Pues maldecidos sean sus dientes! Tengo atarazadas las piernas, que no puedo moverme.
LA CURANDERA.— Si conforme eran sabuesos fuesen lobicanes, inda su dentallada sería peor. Como son los lobicanes hijos de cadela y lobo, no tienen en su saliva ni saña ni virtud, porque las dos sangres, al juntarse, se pelean, y sucede que pierden las dos.
UN VIEJO.— Veces hay también en que los cachorros siguen el instinto de uno solo de los padres, tal como acontece con nosotros los cristianos.
UNA VIEJA.— Tengo oído, que también sucede por veces heredar aquella condición de la leche que se mama, y no de la sangre. Yo tuve una nieta criada por una cabra, y no he visto en los días de mi vida criatura a quien más le tirase andar por los altos.
LA CURANDERA.— ¿Y no habéis reparado cómo los mismos lobicanes, algunas lunas, parecen más feroces?
EL MOLINERO.— ¡Sí que lo tengo reparado en casa de mi amo!
LA CURANDERA.— Pues esa luna se corresponde con aquella en que fueron engendrados, y sienten despertarse su ser bravío como un ramo de locura. Y si por acaso muerden en esa sazón, talmente como los lobos. Pero hay muchos que ignoran aquesto, y al ver cómo se encona la herida lo atribuyen a humores de la persona.
EL MOLINERO.— Por donde conviene saber el remedio para todas las cosas.
LA CURANDERA.— No hay mal en el mundo que no tenga su medicina en una yerba.
UN VIEJO.— Eso decían los antiguos. Y los moros conocen esos remedios.
LA CURANDERA.— Los moros más conocen los venenos y las yerbas que hacen dormir.
La luna se levanta sobre los pinares y blanquea en la puerta del molino, donde mozas y mozos divierten la vela con cuentos de ladrones, de duendes y de ánimas. En los agros vecinos ladran los perros, como si vagasen en la noche los fantasmas de aquellos cuentos aldeanos, y volasen en el claro de luna las brujas sobre sus escobas.