Regresé a Luanda en la madrugada del sábado; aún no había amanecido. El trayecto desde Benguela lo habíamos hecho en plena noche, en un coche cisterna enviado a la capital en busca de gasolina, dado que el frente sur estaba inmovilizado por falta de carburante. Por el camino habíamos pasado junto a unos puestos de control sumidos en un sueño aletargado y compuestos por unos muchachos envueltos en lonas, albardas, capotes y sacos porque caía una desagradable llovizna. Como siempre, se perdían en largas discusiones acerca de nosotros, que si nos dejaban pasar o no, querían que les diésemos algo que llevarse a la boca y tabaco para fumar, pero como nosotros ya no teníamos nada, acababan por resignarse y se volvían a dormir. En plena noche era posible entrar en Luanda y ocuparla sin un solo disparo. En sus suburbios africanos las mujeres encendían fuegos delante de sus casas y se disponían a machacar mandioca. La tarea de golpear la mandioca hasta convertirla en una masa dura, crujiente y blanca ocupa a la mujer africana la mitad de su vida. La otra mitad está destinada a embarazos y partos. En algunos lugares, junto a los pozos, ya se habían constituido colas de gente que iba a buscar agua. En otros, de la que iba a buscar pan. Las personas que las formaban dormitaban apoyadas contra los muros o dormían tumbadas en el suelo, cubiertas con sábanas. En las paredes se veía un cartel que rezaba LA PATRIA TE NECESITA, acompañado por un inmenso dedo negro dirigido hacia los ojos del transeúnte, inyectados en sangre a esa hora por falta de sueño. En el centro, europeo, no se veía ni rastro de vida. Sus calles y casas aparecían cubiertas de polvo y telarañas.
Una vez en el hotel, volví a mi habitación, la cuarenta y siete, expulsé de la cama sin contemplaciones un enjambre de cucarachas y me eché a dormir. No suelo soñar, nunca, pero en aquella ocasión me hallé de pronto en un bosquecillo de las afueras de Varsovia y de detrás de los arbustos empezaron a salir unos facinerosos con cuchillos que se me acercaban a un paso tan sigiloso como si jugasen al juego de las pistas. Abrí los ojos y encima de la cabeza vi a dona Cartagena, al demacrado y exhausto Óscar (el nuevo dueño del hotel) y al portero Fernando, con un medallón de plástico colgando del cuello, con el semblante de Agostinho Neto. Contentos de que hubiese vuelto, me acribillaban a preguntas de un absurdo tan evidente que llegaba a pasmoso: me preguntaban si seguía vivo; y lo hacían con tanta insistencia e incredulidad que yo mismo acabé por perder la noción de la realidad y ya no sabía si estaba despierto o si se trataba de la continuación del sueño, en el cual hubiesen irrumpido de pronto dona Cartagena, Óscar y Fernando sembrando el terror con sus navajas en el bosquecillo de las afueras de Varsovia. No sé qué ocurrió después (seguramente me volví a dormir), pero cuando me levanté de la cama de un salto la habitación estaba vacía. Salí al pasillo: el mismo panorama de desolación. Todas las habitaciones estaban abiertas y vacías. Con los ventiladores parados, la humedad estancada impregnaba el aire; empecé a abrir los grifos. Estos, después de emitir unos ronquidos violentos, acabaron por sumirse en el silencio: no había agua. Corrí escaleras abajo, a la recepción, donde, apoyado con los codos sobre un montón de papeles inútiles y varias pilas de dinero sin valor alguno, dormitaba Félix; su palidecido e inexpresivo rostro descansaba inmóvil sobre una mano. Félix, lo sacudí suavemente, dame de beber. Abrió los ojos para mirarme. Hace tres días que no hay agua, dijo. Se agotan los últimos pozos. Si sigue faltando el agua, la ciudad tendrá que rendirse. Lo dejé y me dirigí a la cocina, pero en cuanto entré en ella mis fosas nasales fueron golpeadas por una fetidez tan espantosa que los pies se me clavaron en el suelo y no pude dar un paso. Aquella peste se originaba en el montón de platos y cacharros sin lavar, aunque sobre todo salía de un cerdo hediondo que un cocinero negro estaba descuartizando con una tajadera. Camarada, le dije, no sin antes apoyarme en una mesa para no caerme, dame un poco de agua. El hombre apartó la tajadera y me dio una taza de agua que extrajo de un barril de hojalata. Sentí en mi interior una laxitud llena de frescor que me devolvía a la vida. Un poco más, dije. Que el camarada beba cuanto necesite, dio su visto bueno, para sentirse bien.
Me encerré en la habitación y empecé a hacer llamadas. Los teléfonos funcionaban. La noción de totalidad existe en la teoría pero en la vida, jamás. Incluso en la muralla más compacta se abre alguna grieta (o al menos tenemos esa esperanza, cosa que ya significa mucho). Aun cuando nos da la impresión de que ya no funciona nada, algo sí lo hace y nos proporciona un mínimo de existencia. Aunque nos rodee un océano de mal, siempre emergerán de él islotes verdes y fértiles. Se ven, ahí están, en el horizonte. Incluso la peor de las situaciones, si en tal nos hallamos, se descompone en elementos simples entre los cuales habrá algunos a los que asirse, como las ramas de un arbusto que creciese en la costa, para oponer resistencia a los remolinos que nos tiran hacia el fondo. Esa grieta, ese islote y esa rama nos mantienen en la superficie de la existencia.
Y ahora, en aquella cerrada ciudad nuestra en la que ya habían dejado de funcionar mil cosas y parecía que todo estaba destruido, funcionaba, sin embargo, el teléfono. Del sur, de la frontera con Namibia, traía yo la noticia de que aquel mismo día, o el siguiente a más tardar, podrían entrar en Angola columnas de carros blindados. El hijo de la panadera había dicho que las tropas sudafricanas ya estaban estacionadas en Tsumeb, listas para entrar en guerra. Necesitaban tres horas para alcanzar la frontera, tres días para llegar hasta Benguela y tal vez una semana más para plantarse a las puertas de Luanda. En Luanda no lo sabía nadie porque, con las comunicaciones cortadas, la capital estaba aislada del resto del país. Yo quería transmitir lo que habían dicho el hijo de la panadera y Farrusco. Que la intervención extranjera estaba a punto de iniciarse y que el frente sur no se iba a mantener. Empecé a marcar números y más números pero ninguno respondía. Los alargados tonos se repetían una y otra vez pero nadie cogía el auricular. Consulté el calendario, puesto que ya no tenía noción del tiempo, o mejor dicho, para mí el tiempo había perdido toda medida y divisibilidad, disipándose y desvaneciéndose como el fibroso vaho de los trópicos. El tiempo concreto había perdido todo su significado, hacía mucho que para mí no tenía ninguna importancia si era el día diez o el veinte, miércoles o viernes, las ocho de la mañana o las dos de la tarde. Mi vida transcurría de acontecimiento en acontecimiento, dirigiéndose de una manera difusa hacia un destino no menos difuso. Solo sabía que deseaba permanecer allí hasta el final, independientemente de cuándo este fuera a producirse y de cómo sería. Todo estaba envuelto en un misterio inescrutable que me atraía y me fascinaba.
Gracias al calendario pude calcular que era el 18 de octubre de 1975. Y, como ya he mencionado, un sábado. Esto explicaba el silencio de los teléfonos. Y es que los sábados y los domingos la vida se paralizaba. Estos dos días se regían por sus propias e inquebrantables leyes. Callaban los cañones y la guerra quedaba suspendida. Las personas apartaban las armas y se sumían en el sueño. Los guardias dejaban sus puestos y los vigías guardaban sus prismáticos. Las carreteras y las calles quedaban desiertas. Se cerraban oficinas y sedes de comandancia. Se despoblaban los mercados. Se apagaban las emisoras de radio. Se detenía el transporte. De una manera tan incomprensible como total, este inmenso país, junto con su guerra y devastación, con su violencia y miseria, se detenía por completo, como por arte de magia o de brujería. La explosión más atronadora, al igual que un fenómeno celeste o un grito humano, nada era capaz de sacarlo de ese letargo de sábado y domingo. Lo que más me intrigaba —y nunca logré averiguar— era dónde se metía la gente. Los amigos más allegados desaparecían como si se los hubiera tragado la tierra. No estaban en sus casas ni en la calle. Era evidente que tampoco podían marcharse fuera de la ciudad. Y lugares como clubs, restaurantes y cafés no existían. Sigo sin saberlo. No consigo explicármelo.
La distensión de esos dos días era acatada por todos los bandos en conflicto; los enemigos más furibundos respetaban el derecho de sus adversarios a esos dos días de descanso. En cuanto a este punto, no había diferencias: la pereza de fin de semana abrazaba y unía a todo el mundo. Aquella gente estaba hecha de tal manera que sus energías vitales actuaban de lunes a viernes, tras lo cual, a medianoche, se sumergía en un estado de nirvana, de invencible sopor, petrificándose en la misma posición en que la había sorprendido la hora cero. Empezaba a reinar un silencio apático, que actuaba sobre todas las cosas como un somnífero. Incluso parecía que la propia naturaleza se dormía. El viento dejaba de soplar, las palmeras se volvían rígidas y a los animales también se los tragaba la tierra.
A última hora de la tarde apareció Óscar, que me traía un número de teléfono apuntado en una hoja de papel, y me dijo que llamara allí. ¿De quién es este número?, pregunté. Él no lo sabía. Alguien había llamado al hotel, diciendo que me dieran aquel número cuando volviese a Luanda. Óscar se marchó y me quedé solo en la habitación. Descolgué el auricular y marqué el número apuntado en la hoja. Al otro lado de la línea se oyó una voz masculina, de bajo. Dije que en el hotel me habían dado aquel número pidiendo que llamase. ¿Me llamo así y asá?, interpeló la voz de bajo. Así es, confirmé. Esta parte de la conversación se llevó a cabo en portugués, pero a partir de entonces el hombre del otro extremo del hilo pasó al español y yo, juzgando por su acento y manera de hablar, me di cuenta de que era cubano. Todo aquel que sabe español y ha pasado una temporada más o menos larga en América Latina reconocerá enseguida la pronunciación cubana por su característico tono cantarín y su descuidado amasijo de palabras cuyas terminaciones suelen obviarse. Le pregunté quién era y qué hacía allí, pensando que se trataba de un reportero de Prensa Latina o de alguien por el estilo. A lo que él respondió: no hagas tantas preguntas, hombre, que quien pregunta demasiado recibe demasiadas respuestas. Me callé al no saber a qué aludía. Nos veremos en tu habitación, dijo, estaremos allí dentro de una hora. Y colgó.
Aparecieron dos hombres de paisano; uno era negro, fornido, macizo incluso, y el otro, blanco, corpulento y bajo. Se sentaron y el negro sacó una cajetilla de cigarrillos cubanos, Populares, de los que me gustan. Me preguntaron si había estado en Cuba. Sí, una vez. ¿Y dónde? En todas partes, en Oriente, en Camagüey, en Matanzas… El negro era de Matanzas. Qué lindo, ¿verdad?, y sonrió. Sí que es hermoso, repuse, cuando estuve de viaje por allí, me llevaron a una montaña con una vista increíble. Y, ahora, ¿has estado en el sur?, preguntó el blanco. Cierto, de allí vengo. ¿Y cómo están las cosas en el sur? ¿Que cómo están? Primero díganme quiénes son. Somos del ejército, contestó el blanco, del grupo de instructores.
Para mí era una novedad porque ignoraba que en Angola hubiera instructores cubanos. O, para ser más exacto, en Benguela había visto a varios hombres con uniformes cubanos, pero como los angoleños llevaban todos los uniformes posibles, ya recibidos del extranjero, ya conseguidos en el frente, me había imaginado que eran soldados del MPLA. Y entonces aproveché para preguntar: Los que vi en Benguela ¿eran de los vuestros? Sí, afirmó el negro, de los nuestros; se ha desplazado a la zona una veintena de hombres. Le dije que lo más probable era que se hubieran desplazado demasiado tarde porque según mis cálculos, el ejército sudafricano seguramente ya se había adentrado en Angola. De todos modos, ¿qué puede enmendar una veintena de hombres? Sobre aquel territorio marcha un poderoso ejército regular. Con carros blindados y piezas de artillería a discreción. Siendo afrikaners, además, saben luchar. Y el MPLA no tiene armas. Y añadí que el destacamento de Farrusco solo tenía dos morteros y algunos fusiles viejos. Los de Lubango tampoco tienen armas pesadas. El único carro de combate que había en Benguela fue destruido por mercenarios. ¿Quién puede oponer resistencia a tamañas columnas blindadas que entrarán, o tal vez ya han entrado, desde Namibia? Aparte de esto, sobre el destino de esta guerra se cierne el pasado. En este país, el hombre negro ha perdido todas las batallas frente al blanco. No se puede cambiar su manera de pensar de un día para otro. Incluso si el soldado del MPLA derrota al del FNLA y de UNITA, no dejará de sentir miedo ante un ejército de blancos que viene desde el sur.
Convinieron conmigo en que la situación se presentaba difícil. Se hizo silencio. El aire de la habitación, asfixiante, se había teñido de negro por el humo. Permanecíamos allí sentados, bañados en sudor y atormentados por la sed. Yo luchaba contra mi imaginación porque a cada momento me entraba por los ojos la imagen de una botella de cerveza fresca o de un zumo con hielo u otros desvaríos por el estilo. Les pregunté si no se esperaba más ayuda. No lo sabían. A lo mejor sí, pero cómo y cuándo era una incógnita. Ellos acababan de llegar, con la misión de instruir al ejército local, solo que ese ejército, en el sentido del término comúnmente aceptado, no existía. Hay destacamentos sueltos, dispersos por el país. Pero ¿tendremos tiempo suficiente para convertirlos en un ejército? Los otros, el enemigo, están estacionados a veinte kilómetros de Luanda. Mobutu envía y vuelve a enviar nuevos batallones. Pueden entrar aquí mañana mismo.
Los acompañé abajo. Me dijeron que la próxima vez nos encontraríamos en su alojamiento, porque les resultaba incómodo acudir al hotel, donde podían pulular personas de toda calaña. Enviarían un coche a buscarme cuando llegase la hora. Les pregunté cómo debía llamarlos. Mauricio al negro y Pablo al blanco. Pero si les llamara por teléfono, más valía no pronunciar nombre alguno, bastaba con decir en español que un amigo proponía un encuentro. Ya se encargarían ellos de organizar el resto. En un oscuro callejón lateral estaba aparcado un jeep con cristales tintados, nuevo, sin matrícula ni ningún otro distintivo. La mano de alguien que se sentaba en su interior abrió la portezuela. Los dos hombres subieron y el jeep arrancó sin perder un minuto.
Mientras tanto, allí, en la sede del otro estado mayor, sita primero en Pretoria, luego en Windhoek y finalmente en Tsumeb, en la comandancia del frente (para los últimos detalles ya), todo está siendo analizado y planeado concienzudamente. Las paredes aparecen cubiertas de mapas, un África en miniatura y sin embargo inmensa; desde el techo hasta el suelo, desde la puerta de entrada y a lo largo de todo el despacho del comandante se extienden territorios despoblados, marcados con color de arena. A las alargadas mesas se sientan miembros del estado mayor, altos rangos, profesionales instruidos y adiestrados.
Nombre de la operación: Orange.
Objetivo de la misma: ocupar Luanda antes del 10 de noviembre de 1975 (ese día, a las 18.00 horas, en virtud del acuerdo alcanzado en Alvor, las últimas unidades portuguesas abandonarán Angola). Proclamar al día siguiente la independencia de Angola cuyo gobierno estará formado por la coalición FNLA-UNITA.
Actuación conjunta: un ataque desde el sur por la carretera de Tsumeb, Pereira de Eça, Lubango, Benguela, Novo Redondo, Luanda. Al mismo tiempo, otro ataque desde el norte, por la carretera de Maquela do Zombo, Carmona, Caxito, Luanda. Y otro, paralelo, desde el este, por la carretera de Nova Lisboa, Quibala, Dondo, Luanda.
Fuerzas: al sur, unidades motorizadas del ejército de la República de Sudáfrica (apoyo: destacamentos de voluntarios portugueses, del FNLA-UNITA, el escuadrón de Chipenda). Al norte: destacamentos del FNLA (apoyo: unidades del ejército de la República del Zaire, voluntarios portugueses). Al este: lo mismo que al sur.
Día cero:
(Aquí empieza una larga discusión en una lengua anglo-afrikaans-portuguesa. Hay dos opiniones en pugna. Parte de los reunidos considera que las acciones deben emprenderse con cierta antelación pues es posible que el adversario oponga resistencia, vencerla llevará tiempo y se retrasará la ocupación de Luanda. Además, a medida que siga el avance por el interior de Angola, se irán alargando las líneas de aprovisionamiento de las tropas con municiones, combustible y víveres, por lo cual hay que prever un tiempo extra. Proponen como el día cero el lunes 20 de octubre. Otros opinan que la operación no durará más de dos semanas. Por el norte, ya estamos estacionados en las afueras de Luanda. Todas las informaciones indican que en el sur el adversario no será capaz de oponer resistencia. Avanzaremos con los carros de combate rápidos de tipo Panhard. Basta con calcular el tiempo que estos carros necesitan para recorrer el trayecto entre Tsumeb y Luanda, añadiendo el que se tiene que destinar a las comidas y el sueño de las unidades. Afirman que es suficiente con fijar la hora cero para el día 27 de octubre. Finalmente se impone la primera opción, más sensata. Aun si todo esto dura tres semanas, de todos modos será una blitzkrieg que dejará al mundo boquiabierto).
Día cero: 19 de octubre, domingo.
Los domingos, como ya he dicho antes, el país aparece sumido en un estado de letargo, no da señales de vida. Aquel domingo, sin embargo, el comandante Farrusco, llevado por un presentimiento incomprensible, busca desde la mañana a su chófer António; al final António comparece ante él por iniciativa propia, con ojos de sueño y vencido por el cansancio, pero Farrusco le ordena sentarse al volante y con el mismo jeep Toyota rojo con el que yo he regresado de Pereira de Eça, recorren ahora la carretera a través de la selvática maleza. Al cabo de un tiempo, entre las llamas del sol divisan algo que puede parecer un espectro pero que no tarda en materializarse para cobrar forma de una alargada columna de blindados, por encima de la cual planea, casi inmóvil, la silueta esférica de un helicóptero. Un momento más y un tableteo frenético de ametralladoras rasga el aire. Farrusco resulta gravemente herido: una bala le perfora el pulmón. António es herido en una pierna pero no pierde el conocimiento. Da marcha atrás y enfila el camino de vuelta, con su comandante moribundo.
La columna avanza en dirección a Pereira de Eça. Los soldados se ocultan en el interior de sus vehículos, pero, además de respirar un aire viciado, deben de pasar mucho calor pues a cada momento —y contradiciendo las órdenes—, ya en uno, ya en otro carro, se abre la tapa de la escotilla y aparece un rostro joven, tostado por el sol.
¿Y en Luanda? ¿Qué se puede hacer un domingo en nuestra ciudad abandonada, la cual —como ya se sabe— ya ha sido condenada?
Se puede dormir hasta mediodía.
Se puede manipular el grifo a fin de comprobar —¿tendremos esa suerte?— si hay agua.
Se puede uno quedar parado por unos instantes ante el espejo y decirse: Cuántas canas pueblan ya mi barba.
Se puede uno quedar sentado ante un plato en el cual destacan un pedazo de pescado infecto y una cucharada de arroz frío.
Se puede, sudando la gota gorda de debilidad y esfuerzo, caminar calle arriba por la Rua Luís de Camões en dirección al aeropuerto o caminar calle abajo, hacia la bahía.
Pero eso no es todo, ¡ni mucho menos! También se puede ¡ir al cine! Sí, tal cual, porque aún tenemos cine, cierto que solo uno, pero en cambio con pantalla panorámica y al aire libre y, por añadidura, gratuito. Ese cine se halla en el norte de la ciudad, cerca del frente. Su dueño ha huido a Lisboa pero el operador se ha quedado, al igual que ha quedado la cinta de la famosa película erótica Emmanuelle. El operador no para de proyectarla, una y otra vez, sin descanso, gratis, entrada libre, todo el mundo puede verla, acuden en masa niños y soldados que han hecho una breve escapada del frente; el cine siempre está lleno a rebosar y el bullicio se convierte en un estruendo de voces indescriptible. Con el fin de aumentar el efecto, el operador detiene la imagen en los momentos más picantes. La muchacha desnuda: stop. Él la posee en el avión: stop. Ella la posee junto al río: stop. La posee el viejo: stop. La posee el boxeador: stop. Cuando la posee en una postura rebuscada, el aforo estalla en risas y aplausos. Cuando la posee en una postura exageradamente refinada, el público se sume en un reflexivo silencio. Hay tanto bullicio rebosante de alegría que a duras penas se oyen los pesados y retumbantes ecos del fuego de artillería procedentes del frente cercano. Y, por supuesto, resulta del todo imposible oír —y esto ya no a causa de Emmanuelle, sino de la distancia, muy grande— el rumor de los motores de la columna blindada que avanza por la carretera.
Empezad, labios nuestros, a loar a la Santa Virgen, empezad a contar… Mala señal: dona Cartagena entona las Horas. Desde la mañana, la ciudad entera tiembla y se bambolea y tintinea en los cristales porque la artillería ha abierto fuego a discreción, ¡bum!, ¡bum!, ¡cataplán!, ¡cataplum!, ya te tengo, ya te tengo, el horizonte se ha llenado del fragor de la guerra. Holden Roberto ha anunciado que hoy entrará en Luanda. Pide a la población que conserve la calma. Ayer un avión suyo lanzó octavillas y fotografías del líder con la leyenda
DIOS GOBIERNA EN EL CIELO HOLDEN GOBIERNA EN LA TIERRA
Deben de atacar con fuerzas muy poderosas porque la furia de los tiroteos no amaina desde el alba, y ya se acerca el mediodía. La ciudad es presa del pánico, todo el mundo corre de un lado para otro profiriendo gritos. La línea del frente está a quince minutos en coche. Quizás entrarán. Dona Cartagena quiere esconderme en su piso. Vive muy cerca, la tercera bocacalle y luego a la derecha. Debo salir ahora mismo, me enseñará el camino, no vaya a ser que me pierda. Seré un hijo suyo que se ocupa de su vieja madre enferma. ¿Y por qué hablas en un portugués tan raro?, preguntarán. Porque nací en Timor, pero me escapé de casa y he pasado toda la vida en Birmania. He navegado como marinero en la flota birmana y hablo mejor aquella lengua.
¡Documentación!
La documentación se ha quedado en el barco y ya veis vosotros mismos que han zarpado todos.
Dona Cartagena me ordena quemar todos mis documentos y hacer la maleta, pero le digo que no, que aún hay tiempo, que tal vez no entren hoy.
Llamo a los cubanos. Su teléfono no responde.
Bajo al vestíbulo, en la escalera me topo con Óscar corriendo, le pregunto qué ocurre. No sabe qué ocurre, solo corre. Por la calle pasa un camión con militares, luego otro. Trotan unas mujeres con hatillos. Finalmente aparece una patrulla buscando enemigos. Qué enemigos, dice Félix, blanco como la pared. Se me eriza la piel porque precisamente ahora estoy sentado junto al télex intentando comunicarme con Varsovia, y ellos pensarán que intento comunicarme con Holden Roberto. Solo me ha dado tiempo de conseguir hablar con la centralita local y de emitir:
3322 TIVOLI AN
OB INT LUANDA AN
ESTIMADO COLEGA, PODE LIGAR-ME PARA A POLONIA?
NUMERO 814251 OK?
Pero la comunicación se ha cortado y yo suspiro con alivio, pues se me ha acercado uno de los hombres de la patrulla, queriendo ver qué escribo, pero como yo ya he dejado de escribir, me dice: Tenemos que estar alerta, muy alerta, camarada, porque el enemigo está a las puertas de Luanda. Sí, camarada, digo, y también Félix dice que sí, claro, por supuesto, y lo secunda Óscar, detenido en seco en su carrera, para que bajen los cañones de sus fusiles lo antes posible o, la mejor de las opciones, para que se vayan.
Finalmente se han marchado, y yo me he dirigido, a través de las calles desiertas, al Diário de Luanda, a ver a Queiroz, que siempre está bien informado. Tres hombres redactaban aquel periódico. De sus dieciséis páginas, Queiroz escribía ocho diariamente. Opinaba que eran demasiado pocos: para hacer un periódico se necesitaban cinco personas. Me ha enseñado los titulares que había enviado a la imprenta: ¡Todos al frente! ¡Ha llegado la hora de la verdad! ¡No cederemos ni un palmo de terreno! Me ha dicho que la situación era grave, que el FNLA atacaba con todas sus fuerzas, apoyadas por cinco batallones del Zaire y por mercenarios, y que el MPLA intentaba concentrar en la periferia de Luanda sus unidades de provincias, pero que no había transporte y se acababan las municiones.
Regresé al hotel para esperar a Varsovia. El vestíbulo estaba lleno de personas que tenían miedo de pasar aquella noche en sus casas y que preferían quedarse allí a la espera de los acontecimientos. El cañoneo se oía cada vez más cerca y en la calle volvieron a aparecer más camiones, con los faros apagados.
De pronto se encendió la luz del télex, que empezó:
3322 TIVOLI AN
814251 PAP PL
BUENAS NOCHES, DIFICIL CONTACTAR CON USTED, INTENTAMOS VARIAS VECES PERO SIN RESULTADO, IGNORO POR QUE EL APARATO DABA SENAL DE OCUPADO, ADELANTE
SI BI BI, AQUI HAY GUERRA Y MUCHO DESORDEN, AYER UN PROYECTIL DIO EN EL CABLE Y CORTO LA LINEA, PERO HOY ESTA BIEN
BI BI, ESTA ALLI EL JEFE DEL TURNO?
SI MOM MOM
MORAWSKI AL APARATO
HOLA, ZDZISLAW, TOMA NOTA, HA EMPEZADO EL ATAQUE A LUANDA, QUIZA LA COMUNICACION SE CORTE ENSEGUIDA, EL BOMBARDEO DE LA ARTILLERIA ES MUY INTENSO, EMITO LO QUE TENGO PERO ES POSIBLE QUE ESTO SE INTERRUMPA EN CUALQUIER MOMENTO, AHORA LA CRONICA, OK???
DE ACUERDO, ADELANTE, PERO NO PODEMOS HACER NADA POR TU SEGURIDAD? QUIZA SACARTE DE AHI EN ALGUN AVION?
NO, YA ES TARDE. QUIZA MANANA TODO SE ACLARE, AHORA NO SE SABE NADA DE LO QUE PUEDA PASAR, ESTAMOS MUY DEBILITADOS Y TODO VA MUY MAL PERO PRIMERO TE ENVIO LA CRONICA Y LUEGO CHARLAMOS, QUE ME DA MORRINA, OK?
OK, OK, ADELANTE
MOM MOM
(Tecleé mom mom —que significa un momento— porque justo en aquel instante se oyó por la radio la voz del comandante Xiyetu, el comandante en jefe del estado mayor del ejército del MPLA, que llamaba a una movilización general. Escuché su discurso hasta el final y tecleé sin perder un segundo):
NOTICIA DE ULTIMA HORA LUANDA PAP 23.10. DADA LA GRAVEDAD DE LA SITUACION QUE SE HA CREADO EN ANGOLA, EL ESTADO MAYOR DEL EJERCITO POPULAR DEL MPLA ANUNCIO EL JUEVES POR LA NOCHE, O SEA HACE UN MOMENTO, UNA MOVILIZACION GENERAL DE TODOS LOS HOMBRES ENTRE 18 Y 45 ANOS. SEGUN EL COMUNICADO DEL ESTADO MAYOR, ANGOLA SE HA CONVERTIDO AHORA EN EL BLANCO DE UN ATAQUE A GRAN ESCALA. A LO LARGO DEL DIA DE HOY EL ENEMIGO HA OCUPADO VARIAS CIUDADES IMPORTANTES Y SIGUE EN SU OFENSIVA. LOS COMBATES SE LIBRAN YA EN LAS AFUERAS DE LUANDA. LA SITUACION ES MUY GRAVE Y EL COMUNICADO DEL ESTADO MAYOR LLAMA A TODOS LOS PATRIOTAS A QUE COJAN SUS ARMAS Y SE DIRIJAN AL FRENTE PARA DEFENDER LA PATRIA. END ITEM
MOM MOM
RYSIEK, LA TELEVISION PIDE TE TRANSMITAMOS LA SIGUIENTE NOTA: PARA EL 8 DE NOVIEMBRE PREPARAMOS UN PROGRAMA SOBRE LA SITUACION INTERNA EN ANGOLA AL CUAL QUISIERAMOS INVITARTE. LO MEJOR SERIA UN REPORTAJE FILMADO, PERO TAMBIEN VALEN FOTOGRAFIAS, NOTICIAS GRABADAS
EN CINTAS MAGNETOFONICAS Y, FINALMENTE, UNA CORRESPONDENCIA VERBAL, QUE SERIA LEIDA POR UN ACTOR CONTRATADO ESPECIFICAMENTE PARA ESTE FIN. SALUDOS CORDIALES
ESCUCHA, RYSIO, TE HE PASADO ESTA NOTA CONSCIENTE DE LO ABSURDO QUE RESULTA TODO EN ESTOS MOMENTOS
NO IMPORTA, ESCUCHA, DILE A CZARNECKI ESTO: MICHAL, AQUI LAS COSAS EMPEORAN POR MOMENTOS, EL ATAQUE A LUANDA PUEDE PRODUCIRSE CUALQUIER DIA DE ESTOS Y CON EL, LA INTERRUPCION DE LAS COMUNICACIONES. POR ESO QUIERO QUEDAR CON VOSOTROS ASI: SI NO LOGRAIS COMUNICAROS CONMIGO A LA HORA CONVENIDA DE LA TARDE INTENTADLO A LA MANANA SIGUIENTE A LAS 7 GMT Y LUEGO A LAS 20 GMT Y VUELTA A EMPEZAR HASTA QUE LO LOGREIS, HASTA QUE QUIERA DIOS QUE NOS COMUNIQUEMOS, OK? IMPEDID QUE SE EMPRENDAN POSIBLES VIAJES A LUANDA, A MENOS QUE ALGUIEN TENGA LA INTENCION DE SUICIDARSE, OK??? ABRAZOS, RYSIEK
DE ACUERDO, OK, GRACIAS Y CRUZAMOS LOS DEDOS POR TI
GRACIAS, VIEJO AMIGO, SALUDOS DESDE LUANDA Y ESPERO VUESTRA LLAMADA MANANA A LAS 20 GMT, OK?
TKS, BUENAS NOCHES
Me aparté del aparato empapado en sudor pero a la vez contento por haber emitido una noticia de última hora, acabada de recoger de un discurso radiado en directo. Conseguí hablar con Queiroz pasada la medianoche. El ataque había sido detenido, pero a costa de muchas víctimas.
En plena noche salgo al balcón y dirijo la antena de mi transistor hacia la bahía con el fin de buscar emisoras remotas. Pues sí, por allá lejos sigue existiendo una vida normal; basta con poner el oído junto al altavoz y escuchar. Mientras un hemisferio ronca y se revuelve en la cama cambiando de costado, el otro ya se levanta, pone la leche a hervir, se afeita y se maquilla. Y luego, al revés. La gente se despierta sin pensar que tal vez ese sea el último día de su vida. Una sensación maravillosa, pero que se ha vuelto tan ordinaria que nadie le presta atención. Segundo tras segundo, trabajan cientos, si no miles, de emisoras de radio, mares de palabras surcan el aire. Resulta interesante escuchar cómo el mundo se enzarza en discusiones y disputas, cómo usa la agitación y propaganda, cómo amenaza, se inventa hechos y miente, cómo intenta convencer de que la razón solo asiste a uno (u otro) bando, que se niega a escuchar al bando contrario. La atención del mundo entero se centra ahora en Angola, aquí París, allí Londres y más allá El Cairo y Tokio: todos hablan de Angola. El mundo contempla el gran espectáculo de lucha y muerte, cosas que le resultan difíciles de imaginar porque la imagen de la guerra es intransferible. No se puede transmitir ni con la pluma ni con la voz ni con la cámara. La guerra es una realidad solo para aquellos que están apresados en su interior, sangriento, sucio y repugnante. Para otros no es sino una página en un libro o unas imágenes en una pantalla; nada más. Manipulo los mandos de un transistor cuya potencia disminuye por momentos porque se están agotando las pilas, y soy consciente de que no conseguiré otras; todo oídos, escucho qué dicen las remotas emisoras. Hablan muchas voces, desplegando mil ideas y propuestas. ¿Qué hacer con Angola? Convocar una conferencia internacional. Enviar tropas de Naciones Unidas: que entren en el país y separen a las facciones que miden sus armas. ¿Enviar tropas? ¿Quién pagará semejante empresa? Al fin y al cabo, estamos en plena inflación. Que solo vayan tropas negras y que lo paguen todo los árabes. Estos no saben qué hacer con la cantidad de dinero que tienen. Lo mejor: exhortar a los angoleños a que se pongan de acuerdo. Que firmen un tratado de paz, que repartan cargos y carteras entre unos y otros y que acaben fundiéndose en un abrazo. Amenazarlos con cortarles las subvenciones si no se abrazan. Make love, not war. Un ejército cubano de un millón de hombres está estacionado junto a las fronteras de Sudáfrica. Allí, en medio de una selva de matorral seco, entre tribus descalzas que huyen en desbandada, en aquellos lugares sin carreteras, sin luz, sin escuelas y sin ciudades, se decide el destino de la civilización contemporánea. Ayudar a Vorster, darle luz verde. Prestarle apoyo moral.
Grandes planes, una estrategia global.
Esas personas no saben que aquí todo se sustenta sobre dos hombres.
Uno de ellos es Ruiz, un portugués vivaracho y simpático, piloto de un bimotor DC-3, el único avión que el MPLA tiene en Luanda. Es un aparato fabricado en 1943, con dos motores que escupen nubes de hollín, con las alas mil veces remendadas, unas ruedas gastadas y el fuselaje lleno de agujeros. Solo Ruiz sabe cerrar la puerta de entrada (aunque no sin dificultad). Con este avión vuela noche y día; a decir verdad, está en el aire las veinticuatro horas. Ruiz vuela a Brazzaville a buscar municiones, luego a las ciudades sitiadas en los confines de Angola, para dejar allí cajas con balas y sacos con harina, y recoger —y llevar a Luanda— a los heridos graves. Si Ruiz no llega a tiempo, las ciudades tendrán que rendirse y los heridos morirán. En cierto sentido, el resultado de esta guerra descansa sobre sus hombros. Ruiz vuela a todos los rincones de Angola de memoria, pues los servicios de tierra no existen y ni siquiera sé si funciona la radio de su avión. A menudo, ni él mismo sabe en manos de quién se halla el aeródromo en el que está a punto de aterrizar. Ayer lo controlábamos nosotros, pero hoy tal vez ya esté bajo el control de los otros. Por eso, antes de tomar tierra, da varias vueltas por encima del aeropuerto. A veces reconoce a personas conocidas por sus meras siluetas y entonces reduce la altura y aterriza tranquilamente. Otras veces, sin embargo, ve cómo su avión es blanco de disparos y entonces da media vuelta y lleva a Luanda una mala noticia. En este país sin transportes y sin comunicaciones, Ruiz es quien mejor sabe lo que sucede en los frentes y qué ciudad pertenece a quién. Despega al alba, realiza varios vuelos al día, regresa pasada la medianoche. La llegada de su avión la esperan los hambrientos soldados de Luso, la agonizante guarnición de Novo Redondo, los aislados defensores de Quibala… Ahora la espera Luanda, que no resistirá sin el suministro de municiones. Para encontrarlo, lo más fácil es acudir al aeropuerto vacío, de madrugada, cuando revisa los motores. Una avería en uno de ellos podría inmovilizar el avión y así cambiar el curso de la guerra. Y no hay piezas de recambio. Como tampoco hay mecánicos. Además, no se puede prescindir del aparato ni siquiera por un par de horas. Dentro de un instante Ruiz desaparecerá en el interior de la cabina. Las hélices empezarán a girar, el avión se verá envuelto en espesas e impenetrables nubes de humo negro y todo este montón de chatarra cochambrosa, acompañado por un chirriante estruendo, rodará hacia la pista de despegue.
El segundo hombre de quien ahora depende todo es Alberto Ribeiro, un treintañero de baja estatura y complexión maciza. Es ingeniero. El frente norte, próximo a Luanda, se extiende a lo largo del Bengo. En una margen de este río se levanta la estación de bombeo que abastece a Luanda de agua. Cuando la estación está fuera de servicio, la ciudad no recibe ni una gota. Como el enemigo lo sabe, no para de bombardear el neurálgico lugar. A veces hace blanco y la estación deja de funcionar. Luanda puede resistir sin agua cinco días, ni uno más. En el trópico, la gente no puede aguantar más tiempo sin agua, a lo que se añade el peligro inminente de las epidemias. El único hombre capaz de arreglar estas bombas no es otro que Alberto. Gracias a él, de vez en cuando la ciudad tiene agua, puede existir y defenderse. Si Alberto, al dirigirse a la estación de bombeo muriese en un accidente de coche o fuese alcanzado por un proyectil allí mismo, Luanda tendría que rendirse al cabo de pocos días.
Movilización general. Largas colas de jóvenes, por lo general parados. En lugar de apuntalar paredes, es mejor acudir a la llamada: en el ejército dan de comer. Se dedicarán a luchar y a matar. Por fin un trabajo, un motivo de orgullo incluso. Se les ve acompañados por madres y esposas, hay muchas mujeres con barrigas. La gente nacerá y se matará hasta el fin del mundo. Los que ahora están a punto de ver la luz del día, dentro de veinticinco años entrarán en el año dos mil. Celebraciones solemnes para dar la bienvenida al nuevo milenio. Charlas de jóvenes con veteranos del siglo XX. Una entrevista a una anciana garbosa que fue testigo de la Primera Guerra Mundial. Dueña de una memoria prodigiosa y de una coquetería con desparpajo, la abuela recuerda cómo se lo montó con un soldado, durante el paso de la tropa, en un henil, sí señor, no puedo estar equivocada, ya lo creo que me acuerdo, y muy bien. La mitad de la población de la Tierra tendrá ojos rasgados. Una mitad no comprenderá lo que dice la otra mitad. Ha llegado la hora de perfeccionar el sistema de comunicarse por señas, es tiempo de empezar la enseñanza y el aprendizaje del idioma de la mímica. La raza blanca entrará en su fase residual. Apenas un trece por ciento de los habitantes del planeta tendrá la piel blanca. Un dos por ciento apenas tendrá el pelo rubio natural. Los rubios: un fenómeno cada vez más desconocido, una rareza donde las haya. ¿Qué es mejor: pensar o no pensar en el futuro? Conmociones que traerá el futuro: para las sociedades posindustriales, el lujo. Para otros, la preocupación del día a día: conseguir algo de comer. La lengua bantú no conoce el tiempo futuro, para los bantúes no existe tal noción, no les atormenta la inseguridad de lo que pueda pasar dentro de un mes o de un año (véase Monseñor Placide Tempels, La Philosophie Bantou). Formados en grupos, llevan a los reclutas directamente al frente. Tan verdes e inexpertos, ¿para qué? ¿Para que parezca que son multitud?, ¿para que introduzcan más desorden? Las seis de la tarde: se cierran los centros de reclutamiento. La gente se marcha, desapareciendo en los laberintos de los musseques, los barrios de la miseria. El día llega a su fin, un día gris, en realidad incluso tranquilo.
Mientras tanto el aire se ha vuelto asfixiante. De pronto callaron los cañones en la periferia de Luanda y no llegaban noticias de los otros frentes. Parecía como si el tiempo se hubiese detenido, que no sucediera nada. Las velas de nuestro barco se habían desinflado y nosotros navegábamos a la deriva. A la espera de una tormenta. Sentí que faltaba aire con que respirar. Pero no era un bochorno normal, ese que se puede calcular en milibares. Era uno muy especial, de esos que se perciben más bien psíquica que físicamente. Un aro invisible se cerraba aumentando la sensación de amenaza y de miedo. Pensé que tal vez se trataba de un estado de ánimo que solo era mío, que solo yo me sentía abatido. Empecé a observar a los demás. Todos mostraban el mismo semblante de personas que respiran con dificultad. Rostros apagados e inexpresivos, de rasgos desdibujados, sin fuerza y sin gracia. La sensación de asfixia era tan poderosa que bastaba entablar una conversación sobre un tema cualquiera para acabar oyendo al cabo de unos instantes que hacía un bochorno insufrible. Resultaba difícil hablar de otra cosa. De todos modos, se trataba de confidencias vagas y nebulosas, pues la sensación de ahogo es un estado difícil de definir. Por lo general suele decirse que algo impregna el aire, que algo tiene que ocurrir, que algo nos aguarda. Y puesto que estamos en plena guerra, nuestro interlocutor afirma que habrá un derramamiento de sangre. Es una lección aprendida de la Historia, y esta enseña que no puede producirse un hecho crucial sin que haya un derramamiento de sangre. Luego se hace silencio: todo el mundo se pregunta si será la suya la sangre que se derramará. La sensación de ahogo siempre va acompañada por otra, de inquietud e irritación. Al verse incapaz de explicarse una situación que sí desea comprender, la persona da crédito a los rumores más fantásticos. Pasa miedo, hace movimientos irracionales y fácilmente se convierte en una seguidora de instintos gregarios.
La sensación de ahogo sobreviene en el momento en que un hecho importante, un cambio decisivo, no logra salir a la superficie de la vida, no acaba de cumplirse. Un hecho aún invisible y sin cristalizar que solo se producirá en el futuro ya empieza a crecer, se hincha y se desparrama invadiendo una realidad circundante que a pesar de todo se resiste a darse por vencida. El espacio se va reduciendo cada vez más, y con él, el aire fresco. Su falta hace que aumente nuestra sensación de impotencia. Miramos apáticos cómo se acumulan los nubarrones y esperamos el momento en que emitan esa voz que nos leerá la inexorable sentencia del destino.
BUENAS NOCHES —se había producido una conexión desde Varsovia— ESPERAMOS SU CRONICA
LO SIENTO, SIGO SIN DISPONER DE INFORMACIONES, REINA APARENTE CALMA, NO SUCEDE NADA, TIPICA CALMA ANTES DE LA TORMENTA, SABEMOS QUE LA INVASION ESTA AL CAER PERO NO HAY NOTICIAS DEL FRENTE, SE AVECINAN DIAS DIFICILES PERO ESTO NO ES UNA NOTICIA CONCRETA PARA UN PERIODICO. INTENTEN NUEVA CONEXION MANANA, QUIZA PASE ALGO
OK, HASTA MANANA
HASTA MANANA TKS
TKS BYE
BYE
A las dos de la madrugada alguien empezó a aporrear mi puerta, sacándome de un profundo sueño; se me erizó la piel de miedo cuando pensé:
¡El FNLA!
Arrastrando unos pies de plomo, me dirigí hacia la puerta y la abrí. En la habitación entraron, dando tumbos, tres individuos increíblemente sucios. Se abalanzaron sobre mí con toda su efusión, yo sobre ellos, y empezamos a abrazarnos y a lanzar gritos de alegría. Eran Nelson, Manuel y Batista. Depositaron sus armas sobre el suelo y pidieron un par de minutos para lavarse. Luego Nelson se desplomó sobre la cama y se durmió inmediatamente, y los otros empezaron a abrir la única lata de conserva que yo guardaba para el momento crítico.
¿Qué hay de nuevo en el frente sur?, pregunté.
No existe el frente sur, dijo Manuel, los otros ya están a las puertas de Benguela. Una segunda columna marcha sobre Luanda.
¿Y no se les puede detener?
Muy difícil. Disponen de una fuerza de fuego aplastante. Tienen gran cantidad de armas pesadas, mucha artillería, saben combatir y son implacables. Nosotros no tenemos con qué luchar. Nuestros hombres no están preparados para hacer frente a un ejército regular. Cedemos terreno porque las fuerzas están muy desequilibradas.
¿Y qué hay de Farrusco?
No lo sabemos, estaba gravemente herido.
¿Habéis visto de cerca a los otros?
Sí. Tienen carros de combate de tipo Panhard, muy rápidos. Se desplazan deprisa y conocen el terreno a la perfección. Se dividen en grupos de cinco o seis carros y cambian sin cesar sus posiciones. Están en todas partes y en ninguna; resulta muy difícil atraparlos. Y nosotros no disponemos de fuerzas suficientes para organizar una defensa.
¿Cuándo alcanzarán Luanda?
Tal vez dentro de unos días.
La parte pesimista de mi naturaleza me susurró al oído que había llegado la hora de decir adiós a este mundo, que el final estaba muy cerca. Bastaba que los otros ocupasen la planta eléctrica de Cambamba, a doscientos kilómetros de Luanda. Esta planta abastecía de electricidad a la estación de bombeo, de ahí que de ella dependiese que la ciudad tuviera tanto luz como agua. Sin luz y sin agua, hambrienta y sitiada, la ciudad depondría las armas al cabo de pocos días.
Lunes, 3 de noviembre (día del juicio)
Por la mañana: nada.
Al mediodía: Pablo viene a buscarme al lugar de la cita con un jeep. En el vehículo hay dos cubanos más. Van vestidos con uniformes de campaña verdes, sin ningún distintivo. La única seña de identidad es el arma que llevan al hombro. Nadie pregunta a una persona con un arma al hombro quién es y qué hace aquí. De todos modos, basta con decir «cubano»; las patrullas no indagan más y se puede proseguir el viaje. Dejamos atrás el barrio industrial, diseminado por los campos. Luego empiezan los pastizales, unos rectángulos de hierba verde y jugosa perfectamente recortados. Y sobre ellos, rebaños de vacas sin dueño, toneladas de carne y de leche que no vigila nadie. La hambruna se ceba con la ciudad pero nadie osará tocar al ganado: propiedad portuguesa, las reses son intocables. Unos minutos de conducción más y ante la vista aparecen las suaves colinas, una tierra revuelta, las líneas de las trincheras, cañones, tiendas de campaña y cajas: es el frente norte, el lugar más sensible de esta guerra porque se encuentra en la periferia de Luanda. Panorama que se contempla desde la primera línea de las trincheras: un paisaje vasto y verde, un río en el fondo de un valle poco profundo, el asfalto de una carretera, un puente destrozado, un palmeral y el agujereado edificio de la estación de bombeo. Y al otro lado, en el fondo: colinas bañadas por la luz del sol donde están las trincheras del enemigo. A través de las lentes de los potentes prismáticos, se ven motas de polvo sobre las rayas, horizontal y vertical, de la escala; a lo largo de la horizontal no paran de correr de un lado a otro siluetas de personas y de vehículos: preparativos para un ataque. En la parte donde nos encontramos nosotros también hay un movimiento febril: los hombres trajinan con sacos terreros, camuflan las posiciones, emplazan baterías. No quieren verse cogidos por sorpresa. Luego llegarán la noche y el alba, siempre a la espera de quién golpeará primero. Finalmente habrá quien lo haga y otro le responderá, de la tierra se levantarán nubes de polvo y empezará la danza del fuego y de la muerte. Pablo va de un lado para otro dando órdenes y comprobando el material, igual que el campesino en vísperas de la recolección. Yo sigo sus pasos y saco fotografías. Todo el mundo quiere que le saque una. A mí, y ahora a mí, camarada, a mí, ¡a miiiiiiiií! Adoptan la posición de firmes, algunos hacen el saludo militar. Su pretensión: dejar huella, de algún modo permanecer entre los vivos, inmortalizarse. Tan solo ayer yo estaba allí, vivo, aquel me sacó una foto, mira, yo tenía esta pinta. Esta era mi cara cuando estaba vivo. Aquí me tenéis, en posición de firmes ante vosotros, dedicad un ratito a mirarme antes de que os ocupéis de otra cosa.
Por la tarde: de vuelta a la ciudad. El coche se internó en una callejuela y se detuvo delante de un chalet de dos plantas que albergaba el puesto de comandancia de los consejeros cubanos. Apenas nos dio tiempo a bajarnos del vehículo cuando del chalet salió corriendo un soldado para entregarle a Pablo una hoja arrancada de un cuaderno, cubierta de escritura a lápiz.
Después de leerla, Pablo palideció.
Sin pronunciar palabra, subió al porche y se sentó sobre un banco. Sacó un pañuelo y empezó a enjugarse la frente. Todos esperábamos que nos dijera algo. Él volvió a leer el papel pero siguió callado, hasta que, finalmente, abrió la boca para decir en voz baja, como si tuviese los labios entumecidos:
—Hoy, los otros han tomado Benguela. En la batalla por la ciudad han caído todos los cubanos. Envía este parte el radiotelegrafista, herido de gravedad.
Nos miró y añadió:
—Ahora marchan sobre Luanda. Cierto que entre Benguela y Luanda hay setecientos kilómetros, pero a lo largo de toda esta distancia ya no queda ninguna línea de defensa, ni un solo punto de resistencia. Si se trata de jóvenes tenaces que hayan decidido avanzar noche y día, pueden plantarse aquí mañana mismo.
En la casa vecina una mujer gritó: ¡Mauro!, ¡Mauro!, y al cabo de un instante se oyó en respuesta una voz de niño. A lo lejos sonó la campana de una espadaña.
—Tráeme al radiotelegrafista —se dirigió Pablo al soldado que le había entregado la hoja— y convoca a los hombres a una reunión.
Como lo que se iniciaba ahora eran asuntos militares, me retiré del lugar y me fui al hotel. Allí supliqué a un hombre que me llevase en su coche a la linde de la ciudad, a Morro da Luz, donde, en la antigua residencia del cónsul de Francia, se encontraba el estado mayor del MPLA. Pero sus miembros estaban en plenas deliberaciones y los centinelas no me dejaron entrar. Regresé en un camión que transportaba a soldados portugueses, un ejército sumido en una lasitud total. Con barbas largas, no llevaban gorras ni cinturones. Se dedicaban a vender conservas en el mercado negro y a estrellar coches. Tenían la orden de mantenerse neutrales: no disparar ni entrometerse. Lo empaquetaban todo y lo llevaban a los buques. Al cabo de una semana se marcharía el último destacamento.
Por la noche hablo con Queiroz. Opina que les resultará difícil tomar Luanda, pues toda la población se lanzará a defenderla; tendrían que decidirse a entrar a sangre y fuego, causando una gran masacre, y es posible que el mundo no acepte tal cosa. Pero luego él mismo empieza a albergar sus dudas: en fin, ¿qué sé yo? El mundo está lejos de aquí.
Ruiz ha salido con su avión a Porto Amboim, con un grupo de zapadores y cajas de dinamita a bordo. Su cometido consiste en volar todos los puentes sobre el Cuvo, el río que se cruza en el trazado de la carretera entre Benguela y Luanda. Si les da tiempo.
A medianoche se conecta Varsovia.
A LO LARGO DE LAS ULTIMAS VEINTICUATRO HORAS —emito— LA SITUACION DE ANGOLA SE HA AGRAVADO HASTA COBRAR TINTES DRAMATICOS. TROPAS SUDAFRICANAS APOYADAS POR UNIDADES DE MERCENARIOS Y POR OTRAS DEL FNLA Y DE UNITA HAN TOMADO BENGUELA, LA SEGUNDA CIUDAD MAS IMPORTANTE DE ANGOLA DESPUES DE LUANDA. CON UNA FUERZA DE DOS COLUMNAS BLINDADAS DICHAS TROPAS SIGUEN SU AVANCE HACIA LA CAPITAL, DONDE YA SE HA EMPEZADO A ORGANIZAR LA DEFENSA DE LA CIUDAD. SEGUN INFORMACIONES DE ULTIMA HORA, AUN SIN CONFIRMAR, UNA DE ESTAS COLUMNAS HA OCUPADO NOVO REDONDO Y AHORA SE HALLA A QUINIENTOS KILOMETROS AL SUR DE LUANDA. SI NO SE LOGRA DETENER ESTAS TROPAS A LA ALTURA DEL RIO COVO, ES POSIBLE QUE LLEGUEN A LA PERIFERIA DE LUANDA EN UN PAR DE DIAS. SE PREVE QUE EN ESE MOMENTO PUEDA PRODUCIRSE UN ATAQUE PARALELO DESDE EL NORTE Y DESDE EL SUR, DE ACUERDO CON EL PLAN ORANGE, QUE PREVE LA OCUPACION DE LA CAPITAL ANTES DEL 10 DE NOVIEMBRE, LO CUAL EQUIVALDRIA A LA LIQUIDACION POLITICA Y MILITAR INMINENTE DEL MPLA, AL MENOS POR UN TIEMPO. END ITEM
QUERIDOS, CONTACTAD CONMIGO DENTRO DE SIETE HORAS, PORQUE A PARTIR DE ESTE MOMENTO CADA HORA PUEDE SER DECISIVA, OK??
SI, CLARO, MUCHAS GRACIAS
TKS BYE BYE
BUENAS NOCHES
Martes, 4 de noviembre (nervios y más nervios)
Me he levantado a las tres de la madrugada con el fin de preparar con calma un comentario para la PAP. Sin embargo, apenas bajé a la recepción y encendí el télex cuando en el hotel irrumpieron cinco sujetos inmensos con ametralladoras, que me espetaron: ¡Quieto, ni un solo movimiento! Despertaron a Félix, que dormía sobre el sofá como un tronco, y le exigieron la lista de huéspedes. Anunciaron que efectuarían un registro y se llevarían a todos a la comisaría para interrogarlos. El enemigo estaba dentro de la ciudad, en este barrio, en este hotel. Infiltrado. La quinta columna. Mandaron bajar a todo el mundo, reuniendo en el vestíbulo a la veintena escasa de clientes, medio dormidos y atemorizados. Toda persuasión carecía de sentido. ¡Prohibido hablar!, gritaba el más importante, al tiempo que blandía su pistola cañón arriba como lo hacen los árbitros deportivos en competiciones de atletismo. Más valdría que te desahogaras en el frente, amiguito, me habría gustado decirle. Seguimos esperando pero, como siempre, falló la organización: no compareció el vehículo con el que iban a llevarnos a la policía. Al despuntar el alba, apareció Almeida, el responsable de prensa del MPLA. Mandó soltarnos y los otros recibieron la orden de marcharse. Los demás fueron abandonando el vestíbulo abatidos y exhaustos. Cualquier individuo podía entrar en el hotel con una pistola, aterrorizar a los huéspedes, hacer lo que le viniese en gana.
En el frente norte reina la calma. Esperan que se acerquen los del sur. Entonces golpearán a un tiempo desde los dos lados. No más tarde de esta semana. A lo mejor mañana mismo.
Los comunicados que emite la radio llaman a la población a defender la capital. A esa hora decisiva. No puede fallar.
La dirección del MPLA lleva todo el día deliberando.
Por lo visto hay ayuda esperando en Brazzaville y en Cabinda pero no puede llegar a Luanda porque tanto el aeropuerto como el puerto están en manos del ejército portugués, en las que permanecerán hasta el lunes que viene (10 de noviembre). Hasta esa fecha, Angola es formalmente parte del territorio de Portugal, una de sus provincias de ultramar y, por lo mismo, parte de la zona OTAN. De modo que hay que aguantar hasta el lunes que viene. ¿Y si ya es demasiado tarde? ¿Y si las unidades portuguesas lanzan un ataque sorpresa sobre los angoleños en la propia Luanda? (Se teme que algunos destacamentos, bajo el mando de oficiales derechistas, rompan la regla de neutralidad y empiecen a actuar por su cuenta). Se extiende el rumor de que ya han detenido al presidente Neto. Cunde el pánico. No hay manera de conocer la situación. No llega una sola noticia desde el frente sur. ¿Dónde están los otros? ¿Se han detenido? ¿Siguen avanzando? ¿Están aún lejos? ¿En la periferia ya? La gente ha perdido la cabeza. Entro en mi habitación como un vendaval y constato que, por iniciativa propia, dona Cartagena ha hecho mi maleta. ¿Y dónde están los recortes de periódicos que he ido guardando celosamente a lo largo de tres meses, mi más preciado tesoro? ¿Dónde están los recortes? Los ha echado al váter y ha tirado de la cadena (quiso la mala suerte que ese día Ribeiro hubiera arreglado las bombas y había agua).
Corre el rumor de que el MPLA anunciará la independencia antes de lo previsto —hoy o mañana—, confiando en un reconocimiento inmediato de Angola por parte de los países amigos, que considerarán el aeropuerto y el puerto como territorio soberano del nuevo Estado. Se trata del acceso a Luanda. En este momento resulta decisiva la abertura de la ciudad, que, rodeada por tierra, tampoco es accesible por aire y por mar.
¿Y si la ayuda no llega a tiempo? Asalto a Luanda. A pesar de su heroica defensa por parte de sus habitantes, la superioridad de las fuerzas del enemigo…, etc. ¿Quién entrará primero? ¿Los del sur o los del FNLA? Los del FNLA: un ejército cruel. Practican el canibalismo. Varios días atrás aún no me lo creía. Pero hace una semana, con un grupo de periodistas locales viajé a Lucala, a cuatrocientos kilómetros al este de Luanda. El día anterior Lucala había sido recuperada, arrebatada a una unidad del FNLA que se retiró a Samba Caju, un pueblo situado a setenta kilómetros al norte de la ciudad. Íbamos con un destacamento que perseguía a los del FNLA. Setenta kilómetros de vistas horripilantes. En ningún momento del trayecto, en aquel territorio tan densamente poblado, vimos un solo ser vivo, ni una sola casa que se hubiera salvado de la destrucción. Todas las personas habían sido asesinadas y todas las aldeas incendiadas. Los causantes de todo aquello, al retirarse destruían todo vestigio de vida. Cabezas de mujeres arrojadas sobre la hierba de las cunetas. Cadáveres con el corazón y el hígado arrancados. A mitad del trayecto no pude menos que cerrar los ojos y a partir de entonces proseguí el viaje a ciegas. En un momento dado, en nuestro coche se oyeron fuertes voces. Abrí los ojos: en una aldea desierta, carbonizada, a la mesa de un bar quemado se sentaban dos monos. Después de mirarnos fijamente durante un rato, desaparecieron entre los arbustos.
Caer en las garras de unos caníbales borrachos significa una muerte terrible. Sus caras sudorosas, sus miradas turbias, oír cómo gritan, ver cómo tocan la piel de su víctima con los cañones de sus armas, exultantes por haberla sumido en un estado de pánico y pavor. Más vale no pensar en ello.
Por la tarde, el comandante Ju-Ju lee por la radio su comunicado diario sobre la situación en los frentes. Se muestra muy optimista. La cosa crispa los nervios. La realidad presenta un aspecto fatal, la mitad del país está en manos del enemigo y, sin embargo, de las palabras de Ju-Ju se deduce que no paran de sumar victorias.
A LA REALIDAD, NI CASO
NADA DE DARSE POR ENTERADO
Principio que debe desempeñar la función de un somnífero. Que no cunda el pánico, ni la duda, ni la histeria. ¿Cómo van a conseguir que la gente se lance a la lucha, ahora, en un momento tan decisivo, si no la hacen partícipe de la gravedad de la situación? Nadie se moverá; tumbada, la gente se dedicará a digerir el eufórico manjar. Si todo sale a pedir de boca, ¿para qué esforzarse? Y esas contradicciones tan desconcertantes: por un lado exhortan a defender la ciudad y por otro, dicen que las cosas no pueden ir mejor. Resultado: pérdida de confianza. A la hora de la verdad no creerán a nadie, se adormecerá incluso su instinto de conservación.
3322 TIVOLI AN
814251 PAP PL
BUENAS NOCHES PLS LA CRONICA
PERDONAD QUE NO HAYA EMITIDO NADA ESTA MANANA NI SIQUIERA HE CONTESTADO A VUESTRA CONEXION, PERO HEMOS ESTADO DETENIDOS POR LA POLICIA SIN MOTIVO SIMPLEMENTE LA GENTE PIERDE LA CABEZA NO ES DE EXTRANAR EN PERSONAS QUE SE SABEN CONDENADAS A UNA MUERTE PROBABLE E INMINENTE. LLAMADME POR LA MANANA A LAS 7 GMT QUIZA DURANTE LA NOCHE CONSIGA NOTICIAS DE PRIMERA MAGNITUD Y ESPERO QUE ESTA VEZ NO ME ESPOSEN NI ME METAN EN CHIRONA OK???
SI, HASTA MANANA 7 GMT BUENAS NOCHES
BUENAS BI BI OS ESPERO CON ANSIA
+
VIA ITT 11/4/75 1407 EDT
En plena noche me llamó Queiroz para decirme que al día siguiente el ejército portugués abandonaría el sector civil del aeropuerto y que también se retiraría del puerto. De confirmarse, se trataría de una noticia auténticamente sensacional. Había saltado una chispa de esperanza. La salvación era posible. Dios, qué alivio. Di brincos de alegría hasta el techo.
Miércoles, 5 de noviembre (aterrizaje)
A última hora de la tarde fui al aeropuerto con Gilberto, un amigo de Óscar que trabajaba en la torre de control. Estaba oscuro y llovía a cántaros; durante todo el trayecto íbamos como por el fondo de una cascada, no se veía nada, solo una pared de agua en la que se metía de cabeza nuestro Peugeot, yo me sentía como en un submarino que navegase entre las calles inundadas de una ciudad. El edificio del aeropuerto, grande y acristalado, terriblemente sucio y lleno de desperdicios porque nadie lo había limpiado aún después de la permanencia allí de medio millón de refugiados, estaba desierto. Gilberto y yo nos dirigimos al primer piso y, desde allí, nos pusimos a contemplar la pista de despegue, iluminada. El aguacero tropical ya había remitido pero aún llovía. De pronto, en lo alto, lejos, por la izquierda, brillaron dos focos: un avión descendía para tomar tierra. Al cabo de unos instantes se posó en medio de la lluvia y rodó entre dos filas de luces amarillas. Era el Britannia, un reactor de las líneas aéreas cubanas. Luego aparecieron otros focos en lo alto, y otros más. Aterrizaron cuatro aviones. Se colocaron en fila delante de nosotros, los pilotos apagaron los motores y volvió el silencio. Una vez puestas las escalerillas, de los aviones empezaron a bajar soldados cubanos, pertrechados de sacos y armas. Formaron en doble fila. Llevaban uniformes de camuflaje que los guarecían un poco de la lluvia. Al cabo de unos minutos se dirigieron hacia los camiones que los esperaban en las inmediaciones. Noté un dolor en el hombro. Lo miré y me eché a reír: a lo largo de toda aquella escena, la mano de Gilberto no había cesado de aferrarse a él.
Pasada la noche, aquellos soldados se dirigieron al frente.
El hotel se había convertido en un hervidero. Estaba previsto que, en la noche del lunes al martes, Neto proclamase la independencia de Angola y con este motivo un avión trajo de Lisboa a una veintena de corresponsales extranjeros. Les concedieron un visado de cuatro días y los alojaron en nuestro hotel. Óscar se tiraba de los pelos porque no tenía un solo bocado que ofrecerles, pero ellos lo consolaban diciendo que la comida no tenía importancia, que lo fundamental era la información.
¡Qué historias tan extraordinarias publica la prensa internacional! He leído muchas crónicas enviadas desde Luanda en aquellos días. Y no he podido menos que admirar la fecundidad de la fantasía humana. Pero, al mismo tiempo, también comprendo la situación en que se encontraban mis colegas. La redacción envía a uno de sus corresponsales a un país que en ese momento tiene fascinado al mundo entero. Semejante expedición cuesta mucho dinero. El periódico espera una gran historia, una exclusiva mundial, un relato sensacional, escrito bajo una lluvia de proyectiles. El enviado especial coge el avión y se planta en Luanda. Lo llevan a un hotel. Le asignan una habitación, se afeita y cambia de camisa. Ya está listo y enseguida se lanza a la lucha.
Al cabo de pocas horas constata que solo da cabezazos contra la pared.
No puede hacer nada.
Angola no muestra ningún interés por su presencia. Los teléfonos no contestan, o, cuando contestan, lo hacen en portugués, lengua que él no entiende. Si tiene fuerzas y resistencia suficientes puede emprender una caminata hasta el Palacio del Gobierno. Encontrará allí a Elvira, una mecanógrafa de carnosas mejillas que no parará de sonreírle pero que no sabe nada y que tampoco le dirá nada de lo poco que sepa. A lo mejor se topará con el joven Costa, que, en respuesta a todas las preguntas, meneará la cabeza pero no dirá una palabra. ¿Aventurarse a visitar el estado mayor del MPLA? Es una caminata de un día entero, y, además, el centinela no le dejará franquear la verja. ¡Ir a ver al presidente Neto! Pero ¿cómo? Nadie le dirá dónde vive el máximo mandatario. Ir al frente. ¡Qué frente ni qué ocho cuartos! No se puede salir de Luanda, que es una ciudad cercada. Un grupo de franceses consiguió un coche en alguna parte y, prestando oídos sordos a todas las advertencias, decidió visitar el frente norte. Fueron detenidos en el primer puesto de control y llevados derechitos al aeropuerto. ¡Ver a un cubano! Pero ¿cómo? No se ven por ninguna parte. ¿Será cierto que Luso está en manos del MPLA, cuando Savimbi afirma que lo controla UNITA? Quién sabe. Hace tiempo que se ha cortado toda comunicación con esa ciudad. ¡Hay que averiguar con exactitud por dónde pasa el frente! Conque por dónde, ¿eh? ¿Y quién diablos puede saberlo? Ni siquiera en el propio estado mayor se tiene certeza alguna respecto a este asunto.
Las únicas fuentes de información que quedan se reducen a dona Cartagena, Óscar y Félix. Dona Cartagena está ahora ocupada en sus tareas de limpieza y no tiene tiempo para gastarlo en política. Además, como solo habla portugués, no resulta fácil conversar con ella. Óscar responde invariablemente con un lema del MPLA: A victória é certa! Pero esto no es una información de primer orden y, además, ni siquiera es buena para todo el mundo. La respuesta más real y sensata la proporciona Félix. Preguntado por la situación, contesta brevemente:
—Confusão.
Confusão es la palabra clave, una palabra que lo sintetiza todo. En Angola, tiene un significado específico y, a decir verdad, es intraducible. Simplificando mucho, confusão quiere decir desorden, desbarajuste, estado de caos y anarquía. Se trata de una situación creada por las personas pero que, sin embargo, acaba por escaparse al control de esas personas, las cuales, finalmente, se convierten en sus víctimas. La confusão encierra cierto fatalismo. Uno quiere hacer algo pero todo se le escapa de entre las manos, quiere actuar pero hay una fuerza que lo paraliza, quiere crear algo pero lo que crea no es sino más confusão. Todo se confabula contra la persona y aun cuando esta demuestre su mejor voluntad, a cada momento cae en la confusão. Puede apoderarse de nuestros pensamientos, y entonces dirán que tenemos la cabeza llena de confusão. Puede penetrar en nuestro corazón, y entonces nos dejará nuestra enamorada. Puede adueñarse de una multitud, ejerciendo su poder sobre ingentes masas humanas, y entonces se producirán luchas, muertes e incendios. A veces, la confusão transcurre de un modo bastante más suave, y entonces cobra forma de riña, cierto que caótica y deshilvanada, pero no sangrienta. Es un estado de desorientación total y absoluta. Las personas que se ven envueltas en la confusão no saben explicar lo que ocurre a su alrededor ni dentro de ellas mismas. Tampoco saben definir fehacientemente lo que la ha provocado en ese caso concreto. Existen portadores y sembradores de confusão; a estos hay que rehuirlos, cosa harto difícil pues en realidad todos y cada uno de nosotros puede convertirse en un momento dado en causante de confusão, aun en contra de su propia voluntad. También se esconde bajo este término nuestro estado de perplejidad e impotencia. Henos aquí viendo campar por sus respetos a la confusão en torno nuestro y nada podemos hacer para ponerle fin. Camaradas, oímos una y otra vez, no alimentéis la confusão. ¡Conque no!, ¿eh? ¿Acaso depende de nosotros? El parte del frente más preciso: ¿Qué hay de nuevo? ¿Que qué hay de nuevo? Confusão! Todo aquel que haya comprendido el sentido de esta palabra ya lo sabe todo. A veces ocurre que la confusão se extiende sobre territorios muy vastos y se enseñorea de millones de personas. Entonces estalla una guerra. Semejante estado no se puede borrar de un plumazo, es imposible eliminarlo en un abrir y cerrar de ojos. Aquel que intente hacerlo demostrando un celo desmedido caerá él mismo en la confusão. Lo mejor es actuar despacio y esperar. Al cabo de un tiempo, la confusão perderá fuerza, se debilitará y acabará por desaparecer. Salimos de ella agotados, aunque también contentos en cierto modo, satisfechos de haberla superado. Y volvemos a acumular energías para la siguiente confusão.
¿Cómo explicar todo esto a personas que llevan en Luanda varias horas apenas? Así que una vez más, como si no lo hubiesen oído bien, preguntan a Félix:
—¿Cuál es la situación?
Y Félix:
—Si ya lo acabo de decir: confusão.
Se apartan meneando la cabeza y encogiéndose de hombros. Y menean la cabeza y se encogen de hombros porque Félix ha sembrado en ellos la confusão.
Los cuatro días siguientes transcurrieron anegados en una confusão generalizada. A cada momento irrumpía alguien en el hotel gritando: ¡Ya vienen, ya vienen!, y contaba, jadeante, que los carros blindados de los afrikaners ya estaban dentro de la ciudad. Según unos, estaban pintados de amarillo, y según otros, de verde. Se barajaban números de lo más dispares: decían haber visto diez de esos carros, que luego ya eran cincuenta y más aún. No había manera de comprobarlo: a lo mejor realmente estaban a pocos kilómetros del hotel, pero también podía tratarse tan solo de un rumor. Óscar colgó en la recepción un mapa de Angola. Ante él se congregaban nutridos grupos de hombres que no paraban de discutir. Cada uno quería señalar con el dedo dónde —según él— se encontraba el frente, quién controlaba qué ciudad, a quién pertenecía esta u otra carretera. No había dos personas que tuviesen la misma imagen de la situación. Al cabo de varios días, los cientos de dedos que se habían deslizado por el mapa acabaron por borrar de él ciudades, carreteras y ríos. El país ofrecía el aspecto de un fragmento de un planeta gris y desierto, sin gente y sin naturaleza.
El lunes zarpaba la guarnición portuguesa. Por la mañana subieron por la pasarela los últimos pelotones. Como yo tenía conocidos entre los oficiales, me acerqué al embarcadero para despedirme de ellos. Los moradores del lugar deseaban que la guarnición se marchase cuanto antes. Después de años de guerra, no podía haber entre ellos amistad ni comprensión mutua. Pero yo lo veía con otros ojos. Sabía que, recientemente, los angoleños tenían mucho que agradecer a no pocos oficiales de aquella guarnición, aunque no a todos. Dichos oficiales supieron comportarse de una manera leal. Yo mismo tenía contraída con ellos una deuda de gratitud. Me habían tratado con amabilidad y ayudado mucho. Y, lo más importante, nunca atacaron a los cubanos, a pesar de que los primeros hombres de La Habana aparecieron en Angola cuando el país era formalmente parte de Portugal. Existe una especie de solidaridad interhumana que jamás deberían destruir las frías razones políticas.
Aquel día recorría la ciudad una grúa derribando de sus pedestales las estatuas de los conquistadores portugueses. Gobernadores y generales, viajeros y descubridores, fueron llevados a la ciudadela y formados en una doble fila de bronce y granito. Las plazas y plazoletas se volvieron aún más desiertas. Al mediodía aterrizó un avión del que desembarcaron algunas delegaciones extranjeras. No fueron muchas, tres o cuatro apenas. Por el mundo corría el rumor de que aquel día escuadrones del Zaire bombardearían el aeropuerto de Luanda y que la vuelta atrás sería imposible. La prudente mayoría esperaba en sus países el desarrollo de los acontecimientos que se producían en nuestra ciudad. A todas luces tenían razón, pues —como se supo más tarde— la decisión de bombardear el aeropuerto fue anulada en el último momento.
Por la noche, varios miles de personas se congregaron en una de las plazas. Se había recomendado a todo el mundo que no formase grandes aglomeraciones, para así, en caso de un ataque aéreo, evitar una masacre. La noche era oscura, con nubarrones, y el escenario de aquella concentración recordaba una asamblea secreta de seguidores de Kimbangu.
El reloj de la catedral dio las doce campanadas.
Empezaba el día 11 de noviembre de 1975.
La plaza estaba sumida en silencio. Desde la tribuna, Agostinho Neto leyó el texto de la proclamación de la República Popular de Angola. Se le quebraba la voz y varias veces tuvo que interrumpirse. Cuando acabó, en medio de la invisible multitud, se oyeron aplausos y vivas. No hubo más discursos. Al cabo de unos instantes, las luces de la tribuna se apagaron y la gente empezó a dispersarse deprisa, desapareciendo en la oscuridad. Los cañones del frente norte callaban. Pero, de repente, los soldados que permanecían en la ciudad iniciaron un tiroteo enloquecido para celebrar la victoria, provocando una caótica algarabía de voces. La noche cobró vida.
En el Tívoli, Óscar sacó de la caja fuerte la botella de champán que guardaba para la ocasión y otra más, de whisky. Éramos los huéspedes más antiguos del hotel, todo un grupo de veteranos. En lugar de sacar a la superficie nuestro júbilo y buen humor, el alcohol ahondó nuestro cansancio y agotamiento. Óscar, que estaba al límite de sus fuerzas desde hacía tiempo, ahora borracho, exclamó con desesperación: Si la independencia es esto, si las cosas siguen así, me volaré la tapa de los sesos. Al poco, debió de darse cuenta de que había dicho algo fuera de lugar, pues soltó una breve carcajada, luego se sumió en el silencio y, finalmente, se durmió, con la cabeza descansando sobre la mesa, entre vasos vacíos.
Por la mañana, en el Palacio del Gobierno se celebró una recepción para las delegaciones extranjeras. Aquel día telegrafié a Varsovia:
LUANDA PAP 11.11, DE MOMENTO LAS CELEBRACIONES DE LA INDEPENDENCIA TRANSCURREN EN LUANDA CON TRANQUILIDAD. EL AMBIENTE FESTIVO SE HA VISTO ENTURBIADO POR ARTILLEROS DEL FNLA, QUE VOLVIERON A BOMBARDEAR LA ESTACION DE BOMBEO DE QUINFANGONDO Y LUANDA LLEVA DOS DIAS SIN AGUA. EN VISTA DEL PANORAMA, HOY SE HAN PRODUCIDO ENCARNIZADAS BATALLAS POR CONSEGUIR UNA INVITACION A LA RECEPCION QUE HA OFRECIDO EL PRESIDENTE NETO EN EL PALACIO DE GOBIERNO PUES CORRIA EL RUMOR DE QUE ALLI SE SERVIRIA AGUA, NADA MENOS.
LAS EMISORAS DE RADIO —NO ANGOLENAS— ANUNCIAN QUE EL FNLA Y UNITA HAN DECIDIDO CREAR SU PROPIO GOBIERNO CON SEDE EN HUAMBO, QUE OFICIALMENTE SERA SU CAPITAL, AUNQUE SEA KINSHASA LA VERDADERA SEDE DE ESTAS ORGANIZACIONES. ASI QUE DE MOMENTO ANGOLA HA SIDO DIVIDIDA EN DOS ESTADOS CON FRONTERAS INCREIBLEMENTE COMPLICADAS Y QUE ADEMAS CAMBIAN CASI CADA DIA, DEPENDIENDO DE QUE BANDO LLEVE A CABO, YA HOY, YA MANANA, UNA OFENSIVA Y QUE PARTE DE TERRITORIO ARREBATE A SU ADVERSARIO. AHORA MUCHO DEPENDERA DE CUANTOS PAISES, Y A QUE RITMO, RECONOZCAN EL GOBIERNO DEL MPLA O BIEN EL DEL FNLA-UNITA. DE MODO QUE HA EMPEZADO OTRA GUERRA DE ANGOLA, LA DIPLOMATICA.
MIENTRAS TANTO LA MAGNITUD DE LA GUERRA AUTENTICA AUMENTA POR MOMENTOS. AMBOS BANDOS VEN INCREMENTADAS SUS FUERZAS, LAS TROPAS CUENTAN CADA VEZ CON MAS EFECTIVOS NUEVOS Y BIEN PREPARADOS ASI COMO ARMAS DE GRAN CAPACIDAD DESTRUCTIVA.
EL LUNES 10 DE NOVIEMBRE EL ENEMIGO HA EMPEZADO UNA NUEVA OFENSIVA EN DOS FRENTES. LA QUE HA PARTIDO DEL NORTE HA SIDO UN INTENTO DE OCUPAR LUANDA. HAN PARTICIPADO EN EL ATAQUE CARROS BLINDADOS Y ARTILLERIA ASI COMO REGIMIENTOS DEL EJERCITO DEL ZAIRE Y MERCENARIOS PORTUGUESES. EN EL SUR, TROPAS DE SUDAFRICA, AVANZANDO CON CARROS DE COMBATE QUE FORMAN COLUMNAS PODEROSAS Y RAPIDAS, SE DIRIGEN HACIA PORTO AMBOIM PARA MAS TARDE GOLPEAR LUANDA. EN AQUELLA ZONA DESTACAMENTOS DEL MPLA ORGANIZAN LINEAS DE DEFENSA. SU MISION: MANTENER PORTO AMBOIM A TODA COSTA. FIN. PODRIAIS ENVIARME UN POCO DE DINERO Y CIGARRILLOS??? GRACIAS DE ANTEMANO BYE.
Ruiz atrajo hacia sí la palanca del gas y el avión empezó a perder altura. Habíamos pasado Porto Amboim, que es un pueblo de pescadores, luego pasamos por encima del ancho y oscuro río Cuvo y tras varios minutos de vuelo en línea recta, el avión se inclinó a un lado, señal de que iniciábamos el regreso. Con un gesto de la mano Ruiz me indicó que mirase por la ventanilla. Abajo se veía una carretera que llegaba hasta el río y allí parecía hundirse en el agua, pues el puente estaba destruido. Ahora volábamos a lo largo de la carretera, sobre la cual se divisaba una columna de carros blindados —conté hasta veintiuno—, seguida por camiones con baterías aéreas enganchadas y cinco jeeps cerrando el convoy. A ambos lados de la carretera había gran número de hombres. Regresamos a la otra orilla, pasando por encima de los zigzags de unas trincheras y de unos destacamentos que marchaban por la carretera, el avión descendió hasta casi tocar tierra y se posó sobre la pista del aeropuerto de Porto Amboim.
Después de dejar las municiones que traía, Ruiz regresó a Luanda. Yo me quedé. La orilla del río, que formaba la línea del frente, estaba a menos de veinte kilómetros. Hasta ella me llevó en su vehículo un militar de piel muy oscura. Le pregunté en portugués si era de Luanda. No, me contestó en español, de La Habana. En aquel tiempo, era difícil distinguir por su mero aspecto quién era quién, ya que los cubanos habían vestido a muchos destacamentos del MPLA con uniformes traídos de la isla. La cosa era importante también desde un punto de vista psicológico, pues los cubanos eran lo que más temían las tropas del FNLA y de UNITA. Huían en desbandada al verse atacados por un destacamento con uniformes cubanos, aunque en sus filas no hubiese un solo cubano, cosa que sucedía muy a menudo. Las diferencias externas se borraban con suma facilidad, pues tanto los cubanos como los del MPLA eran destacamentos multirraciales, así que el color de la piel tampoco aportaba dato alguno. Más tarde, este hecho alimentaría la leyenda de un ejército cubano de cien mil hombres luchando en Angola. La realidad, sin embargo, arrojaba cifras muy diferentes: todo el ejército volcado en la defensa de la república no superaba los treinta mil soldados, dos terceras partes de los cuales eran angoleños.
Llegamos hasta un lugar donde se levantaban dos enormes almacenes de algodón. En ellos tenía su sede el estado mayor del frente. Caminaba uno por allí hundido hasta las rodillas en algodón, como en la nieve. Los uniformes y las cabezas de los soldados aparecían cubiertos por una pelusa blanca. El lugar ofrecía calor y comodidad a la hora de descansar: se dormía allí a cuerpo de rey. La línea del frente coincidía con la del río. Las unidades sudafricanas no podían forzarla porque no quedaba en pie un solo puente. No preparadas para tal contratiempo, esperaban la llegada de pontones. Esporádicamente, los dos bandos se enzarzaban en un intercambio de tiros. Tanto unos como otros se sentían demasiado débiles para iniciar un ataque en toda regla. Se esperaba para el día siguiente la llegada de un barco con dos compañías cubanas a bordo, y una tercera de Guinea-Bissau. Por tierra se aproximaban dos batallones del MPLA.
Fuimos al frente al despuntar el alba. Llovía a mares y hacía un frío terrorífico. El coche resbalaba en el barro; el resto del camino tuvimos que hacerlo andando, a duras penas. Nos topamos con una veintena de soldados que iban por la carretera arrastrando los pies: lo que quedaba de un destacamento. Cada uno de ellos llevaba de la mano a un niño pequeño, descalzo y tiritando de frío. Durante la noche, varias mujeres con niños habían atravesado el río a bordo de unas primitivas canoas africanas. Mientras las mujeres permanecían en la orilla vigilando sus pertenencias, los soldados llevaban a los niños a la retaguardia, a la cocina, para darles algo de comer.
Regresé aquel mismo día, a bordo del avión de Ruiz. Sobre el suelo del aparato yacían varios soldados gravemente heridos, del país y cubanos. Durante la noche se había librado una batalla a cien kilómetros al este de Porto Amboim. Los sudafricanos habían intentado atravesar el río. Los heridos no emitían ruido alguno; dos de ellos estaban inconscientes. Sentadas en un rincón, había varias mujeres africanas que permanecían inmóviles. El avión, dando tumbos, atravesaba una espesa capa de nubes; llovía sobre la tierra. Aterrizamos en Luanda en pleno aguacero. Sobre la segunda pista se veían dos pesados Antónov, de cuyas entrañas descargaban morteros.
Por la noche escribí a Varsovia:
HOY HE VUELTO DEL FRENTE SUR CUYA LINEA PASA AHORA A LO LARGO DEL RIO CUVO. DEJO PARA MAS TARDE LAS DESCRIPCIONES DETALLADAS, AHORA ME LIMITO A TRANSMITIR LO MAS IMPORTANTE. EL CARACTER DE LA GUERRA DE ANGOLA HA CAMBIADO: A GRANDES TRAZOS, HASTA AHORA SE TRATABA DE UNA CONTIENDA INTERNA, DE GUERRILLAS, LIBRADA CON ARMAS LIGERAS. SIN EMBARGO LA INTERVENCION DEL EJERCITO SUDAFRICANO HA MODIFICADO LA SITUACION. HOY SE REVELA CADA VEZ MAS COMO UNA GUERRA ENTRE EJERCITOS REGULARES EQUIPADOS CON ARMAS PESADAS. LA JOVEN REPUBLICA SIGUE ATRAVESANDO UNA SITUACION DIFICIL, MILITARMENTE PRECARIA, AUNQUE SE VISLUMBRAN POSIBILIDADES DE QUE CONSIGA DEFENDERSE. LAS AUTORIDADES MILITARES DE ANGOLA REUNEN FUERZAS PARA PASAR A LA OFENSIVA.
Y UNA ULTIMA NOTA, PARA LA REDACCION DE INTERNACIONAL.
MICHAL, AQUI RYSIEK, HACE TIEMPO QUE SE ME HA ACABADO EL DINERO Y ESTOY MEDIO MUERTO. MAS O MENOS YA SE SABE COMO SE DESARROLLARAN LOS ACONTECIMIENTOS POR AQUI: GANARAN LOS DEL PAIS PERO LA COSA AUN DURARA LO SUYO, Y YO ESTOY AL LIMITE DE MIS FUERZAS. POR ESO OS PIDO QUE ME DEIS EL VISTO BUENO PARA REGRESAR A POLONIA. SE DICE QUE PRONTO SALDRA DE AQUI UN AVION CON DESTINO A LISBOA, QUIZA ME ACEPTEN A BORDO, OK???
ESTA BIEN, DE ACUERDO, SI YA NO AGUANTAS MAS, PUEDES VOLVER
MAGNIFICO, EMPIEZO LAS GESTIONES PARA MARCHARME
OK, RECOGE VELAS, MIREK TE ESTARA ESPERANDO EN LISBOA
Tiempo de hacer la maleta y de los adioses.
Pablo me ha regalado una caja de puros para el viaje.
El comandante Ju-Ju me ha obsequiado con un libro sobre Angola, de Davidson.
¿Y dona Cartagena? Dona Cartagena lloriquea. Hemos vivido juntos los momentos más difíciles y ahora cuando la miro, también a mí se me humedecen los ojos. Dona Cartagena, le digo, volveré, ya verá como sí. Pero no sé si es verdad lo que acabo de decir.
Me queda un último adiós. Voy a despedirme del presidente Neto. El presidente vive en las afueras de la ciudad, en un chalet construido en la cima de un acantilado que se levanta sobre una pequeña bahía con muchas palmeras. El lugar en cuestión se llama Belas. Lo visité varias veces cuando iba en busca de una entrevista. Neto siempre me recibió de buen grado y, gustoso, mantuvo charlas informales, pero se resistía a concederme la dichosa entrevista. Hasta que, finalmente, dio su brazo a torcer. Fue en septiembre o en octubre, en los días más difíciles. Creo que se negaba a concedérmela porque decir algo optimista en aquel tiempo resultaba en verdad harto difícil. Hablamos de poesía; yo llevaba conmigo el último volumen de sus versos, publicado en Lisboa aquel mismo año, Sagrada Esperança.
Às nossas terras
vermelhas do café
brancas do algodão
verdes dos milharais
havemos de voltar.
Me los sabía de memoria. Neto se quejaba de que desde hacía mucho no tenía tiempo para escribir poesías, a la vez que señalaba con la cabeza el mapa que colgaba de la pared, con sus banderitas verdes y amarillas, que indicaban las posiciones del FNLA y de UNITA. Conducía al chalet una escalera que desembocaba en un porche, que, a su vez, se abría a un comedor. Detrás de él, en una esquina, había una pequeña habitación. Era su despacho: una mesa escritorio, estanterías repletas de libros cubriendo las paredes desde el suelo hasta el techo y dos sillones. A menudo no había nadie más en toda la casa, y cuando en la habitación contigua sonaba el teléfono, Neto interrumpía la conversación y salía del despacho para contestar la llamada.
De baja estatura y con la espalda algo encorvada, sus movimientos son lentos, medidos. Las gafas y las canas que entreveran su cabello le dan el aspecto de un hombre poco enérgico o, tal vez, simplemente, cansado. Su silueta se compone mucho mejor con el fondo de una pared cubierta de libros llenando la intimidad de un despacho que con una tribuna plantada en medio de una plaza (y eso que es un gran orador). Nunca lo he visto con uniforme y tampoco recuerdo que hubiese visitado ningún frente. Tiene más de cincuenta años, la mitad de los cuales los ha pasado en el extranjero: primero estudiando medicina y luego viviendo como exiliado y, también, preso en muchas cárceles. Nacido en los alrededores de Luanda, su padre era maestro rural y pastor protestante.
En aquellas primeras conversaciones que mantuve con Neto hubo momentos embarazosos. Yo, que sabía que la situación tenía muy mal cariz, deseaba oír de su boca todos los detalles posibles, pero al mismo tiempo, consciente de que podía herirlo, me sentía incapaz de plantearle este tipo de preguntas. En esos momentos se hacía el silencio. Le decía adiós y me marchaba.
Por la tarde, cepillo mi traje, enmohecido, y me anudo la corbata: regreso a Europa. Se produce la última conexión desde Varsovia:
ESCUCHA, QUEREMOS PEDIRTE UN FAVOR: QUE TE QUEDES UNOS DIAS EN LISBOA, DONDE SE VIVEN MOMENTOS DE TENSION, QUIZAS UN GOLPE DE ESTADO, Y COMO MIREK IKONOWICZ HA TENIDO QUE VOLAR A MADRID PORQUE HA MUERTO FRANCO, NO TENEMOS A NADIE EN PORTUGAL. CUBRE ESTA CORRESPONSALIA Y SOLO DESPUES VUELVE A CASA, OK?
OK, ENTENDIDO, DE ACUERDO. Y AHORA, MI ULTIMA NOTA, DIRIGIDA A LA SECCION DE LA PAP ENCARGADA DE RECIBIR NOTICIAS DEL EXTRANJERO. PARA MICHAL FERTAK, STEFAN BRODZIK, HENRYK KOWALCZYK Y MICHAL MUSIAL:
QUERIDOS, COMO SE TRATA DE NUESTRA ULTIMA COMUNICACION, YA QUE DENTRO DE NADA UN AVION ME SACARA DE LUANDA, NO QUISIERA IRME SIN ANTES DAROS LAS GRACIAS, MUY SINCERAMENTE, POR VUESTRA INCANSABLE PUNTUALIDAD, VUESTRA GRAN PACIENCIA, PERSEVERANCIA Y PROFESIONALIDAD, Y, SOBRE TODO, PORQUE EN NINGUN MOMENTO OS HAYAIS OLVIDADO DE MI. ESTE BUEN HACER VUESTRO LO HE TENIDO EN MUY ALTA ESTIMA NO SOLO YO, SINO TODOS MIS COLEGAS DE LA PRENSA INTERNACIONAL AQUI PRESENTES, QUE ME HAN ENVIDIADO POR EL FUNCIONAMIENTO TAN PERFECTO DEL TELEX DE LA PAP, EN VERDAD LA MEJOR DE TODAS LAS AGENCIAS DE PRENSA DEL MUNDO. BAJABAN AL TELEX CADA VEZ QUE ME LLAMABAIS PARA PONER SUS RELOJES EN HORA. GRACIAS, MIL GRACIAS POR TODO UNA VEZ MAS, Y HASTA LA VISTA EN CASA.
MUY BIEN, GRACIAS A TI
OS LLAMO MANANA DESDE LISBOA, VALE??
SI, ESPERAMOS TU SENAL
POR AHORA, BUENAS NOCHES Y TKS
TKS, BUENAS NOCHES
=.=.=.=.=.
………………
—/-/—
++
+