II

Nos aficionamos a ir al Museo de Reproducciones como a un sitio que cocainizase nuestros huesos.

Sentíamos que en un Museo de Reproducciones se pueden decir palabras que no se pueden decir en las alcobas estucadas.

- A mí no me digas que a todas estas mujeres no se les ha hinchado la nariz en el entrecejo.

- Eso es lo griego.

- ¡Vaya una depilación que debían hacerse de mañanita!

- Están como después de un baño de siglos.

- Y no encuentran el albornoz.

- Mira a Artemisa…

- Tenía ganas de conocer a Artemisa, la lavandera de los dioses.

- No seas blasfema… Artemisa fue la hermana gemela de Apolo y la llamaban Feba la brillante, porque así como Apolo era el dios solar, Artemisa era la diosa lunar.

- A mí no me abrumes con mitologías… Odio la mitología como odio la muerte… Para mí ellos son futbolistas sin calzoncillos y ellas bañistas en maillot blanco.

Estaba feliz y dicharachera.

- ¡Perlótida!

- ¿Por qué me llamas eso?

- Por lo bien que te van las perlas. El día era friolento.

- ¿Tiene esto calefacción?

- Sale de las propias entrañas… Aún les queda calor de la Hélade…

Nos detuvimos ante Livia, la mujer de Augusto.

- Quiero un traje como el de Livia.

- No seas liviana.

- Entonces seré libidinosa.

La miré enfurecido y seguimos la burla de las estatuas.

- Me gusta la mano de Septimio Severo…

La apreté el brazo.

- Algunos parecen estar leyendo un periódico de la antigua Grecia.

Tuvimos una sorpresa ante una estatua que no habíamos visto otras veces, como una paseante del barrio de El Cerámico que hubiese recalado en el museo.

Nos acercamos al bedel y le preguntamos:

- ¿Esta estatua estaba ahí antes?

- Siempre ha estado en ese sitio.

- ¿Está usted seguro? -preguntó ella sin quererlo creer.

- La conoce mi plumero desde hace muchos años.

- ¿Pero tenía la misma cabeza? -volvió a preguntar ella.

- ¿Pero usted cree que aquí cambiamos la cabeza de las estatuas los días de muda?

Ante esas palabras ya un poco indignadas del hombre, nos dirigimos a otros rincones.

- ¿En qué quedamos, crees en todo esto o no crees en ello?

- Soy iconoclasta a ratos y a ratos tiemblo ante sus taburetes de madera como si fueran aras… Te traigo aquí porque sólo aquí quiero que me jures tu amor y de pronto me entra un delirio blasfemo…

Las mujeres egipcias aparecieron ante nosotros como encamisadas con una funda de almohada. El Nirvana nos amenazaba con tragarnos por su agujero.

- ¿Sabes también lo que aprendo aquí? Que tu alma alguna vez no ha sido mía… Te vendieron.

La satiriasis deambula por las salas de las reproducciones y es capaz de hacer parir gatos blancos a las estatuas.

También surgía el temor a veces de cosas desconmesuradas y extrañas como que se envenenase alguien con la aspirina modelada de las estatuas o con el luminal de la que representa el sueño.

A veces el bedel de la pipa buscaba detrás de las estatuas de nieve a alguien desmayado del dolor vano del yeso, a alguna mendiga del pasado a los pies de un dios pagano.

- Patinando sobre todas las estatuas he llegado a ti… Pero ahora ten la seguridad de que estoy completamente a tu lado.

- ¿A mi lado? Mira cómo se burlan las estatuas.

- A ti te pone frenético este museo… No vamos a volver.

- No me digas eso… Yo no soy un cobarde y sé que aquí tiene que haber una revelación… Tenemos que hacer aquí penitencia de tanto cine y tanta casa de té y de café como visitamos.

- Esto es cansado.

- Siempre se copia una postura distinta y dicen algo de la inutilidad del pasado…

Parecían enjabonados de arcaísmos, como si brochas de otro tiempo les hubiesen dado mucha laca a todas y hubieran quedado así.

- Son fantasmas de la peluquería del tiempo.

- ¿Pero tú estás loco?

- La loca eres tú que crees que todo esto es verdad, belleza griega, algo que no sea broma del yeso y jabón.

- Cada vez me acuerdo aquí más de cuando me dieron los baños fríos cuando el tifus… Me veo envuelta en una sábana a perpetuidad… Estos seres es que se quedaron ensabanados después del tifus que acabó con su vida…

La Musa escribiendo parecía apuntar las palabras de Olga.

- ¡Vámonos! ¡Vámonos! -exclamó como sintiéndose mordida por el chucho.

- Quiero descifrar si me puedes abandonar… Si me has de abandonar, abandóname cuanto antes.

- Vamos a descifrar eso fuera, en la calle, frente a una tetera de panza caliente.

En realidad me sentía sobreexcitado y me daba cuenta que allí se descifraba el destino más que en casa de una echadora de cartas.

Salimos a la vida como si nos hubiesen dado de alta en un hospital y nos hubieran quitado los apósitos de escayola que nos habrían hecho parecer estatuas entre las estatuas…